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El Catoblepas, número 72, febrero 2008
  El Catoblepasnúmero 72 • febrero 2008 • página 9
Filosofía del Quijote

Las aventuras de don Quijote

José Antonio López Calle

Ensayo de clasificación de las aventuras quijotescas según un criterio fundado en la interpretación del Quijote como novela cómica y satírica de los libros de caballerías

Don Quijote, acompañado desde la segunda salida (I, 7) por su ya inseparable y fiel escudero Sancho, con ánimo de instaurar la justicia y la paz en el mundo se lanza en pos de aventuras que le brinden la oportunidad de ejercer de héroe justiciero deshaciendo tuertos, protegiendo a doncellas y viudas, defendiendo a los agraviados y socorriendo a los débiles y menesterosos, ajustándose de este modo al modelo de los héroes de los libros de caballerías. De éstos, como ya hemos señalado, el héroe predilecto de don Quijote, cuyas hazañas aspira a imitar y aun a superar, para que en los siglos venideros se recuerden, es Amadís de Gaula, el arquetipo de caballero andante en la literatura española de caballerías, que, a su vez, recuerda mucho a Lanzarote del Lago. Pues bien, Cervantes intenta encajar las peripecias de la inmortal pareja en el molde de este esquema heroico, de manera que sus aventuras imitan paródicamente las correspondientes hazañas o peripecias narradas en las novelas de caballerías.

Normalmente, el foco de la parodia se dirige al contenido de las aventuras caballerescas junto con el fin por el que se realizaban. Un buen ejemplo de esto lo tenemos en la primera de ellas, la aventura de Andrés, en la que al tiempo que se remedan escenas paralelas de los libros de caballerías en que un caballero hace azotar a alguien, al igual que Andrés es azotado por su amo por haber perdido unas ovejas, el autor se burla de la manera como don Quijote deshace agravios y sinrazones, pues apenas se marcha del paraje, no sólo ignorante de su fracaso y de que su intervención caballeresca no ha conseguido otra cosa que perjudicar al malparado muchacho, sino satisfecho de sí mismo y contento con lo sucedido por haber deshecho, según se imagina él, «el mayor tuerto y agravio que formó la sinrazón y cometió la crueldad», el cruel labrador vuelve a azotar con más vigor al criado, lo que conduce al autor a comentar con ironía: «Y de esta manera deshizo el agravio el valeroso don Quijote; el cual... pareciéndole que había dado felicísimo y alto principio a sus caballerías, con gran satisfacción de sí mismo iba caminando hacia su aldea» (I, 4, 52); más adelante, al encontrarse de nuevo Andrés con el héroe, se quejará amargamente de su desafortunada intervención justiciera y de que mejor hubiera sido que hubiese seguido su camino sin meterse en negocios ajenos.

Pero a veces el énfasis paródico se pone más en la burla de la manera como don Quijote pretende alcanzar su fines, como el de hacer justicia. Un excelente ejemplo de ello es el de la aventura de los galeotes, en la cual, lejos de defender una causa justa, apoya una injusta, pues no libera a unos oprimidos, como hace Amadís cuando pone en libertad a los prisioneros de Arcaláus o a los presos del gigante Madarque, señor de la ínsula Triste, episodios parodiados por este relato, sino a unos delincuentes condenados a galeras, a los que don Quijote, trastocando los más elementales principios de la justicia e impidiendo que cumplan con su castigo, en su demencia toma por gente menesterosa y opresa, alegando sofísticamente que «me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres» y que «Dios hay en el cielo, que no se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello», ideas que, tomadas literalmente, sin atender a las circunstancias concretas de cada situación, abocarían a un mundo donde se dejaría el campo libre a toda suerte de atropellos e injusticias.

Y en otras ocasiones simplemente interesa remedar burlescamente una aventura por su materia, con indiferencia del fin buscado. Una buena ilustración de este caso son las aventuras del barco encantado o la del caballo Clavileño, donde el autor centra su parodia en lo que ocurre en el curso del uso de estos artefactos como medios de transporte, siendo indiferente el hecho de que don Quijote lo que pretenda con su fantástico viaje en Clavileño sea desencantar a la infanta Antonomasia y a don Clavijo o cualquier otro fin; lo que el autor pretende es provocar la risa permitiéndonos presenciar lo que le sucede a la pareja inmortal y sus desternillantes pláticas durante el viaje en sí, que ellos toman por real.

Clasificación de las aventuras

Pero no importa sobre qué elemento concreto de las aventuras caballerescas se centren más las invectivas, nuestra tarea principal, de acuerdo con la interpretación paródica del Quijote que estamos ensayando en este apartado, va a consistir en clasificar las aventuras quijotescas por relación con los asuntos literarios típicos de los libros de caballerías, objeto de sátira, de modo que el lector pueda darse cuenta de hasta qué punto hay una correspondencia exacta entre los temas de las aventuras caballerescas y los de las aventuras de don Quijote, lo que constituye una prueba manifiesta del carácter satírico y cómico de la novela cervantina. La pregunta obvia contra quienes proponen toda suerte de interpretaciones simbólicas no puede ser sino ésta: ¿por qué, desde el principio hasta el final de la obra, no sólo los libros de caballerías son asunto constante de conversación, es de lo que más se habla, y no de otra cosa, sino que, además, la materia objeto de narración no es otra, como vamos a comprobar, que la rica materia de la literatura de caballerías? Nuestra respuesta no puede estar más clara; en cambio, desde la hermenéutica alegorista del Quijote, se convierte, a nuestro juicio, esa cuestión en un misterio, a la que no cabe darle una respuesta convincente.

La tarea que nos asignamos podría llevarse a cabo de varias maneras. Se puede, por ejemplo, simplemente seguir el orden narrativo del Quijote e ir mostrando cómo detrás de cada aventura quijotesca hay un motivo caballeresco, explícito o implícito. Este método nos mostraría sin duda la correspondencia entre las aventuras caballerescas y las quijotescas, pero sería tediosa; otra manera de ejecutarla consiste en seleccionar una muestra representativa de episodios, lo que sin duda evita el tedio, pero no la peor pega y es que no nos permite penetrar en los entresijos de la construcción de la obra cervantina, no ilumina nada sobre el esqueleto arquitectónico de ésta. En lugar de hacerlo así, proponemos como criterio de partida el que viene dado por la naturaleza misma de los libros de caballerías, objeto de la sátira cervantina. La idea es la siguiente: si el Quijote es una imitación burlesca de éstos, entonces tendrá que haber una correspondencia precisa entre los ejes o núcleos narrativos básicos de las novelas caballerescas, y los episodios construidos de acuerdo con éstos, y los de la magna novela de Cervantes.

Ahora bien, los libros de caballerías son fundamentalmente novelas de acción y de amor. Éstos son, en efecto, sus dos elementos constructivos característicos, en torno a los cuales se tejen los episodios de aventuras, de un lado, y los episodios sobre los vaivenes del amor, de otro lado. Lógicamente, esto no quiere decir que unos y otros estén separados como si fuesen compartimentos estancos. Nada de eso, pues las aventuras y el amor, en tanto móvil principal de la acción del héroe, están en interacción: sus hazañas estimulan el amor a su señora y dama, a la que se las ofrece, e incrementan el aprecio y admiración de ésta por su valiente y esforzado caballero y el amor de su dama alimenta su acción heroica. Por eso cuando la dama desdeña y retira su amor al amado, éste se viene abajo y se ve obligado a retirarse provisionalmente de la vida de caballero andante hasta que recupere el amor de su señora. Tal es lo que le sucede a Amadís, que, cuando sufre los desdenes de Oriana, celosa de Briolanja sin motivo, abandona su profesión de caballero andante, pues el desamor de Oriana le genera tal desánimo que le incapacita para emprender acciones heroicas, no deseando otra cosa que una pronta muerte. Sólo la reconciliación y el amor recobrado, sobrevenidos tras un tiempo de retiro penitencial en un lugar remoto y apartado, durante el cual incluso cambia su identidad (Amadís pasa a llamarse Beltenebros), devolverán al héroe a la actividad de caballero andante con bríos renovados y con su identidad recuperada.

