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El Catoblepas, número 78, agosto 2008
  El Catoblepasnúmero 78 • agosto 2008 • página 10
Artículos

Abraham Adams en España,
o sobre la libertad de cátedra

José María Bellido Morillas

Un paseo por la España de la incompetencia, la intolerancia, el fanatismo, la violencia, y la más completa y absoluta carencia de sentido de la realidad

Henry Fielding (1707-1754)Don Quijote visitó Inglaterra en 1734, invitado por Henry Fielding{1}. Creo que este artículo podría ser una buena ocasión para agradecerle el gesto invitando a España a un personaje suyo, el simpático y conmovedor párroco Abraham Adams, el amigo de Joseph Andrews. Pero dado que, por debilidad de mi escritura, no puedo sostener el humor cervantino, en el que se basan tanto Fielding como Sterne (muchas veces incluso interrumpiendo la guasa para explicar cómo hacía las cosas Don Miguel), el Abraham Adams que nos visitará no será el de Fielding sino el de Tony Richardson en su Joseph Andrews de 1977, con guión de Allan Scott y Chris Bryant.

Fielding es cervantino, pero Richardson (Cecil Antonio, naturalmente, y no Samuel, el blanco de las burlas de Fielding) es quevedesco y expresionista, burlesco, salvaje y sulfúrico: como Swift. El crítico James M. Welsh ve la escritura cinematográfica de Richardson como una simplificación de la desbordante («sprawling») narrativa picaresca de Cervantes-Fielding{2}. Pero en realidad, esa simplificación no es sino una vertiginosa aceleración del ritmo, una cómica, sarcástica y mordaz deshumanización de los personajes y un verdadero despatarre (el sentido literal de «sprawl») narrativo, que deja tiempo para añadir nuevas aventuras, del mismo modo que el carácter de vasta hacienda en ruinas de Fellini Satyricon permite añadirle fragmentos a Petronio Árbitro.

Hay dos momentos rutilantes en la cinta de Richardson en la que surge la palabra «papista», tan divertida para nuestros oídos. En uno de ellos, el quijotesco párroco es detenido por llevar un Esquilo manuscrito en griego, que el inculto aduanero interpreta como un mensaje en clave, suponiendo al clérigo un espía y un papista francés.

Michael Hordern hace de Abraham Adams
El P. Abraham Adams, adalid del sentido común y la libertad,
interpretado por Michael Hordern en Joseph Andrews, de Tony Richardson (1977)

En un curso de verano de la Universidad Complutense en El Escorial, titulado El legado de Menéndez Pidal hoy: cien años de filología española, celebrado en 2002, escuché (no de boca de Álvaro Galmés de Fuentes, que además no estaba presente cuando se dijo) una historia sorprendente. Al comenzar la Guerra Civil, Antonio García Solalinde se encontraba en la Sierra de Madrid realizando encuestas para el ALPI. Fue apresado por los republicanos, y le fue tomado el cuaderno donde apuntaba sus transcripciones fonéticas. Los rojos creyeron que era un código en clave, y fue llevado sin más a prisión, donde, desesperado, acabó suicidándose en 1936. Recuerdo bien la historia porque no pude dejar de pensar en la película de Richardson. No recuerdo, sin embargo, quién lo dijo. Fuera quien fuera, era víctima de una confusión.

Joaquín Ortega escribe su necrológica en 1937: «Murió en la tarde del 13 de julio, de un ataque al corazón. Aquella misma mañana había enseñado sus clases en la universidad. Aquel mismo día habíamos almorzado juntos y hablado dos horas de asuntos de la universidad»{3}. Sin embargo, aquel erudito anónimo (me alegra no reconocer al autor del error, porque todos los participantes eran verdaderamente doctos e ilustres) no es el único en trastocar las fechas (las acierta perfectamente, en cambio, Rafael Lapesa, en un magnífico libro{4}). El sabio Francisco López Estrada da 1936 como fecha de la muerte de Solalinde{5} y, lo que es aún más sorprendente, Manuel Alvar habla de «la pronta muerte (1935) de García Solalinde»{6}.

