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El Catoblepas, número 78, agosto 2008
  El Catoblepasnúmero 78 • agosto 2008 • página 7
La Buhardilla

El acoso a los dioses en el ocaso del socialismo

Fernando Rodríguez Genovés

A propósito de dos reseñas sobre el libro de Richard Rorty
y Gianni Vattimo, El futuro de la religión{1}

Gianni VattimoZapatero cree

1

Preliminar

Hace alrededor de dos años y medio –por necesidad, más que por azar; como tiene que ser, o mejor, pasar– fui requerido por responsables de dos publicaciones españolas (un periódico de tirada nacional y una revista de pensamiento, cuyas identidades se darán a conocer en el lugar oportuno) a fin de que compusiese la recensión de un libro recién publicado por entonces. El ofrecimiento lo asumí, en primera instancia, por deber profesional y dedicación a un oficio (crítico literario) –amén de la amistad que me unía y une con los solicitantes, que no suplicantes– y no tanto por verdadero interés hacia el texto a examinar, cuya referencia puede encontrarse en la entradilla de esta Buhardilla. Y hago la indicación sobre el motivo de las recensiones, no por una inútil justificación a posteriori sino como una comunicación, advertencia o acaso también un preludio a fortiori. Mi retorno hoy al volumen de marras no remite, en consecuencia, a la acción de quien repite un plato sabroso sino más bien a la de quien vuelve por segunda vez al lugar del crimen.

Y es que, en verdad, algo de delito tiene el libro revisited, firmado al alimón por Richard Rorty y Gianni Vattimo: un delito intelectual de falta de probidad, de mucho fraude y de no poca frivolidad, maneras éstas, por lo demás, repetidas y usuales en dichas celebridades del posmodernismo, el ya fallecido autor norteamericano y el todavía en activo escritor y político italiano. El caso es que la reciente publicación de una de las dos reseñas aludidas (ver sección 2 de esta Buhardilla), me ha dado la oportunidad de releerla, revisando a continuación también la hermana menor (menor por tamaño y por edad; ver la sección 3), comprobando de este modo la rabiosa actualidad de lo que en ellas se contiene.

He aquí la principal motivación que me ha llevado a reunir ambos textos aquí y ahora. Añadiré, en fin, y abundando en lo anterior, que lo que ayer avizoré como el indicio o la sospecha de una metodología filosófica, falaz y farsante, hoy ha adquirido el rango, y no muy honorable, de programa de gobierno socialista en España. A lo de falaz y farsante, se le añaden en esta traslación otros delitos y faltas, otros atentados a la inteligencia y a la libertad de los españoles. El delito, el peligro, aumenta, pues.

Sépase, y hágase saber, que en España, al frente del Ejecutivo, continúa un personaje bastante comprometido que, según confiesa, se ha propuesto nada menos que cambiar la sociedad en que vivimos, nuestras costumbres y tradiciones, nuestra Constitución, nuestras instituciones y nuestro modo de vida. Y a cambiar el mundo mundial, si le dejan y nadie se le resiste. El Presidente José Luis Rodríguez –presidente por accidente en la primera legislatura; reincidente, en la presente– no contento con poner en marcha un cambio de régimen en España (el devenido de la dictadura a la democracia, ¡y aún de las Cortes de Cádiz!), afirma sentirse con fuerzas, y la voluntad general detrás, para rematar la faena iniciada hace más casi un lustro, concentrando ahora las energías en cambiar el modelo de sociedad, las conciencias, las creencias e ideas de los españoles.

Socialismo: la fuerza del cambio; el cambio a la fuerza. Giro político y giro lingüístico socialista: de la democracia a la dictadura. Giro revolucionario de 360 grados.

No digo con esto que nos hallamos ante un filósofo rey, pues de todos es sabido el credo republicano de José Luis Rodríguez (antes tendido por Bambi; hoy como un auténtico Puma del socialismo), así como el oscurantismo, la rusticidad y del progresismo pedestre que profesa. Sí digo, en cambio, que una falange de profesores de filosofía (junto a otros intelectuales y funcionarios, orgánicos y inorgánicos) asesora de mil maneras al jefe, proporcionándole por encargo o por cargo, por todos los medios, y en casi todos los media, ideillas de ocasión, mensajes envasados al vacío y consignas de fácil digestión.

