Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas • número 79 • septiembre 2008 • página 1
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Es un lugar común la tesis según la cual el Quijote es una novela de viajes o itinerante. Es decir, se supone que, a imitación de los libros de caballerías, los viajes de don Quijote y Sancho (teniendo siempre presente a Dulcinea) se encaminan a la búsqueda de aventuras para alcanzar la fama, y aun la gloria, de los caballeros librescos. Pero el tópico comienza a ser problemático al poco de empezar la lectura de la historia del hidalgo de La Mancha porque, a nada que reparemos, verificaremos que el tipo de itinerarios que recorren en absoluto se parecen a los que describen otros viajeros en la misma novela, que, más que seguir la norma de los caminos se separan de ella y cruzan campo a través y que su itinerario se caracteriza más por la ausencia que por la definición de un plan estructurado –dicho sin perjuicio de sus intenciones–. Desde luego, en el Quijote tienen lugar los viajes, los caminos y las aventuras, pero la atribución del sustantivo «viajero» o «aventurero», a uno o varios personajes, o «camino», a las operaciones que estos lleven a cabo, empieza a plantear serias dificultades. Resulta que, cuando afirmamos de don Quijote o de Sancho, o de cualquier otro personaje, la condición de viajero, o cuando le negamos tal condición, proponiendo, por ejemplo, la de aventurero, estaremos ejerciendo una idea de viaje, por mínima que esta sea. Ni siquiera los especialistas –los sociólogos o los geógrafos, analizando los desplazamientos urbanos o las migraciones transoceánicas; los historiadores detallando los periplos de la Antigüedad o del Medievo{1}– pueden fingir estar al margen de cualquier idea de viaje o de itinerario. De nada sirve proclamar la neutralidad relativa a un campo científico –«los hechos hablan por sí solos»– porque la simple selección de las fuentes –las reliquias y los relatos, en el caso de la Historia– entraña presupuestos que ya no están en las mismas.
El viaje y su correlato, el camino, y su contrafigura, la aventura, suponen una ordenación de los materiales antropológicos que con los que se opera; de suerte que no puede ser reducido a la, por otra parte importantísima, labor de los especialistas. Corresponde a la filosofía la crítica y, por tanto, la sistematización y clasificación de las ideas involucradas en estos asuntos. Pero filosofía se dice de muchas maneras.
El presente trabajo pretende ofrecer una primera aproximación a la idea de viaje (de viajero; de aventurero) en el Quijote a partir de los presupuestos del materialismo filosófico de Gustavo Bueno. Gustavo Bueno ha desarrollado su teoría sobre la idea de viaje y de camino sin olvidar también la idea de aventura como contrafigura del viaje. En Homo viator El viaje y el camino nos ha expuesto la idea canónica de viaje en el marco de la crítica a la interpretación teológico-metafísica{2}; también aquí se ofrecen las notas necesarias para entender el camino como correlato del viaje. Pero es en El nuevo Camino de Santiago donde aparece una construcción más acabada de la idea de camino{3}. La idea de aventura –complementaria de la idea de viaje– y de aventurero fue expuesta en ¿Qué es un aventurero?, con ocasión del prólogo al libro de José Ignacio Gracia Noriega, Hombres de brújula y espada{4}. En estos tres artículos se ofrece una construcción de las ideas filosóficas de viaje, camino y aventura muy rigurosa, a la vez que enormemente sugestiva, pues se señalan itinerarios de investigación susceptibles de abrir nuevas rutas de análisis en las ciencias humanas. Viaje, camino y aventura aparecen en estos trabajos dialécticamente trabadas y unidas en simploké con otras ideas filosóficas como la idea de Libertad, pero también con la idea de Descubrimiento y acaso con la idea de Imperio.
