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El Catoblepas, número 72, febrero 2008
  El Catoblepasnúmero 72 • febrero 2008 • página 14
Artículos

Interrelaciones poder-medios de comunicación

Anidelys Rodriguez Brito
Elaine Grenet Albernas
Damarys Puentes Camejo

Acercamiento desde la teoría política

poder y medios de comunicación

La cuestión del poder es centro de numerosas polémicas en la contemporaneidad. El alcance de esta categoría demanda enfoques complejos que desbordan las Ciencias Políticas. ¿Quién detenta el poder?, ¿cuáles son los mecanismos para su ejecución?, ¿cómo se conserva?, son algunas de las interrogantes atendidas desde múltiples campos de las Ciencias Sociales.

En el abordaje del poder, generalmente ha sido privilegiado el estudio de sus vertientes política y económica. Sin embargo, en una era donde lo simbólico cobra cada vez más fuerza, pensar el lugar que ocupan los medios de comunicación en la obtención y perpetuación del poder resulta muy valioso para las Ciencias Políticas y las Ciencias de la Comunicación.

En Los media y la modernidad, John B Thompson sitúa al poder simbólico entre las cuatro componentes esenciales del poder. Además del poder económico (relacionado con la actividad productiva y sus resultados en función del desarrollo), el político (vinculado al Estado y a la red de instituciones que regulan el orden social), y el coercitivo (supone el uso de la fuerza física para la conservación del sistema), el autor inglés hace referencia al poder simbólico y explica que este dependería del ejercicio de una violencia visible y solapada, que reproduce visiones dominantes a través del intercambio de formas simbólicas{1}.

Thompson vincula el concepto de ideología con la movilización de significados reproductores de las relaciones de dominación, y apunta que la sostenibilidad de un orden social sin recurrir a la coerción, estará asociada en buena medida, a su capital simbólico, es decir, al prestigio y reconocimiento acumulado por sus productores e instituciones.

Y es que la obra del marxista italiano Antonio Gramsci marcó un punto de giro significativo en la complejización de las relaciones de dominación. Una sus aportaciones más atendidas en la contemporaneidad, es precisamente, su elucidación de la cultura como dimensión esencial de la política, y la reconfiguración de la política –más allá de su rol coercitivo–, como hegemonía de una clase sobre la sociedad.

Para la teoría marxista la perspectiva gramsciana alcanza un valor significativo, pues se considera que el comunista italiano desarrolló una arista poco abordada por el marxismo hasta ese momento. Recordemos que la «cuestión del poder» en la obra de Carlos Marx ha sido muy discutida{2}.

A través del concepto de hegemonía, el comunista italiano Antonio Gramsci dejó por sentado la capacidad del grupo dominante para obtener y mantener el poder sobre la sociedad, no solo mediante la preservación del control sobre los medios de producción material, e instrumentos de represión, sino sobre todo, por el control de las instituciones productoras de sentido, de la espiritualidad de la sociedad.

La hegemonía se refiere a la capacidad cultural de la burguesía para crear, desarrollar y reproducir la realidad burguesa, no por coacción, sino por «consenso». Por tanto, se refiere a la forma cultural e ideológicamente determinada en que se produce y reproduce no sólo las ideas, sino también las creencias, los valores y los comportamientos que conforman las actitudes vitales de una sociedad.

«El Estado, generalmente se entiende como sociedad política (o dictadura, o aparato coactivo) [...] y no como un equilibrio de la sociedad política con la sociedad civil (o hegemonía de un grupo social sobre la entera sociedad nacional) ejercida a través de las organizaciones que suelen considerarse privadas, como la iglesia, los sindicatos, las escuelas, &c.»{3}

