Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 73, marzo 2008
  El Catoblepasnúmero 73 • marzo 2008 • página 7
La Buhardilla

Ética y parsimonia (y 2)

Fernando Rodríguez Genovés

Segunda y última parte del ensayo sobre la naturaleza y los efectos de la quietud y la inquietud en la ética

El hombre de Vitruvio según Leonardo

3

Cartografía de la moral: el aquí y el allá

Para la ética del contento, vivir contenido –esto es, en el continente de ética– comporta una dualidad topográfica –simbólica, conceptualmente hablando– en la cartografía de la moral, que podría describirse en los siguientes términos. En primer lugar, nuestra vida, la de cada uno, está distinguida por un aquí continental y estable, en donde vivir no representa tan sólo un hecho biológico, sino, sobre todo, la expresión de bienestar y plena humanidad. En segundo lugar, advertimos un allá excéntrico, la existencia a la deriva del ser desplazado, en donde impera lo ajeno, y donde, asimismo, reinan la estricta –no la cultural– alteridad, la bestialidad y la divinidad, maneras que seducen y fascinan (también arrastran) al hombre por lo que en ellas se intuye de otro, y aun de transhumanidad, extrañamiento y anomalía (tal es la acción que desde antaño se asigna a los ojos del basilisco o a la mirada divina: fascinan y petrifican), pero que no le convienen.

En el continente de la ética tiene más sentido la movilidad que la fijeza. Por este motivo decimos que la continencia moral, aunque pueda parecer lo contrario, remite a la tendencia activa y no a la conformidad pasiva. Puede uno resistir a las pasiones por un simple dejarse llevar, mas por lo mismo también aboca a ellas. Sin embargo, aunque la resistencia moral es superior a la vulnerabilidad o a la flaqueza, no por ello la tenemos por suficiente, debido a lo frágil y quebradizo de su fundamento, a la raíz pusilánime en que se asienta. Tal vez por ello advertimos tanto apresuramiento como debilidad en los incontinentes: en un caso, porque deliberan poco, en el otro, porque deliberan demasiado rápido. Por lo primero, acaba el individuo siendo víctima de la molicie; por lo segundo, del arrebato.

Por contraste con la apática resistencia, que suele conducir a la severidad en las costumbres, merece mayor consideración la continencia moral. La continencia moral–la mesura, pero también la sobriedad, nunca la abstinencia– es la base y la condición de nuestra conservación y mejoramiento vital.

Para hacer del mundo un lugar habitable es preciso civilizarlo, domesticarlo; por ejemplo, edificando nuestra propia casa en la ciudad o bien en la cima resplandeciente de la colina, según ha propugnado el espíritu pionero y colono{1}. Para dicha empresa, el ser humano dispone, en primera instancia, de un instrumento material, la técnica, por la que llega a ser capaz de avenirse y acomodarse en el mundo, y, en segundo lugar, de una fuerza interior, la moral, por la que es capaz de cuidar de sí mismo, de dominarse. He aquí la importante vinculación de la moral con la morada del hombre, que viene marcada y reiteradamente consignada por su raíz etimológica.

La ética del contento, como ideal de mantener y conservar, no es incompatible, entonces, con el propósito de superación, pero sí con el de conquista. El individuo busca lo mejor para sí mismo, para así mantenerse y mejorarse dentro de las posibilidades que lo contienen, que es asegurar su continente y conservarlo libre, en buen estado. La perspectiva de la mejora moral, ya lo vio Spinoza, no es nada extraordinario ni fenomenal, sino algo natural –lo más natural– en el ser humano, aunque, desgraciadamente, se trate de una capacidad, por lo común, poco desarrollada por los sujetos.

