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El Catoblepas, número 67, septiembre 2007
  El Catoblepasnúmero 67 • septiembre 2007 • página 7
La Buhardilla

Ayn Rand en Manhattan.
Un doble homenaje en septiembre

Fernando Rodríguez Genovés

Se cumple este año el 25 aniversario de la muerte en la ciudad de Nueva York de la escritora y filósofa Ayn Rand (1905-1982). Una buena ocasión para rendir un merecido homenaje a ambas damas –urbe y autora–, unidas entre sí en un mismo lugar y por similar destino

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Desde Rusia con amor a la libertad

Ayn Rand

Ayn Rand al cumplir los 100
15 de junio de 2005
por David Boaz

David Boaz es Vicepresidente Ejecutivo del Cato Institute, autor de Libertarianism: A Primer (Free Press, 1998), y editor de The Libertarian Reader (Free Press, 1998), donde se incluye una larga entrevista a Ayn Rand realizada por Alvin Toffler

«El interés en la celebrada filósofa y novelista Ayn Rand continúa creciendo, veinte años después de su muerte y sesenta después de su primer bestseller con El Manantial. Rand nace el dos de febrero de 1905, en San Petersburgo, Rusia.

En el oscuro año de 1943, en las profundidades de la Segunda Guerra Mundial y del Holocausto, cuando EE.UU. se había aliado a un poder totalitario para derrotar a otro, tres mujeres admirables publican sendos libros que fundan el movimiento liberal{1} moderno. Rose Wilder Lane, la hija de Laura Ingalls Wilder, autora de La Pequeña Casa del Bosque y otras historias de marcado individualismo estadounidense, publica un apasionado ensayo histórico titulado El Descubrimiento de la Libertad. La novelista y crítica literaria Isabel Paterson compone El Dios de la Máquina, donde se defendía el individualismo como la fuente de progreso en el mundo.

El otro gran libro de 1943 es El Manantial, una enérgica novela sobre arquitectura e integridad escrita por Ayn Rand. Por no encajar el sesgo individualista del libro con el espíritu de le época, los críticos lo hacen pedazos. El relato, sin embargo, conmueve a los lectores a los que va dirigido. Las ventas, muy discretas al principio, van creciendo y creciendo con el tiempo. Dos años después de su publicación, todavía permanece en la lista del New York Times de libros más vendidos. Cientos de miles de personas lo leen en la década de los 40, millones tal vez, y muchos de ellos sienten la motivación de buscar más información acerca de las ideas de Ayn Rand.

Rand escribe más tarde, en 1957, La Rebelión del Atlas, una novela más exitosa si cabe que la anterior, al tiempo que funda una asociación de personas que comparten su filosofía, la cual denominó Objetivismo. Aunque su filosofía política era liberal, no todos los liberales compartieron sus opiniones respecto a metafísica, ética y religión. A algunos les incomodaba la radicalidad de su exposición, así como el culto que provocaba entre sus seguidores.

Como en el caso de Ludwig von Mises y de F. A. Hayek, Rand hace patente la relevancia de la inmigración, no solo en EE.UU. en su conjunto sino en el liberalismo americano en particular. Mises había huido de su Austria natal justo antes de que los nazis confiscaran su biblioteca. Rand huye, por su parte, de los comunistas nada más ocupan el poder en Rusia. Cuando un asistente a un acto público interrumpió a la escritora para inquirirle: “¿Por qué debería de importarnos las ideas de un extranjero?”, ella le contestó con su firmeza habitual: «Yo escogí ser americana. ¿Qué has hecho tú, aparte de haber nacido?»

George Gilder calificó La rebelión del Atlas como «la más importante novela de ideas desde Guerra y paz». Desde las páginas del Washington Post, explicó el impacto que produjo en el mundo de las ideas, especialmente en el ámbito capitalista: «Rand dio con sus poderosos libros en los dientes de una intelectualidad que todavía estaba fascinada por el poder del Estado, durante un tiempo en el que Dwight Eisenhower mantenía niveles de impuestos cercanos al 90 por ciento y confesaba su incapacidad para refutar a Nikita Khrushchev cuando éste aseveró que el capitalismo era inmoral por estar basado en la avaricia».

Los primeros libros de Rand aparecen en un momento en que nadie parecía apoyar la libertad y el capitalismo, cuando incluso los más grandes defensores del capitalismo subrayan su utilidad, sin referirse a la moralidad del mismo. Por entonces se escucha a menudo que el socialismo es una buena idea en teoría; son los seres humanos quienes no son lo bastante buenos para el socialismo. Ayn Rand replica al respecto que el socialismo no es suficientemente bueno para los seres humanos.

Sus libros atraen, pues, a millones de lectores porque ofrecen una perspectiva apasionada, a la vez que filosófica, a favor de los derechos individuales y del capitalismo. Y lo hace de una forma tan intensa que se len de un tirón. Las personas que leen a Rand y captan su mensaje, no sólo llegan a concienciarse en materia de costes y beneficios, de incentivos e intercambios. Se convierten en apasionados abogados de la libertad.