El animal racional que se predica del hombre tiene mucho que ver con la idea de Homo viator. La sinrazón que se predica de don Quijote tiene mucho de razón discordante y no puede ser entendida con total independencia de la supuesta razón vulgar de Sancho. Las aventuras que suceden en el Quijote tienen lugar en el contexto de los caminos que recorren distintos viajeros –la idea de Homo viator se está ejerciendo de manera genuina en el Quijote–. Estas aventuras les suceden a los viajeros que cruzan tranquilamente por España, siguiendo las normas de sus caminos –en algunos casos milenarios–; sucede que don Quijote es el aventurero que rompe o trunca o detiene momentáneamente la norma del viaje provocando la revulsión de los pacíficos viajeros.
El Quijote, a nuestro juicio, resulta ser un campo enormemente fértil para probar la idea de viaje que se propone desde el materialismo filosófico. Probablemente la experiencia del propio Cervantes haya permitido caracterizar tan magistralmente a los viajeros que aparecen en su obra. Pero una confrontación tan nítida entre viajes y aventuras como la que se va determinando en la historia del hidalgo de La Mancha difícilmente puede ponerse en escena con la sola experiencia de lo vivido y lo leído, es decir, con la sola experiencia de su biografía y de sus lecturas caballerescas.
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Don Quijote, primero, y don Quijote y Sancho y otros personajes alternativamente, después, una segunda y tercera vez, saldrán a buscar aventuras por los caminos de la Mancha que están en continuidad con los caminos de España. El viaje, el camino, y la aventura constituirán una de las dimensiones más características del Quijote. No sólo los héroes sino toda suerte de personaje tendrán que ver alguna vez con el viaje, el camino y la aventura.
En el siglo XVI, decir aventura es prácticamente sinónimo de fantasía caballeresca. Covarrubias dice que «es término de libro de caballerías»{5} donde se llama aventuras a los acontecimientos de hechos de armas. El viaje es tanto como la jornada y su significado guardaba asimismo relación con el desvío y el desviarse del camino; camino que el mismo Covarrubias define como «la tierra hollada de los que pasan de un lugar a otro».
«Camino» hace referencia a una estructura antropológica en la medida que supone una discriminación al respecto de una topografía. Camino es la «tierra hollada», lo cual supone las operaciones de los pasos o de quienes lo discriminan del resto de la topografía en la medida que se prepara el terreno para el acomodo de los pasos. Corominas{6} nos informa de que la voz «camminus» en el latín vulgar proviene del galés «cam» que significaría «paso». El camino entonces –podríamos interpretar– cristalizará a partir de las operaciones constituidas por los pasos mismos. Pero los pasos campo a través, sobre la hierba que volverá a crecer tras ellos, no suponen camino. En esto Covarrubias es muy preciso al señalar que se trata «de la tierra hollada», pero de los que pasan de un lugar a otro. Por tanto, habrá que pensar que todo camino supone un lugar desde el que se parte y un lugar al que se va. Si no se dan estos componentes no hay camino. El camino supone romper el campo, abrirlo rompiendo los obstáculos; de ahí que el camino sea también una derrota: seguir el camino es seguir su derrota. El camino, en tanto que «hoyado», ya supone haber acomodado la superficie a los pasos, a los herrajes de las caballerías y a las roderas de los carros. La memoria del camino es la rodera en tanto que nos remite a las operaciones de un carro –operaciones que el ingeniero, el constructor de carros, ha de conocer como parte de su ciencia– que hubo pasado una y otra vez hasta grabarla en el suelo{7}. El camino nos pone así ante un complejo institucional heterogéneo constitutivo de lo humano; pero no todos los caminos llevan a Roma.
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El Quijote es una novela de caminos que no se limitan a la circunscripción de La Mancha. Los caminos que aparecen en el Quijote tienen a las tierras manchegas acaso como una encrucijada –no debe extrañarnos, en este sentido, que Cervantes no pueda acordarse de aquel lugar de La Mancha–. Pero los caminos del Quijote se continúan, por tierra o por mar, más allá de las campiñas manchegas, a otros lugares de España como Sevilla o Barcelona o a otras regiones del planeta como al Nuevo Mundo, Alemania o Argel. Sea dicho esto sin perjuiciode que el mismo Cervantes recorte el ámbito de los itinerarios y las acciones de sus personajes.