No aludo tan sólo a celebridades del pensamiento, como puedan serlo Philip Pettit, Suso del Toro, Víctor Manuel o Ramoncín. Apunto hacia los anónimos y disciplinados escribas que redactan los informes, las fichas y los resúmenes de urgencia con los que el Presidente que nos quiere… cambiar la vida es capaz (aunque con esfuerzo) de memorizar y repetir «frases hechas», tópicos y hasta parrafadas del género que cito a continuación:

«la política democrática implica deliberación, y la deliberación es de mejor calidad cuando incluye a todas las personas, o asociaciones, que se ven afectadas por un asunto. En la deliberación, escuchando los argumentos de los otros, somos capaces de elevarnos por encima de nuestra perspectiva habitual.»{2}

Así no habla un político. Así hablan determinados zaratustras de las aulas y de los congresos de Filosofía de última generación.

El socialismo español (o mejor, en España) ya no es marxista. Ahora toca ser progresista. Cambiar la sociedad no supone, entonces, atacar la «infraestructura» sino la «superestructura». Asumir el fracaso del socialismo real y el derribo del Muro de Berlín ha sido duro para sus promotores, pero los dirigentes socialistas saben muy bien que hay que renovarse o morir. Ya no es la economía (¡estúpidos!) lo importante, hoy es la moral, la religión, las costumbres, la educación y la cultura, los objetivos a trastornar y revolucionar, para mejor controlar y dominar la sociedad.

El socialismo español, quiero decir, en España, siempre ha supuesto intervención del Estado, federalismo y laicismo; en realidad, corrupción, ruina económica y coerción de la libertad; división entre españoles, secesión y separatismo; sectarismo, dogmatismo y persecución. En esas estamos hoy. Otra vez. O acaso, todo sea una interpretación…

Gianni Vattimo

2

Cristianismo deconstruido{3}

Quienes crean que la «posmodernidad» había pasado a mejor vida y que sus máximos actores han perdido influencia en las sociedades democráticas, tienen en este volumen una oportunidad inmejorable para percatarse de su error, de estar en una equivocada interpretación de los hechos que pasan. El proyecto de deconstrucción cultural (o contracultural) en todos los ámbitos y de demolición de los fundamentos de la realidad que simboliza uno de sus buques insignia –el «pensamiento débil»– demuestra todavía un vigor y una pujanza que contrastan grandemente con la presunta «debilidad» de su talante y de los propósitos que propugna.

Mas no hay aquí contradicción –ni podría haberla, y, de indicarse, tampoco preocuparía a sus maestros y discípulos–, por tratarse de un doctrinario –el «posmoderno»– que niega toda base doctrinal en el pensar; de una corriente de opinión que impugna el principio de realidad, mientras, inconscientemente, disimula la menor referencia al principio del placer; y, en fin, de una filosofía desobediente a la lógica tradicional que no quiere ni oír hablar de los principios de identidad, no contradicción y tercio excluso, pues bajo la «condición posmoderna», la identidad no implica contradicción alguna y cualquier género de exclusión (y no sólo la exclusión de género) está literalmente prohibida, al menos en teoría. Con todo, no nos confundamos de dirección ni filiación.

Se puede ser generoso y dadivoso, altruista y caritativo, como es el intérprete «posmoderno», pero liberal jamás, al ser esto una cosa muy mal vista entre los catedráticos y políticos del ramo.

Interpretación de interpretaciones, todo es Interpretación. El pensamiento «débil» y «posmoderno» constituye un programa ambicioso (casi diría también que postrevolucionario) que supera con éxito toda crítica porque en sus espacios tampoco funciona el principio de falsación, tal es su aversión por los principios en general. Simplemente, tiene explicación para todo, porque todo es opinable.

En la «Era de la Interpretación», que viene a sustituir a la «Era de la Fe» y la «Era de la Razón», la doxa ha substituido a la episteme en orden de legitimidad, quedando así constituida una especie de renovada teoría de los tres estadios, pero en versión antipositivista. El plan general del «posmodernismo», a través de sucesivas ediciones, consiste básicamente en promover travestimientos culturales de los modelos bajo sospecha, sirviéndose para ello de un método elemental: ponerse en el lugar de los modelos señalados y dejar a éstos en expectativa de destino.

La estrategia, aunque presumiblemente renovadora, es muy antigua. Labora para introducirse en el interior de las estructuras tenidas por caducas a fin de «darles la vuelta», por decirlo en términos marxistas o postmarxistas, y adaptarlas, con nueva terminología e imagen, a los nuevos fines pretendidos.

