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El Catoblepas, número 66, agosto 2007
  El Catoblepasnúmero 66 • agosto 2007 • página 12
Libros

Inventos y descubrimientos

Sigfrido Samet Letichevsky

En torno a Peter J. Bowler & Iwan Rys Morus,
Panorama general de la ciencia moderna

«Es una sensación gloriosa percibir la unidad de un grupo de fenómenos que, mediante la observación sensorial directa, aparecen como entidades completamente separadas.» Albert Einstein (1901)

Este libro (ref. 1) complementa las clases de Historia de la Ciencia para universitarios de primer curso de las Universidades inglesas.

La primera parte se refiere a Hitos en el desarrollo de la ciencia y la segunda analiza algunos Temas de la historia de la ciencia.

No se trata de una enunciación cronológica de descubrimientos, sino que toma algunos casos muy importantes para describir su génesis e inducir al lector a replantearse el significado de conceptos como descubrimiento, invento y revolución, y el funcionamiento del razonamiento con respecto a la «realidad», tanto en las ciencias experimentales como en las sociales. Este es el aspecto diferencial respecto de otros libros muy similares, como «Canon Científico» de Manuel Sánchez Ron, cuya lectura en paralelo es muy recomendable (ver ref. 14).

Las teorías, además de útiles ¿son verdaderas?

En pág. 23 dice que Needham intentó responder a la controvertida pregunta de «por qué China no partió de estos cimientos {el papel, la imprenta, la pólvora y la brújula} para generar una revolución científica equivalente a la que se produjo en Europa». Stephen Mason (ref. 2) menciona la importancia que la brújula (pág. 137) y la pólvora (pág. 140) tuvieron para Europa.

A comienzos de la dinastía Ming, el comercio y la navegación chinos tuvieron una gran expansión, pero luego la nación se encerró en si misma, se volcó hacia dentro. Hay varias explicaciones, no muy claras ni convincentes. Pero un país que no tiene un intenso comercio exterior ni una importante flota, no puede obtener gran provecho de la brújula. La Historia de Venecia (ref. 6, pág. 32, 49, 65, 84, 109, 122, 199, 255, 330 y 694) muestra claramente que el comercio hizo a Venecia, que necesitó la brújula, lo mismo que sucedió después con España y Portugal. El comercio permitió acumular riquezas y fomentó la economía monetaria. Resquebrajó las relaciones feudales y la pólvora de los cañones derribó las murallas de los castillos.

En pág. 36 leemos: «Con argucias así, los discípulos de Ptolomeo pudieron crear tablas y mapas muy precisos del movimiento del cielo, sin embargo nadie pensaba que estos epiciclos y ecuantes describieran en absoluto la realidad. Eran simples técnicas geométricas utilizadas para «guardar las apariencias».»

Como el movimiento es relativo, tan correcto es decir que la tierra gira alrededor del sol como que el sol gira alrededor de la tierra. La navaja de Occam nos enseñó que conviene elegir la opción más sencilla, que es la de Copérnico, y en pág. 37 leemos:

«Para muchos de sus lectores esto {Nicolás Copérnico, Sobre las revoluciones de las órbitas celestes, 1543} esto simplemente parecía otro ingenioso intento de «guardar las apariencias» y confeccionar tablas y mapas de estrellas más exactos».

Y Clive Stephen Lewis dice (ref. 7, pág. 22): «La tarea del filósofo natural consiste en edificar teorías que «salven las apariencias» .

«Una teoría científica debe «salvar» o «preservar» las apariencias, los fenómenos de que trata, en el sentido de abarcarlos todos, de apreciarlos correctamente (…)».

«(…) Así pues, hemos tenido que complementar el criterio de salvar los fenómenos con otro cuya primera formulación clara quizá fuera la de Occam. Según este segundo criterio, no hemos de aceptar (provisionalmente) cualquier teoría que salve los fenómenos, sino la que lo haga con el menor número posible de conjeturas».

Tenemos criterios para formular y seleccionar hipótesis, pero ninguna garantía de que la seleccionada sea «verdadera».

Las teorías ¿surgen de los cerebros o de la experiencia?

Como hemos dicho, el libro de Copérnico se llamaba «Sobre las revoluciones de las órbitas celestes»; por eso su teoría fue «revolucionaria». Luego veremos la justificación de la acepción actual de esta palabra.