El hecho de que Cervantes haga aparecer 247 veces el vocablo «camino» en su obra, 31 el verbo «caminar» y 8 el término «derrota» debería ser un indicio de la importancia que tendrá la idea de camino en el Quijote.
Por los caminos por los que transitarán don Quijote y su escudero circulará toda suerte de gentes –los caminos del Quijote no son los caminos de las masas, sino de gentes con fines precisos– con los que los héroes se encontrarán puntualmente o durante un corto trecho, de manera necesaria para el discurso de la historia. Hallarán mercaderes, frailes de San Benito o arrieros; se encontrarán con procesiones; conocerán gentes que van hacia Andalucía y más allá del mar Océano. Toparán con caminantes, transportistas y toda suerte de viajeros provenientes de allende los Pirineos, o que han tomado la derrota del Mediterráneo hacia las tierras españolas desde lugares remotos y bárbaros. Parece como si los caminos en el Quijote respondiesen a una estructura resultante de su confluencia y entretejimiento, una suerte de «topos»; pero que, no puede ser reducida a los caminos realmente existentes en España: son caminos pacificados y tranquilos –en nada dificulta esta interpretación el bandolero catalán– en los que don Quijote será la piedra, en tanto que obstáculo que sale al paso, que romperá el pacífico discurso de estos transeúntes.
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Santos Madrazo ha realizado un estudio de geografía histórica en el que nos describe la organización y disposición de los caminos en tiempos del Quijote{8}. El plano que levanta Madrazo supone que entre 1547 y 1616, arco temporal que abarca la vida del propio Cervantes, la malla de caminos térreos en España habría pasado de una estructura densa y no diferenciada a una configuración centralizada, radial y diferenciada con una serie de ejes que partirían de Madrid. La caminería española quedaría caracterizada como un sistema de comunicación e intercambios. Este sistema de caminos supondría una estructura y disposición determinadas que nos remitiría, a la vez, a unos medios de transporte para el traslado de personas mercancías y noticias. El camino utilizaría una serie de servicios inherentes como ventas, mesones, posadas y abacerías. Además, en el siglo XVI, habría que distinguir los caminos agrarios dentro del término municipal, los caminos que unen unos pueblos con otros. Madrazo estima una red total de doscientos mil kilómetros. En general, serían caminos de tierra muy parecidos entre sí que unirían unos pueblos con otros y cuya estructura sería descentralizada, como hemos dicho, con múltiples nudos de comunicación y sin marcadas preferencias. Detrás de la red de caminos estarían los intercambios agrarios, los cientos de ferias y los numerosos mercados que habría en toda España.
Esta red se habría ido transformando en virtud de las necesidades de la monarquía filipina. Sin duda, los viejos caminos como el de Santiago, la Vía de la Plata o el Camino Musulmán de Córdoba a Toledo seguían siendo famosas vías de circulación junto con otras no tan antiguas orientadas, por ejemplo, al mercado exterior de la lana y que tenían sus términos terrestres en los puertos del Mediterráneo o del Cantábrico. Pero, ahora, la red postal pedida por las exigencias del Imperio, acomodará selectivamente los caminos existentes. A partir de aquí, se constituirá el armazón del radialismo{9} de la red viaria y las comunicaciones españolas de forma estructural y duradera. Podríamos decir –en los términos del materialismo filosófico– que los caminos reales de la España aurisecular se sostienen tanto en virtud de componentes basales como conjuntivos y corticales.
