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El Catoblepas, número 84, febrero 2009
  El Catoblepasnúmero 84 • febrero 2009 • página 7
La Buhardilla

Adiós a Mayo del 68

Fernando Rodríguez Genovés

Nunca es tarde para liberarse de la servidumbre intelectual del progresismo, de las ataduras mentales y pseudointelectuales del pensamiento único, del totalitarismo ideológico, al fin

H. Cartier-Bresson, Tras la estación de St. Lazare, París, 1932

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Un salto al vacío

Según opinión muy extendida entre los analistas políticos{1}, la victoria en las últimas elecciones presidenciales francesas de la candidatura liberal-conservadora liderada por Nicolas Sarkozy, frente a la opción socialista representada por Ségolène Royal, trasciende con mucho la política doméstica gala. No examinaremos aquí las repercusiones de orden estratégico y en las relaciones internacionales, tanto a escala de la órbita europea como en la perspectiva del orbe en su conjunto, que, no cabe duda, concurren en este caso y son de gran alcance.

Reparemos ahora, aun sin ignorar lo anterior, en una circunstancia de tipo cultural –subgénero, intelectuales–, a saber: la tendencia hacia la reorientación ideológica y el cambio de rumbo en cuanto al celebérrimo «compromiso» observada estos últimos tiempos en buena parte de los intelectuales, y verosímilmente confirmada tras los comicios en el país vecino.

Una declaración pública de Sarkozy en el cierre de la campaña electoral ante más de quince mil seguidores en la ciudad de Montpellier, puede darnos un indicio revelador de este fenómeno: «quedan dos días para decir adiós a la herencia de mayo del 68». El testimonio no es anecdótico ni el hecho, trivial. Tampoco cabe archivar el augurio como una promesa electoral más, un anuncio genérico como tantos otros que suelen escucharse en lances y foros de esta naturaleza.

Ocurre que no es incipiente ni circunstancial la estrecha vinculación personal e ideológica de Sarkozy con el pujante movimiento de intelectuales franceses encuadrados bajo la rúbrica, sin duda tendenciosa, néoréac o «nuevos reaccionarios», y en el que destacan personajes de la talla de Alain Finkielkraut, André Glucksmann, Pascal Bruckner, Nicolas Baverez, Pierre-André Taguieff, Michel Houellebecq, Marcel Gauchet, entre otros, con quienes comparte el flamante nuevo Presidente no pocos valores, principios e inquietudes.

En diciembre de 2005, en las páginas de ABC, Ramón Pérez-Maura ya advertía de tal reorientación:

«Uno de los cambios todavía poco perceptibles que se está dando en la política francesa, pero que podría llegar a tener enorme trascendencia, es el creciente peso que los «Néoréacs» van adquiriendo y, subsidiariamente, la fuerza que tienen en la Unión por la Mayoría Popular (UMP), la formación heredera del RPR de Jacques Chirac.» («Los “Néoréacs”»).

H. Cartir-Bresson, Leningrado, mayo 1973

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Flores y revolución

Pues bien, uno de los objetivos comunes que liga a unos y a otros néoréacs es el poner fin al espíritu (o mejor, al mito) de Mayo del 68, esa antigualla del imaginario revolucionario e insurreccional, santo y seña irrenunciable de la izquierda de toda la vida. Y si se trata de anunciar el crepúsculo del ídolo sesentayochista, ¿dónde mejor que Francia –la France qui tombe– para hacerlo público y darle así mayor fuerza simbólica al hecho?

Con todo, y en rigor, ni la enfermedad y el reactivo, ni la prevención y el remedio señalados, provienen directamente de Francia. He aquí dos muestras. Primera: las rebeliones estudiantiles, las flores en el cabello y las proclamas sesentayochistas florecieron el siglo pasado en el campus universitario californiano antes que en la Sorbona parisiense. Segunda: el movimiento néoréac constituye, en su esencia, la versión francesa de la curtida corriente norteamericana «neoconservadora» (o neocon), en la cual conviven, asimismo, políticos e intelectuales muy notorios y notables.

