Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 74, abril 2008
  El Catoblepasnúmero 74 • abril 2008 • página 17
Libros

La intoxicación lingüística

Sigfrido Samet Letichevsky

Sobre el libro de Vicente Romano, La intoxicación lingüística,
El Viejo Topo, 2007

«Que uno oye una frase, una palabra, pero otras mil permanecen ocultas. Que los seres humanos se sirven del lenguaje principalmente para mentir.» J. M. G. Le Clézio, Urania.

«Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil; ambas, en efecto, son formas de la hemiplejia moral.» José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, 1927.

«(…) me afeito la barba; teniendo cuidado tan sólo de que, si me dejo un pelo, no sea gris.» Laurence Sterne, Tristram Shandy.

Estudiar la deformación intencional del lenguaje y su uso en el discurso hipnótico, como hizo Klemperer (ref. 2), pero actualizado y centrado en España, sería tan útil como importante. Lamentablemente, el autor del libro que comentamos, se deslizó hacia la ideología, de manera que no plantea la relación de las palabras con sus referentes sino la de la ideología con la realidad. El evocar asuntos muy diversos estimula la reflexión, lo cual nunca está de más.

Vicente Romano, Catedrático de Comunicación Audiovisual en la Universidad de Sevilla, ha escrito un libro con el título del epígrafe. Es un tema muy importante, ya que la ambigüedad de los lenguajes naturales es a menudo tensada hasta lo inadmisible y casi siempre con fines perversos (sobre todo en publicidad y en el discurso político). Klemperer escribió (ref. 2, pág. 177): «el nazismo fue acogido como el Evangelio, puesto que utilizaba el lenguaje del Evangelio». Y recordemos que el nombre de «Tercer Reich» significa el Paraíso. Alemania nazi y la URSS son los ejemplos que se recuerdan de inmediato. Pero los hay más recientes y cercanos. Por ejemplo, el Gobierno español, se opone a los trasvases. En Barcelona hay una terrible escasez de agua, y la tomarán del Ebro. Eso no es un trasvase: es una «interconexión de cuencas», o una «aportación puntual de agua». La Comunidad Valenciana protesta, porque lo que es bueno para Cataluña, no lo es para ellos. Pero no comprenden que el error es de ellos por insistir en pedir trasvase, cuando deberían exigir interconexión de cuencas. Además cualquier queja deberían dirigirla al Ministerio de Igualdad, que para casos así ha sido creado (supongo). Y hoy la economía no está en crisis, sino en «desaceleración». Aunque Romano da ejemplos de deformación de significados, lo fundamental del libro se dedica a exponer sus creencias político-económicas basadas, pero no del todo, en la vulgata marxista. Parece considerar esas creencias como axiomas que no necesitan demostración ni discusión. Dice algo muy cierto en pág. 129:

«Sin embargo, nada se aprende en la escuela acerca de cómo funciona la economía. La materia más vinculada a nuestros intereses permanece oculta. Y la ignorancia de los maestros en cuestiones económicas suele ser tan grande como la de sus alumnos.»

Por eso vale la pena comentar las ideas económicas que nos ofrece. Dice en pág. 41: «(…) todos nuestros intereses están vinculados a procesos económicos (…)». Sin duda, la información económica es muy valiosa. Y la economía tiene una función importante para todos. Pero parece exagerado decir que todos nuestros intereses están vinculados a procesos económicos. Muchas personas disfrutan de la literatura, de la conversación, del coleccionismo, del canto coral, del arte, &c., sin el menor interés económico. Y la actividad de los empresarios es económica en cuanto al funcionamiento de la empresa, pero la mayoría de ellos, al margen del dinero, disfrutan del poder, del aprecio de los demás, del desafío de solucionar problemas.

En pág. 65 leemos: «Dicen que la tierra, el capital, el trabajo y la publicidad comercial son factores de producción». «Pero el capital no hace nada, ni la tierra, ni el trabajo, ni mucho menos la publicidad comercial. Lo hacen los trabajadores, empleados y algunos empresarios.»

Antiguamente todos los alimentos y materias primas procedían directamente de la tierra o de los animales. En la actualidad, la industria tiene un papel decisivo. Consiste en transformar los productos de la tierra (vegetales, animales y minerales). Puesto que no creamos materia ni la traemos del cosmos, es innegable que la tierra es un factor sine qua non.

«Capital» significa medios de producción (herramientas, máquinas, edificios y dinero para pagar a los trabajadores). Sin capital no hay producción. Y el tercer factor es el trabajo. Los trabajadores son personas y son un factor de producción en tanto que trabajan.

Dice en pág. 73: «De ahí que, por contraposición, el socialismo, que intenta regular la libertad burguesa de comprar y vender, no se considere una sociedad libre, esto es, se repruebe como carente de mercado.»

En la URSS y demás países «socialistas» no se intentó regular la libertad de comprar y vender, sino que empresas y bancos se estatalizaron y el Gobierno establecía los precios. En una sociedad abierta, los precios los fija el mercado, es decir, los consumidores. No se reprueba la falta de mercado desde la moral. Los precios de mercado, al reflejar los gustos y necesidades, orientan la asignación de recursos. La URSS, al no tener mercado libre, no tuvo esa información y esa carencia dio lugar a enormes despilfarros de capital. Todos sabemos que la URSS no se desmoronó por ataques exteriores, sino por su ineficiencia económica.