Ocurre que la mayoría de los hombres viven por debajo de sus posibilidades, pasan la vida cegados por el miedo y la esperanza, practican una «ética mínima» a modo de moral, o manual, de supervivencia, se embriagan con la desazón y la queja. Nada, entonces, como pensaba Spinoza, puede haber más antinatural que el descontento:

Pues, es evidente que ninguna cosa podría tender, por su propia naturaleza, a su propia aniquilación, sino que, al contrario, cada cosa tiene en sí misma un conato de garantizar su propio estado y de mejorarlo. (KV, I, 5) [1].{2}

En el continente de ética encuentra el hombre, en primera instancia, todo aquello que moralmente necesita para hacerse a sí mismo, «la tranquila alegría de encontrarse en casa propia»{3}, cuando se hace del mundo un mundo común gobernado por las leyes de la naturaleza y del hombre, y donde los individuos pueden protegerse, en última instancia, de intemperancias, turbulencias e incontinencias, cuando le urge, cuando precisa de una recuperación, o sencillamente porque se le antoja. Por esta razón, no le mueven en su quehacer anhelos desesperados o afanes de conquista, de anexionarse nuevos territorios, nuevos continentes que probablemente no podría controlar ni contener. Pero, no olvidemos este detalle, tampoco desea ser conquistado ni anexionado por otros...

El autor con la Spinozahuis en La Haya al fondo

El auténtico bienestar significa poder lograr la tranquilidad allí donde uno se halle, en lugar de estarse quieto en cualquier sitio, esté uno donde esté.

La ética del contento, está dicho y repetido, propugna una moral activa (aunque no activista) y no pasiva (pero sí contenida), en la que la felicidad y el goce no estén reñidos con la acción. Debemos estar, sin embargo, atentos para que la recusación de la quietud no conlleve la invocación de la inquietud, que no sería su contrario positivo o su alternativa sino algo peor, su reacción adversa, una huida hacia delante, su extremo opuesto, el vicio por exceso que evidencia su defecto.

Entre la apatía ciega y la pasión cegadora, es posible concebir un espacio intermedio conciliador y efectivo: un feliz medio contenido (como preconiza el estoicismo activo), mejor que un justo medio equilibrado por el ansia de neutralidad (como sostendría el aristotelismo de balanza).

Pascal

4

Pascal se recoge en la habitación del descontento

Los pensamientos de Pascal, grandes y poderosos en tantos aspectos, reflejan, sin embargo, el fracaso en el entendimiento de nuestro asunto. El hombre para Pascal –también para Kierkegaard– es, básicamente, un ángel caído, un ser desnortado y sufriente que sólo puede hallar el sosiego y la paz interior en su comunión con Jesucristo y en la transición desde la práctica de la moralidad –medio– hasta la religiosidad, la experiencia religiosa –fin–. La condición miserable y desdichada del hombre proviene, en el sentir y el entender pascalianos, del hecho de haber perdido su lugar, instalándose, como consecuencia, en la conciencia (desgraciada) del paraíso perdido.

Semejante circunstancia sombría conforma un triste escenario vital (Pensées, § 22):

Condición del hombre.
Inconstancia, aburrimiento, inquietud{4}

No es posible recuperar la región depuesta, porque desde el pecado todo terreno es suelo baldío, tierra quemada. Ni cabe esperar tampoco un paraíso terrenal, el cual no sería más que una contradicción en los términos. «No en el espacio debo yo buscar ni dignidad, sino en el arreglo de mi entendimiento.»{5}

Y dicho esto, se pone Pascal a pensar muy seriamente, llegando poco después a un notable hallazgo. Descartes ya había delineado el alma humana como Res cogitans. Pues bien, Pascal describe ahora al hombre como un junco que piensa (Pensées, § 186):

El hombre no es sino un caña, la más frágil de la naturaleza, pero una caña que piensa. [...] Esforcémonos, pues en pensar bien: he aquí el principio de la moral{6}

El hombre queda de este modo definido, entendido, como un ser débil y miserable, corrupto y corrompido, al que sólo le cabe una solución en la vida: quedarse solo y estarse quieto. Desgajando el alma del cuerpo del ser humano, experimentándose a sí mismo, Pascal procede a la escisión de sí mismo (como también hizo, por cierto, Descartes), porque las emociones y las tentaciones –las pasiones– le arrastran en una dirección (el mal), y las reflexiones –los pensamientos–, en otra (el bien).