Supuesto todo esto, clasificamos, pues, genéricamente la materia narrativa de sendos libros, los de caballerías y el Quijote, en dos tipos generales de unidades narrativas: aventuras y lances de amor. A su vez, atendiendo al contenido de las aventuras del eje de la acción, tan rico y heterogéneo, nos vemos obligados a distinguir doce clases según el tema literario caballeresco en torno al que se articulan, a saber:

  1. Socorro a personas menesterosas.
  2. Luchas con encantadores y sus encantamientos.
  3. Duelos de caballeros.
  4. Pasos de armas.
  5. Peleas con gigantes.
  6. Guerras o contiendas entre ejércitos.
  7. Enfrentamientos con animales.
  8. Celebración de ceremonias caballerescas.
  9. Homenajes, cortesías y estancia del héroe en una corte.
  10. Visitas a lugares subterráneos.
  11. Trato con objetos impersonales.
  12. Reconocimientos y recompensa al escudero con alguna dignidad o cargo.

En cuanto a los lances de amor, distinguimos cinco variedades de peripecias dentro de la materia amorosa, que indicamos y comentamos más adelante.

A. Las aventuras en el eje de la acción

Procedemos a continuación a un breve comentario de las aventuras quijotescas, réplica en clave de humor de sendas aventuras de los libros caballerescas, de acuerdo con el orden antes esbozado. Pero no sin antes advertir que no hay una correspondencia biunívoca entre cada uno de los doce temas enumerados y los episodios del Quijote, ya que, al igual que los episodios de la literatura caballeresca con frecuencia trataban a la vez varios de ellos, lo mismo sucede en la novela cervantina. De ahí la aparición de un mismo episodio en diferentes epígrafes, según el motivo literario desde el cual leamos aquél o pongamos énfasis.

1. Episodios de los libros de caballerías centrados en la protección de personas menesterosas (esto es, narraciones de aventuras que tienen que ver con el socorro, sobre todo, a doncellas, dueñas, viudas, princesas menesterosas, pero también a mancebos y cualesquiera otras gentes desvalidas), así como en la reparación de agravios ajenos y propios e instauración de la justicia y la paz.

Son muchos los episodios del Quijote que giran en torno a estos motivos literarios: el de Andrés, el muchacho azotado por un labrador rico, Juan Haldudo (I, 4), por perder las ovejas de su ganado, es, como dijimos, la primera aventura del héroe manchego, en la que interviene con el propósito de deshacer agravios y enderezar tuertos y a la vez se parodian escenas similares de los libros de caballerías en que los caballeros andantes se inmiscuían para impedir que alguien fuera azotado. En efecto, son varios los paralelismos en la literatura caballeresca con que cuenta este caso: Clemencín trae a colación el episodio del Amadís de Grecia, en que el héroe del mismo nombre libera a un enano del poder de un caballero que lo hacía azotar cruelmente; Francisco Rico, por su lado, señala un caso paralelo en Clarián de Landanís, aún más semejante en sus detalles a la aventura quijotesca, en que el héroe ampara a un escudero, desnudo en camisa y colgado por los brazos de un árbol, al que un caballero hace azotar por dos villanos usando correas, como Juan Haldudo.

El de los frailes de san Benito (I, 8), a quienes el héroe manchego confunde con unos encantadores que llevan secuestrada a una princesa, que resulta ser una dama vizcaína o vascongada que viaja a Sevilla, de la que se erige en paladín arremetiendo contra los supuestos encantadores.

El de la pastora Marcela (I, 14), que responde al modelo de protección de una doncella.

El de los arrieros yangüeses (I, 15), en que, al ser agraviado el propio don Quijote, cuando una veintena de arrieros apalean a Rocinante, por acercarse a su recua de jacas gallegas picado del deseo de refocilarse con ellas, arremete contra ellos para defender su honra.

El rifirafe o disputa con Cardenio (I, 24), en que el héroe manchego sale en defensa de la honra de la reina Madasima, personaje del Amadís, de la que Cardenio afirma que estaba amancebada con el maestro Elisabat, lo que aquél considera una calumnia tan intolerable, que le lleva a desafiar a Cardenio a combatir, a pie o a caballo, armado o desarmado.

El de la princesa Micomicona (I, 30 y 37), que también sigue el modelo del amparo a doncellas.

El de los encamisados o del cuerpo muerto (I, 19), a quienes, considerando que son caballeros que han herido o causado la muerte del caballero que trasladan en andas, el hidalgo manchego reta a combate para deshacer el agravio vengando su muerte y les ataca, cuando no son otra cosa que miembros de un cortejo fúnebre, veinte de ellos vestidos de blanco, de los cuales once son sacerdotes y uno un bachiller que aspira a serlo, y seis enlutados montados en mulas, que acompañan a un caballero fallecido de muerte natural colocado sobre una litera para sepultarlo en Segovia. No está de más recordar que esta aventura, a la par que, según parece, inspirada en la disputa por el traslado de los restos de san Juan de la Cruz de Úbeda a Segovia en 1593, tiene su correspondiente paralelo en el Amadís, donde en un capítulo se narra la llegada de un caballero herido conducido en andas por tres caballeros a la corte del rey Languines de Escocia; o en el Palmerín de Ingalaterra, en la que un caballero se topa con unos escuderos que portan en andas el cuerpo muerto de un caballero.

El de los galeotes (I, 22), que, como ya indicamos, parodia la interpretación literal por parte de don Quijote de uno de los fines de la caballería medieval, el de dar libertad al forzado o esclavizado, que él lleva tan lejos que, en realidad, lo que hace es despreciar la idea de justicia, pues libera a unos malhechores condenados como delincuentes, pero que él percibe, desde su trastornada concepción de la justicia, como unos miserables oprimidos que requieren su auxilio.

El de los huéspedes gorrones que se quieren ir de la venta sin pagar (I, 44), en el cual el héroe, como deshacedor de agravios y pacificador, acude a socorrer al ventero al que además propinan puñadas y mojicones cuando les reclama la deuda, pero curiosamente, aunque consigue que los huéspedes paguen, siendo, pues, ésta una de las pocas intervenciones justicieras que no terminan en desventura, no lo hace mediante el uso de la fuerza o con amenazas, sino mediante la persuasión y buenas razones.

El del alboroto en el patio de la vena o la pendencia con los cuadrilleros (I, 45), en el que don Quijote primero actúa como reparador de agravios, desde su punto de vista desquiciado, intentando golpear a uno de ellos al que acusa de mentir por terciar en el pleito del yelmo y la albarda declarando que está borracho quien afirme que el aparejo del jumento del barbero no es albarda, provocando con ello una contienda en que se ven involucrados todos los personajes de la venta, pero será el propio don Quijote el que inicie la pacificación con una orden de que se contengan («Ténganse todos, todos envainen, todos se sosieguen»), que obedecen, y un discurso conciliador, en el que pide la intervención del cura y el oidor, quienes serán los que lograrán restablecer la concordia.

El de la pendencia con el cabrero Eugenio (I, 52), en el que el caballero manchego, sintiéndose ofendido por una afirmación de éste en que lo trata de loco («Este gentilhombre debe de tener vacíos lo aposentos de la cabeza»), en defensa de su honra, le insulta y le arremete.

El de los disciplinantes (I, 52), a quienes toma por unos follones y malandrines secuestradores de una señora principal, que en realidad resulta ser una imagen de la Virgen que portan en procesión para hacer rogativas.

El de la carreta de cómicos ambulantes (II, 11), en que don Quijote es agraviado por uno de los actores, pues al hacer una burla con unas vejigas de vaca hinchadas que hace sonar ruidosamente, Rocinante se espanta cayendo al suelo derribados el dueño y su caballo, pero, a instancias de Sancho que alega buenas y prudentes razones para no enfrentarse a los cómicos que, unidos al bromista, forman una especie de comando armado de piedras, el caballero andante, que de inmediato estaba dispuesto a reparar el agravio, renuncia a ello cuando su escudero le hace advertir que los cómicos no son caballeros y que contra quienes no lo son, un caballero andante, según las reglas de la caballería, no debe esgrimir sus armas, salvo que su vida corra peligro, lo que no es el caso.