Vemos en ref. 1, pág. 54: «Según Galileo, la filosofía natural debía expresarse en términos matemáticos porque la naturaleza tenía una estructura matemática (…)».

«(…) {La ley de Galileo sobre la caída de los cuerpos no se cumplía en el mundo real sino sólo en un mundo idealizado} Galileo tuvo que sostener que era realmente su modelo matemático, idealizado, sin rozamiento, y no la confusa realidad lo que de algún modo había captado adecuadamente la esencia del fenómeno».

«Galileo Galilei (1564-1642) –leemos en ref. 16–, el fundador del moderno método científico, escribió sobre experimentos tan difíciles de repetir que sus colegas dudaban de que él los hubiese hecho». En el mismo lugar leemos que Donahue, investigador de la ciencia, descubrió que Kepler falsificó datos, deduciéndolos de su propia teoría y no obteniéndolos por observación. También de Gregor Mendel (1822-1884) se dice que sus comunicaciones sobre trabajos con guisantes eran estadísticamente demasiado buenas para ser ciertas. E incluso Isaac Newton (1642-1727) «se apoyó en lucubraciones impropiamente matemáticas en su opus mágnum para hacer que el poder predictivo de su obra pareciera mayor de lo que era». Aunque antiguamente no existían normas similares a las nuestras, estas falsificaciones muestran también que esos sabíos confiaban plenamente en sus teorías, más aún que en la «confusa realidad». Para formular leyes físicas, no basta con observar los variables fenómenos; hay que captar las esencias tras ellos. De allí la importancia del idealismo en el desarrollo de la física.

Dicen en pág. 55: «En vez de depender de la autoridad de los antiguos, él {Boyle} y sus contemporáneos filósofos se proponían fundamentar su ciencia en la autoridad de sus propios sentidos».

La autoridad de los sentidos es muy relativa. Ellos son insuficientes (registran sólo algunas manifestaciones de la «realidad»), subjetivos y poco fiables (no pueden impedir, v.gr., alucinaciones. Se trató (pág. 57) de superar estos inconvenientes:

«Por eso Boyle y muchos otros hicieron experimentos en público. Cuanto más testigos hubiera –y cuanto más estatus social tuvieran– más fiables serían los resultados del ensayo».

De modo que, lo que valida la experimentación es la intersubjetividad.

Pero, aunque todo el mundo acepte una explicación, ¿qué es lo que explica?.

«A diferencia de muchos otros mecanicistas –dicen en pág. 63–, estaba dispuesto a dejar pendiente la cuestión de la causa física de la gravedad. También sugirió la posibilidad de que la materia estuviese dotada de «poderes activos». El matemático y filósofo Gotfred Wilhelm Leibnitz acusó explícitamente a Newton de introducir así principios ocultos en la filosofía natural».

El conocimiento adquirido ¿es definitivo?

No conocemos la causa de la gravedad ni por qué actúa a distancia. Pero es algo más que una palabra, porque sabemos que es proporcional a la masa e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia.

Tendemos a creer que por fin en nuestra época se ha llegado a tener conocimien– tos «verdaderos» (y por tanto inamovibles) y a mirar con irónica conmiseración a los antiguos, cuyas creencias consideramos rudimentarias y absurdas. Por ejemplo, la teoría del flogisto es absurda desde nuestro punto de vista actual. Dicen (ref. 1, pág. 90): «Asimismo, hay pocas dudas de que la teoría del flogisto que Lavoisier rechazó era en sí misma una herramienta teórica convincente y versátil. Desde una perspectiva moderna quizá resulte extraña, pero en manos de expertos como Joseph Priestley o Henry Cavendish procuró explicaciones sumamente sofisticadas sobre fenómenos químicos conocidos y sobre descubrimientos recientes, como los nuevos tipos de aires».

Al explicar diversos hechos, la teoría del flogisto tenía un uso instrumental, al igual que la teoría atómica (Ipág. 95) desde Epicuro hasta Dalton. Pero ¿existen el flogisto y los átomos? ¿Giran realmente los planetas en sus órbitas?

No existe una sustancia de peso negativo y la refutación de la teoría del flogisto abrió paso al progreso impetuoso de la química.

Leemos en ref. 1, pág. 96: «En la actualidad los conceptos de un Becher, un Boyle o un Paracelso quizá nos parezcan extraños, pero no hay pruebas de que también fueran entonces considerados extraños.(…)».