En otro orden de cosas, Madrazo destaca que el estado de los caminos carecía de un firme reparado, lo que hacía difícil la transitabilidad. No hay rutas pavimentadas. Desde luego, debido a la importancia del comercio y al aumento de los intercambios y de los lugares de feria y mercado había una gran movilidad. Nos encontraremos estudiantes, cómicos, armeros, moriscos, frailes, buhoneros, soldados, gitanos y todo tipo de viajeros encaminados en unas y otras direcciones. Hacia los puertos del Cantábrico, Valencia, Alicante y Cartagena, con lana; transitando por el eje Medina del Campo-Valladolid-Burgos-Bilbao; en dirección hacia Sevilla; surcando la Vía de la Plata; desde Castilla, bien hacia Portugal, ya hacia Aragón. Las vías, los caminos, las rutas de la España realmente existente del tiempo del Quijote se caracterizaban por su gran dinamismo.
Este breve excurso sobre los caminos de España en el siglo XVI, sin duda muestra un gran paralelismo con la configuración caminera que aparece en el Quijote. Y con toda probabilidad Cervantes habrá tomado elementos de la red de caminos entretejida en su propia experiencia a la hora de construir el Quijote. Con todo no debemos reducir el escenario del quijote a un reflejo ni del paisaje ni del escenario biográfico. El Quijote no es una autobiografía, ni una geografía.
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Ahora bien, lo anterior tampoco quiere decir que los caminos del Quijote se reduzcan a los caminos de España. En efecto, el Quijote supone una estructura distinta que sin ser menos real no puede reducirse al mapa de los caminos de España y ni siquiera a los caminos de La Mancha. El Quijote parece constituirse como una configuración territorial pero en tanto que nos remite al espacio antropológico. Si no tenemos esto en cuenta no comprenderemos la cartografía antropológica del Quijote. Los caminos del Quijote serán partes formales de tal configuración territorial, junto con otras partes como ciudades, pueblos o lugares a los que conducen tales caminos. La extensión antropológica del Quijote contiene una suerte de espacio geográfico en el que podemos encontrar dándole forma componentes institucionales circulares como la misma ciudad de Zaragoza, hacia la que tienen los héroes intención de dirigirse, o el bosque que sirve de refugio a Roque Guinart; componentes radiales como la selva de Sierra Morena y el río Ebro, pero también los molinos –que no eran gigantes– o los batanes; y elementos angulares como el templo con el que hubieron de dar los héroes. Las ventas, el palacio de los duques, el propio lugar de La Mancha donde vivía don Quijote, la cueva de Montesinos o los complejos molineros constituyen «hitos» a la manera de puntos que señalan las referencias del deambular del caballero. Esta suerte de escenario es sin duda un escenario antropológico. Y es en este escenario antropológico donde los caminos adquieren una proporción dada a una escala distinta de la propia que pueda describir el geógrafo.
Los caminos en el Quijote le vienen dados a los héroes y, por supuesto, al resto de los personajes. El caballero de La Mancha transitará por los caminos pero muy pocas veces seguirá una dirección precisa. Es en este sentido en el que difícilmente le podremos considerar como a un viajero canónico:
«y prosiguió su camino –dice el narrador– sin llevar otro que aquel que su caballo quería.»{10}
Es tan cierto que no hay un plan de ruta que, en la segunda salida, seguirá la misma derrota que en la primera:
«Acertó don Quijote a tomar la misma derrota y camino que el que había tomado en su primer viaje.»{11}
Parece que el hidalgo no se encuentra a gusto siguiendo algún camino premeditado. En la segunda parte, si acaso toma las riendas de su caballo es porque el propio Sancho se lo advierte.
«Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres, pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias: vuestra merced se reporte, y vuelva en sí, y coja las riendas a Rocinante, y avive y despierte, y muestra aquella gallardía que conviene que tengan los caballeros andantes.»{12}
En otras ocasiones, el caballero se planta en medio de los caminos, interrumpiendo el paso a los viajeros, como ocurre con los frailes benedictinos, con «Las cortes de la muerte» o con el «Carro de los leones». Don Quijote espera a que los viajeros lleguen a él y los detiene, cortándoles el camino, parando el viaje, como hace con los galeotes. Generalmente, el héroe se muestra como un interruptor de viajes, truncando la norma de itinerario que marca la marcha de los viajeros. Algunos se pararán a escucharle, pero luego seguirán su camino:
«Admiráronse los hombres así de la figura como de las razones de don Quijote, sin entender la mitad de lo que en ellas decir quería. Acabaron de comer, cargaron con sus imágenes y, despidiéndose de don Quijote, siguieron su viaje.»{13}
No será, pues, el camino la institución que dicte la norma del itinerario del hidalgo. Don Quijote no toma un camino determinado y cierto sino que cabalgará por donde la voluntad de Rocinante quiera{14}. Y Rocinante buscará el camino, muchas veces, por donde pueda caminar{15}. Sin embargo, alguna vez tomará las riendas de su caballo, pero para salirse de los caminos, huyendo, como cuando lo hacen de la Santa Hermandad. Don Quijote será, en este sentido una, figura anómala en los caminos de la topografía antropológica del Quijote.
Ahora bien, esto no quiere decir que en el Quijote no haya verdaderos caminantes, viajeros sometidos a la norma del camino. El Quijote está compuesto de tal manera que los hitos que aparecen constituyen cruces de caminos a los que afluyen grupos de gentes que vienen de unos lugares y se dirigen a otros: las ventas podrán ser interpretadas como comfluencia de caminos y, de manera análoga, el palacio de los duques también. Don Quijote no recorre los caminos en sentido estricto, los cruza campo a través, los asalta... solamente toma el camino de Barcelona, pero recorriéndolo como negación del de Zaragoza. Si hay un diferencia entre el Quijote de Cervantes y el de Alonso de Avellaneda, es que los personajes de Avellaneda recorren un camino que llevará desde Argamesilla a Zaragoza y desde aquí hasta Toledo, donde finalizará el viaje. Desde este punto de vista, el apócrifo parece tener más deuda con la picaresca que el verdadero. Aunque don Quijote y Sancho inician un itinerario guiados por Álvaro Tarfe los recorrerán en un sentido determinado y preciso. En Cervantes, don Quijote y Sancho son el complementario del camino y del viajero. De esta manera se puede ver cómo la mayor parte del resto de los personajes constituirán el positivo. Don Quijote, seguirá rutas que no llevan a ninguna parte, en compañía de Sancho, acaso porque en cualquier lugar está presente Dulcinea.
Ahora bien, atendiendo a la idea de camino, desde la perspectiva de materialismo filosófico, vemos que el héroe manchego se conduce a un lugar que no está previsto. Esa imprevisión es mucho más evidente en la primera que en la segunda parte; aun tomando las riendas, aun llevando alforjas, el héroe y su escudero perderán el norte y se extraviarán o desviarán del camino.
En suma, don Quijote no es un héroe, repetimos, que siga un camino preciso y determinado, lo que nos obliga a negar la condición de viaje a sus recorridos, a sus trayectorias. No son viaje porque no están marcadas por la norma del camino. La idea de Homo viator parece resistirse a ser aplicada a don Quijote. Es curioso que en el Quijote no aparezca la palabra «viajero» ni para referirse a don Quijote ni para señalar a cualquier otro de los muchos viajeros que transitan la configuración espacial del mismo. El término «viaje» está presente tan sólo 41 veces, lo que contrasta con el término «camino» que aparece 247. Don Quijote y Sancho no emprenden ningún viaje porque no proyecta ningún viaje. Los caminos que recorren son los inscritos en la configuración territorial que obtenemos en el Quijote a partir de los viajes y de los caminos de los otros personajes.