El de la trifulca en las bodas de Camacho (II, 21), en que don Quijote, en calidad de deshacedor de agravios y de pacificador justiciero, trata de impedir una pelea entre Camacho el rico y Basilio el pobre, ambos pretendientes de Quiteria, y sus correspondientes bandos de partidarios.

El del retablo de Melisendra, en el que se cuenta la historia de don Gaiferos, yerno de Carlomagno, y su esposa Melisendra (II, 25 y 26), a la que trata de liberar de su cautiverio en poder de los moros en Zaragoza, representada en el retablo o teatrillo de marionetas de maese Pedro y en la que don Quijote, considerándola en su delirio como real, decide intervenir espada en mano a favor de don Gaiferos, en fuga con su esposa liberada, combatiendo contra la caballería mora, que ha salido en persecución de los dos fugados amantes.

El de la dueña y viuda doña Rodríguez (II, 48), que pide amparo a don Quijote para reparar la honra de su hija, que ha sido burlada con la promesa incumplida de casarse con ella por el hijo de un labrador rico, vasallo de los Duques.

La aventura del rebuzno (II, 25 y 27), en que don Quijote, en calidad de pacificador, intenta convencer al pequeño ejército de doscientos hombres armados, que el pueblo del rebuzno, sintiéndose ofendido por las imitaciones burlescas que del rebuzno hacen los de un pueblo vecino, ha enviado contra éstos, de que no hay motivo para que se consideren agraviados por lo que no es sino una inocente broma, y menos para que vayan en armas contra ellos, pues las únicas razones válidas para alzarse en armas contra alguien son la defensa de la fe católica, de la patria y del rey en guerra justa, de la propia vida y del honor; pero, cuando con este discurso está a punto de conseguir apaciguar al pequeño ejército y que regrese a sus casas, Sancho, aunque bienintencionado, lo estropea todo con una jocosa, pero inoportuna imitación del rebuzno, que toman a mal, lo que obliga a don Quijote a salir huyendo por vez primera, bajo una lluvia de piedras, y a dejar a Sancho a su suerte.

La aventura del barco encantado (II, 29), pues si bien el autor se centra en las peripecias de lo que don Quijote imagina ser un acelerado y larguísimo viaje que les ha conducido por el curso del río Ebro en un abrir y cerrar de ojos al mar e incluso a pasar la línea equinoccial, cuando apenas la embarcación se ha apartado de la orilla cinco varas con peligro de ir a dar contra las ruedas de un molino, él cree que el pequeño barco está ahí como una invitación para zarpar en socorro de algún caballero o persona de alcurnia en apuros, a los que debe prestar auxilio.

El episodio de la pelea con Sancho (II, 60), en el cual con el afán de socorrer a Dulcinea a todo trance para desencantarla y, visto que el escudero no tiene prisa en darse los azotes que tendrían este efecto, don Quijote se apresura a administrarle él mismo los tres mil trescientos azotes, lo que no consiente Sancho y es el motivo de la pelea que le conduce a revolverse contra su amo, tumbarlo en el suelo y a obligarle a prometer que no va a volver a forzarle, sino que ha de dejar el asunto de los azotes a su voluntad.

2. Episodios de los libros de caballerías centrados en la intervención de magos o encantadores, con los cuales el héroe se alía, si le favorecen, o bien ha de enfrentarse si le son hostiles, y en sus hechos de magia, encantamientos y profecías.

Hay numerosos episodios del Quijote que desarrollan estos motivos literarios tan importantes en la trama de la literatura caballeresca: el de la desaparición de la biblioteca de don Quijote (I, 7), inventada por el cura y el barbero para inducirle a creer al hidalgo enajenado que un encantador, que luego él por su cuenta identifica con el sabio encantador Frestón, ha hecho el prodigio de la desaparición del aposento de sus libros, cuando lo que en realidad ha ocurrido es que se ha tapiado para evitar que siga intoxicándose con su lectura.

El de los frailes de san Benito que, por su bulto negro, don Quijote toma por encantadores.

El episodio de don Quijote, Maritornes y el arriero celoso (I, 16-7), uno de los sucesos de la venta de Juan Palomeque en que al arriero que golpea y patea al hidalgo, por creer que éste le quiere birlar a Maritornes, lo ve como la acción de un moro encantador que le tiene malquerencia.

El del candilazo del cuadrillero (I, 17), otro suceso de la venta en que un cuadrillero, que se ha acercado a ver qué sucede en la escena precedente, le atiza a don Quijote en la cabeza con un candil, pero él, a sugerencia de Sancho, cree que le ha golpeado el encantador moro, que ha adoptado una nueva forma.

El episodio del manteamiento de Sancho (I, 17), en el que don Quijote se figura que los manteadores son fantasmas y gentes de otro mundo y que él no pude hacer nada para impedir el manteamiento porque él mismo estaba encantado sobre Rocinante, sin poder apearse para entrar en el corral ni subir por las bardas de éste.

La aventura del cuerpo muerto o de los encamisados (I, 19), a los que don Quijote considera satanases del infierno, fantasmas o vestiglos de otro mundo.

La aventura de los batanes (I, 20), en la cual don Quijote se ve impedido de emprender la hazaña de hacer frente a un estruendoso y misterioso ruido que machaca los oídos en la oscuridad de la noche porque su caballo no puede moverse, debido, según cree él, a que ha sido hechizado por un encantador, pero esta vez el encantador es Sancho, quien, asustado por el espantoso ruido y deseando postergar las aventuras hasta que amanezca y se vea claro, ha atado las manos delanteras de Rocinante con el cabestro de su rucio.

La de don Quijote atado de la muñeca al agujero de un pajar o la del tormento de la garrucha (I, 43), en que Maritornes, criada de la venta, y la hija del ventero gastan esta cruel broma al hidalgo, que él interpreta como obra de un encantador, de manera que, cuando su caballo, sobre el que se ha puesto de pie, se aparta, queda colgando sufriendo un gran dolor, como les sucedía a los reos condenados al tormento de la garrucha, que los dejaban suspendidos a escasa distancia del suelo.

La de la pendencia con los cuadrilleros en la venta (I, 45), pues, según el hidalgo, toda la trifulca que se arma, en la que se ven involucrados todos los personajes que pasan por la venta, es cosa de encantamientos, la venta-castillo está encantada y habitada por demonios.

La del enjaulamiento de don Quijote (I, 46), a quien se le hace creer que este artificio mediante el cual lo conducen en un carro de bueyes a su aldea, se debe a un encantamiento diseñado por un sabio encantador y el cortejo de gente disfrazada que le acompaña piensa que son encantadores demoníacos. Este tema de la conducción de un carro con el héroe enjaulado es un réplica burlesca del pasaje en que Lanzarote, montado en un carro, es objeto de mofa, cuando parte para rescatar a la reina Ginebra.

La de la pendencia con el cabrero (I, 52), pues don Quijote cree que en realidad pelea con un demonio, de otro modo él no se explica que, siendo él tan fuerte, el cabrero tenga fuerzas para sujetarle.

El episodio del encantamiento de Dulcinea (II, 10), inventado por Sancho, pero que su amo, engañado, toma por real, que a su vez generará la burla de su desencantamiento, engaño urdido por los Duques, ficciones ambas fundamentales, como ya dijimos, en la trama de la segunda parte.

La aventura del duelo con el Caballero del Bosque (II, 14-15), pues nuestro héroe está convencido de que ha peleado contra un encantador que ha adoptado la figura de Sansón Carrasco.

La de los leones (II, 16), al menos en parte, tiene que ver con el tema de los encantadores, pues el caballero manchego, convencido de que el mundo es un campo peligroso en que los encantadores malignos constantemente le están persiguiendo tendiéndole asechanzas y obstáculos, piensa que no es casual el encuentro con el carro de los leones, sino que son esos magos que le persiguen quienes los envían a él.