Vemos en pág. 77: «Pero lo que en realidad significa [«eficiencia»] es reducción de los costes laborales y uso creciente de la tecnología. Esto es, despidos cada vez más frecuentes y numerosos, sueldos cada vez más bajos, empleo cada vez más precario.»

Por supuesto que los empresarios tratan de disminuir todos los costes, incluyendo los laborales. No tienen garantía de éxito, pero si no lo hacen, sucumben a la competencia. La competencia mutua disminuye los precios, fomenta la tecnología y la ciencia. Al aumentar la productividad, disminuye el trabajo humano por unidad de producto. El empresario no tiene ningún interés en «explotar» a los trabajadores*. Su ideal sería una fábrica automática (existen algunas). Estamos en la sociedad del conocimiento y quienes lo han adquirido reciben altos salarios. Pero cada vez hay menos necesidad del esfuerzo físico de personas sin cualificación y, ciertamente, quien sólo puede ofrecer su fuerza, tiene dificultad para encontrar empleo y si lo logra, será con baja remuneración.

Nos dice en pág. 84: «Ha sido considerado Ud. persona no indispensable». La frase significa que los trabajadores no tienen ninguna garantía real de disponer de ingresos seguros (…). Al afirmar que el pleno empleo es una situación ideal y no un derecho, nos engañamos nosotros mismos».

Los trabajadores no tienen ninguna «garantía real de disponer de ingresos seguros». Tampoco la tienen los empresarios; todo depende de su desempeño y de las circunstancias. La empresa no es una entidad de beneficencia ni su objetivo es asegurar la vida y tranquilidad de sus trabajadores. En un Estado de derecho, todos tenemos derechos (y obligaciones). Pero son derechos negativos. Tenemos derecho a trabajar. Eso quiere decir que nadie nos puede impedir trabajar (por el color de nuestra piel, creencias, sexo, &c.) o comprarnos una vivienda. Pero la Constitución no nos suministra empleo ni vivienda. Cada cual los busca en el mercado y se capacita para tener más y mejores posibilidades.

Leemos en pág. 87: «La teoría dice también «el aumento de la demanda eleva los precios». Los precios no los sube la demanda, sino los comerciantes. Estos alzan los precios mientras encuentren compradores».

Un comerciante no puede subir los precios arbitrariamente, porque si lo hiciera, los clientes comprarían a los competidores. La competencia presiona los precios a la baja. Y si de un producto hay mucha demanda, nuevos productores entrarán en ese mercado. Esta es una de las maneras en las que los precios de mercado canalizan las inversiones hacia su empleo más eficiente. Son los compradores los que fijan los precios al aumentar o disminuir la demanda. Si se trata de un producto escaso, la demanda será siempre mayor que la oferta y su precio será alto, como sucede con el oro. O, si fracasa una cosecha, también con los tomates. En el siglo XI comenzó la importación de cereales en gran escala, gracias a la cual tiempo después, desaparecieron las hambrunas.

Marx (ref. 3, pág. 60) cita a Schultz, Bewegung der Produktion, pág. 65: «Por tanto, si un obrero de primera categoría gana actualmente siete veces más que hace cincuenta años y otro de la segunda lo mismo (…)» Quiere mostrar que no tiene sentido promediar los ingresos. Pero también está mostrando el enorme progreso de los trabajadores gracias a las máquinas, que exigen personal más capaz, anticipando la entrada en la «sociedad del conocimiento. En pág. 63 menciona la enorme cantidad de niños que trabajaban en la industria, cosa que ahora no sucede en el primer mundo. En pág. 61: «¿No ejecuta frecuentemente, en la actualidad, un solo obrero en las fábricas algodoneras, gracias a nuevas fuerzas motrices y a máquinas perfeccionadas, el trabajo de 250 a 350 de los antiguos obreros?» Y por eso (pág. 80): «Por término medio los precios de los artículos de algodón han disminuido en Inglaterra desde hace 45 años en 11/12 (…)». Seguramente en el año 2008 la productividad será muchísimo mayor que en 1843. Y todos somos compradores (además de productores).

En ref. 1, pág. 88 leemos: «Toda riqueza es trabajo pasado, efectuado con anterioridad.» Esto no es cierto (lo comentaremos en la próxima cita). Lo que no se consume hoy es ahorro. Los bancos canalizan los ahorros de la población hacia inversiones en cosas necesarias para mañana. Con ese aporte de capital (crédito) las empresas producirán los bienes que la población demandará (y no olvidemos que toda acción hacia necesidades futuras es especulación). Y además implicará más puestos de trabajo.

En pág. 89: «El que alguien sea o no sea explotado depende de si se ve obligado a enriquecer a otros». «Explotación» tiene muchos significados. Los trabajadores esclavos en Kolymá (ex URSS), con el tremendo frió y la mala alimentación, eran explotados hasta la muerte. El concepto marxista de explotación tiene otro significado, pero es inevitable que connote la acepción anterior. Para Adam Smith y para Marx, el valor es el trabajo incorporado por el obrero a materias primas o servicios. Como el empresario gana dinero con la venta de esos productos o servicios, su valor es superior a costo de materias primas más salarios y gastos generales. Esa diferencia, la «plusvalía» es lo que se teoriza que ha sido sustraída a los trabajadores, quienes por eso son «explotados».