Como saben todos los organismos que en el fondo se sienten débiles (porque lo son), conviene evitar el enfrentamiento directo, «cuerpo a cuerpo», con el adversario superior, ofreciéndose como sustitución otras tácticas más sinuosas, a saber: la paciente labor de zapa que acaba minando las defensas y resistencias del fuerte; el envenenamiento en pequeñas dosis del enemigo; la doblez, el engaño y la estafa; la contumacia, la tenacidad y la repetición.

Pero el arma principal de la deconstrucción es la desmoralización del oponente, una nueva versión de la transvalorización de los valores reducida a la versión pedestre, «débil», del muy ordinario «quítate tú para ponerme yo».

Sin ir más lejos, en la «era posmetafísica», de la que sólo los entendidos se dan por enterados, la razón constituye un ídolo a derribar, pero tal propósito es proclamado nada menos que en nombre de la racionalidad. Gianni Vattimo, por ejemplo, quien no es tan ingenuo de rechazar la racionalidad en su conjunto, acepta, de hecho, la «racionalidad hermenéutica», o sea, aquella que sitúa el debate en el terreno exclusivo de la interpretación, en el que no hay otros hechos que los lingüísticos (p. 20).

Y entiéndase tal desideratum, como un fatum, nunca como un factum. Richard Rorty, por su parte, tampoco tiene nada en contra de la racionalidad, «si se identifica la racionalidad con el esfuerzo por lograr un consenso universal intersubjetivo y la verdad con el desenlace de tal esfuerzo» (p. 58). Y lo que decimos de la razón y la racionalidad, vale lo mismo para otros conceptos en proceso de reconversión o, como digo, de travestimiento cultural: «diálogo», «consenso», «interpretación», «universal», «nihilismo», «democracia» y, en fin, «solidaridad, caridad, ironía», las nociones que aparecen seleccionadas en el subtítulo del libro que comentamos.

Nietzsche

Lo verdaderamente portentoso del caso es que semejante empresa –la «posmoderna»– tome a Nietzsche (en vano) como uno de sus inspiradores, profetas y legitimadores. ¡Justamente Nietzsche, el filósofo que diseccionó con precisión de (buen) cirujano la carnaza del resentimiento, o tal vez precisamente por eso mismo! He aquí una aplicación más del método de travestimiento que acabamos de mostrar como característico del proceder «postmoderno».

La apropiación integral de la filosofía de Nietzsche se consuma de esta manera mediante el maquillaje, retoque y ajuste de unas pocas frases elegidas ad hoc, a propósito de hechos e interpretaciones, con el fin de componer un discurso interrumpido, y que se pretende intempestivo, propio de la nueva Era. Una vez armados los adagios según el guión sustitutorio, son colgados (como una inocentada) en la espalda del solitario de Sils-Maria para que cargue así con la cruz de la «posmodernidad». Nietzsche: ecce homo

En realidad, la divulgación urbi et orbe de un Nietzsche «postmoderno» (se hace con muchísimos otros autores clásicos) se sostiene débilmente merced a las particulares (y muy opinables) interpretaciones de su obra llevadas a cabo, entre otro, por Deleuze, Foucault y el mismo Vattimo. No entraré ahora en disputas sobre citas, verdades por correspondencia (¡a ver quién lleva «razón»!) y cintas de video. Me limito en este punto a poner de manifiesto la impertinencia de determinados juegos de lenguaje a cuenta de un autor –Friedrich Nietzsche–, quien, maestro del aforismo, es convertido indistintamente en guía del nazismo, en feroz antisemita, en líder del situacionismo, en ideólogo del anarcosindicalismo o en adalid del «postmodernismo», y a veces hasta con sucesión de continuidad.

Ocurre una circunstancia u otra, o todas a la vez, según se le antoje al interesado rescatar determinados aforismos de los cientos que escribió el filósofo nacido en Röcken, ciertamente, algunos de ellos muy apetecibles para toda clase faenas de interpretación (recuérdese, empero, la cantidad de literatura garabateada alrededor de la célebre expresión «bestia rubia» que dejó caer en La genealogía de la moral).

Si no hay miramientos a la hora de hacer de Nietzsche el paladín ¡del nihilismo y del «pensamiento débil»!, entonces, ¿cómo puede extrañar que ahora Rorty y Vattimo se esfuercen en reconvertir, travestir o deslocalizar a Dios, y en arremeter sin contemplaciones contra el fundamentalismo en la religión cristiana, pero sólo en la religión cristiana, como si el fundamentalismo cristiano fuese tema de actualidad y hoy, el más preocupante de los fundamentalismos?