El episodio de la cueva de Montesinos (II, 22-3), en la cual don Quijote sueña estar en un palacio encantado habitado por personajes de la leyenda carolingia (Montesinos, Durandarte y su amada Belerma) y de la leyenda artúrica (Ginebra, su dueña Quintañona, Lanzarote), encantados por Merlín y que esperan ser desencantados por el héroe manchego, a los que hay que sumar personajes inventados por Cervantes (el escudero Guadiana, la dueña Ruidera y sus siete hijas y dos sobrinas) y asimismo Dulcinea encantada en la forma de una villana labradora de acuerdo con la mentira de Sancho.

La aventura del barco encantado (II, 29), que está triplemente relacionada con el tema de los encantamientos, pues, en primer lugar, el caballero manchego piensa que la pequeña embarcación esta ahí, no por casualidad, sino porque un encantador la ha colocado, aunque en realidad la han dejado unos pescadores que son sus dueños, para que él emprenda una aventura; y, en segundo lugar, porque los molinos de río contra los que están a punto de estrellarse violentamente, de no impedirlo los molineros con sus varas, son en realidad un castillo o fortaleza donde debe de estar algún caballero preso o alguna reina, infanta o princesa malparada, que los encantos de algún malicioso hechicero han trastocado en aceñas; y, por último, interpreta el fin desastroso de la aventura que termina con amo y escudero en el agua, siendo salvados del ahogo por los molineros, como resultado de la contienda entre dos encantadores, el uno propicio que le ha deparado el barco y el otro hostil que ha hecho que acaben cayendo en el agua tras volcar la embarcación.

El cortejo de los encantadores (II, 34), la profecía de Merlín, que anuncia el remedio al encantamiento de Dulcinea (II, 35) y el viaje en Clavileño (II, 41) para desencantar a la infanta Antonomasia y a don Clavijo, son mascaradas organizadas en el palacio de los Duques que tienen la virtud de inducir no sólo a don Quijote, sino igualmente a Sancho, a creer en la realidad de las fantasías caballerescas, lo que llevará a la Duquesa a concluir que tan loco parece el escudero como su amo, si bien éste por demencia y el otro por su simplicidad.

La burla de los gatos con cencerros (II, 46), en la cual se cree atacado por un demonio.

La burla de los pellizcos (II, 48), en que don Quijote se imagina que unos encantadores le están martirizando, cuando en realidad son la Duquesa y su criada Altisidora los encantadores que penetran en su cuarto y le pellizcan durante media hora aprovechando el anonimato de la oscuridad de la noche.

El episodio del lacayo Tosilos (II, 54-6), quien, según don Quijote, realmente es el vasallo del Duque que ha deshonrado a la hija de doña Rodríguez, pero que unos malvados encantadores han transformado en el lacayo Tosilos para humillarle robándole la gloria de la victoria.

A todo esto es menester añadir tres puntos más: que don Quijote cree que el futuro autor de sus hazañas es un sabio encantador, que él goza de la protección de un encantador benévolo y que sus desventuras y derrotas se deben a encantadores demoníacos envidiosos de su gloria.

Llama la atención la impresionante presencia, prácticamente omnipresente, del tema de los encantamientos en la trama del Quijote. La explicación no puede ser más simple: en la literatura caballeresca era parte esencial en el curso de la acción, desde la primitiva novela de caballerías del ciclo artúrico, donde la intervención de los magos, como Merlín y Morgana, resulta decisiva, hasta el Amadís, donde el héroe en su trayectoria constantemente es objeto de asechanzas por parte del encantador demoníaco, Arcaláus el Encantador, pero cuenta, para contrarrestarlo, con la protección de la maga benévola Urganda la Desconocida. Y, siendo el Quijote un remedo burlesco de la literatura de caballerías no podía dejar de conceder un papel esencial a este motivo literario, aunque, eso sí, con una intención paródica.

Obsérvese de paso que la literatura artúrica no escapa a la befa, como bien se ve no sólo en la referencia irónica genérica a los encantamientos, sino también en la referencia específica explícita a temas artúricos, como la farsa de la profecía de Merlín, urdida para indicarle a don Quijote cómo desencantar a Dulcinea. Ni tampoco escapa la literatura caballeresca del ciclo carolingio, como ya se ha comprobado en la mención de la historia de don Gaiferos y de Melisendra en el epígrafe anterior o en la referencia en éste a personajes carolingios en la aventura de la cueva de Montesinos o a otros temas y personajes de esta misma saga en epígrafes subsiguientes y en las varias referencias humorísticas desperdigadas por la novela a los Doce Pares de Francia, a los que don Quijote pretende superar.

3. Episodios de los libros de caballerías que narran duelos entre caballeros

Los episodios paródicos correspondientes del Quijote son varios: el de la batalla soñada contra Roldán (I, 7), en que el héroe manchego, despierto al pie de la cama dando cuchilladas y reveses a todas partes, imagina ser Reinaldos de Montalbán, uno de los Doce Pares de Francia, en lucha con Roldán, quien le muele a palos con el tronco de una encina dejándole quebrantado.

El de la aventura del vizcaíno (I, 8-9), a quien don Quijote toma por secuestrador de una princesa y con el que termina enfrentándose en duelo.

El de los encamisados o del cuerpo muerto (I, 19), a los cuales encamisados reta a combate el héroe manchego para vengar al caballero muerto o herido.

El de la aventura del yelmo de Mambrino (I, 21), pues si bien el objeto de la disputa es el yelmo, don Quijote cree obtenerlo como despojo tras lo que él interpreta como pelea con un caballero, en realidad un barbero montado en un burro y no en un caballo.

El del frustrado desafío a batalla del caballero manchego dirigido a cuatro hombres de a caballo, en realidad sirvientes de don Luis (I, 43-4), el enamorado de Clara, a los que confunde con unos caballeros, que no le hacen caso, pues enseguida se percatan de que está chalado.

El del duelo con el Caballero del Bosque o de los Espejos (II, 14-5); el del combate con Tosilos (II, 54-6), lacayo de los Duques; el del combate con el Caballero de la Blanca Luna (II, 64-5), que precipita el fin de la carrera del hidalgo como caballero andante.

4. Episodios de los libros de caballerías centrados en enfrentamientos con gigantes.

Hay varios episodios paródicos del Quijote que cuadran con este encabezamiento, entre ellos algunos de los más famosos relatos de la novela: la aventura de los molinos de viento (I, 8), a los que toma por desaforados gigantes y sus aspas, por los brazos de estos colosos, algunos de los cuales, según él, llegan a tener unos brazos de hasta dos leguas.

La aventura de los rebaños (I, 18) también encaja bajo este epígrafe, pues los ejércitos que don Quijote cree que van a combatir, además de estar formados por caballeros, asimismo lo están por gigantes, entre los cuales se cita a Brandabarbarán de Boliche, señor de las tres Arabias.

La de la princesa Micomicona (I, 29-30), cuya defensa entraña combatir contra el gigante usurpador de su reino.

La de los cueros de vino tinto (I, 37), en la que, mientras sueña que está luchando con un gigante, no hace otra cosa que acuchillar unos pellejos de vino.

5. Episodios que relatan guerras o contiendas entre ejércitos, con enumeración de sus principales combatientes y sus países de procedencia.

Este punto está representado por un único episodio en el Quijote, pero es sin duda uno de los más extraordinarios, a saber: la aventura de los rebaños (I, 18), en que se satirizan los pasajes bélicos en que se enfrentaban ejércitos con la presencia del héroe como parte de uno de ellos, a cuyo favor luchaba, como hace don Quijote, que toma partido por el rey cristiano Pentapolín del Arremangado Brazo, rey de los garamantas, frente al emperador mahometano Alifanfarón, señor de la grande isla Trapobana, enfrentados porque el primero no quiere entregar al rey pagano su hermosa hija, de la que está enamorado, si no abandona primero la fe mahometana y se convierte a la cristiana.

6. Episodios de los libros de caballerías en que se cuentan enfrentamientos con animales, ya sean reales o imaginarios, como monstruos o vestiglos.

Son varios los episodios paródicos del Quijote relacionados con este tema: el de los rebaños, en que, creyendo combatir contra caballeros y gigantes, con quien combate realmente es contra ovejas y carneros.

