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El Catoblepas, número 72, febrero 2008
  El Catoblepasnúmero 72 • febrero 2008 • página 19
Libros

La fe del ateo iluminada

Iván Vélez

A propósito del libro de Gustavo Bueno,
La fe del ateo, Temas de Hoy, Madrid 2007

Gustavo Bueno, La fe del ateo, Temas de Hoy, Madrid 2007, 382 páginas Gustavo Bueno acaba de publicar La fe del ateo (Temas de Hoy, Madrid 2007), obra que podemos emparentar con una larga serie de trabajos a través de los cuales se ha ido abriendo paso la filosofía de la religión del filósofo español. Entre las obras que preceden al nuevo libro debemos citar principalmente Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la religión y El animal divino, a los cuales podríamos añadir el ensayo Los valores de lo sagrado (Universidad de León, 2001).

Las reacciones a la aparición del libro no se han hecho esperar, algunas de las cuales se pueden leer en esta misma revista. Aclararemos además que no es nuestro propósito realizar un análisis exhaustivo de La fe del ateo, doctores tiene el materialismo filosófico que lo sabrán hacer mejor y con una mayor profundidad que la que nosotros pudiéramos aportar en este breve trabajo{1}.

En nuestro caso nos limitaremos a dar una simple pincelada, a realizar una iluminación de dicha obra entendiendo la palabra iluminación no como un destello revelador procedente de un ente incorpóreo, sino precisamente ateniéndonos a lo que por iluminación se ha entendido cuando de ilustrar un libro en la Antigüedad se trataba. Iluminado está el Liber Testamentorum que se conserva en la Catedral de Oviedo desde el siglo XII, es decir, repleto de miniaturas que tratan de esclarecer el texto, de ilustrarlo mediante llamativos colores. Iluminar su obra Nadja pretendía también André Bretón por medio de 44 fotografías con el fin de suprimir las descripciones del texto, algo que trataba de evitar aquel que definió su movimiento vanguardista como «puro automatismo psíquico».

Regresando al terreno religioso, en los antiguos templos cristianos se llevó a cabo una importante hibridación entre escultura de bulto y relato, la que constituyen los capiteles historiados, que abandonando el geometrismo clásico, incluyeron figuras y escenas con fines didácticos. El mismo Bueno nos habla de estas cuestiones en su libro valiéndose de las palabras de San Gregorio:

«San Gregorio, tomando posiciones ante algunos sacerdotes occidentales que habían destruido imágenes y cuadros, afirmó que “las obras de arte tienen pleno derecho de existir, pues su fin no es ser adoradas por los fieles, sino enseñar a los ignorantes”.»{2}

En nuestro caso elegiremos la obra de Dostoievski Los hermanos Karamazov para iluminar un fragmento del libro de Bueno, en concreto este párrafo:

«Y así, mientras que hay hombres que mueren “en olor de santidad” (el perfume fragante y suave que desprenden los cadáveres de los santos, con frecuencia incorruptos), hay también hombres cuyos cadáveres despiden un olor nauseabundo e insoportable, un hedor que se identifica en algunos pueblos con los vampiros, símbolos del mal.»{3}

Si La fe del ateo constituye una obra que en trabazón con las anteriormente citadas desarrolla la filosofía materialista de la religión, Los hermanos Karamazov también estará entretejida con otros libros del escritor ruso, sobre todo, creemos, con Crimen y castigo. Y ello no sólo por la evidente unidad estilística que suelen tener las obras de un mismo autor, sino porque además, en el caso de Dostoievski, estas novelas plantean numerosos conflictos morales, éticos y religiosos, conflictos que también se analizan con profusión en el libro de Bueno.

Es evidente que Dostoievski carece de una filosofía de la religión formulada de modo explícito, no obstante los conocimientos mundanos que sobre tales asuntos atesora, le son suficientes para escribir obras cuya repercusión sigue vigente en la actualidad hasta mantener su figura entre los más ilustres escritores de la historia de la literatura.

Las razones que nos han movido a relacionar ambos libros pueden ser explicadas mediante el célebre episodio que tiene por protagonista al gran orador griego Antifón, el cual, frente a la objeción de un dramático pedante que le reprochaba: «¿Cómo te atreves a hablar en público sin saber definir la metonimia?», respondió: «No sé definirla, pero escucha mi discurso y encontrarás muchas». En nuestro caso, Dostoievski a la pregunta «¿Cómo te atreves a hablar en público de categorías religiosas sin saber definirlas?», bien podría haber respondido «No sé definirlas, pero escucha mi discurso y encontrarás muchas».