«Tampoco puede haber muchas dudas de que las reformas químicas de Lavoisier tuvieron un gran impacto. Al final su rechazo de la teoría del flogisto fue decisivo, y su introducción de los métodos cuantitativos y la medición meticulosa estableció nuevos criterios de precisión en el análisis químico».

Pero la cuestión no es tanto como eran considerados en su época, sino si sus teorías fueron avances en el conocimiento. Y, aunque es muy meritoria la mejora de la precisión del análisis químico, los métodos cuantitativos sirvieron a Lavoisier para refutar la existencia del flogisto y demostrar la oxidación. Refutar una teoría y reemplazarla por otra mejor, es acercarse más a la verdad. La mecánica de Newton es lo bastante precisa para que se siga usando en astronáutica, pero la teoría de Newton se acerca más a la verdad (porque puede dar cuenta de los mismos fenómenos que la de Newton y además de otros que esta no puede explicar).

Leemos en ref.8, pág. 527: «El matemático inglés William Emerson arguyó que no podía ser más que una broma sostener que la filosofía de Newton sería algún día suplantada; que podría «sin duda ser mejorada, y ser llevada más adelante; pero que nunca podría ser derrocada, a pesar de todos los esfuerzos de todos los Bernoulli, los Leibniz (…)».

También el físico Oliver Lodge (ref. 1, pág. 119) creía que la existencia del «éter» estaba claramente establecida. Pero así como Einstein reemplazó a Newton, no podría extrañarnos que en el futuro las ideas de Einstein sean superadas. Lo cual nos hace pensar que hay un aumento de los conocimientos, que puede ser infinito, pero que nunca se llega al conocimiento total y definitivo.

Paracelso (Ref3, pág. 140) abrió el camino a «la idea de que las enfermedades eran entidades en sí mismas, frente a la opinión tradicional que tan solo reconocía estados enfermos del cuerpo humano».

Weinberg escribió (ref. 9) que «más que un triunfo del virtuosismo experimental, el descubrimiento {del electrón} fue un triunfo de las ideas teóricas preconcebidas». Y la «segunda y mayor ironía: el descubrimiento del electrón {1897} contribuyó a establecer la existencia de átomos, pero como los electrones podían ser separados de los átomos, este descubrimiento también demostró que los átomos no eran lo que siempre se creyó: no son los componentes indivisibles de la materia. (…) los ingredientes básicos de la naturaleza no son partículas, sino campos. (…)».

«Es natural definir una partícula elemental como aquella cuyo campo aparece en las ecuaciones de campo fundamentales».

Leemos en ref. 1, pág. 376: «Así pues, la mente era mucho más que una máquina de aprender, punto de vista que llevó mucho más lejos el filósofo Immanuel Kant, que sostenía que en realidad la mente impone las categorías de espacio y tiempo en el flujo de sensaciones que recibe. Esta postura generó la popular filosofía idealista de la Alemania del siglo XIX, según la cual la mente desempeña un papel activo en la creación del mundo externo que experimenta».

Las teorías surgen de mentes, pero sus consecuencias pueden ser refutadas (como sucedió con la del flogisto) o corroboradas por la experiencia. El desencadenante puede ser una creencia corriente en la época, por ejemplo religiosa o filosófica. Mason dice (Ref3, pág. 128): «Así pues, la teoría de la circulación de la sangre y la doctrina de la supremacía del corazón en el cuerpo humano constituían aplicaciones particulares de la nueva concepción del siglo dieciséis de que tanto el microcosmos como el macrocosmos estaban regidos por un Gobernante Absoluto y en los que todas las demás entidades del mundo grande y pequeño gozaban de una condición paritaria bajo el Poder Supremo».

Harvey dio por supuesto el ciclo completo de la circulación de la sangre, pues Malpighi «Fue el primero –ref. 4, pág. 92– que vio con su microscopio, en 1660, los capilares que conectaban las arterias con las venas en los pulmones de la rana».

Ahora bien, ya en el siglo V (ref. 2, pág. 118) se señaló la conexión existente entre la malaria y los mosquitos». Esto fue, indudablemente, un gran progreso. Pero recién en 1888, Laveran descubrió el plasmodio causante del paludismo. Saber que el vehículo es el mosquito Anopheles y que el factor etiológico es el plasmodio, es de enorme importancia. Otro paso importante es encontrar una vacuna, como lo es la de Patarroyo, aunque su eficacia no es completa.