Marx escribió (ref. 3, pág. 118): «Un alza forzada de los salarios, prescindiendo de todas las demás dificultades (prescindiendo de que, por tratarse de una anomalía, sólo mediante la fuerza podría ser mantenida), no sería, por tanto, más que una mejor remuneración de los esclavos, y no conquistaría, ni para el trabajador, ni para el trabajo su vocación y su dignidad humanas». Las clases marxistas no son pobres y ricos; se definen por su función en el proceso productivo. Casi todos los empleados de Microsoft son millonarios. Pero como el producto de su trabajo aumenta la riqueza de Bill Gates, para esta teoría económica, son «explotados».

La teoría marxista fue un gran logro intelectual hace 150 años. Pero hace un siglo que Eugen von Böhm-Bawerk refutó su pilar fundamental, la teoría del valor. El oro vale muchísimo más que el trabajo de extraerlo. Si alguien fabrica un producto que requiere mucho trabajo, no por eso lo podrá vender caro. Si no responde a los gustos y necesidades de la gente, nadie lo comprará.

En la Edad Media se llegó a cambiar un libro por un feudo. Ahora son muy baratos (y los periódicos suelen regalar libros y DVD). Es la relación entre oferta y demanda la que establece el valor (que no es una propiedad intrínseca del objeto o servicio). En el siglo XI muchos aventureros pusieron pies en polvorosa. Algunos llegaron muy lejos y comprobaron que en Oriente había frutos desconocidos en Europa y tejidos de gran calidad y bajo precio. Algunos se reunieron, armaron barcos y llevaron esas mercaderías a Europa. Esos viajes tenían numerosos riesgos, entre ellos los piratas. Pero producían beneficios del 1.000%. Pronto pensaron que en vez de llevar las bodegas vacías en el viaje de ida, podían exportar productos europeos a Oriente. Los compraban a los artesanos, a los que después reunieron en un mismo local, que fue el origen de la fábrica. Muchos fueron atraídos por los altos beneficios del comercio a larga distancia. Al aumentar la frecuencia de los viajes, los barcos fueron mejorando en seguridad, capacidad y velocidad, y los gobiernos combatieron la piratería. Al crecer la oferta, los márgenes de beneficio fueron bajando. Pero se mantuvieron en un nivel suficiente para constituir la «acumulación inicial» que fue la base de la industrialización.

Leemos en pág. 103: «He aquí la gran mentira: la ocultación de que en la sociedad libre de mercado existen intereses contrapuestos entre ricos y pobres (…).» Como hemos dicho, los intereses antagónicos, según Marx, no son entre ricos y pobres, sino entre «burgueses» y «proletarios». Este antagonismo no es absoluto, como pretendía Lenin. También hay intereses comunes. El trabajador tiene interés en que la empresa continúe existiendo, para conservar su puesto de trabajo. Si hay posibilidades de ascensos, competiría con sus compañeros. El empresario necesita buenos trabajadores. Y tiene intereses antagónicos con sus competidores (también empresarios). Las «clases» no tienen existencia objetiva; son una manera de clasificar a las personas; no son homogéneas ni estables. La «burguesía» está siendo reemplazada en las Sociedades Anónimas por accionistas, que a menudo son muy numerosos y de nivel económico modesto. El manejo real de las empresas queda en manos de empleados llamados Gerentes y Consejo de Administración.

Los campesinos eran hace dos siglos entre el 80 y 90% de las poblaciones. Hoy, en los principales países industriales, no pasan del 3%. Y el «proletariado» también está en vías de desaparición. Quienes controlan y regulan procesos industriales mediante computadoras ¿son «obreros»? El mundo que Marx intentaba interpretar (y no hablemos de «cambiar» si ni siquiera logramos interpretar adecuadamente), ya no existe.

En pág. 131: «El principio de competitividad se aplica en la enseñanza con la misma dureza que en la economía. Triunfan los que consiguen las mejores notas. Quienes, por cualesquiera razones, son segregados, reciben un «tratamiento especial», expresión prohibida por el mismo Himmler en 1943».

La enseñanza (especialmente la universitaria) es muy costosa. Como no hay infinitas plazas, hay que seleccionar. ¿Cómo debe hacerse? ¿Por la belleza del aspirante, por la riqueza de su familia, o por su inteligencia y voluntad de estudiar? Aprueban los exámenes quienes tienen los conocimientos mínimos necesarios para poder asimilar nuevos y de un nivel superior. La enseñanza existe para que los alumnos aprendan, lo cual requiere esfuerzos, fomentados por la competencia. Cuanto menores sean las exigencias (como sucede en España, que se puede pasar de año debiendo cuatro materias), menos aprenderán, pues el esfuerzo no es generalmente una tendencia espontánea. Esos conocimientos los necesitará en su vida profesional y serán vitales para el país, para que su economía sea competitiva. Los alumnos no son segregados, sino que se segregan si no estudian. Actualmente, en España, se les exige muy poco. Pero aún si en la enseñanza hubiera «dureza», ¿no es exagerado evocar al respecto a Himmler, uno de los mayores criminales de la historia?.

Vemos en pág. 153: «Como se puede apreciar a simple vista, el criterio dominante de la producción capitalista es el valor de cambio, la rentabilidad económica privada, y no el valor de uso, la rentabilidad social, el incremento de la calidad de vida de todos».