Rand significa una verdadera anomalía en los años 40 y 50 al presentarse como una defensora de la razón y del individualismo en unos tiempos contaminados de gobierno grande y conformismo. Es, con todo, la modeladora de los años 60, la época de «haz tus propias cosas» y de la revolución de la juventud; de los 70, peyorativamente conocidos como «Me Decade »{2}, aunque, en un sentido más positivo, represente una época de escepticismo hacia las instituciones y un giro hacia el auto-mejoramiento y la felicidad personal; y los 80, la década de la reducción de impuestos y del espíritu emprendedor.

A lo largo de esas décadas, sus libros no dejan de venderse –veintidós millones de copias en dicho periodo, y todavía hoy desaparecen de las estanterías en un visto y no visto–. Según Penguin/Putnam, editorial que publica sus textos, las ventas de La Rebelión del Atlas superaron los ciento cuarenta mil ejemplares en 2002, un 10 por ciento más con respecto al año anterior. Contando sus cuatro novelas en edición de libro de bolsillo, las ventas ascienden a las trescientas setenta y cuatro mil copias, el nivel más alto desde la muerte de Ayn Rand en 1982. Sumando las ventas en tapa dura, las ediciones de clubes de libros, así como sus trabajos de no-ficción, los lectores de Rand han adquirido cada año quinientos mil ejemplares de sus obras.

Estudiantes universitarios, profesores, hombres de negocios, Alan Greenspan, el grupo de rock Rush y el principal asesor económico del presidente ruso Vladimir Putin, todos se proclaman fans de Ayn Rand. Tanto El manantial como La rebelión del Atlas siguen apareciendo en la lista de clásicos más vendidos de Barnes and Nobles, mientras guionistas están trabajando en adaptaciones al cine de ambas obras. Según una encuesta realizada a los lectores del Club del Libro del Mes de la Biblioteca del Congreso, La Rebelión del Atlas ocupaba el segundo lugar, considerándolo, después de la Biblia, como «el libro más influyente para los estadounidenses hoy en día».

Recientemente, Rand ha sido objeto de atención en USA Today, Washington Post, New Yorker, y la serie «Escritores Americanos» de la C-SPAN. Su nombre ha aparecido en novelas de Tobias Wolf y de William F. Buckley, Jr.; en reportajes del aniversario número 50 de Playboy; en Playbill, la revista de teatro; en el periódico de perfiles biográficos de su amigo Mickey Spillane; en una película de Showtime titulada La Pasión de Ayn Rand, protagonizada por Helen Mirren; y en un documental, Ayn Rand: Una Sensación de Vida, nominado para un premio de la Academia en 1997. Ha aparecido incluso en un sello de primera clase como parte de la serie literaria del Servicio Postal. Una cita de Rand saluda a los visitantes del pabellón estadounidense en Epcot Center de Walt Disney World.

Pocos escritores son, en fin, más populares –o más controvertibles– que Ayn Rand. A pesar del enorme éxito comercial de sus libros y de la gran influencia que tiene sobre la cultura estadounidense, los críticos literarios y demás intelectuales comúnmente le son hostiles. Denuncian su defensa del individualismo y del capitalismo, ridiculizan su «prosa púrpura», y se burlan de su moralidad de blanco o negro. Ninguno de ellos parece, no obstante, haber disuadido a sus millones de lectores.

Aunque a ella no le gustaba reconocer sus deudas para con otros filósofos, el trabajo de Rand descansa firmemente en la tradición liberal, con raíces que remiten a Aristóteles, Aquino, Paine, Bastiat, Spencer, Mill y Mises. Sus novelas están tan impregnadas de ideas sobre individualismo, libertad, y gobierno limitado que, en no pocas ocasiones, han logrado cambiar la vida de sus lectores. Los valores culturales defendidos por Rand –razón, ciencia, individualismo, realización personal y felicidad– continúan extendiéndose alrededor del mundo.»

Fuente: Cato Institute. La versión española es nuestra.

Ayn RandAyn Rand

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El manantial y el arquitecto

Rememoremos a continuación algunos fragmentos significativos de la novela El manantial (The Fountainhead, 1943). A fin de situarse en el contexto de la obra e identificar a los personajes que en ella aparecen, resulta muy útil consultar alguna reseña de la misma.

Ayn RandAyn Rand

«El grande hombre es foco de vívida luz, manantial en cuyo margen nos extasiamos, claridad que disipó las sombras del mundo, no a modo de lámpara refulgente, sino como luminaria natural, resplandeciendo como don celeste; es una cascada fúlgida abundante en íntima y nativa originalidad, nobleza, virilidad, egoísmo, a cuyo contacto no hay alma que deje de sentirse en su elemento.»
Thomas Carlyle, Los héroes, Sarpe, Barcelona, págs. 31 y 32.

Ayn RandAyn Rand

«Ellsworth M. Toohey permaneció a la expectativa. Hizo dos pequeñas sugestiones: encontró en el archivo del Banner la fotografía de Roark tomada cuando la inauguración de la Casa Enright, la fotografía del rostro de un hombre en un instante de exaltación, y la hizo publicar en el diario con el encabezamiento: ‘¿Está contento, señor Superhombre?’»
    Ayn Rand, El manantial, traducción Luis de Paola, Orbis, Barcelona, tomo I, pág. 318.