Richard Rorty

He aquí el asunto central del libro El futuro de la religión, o cómo hacer pasar al cristianismo por la trituradora del «pensamiento débil» y convertirlo en ariete (y al mismo tiempo víctima) del proyecto deconstructor. He aquí, en fin, en pocos pasos, el proyecto.

Primero, hacer del anterior Creador del mundo, simplemente, coherentemente, un «Dios débil», buscando para su justificación algunos mensajes propios, convenientemente escogidos. Por ejemplo, este de San Pablo: «Cuando soy débil es cuando más fuerte soy» (Corintios, 12, 10). Dios, en la religión del futuro, ya no estará en los Cielos, sino deslocalizado. En la «condición postmoderna», Dios ve disminuir su potencia, o voluntad de poder, hasta un nivel humano, pero acaso demasiado humano, hasta el punto de, en un arrebato de democratismo e igualitarismo atrevidísimo, ser tenido por un ciudadano más, un compañero, un «amigo», siempre en igualdad de derechos y deberes que los demás. Nietzsche, sin duda, trataba a los dioses con mayor respeto que sus presumidos intérpretes.

Segundo, el cristianismo que lo es de «verdad» (no de la manera dogmática, sustancial o metafísica), encabeza en la «Era de la Interpretación» las reivindicaciones más new age. En esta nueva misión, abandona arcaicos y superados objetivos (el misionero y el evangelizador, por ejemplo: «La religión no metafísica es también una religiosidad no misionera», p. 100), para pasar a asumir con fervor, y aun preconizar, el matrimonio de homosexuales, la eutanasia, la fecundación in vitro, el uso de los preservativos, el sacerdocio femenino y todo lo que sea menester con tal de situarse más allá del bien y del mal, o lo que viene a ser lo mismo: más allá del ateismo y el teismo.

Y tercero: el futuro de la religión, según Rorty y Vattimo, pasa por legitimar el expediente debilitador cargándolo a la cuenta del propio cristianismo. Es el propio mensaje cristiano, se dice, el que niega el «principio de realidad» cuando, en boca, otra vez, de Pablo, declara: «Muerte, ¿dónde está tu victoria?» (Corintios, 15, 54-55), y el mismo que bendice la ética del diálogo y la conversación sin límites como fuente de entendimiento, consenso y verdad pragmática, por ejemplo, por medio de esta prédica: «Cuando dos o más estén reunidos en mi nombre, yo estaré con ellos» (Mateo, 18, 20).

Pues bien, diríase que Rorty, Vattimo y el compilador del presente volumen se han reunido en nombre del Dios débil y posmoderno al objeto de decidir acerca de su jubiloso futuro, de su jubileo, y deberemos suponer que Él estuvo allí con ellos, certificando con su presencia y amparo la deconstrucción del cristianismo.

Tal vez por eso dicen lo que dicen con tanta desenvoltura y frescura, porque dan por descontado que con espíritu evangélico siempre serán disculpados o compadecidos: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.» (Lucas, 23, 33-34).

Gianni Vattimo

3

Postcristianismo nihilista{4}

Richard Rorty y Gianni Vattimo son dos autores suficientemente conocidos en el ámbito del pensamiento reinante y notablemente reconocidos por los medios de comunicación del globo. Rorty, filósofo estadounidense, es uno de los máximos representantes del denominado «neopragmatismo americano». Vattimo, filósofo italiano, representa la imagen perfecta o literal del proclamado «pensamiento débil». Aunque cada uno por su parte, ambos soportan solidariamente el peso del movimiento de amplio espectro que se ha dado en llamar «posmodernidad», animador de la cultura en la segunda mitad del pasado siglo y que en el actual aspira a seguir dando que hablar.

Tenemos, pues, a la vista a dos profesores de peso, convocados en el presente volumen con el fin de participar en un menester que les apasiona y en el que, según consenso casi universal, son tenidos, si no autoridades en la materia (calificativo «autoritario» que reprueban), sí, desde luego, auténticos virtuosos: el arte de dialogar. El asunto que en este instante concita su atención, y la nuestra, aborda un debate siempre abierto: el futuro de la religión. Al objeto de que deje de ser una cuestión eterna, los autores proponen realizarla en la historia contemporánea, o sea, debilitarla.