El de la aventura de los leones; la aventura del barco encantado (II, 29), en que nuestro héroe confunde a los molineros, que salen alarmados al ver que la embarcación en la que amo y escudero van puede chocar con las ruedas de las aceñas, con vestiglos («Mira cuántos vestiglos se me oponen», comenta don Quijote a Sancho), debido a su apariencia monstruosa, apariencia que les da el que van enharinados y cubiertos los rostros y los vestidos del polvo de la harina.

El del fallido enfrentamiento del héroe con un jabalí durante la caza de montería organizada por los Duques (II, 34), abatido por los venablos del Duque y de sus criados; la burla de los gatos con cencerros atados a las colas (II, 46), uno de los cuales le araña y le clava los dientes en la cara.

El episodio de los toros bravos y de los mansos cabestros (II, 58), que termina con el caballero andante por el suelo pisoteado por estos animales.

El de la piara estruendosa de cerdos (II, 68), que derriban y hollan a amo y escudero, desventura que el primero interpreta como un justo castigo del cielo por haber sido vencido por el Caballero de la Blanca Luna.

7. Episodios o, en su caso, pasajes de la literatura de caballerías centrados en la realización de ceremonias caballerescas o en los que desempeña una función relevante alguna de éstas.

Los correspondientes episodios paródicos del Quijote son los siguientes: el de la vela de armas e investidura de don Quijote como caballero (I, 3).

El de la ceremonia de pedir un don, como el que le pide el héroe manchego al ventero-alcaide de que le arme caballero o el don que le solicita Dorotea-Micomicona a don Quijote de que acepte defenderla frente al gigante usurpador de su reino o el que le suplica doña Rodríguez de que defienda el honor de su hija mancillado por el hijo de un labrador rico, protegido de los Duques.

La ceremonia de pedir licencia, que obliga al caballero andante a proseguir una empresa, sin poder abandonarla para iniciar otra, mientras no haya concluido la primera, a no ser que la persona a cuyo servicio está le autorice a emprender otra a la vez. Por eso, cuando la ventera y su hija le ruegan a don Quijote que socorra a su marido y padre al que los dos clientes que quieren irse sin pagar están moliendo a palos, el caballero andante, buen conocedor del código y ceremonial caballeresco, se ve obligado a rechazar la petición, alegando que no puede involucrarse en otra aventura en tanto no corone la que tiene en ese momento comprometida, que es la de proteger a Dorotea-princesa Micomicona, sin pedir licencia a ésta para socorrerle en su apuro, e inmediatamente se dirige a ella, y siguiendo a rajatabla el ritual caballeresco, se pone de hinojos ante Dorotea, y le pide permiso, en un lenguaje caballeresco, para auxiliar al ventero-castellano, permiso que ella le concede al instante.

Obsérvese que hay una diferencia entre las diferentes ceremonias: mientras la de armarse caballero es trascendental, ya que es la llave que abre paso al conjunto de la carrera del caballero, sin la cual no puede iniciar ninguna empresa, las otras, como la ceremonia de la petición de un don o de licencia, simplemente sirven para iniciar una nueva empresa; de ahí que el autor dedique todo un capítulo a parodiar la primera y las otras aparezcan sólo como comienzo de aventuras, a las que se limitan a dar paso.

Otras ceremonias, aunque de menor calado que las anteriores, a las que se hace referencia son la de hincarse de hinojos, que acabamos de mencionar de pasada, la de besar las manos y la de la bendición. Las dos primeras, ejecutadas ante personas de rango social superior o ante quien se quiere o se debe mostrar respeto y consideración, muchas veces se entrelazan con otras ceremonias, como la de pedir un don o licencia, a las que suelen preceder. En cuanto a la de la bendición, muchas veces unida a la de solicitar licencia, a la que suele suceder, su presencia más interesante tiene lugar, por un lado, en la relación de don Quijote con Dulcinea, de quien el caballero manchego necesita que le bendiga, amén de su licencia, para emprender nuevas gestas; de ahí que en la segunda parte viaje hasta el Toboso para pedirle su bendición antes de errar por bosques y despoblados en pos de venturosas aventuras andantescas; por otro lado, en el contexto del trato entre el hidalgo y su escudero, antes de aprestarse éste a realizar una empresa importante que se desea iniciar con buenos auspicios y concluir exitosamente: así Sancho no sale de viaje como embajador de su amo ante Dulcinea para entregarle la carta de amor de su enamorado caballero sin antes rogarle que le eche una bendición (I, 25); asimismo no se marcha para cumplir su misión de gobernador sin que antes su señor acceda a bendecirlo (II, 44).

8. Episodios de los libros de caballerías centrados en el motivo de los pasos de armas, donde un caballero se situaba para interceptar el acceso a un lugar determinado a otros caballeros a quienes se retaba a combatir si querían pasar.

En este epígrafe encajan los siguientes episodios satíricos del Quijote: el de la aventura de los mercaderes (I, 4), a quienes el héroe manchego confunde con caballeros andantes ante los que se planta retándoles a combate si no admiten que Dulcinea del Toboso es la doncella más bella del mundo, en virtud de lo cual actúa a la vez como paladín de la honra de su dama si no reconocen esto.

La aventura del desafío de don Quijote en el camino real a Barcelona (no lejos del prado en que se está representando la Arcadia fingida) donde reta a combatir a cualquier viandante caballero que pase por él, y que termina con él por los suelos pisoteado por un tropel de toros bravos y cabestros.

9. Episodios de la literatura de caballerías que tienen que ver con la recepción del héroe en una corte, su estancia en ella y rendición de honores por las hazañas que le han dado fama.

Los episodios del Quijote que glosan satíricamente este tema caballeresco están entre los más importantes de la obra y desempeñan un papel crucial en la trama de la segunda parte: los que relatan las peripecias de don Quijote y Sancho en el castillo de los Duques, donde son acogidos con cortesía y agasajados, a la vez que sometidos a una serie de burlas paródicas de sendos episodios caballerescos.

10. Episodios de la literatura caballeresca en que el héroe o a veces el propio autor visita un lugar subterráneo o el fondo de un castillo o alcázar, donde se encuentra con una serie de personajes encantados.

Episodios correspondientes del Quijote: la aventura de la cueva de Montesinos, que Clemencín relacionó con un episodio de las Sergas de Esplandián, en que el propio autor visita en sueños una cueva que conduce a un hermoso alcázar donde se encuentra encantados diversos personajes importantes de la saga literaria de los Amadises, empezando por Amadís, Oriana y Esplandián, su hijo.

Pero también se asemeja a un pasaje del Amadís, en que en los sótanos de un castillo Arcaláus el Encantador tiene encerrados a una serie de personajes encantados a los que Amadís, con la ayuda de una doncella enviada por su protectora Urganda, consigue liberar.

11. Episodios de la literatura de caballerías en los que desempeñan una función relevante objetos impersonales, tales como pócimas o brebajes mágicos o curalotodo, objetos valiosos cuya posesión se disputa o ingenios para viajar.

Hay cuatro episodios de este cariz en el Quijote con evidente intención satírica: el del bálsamo de Fierabrás (I, 17), que parodia un pasaje de la novela del ciclo carolingio Historia del emperador Carlomagno y de los doce pares de Francia..., en que el gigante sarraceno Fierabrás roba en Roma restos del bálsamo con que fue embalsamado el cuerpo de Cristo, dotado del poder de curar las heridas de quien lo bebe.

El del yelmo de Mambrino (I, 21), en realidad la bacía de un barbero a quien don Quijote toma por un caballero cubierto con un yelmo de oro, que él de inmediato cree ser el famoso yelmo, que en la literatura del ciclo carolingio, Reinaldos de Montalbán había ganado como despojo, luego de vencer al rey moro Mambrino.

La aventura del barco encantado en el río Ebro, que es una réplica humorística de pasajes de las novelas caballerescas, como el Palmerín de Ingalaterra, en que el héroe se topaba con un barco, como si le estuviese esperando, que lo trasladaba en poco tiempo a tierras lejanas.