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Acaso el viaje canónico del Quijote sea el del cautivo y, en este sentido, no habría que ver, tampoco, la historia del cautivo como una intercalación o interpolación de novelas, sino como un viaje más entre los tantos que hay en el Quijote. Al menos, a nuestro parecer, al contrario que las correrías de don Quijote y Sancho, el viaje del cautivo parece acogerse mejor a una idea de viaje en el sentido de materialismo filosófico. Bien es cierto que el viaje del cautivo es un viaje por mar, lo que hace más difícil precisar la derrota del camino, pero no por ello el viaje dejó de ser firme. Y si como viajero, el cautivo y su amada Zoraida, alentada por su fe en la Virgen María, no tuvieron un viaje del todo seguro se debió más a los aventureros que les salieron al paso que a la estructura de su propio viaje. La norma que está conformando el camino del cautivo desde Argel hasta España con toda seguridad involucra conocimientos técnicos marineros como los que posee el propio narrador{16}, pero con toda seguridad la norma tiene que ver con contenidos angulares relativos a España en cuanto cristianísima nación{17}. Así, se entiende la ayuda que Zoraida prestó al cautivo y el interés constante del cautivo por apoyar a sus compañeros y a la propia Zoraida, haciendo, en cierta manera, que el finis operis coincida con el finis operantis. Decimos, pues, que aunque el viaje haya sido por mar no se han perdido las connotaciones del camino. El viaje del cautivo es el viaje que conduce a la libertad –una libertad de al abandonar Argel, pero una libertad para al tener en cuenta la decisión de Zoraida–, la cual se constituye –autodeterminación– en la medida misma en que se emprende el camino de vuelta a España.
Desde una perspectiva circular, el cautivo se acogerá perfectamente a la idea de viaje canónico, pues se habría alejado de su tierra, de sus padres y sus dos hermanos por la profesión de las armas, entrando en contacto con otras gentes y otros pueblos. Su condición de cautivo habría que interpretarla como un alto en el camino, pero sin perder de vista su intención de volver. Los componentes radiales del viaje están implícitos en el camino, por el mar, como hemos dicho, y suponen un gran conocimiento de las técnicas y procedimientos de navegación. Pero estos conocimientos técnicos involucran también componentes circulares pues el barco hubo de servir al cautivo y sus acompañantes para alejarse de unos hombres y acercarse a otros, evitando –aunque no lo consiguiera del todo– toda aventura que les pudiera salir en el camino. De ahí el conocimiento de las cartas marinas, de los vientos, el manejo de la nave...
Ya hemos dicho que el viaje de vuelta del cautivo estaba auspiciado por componentes angulares (hay que entender la función cortical de estos componentes angulares). Será Zoraida, profunda devota de la Virgen, quien acabe ayudando a los cautivos para escapar de su prisión. Pero ahora debemos resaltar cómo estos contenidos angulares acaban siendo envueltos por los contenidos circulares, en parte traumáticos, porque la «nueva cristiana» llegará a romper los lazos familiares con su padre y querrá ser acogida dentro de una nueva sociedad política, con una nueva religión y una nueva lengua; recordemos si no la tristeza que siente por no poder entender –entender en la lengua que hablan– lo que los distintos interlocutores expresan en la venta en la que esta coral de personajes confluye.
En suma, el cautivo, como otros tantos personajes en el Quijote, frente a don Quijote y Sancho, se constituye como un verdadero viajero. A la altura del siglo XX, la pertinencia de estas, llamadas novelas intercaladas, habrá que verla como contrapuesta a don Quijote y Sancho, en cuanto que no pueden acogerse a la idea canónica de viaje. Don Quijote y Sancho se desplazan por los caminos de La Mancha que son continuidad de los caminos de España, pero no siguen ningún camino preciso. Esto aparece muy claro en la primera parte de la historia del hidalgo. En la segunda parte, podría entenderse que hay viaje en la medida en que siguen el camino que va a Zaragoza, pero llegará un momento en el que el camino se tuerce, porque prefieren seguir la incertidumbre de la aventura. El cautivo, sin embargo, insistirá en sus propósitos hasta culminar el viaje que ha proyectado.