H. Cartier-Bresson, 1968

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Más allá del principio del placer

Mas, ¿cuáles son las urgencias y los desvelos que inspiran e impulsan el alma de «neoconservadores» y «nuevos reaccionarios» en oposición al prontuario «neoprogresista»? Principalmente los que siguen: la recuperación de la identidad y la seguridad nacionales; la defensa de las sociedades abiertas y libres –la democracia liberal– y, en general, la preservación de las creencias y los valores que han cimentado Occidente desde hace milenios. «Su trayectoria intelectual es un esfuerzo voluntario y sofisticado por recuperar el sentido común», ha escrito con suma plasticidad y precisión sintética José María Marco a propósito de los neocon en su libro La nueva revolución americana. Por qué la derecha crece en Estados Unidos y por qué los europeos no lo entienden (Ciudadela, Madrid, 2007).

Desde el derrumbe del socialismo real, y tras los atentados terroristas del 11-S, el «neoprogresismo» ha vuelto a la barricada contracultural de inspiración sesentayochista y setentayochista, para sentirse así rejuvenecer. El desprecio de la autoridad (combinado con la pasión por el poder); el rechazo de la tradición y la herencia culturales propias, de las buenas costumbres (esto es, de la «moral burguesa»); la depreciación y el menosprecio de la familia, la religión (cristiana) y la vida humana (la animal y aun la vegetal sí son, en cambio, protegidas); el hedonismo ramplón y el pacifismo ofuscado; el anticapitalismo visceral; el odio y el resentimiento, en fin, hacia uno mismo (la civilización occidental), son, hoy como ayer, los referentes teórico-prácticos de una vieja/nueva izquierda que ha renunciado a las ideas para abandonarse a la consigna, la nostalgia, la agitprog.

H. Cartier-Bresson, Shanghai, 1949H. Cartier-Bresson, Leningrado, 1973

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Y pidieron lo imposible

En semejante escenario, a inicios del siglo XXI, ¿están los intelectuales alejándose de su ámbito nato y nutricio y haciéndose progresivamente de derechas? A la vista del delirio y agotamiento del pensamiento único, políticamente correcto, débil y progre –culpable, en gran medida, de la derrota del pensamiento, como advertía justamente Finkielkraut, el néoréac más señalado, hace décadas– y ante la imparable depauperación y descrédito de las «ideas de izquierda», no es extraño que los intelectuales más capaces y resueltos, liberándose de inercias y lastres, estén dirijiendo la mirada y las energías hacia las «fábricas de ideas», los think tanks, los medios de comunicación, los sitios de la red, los blogs y foros de Internet, a aquellos espacios, en suma, de la sociedades civil que ofrecen libertad y frescura intelectual, y no huelen a cerrado o a rancio o a podrido.

Irving Kristol realizó hace años esta célebre declaración: «Un neoconservador es un progresista asaltado por la realidad.» Pues bien, la ascendencia y trayectoria de los denominados néoréac confirman estas palabras. La constatación en España de dicha transición tampoco desmiente el caso. La realidad, entonces, es que a día de hoy, el conformismo y la vuelta al pasado están más del lado de la «izquierda» que de la «derecha» del pensamiento. Diríase, en efecto, que le quedan dos días de existencia intelectual a quienes sigan resistiéndose a decir adiós a la herencia de Mayo del 68.

Nota

{1} El presente texto fue publicado inicialmente, con el título de, «Los intelectuales y el adiós a Mayo del 68», en ABCD las Artes y las Letras (Suplemento cultural del diario madrileño ABC), nº 798, semana del 19 al 25 de mayo de 2007. La versión que ahora ofrecemos del mismo, amén de presentar algunas pequeñas correcciones gramaticales y de estilo con respecto a aquél, propone un recuerdo, siempre justo y necesario, a la producción artística del fotógrafo Henri Cartier-Bresson, nacido en un suburbio de París hace cien años.

 

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