Superaba así el reduccionismo de la concepción tradicional, que limitaba el poder a los aparatos de coerción del Estado. De ahí su aclaración: «pudiera decirse [...] que Estado=sociedad política + sociedad civil; o sea, hegemonía acorazada con coacción.»{4} Según argumenta Jorge Luis Acanda, Gramsci asignó a la sociedad política los órganos superestructurales encargados de desarrollar la función de coerción y dominio. Los organismos –vulgarmente considerados «privados»– que posibilitan la dirección intelectual y moral de la sociedad mediante la formación del consentimiento y la adhesión de las masas, conforman la sociedad civil –articulada por múltiples organizaciones sociales, de carácter cultural, educativo, religioso, político, económico–, mediante las cuales «se difunden la ideología, los intereses y los valores de la clase que domina al Estado, y se articula el consenso y la dirección moral e intelectual del conjunto social. En esta se forma la voluntad colectiva, se articula la estructura material de la cultura, y se organiza el consentimiento, la adhesión de las clases dominadas»{5}.

Se torna imprescindible aclarar además, que para el autor de Cuadernos de la Cárcel la presentación de la sociedad civil como momento del sistema hegemónico, no significa entenderla como un fenómeno totalmente integrado, sino que en el seno de sus instituciones encontramos el escenario de luchas de clases, y pugnas ideológicas.

La sociedad civil forma parte del aparato de dominación, pero también es su antagonista más formidable. Precisamente la habilidad del grupo en el poder no radicará en «intentar impedir las manifestaciones de esta diversidad, sino en cooptar todas dentro de su proyecto de construcción global del entramado social. Es a esto a lo que Gramsci llama hegemonía»{6}.

Entre los estudiosos de la obra de Gramsci, suele entenderse a la sociedad civil como el portador material de la hegemonía. «La componen un conjunto de fenómenos fácilmente perceptibles y con corporeidad indudable: las escuelas y universidades, las iglesias, los medios de difusión masiva, etc., aunque también todas las relaciones sociales por medio de las cuales se produce la socialización del individuo»{7}.

La hegemonía de la clase dominante solo se alcanza cuando se ha logrado establecer la combinación necesaria de momentos de consenso y momentos de fuerza; la imbricación y presuposición entre los procesos de producción material de la vida, y los procesos sociales de producción espiritual. «El ejercicio normal de la hegemonía [...] se caracteriza por una combinación de fuerza y consenso, que se equilibran de diferentes maneras, sin que la fuerza predomine demasiado sobre el consenso, y tratando de que la fuerza aparezca apoyada en la aprobación de la mayoría, mediante los llamados órganos de la opinión pública.»{8}

Un ejemplo controvertido del carácter ampliado del poder y del Estado fue defendido por el filósofo francés Louis Althusser. Desde una perspectiva probablemente más instrumental, pero también sugerente para la comprensión del ejercicio del poder, Althusser analizó el papel de los Aparatos Ideológicos del Estado en tanto instituciones legitimadoras del orden social.

Como Gramsci, Althusser se opuso a los que ubican las funciones del Estado, la política y el poder sólo en su función represiva e identificó otros escenarios de reproducción ideológica que descansan en procedimientos distintos a los empleados por la coerción. En su análisis de las «superestructuras» se explicita que la reproducción del sistema social se extiende más allá de los aparatos coercitivos para llegar al terreno de los aparatos ideológicos, de manera que los sindicatos, la familia, los partidos políticos, el parlamento, la escuela, la iglesia, la cultura, los medios de comunicación masiva, etc., no son otra cosa que «Aparatos Ideológicos del Estado» (AIE) que perpetúan, socializándola, la ideología de la clase dominante.

Althusser{9} distingue los AIE del Aparato (represivo) de Estado porque este último «funciona mediante la violencia», mientras que los AIE funcionan «mediante la ideología».