Y la aventura de Clavileño (I, 40-41), el caballo volador de madera, que don Quijote tiene que montar para viajar al muy distante país de Candaya para cumplir una misión y que remeda en tono de befa un tópico característico de las novelas caballerescas, al parecer un motivo literario inspirado remotamente en un relato de las Mil y una noches, pero del que se apropiaron los libros de caballerías, como el libro español Historia de Clamades y Clarmonda, impreso en 1562, a su vez una prosificación de la novela en verso francés, Cléomadès, escrita entre 1280 y 1294 por Adenit li Rois, poeta de la corte de los duques de Brabante, en la que ya figuraba el tema del caballo volador.

12. Episodios de la literatura caballeresca que glosan el tema de la recompensa del héroe a su escudero con una ínsula, señorío o reino que gobernar.

Aparte de las innumerables referencias desperdigadas a la recompensa de Sancho, en el Quijote este asunto se halla reflejado particularmente en el relato burlesco de sus aventuras durante el gobierno de la ínsula Barataria (II, 45, 47, 49, 51 y 53).

No queremos dar por acabado este punto sin hacer unas observaciones para el buen entendimiento de la clasificación precedente. La primera de ellas es que la mayor parte de las aventuras caben en el primer epígrafe, debido a su carácter genérico, pues en él se apela al fin generalísimo de amparar a los menesterosos, lo que se corresponde con el deber general del caballero andante de deshacer agravios y sinrazones. Pues cuando éste participa en duelos, lucha con gigantes, combate en un ejército, se enfrenta a encantadores, etc., es siempre para prestar auxilio a algún agraviado u ofendido y así restaurar la justicia. Por tanto, salvo las luchas con animales y los pasos de armas, cuyo fin es más bien probar la valentía del caballero, las demás, sin perjuicio de clasificarse bajo el epígrafe específico que les hemos asignado, se ajustan a la vez al primero, que en cierto modo envuelve a todos. De ahí las repeticiones observadas en la clasificación, pues muchos episodios combinan a la vez varios motivos caballerescos, de manera que una misma aventura puede aparecer bajo más de un encabezamiento a la vez según el motivo literario que se tenga más en cuenta.

La segunda es que con el epígrafe segundo, el de los encantadores y encantamientos, sucede algo parecido a lo que pasa con el primero: que envuelve a gran parte de los demás, pues, como ya dijimos, la presencia de los encantadores y de sus magias es ubicua, como en la literatura caballeresca de la que se mofa. La visión que en ésta se nos presenta del mundo es que todo lo que en él sucede está movido por la acción de los encantadores y don Quijote, tributario de esta visión, no sólo la manifiesta en su acción y en su interpretación de la realidad, sino que además tiene la representación consciente de la misma, como cuando afirma que « todo es artificio y traza de lo malignos magos que me persiguen» (II, 16, 660).

Como consecuencia de esta trastornada concepción del mundo, no es de extrañar que la mayoría de los episodios mezclen con el tema caballeresco resaltado en primer plano el tema de los encantadores, que está actuando desde el fondo de la escena. Así, por ejemplo, la famosa aventura de los molinos es, prima facie, y de este modo nos lo transmite el autor, un asunto de gigantes, y así la hemos clasificado, pero a la vez lo es de encantadores, pues, luego de acontecida, echa la culpa de su derrota a la intervención del sabio encantador Frestón, el mismo que le robó el aposento de sus libros, quien, para quitarle la gloria de la victoria, ha transformado los gigantes en molinos; del mismo modo se ha de interpretar la aventura de los rebaños de ovejas y carneros, que, a primera vista, es, en la mente desvariada del héroe manchego, una contienda entre dos ejércitos de caballeros y gigantes, pero en el fondo es asimismo un asunto de encantadores, pues, tras su choque con la realidad, lejos de reconocer su error de volver rebaños en ejércitos, se refuerza en éste alegando que ciertos encantadores enemigos suyos, con ánimo de robarle la gloria, han convertido los ejércitos en rebaños, por lo que continuará convencido de que realmente luchó contra un ejército.

La tercera es que, si el primero y el segundo temas son casi ubicuos (muchos de los episodios combinan al menos dos temas caballerescos), no faltan combinaciones de tres y hasta de cuatro. Entre los de tres, cabe mencionar la ficticia historia de la princesa Micomicona que arranca con la ceremonia de pedir un don y a la vez combina el motivo del socorro de doncellas menesterosas con el de los gigantes; otro ejemplo es el episodio del lacayo Tosilos, donde don Quijote opera a la vez como reparador de agravios, duelista y como víctima de encantadores. Entre los de cuatro, está la aventura del caballo encantado, en la cual se mezclan el viaje en un artefacto superligero, que es en lo que se pone más énfasis, el auxilio a personas en apuros, el encuentro con monstruos o vestiglos y el enfrentamiento con encantadores.

B. Los lances en el eje del amor

Los episodios de la literatura caballeresca centrados en torno a las diversas fases y avatares de la evolución del amor entre el héroe y su dama los ordenamos en cinco clases, según que aborden uno o varios de los siguientes motivos literarios:

  1. Inicio de la relación amorosa.
  2. Culto e idealización de la dama, cuyo amor es el motor de la acción del amado.
  3. Desamor y desdenes de la amada a éste y retiro penitencial del amado como paso a la reconciliación.
  4. Pruebas de honestidad y fidelidad amorosa del héroe.
  5. Elementos ceremoniales de la relación amorosa.

1. Episodios del Quijote que glosan burlonamente el inicio de la relación de amor caballeresco: el monólogo de don Quijote en el primer capítulo en que elige su dama y le pone nombre. El pasaje no puede ser más paródico: lo que en la novela caballeresca, como el Amadís, es un proceso natural en que los protagonistas se enamoran siendo unos niños apenas conocerse, en el caso del hidalgo manchego se trata de un proceso artificioso, impulsado por su delirio caballeresco, que le lleva a construirse su propia dama, esto es, a enamorarse de una ficción suya atendiendo simplemente a la consigna de que «no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma» (I, 1, 33).

2. Episodios del Quijote que imitan humorísticamente el culto del héroe a su dama sometida a una idealización que la convierte en una especie de diosa: la conversación de don Quijote con Vivaldo sobre Dulcinea (I, 13), las de don Quijote con su escudero sobre Dulcinea (I, 25 y 31), la de los Duques con el hidalgo (II, 32) y la de la Duquesa con Sancho también sobre Dulcinea (II, 33).

3. Episodios del Quijote que remedan el desamor, desdenes a cuenta de la amada y desesperación y retiro penitencial del amado: el de la penitencia amorosa de don Quijote en Sierra Morena (I, 25-6), que sigue el modelo de la de Amadís en la Peña Pobre, aunque, a diferencia de éste, no cuenta en su retiro con la compañía de un ermitaño, de lo que se lamentará el hidalgo. Todo esto es un tópico caballeresco frecuente, que se remonta al ciclo artúrico, en que Lanzarote pasa largo tiempo apartado en el bosque, junto a un ermitaño, en estado casi salvaje. El simulacro de don Quijote, aunque nos anuncia que va a seguir el ejemplo de Amadís, combina en realidad elementos de la penitencia amorosa de éste, como los lloros, lamentaciones, rezos y versos que compone, con la furia enloquecida de Orlando furioso, como las zapatetas y volteretas en camisa que da el hidalgo. Es interesante destacar que durante estos avatares penitenciales don Quijote reconoce implícitamente, en un intervalo de cordura, que esto es algo que él se inventa, pues nos declara que quiere hacer locuras, lo que entraña admitir que su simulacro penitencial es resultado de un cálculo racional para seguir el guión de las peripecias del amor en las novelas de caballerías.

4. Episodios del Quijote que tratan burlescamente las pruebas de honestidad y fidelidad a su dama que el caballero andantesco debe superar en la literatura caballeresca: el encuentro nocturno con Maritornes (I, 16), a quien el hidalgo confunde con una hermosa doncella, en realidad ni doncella, sino ramera, ni hermosa, sino repulsiva y deforme que va en busca de la cama de un arriero, pero al cruzarse con don Quijote éste se cree que se dirige a él, sospechando que ha caído vencida de amor por él, lo que da origen a una de las escenas más divertidas de la obra.