El valor de cambio y el valor de uso no son «criterios». Si algo tiene valor de cambio, es precisamente porque tiene valor de uso. Como el comercio beneficia al comerciante, Romano lo opone al interés general. Pero sucede que el comercio beneficia también al comprador. En lugar de ir de caza, despellejar al animal, hacerse zapatos con su piel, fabricarse las herramientas, extraer los minerales, &c., compramos todo esto en una o más tiendas. Con mucho menos esfuerzo logramos así mucha más calidad, cantidad y diversidad. Los comerciantes nos entregan sus productos a cambio de unos papeles que representan nuestro esfuerzo en actividades comerciales, industriales, administrativas, docentes, &c. Es un intercambio, que beneficia tanto a vendedores como compradores. Que son facetas de la misma persona.

Leemos en pág. 47: «La exageración es el umbral de la mentira.»

Y en pág. 12: «Ellos {Hitler y Goebbels} marcaron las pautas para los fundamentalistas actuales, como Bush y la camarilla que rige hoy los destinos del mundo desde las oficinas gubernamentales de Washington y los despachos de sus empresas depredadoras».

La camarilla integrista que gobierna EE.UU. (otras camarillas integristas gobiernan otros países) tiene mucha influencia pero no rige a todo el mundo. ¿Cuáles son las empresas depredadoras? Algunas apoyan al Gobierno y otras no. En Alemania nazi, el poder político sometió a muchas empresas, mientras que los capitalistas ingleses y norteamericanos contribuyeron a su derrota.

En pág. 43 dice: «En este contexto, el hallazgo de la verdad no es una cuestión de exceso o falta de informaciones, sino una cuestión de las fases angustiosas de la conciencia humana».

No logro comprender el significado de este párrafo, como tampoco los siguientes:

pág. 91: «Cada piscina que no se construye se convierte en la mansión de un millonario, en una máquina que produce nuevos envases de margarina o en un anuncio de detergentes con premio.»

Pág. 114: «Millones de personas se manifiestan contra la esclavitud porque sospechan que la violencia física y simbólica contra las personas se acerca a su fin. El capitalismo acelera su disolución en tanto en cuanto pone en el mercado técnico medial, armas de fuego, socialización destructiva.»

Pág. 146: «El objetivo de los comerciantes es hacer dinero. El dinero de los trabajadores se transforma al final en el consumo de los propietarios, en propiedad privada.»

Pág. 153: «De ahí que el ser humano se conciba como consumidor y que la estructura axiológica de esta corriente principal, la mainstream de la que hablan los anglosajones, repercuta en los procesos de socialización.»

Pág. 166: «La ocultación de las fuerzas sociales que ocasionan los desplazamientos invisibles del punto de vista político recuerda a las fuerzas del interior de la tierra que generan los desplazamientos invisibles de los continentes.»

Pág. 184: «En su camino ascendente la evolución cultural humana va del placer al disfrute, y de este a la felicidad.»

Pág. 199: «Hace tiempo que la publicidad comercial, la industria del reclamo, dirige a sus víctimas a través de los sueños.»

Importantes verdades

Romano dice cosas muy ciertas; algunas las he usado como título de los distintos grupos de citas. Veamos otras:

En pág. 48: «(…) el Estado tiene que convencer a la inmensa mayoría de los ciudadanos de la inevitabilidad y virtud de sus acciones mediante la ideología.»

Es muy difícil convencer a la «inmensa mayoría». Pero suele convencerse a un grupo de fanáticos y paralizar al resto por la duda o el terror. Y esto vale tanto para el Estado como para quienes aspiran a ser Estado. El objetivo de las ideologías es contribuir a la toma y mantenimiento del poder. Si la ideología es coherente, quienes la aceptaron verán todo a través de ella, independientemente de la realidad. Muchos alemanes se beneficiaron de los bienes y posiciones de los judíos (muchos eran profesores, abogados, médicos, &c.), pero para no dejar de considerarse «buenas personas», aceptaban la teoría nazi de que los judíos no son seres humanos, sino parásitos que hay que exterminar. No fueron crueles, buscaron el método más rápido e indoloro para matarlos. Toda ideología sirve para diferenciar a nosotros de los otros; los buenos, de los malvados que nos oprimen.

Y en pág. 116: «Nos enseñan que el mal reside siempre en el otro, nunca en uno mismo. Los malos están siempre fuera, en la URSS, Cuba, Yugoslavia, Irak, Venezuela, Bolivia, &c.»

«Como los buenos somos nosotros, quienes tienen que cambiar, por grado o por fuerza, son ellos».

Esta es, a mi parecer, una explicación más acertada y sutil de la ideología. Sin embargo, es difícil entender por qué menciona países en los que ha fracasado una estructura económica inviable y que suelen culpar a otros de su fracaso. La ideología sirve para librarnos de toda responsabilidad. Si el país tiene graves problemas, no es responsabilidad de los ciudadanos (aunque hayan elegido y reelegido a quienes ejercen el Gobierno). Hay que buscar (otros) culpables (Inglaterra, España, EE.UU., el imperialismo, la globalización, el FMI, el BM, el liberalismo). La ideología, además de librarnos de responsabilidad, cohesiona a los «buenos» y acertados contra los «malos» e ignorantes: es una de las bases del nacionalismo.

Pero la ideología tiene también otra función importante: encubre con palabras altisonantes la mezquindad de los hechos. Los políticos populistas compran votos mediante dádivas (aunque comprometan la economía del país), fomentan el odio contra los ricos o los extranjeros. Y quienes los apoyan, es porque tienen «ideas», no es que sean envidiosos**, llenos de odio, ávidos de «beneficios» que debe suministrar el Estado, porque todos tenemos derechos por haber nacido, pero parecería que nadie tiene deberes.