Detengámonos en un ejemplo de lo que acabamos de referir. En el libro de Bueno queda clara la dificultad de definir el ateísmo, pues éste, entre otros problemas que plantea, carece de univocidad. El escritor ruso, sin embargo, poniendo en boca de uno de sus personajes la palabra ateo, permite establecer una primera delimitación, una conexión precisamente entre ateísmo, materialismo y mal. Será el stárets Zosima el que diga:

«No odiéis a los ateos, a quienes enseñan el mal, a los materialistas, ni siquiera a los malos, por no hablar de los buenos, pues también entre ellos hay mucha gente buena, sobre todo en nuestros tiempos.»{4}

El ateísmo será también uno de los principales atributos de Iván Karamazov, quien pronuncia las célebres palabras «si Dios no existiera todo estaría permitido», frase que también aparece hacia el final de La fe del ateo. Dicha sentencia merece el comentario de Bueno, que la emplea para lanzar una dura crítica contra aquellos ateos que lo serán sólo en función de la negación de un Dios con las características que presenta en las religiones terciarias, es decir, cuando este Dios es omnisciente y todopoderoso:

«Es insostenible, por ejemplo, la posición de quienes, en nombre del ateísmo, toman la sentencia que Dostoyevski pone en boca de uno de los personajes centrales de Los hermanos Karamazov: “Si Dios no existiera todo estaría permitido”, concluyendo, por tanto, que todo está permitido, incluso en las religiones, por ejemplo, juzgándolas como absolutamente separadas de toda verdad. Pero la sentencia de Dostoievski es incompatible con el materialismo, puesto que ella presupone que sólo de Dios podría derivarse cualquier conexión necesaria o determinista, por ejemplo, la determinación de las pretensiones de verdad de las religiones.»{5}

Lo que queremos decir es que en Los hermanos Karamazov no encontraremos una definición precisa de santidad, pero si hallaremos numerosas cualidades y características que podrían ayudarnos a delimitar tal figura sagrada que en la obra de Bueno podemos advertir con mayor claridad. Éstas y otras parecidas razones, son acaso las que hayan movido al propio Bueno a conectar su libro con el de Dostoievski, en la página 204, donde se sirve de la conversación que mantienen Jesús y un inquisidor durante un auto de fe situado en Sevilla para ilustrar la actitud evasionista de la religión con respecto a la economía.

Tras estas consideraciones regresemos a nuestro ejemplo. En el primer capítulo, La religión y los valores de lo sagrado, los ejes del espacio antropológico sirven para clasificar dichos valores. Grosso modo los fetiches estarían adscritos al eje radial, los númenes al angular y los santos al circular. Ejemplos abundantísimos de estos valores encontramos en la primera parte de Los hermanos Karamazov, pues la acción gira en gran medida alrededor del eremitorio en el cual trata de ingresar el menor de los hermanos, Alexei Karamazov. Aliosha venera al stárets Zosima, hombre próximo a la santidad a quien Dostoievski describe con todos los atributos de semejante figura. No obstante, ello no impide que otras figuras de rasgos ascéticos se le contrapongan dentro de su propio cenobio, en lo que podríamos pensar que constituye una tabla de características de santidad que pueden servirnos para la clasificación de semejantes hombres. En concreto a Zosima, acostumbrado a practicar confesiones y a hablar y actuar públicamente dentro de su congregación, tiene, entre otros defectos, cierta debilidad por los dulces que los fieles le regalan. En contraste con este pequeño desliz hedonista aparecerá el monje Ferapont, gran ayunador y observador del voto de silencio que además ni siquiera acude a la iglesia, teniendo su vivienda en el colmenar del eremitorio.

En la descripción de esta atmósfera, Dostoievski no ahorrará ejemplos de los tres tipos de valores de lo sagrado. Los iconos y crucifijos aparecen por doquier, así como la figura numinosa de Jesucristo que en ellos se representa. Podríamos también hablar del creciente peso que los ejes circular y angular han ido ganando en el desarrollo de las religiones terciarias, algo que en una novela del siglo XIX queda patente, pues en ella las relaciones con animales y númenes son bastante exiguas. En Crimen y castigo, sin embargo, encontraríamos algún componente angular, en concreto el pasaje en el que es azotado hasta la muerte por su ebrio dueño un caballo que tira de un carro. Por lo que respecta al espacio ocupado por aspectos morales y éticos, sirva como ejemplo dentro de esa misma obra la figura de su protagonista, el asesino Raskolnikov. Pero lo que aquí nos interesa es, regresando a Los hermanos Karamazov, ver cómo se acopla la teoría de lo santo unido a lo oloroso, con la narración de referencia.