Por cierto, hay un aspecto de la conducta de don Quijote en su encuentro con Maritornes que los comentaristas suelen omitir y es que la castidad del héroe flaquea. Creyendo que ella se le está ofreciendo, el hidalgo se disculpa por no darle satisfacción por estar molido y quebrantado y sobre todo a causa de su compromiso con Dulcinea, pues «si esto no hubiera de por medio, no fuera yo tan sandio caballero, que dejara pasar en blanco la venturosa ocasión en que vuestra gran bondad me ha puesto» (I, 16, 143).

En relación con este mismo tema se hallan el pasaje en que el caballero manchego, figurándose que la hija del ventero Juan Palomeque es una doncella hermosa, hija del señor del castillo, y que está enamorada de él y le hace insinuaciones amorosas, la compadece por no poder corresponderle (I, 43). Pero donde culmina el tratamiento cervantino de este tema es sobre todo en los episodios que glosan las fingidas solicitaciones y amores de Altisidora a don Quijote (II, 44, 46 y 57). Altisidora, personaje osado y desenvuelto que parece inspirado en el de Placerdemivida de Tirante el Blanco, sin la deshonestidad de ésta, viene a ser la contrafigura de Maritornes: si ésta es prostituta y horriblemente fea, Altisidora es realmente doncella y hermosa, a la que el héroe manchego no tiene necesidad de transfigurar. Pero el objetivo es el mismo: divertir al lector a costa de poner a prueba la fidelidad de don Quijote, pero en este caso resiste las insinuaciones de la bella Altisidora sin concesiones. El autor no precisa en este caso ridiculizar, como en el caso de Maritornes, su castidad: le basta con provocar el efecto cómico viendo al hidalgo picar el anzuelo al figurarse que una joven y hermosa doncella está realmente enamorada de un viejo, feo y demente hidalgo. Los relatos acerca del túmulo y resurrección de Altisidora (II, 69 y 70) continúan la burla fingiendo ahora Altisidora que ha muerto a causa de los desdenes de don Quijote, burla a la que sus diseñadores le dan un vuelta de tuerca al lograr hacer creer al hidalgo y a su escudero que aquélla podrá resucitar si Sancho se deja propinar unos alfilerazos.

Por último, antes de pasar al punto siguiente, merece la pena destacarse que en las pruebas de honestidad y fidelidad a su amada, el caballero manchego, como en los demás lances de amor, sigue el modelo de Amadís, quien, en efecto, si no casto (recuérdese lo que sobre este asunto dijimos en la primera entrega al hablar de los «mortales deseos» que frecuentemente le afligían y de sus relaciones prematrimoniales con su amada), al menos fue siempre honesto y fiel a Oriana. Por eso, don Quijote, cuando se queda solo en el palacio ducal, tras la marcha de Sancho a gobernar la ínsula, y temeroso de las tentaciones que pudiesen ocasionarle las doncellas de los Duques, invoca el ejemplo de honestidad y fidelidad que Amadís representa para él, como si en esta evocación encontrase un escudo para afrontar y vencer las ocasiones tentadoras:

Y en cenando don Quijote se retiró en su aposento solo, sin consentir que nadie entrase en él a servirle: tanto se temía de encontrar ocasiones que le moviesen o forzasen a perder el honesto decoro que a su señora Dulcinea guardaba, siempre puesta en la imaginación la bondad de Amadís, flor y espejo de los andantes caballeros. (II, 44, 881)

5. Episodios del Quijote que ponen énfasis en los elementos ceremoniales del amor caballeresco: la carta de amor de don Quijote a Dulcinea (I, 25), la embajada de Sancho ante la dama portando la carta (I, 25-6), el viaje de don Quijote y Sancho al Toboso para visitar a Dulcinea (II, 10), a quien, remedando las ceremonias caballerescas en que el caballero andante no da un paso sin el permiso de su dama de la que es su leal y obediente servidor, le quiere solicitar, como ya dijimos, su licencia y bendición para emprender nuevas proezas; o el envío a su señora por parte de don Quijote de los beneficiarios de su acción justiciera para que se presenten ante ella para anunciarle que son enviados por su caballero, como acontece en la aventura del vizcaíno, a quien le hace prometer que se presentará ante ella para que disponga de él según su voluntad; o en la de los galeotes, a quienes pide que se presenten ante Dulcinea de su parte y le cuenten su gesta, aunque en este caso los malhechores le ruegan que les cambie esa obligación por la de hacer unos rezos.

Como observación de conjunto sobre la clasificación hasta aquí esbozada, sugerimos que ésta admite una simplificación si utilizamos la teoría de Gustavo Bueno sobre los tres ejes del espacio antropológico, de acuerdo con la cual los hombres se relacionan en el seno de éste con tres tipos de entidades, con otros hombres (relaciones circulares), con entidades impersonales, naturales o artificiales (relaciones radiales) y con entidades personales, no humanas, como animales, ángeles, demonios y dioses (relaciones angulares). Pues bien, el héroe caballeresco y correspondientemente su émulo don Quijote tiene que acometer, en el curso de su carrera hasta llegar a coronarla como rey o emperador y como esposo de su dama, tres tipos de aventuras susceptibles de ubicarse en sendos ejes citados. Como se desprende de nuestra sistematización de los episodios del Quijote en justo paralelismo con los de la literatura caballeresca, la trayectoria del héroe manchego está sembrada de aventuras circulares, radiales y angulares. Esta clasificación, al tiempo que simplifica la ordenación precedente tiene la ventaja de que permite apreciar la universalidad de la acción de los héroes caballerescos y de su émulo don Quijote, en tanto se extiende a todo el espacio antropológico, a la totalidad de la experiencia humana o de la relaciones del hombre con los tres tipos de entidades sobre las que éste puede actuar. Las aventuras del héroe caballeresco y correspondientemente de don Quijote vienen a constituir, pues, un compendio o microcosmos de la actuación del hombre en el mundo, en tanto ésta ha de superar obstáculos que se ordenan a lo largo de lo tres ejes en que se articula el espacio antropológico.

La mayoría de las aventuras son circulares, donde hay que incluir también las habidas con gigantes, quienes, en realidad, constituyen, no una especie aparte, sino un linaje de gente de elevada estatura dentro de la especie humana (en una época en la que la mayor parte de la gente medía de media 1´60 o 1´65 a los que pasaban de 1´90 se los consideraba gigantes) y de ahí que, por un lado, se puedan unir en matrimonio con humanos corrientes y tener descendencia, como sucede en el Amadís, donde, por ejemplo, el gigante Bravor se casa con la hija de Darioleta (antigua criada de la madre de Amadís), cuyo hijo de ambos, Galeote, se unirá, por cierto, a su vez con la hija de otro matrimonio mixto, el de la giganta Madasima con el humano corriente Galvanes; y de ahí que, por otro lado, los caballeros andantes puedan combatir con los gigantes, aunque sean más altos, a su misma escala y con las mismas armas que combaten contra cualquier caballero.

Naturalmente a la región circular pertenecen los lances de amor. Y a todo esto cabe añadir que las principales recompensas del héroe a sus méritos, como el matrimonio con su dama, las de índole moral, como el aumento de la honra y la conquista de la gloria, y las de tipo político, como la herencia de un reino, imperio o territorio que gobernar, se insertan asimismo en el eje circular. Las recompensas, en tanto meta de las aventuras emprendidas por él, constituyen un elemento literario que trasciende a todas ellas, no siendo por ello objeto de tratamiento en un episodio concreto, sino de referencias frecuentes dispersas por toda la obra.

En segundo lugar, están por su abundancia las aventuras angulares, donde entran tanto los enfrentamientos de don Quijote con animales como sus relaciones con los encantadores, ya sean benévolos, como el sabio encantador que, según cree él, le protege, ya sean perversos, de carácter demoníaco, que son los enemigos suyos que, envidiosos de su gloria, le arrastran a la desventura; y en tercer lugar, están las aventuras radiales, las que hemos incluido en el epígrafe 11.