Ref. 4, pág. 217: «Las ideas socialistas sobre los procesos económicos son una recaída en la mentalidad causal colapsante de los pueblos primitivos: el bienestar de otro debe ser la causa de mi sufrimiento o de mi fracaso (todo aquel a quien le van bien las cosas me perjudica»).

«Aquel a quien aguijonea la envidia o el que se siente aquejado por la envidia de otro encuentran su consuelo en el socialismo. (…) Al echar anclas en el ámbito prenacional de la estructura básica del hombre, el socialismo consigue inmunizarse frente a toda refutación lógica o empírica».

Dice en pág. 133: «Sin embargo no existe todavía una definición clara de «terrorismo», aunque todo el mundo cree saber qué es».

Muy cierto; y esa indefinición dificulta la lucha contra el terrorismo. La ambigüedad de los lenguajes naturales es limitada por el contexto. La palabra «radio» tiene varios significados, pero si digo: «el radio emite radiaciones sumamente peligrosas», es evidente que no me refiero a un receptor de radio, ni al hueso de ese nombre, ni a la mitad del diámetro de una circunferencia.

En cambio, con «terrorismo» eso no sucede porque los hablantes, aunque se refieran a hechos similares, los califican según juzguen sus supuestos objetivos. Lo mismo podemos decir de muchas palabras (izquierda, derecha, fascista, progresista, liberal &c.).

Ensayemos una definición: Terrorismo es la violencia al margen de la ley (privación de libertad, torturas o muerte) ejercidas por individuos o grupos con o sin ideología u otros pretextos. Se juzgan hechos criminales, no ideologías (aunque las ideologías conducen a menudo a hechos criminales). Si la violencia ilegal la ejerce el Estado, se llamará «terrorismo de Estado». Muchas acciones terroristas pueden ser indiferenciables de delitos comunes; el objeto de la definición es la separación total entre hechos y creencias.

El asesinato de Heydrich en Checoeslovaquia durante la Segunda Guerra Mundial, fue un acto terrorista. Pero Checoeslovaquia estaba invadida por un Estado terrorista (Alemania nazi). Tal vez sea el único caso en que sea admisible usar métodos terroristas (contra el invasor) allí donde no hay posibilidad alguna de expresión política.

Aún en Alemania nazi, los crímenes más horribles no figuraban en la legislación. Puede imaginarse un Estado terrorista, cuya legislación autorice el asesinato de personas por su raza, color de piel o pertenencia a algún grupo social. Por eso habría que establecer que la privación de ciertos derechos básicos, sobre todo el derecho a la vida, es siempre ilegal.

Leemos en pág. 184: «Admitir la diversidad como valor humanista implica reconocer y defender la pluralidad de necesidades, como ya expuso hace algún tiempo Jan Kotik».

Esto es muy cierto; ya lo había enunciado Isaiah Berlin. Como después menciona «una sociedad abierta» (denominación Popperiana), está claro que cada uno tiene sus objetivos e intereses, es decir que, salvo en tiempo de guerra, no hay «objetivos comunes».

«Para despedazar hipótesis no hay nada mejor que hacer preguntas.» (pág. 83)

Dice en pág. 17: «Información es, pues, una comunicación actual y práctica sobre cosas cuyo conocimiento es relevante, útil».

Con solo tener los ojos y oídos abiertos, recibimos enorme cantidad de información. En principio no sabemos si son útiles o relevantes. Algunas llegan a serlo, la mayoría no. La descripción en «La Ilíada» del escudo de Aquiles (aparte de no ser «actual») ¿no es información, aunque no tenga utilidad alguna?.

En pág. 40: «Si una información es correcta o no depende de si es acorde con nuestro interés».

Si veo en TV un huracán en Texas, ¿no es información correcta aunque no afecte nuestro interés? La noticia de que las FARC no quieren liberar a Ingrid Betancourt, ¿no es información correcta, por dolorosa que sea, y aunque deseamos que lo hagan?

pág. 50: «La fascinación de la violencia responde a la filosofía del éxito social a cualquier precio, del individualismo y egoísmo primitivos frente a la cooperación y la solidaridad propias de la especie humana.»

El hombre prehistórico en su etapa de recolector vivía en grupos reducidos –su familia– que se desplazaba continuamente en busca de alimentos. Las mujeres estaban permanentemente embarazadas y además tenían que ocuparse de los hijos. ¿Podrían esas familias haber sobrevivido si los hombres, que se ocupaban de recolectar alimentos, no los hubieran suministrado a las mujeres y niños? ¿Podrían los hombres haber evitado fieras peligrosas, cazado diversos animales, y haberse defendido (o atacado) en encuentros con otras tribus, sin colaborar entre sí? ¿Podrían seres insolidarios haber creado el lenguaje, creación colectiva y potentísima palanca de progreso? No: creo que el hombre primitivo era muy solidario y cooperante.