Cuando se dan fechas de películas, siempre puede haber un año de diferencia entre la fecha de producción y la de estreno. Pero la muerte sólo tiene una première, y una rana está cocida o está viva, digan lo que quieran los sofistas y dialécticos{7}. Tampoco se puede estar en América y en Madrid al mismo tiempo, aunque americano fuese San Martín de Porres, que era muy dado a esto. Por lo tanto, la historia del cuaderno cifrado resulta tradición literaria y nada más.

¿Tendría que irse fuera de nuestro país el noble Abraham Adams para poder sufrir un contratiempo como el que Richardson le hace padecer? A fe que no. Tenemos una administración lo suficientemente analfabeta, pérfida y perezosa como para que eso tenga que ocurrir. El catedrático de Filosofía Agapito Maestre, por ejemplo, sintió en sus carnes la incompetencia no de los aduaneros, como Abraham Adams, sino de los administrativos. El 9 de abril de 2002 se hizo público un manifiesto en su favor, encontrándose entre los primeros firmantes Gustavo Bueno, Fernando Savater, Jürgen Habermas, Edgar Morin, César Cansino, Claude Lefort, Víctor Faría o Luis Rull. La fama y la heterogeneidad de estos nombres son sin embargo como lluvia para los oídos administrativos, «Cerbero surdiores» (CB 131a), inasequibles a todo razonamiento, aunque viniera el mismísimo Platón redivivo para dar explicaciones.

No todo es incompetencia en la actitud del aduanero. También hay intolerancia, religiosa y nacionalista. ¿Podrá encontrarla Abraham Adams en España? Por supuesto que sí: la encuentran incluso los mismos españoles, que son llamados despectivamente «maketos» y «godos» por otros españoles.

Durante la Guerra Civil, muchos profesores y artistas se exiliaron en los Estados Unidos de América del Norte, no sólo por la penuria de medios hispana, sino por evitar tener un final como el narrado en la leyenda apócrifa de Antonio García Solalinde. En nuestro tiempo ocurre lo mismo en el País Vasco. Tenemos el caso de un antiguo miembro de ETA (como lo fue Jon Juaristi, también amenazado), Mikel Azurmendi, profesor de Antropología en San Sebastián; el de Aurelio Arteta, profesor de Filosofía en ese mismo campus; y el de José María Portillo, profesor de Historia Contemporánea en Vitoria. El también profesor de filosofía José Antonio Binaburo tuvo que refugiarse en tierras andaluzas, que al lado de una Universidad con pasillos llenos de carteles con retratos idealizados de asesinos y la obligación perpetua de ser «prudente» tienen que parecer un paraíso de libertad. Pero también en Andalucía, en Granada, desde donde escribo, ETA puso sus pequeñas objeciones a la libertad de cátedra asesinando al profesor de Derecho Luis Portero.

Las amenazas y el acoso contra los profesores universitarios no son sólo un problema del País Vasco. Mi buen amigo, el latinista asturiano Ramón Gutiérrez González, desde Múnich, me puso al corriente del hostigamiento que sufre en Oviedo el profesor Félix Fernández de Castro por oponerse a convertir el asturiano en un título europeo. El 3 de julio se leía en La Voz de Asturias la siguiente declaración del profesor Fernández de Castro:

«a primera hora de la tarde, tres individuos sin identificar –uno con capucha y dos con gafas negras– “irrumpieron en mi despacho, cerraron la puerta, se colocaron delante de mi mesa y empezaron a interpelarme y pedirme explicaciones sobre la enmienda presentada a la junta. Me decían que cómo me permitía insultar al Asturiano”. De Castro precisó que no hubo agresión física pero sí “intimidación”. El profesor, que reconoció estar muy preocupado, se levantó de su asiento y les pidió que se quitaran las gafas, momento en el que escaparon por la escalera de incendios.»{8}

Todo esto, sumado al nacionalismo que no se manifiesta por la vía románica sino por la céltica, en ejercicios desorientados que quieren llenarlo todo de símbolos arios, abona un buen campo para la limitación de la libertad de cátedra por parte de los alumnos, al estilo nazi. Moritz Schlick, recordemos, «fue asesinado, a la edad de 54 años, por un estudiante desequilibrado que le disparó un tiro cuando entraba a la Universidad»{9}, muerte muy similar (pero menos cruel) a la de San Casiano de Ímola y a la que Guillermo de Malmesbury atribuye a Juan Escoto Eriúgena{10}. Ayer recuerda a renglón seguido «El tono hostil de las necrologías que en la prensa gubernamental dedicaron a Schlick en las que casi se argüía que los positivistas lógicos merecían ser asesinados por sus discípulos».