Pero si bien se mira, a la postre, son los componentes angulares los dominantes en el conjunto de los episodios y de la trama argumental, visto desde la perspectiva de don Quijote, ya que, de acuerdo con su visión, el curso de su vida está determinado por el conflicto constante entre los encantadores malignos y los benignos, un conflicto que él espera que se resuelva a favor de las fuerzas del bien, pues no en vano él actúa como brazo ejecutor de la justicia divina y además la providencia ejercida por Dios, a la que tantas veces se encomiendan amo y escudero, no va a defraudar su confianza en que finalmente aquélla armonice las pretensiones misionales del caballero manchego con la realidad insidiosa del mundo: «Vente tras mí, -le dice don Quijote a un Sancho desanimado después de haber sufrido varias amargas derrotas de las que ha salido apaleado, golpeado, apedreado y, en definitiva, molido y quebrantado- que Dios, que es proveedor de todas las cosas, no nos ha de faltar, y más andando tan en su servicio como andamos» (I, 18, 164)

Lo visto hasta aquí podría hacer pensar que todas las aventuras tienen un modelo en la literatura caballeresca. No es así. Algunas de ellas no parecen tener ningún paralelo en éstos, sino ser resultado de la inventiva de su autor, al menos en una parte importante, pero persiguen el mismo efecto paródico. Tal es, por ejemplo, el caso de la aventura de los batanes, en que don Quijote y Sancho se ven obligados a cambiar sus planes y pernoctar en el campo al oír un ruido horrísono; a la madrugada descubrirán que el ruido procede de los mazos de un batán. Aunque la hemos colocado entre las que tienen que ver con el enfrentamiento con encantadores, lo cierto es que éste es un asunto secundario en el desarrollo de la narración, pues la creencia de don Quijote de que Rocinante no se mueve porque está encantado es sólo un freno para impedir la intervención del héroe manchego, pero no permite identificar el objeto al que tiene que hacer frente, que es el foco central de la historia.

En verdad, esta aventura es singular comparada con las habitualmente acometidas por él: aquí no se enfrenta a un enemigo personal definido, ya sea un ser humano, un encantador, un animal o un monstruo, ni tampoco tiene que ver con una entidad impersonal conocida, al menos cuando la aventura está en curso (sólo cuando haya concluido quedará patente que el origen del supuesto peligro reside en una cosa impersonal, pero inofensiva), sino con un objeto indefinido y desconocido, del que sólo saben amo y escudero que hace un ruido espantoso en medio de una noche oscura, que asusta a Sancho y que, aunque no quiera reconocerlo, también atemoriza a don Quijote, según nos informa el narrador: «Aquel horrísono y para ellos espantable ruido que tan suspensos y medrosos toda la noche los había tenido» (I, 20, 184). Se puede decir que aquí Cervantes ha construido un episodio cuyo asunto es el miedo mismo a algo desconocido que se apodera de amo y escudero y es esto lo que carece de paralelos en la literatura de caballerías, donde el protagonista siempre termina luchando contra entidades perfectamente identificables y, por supuesto, sin ser presa del temor.

El efecto paródico de este recurso es, sin duda, mayor, si cabe, que en otros episodios, pues en realidad no hay siquiera aventura en sentido estricto, no vemos al héroe enfrentarse a nada, salvo a su propio temor, de modo que la narración gira en realidad en torno a las menudencias intrascendentes que suceden mientras pasan la noche asustados. Que este episodio posee una fuerza paródica mayor que otros se percibe en el hecho de la diferente reacción de don Quijote en comparación con estos otros: en ellos podrá salir el caballero manchego derrotado y quebrantado, pero al menos podrá erguir enhiesta la cabeza con la satisfacción de haber intentado cumplir con su misión; en la aventura de los batanes, por el contrario, sale dolido y avergonzado, según nos informa el narrador, porque no ha cumplido misión alguna y además ha pasado toda la noche, «suspenso y medroso», sin hacer nada, cuando no había otro peligro que seis mazos de batán dando golpes. La vergüenza del hidalgo es tal, que, caso insólito (y no hay otro semejante en toda la novela) que llega a insinuar a Sancho que no hable de este asunto, no sea que se malentienda su comportamiento y llegue a dudarse de su valentía: »Lo que nos ha sucedido... no es cosa digna de contarse, que no son todas las personas tan discretas, que sepan poner en su punto las cosas» (I, 20, 185 ).

Otras aventuras, sin paralelo en las novelas caballerescas, sin duda de un formidable efecto burlesco, son las aventuras de don Quijote que le acontecen en Cataluña, sobre todo la de Roque Guinard (II, 60), un famoso bandolero en la región, y la de las galeras (II, 63), que son aventuras de veras. La primera de ellas es la que le sucede al encontrarse con el bandolero citado y su cuadrilla, inspirada en personajes y hechos reales acaecidos en Cataluña, donde era un mal endémico el bandolerismo (el enfrentamiento entre los niarros o los lechones y los cadells o los cachorros). Las aventuras acaecidas a nuestro héroe en Cataluña son de trascendental importancia para entender el personaje, pues es en ellas en las que por primera vez don Quijote se enfrenta con hechos reales, como el de los bandoleros catalanes y las incursiones costeras de los turcos o de los berberiscos, esto es, con aventuras no soñadas ni fingidas o inventadas por el autor o por los Duques, sino reales, que reflejaban problemas reales de la España de Cervantes, y el resultado es que nuestro héroe queda oscurecido por la figura del bandolero justiciero arrancado de la realidad, Roque Guinard, al que Cervantes parece ver con cierta simpatía.

Lo mismo sucede en la aventura de los galeras: cuando llega la aventura de verdad nuestro héroe se arruga, queda relegado a un segundo plano. Hasta ahora las aventuras que le sucedían eran aventuras que él mismo se creaba como efecto de su loca idealización de la vulgar realidad, cuales las que le suceden en la Mancha, o que otros le creaban, como las que le acaecen en Aragón por engaño de los Duques, pero ahora se topa con aventuras reales surgidas de la realidad española de la época y don Quijote casi desaparece cuando la situación exige coraje: se estremece de espanto cuando cae el palo de una vela (la entena) de una galera; y durante la escaramuza contra el presunto bergantín turco, un pequeño combate naval entre éste y cuatro galeras españolas en el que hay disparos y dos muertos, aunque se captura al bajel turco, don Quijote queda barrido totalmente de la escena, precisamente ahora que la realidad le ofrecía una aventura bélica de verdad, ajustada a las exigencias de sus pretensiones heroicas, y no una aventura bélica imaginaria, como la de los rebaños de ovejas en la Mancha. Todo esto nos enseña, como bien ha visto Martín de Riquer (Aproximación al Quijote, págs. 136-7), que la locura de don Quijote es puramente literaria, libresca y que el Quijote no es una sátira del heroísmo ni de los ideales caballerescos, sino de la literatura caballeresca, pues el ardor caballeresco de nuestro héroe se viene abajo cuando se tiene que enfrentar con una situación que demanda, no una valentía y heroísmo librescos, sino una valentía y heroísmo reales, como los que sí demostró su creador, Cervantes, en Lepanto y en el cautiverio en Argel.

Por último, debemos destacar que este desmoronamiento de don Quijote en estas últimas aventuras que van de veras tiene unas consecuencias demoledoras en términos de parodia mayores que todas las aventuras precedentes, que bien creaba él mismo por causa de su locura o bien eran ficciones de aventuras creadas por otros, como cuando terceras personas, sobre todo los Duques, pero también otros, como el cura y el barbero (con su engaño de la princesa Micomicona para traerlo a casa), Sansón Carrasco (con el engaño que diseña en la segunda parte de disfrazarse de caballero andante, retar a Don Quijote, vencerlo y hacerle así regresar a casa, lo que finalmente conseguirá) e incluso el propio Sancho, que engaña dos veces a su señor, una fingiendo que ha entregado a Dulcinea la carta de don Quijote que él envía con él desde Sierra Morena, y la otra cuando le hace creer que una de los tres labradoras con las que se topan en el Toboso es realmente Dulcinea. Cuando Sancho prepara el primer engaño no sabe todavía que su amo está loco: consigue engañarlo porque don Quijote no tiene modo de saber que Sancho en realidad no ha visitado a Dulcinea; en cambio, cuando construye el segundo engaño, ya sabe que está loco y utiliza su locura para hacerle caer en el engaño.

 

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