Ayn Rand

«[Diálogo entre Dominique y Gail]
—¿Nunca ha pensado cuán pequeño se siente uno cuando mira al océano?
El rió
—Nunca. Ni mirando los planetas ni los picos de las montañas ni el gran cañón del Colorado. ¿Por qué tendría que pensar así? Cuando miro el océano, siento la grandeza del hombre. Siento la magnífica capacidad del hombre que creó ese barco para conquistar todo el espacio sin sentido. Cuando contemplo los picos de las montañas, pienso en los túneles y en la dinamita. Cuando contemplo los planetas, pienso en los aeroplanos.
—Sí, y ese sentido especial de sagrado arrobamiento que los hombres dicen que experimentan en la contemplación de la naturaleza… yo nunca lo he recibido de la naturaleza, sino de… – Se detuvo.
—¿De qué?
—De los edificios – murmuró–. De los rascacielos.
—¿Por qué no quería decirlo?
—No… sé.
—Yo daría la puesta de sol más hermosa por la vista de las líneas del los rascacielos de Nueva York, particularmente cuando uno no ve los detalles y sí solamente las formas. Las formas y los pensamientos que la han creado. El cielo sobre Nueva York y la voluntad del hombre hecha visible. ¿Qué otra clase de sentimientos necesitamos? Y después me hablan de peregrinaciones a algún santuario húmedo de la jungla, a un monstruo de piedra receloso, con una gran panza, creado por algún salvaje con lepra. ¿Quieren ver el genio y la belleza? ¿Buscan un sentido de lo sublime? Que vayan a Nueva York, a las costas del Hudson, Que contemplen y se arrodillen. Cuando miro la ciudad a través de mi ventana, no tengo la sensación de mi pequeñez, pero tengo la impresión de que si hubiera guerra y amenazara todo eso, me arrojaría yo mismo al espacio, sobre la ciudad, para proteger esos edificios con mi cuerpo.»
    (Ibídem, tomo II, pág. 120)

*

«Me gusta ver a un hombre parado al pie de un rascacielos –dijo Wynand–. El hombre ha hecho esa increíble masa de piedra y acero. Esto no lo empequeñece, al contrario, lo hace más grande que la estructura. Lo que amamos en estos edificios, Dominique, es la facultad creadora, lo heroico del hombre.»
    (Ibídem, tomo II, pág. 120)

*

«[Alegato de Howard Roark en la escena del juicio]
Ningún trabajo se hace colectivamente por decisión de una mayoría. Todo trabajo creador se realiza bajo la guía de un solo pensamiento individual. Un arquitecto necesita muchos hombres para levantar un edificio, pero no les pide que le den el voto sobre su proyecto. Trabajan juntos por libre acuerdo y cada uno es libre en su función propia. El arquitecto emplea acero, vidrio, hormigón que otros han producido, pero esos materiales siguen siendo acero, vidrio, hormigón hasta que él los emplea. Después, lo que hace con ellos es un producto individual y es su propia individualidad. Ésta es la única forma de cooperación entre los hombres.»
    (Ibídem, tomo II, pág. 293)

*

«[…] Los carniceros más temibles han sido los más sinceros. Creían que la sociedad perfecta sería alcanzada por medio de la guillotina y el pelotón de fusilamiento. Nadie discutió el derecho a asesinar desde el momento que asesinaban con un propósito altruista. Se aceptó que el hombre debe sacrificarse por los demás hombres. Cambian los actores, pero el curso de la tragedia se mantiene idéntico. El humanitarista que empieza con declaraciones de amor por el género humano termina con un mar de sangre. Continúa y continuará mientras se crea que una acción es buena si no es egoísta. Esto permite actuar al altruista y obliga a soportarlos. Los líderes de los movimientos colectivos no piden para ellos mismos, pero es menester observar los resultados.»
    (Ibídem, tomo II, págs. 293 y 294)

*

«[…] No reconozco obligaciones hacia los hombres, excepto una: respetar su libertad y no formar parte de una sociedad esclava,»
    (Ibídem, tomo II, pág. 295)

*

«La línea del océano cortaba el cielo El océano subía conforme descendía la ciudad. Pasó los pináculos de los edificios de los bancos. Subió las torres de los templos.
Después ya no hubo nada más que el océano, el cielo y la figura de Howard Roark.»
    (Ibídem, tomo II, pág. 303)

Ayn Rand

Notas

{1} Libertarian en el original, en este caso, como en los otros en los que se lea «liberal» (o «liberales»).

{2} La expresión fue acuñada por el escritor neoyorquino Tom Wolfe en 1976. Traducida al español como «la década del Yo», vendría a marcar diferencias entre la cultura de los sesenta y la de los setenta. Ésta se caracterizaría, frente a la agitada década anterior, por un mayor ensimismamiento y una mayor complacencia de la gente. Prodigiosas décadas…

 

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