El hombre moderno sigue siendo solidario y cooperante, aunque muchas veces parezca que no. La sociedad ha adquirido tal grado de complejidad que las relaciones interpersonales subyacentes al intercambio no son visibles en las relaciones a distancia. Pero diariamente muchas personas colaboran para que podamos tener alimentos, ropa, muebles, &c. Si nos enfermamos, podemos contar con que un médico nos atenderá y que conseguiremos las medicinas para curarnos. El comercio es, aunque nos cueste reconocerlo, la forma más excelsa de solidaridad y cooperación. Sigue habiendo también cierto grado de solidaridad similar a las épocas en que las relaciones eran «cara a cara». Muchas personas van a África y dedican su vida a ayudar a los que sufren. Lamentablemente, a menudo, las ayudas en dinero las manejas gobiernos corruptos y engrosan sus cuentas bancarias o se destinan a comprar armamentos. Los problemas políticos no se arreglan con dinero, y menos sin la colaboración de las poblaciones afectadas. (ref. 5)

En cuanto a la fascinación de la violencia, creo que expresa el odio y crueldad, que en parte es innato, pero la vida social requiere controlarlos.

La solidaridad a ultranza frena el progreso, así como la igualdad a ultranza desintegraría las sociedades. No voy a desarrollar esta idea porque pienso que muchas personas lo han hecho ya.

Leemos en pág. 60: «Con la mundialización introducida por el capitalismo tras el derrumbe del campo socialista a comienzos de los 90 (…).».

La mundialización no tiene una fecha de comienzo determinada, pero, en todo caso, no la inició el capitalismo sino el Imperio Romano (y con beneficios para los habitantes de las tierras ocupadas, a los que se concedió la ciudadanía Romana y mejoró su nivel de vida).Un gran paso posterior fue consecuencia del descubrimiento de América. Después de la 2ª Guerra Mundial, la globalización o mundialización tomó un ritmo imparable. Muchas empresas fueron fundando filiales comerciales y fábricas en diversos lugares de la tierra, buscando ampliar su mercado y otras ventajas. La mundialización es consecuencia de estas acciones. Pero nadie decidió «introducir» la globalización ni se inició esta con el «derrumbe del campo socialista». Y, a propósito: ni la URSS ni los demás integrantes del «campo socialista» se derrumbaron por ataques exteriores. La causa fue, como ya hemos dicho, el indisimulable estancamiento económico (inevitable, pues la falta de mercado impide conocer los precios reales, y sin estos datos es imposible una correcta asignación de recursos y se despilfarra el capital. La mayoría de los socialistas son personas bien intencionadas, pero el socialismo (cuando se logra imponerlo) no funciona. No se debe a la maldad de Lenin, Stalin y Hitler. Al contrario, la crueldad implacable fue un factor importante para mantenerse en el poder

En pág. 85: «»La ley determina que los productores dejen una parte del producto de su trabajo a los propietarios del capital, a los poseedores de los centros de producción».

Que los trabajadores «dejan» una parte a los propietarios, es la base de la teoría marxista del valor, refutada hace un siglo por Eugen von Böhm-Bawerk, como ya hemos dicho. ¿Qué ley lo determina?

Y en pág. 93: «La actuación política persigue conquistar consolidar y ampliar el poder del Estado e imponer y garantizar los intereses dominantes (de clase)».

El Estado influye generalmente en la economía. Cuando es totalitario, llega a someter a todos, empresas incluidas. Los Estados no totalitarios, son sensibles a diversas presiones (no solo de una determinada clase). Necesitan el apoyo electoral de la mayoría. Y también, con vistas al futuro, necesitan inversiones y que las empresas funcionen. Si algún funcionario favorece a alguna empresa perjudicando al interés nacional, comete un delito; no es eso lo habitual.

Luego, en pág. 94: «Casi todos los medios de comunicación están controlados por los ricos o por los representantes del Estado. Los sindicatos apenas pueden hacer nada contra esta presión».

Hace algunas décadas se decían cosas parecidas y con cierta razón. Muchas ideas se difundían boca a boca o mimeografiadas. Hoy día todo cambió. Con Internet todos somos receptores y emisores de información. Muchas personas tienen sus hojas web o blogs, y algunos, con muchos lectores. El blog de Yoani Sánchez, en Cuba, fue visitado en Febrero por 1,2 millones de personas. Claro que para eludir los controles estatales tuvo que hacer muchas maniobras y derroche de ingenio (ref. 6)

No se a qué presión contra los sindicatos se refiere V.R. Los dirigentes sindicales (que tienen sus propios intereses, que no siempre coinciden con los de los trabajadores) publican artículos y cartas en la prensa, que ésta acoge sin problemas. Para muchos «izquierdistas», los obreros son una clase privilegiada*, llamada a conquistar el poder y a terminar con las «clases». Las clases sociales están desapareciendo ante nuestros ojos, pero los trabajadores son personas como las demás y no tienen privilegio ni destino especial alguno.

Leemos en ref. 15, pág. 198: «Golub había pedido información sobre ella, había tratado de encontrar pruebas sobre su origen kulak, pero resultó que era de familia pobre». Y en Ref.8, pág. 78: «A primera vista, el culto al proletariado parece un fenómeno específicamente marxista, pero en realidad tan sólo es una nueva variante de los cultos románticos a los pastores, a los campesinos, a los nobles salvajes del pasado».

Dice en pág. 96 que «La lección que se puede aprender del nazismo es que la gente muy «civilizada» como el pueblo alemán se convierte en asesinos si se las convence de la «justicia» o necesidad de sus acciones».