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Desde la perspectiva del materialismo filosófico, parece difícil conceder a don Quijote y Sancho la categoría de verdaderos viajeros, como hemos dicho, sobre todo por la ausencia del camino como norma del viaje. Más claro sería atribuirles la nota de aventureros. No se trata de hacer encajar el Quijote en nuestras ideas como si se tratase de buscar una prueba ad hoc. El propio Cervantes emplea el vocablo «aventura» 162 veces y en su forma plural 98 veces. El adjetivo «aventureros» aparece una vez y en género masculino 6 veces. Resultan odiosas las comparaciones, pero mientras que «viaje» es empleado 41 veces frente a las 162 de «aventura», «viajero» –repetimos– no aparece ni una sola vez. ¿Acaso Cervantes no está marcando, en el ejercicio, por dónde tiene que ir la derrota de nuestra interpretación?
Si don Quijote no sigue ningún camino firme y seguro es porque, como dice Sancho, andan por caminos sin camino y por sendas y carreras que no los tienen{18} y cuando están en ellos se desvían, salvo cuando encuentran por él la aventura{19}, que es su propósito inicial: «buscar las aventuras»{20}. No se trataría, pues, por nuestra parte, de forzar a Cervantes. Antes, al contrario, de ordenar lo que en el Quijote pudiera aparecer borroso, al estar más en el ejercicio que en la representación. Don Quijote, y con él Sancho, sería, pues, más que un viajero, el prototipo de un aventurero que se sale de los caminos normales, «hollados» por los pasos de los viajeros que van de un lugar a otro. Don Quijote no busca la seguridad del camino, la que procura la Santa Hermandad apresando malhechores, sino la aventura puntual. Por eso libera a los galeotes, aunque su temeridad esté a punto de costarle la vida.
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Gustavo Bueno ha establecido dos clases de aventurero que se ajustan bien a nuestro propósito. Por un lado, el aventurero de itinerario y, por otro, el aventurero de suceso. El caballero de la Mancha, tal nos parece, se acogería antes que nada a la clase de los aventureros de suceso, que son aquellos que no precisan de un itinerario insólito o exótico porque buscarían las aventuras en el propio flujo de los caminos. Don Quijote no necesita salir de los caminos de la Mancha, ni siquiera de los caminos de España, porque en ellos encontrará las aventuras. Unas aventuras de suceso que a un lector poco avisado le sorprenderán y, a lo sumo, llegará a decir que el Quijote carece de entramado novelesco{21}, pues, en efecto, tal parece como si la ausencia de camino y viaje privase al protagonista de un itinerario claramente marcado en la novela. Pero, si ello es así, habrá que pensar que el entramado novelesco se ajusta también a la aventura de suceso. Don Quijote transitará muchas veces por itinerarios trazados, por caminos y derrotas en los que se encuentran con nuevos y diferentes personajes. En palabras de Gustavo Bueno: «Acaso podríamos tomar a don Quijote como símbolo del aventurero de suceso. Don Quijote no necesita salir fuera de los caminos del reino para experimentar las más sorprendentes aventuras: unas, debidas a sucesos que ocurren, al parecer espontáneamente (son las aventuras de la Primera Parte); otras, debidas a sucesos preparados a posta por otras personas ociosas (son las aventuras de la Segunda Parte). En cualquier caso, don Quijote sabe que los sucesos extraordinarios aparecen en los caminos o a lo sumo en las posadas de los caminos…»{22}.