Es el caso que cuando finalmente Zosima, tras numerosos consejos y exhortaciones dirigidas a Alexei y al resto de monjes, fallece, comienza todo un ceremonial que concluirá con su enterramiento. El ceremonial mortuorio consiste en un conjunto de prácticas pautadas, cerradas, que incluyen el lavado del cadáver, es decir, la referencia a los olores, a la limpieza del cuerpo ligada con la del alma. En la página 507 podemos leer lo siguiente:

«Cuando un monje es llamado por el Señor (se dice en el gran Ritual), el hermano designado le frotará con agua tibia, trazando antes con una esponja el signo de la cruz sobre la frente del difunto, en el pecho, en las manos, en los pies y en las rodillas, y nada más.»

Posteriormente se le viste con un hábito y un manto en forma de cruz, le colocan un icono entre las manos, una capucha en la cabeza y un velo negro sobre el rostro tal vez para evitar la desagradable rigidez facial del rigor mortis. Introducido ya en el ataúd, los monjes comienzan a leer el Evangelio mientras gentes de todo tipo comienzan a acudir al monasterio, pues consideran santo al finado. De nuevo la referencia a los olores se repite:

«…esperar la descomposición y los efluvios pestilentes de un cuerpo como el de aquel difunto era una pura estupidez digna de lástima.»{6}

A mediodía del día siguiente, sin embargo, el ataúd comienza a desprender una desagradable pestilencia. La conexión con el texto de Bueno es clara, pues éste señala que «los valores de lo santo y de lo malvado, aunque afectan ante todo a sujetos humanos vivos, también pueden seguir afectando a su cadáveres». Zosima, pese a la consideración de santo en vida aceptada por casi todos, comienza a sembrar la duda cuando se convierte en un cadáver que sufre la lógica putrefacción de todo cuerpo muerto.

Pronto aflora el recuerdo de los starets precedentes, sobre todo el de su antecesor, Varsonofi. Algunos repiten con insistencia que sus cuerpos desprendían un inconfundible perfume, algo parecido a lo que ocurre con los huesos de S. Nicolás de Bari, los cuales, al parecer exudan un líquido (manna) de propiedades milagrosas para los marineros.

El hedor produce división de sentimientos entre sus devotos y sus enemigos. En ese instante, Dostoievski sitúa en ante el muerto a los denominados «laicos», identificados con altas esferas sociales y de un modo sutil con los racionalistas. Uno de ellos dice «¡Así pues, el juicio de Dios no es el mismo que el de los hombres!»{7} poniendo en cuestión la santidad del stárets precisamente en función del olor que su cadáver desprende. Otros, por el contrario, entre ellos el padre Iosif tratan sin éxito de desconectar ambos hechos para defender su santidad, haciendo recaer la prueba sensible de la misma en el color de los huesos del muerto, que para ser santo deben tener la tonalidad de la cera. Por el contrario, el color negro denotaría un influjo diabólico.

Finalmente entra en escena el padre Ferapont, que trata de expulsar de la estancia fúnebre a Satán, no sin antes negar la santidad de Zosima debido a su falta de creencia los demonios en plural, es decir en los démones, en los númenes, algo que nos conecta con componentes de fases anteriores de la religión que habrían conseguido persistir. Demonios que el asceta pretende aniquilar, «barrerlos con una escoba de abedul», circunstancia que nos pone tras la pista de entes de origen corpóreo, númenes que nos alejan del eje circular para aproximarnos al angular. La teoría triaxial del espacio antropológico, constitutiva de la estructura de la filosofía materialista de la religión que sustenta La fe del ateo, vuelve a mostrar toda su potencia. Algo a lo que esperamos haber contribuido con este trabajo que queremos finalizar agradeciendo a Bueno tan fabulosa obra cuya lectura encarecemos vivamente.

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Entrevista con Gustavo Bueno sobre este libro en Teatro crítico [17 octubre 2007]

Notas

{1} Y cuando decimos doctores, si se nos permite la ironía, lo hacemos de forma literal, pues al doctor en filosofía Iñigo Ongay de Felipe le debemos una excelente recensión titulada «El Proslogium vuelto del revés».

{2} Op. cit., pág. 26.

{3} Op. cit., pág. 48.

{4} Los hermanos Karamazov, Cátedra, 8ª ed., Madrid 2005, pág. 289.

{5} Op. cit., pág. 312.

{6} Op. cit., pág. 511.

{7} Op. cit., pág. 514.

 

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