Este es el recorrido que se siguió en la investigación de todas las enfermedades infecciosas: 1) Identificación del cuadro clínico, 2) del vehículo, 3) del agente patógeno, 4) desarrollo de una vacuna.

¿Logramos entonces un conocimiento completo o suficiente de la enfermedad?

Koch fundó la bacteriología y en 1882 descubrió el bacilo de la tuberculosis. Pero recién en 1993 se conoció parcialmente la base genética de la infección (ref. 10). Se necesita completar estos estudios para conocer los mecanismos que permiten a la bacteria escapar a la detección por parte de las defensas del cuerpo humano y pensar en cómo bloquear la entrada de la bacteria. Casi ocho años después, se descubrió un gen en el individuo infectado, ligado al riesgo de contraer tuberculosis (ref. 11).

La identificación de los microbios y después el descubrimiento de los antibióticos, fueron, en su momento, revolucionarios. Hoy, a la luz de la biología molecular, resultan limitados como conocimientos y rudimentarios por su metodología (prueba y error). Algo similar sucederá en el futuro con los conocimientos actuales; afortunadamente, es muy probable que cada vez conozcamos más y mejor.

Desde muy antiguo han existido creencias acerca de la evolución de las especies. Pero los creacionistas opinaban que Dios había creado las diferentes especies tal como son hoy, y algunos, como James Ussher, arzobispo de Armagh en el siglo XVI, determinaron, estudiando la Biblia, la fecha exacta de la Creación. Para Ussher dicho evento tuvo lugar el 23 de Octubre de 4004 antes de Cristo. Tan poco tiempo de existencia hacía improbable una evolución lenta que diera lugar a tantas especies. Cuando se acumularon pruebas a favor de la evolución, fue necesario cuestionar las fechas deducidas de la Biblia. Como leemos en ref. 1, pág. 156: «Luego Kelvin efectuó algunos cálculos para sugerir cuanto tiempo había tardado una tierra inicialmente fundida en enfriarse hasta alcanzar el estado actual. La respuesta fue de unos cientos de millones de años a lo sumo, mucho menos de lo que Lyell y Darwin postulaban».

Con los conocimientos de la época, lord Kelvin pudo establecer una antigüedad para la tierra más de cien mil veces superior a la de la Biblia. Aún así, era muy inferior a la que sugerían los datos biológicos y geológicos. Afortunadamente, un descubrimiento posterior invalidó las estimaciones de Kelvin; «Los físicos –pág. 157– se habían equivocado en algo, desde luego, lo que se hizo evidente a finales de siglo. En 1896 se descubrió la radiactividad, y sus repercusiones enseguida comenzaron a invalidar la visión del mundo de Kelvin».

Algunas décadas después, ya fue posible datar fósiles y rocas en base a su contenido de isótopos radiactivos.

El darwinismo se fue imponiendo, y no involucraba ninguna tendencia progresiva (pág. 178). Pero quedaron varios flecos pendientes, sobre todo porque aún no había teorías que permitieran decidir entre alternativas Mientras para Darwin la evolución semejaba un árbol ramificado, para otros implicaba una evolución lineal y progresiva. «Spencer –pág. 188– apoyó la teoría de Lamarck de la herencia de rasgos adquiridos porque se avenía mejor con su ideología de la autosuperación». De paso, también Stalin apoyó el burdo lamarckismo de Lysenko porque favorecía la creencia de que el medio «socialista» podía cambiar la mentalidad de los ciudadanos y transmitir estos cambios a su descendencia.

En cambio, W. Bateson rechazó el darwinismo durante la década de 1890. (Pg.198): «Según él, los estudios sobre variación en las especies revelaban que las distintas variedades habían tenido su origen en saltos repentinos, no en ningún cambio adaptativo gradual».

Esto sería confirmado por los trabajos de Mendel, que en su momento pasaron desapercibidos. Leemos en ref. 5, pág. 52: «Nageli suponía que la evolución no era un proceso gradual ni contínuo, sino que la fuerza interna se movía siguiendo las categoría de la dialéctica hegeliana, dando saltos. Por consiguiente, la evolución era discontínua, consistiendo en una serie de mutaciones. De hecho, el botánico holandés Hugo de Vries (1848-1935) sacó de Nageli la idea de las mutaciones biológicas a finales de siglo».

Una vez más, una ideología a priori –la dialéctica hegeliana– motiva creencias en asuntos científicos e induce a de Vries a resucitar los escritos de Mendel.