Por último, hay que decir que los sucesos extraordinarios que don Quijote experimenta, con excepción de aquellos que son preparados ad hoc para burla y escarnio del héroe, son muchas veces verdaderos viajes; viajeros que van a Sevilla desde Vizcaya y aún más allá, por el camino del suroeste. De esta manera, el caballero de La Mancha, en la medida en que nos es pintado como un aventurero nos pone en contacto con una España dinámica, que se mueve, que viaja. Una España que está trillada por los caminos, mejores o peores, pero que en todo caso ya no es campo a través. Una España con ciudades. En el Quijote, no vemos las ciudades, si exceptuamos Barcelona, pero sabemos que están ahí, conformando los itinerarios que constituyen los caminos entre unas y otras. Aquí, en este contexto, aparecerán los héroes para procurar la revulsión de los caminantes.
Laviana, 17 de agosto de 2008
Notas
{1} Véase, por ejemplo, José Ángel García de Cortázar, Los viajeros medievales, Santillana, Madrid 1996; Francisco Javier Gómez Espelosín, El descubrimiento del mundo Geografía y viajeros en la Antigua Grecia, Akal, Madrid 2000; Felipe Fernández-Armesto, Los conquistadores del horizonte, Destino, Barcelona 2006.
{2} Gustavo Bueno, «Homo Viator. El Viaje y el camino», en Pedro Pisa, Caminos Reales de Asturias, Pentalfa, Oviedo 2000, págs. 15-47.
{3} Gustavo Bueno, «El nuevo Camino de Santiago», en El Basilisco, nº 18, enero-junio 1995, págs. 35-52.
{4} Gustavo Bueno, «¿Qué es un aventurero?», en José Ignacio Gracia Noriega, Hombres de brújula y espada, Cajastur, Gijón 2002, págs.13-22.
{5} Sebastián de Covarrubias (ed. de Martín de Riquer), Tesoro de la lengua castellana o española, Alta Fulla, Barcelona 1998, pág. 168.
{6} Juan Corominas, Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, Gredos, Madrid 1983, pág. 123.
{7} Recordemos que hasta el propio Skinner utilizó la metáfora de las roderas para expresar su teoría del conductismo. Véase B. F. Skinner, Más allá de la libertad y de la dignidad, Fontanela, Barcelona 1982.
{8} Santos Madrazo, Los caminos en el tiempo del Quijote en José Manuel Sánchez Ron (dir.), La ciencia y «El Quijote», Crítica, Barcelona 2005, págs. 69-95
{9} Según esto no habría que ver el origen de la estructura radial característica de las vías de comunicación en España en la dinastía borbónica sino ya en la dinastía de los Austrias con Felipe II.
{10} Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Edición de Francisco Rico, Crítica, Barcelona 2001, Parte I, Cáp. I, pág. 40.
{11} Miguel de Cervantes, Opus cit., Parte I, Cáp. VII, pág. 93.
{12} Miguel de Cervantes, Opus cit., Parte II, Cáp. XI, págs. 711-712.
{13} Miguel de Cervantes, Opus cit., Parte II, Cáp. LVIII, pág. 1097.
{14} Miguel de Cervantes, Opus cit., Parte I, Cáp. XXI, pág. 228.
{15} Miguel de Cervantes, Opus cit., Parte I, Cáp. XXIII, pág. 255.
{16} José Manuel Sánchez Ron (dir.), La ciencia y «El Quijote», Crítica, Barcelona 2005.
{17} Nos referimos a la nación histórica. Véase Gustavo Bueno, España no es un mito, Temas de hoy, Madrid 2005.
{18} Miguel de Cervantes, Opus cit., Parte II, Cáp. XXVIII, pág. 864.
{19} Miguel de Cervantes, Opus cit., Parte I, Cáp. XXI, pág. 228.
{20} Miguel de Cervantes, Opus cit., Parte I, Cáp. I, pág. 40.
{21} Así, por ejemplo Riquer; véase M. de Riquer, Para leer a Cervantes, El Acantilado, Barcelona 2003.
{22} Gustavo Bueno, «¿Qué es un aventurero?» en José Ignacio Gracia Noriega, Hombres de brújula y espada, Cajastur, Gijón 2002, pág. 20.