En Canarias, los jóvenes saben también perfectamente lo que tienen que hacer con sus maestros:

«El catedrático de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), Maximiano Trapero, experto en tradición oral, fue agredido ayer lunes por la noche en Santa Cruz de Tenerife por dos jóvenes […] Según testigos presenciales, después de las pruebas del tribunal, Maximiano Trapero, con otros miembros del tribunal, se desplazaron a una céntrica cafetería de Santa Cruz de Tenerife. En ésta, una pareja de jóvenes sentada junto a ellos empezaron a increparles por su acento. […] Trapero y el grupo de profesores, a la salida del establecimiento, se dirigieron por la calle Méndez Núñez, y a la altura del parque García Sanabria, la pareja de jóvenes, que les esperaban, les zarandearon, insultaron y agredieron, con el resultado de una fractura en el globo ocular de Maximiano Trapero, que se encuentra ingresado en un centro hospitalario. Si bien su vida no corre peligro, deberá ser sometido a una operación quirúrgica por daños en la zona orbital.»{11}

Pero hasta aquí sólo hemos podido ofrecerle a nuestro invitado, el buen párroco Abraham Adams, racismo e intransigencia nacionalista. ¿Dónde está la intolerancia religiosa? ¿Qué clase de anfitriones somos? ¿Tendrá que irse a la República Francesa, donde el 19 de septiembre de 2006 el profesor de Filosofía Robert Redeker recibió la fetua del jeque Yusuf al-Qaradawi que lo condenaba a muerte?

Cierto que no. Como en la película de Tony Richardson, ahora van a venir las monjas. Y no, no hay aquí ningún foco de papismo, como temía Adams en el film (en la novela, sin embargo, es la encarnación de la tolerancia y la libertad). Las que salen allí tienen precisamente muy poco de papistas, y reaparecen convocadas por el judío Mel Brooks disfrazado de Tomás de Torquemada en History of the World: Part I (1981) y por los Monty Python’s al final de The Meaning of Life (1983), aunque en esa ocasión son ángeles. Ahora aparecen como seguidoras de la Iglesia del Pueblo Guanche, institución que se empeña en hacer de Canarias el poblado de Obélix y Panorámix y que cuenta con un destacado personaje entre sus filas, miembro a su vez de esa sociedad y esa Universidad que desprecia y persigue a los «godos» como el profesor Maximiano Trapero. Escribe este adepto, profesor de Psicología:

«En el momento de la conquista de Canarias, el clero fue avanzadilla delante de las tropas, para ir abonando el terreno de la posterior esclavización, colonización y sometimiento de nuestros antepasados. Por ello yo me casé por el rito GUANCHE, porque he recuperado mi espiritualidad que fue castrada y mutilada por la iglesia vaticana, represora, opresora, fascista y aliada del poder económico y político capitalista.»{12}

parroquianos guanches de bautizo
Miembros de la autodenominada Iglesia del Pueblo Guanche en un bautizo.
(Fuente: elguanche.net)

Si hubiera hecho algunas deducciones elementales sobre sus apellidos, sabría que sus antepasados eran precisamente los que iban detrás de los frailes. Pero el sentido crítico no es la mejor cualidad de esta Iglesia, como puede verse en un texto inexplicablemente titulado Autocrítica, obra de otro de los adeptos al culto:

«Ya es llegada la hora en que recuperemos nuestra dignidad como pueblo y nos sacudamos de encima el yugo y las flechas que nos han impuesto durante más de quinientos años, ya es hora de que sean ellos los bueyes. Roguemos a Nuestra Diosa-Madre Chaxiraxi, y ha [sic] sus mediadores, Magek, Achuguayo, Achamán, que ordene a los genios Guayota-Gabiot, el que preparen un lugar en lo más profundo de Chinechi donde muy pronto puedan ir a morar esos “prójimos” políticos españoles y sus siervos canarios.»{13}

Alguna vez, y espero que antes de que la enfermedad se agrave, habrá que recordar nombres como los de José Tomás Bethencourt Benítez del mismo modo que Ernesto Sábato recuerda los nombres de los profesores que se amputaron el sentido común, traicionaron a la Universidad y consolidaron el nazismo, dotando de profundas y complejas estructuras científicas a las palizas y los linchamientos:

«Será bueno recordar los nombres de quienes cometieron esta especie de parricidio: Ernst Krieck, profesor de filosofía y pedagogía de la Universidad de Berlín; Karl Larenz, profesor de derecho; el doctor y profesor Möller von der Bruck; y, en fin, el increíble, el insuperable profesor de filosofía de la cultura de la Universidad de Marburgo, el doctor E. H. Jaensch, que exclamó en uno de sus trabajos: “es lamentable que nosotros, los profesores, no hayamos podido tomar parte en las refriegas en que, antes de la toma del poder, los muchachos pardos abrían con sus vasos de cerveza las cabezas de los socialistas, demócratas y judíos”.»{14}

A muchos les podrá parecer exagerada la comparación. Pero viendo el estilo habitual de estos profesores que piensan, como Homer Simpson, que los blancos los tienen oprimidos, les estoy haciendo un favor. Pablo Rodríguez Medina, en una carta al director de La Nueva España, dice que la decisión de no incluir la enseñanza de un asturiano que él mismo reconoce como artificial –y, añadimos nosotros, cuya imposición supondría destruir otras variedades, sin las ventajas comunicativas del mandarín (que el autor de la carta demuestra ampliamente no saber lo que es) o incluso del hebreo moderno de Israel; que sería arbitrario y excluyente como el batua, válido únicamente para aislarse de los verdaderos euscaroparlantes, aquellos que aman el sabor de sus dialectos, de los hispanohablantes, de Europa y del mundo– «ha de ser criticada y criticable de la misma manera que lo fue el Gobierno talibán cuando dinamitó el buda de Jehanabad»{15}. Es sabido que, mientras que los nazis y los inquisidores construyeron algo (el Inquisidor Valdés, por ejemplo, la Universidad de Oviedo), una vez vencidos los soviéticos los talibanes no hicieron otra cosa que destruir y abastecer el mercado de heroína. Y el caso es que Fernández de Castro no quiere destruir nada, como tampoco Manuel Alvar cuando alaba a Miguel Alemán, presidente de los Estados Unidos de México:

«El ideal de etnólogos y folcloristas no se cohonesta con los proyectos que actúan desde la Revolución de 1910: salvar al indio, redimir al indio, incorporación del indio, como entonces gritaban, no es otra cosa que desindianizar al indio. Incorporarlo a la idea de un Estado moderno, para su utilización en unas empresas de solidaridad nacional y para que reciba los beneficios de esa misma solidaridad. Porque la medicina puede más que las salmodias del brujo y los niños con ictericia no se salvan metiéndolos en el buche de una vaca recién inmolada. El camino hacia la libertad transita por la hispanización,»{16}

porque añade inmediatamente: «Irreversible planteamiento, aunque debamos exigir el respeto y la protección de lo que ya nunca podrá enriquecerse», así como Fernández de Castro insiste en que deben salvaguardarse los estudios filológicos sobre el asturiano. Aunque Alvar se precipita en considerar inútil la ciencia de los indios, que al menos en el Amazonas está aún ilustrando a la industria farmacéutica occidental, en consideraciones como esta no alienta sino una verdadera y profunda preocupación tanto por el hombre como por la cultura, más allá de las manifestaciones públicas, las aclamaciones populares y los Dos Minutos de Odio.