En Alemania nazi hubo muchos asesinos de judíos, y también los hubo en Lituania, Ucrania y otros países. Pero la mayoría no eran asesinos. Muchos, en las calles, mostraban su simpatía a los que portaban la estrella de David amarilla (ref. 7, pág. 421). Incluso hubo militares y hasta oficiales de las SS que arriesgaron su vida ayudando a judíos. Los nazis no eran sádicos con los judíos; simplemente creían que no eran humanos, sino parásitos, como los piojos. Utilizaron el método más rápido e indoloro para eliminarlos. La gente más mezquina se quedaba con sus bienes y sus puestos (muchos eran comerciantes, ingenieros, médicos, profesores, abogados) eran hipócritas que no juzgaban al Gobierno pero aprovechaban las consecuencias de sus actos. Las creencias nazis acallaban cualquier resto de conciencia.

En pág. 100: «Ideal de emancipación y organización humana todavía vigente a pesar de las deformaciones sufridas por Stalin y otros en la URSS y los países de Europa Oriental tras la 2ª Guerra Mundial».

Que yo sepa, Stalin hizo sufrir a 200 millones de ciudadanos. Los diez a veinte millones (no se sabe con exactitud) que hizo fusilar, dejaron de sufrir. Es cierto que todos los milenarismos resurgen periódicamente y que el comunismo es todavía un ideal. La experiencia demuestra que no se lo puede alcanzar por vía política. Pero probablemente se llegue a una sociedad de abundancia, en la que será imposible diferenciar ocio y negocio, por su desarrollo espontáneo. El nivel de vida está subiendo en todo el mundo, salvo África (ver ref. 5) y las clases sociales se están extinguiendo.

En pág. 106 leemos: «¿Quién no desea la justicia y se opone al terrorismo? (…) Criticar este tipo de afirmaciones es difícil porque está en consonancia con el sentimiento de la mayoría de la gente que quiere la paz, mientras que son muy pocos los que apoyan la guerra».

Muchos practican el terrorismo, incluso a costa de sus vidas. Muchos los apoyan. Y muchos más los toleran en consideración a sus motivaciones (lucha contra la opresión, contra el imperialismo, liberación nacional). Y en cuanto a apoyar a la guerra, no habrá el mismo entusiasmo que hubo en la 1ª Guerra Mundial, a la que los jóvenes iban cantando. Pero Bush, después de meter a su país en el callejón sin salida de Irak, fue reelegido.

Vemos en pág. 110: «Baste recordar las famosas sesiones del Comité Senatorial de Actividades Antiamericanas durante los años de la famosa «caza de brujas», esto es, de artistas, escritores, músicos, cantantes, &c., que discrepaban de la política de su Gobierno y defendían la libertad de creación».

En 1953 muchos creímos que Mc Carthy significaba el comienzo del fascismo en EE.UU. Años antes, cuando le preguntaron al senador Huey Long si creía que alguna vez habría fascismo en EE.UU., respondió: «Claro que tendremos fascismo en EE.UU., pero lo llamaremos democracia». Pero no fue así, porque en 1954 el senador Mc Carthy fue desenmascarado, lo que significó el fin de su carrera política y murió siendo un alcohólico en 1957. ¿Quién lo desenmascaró?: El Ejército de los EE.UU. (ref. 9 )

Por otra parte, entre los artistas, escritores, &c., había realmente una gran influencia de los agentes de Stalin, dirigidos por el famoso Münzenberg (ver ref. 10).

En pág. 128: «»Por Internet circulan ofertas de diplomas digitales y títulos universitarios, incluido el de doctor, que no requieren siquiera certificados de selectividad ni de haber terminado la enseñanza secundaria. Tan solo hay que pagar el importe correspondiente y se recibe el título deseado. A estos niveles de degradación ha llegado la mercantilización de la enseñanza».

Antes de Internet, en revistas norteamericanas, había también anuncios ofreciendo cualquier título. En España se venden affiches con dibujos de toros, en los que imprimen el nombre que uno desee. Naturalmente, esto no es más que una broma. Supongo que muchos de los que compran diplomas lo harán también como una broma, o tal vez sean narcisistas que quieren aparentar ante sus relaciones. Si alguien pretendiera ejercer de médico con tales diplomas, sería un delincuente.

Tal vez la Justicia debería analizar el asunto y establecer si la fabricación de títulos es o no un delito. Pero creo que lo más importante es que este asunto nada tiene que ver con la «mercantilización de la enseñanza».

Leemos en pág. 140: «El mundo se horroriza con las torturas de los campos de concentración nazis, de Abu Grahib, Guantánamo y las que van saliendo cada día. Pero conviene recordar que la era de la tortura se inició en 1934 en Asturias, efectuada por el general F. Franco».

Es verdad que pensar en los campos de concentración nos horroriza. Es curioso que mencione a los nazis y no a sus maestros soviéticos, que no sólo inventaron los campos de concentración, sino que superaron a los nazis en número de asesinatos. La era de la tortura se inició hace siglos; basta recordar lo que fue la Inquisición. En 1934, anarquistas y socialistas se sublevaron contra la República. Ese fue realmente el comienzo de la guerra civil. Franco aplastó la sublevación por orden del Gobierno de la República. Sin embargo, rechazó tres veces invitaciones a sumarse a alzamientos militares. En 1936 la República llegó a un estado caótico (debido a la acción de los izquierdistas) (ref. 11 ). Ante el asesinato de Calvo Sotelo («líder de la derecha», que estaba más a la izquierda que los izquierdistas actuales* (ref. 12) se sumó al alzamiento iniciado por el general Mola.

