Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 81 • noviembre 2008 • página 7
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Cuando pensamos en los hechos cruciales que han impactado en la historia del arte, logrando cambiar su sentido y significación con especial efecto, comprobamos cómo destacan dos de ellos: 1) la caracterización del arte como oficio y 2) el problema de la representación.
Cuando el arte no era más que oficio, no había artistas elevados sobre su torre de marfil, sino operarios a pie de obra o encaramados en un andamio, artesanos. No brillaban todavía sobre las pasarelas los artistas sublimados ni las vanguardias marcaban las modas, aunque sí podía verse laborar a maestros sublimes. Más tarde, ellos y ellas dominaron la situación.
Cuando en el arte los autores irrumpieron en la escena, cuando las firmas destacaban más que los trabajos, artesanos y artistas se diferenciaron definitivamente entre sí, y la creación artística sufrió un golpe mortal:
«porque recordad –afirmaba Oscar Wilde– que separando al uno del otro [artista y artesano] aniquiláis a ambos: despojáis a uno de todo motivo espiritual y de toda alegría imaginativa, y aisláis al otro de toda verdadera perfección técnica.»
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Cuando el espíritu y la materia llegan a sintetizarse en el arte surge el misterio, y acaso también, la maravilla. En este sentido, ha llegado a hablarse, por ejemplo, del misterio de las catedrales como expresión simbólica superior del arte convertido en singular sabiduría. Las pirámides de Egipto o, el más próximo referente en el tiempo, el Monasterio de San Lorenzo del Escorial, no serían tampoco ajenas a dicho planteamiento. Sea como fuere, no es preciso asignar a esta dimensión de lo estético una significación o connotación estrictamente religiosa.
Cuando el arte es auténtico y vital, cuando merece tal nombre, remite siempre a lo sagrado, es decir, al ámbito de lo intemporal y lo impenetrable.
Cuando uno anhela escapar del mundo, no sale del mundo. Por más que pretenda huir del mundo, los misterios son de este mundo. Este mundo, en el que están y caben, como sabemos, todos los mundos.
«El monasterio de El Escorial es un esfuerzo sin nombre, sin dedicatoria, sin trascendencia –escribe Ortega y Gasset–. Es un esfuerzo enorme que se refleja sobre sí mismo, desdeñando todo lo que fuera de él pueda haber. Es un esfuerzo consagrado al esfuerzo.»
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Cuando los artistas se crearon a sí mismos, y denominaron a sus trabajos obras de arte, dejaron de ser simples personas, convirtiéndose de inmediato en personajes muy interesantes. En realidad, no es que dejaran de producir objetos, pero desde ese instante su mayor anhelo fue alcanzar el estatus de protagonista máximo del proceso artístico. Sucede que un autor no se somete al objeto, sino que es la obra la que debe ajustarse al autor.
Cuando en 1959 el Gobierno francés, por el influjo de De Gaulle y su «gran amigo» André Malraux, creó a cargo del contribuyente el Ministerio de Asuntos Culturales, comenzaron a darse los pasos decisivos en la transformación del artista en funcionario. Como consecuencia, la Seguridad Social incluyó en su protector organigrama la categoría de «artista», un «cotizante» más, quien algún día cobrará una pensión. Para un republicano francés, las monarquías pueden llegar a desaparecer un día, mas el Estado nunca jamás.
En la actualidad –ha hecho notar Marc Fumaroli–, en Francia, pertenecen a ella [categoría burocrática de «artista» en la SS] cerca de 50.000 personas. Este aumento exponencial de «creadores» no se ha correspondido con el del público que visita las «creaciones».
Cuando el verso canta que el arte imita a la naturaleza, replica la Interpretación que eso es rapsodia arcaica, casi una arcadia arcana. Que la naturaleza debe imitar al arte sí es consigna con futuro, o mejor, con progreso. El triunfo decisivo del Sujeto sobre el Objeto queda de manifiesto en la convicción expresa o tácita según la cual los objetos deben inclinarse ante la presencia del autor. El artista –el creador, libre y genial– logra que las cosas dejen de ser lo que son para alcanzar la condición de «objeto artístico» dominante, sobresaliente. Cae el telón. He aquí el arte resumido en cuatro palabras: «¡El autor! ¡El autor!».
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Cuando los artistas concentran sus esfuerzos en serlo de veras, llegan a convertirse en sujetos muy ingeniosos. Llegan incluso a producir obras con valor de manifiesto, lo cual supone una manera de comunicar más indirecta, más en clave, más conceptual, que la del mero pintar, componer o esculpir.
René Magritte consigue la más célebre representación de las virtualidades y perplejidades de las representaciones de la representación ofreciendo al mundo el cuadro titulado Ceci n´est pas une pipe, La pintura naturalmente representa un pipa, mas al ponerle a la cosa título (La traición de las imágenes) y subtítulo (el ya conocido de que eso no es una pipa), produjo en el espectador algo más que una impresión estética: un grande estupor y desconcierto. Pero, ¿esto qué quiere decir? Ocurre que las cosas nos engañan y las imágenes nos traicionan. Conceptos a brochazos. O sea, como Platón, pero sin Platón.
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Cuando Picasso dejó ver el retrato que había pintado entre 1905 y 1906 de la escritora Gertrude Stein, no poca estupefacción dicen que experimentaron quienes lo contemplaron por primera vez. Al ver retratada de aquella manera a la dama, cualquiera diría, en verdad, que nos hallamos ante una mujer muy mal tratada. Mujer poco agraciada físicamente, Stein tenía treinta y dos años cuando posó para Picasso. Ambos alcanzaron en ese instante, cada uno a su manera, la eternidad.
¿Qué sentenció Picasso a la sazón? Algo así: «Todos piensan que ella no se parece en nada al retrato, pero no hay que preocuparse; al final, llegará a ser exactamente así.» O en versión más reducida: «¿No se parece? Pues ya se parecerá». Juzgue el lector mismo a la vista de la fotografía tomada por Man Ray de la escritora, dieciséis años después ser pintada por Picasso, si el vaticinio del pintor malagueño fue exagerado o no. ¿El arte imita la realidad o la realidad al arte? Picasso, con veinticinco años, acaba pintando de memoria a la modelo, pues la miraba y no acaba de verla como es. Finalmente, así habló el oráculo, poco más o menos: «Ahora, amiga mía, sólo hace falta que usted se parezca al cuadro». Pero, ¿qué significa esto?
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Cuando el propósito del arte consiste en crear en el espectador más desazón, sinsabor y sospecha que goce sensual, arrobo emocional e incluso éxtasis; cuando el catálogo de una exposición de pintura o escultura tiene más valor que la exposición misma; cuando los museos miden el éxito de las muestras que programan por los kilómetros de colas que llegan a formarse frente a sus puertas y por los catálogos vendidos en la tienda; cuando la presumida explicación de una obra artística, servida por un presunto experto, se tiene por más importante que la directa contemplación por parte del espectador, entonces algo pasa en el arte que no se entiende, la verdad.
Cuando el arte, en resumidas cuentas, se concibe sólo como pretenciosa provocación y como vana operación publicitaria, entonces el arte se convierte materialmente en «una mierda».
Cuando un gran número de artistas subvencionados empiezan a referirse a sí mismos como «artistas» y «creadores», o todavía peor, corporativamente como «mundo de la cultura», ofendiéndose además cuando son tildados de «titiriteros», entonces, queridos amigos, uno ya no sabe muy bien lo que ha quedado del arte, más allá de la autocomplacencia, la propaganda, el camelo, la farsa, la mediocridad, la protección oficial y el Ministerio de Cultura.