Por contra, los funcionarios cebones e inútiles, los asturianistas retrógrados, los racistas canarios, los terroristas vascos, los inquisidores, los nazis y los talibanes comparten un mismo afán: acabar con lo que creen que es diferente a ellos o, más bien, a lo que quieren ser, y callar las voces que les resultan molestas. Cada uno lo hace de una manera distinta, desde obstaculizando y sumiendo en el silencio administrativo gestiones que son ajenas a su persona y su sueldo, al insulto, la difamación, la amenaza, la destrucción de haciendas, los linchamientos, el asesinato y el exterminio. Los hombres sufren más o menos en cada una de estas acciones. La libertad sufre igual en todas.

En este ameno paseo por España hemos contemplado, pues, los dominios de la incompetencia, la intolerancia, el fanatismo, la violencia, y de la más completa y absoluta carencia de sentido de la realidad.

Se ha encontrado como en casa, ¿verdad, Mr. Adams?

Notas

{1} Henry Fielding, Don Quixote in England, Wats, Londres 1734.

{2} James M. Welsh, «Henry Fielding Revisited: Joseph Andrews», en James M. Welsh y John C. Tibbets (eds.), The Cinema of Tony Richardson: Essays and Interviews, SUNY Press, Nueva York 1999, pág. 210.

{3} Joaquín Ortega, «Necrology. Antonio García Solalinde (1892-1937)», en Hispanic Review, 5, 4, octubre de 1937, pág. 350.

{4} Rafael Lapesa, Generaciones y semblanzas de claros varones y gentiles damas que ilustraron la Filología hispánica de nuestro siglo, Real Academia de la Historia, Madrid 1998.

{5} Francisco López Estrada, Introducción a la literatura medieval española, Gredos, Madrid 1966, pág. 154.

{6} Manuel Alvar, «El Dictionary of the Old Spanish Language (DOSL)», en Manuel Alvar (ed.), I Simposio Internacional de Lengua Española (1978, Las Palmas de Gran Canaria), Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria 1981, pág. 50.

{7} Cfr. Laurence Goldstein, «How to Boil a Live Frog»,en Analysis, vol. 60, 2000, págs. 170-178.

{8} Blanca A. Gutiérrez, «Un profesor de Filología denuncia amenazas de tres encapuchados», en La Voz de Asturias, 3 de julio de 2008.

{9} A. J. Ayer, El positivismo lógico, Fondo de Cultura Económica, Madrid 1965, pág. 12.

{10} Cfr. Fernando Báez, Historia universal de la destrucción de libros. De las tablillas sumerias a la guerra de Irak, Destino, Barcelona 2004, pág. 120.

{11} Almudena Sánchez, «El catedrático Maximiano Trapero, agredido por dos jóvenes en Tenerife», en Canarias7.es, 31 de enero de 2006.

{12} José Tomás Bethencourt Benítez, Carta de un Canario a la Iglesia Católica española, en http://elguanche.net/Ficheros/canarioiglesiacatolica.htm.

{13} Cfr. José Mª Bellido Morillas, «Pero… ¿hubo alguna vez una filosofía uralo-altaica?», en Francisco Arenas Dolz/ Luca Giancristofaro/ Paolo Stellino (coords.), Nietzsche y la hermenéutica. Congreso Internacional celebrado en Valencia del 5 al 7 de noviembre de 2007, Nau Llibres, Valencia 2007, II, págs. 675 y ss. Ofrezco allí un estudio de esta secta en el contexto de otras «reconstrucciones» culturales, y recojo allí esta cita y la anterior. El enlace directo es José Francisco Yunes Tagorero, Autocrítica, http://www.canariastelecom.com/personales/benchomo/autocriticajfyt.htm

{14} Ernesto Sábato, Uno y el Universo, Seix-Barral, Barcelona 1998, pág. 88.

{15} Pablo Rodríguez Medina, «La Universidad y el asturiano», en La Nueva España, 15 de julio de 2008.

{16} Manuel Alvar (dir.), Manual de dialectología hispánica, II, El Español de América, Ariel, Barcelona 1996, pág. 12.

 

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