Por otra parte Weismann sugirió ya en 1887 (ref. 5, pág. 54) que el «germoplasma de cada uno de los padres se divide en dos partes cuando se forma el huevo (…). Esta predicción de los fenómenos de la meiosis se hizo unos cuantos años antes de que se rastrease de manera empírica mediante la investigación microscópica. Weismann sugirió también que el germoplasma estaba contenido en los cromosomas filiformes de los núcleos de las células sexuales, componiéndose el germoplasma de unidades que llamó determinantes, cada una de las cuales dirigía una característica particular del organismo. Esta propuesta se hizo también algunos años antes de que hubiera muchas pruebas de que los cromosomas eran de hecho los portadores de las cualidades hereditarias».

Finalmente, ref. 1, pág. 257: «Esa idea, junto con una creciente disposición a admitir que muchos rasgos recibían la influencia de más de un gen, allanó el terreno para la reconciliación final entre la genética y el darwinismo. La mutación era la fuente de la variación aleatoria que Darwin daba por sentada en todas las poblaciones, mientras que las leyes de Mendel permitían que el proceso de selección funcionara reduciendo la frecuencia de un gen dañino e incrementando la de un gen ocasional que otorgase una ventaja adaptativa».

Darwin observó fenómenos que reclamaban una explicación evolucionista. Cuando los cambios eran bruscos, los atribuía a «eslabones perdidos», que a veces se encontraron. Pero en otros casos, la teoría cromosómica los explicó de manera compatible con el evolucionismo. Por otra parte, los casos de evolución gradual, parecían compatibles con la evolución lineal, el lamarckismo y la recapitulación embriológica. Esta última teoría fue propuesta en 1793 por Kielmeyer(ref. 4, pág. 126), retomada por el darwinista alemán Ernst Haeckel. Esta creencia de que «la ontogenia recapitula la filogenia» tuvo un profundo papel en la formulación del psicoanálisis freudiano (ref. 12, pág. 196-7). Y dice Gould en pág. 198: «En sus Introductory lectures on Psychoanalysis (1916) {Freud} escribió: «Cada individuo recapitula de alguna manera en forma abreviada todo el desarrollo de la raza humana». (…) La recapitulación ocupaba un lugar central y penetrante en todo el desarrollo intelectual para Freud.(…) Freud basó explícitamente en la recapitulación su teoría posterior de las fases psicosexuales; los estadios anal y oral de la sexualidad infantil representan nuestro pasado de cuadrúpedos, cuando los sentidos del gusto, el tacto y el olfato predominaban».

Y en pág. 202: «La base de la teoría de Freud reside en su intento de clasificar las neurosis según su orden de aparición durante el crecimiento humano».

«(…) La decisión de Freud surgió directamente de su fidelidad a una explicación evolutiva de las neurosis; un plan además, que Freud decidió basar sobre la teoría de la recapitulación (…). Puesto que cada fase del crecimiento recapitula un episodio pasado en nuestra historia evolutiva, cada neurosis se fija en una fase prehistórica concreta en nuestro linaje».

«Pero –dice Gould en pág. 206– la recapitulación no es suficiente, porque se necesita asimismo un mecanismo para convertir las experiencias de los adultos en la herencia de sus descendientes». «Por ello Freud –pág. 207– se asió firmemente a su segunda agarradera biológica: la idea lamarckista (…) de que los caracteres adquiridos se heredan».

De modo que el psicoanálisis, cuya utilidad clínica es innegable, está enmarcado en dos teorías falsas.

Progresismo y otras ideologías

En el medioevo la vida era muy estática y la gente vivía sometida a desastres naturales, hambrunas, peste o guerras. A partir del siglo X se reactivó el comercio a grandes distancias, la economía empezó a crecer y la vida de la gente comenzó a mejorar. Después del renacimiento, los grandes viajes y las conquistas científicas, se sumaron y fortalecieron la sensación de progreso, la confianza en que cada año se viviría mejor que el anterior. El progreso e transformó en una ideología, transmitiendo la idea de que algunos están «a favor» y otros «en contra» del progreso. Naturalmente, las medidas administrativas o gubernamentales que pretenden consagrar por decreto lo que serían consecuencias del progreso (v.gr., aumento del nivel de vida), generalmente producen resultados opuestos. Las únicas medidas eficaces son las que fomentan el progreso mismo: la reducción de impuestos para estimular el comercio, la educación firme de la población, la sanidad y las comunicaciones.