El estructuralista francés asigna una sede específica a los «Aparatos Ideológicos», es decir, a los espacios tangibles donde se reproduce el discurso dominante. Sacrificando, de esta manera, puntos de realización hegemónica que la crítica gramsciana tuvo en cuenta al comprender la complejidad que suponía el espacio político moderno. Más allá de los aparatos estatales, Gramsci extiende la sospecha hasta el sentido común.{10}

El filósofo francés Michel Foucault –treinta años después que Antonio Gramsci– advirtió sobre el carácter difuso del sistema de relaciones que consolidan la dominación, y reiteró que el poder de la burguesía no se ejerce única ni esencialmente, a partir de las estructuras públicas de coerción y violencia física –tradicionalmente identificadas con el Estado– sino en su capacidad de regular los procesos de producción cultural. Al respecto, Foucault comentó en una entrevista concedida en 1975:

«Una de las primeras cosas que hay que entender es que el poder no está localizado en el aparato de Estado, y que nada en la sociedad cambiará si no son transformados también los mecanismos del poder que funcionan fuera, por debajo o a lo largo de los aparatos de Estado, al nivel de la vida cotidiana, de cada minuto.»{11}

Precisamente, uno de los hitos principales de la filosofía de Foucault es mostrar de qué manera determinadas instituciones, se encargan de normalizarnos como sujetos útiles afines con un régimen de verdades. Estas verdades son el resultado de la batalla que se libra entre las relaciones de poder que las atraviesan:

«Al reproducir cotidianamente su vida, los individuos reproducen las relaciones de poder. El ser humano se objetiva a través de un conjunto de prácticas discursivas y no discursivas. Estas prácticas están siempre mediadas por «instancias de verdad», estructuras que valoran, le dan un sentido y una orientación a las diversas formas de objetivación de la persona. Esas «instancias de verdad» son la esencia del poder, y, por lo tanto, de su reproducción.»{12}

Entonces, el poder no se ejerce tanto por el «engaño» o el «ocultamiento», como por la producción de saber, de la verdad, y la organización de los discursos en tanto instancias que articulan la sociedad.

Antonio Gramsci y Michel Foucault coincidieron en que el estatuto ontológico del poder no es el de un «ente objeto», sino el de un complejo sistema de relaciones. No existe una instancia puntual del poder: el poder es ubicuo:

«Mientras que Gramsci coincide con Foucault en sus tesis sobre la ubicuidad de las relaciones de poder, difiere de aquél cuando especifica el carácter igualmente ubicuo de la desigualdad de las relaciones de poder. Si bien todos los individuos son sitios del poder, no todos ellos incorporan, cuantitativa y cualitativamente, igual forma de poder. (...) la direccionalidad del poder en las relaciones de poder tienen como finalidad la conservación de este balance desigual de poder.»{13}

A partir del análisis de estos autores, se nos explicita el rol de los medios de comunicación masiva en la producción del consenso, en la legitimación de la clase dominante, como conformadores de la hegemonía, toda vez que intervienen en la «producción y circulación de los elementos de significado», en los procesos de construcción y apropiación espiritual de la realidad. La comunicación pública es una de las manifestaciones de las prácticas sociales enculturizadoras, a través de las que, «el grupo dominante, por su propia condición de tal, trata de identificar –a nivel social–, lo racional, lo verdadero, lo justo y lo legítimo, con sus propios intereses»{14}.

Los medios de comunicación tienen una importancia capital en tanto instituciones generadoras de consenso y socializadoras de significados estables para interpretar el mundo. Los mass media proveen a los públicos de herramientas y esquemas de construcción de sentido, capaces de integrar las contradicciones y conflictos emergentes dentro de los discursos de las ideologías Dominantes{15}.

Aun cuando no podemos subestimar un escenario de construcción de la hegemonía como la escuela, el alcance trasnacional de los medios, su habilidad para articular discursos especialmente atractivos garantiza «el suministro y construcción colectiva del conocimiento social, de la imaginería social por cuyo medio percibimos 'los mundos', las 'realidades vividas' de los otros y reconstruimos imaginariamente sus vidas y las nuestras en un 'mundo global' inteligible, en una 'totalidad vivida'.»{16}

Notas

{1} Según Thompson las formas simbólicas son «una gama de acciones y lenguajes, imágenes y textos, que son producidos por los sujetos y reconocidos por ellos y por otros como constructos significativos». Ver: John B Thompson. Los media y la modernidad. Una teoría de los medios de comunicación. Editorial Paidós, Barcelona 1998, pág. 65.