Aunque, por lo general, los autores representativos de estas tendencias neo-post suelen emplearse a fondo en sus discursos a través de un lenguaje sobremanera profundo y abstruso –académicamente muy graduado, políticamente subido de revoluciones y emocionalmente simpático–, no hay ambigüedad ni equívoco alguno en cuanto a las intenciones y propósitos que les mueven.

La condición postmoderna, que por lo visto nos coge sin confesiones, principios ni esencias, anuncia un futuro en el que el «principio de realidad», el «ruinoso realismo» y el «objetivismo» (junto a su corolario, el «autoritarismo»), han quedado sustituidos por nuevo trío de ases: la corrección política, el multiculturalismo y el relativismo.

En nuestros días, el tiempo ha huido. Ahora todo es «evento», si es que hay evento alguno, que todo es discutible. Atrás quedó la «Era de la Fe» y la «Era de la Razón». Hoy vivimos la «Era de la Interpretación», donde nada es lo que parece porque todo se ha vuelto irreconocible, incognoscible. Las cosas ya no existen, en realidad, y de ninguna manera cabe disputar acerca de contenidos cognitivos. Es preciso empezar a acostumbrarse a no sorprenderse de nada…. Por ejemplo, abordando el cristianismo desde perspectivas rompedoras, como aquí se propone.

El resultado es un credo que se «privatiza» y renuncia al universalismo; que trata a Dios, no de Señor, de ser superior, sino simplemente de «amigo» (una relación de igual a igual); que descubre «su verdad» en la disolución del concepto mismo (metafísico) de verdad; y, en suma, que acoge jubiloso el mensaje del nihilismo y de su reconversión como parte de su propio destino.

Según los autores, el cristianismo, como todo (como el Todo) lo demás, tiene que democratizarse. La condición postmoderna así lo impone. Y esto no ha hecho más que empezar. Generalizando mucho, avisa Vattimo que no somos aún «suficientemente nihilistas». ¿Pero esto que quiere decir? El problema principal de este tipo de filosofías neo-post es que se toman a sí mismas demasiado en serio.

Vattimo para declararse en la práctica creyente no practicante, afirma en tono profesoral: «gracias a Dios soy ateo». Luis Buñuel, gran maestro del surrealismo y de una sorna impenitente, expresó hace años este sentimiento con más gracia: «Soy ateo, gracias a Dios». Aunque todo esté sujeto a interpretación, diríase son dos afirmaciones de distinto calado. Y además, el genio de Calanda se limitaba a hacer películas, no a pontificar desde la cátedra y la tribuna.

Rorty afirma no ser creyente y que le parece inútil el diálogo con el Islam, lo cual le lleva a tratar, al menos, la cuestión desde un distanciamiento muy «ironista». Vattimo, en cambio, menos escéptico, dice creer en Dios y en el futuro de la religión, en el socialismo y en el diálogo de civilizaciones, en creer que se cree.

He aquí, con todo, un mensaje nihilista que, aunque irónico, no debería tomarse a broma. Su área de influencia se hace notar en numerosas universidades, en los media, en altas esferas de la política e, incluso, en determinados poderes ejecutivos de países occidentales.

Notas

{1} Richard Rorty/Gianni Vattimo, El futuro de la religión. Solidaridad, caridad, ironía. Santiago Zabala (compilador), Paidós, Barcelona 2006.

{2} Citado por Miquel Morta Perales, «El segundo mandato de Zapatero», Cuadernos de Pensamiento Político, nº 19, Fundación FAES, Madrid, Julio/Septiembre 2008, pág. 151; fuente: Examen a Zapatero de ¡Philip Petit!

{3} «Cristianismo deconstruido» (reseña del libro de Richard Rorty y Gianni Vattimo, El futuro de la religión. Solidaridad, Caridad. Ironía, Paidós, Barcelona 2006), Anthropos. Huellas del conocimiento, coordinador Miguel Ángel Quintana Paz, nº 217, Barcelona, verano 2008, págs, 194-196.

{4} «Poscristianismo nihilista» (reseña del libro de Richard Rorty y Gianni Vattimo, El futuro de la religión. Solidaridad, Caridad. Ironía, Paidós, Barcelona 2006), ABCD las artes y las letras, suplemento cultural del diario ABC, Madrid, nº 710, semana del 18 al 24 de marzo de 2003, pág. 25.

 

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