Ya hemos visto casos en los que ideas filosóficas o religiosas inducen teorías científicas… que a veces resultan acertadas. En 1810 Oken dijo que todos los seres orgánicos estaban constituidos por vesículas mucosas. Eran las mónadas de Leibniz en forma material (ref. 4, pág. 127), y condujeron a la teoría celular.

Los filósofos naturales «postularon que las fuerzas eléctricas (ref. 4, pág. 130) eran responsables de la combinación de las sustancias químicas, una teoría que gozó de considerable atractivo cuando más adelante se encontraron pruebas experimentales a su favor».

Muchos inventos y descubrimientos son consecuencias inesperadas de medidas de origen militar. Al parecer, la idea de conectar ordenadores la tuvo Vannevar Bush en 1945 (ref. 13, pág. 788) para disminuir el riesgo de perder información militar. Los primeros pasos se dieron en 1957 y desembocaron en Internet, la más espectacular novedad cultural de la historia humana (mucho mayor que la invención de la imprenta, cuyas consecuencias aún no se han agotado).

Los satélites artificiales también tuvieron un origen militar, pero entre sus consecuencias se destaca la telefonía móvil. Y doce años antes del Sputnik, en 1945, el escritor de ciencia ficción Arthur Clarke, propuso para un posible futuro satélite de comunicaciones una órbita geoestacionaria a 42.000 km, que la Unión Astrofísica Internacional bautizó como Órbita Clarke.

También el radar, de origen militar, aporta seguridad a la aviación civil. La penicilina y el DDT se crearon bajo la presión de la guerra (ref. 1, pág. 581).

La frenología de Gall y Spurzheim fue una seudociencia; sin embargo, apuntó hacia el hecho cierto de las localizaciones cerebrales.

En 1912 Alfred Wegener (ref. 1, pág. 297) sugirió la deriva continental, que fue objeto de amplio rechazo hasta la década de 1960. Aunque había muchos indicios biológicos y geológicos que apuntaban hacia la deriva continental, la teoría de Wegener fue rechazada y aún ridiculizada porque «él no hablaba de ningún mecanismo verosímil en virtud del cual los continentes pudieran desplazarse horizontalmente por la superficie de la tierra». (ref. 1, pág. 298) (y ver también ref. 14, que trata este y otros asuntos, por ser un comentario de un libro similar a este).

Lo que destacamos aquí es que los hechos, aunque sean evidentes, sólo son aceptados cuando son consecuencia de teorías previamente aceptadas. Y esto rige no solo para las ciencias experimentales, pues es una característica del pensamiento. También en política y en sociología, se aceptan los hechos en la medida que se encuadren en teorías.. Por ejemplo, si se acepta la teoría de que las creencias políticas son necesariamente «de izquierda» o «de derecha», se verá la lucha entre los dos grandes partidos como un asunto «ideológico» (uno es de izquierda y el otro de derecha) y no simplemente una competencia por el Poder. Y partidos que sólo tienen en común la palabra «izquierda» (y no objetivo alguno) deben unirse por la unidad de la izquierda. Y esa competencia se denomina «lucha de clases» a pesar de que las clases (en el sentido marxista) están desapareciendo.

Los avances que dieron lugar a la tectónica de placas, teoría que abrió la puerta a la aceptación de la teoría de la deriva continental, se debieron a la investigación militar de los lechos marinos para poder descubrir submarinos atómicos.

Vemos en ref. 1, pág. 431: «Las armonías matemáticas que buscaba Kepler en los movimientos de los planetas estaban claramente influidas por su fe en un dios que imponía en el mundo un orden racional.(…) Hay numerosos ejemplos de teorías, sobre todo en las ciencias de la tierra, que los historiadores rechazaban calificándolas de perjudiciales para el progreso de la ciencia, justificando su popularidad exclusivamente en función del apremiante deseo de sus partidarios de defender una creencia religiosa concreta. Investigaciones posteriores han mostrado con frecuencia que esas teorías «teológicamente tergiversadas» han cumplido realmente un papel positivo en el desarrollo de posturas aceptadas en la actualidad».