{2} No es difícil notar que el tratamiento del término poder –considerado como poder político– más bien tiene un fin metodológico. Para Carlos Marx el poder es necesario para poner «orden», conciliar o equilibrar los intereses opuestos. Sin embargo la lucidez presente en Marx le permite plantear la necesidad del poder en una sociedad dividida, pero teniendo como correctivo fundamental que la función de orden o amortiguamiento de los intereses antagónicos no la cumple ese poder universalmente sino en interés de una de las fuerzas o clases en punga, es decir, se ve la utilización del poder como sujeto transitorio que responderá en determinado momento a una o otra necesidad surgida dentro de la clase que lo demande.

{3} Antonio Gramsci, Antología, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 1973, pág. 272.

{4} Ídem., pág. 291.

{5} Jorge Luis Acanda, Sociedad Civil y Hegemonía, Centro de Investigación y desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana 2002, págs. 247 y 248.

{6} Jorge Luis Acanda (2002): Op. cit., págs. 255-257.

{7} Ídem., pág. 336.

{8} Antonio Gramsci, Cuadernos de la Cárcel, pág. 1638. Citado por Jorge Luis Acanda (2002), Op. cit., pág. 245.

{9} Louis Althusser, Sobre la ideología y el Estado. Editorial Laia, Barcelona 1974, pág.123.

{10} «Por 'sentido común' se entiende la conciencia cotidiana, la concepción del mundo popular tradicional, propia del hombre medio. Se caracteriza por una concepción del mundo ingenua, desarticulada, caótica, disgregada, dogmática y conservadora. Su estructura interna conduce a una conciencia escindida, alienada y rígida que favorece la pasividad y la aceptación de desorden social. [...] La capacidad hegemónica de la clase gobernante, (en este caso, la burguesía) se ha manifestado, precisamente, en su capacidad de hacer que su ideología se convierta en algo popular, común y «evidente» para todos, hasta el punto de ser asumida de forma mecánica por el pueblo, que la acepta debido a su carencia de educación crítica. El sentido común es un instrumento de dominación de clase. [...] Esta valoración negativa no significa para Gramsci afirmar que, «en el sentido común no haya verdades [...] significa que el sentido común es un concepto equívoco, contradictorio, multiforme, y que referirse al sentido común como prueba de verdad es un contrasentido». [...] Al hablar de «buen sentido» se refiere a la presencia en el sentido común, de elementos de humanización y racionalidad, de elementos de un pensamiento crítico y verdaderamente contra hegemónico. El buen sentido ejerce una función crítica con respecto a las cristalizaciones y dog matizaciones presentes en el sentido común. [...] No se trata de difundir un conocimiento instrumental entre las masas, sino de universalizar la capacidad del pensamiento crítico. Ver: Jorge Luis Acanda (2002), Op. cit., págs. 295-297.

{11} Michel Foucault, Power/Knowledge, Pantheon Books, Nueva York 1980, pág. 60. Citado por Jorge Luis Acanda: «De Marx a Foucault: poder y revolución», en: Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello [La Habana], Inicios de Partida. Coloquio sobre la obra de Michel Foucault, Cátedra de Estudios Antonio Gramsci. La Habana 2000, págs. 93 y 94.

{12} Ver: Jorge Luis Acanda (2000), Op. cit., págs. 113 y 114.

{13} Renate Holub, Antonio Gramsci. Beyond Marxism and Postmodernism, Londres y Nueva York, Routledge 1992, págs. 29, 199-201. Citado por: Jorge Luis Acanda (2000): Op. cit., pág. 109.

{14} Ver: Jorge Luis Acanda (2000): Op. cit, pág. 102.

{15} Ver: Manuel Martín Serrano, La mediación social, Akal Editor, Madrid 1978.

{16} Consultar: Stuart Hall, «La cultura, los medios de comunicación y el efecto ideológico». En: Sociedad y comunicación de masas, Fondo de Cultura Económica, México 1981, pág.

 

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