En ref. 13 Ignacio Sotelo escribió: «Las consideraciones críticas sobre el marxismo que aporta Calvo Sotelo, recopilando las opiniones de la derecha europea de entonces, parecen hoy obvias hasta para la izquierda más recalcitrante, a la vez que la propuesta que hace de un capitalismo controlado por el Estado supera por la izquierda ampliamente las posiciones actuales de socialistas y sindicalistas. (…) los noventa han supuesto el giro más contundente hacia la derecha de las que mantuvo la misma derecha en los años treinta».

En pág. 157 leemos: «Como se sabe, la cultura de un pueblo depende de a quien pertenezcan los medios de producción».

«(…) Relaciones más democráticas son aquellas en las que se amplía el número de personas capaces de exponer e imponer sus intereses e intenciones».

V.R. no dice por qué cree que hay relación entre la cultura y la propiedad. En la misma época, Shakespeare y Cervantes surgieron como faros de cultura aún no superados. En Rusia, hubo muchos más altos exponentes bajo el zarismo que bajo el «socialismo». Y aunque había muchos analfabetos, los campesinos se reunían con un lector y se aprendían de memoria páginas de Tolstoy y Dostoyevsky.

¿Es democrático «imponer sus intereses e intenciones»? Creo que en democracia hay un margen de libertad que permite que cada cual defienda sus propios intereses sin imponérselos a nadie. (Por supuesto, en el marco de la ley).

Dice en pág. 158: «La peligrosidad de las palabras radica en su fuerza de convicción, que se deriva de su concordancia con la realidad».

¿Creerá Romano que los discursos de Hitler y Stalin concordaban con la realidad». No fue así y eso no importó a sus seguidores. Bastaba con que tuvieran coherencia interna para que sirvieran para canalizar el odio y la envidia. (Sospecho que el odio a los judíos se debía a que los alemanes se consideraban el verdadero «pueblo elegido»).

Leemos en pág. 161: «La belleza de un texto y el placer de su lectura se derivan de su utilidad. La fealdad reside en lo superfluo, lo impreciso, lo incomprensible, lo falso».

¿Qué «utilidad» tiene la lectura del Quijote o del «Rey Lear»?

Juan Manuel de Prada escribió (ref. 14): «Y es que las parábolas de Jesús son lenguaje poético. La poesía sugiere, despierta ecos y resonancias que el lenguaje racionalista no puede suscitar en nosotros; logra, mediante intuiciones, hacer presente una realidad inefable que el lenguaje común sólo consigue enunciar pálidamente. Y, lo que es más importante, la poesía puede llegar al corazón del sabio y al corazón del iletrado, porque su fuerza conmovedora actúa reveladoramente».

Finalmente, en pág. 163: «La verdad es concreta, no vaga».

Las afirmaciones acerca de la realidad, suelen ser concretas, aunque a menudo falsas, como bien sabe la Policía de los testimonios. También en la ciencia ha habido creencias que hoy consideraríamos disparatadas, pero que constituyeron progresos por contener algo de verdad. (ref. 16, pág. 197, 207 y 221). Finlay señaló la relación entre los mosquitos y el paludismo. La había, pero los mosquitos no eran los causantes del paludismo. Sin embargo fue un descubrimiento útil, ya que eliminando los mosquitos, desaparece el paludismo. Después se descubrió el microorganismo que lo produce. Pero sólo mediante la biología molecular puede saberse cómo lo producen. Cada descubrimiento es un paso hacia la verdad. Pero no sabemos si existe una Verdad final y, si existiera, si hemos llegado a ella.

Bibliografía

(1) Vicente Romano, La intoxicación lingüística, El Viejo Topo (2007).

(2) Viktor Klemperer, LTI. La lengua del Tercer Reich (1946), Ed. Minúscula (2001).

(3) Karl Marx, Manuscritos de economía y filosofía (1844), Alianza Editorial (2007).

(4) Helmut Schoek, La envidia y la sociedad (1968), Unión Editorial (1983).

(5) Juan Avilés, «El club de la miseria», comentario al libro de Paul Collier, El Cultural, 10-16 abril 2008.

(6a) Las autoridades cubanas intervienen un blog crítico con el régimen. ABC, 25 marzo 2008.

(6b) Aún no sentimos la Cuba de Raúl porque la sombra de Fidel se proyecta en demasía. ABC, 26 marzo 2008.

(7) Eric A. Jonson, El terror nazi (2000), Paidós Ibérica (2002).

(8) Arthur Koestler, En busca de la utopía (1980), Kairós (1982).

(9a) Thomas Doherty, «Point of order!», History Today (Agosto 1998)

(9b) «John G. Adams, el consejero militar que se enfrentó al senador McCarthy», El País, 13 julio 2003.

(10) Stephen Koch, El fin de la inocencia (1994), Tusquets (1997).

(11a) Santos Juliá, «Todo empezó un 17 de Julio», El País, 18 julio 2006.

(11b) Gabriel Cardona, «Los generales asumieron todo el poder», El País, 18 julio 2006.

(12) Luis Pio Moa, 1934: Comienza la Guerra Civil, Áltera (2004).

(13a) José Calvo Sotelo, El capitalismo contemporáneo y su evolución (1935), Cultura Española, Valladolid 1938.

(13b) Ignacio Sotelo, «La derecha de ayer y de hoy», El País, 27 julio 1996.

(14) Juan Manuel de Prada, «El Poeta Jesús», Semanal ABC, 23-29 marzo 2008.

(15) Vasili Grossman, Vida y Destino, Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores (2007).

(16) Stephen Jay Gould, Acabo de llegar, Crítica (2003).

 

El Catoblepas
© 2008 nodulo.org