¿Qué es el Hombre? Respuesta pascaliana: un ser miserable. ¿Qué debe hacer? No hacer nada. Quedarse inmóvil (Pensées, § 126):

he dicho a menudo que la mayor desgracia de los hombres viene de una sola cosa, que es el no saber permanecer tranquilamente en su recinto. Un hombre que tiene lo bastante para vivir, si supiese permanecer en casa con gusto, no saldría de ella para echarse a la mar o para sitiar una plaza{7}

5

Calma, lentitud y dominio dominado

Sería inadecuado suponer a la vista de lo aquí expuesto, que la ética del contento promulga o promociona una moral quietista y inactiva, recluida y aun autista, en la que somos seducidos por el ansia interna (e internada) característica de Pascal, quien, ciertamente, defiende un doctrina animada (porque procede del alma), pero no por ello menos exánime.

Hablamos, por consiguiente, del continente de ética no como un área de clausura de donde no se sale jamás, sino de un dominio dominado, de un ámbito logrado merced al ejercicio, de una propiedad más que una heredad, de una posesión que a está a nuestro cuidado personal. De un territorio, en fin, del que se sale para navegar y conocer el mundo –no para sitiarlo ni conquistarlo–, necesitando para ello estar capacitado y bien dispuesto, pre-parado. Hablamos, sobre todo, de un lugar, de un continente, reconocido como propio, y a dónde uno sabe volver para reestablecerse, para reponerse.

Una aplicación o extensión de nuestra idea de la parsimonia como contención y prudencia en el actuar, puede asimismo comprobarse en el ámbito de las artes. En el recorrido calmoso llevado a cabo por Pierre Sansot sobre la lentitud, inspecciona el autor variados dominios intelectuales y artísticos del hombre, señalando lo que la parsimonia puede tener de beneficioso en ellos. Y, ciertamente, no es poca cosa.

Cuando refiere, por ejemplo, la disposición del artista y del escritor ante la obra a realizar, subraya la importancia de su preparación previa, la cual no comporta meramente el apresto técnico, sino también una «búsqueda espiritual», una pre-creación interior, anterior a la creación definitiva, un preparativo sosegado que en ocasiones puede dilatarse toda una vida. La obra de arte, afirma, es fruto de una larga paciencia y sólo deviene tras un prolongado silencio. ¿Qué ocurre entonces, durante ese prólogo de construcción, puertas adentro? Respuesta:

tendremos que admitir que el artista debe velar por su ser: antes de acceder a lo esencial, se dejará arrastrar por todo tipo de turbulencias encantadoras que, por su movimiento y por su alegría, tienen algo que ver con el arte.{8}

Movimiento y alegría en el arte. ¿Por qué no también en la ética?

Notas

{1} «Los colonos que crean una colonia tienen un impacto decisivo y duradero sobre la cultura y las instituciones de esa sociedad. Son, en palabras del historiador John Porter, un grupo “constituyente”, que “como propietario efectivo [de dicha sociedad], es quien más voz tiene” en la evolución subsiguiente de la misma. El geógrafo cultural Wilbur Zelinsky ha bautizado ese fenómeno como la “doctrina del primer asentamiento efectivo”» Véase Samuel P. Huntington, ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense, Paidós, Barcelona 2004, pág. 65.

{2} B. Spinoza Tratado breve, traducción de Atilano Domínguez, Alianza, Madrid 1990, pág. 84.

{3} Remo Bodei, Geometría de las pasiones. Miedo, esperanza, felicidad: filosofía y uso político, traducción de Isidoro Rosas, Fondo de Cultura Económica, México 1995, pág. 344.

{4} Blaise Pascal, Pensées. Édition de Michel Le Guern, Gallimard, París 2002, pág. 72. («Condition de l´homme. Inconstance, ennui, inquiétude»).

{5} Ibíd., pág. 139

{6} «L´homme n´est qu´un roseau, le plus faible de la nature, mais c´est un roseau pensant. [...]
»Travaillons donc à bien penser: voilà le principe de la morale.» (P. Pascal: 161).

{7} «j´ai dit souvent que tout le malheur des hommes vient d´une seule chose, qui est de ne savoir pas demeurer en repos dans une chambre. Un homme qui a assez de bien pour vivre, s´il savait demeurer chez soi avec plaisir, n´en n´achèterait pas pou aller sur la mer ou au siège d´une place.» (Pascal, ibíd., pág. 118).

{8} Pierre Sansot, Del buen uso de la lentitud. Traducción de M. Corral y J-M. Pikias, Tusquets, Barcelona 1999, pág. 90 (la cursiva es nuestra).

 

El Catoblepas
© 2008 nodulo.org