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El Catoblepas, número 85, marzo 2009
  El Catoblepasnúmero 85 • marzo 2009 • página 7
La Buhardilla

Psyche, polis y akrópolis

Fernando Rodríguez Genovés

Una discreta lección estoica sobre hombres sabios y ciudades, algo bien distinto de una doctrinaria clase de «educación para la ciudadanía»

Rafael, Escuela de Atenas

La perspectiva ética de los estoicos consiste, básicamente, en apropiarse personal e individualmente de la experiencia y de las costumbres, heredadas de la cultura y las sociedades, con el fin de poseerlas propiamente como seres libres y racionales, mas no por ello necesariamente iguales. Los hombres filosóficos, los sabios, quienes mejor saben sacarle provecho a la libertad y la razón, viven en la ciudad, entre la muchedumbre, entre la gente, pero son individuos diferentes desde el punto de vista moral. Distintos del resto, argumentan los estoicos, al ser distinguidos excepcionalmente por la virtud.

Los sabios son individuos especiales, personas que una vez fueron normales (incluso en algún caso, esclavos; en este punto, las disertaciones de Epicteto son acaso las más directamente implicadas en este asunto), pero que llegados a su áurea condición, cual si se tratase de los personajes salidos de la caverna platónica, se dedican a enseñar a los demás y a darles ejemplo.

Según el filósofo italiano Remo Bodei, desde el estoicismo griego antiguo vemos fracturarse el paradigma clásico que establecía la simetría de lo bueno y lo útil, tanto en las personas como en las ciudades, un modelo interpretativo que venía, por ejemplo, perfectamente ilustrada en la teoría platónica del alma y en su correspondencia con la división de la polis (Platón, República, 428a y ss). En el estoicismo, el primado de la educación política común retrocede hasta situarse en un lugar secundario, quedando así subordinado a la primacía del enriquecimiento y perfeccionamiento personal de los individuos.

«Mientras la psyche es en Platón estructuralmente análoga a la polis, en los estoicos asume en cambio la forma de akrópolis».{1}

Acrópolis de Atenas

El alma, siguiendo en la perspectiva estoica, está jerarquizada de tal forma que la parte superior, o hegemonikón, ordena y domina las pasiones. De manera análoga a como ocurre con el alma o psyche, Dios rige el Universo sobre los demás astros o instancias cósmicas. Una metáfora muy empleada para ejemplarizar esta idea es la de la ciudadela, el alcázar «que controla militarmente, desde lo alto y desde el interior, la población civil, o, como una acrópolis provista de la razón libre de pasiones que defiende la seguridad y la interioridad del sabio, un lugar del cual retornar fortalecidos a la lucha.»{2}

Este recinto o morada de la interioridad (o continente de ética, según expresión que me es grato utilizar), establece sus dominios no al margen de la ciudad, pues participa de su dimensión pública y política, aunque sí se sitúa un poco por encima de ella, es decir, a cierta distancia: viendo, mas no siempre dejándose ver.

A la manera nietzscheana, la ciudadela interior busca las alturas, bastantes metros por encima del resto de los mortales, no tanto porque rechace el contacto con los otros ciudadanos, sino porque desea, sin perder suelo, situarse en dirección a lo más alto: entre la polis y el kosmos.

Los asuntos ciudadanos importan, pues, al hombre filosófico, aunque no al precio de rebajar o disminuir los celestes.

«La ética estoica es el lugar de la precisión, del rigor que se articula según un orden promovido y reconocido por el sabio. Dominarse a sí y al mundo, o, mejor, sentirse en casa en el cosmos»{3}

La misión de la filosofía conlleva, entonces, un examen de las noticias que nos llegan del mundo, lo cual conduce necesariamente a un examen evaluador de las mismas, con el fin de ponderarlas y seleccionarlas, y escoger así, de entre ellas, las más convenientes, las mejores. La polémica filosófica en el estoicismo no gira, por tanto, sobre la elección entre sociedad e individuo —como tal vez sí suceda en el epicureismo y el escepticismo—, sino sobre qué instancia es la prioritaria y preferente, la que manda y regula la vida personal en el establecimiento de los principios y valores morales.

Canope, Villa Adriana, Tívoli

El platonismo sitúa las esencias en una esfera transterrenal que supera los intereses reales y particulares de los hombres, mientras que el aristotelismo, como reacción a esta perspectiva trascendentalista, se muestra complaciente con el statu quo socio-moral realmente existente, y parte de la aceptación tácita de las creencias ordinarias que orientan las conductas en la comunidad. Epicúreos y escépticos remiten, por su parte, los postulados de conducta al plano de los sentidos. Mientras los aristotélicos hacen del sentido común la fuente de la acción, y los estoicos, en fin, fijan la conducta según la guía de la razón.

Es mediante un ejercicio de ponderación, selección y apropiación personal cómo son definidos los ámbitos de la realidad determinantes de la acción humana, así como la jerarquía entre lo personal y lo ajeno, lo interior y lo exterior. La guía de la razón exige no dejarse dominar por las pasiones.

«la inteligencia libre de pasiones es una ciudadela. Porque el hombre no dispone de ningún reducto más fortificado en el que pueda refugiarse y ser en adelante imposible de expugnar. En consecuencia, el que no se ha dado cuenta de eso es un ignorante; pero quien se ha dado cuenta y no se refugia en ella es un desdichado.»{4}

¿Qué significa, pues, en los estoicos, y, en particular, en Séneca, dominar, o aun suprimir, las pasiones? Significa evitarlas por lo que representan en sí mismas de exceso y vicio. Justamente porque la moral estoica favorece la convicción de estar (de convivir) con los hombres, es natural encontrar en ella una reflexión sobre el saber estar, y no, en cambio, un tratado sobre la fuga o la deserción social. Platón sueña con la ciudad ideal; Aristóteles enseña a conducirse lo mejor posible dentro de lo que hay y a reformar lo que es viable. Epicuro funda el jardín y concentra a sus adeptos alrededor de la idea de una moral de salvación, desesperada, necesariamente sectaria. Sexto Empírico se mantiene a distancia de los hombres y de las creencias, las personas y los lugares, y erige el escrúpulo a la categoría de valor moral.

El sabio estoico, por su parte, no niega ni huye de la ciudad, sino que aspira a hacerse fuerte en su ciudadela interior mediante el ejercicio de filtrar las creencias y de acrisolar las representaciones al objeto de procurarse el bienestar, fomentar la virtud y vencer el vicio, siempre bajo la guía de la razón.

Notas

{1} Remo Bodei, Geometría de las pasiones. Miedo, esperanza, felicidad: filosofía y uso político. Traducción de Isidoro Rosas, Fondo de Cultura Económica, México, 1995, pág. 196.

{2} Ídem., pág. 195.

{3} Ídem., pág. 197.

{4} Marco Aurelio, Meditaciones, VIII. Introducción de Carlos García Gual. Traducción y notas de Ramón Bach Pellicer, Gredos, Madrid, 1994, pág. 48.

 

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