Funciones de los cafés

Durante mucho tiempo los periódicos fueron la principal fuente de información; luego se agregó la radio, el cine, y más recientemente la televisión. Pero así como el intercambio de bienes y servicios se articula en el mercado, hubo, antes de los mass media, un lugar de intercambio de la información. Peter J. Bowler y Iwan Rhys Morus dicen (pág. 466): «A principios del siglo XVIII, los filósofos naturales celebraban sus conferencias sobre todo en los cada vez más omnipresentes cafés. Según un estudio, hacia 1739 en Londres había 551. Los cafés se habían desarrollado como centros de difusión informal rápida y de intercambio de información (a menudo de carácter económico) principalmente durante la segunda mitad del siglo XVII. Sus clientes iban desde banqueros y comerciantes hasta la nueva generación de gacetilleros en rápida expansión pasando por toda clase de empresarios. La gente acudía a los cafés para enterarse de las noticias más recientes y de las últimas habladurías económicas o para convencer a potenciales mecenas de las ventajas de un invento nuevo o de cualquier otra novedad. Los obreros solían pasar por ahí a leer el periódico. Esa clientela variopinta, por su afán de obtener información de toda clase, resultó ser el público ideal para la nueva moda de las conferencias científicas. Los filósofos naturales que participaban en el circuito ofrecían de entre una y dos docenas de conferencias sobre los rudimentos del newtonianismo y la filosofía mecanicista, y animaban sus actuaciones con demostraciones y experimentos en los que usaban los últimos instrumentos filosóficos, como bombas de aire y máquinas eléctricas».

Un par de asuntos dudosos

En la Introducción (pág. 4) podemos leer: «Por tanto, todo aquel que en esta visión general de la historia de la ciencia moderna espere encontrar una lista de grandes descubrimientos incontrovertibles va a llevarse una sorpresa (…). Sin duda la historia de la ciencia pone en entredicho muchos de los mitos creados por los que presentan la ciencia como una búsqueda incorpórea de la verdad, pero ¿respalda forzosamente a los que sostienen que no es más que la expresión de un determinado sistema de valores? Tal vez sea posible un camino intermedio (…)».

¿Un camino intermedio entre la objetividad y la subjetividad? No: independientemente de las creencias de los científicos, sus teorías se pueden refutar o corroborar según que las conclusiones que de ellas se deduzcan concuerden o no con la realidad. Los valores son muy importantes para las personas y para las aplicaciones de la ciencia, pero nada tienen que ver con el conocimiento científico.

Por eso resulta sorprendente lo que dicen en pág. 632: «En gran medida, ese razonamiento se basa en la afirmación (…) de que la ciencia moderna surgió de una visión de la naturaleza como un cuerpo femenino a la espera de ser violado.(…) Además, las críticas feministas radicales sostienen que el tipo de pensamiento que, según ellas, radica en el centro de la ciencia, es básicamente masculino. Partiendo de esta perspectiva, es lógico que las mujeres no quieran ser científicas. Para ello, deberían ponerse a pensar como los hombres».

El párrafo anterior, que recuerda los desvaríos de Luce Irigaray (ref. 15, pág. 113) se refiere, seguramente, a opiniones de otros. Pero la cita de la Introducción siembra la duda de que tal vez la compartan los autores.

Preguntas fáciles y preguntas difíciles

Bowler y Morus plantean algunas preguntas. En pág. 511 relatan que Morse inventó el telégrafo, pero fue asesorado por científicos conocedores de los relays, por lo cual «decidir con exactitud los detalles de las contribuciones respectivas podría ser una camino repleto de dificultades».

Sus asesores podrían con todo derecho haberle cobrado el asesoramiento, así como quien le suministró los materiales adecuados los habrá cobrado. Pero ni uno ni el otro son el invento. La novedad es una idea que puesta en práctica puede funcionar o no; pero si funciona pertenece sólo a quien la tuvo, el inventor.

En pág. 100 se preguntan si «una generalización teórica como la conservación de la energía puede realmente ser considerada un descubrimiento».

Parecerían sugerir que sólo se puede descubrir «algo que existe realmente en la naturaleza». Decimos que Colón descubrió América, pero 1) El no supo que la había descubierto; creía haber llegado a las Indias. 2) Un siglo antes estuvieron allí los vikingos. 3) ¿Qué significa «descubrir»? Los «indios» ya conocían el lugar en el que vivían.

Por otra parte, la conservación de la energía o cualquier otra ley física o química, describen cómo funciona la naturaleza, y llegar a conocerlas, son, sin duda, descubrimientos.

En pág. 371 se preguntan si la teoría de Einstein es una revolución. Cuando Crick y Watson propusieron el modelo de la doble hélice para el ADN, fue solo una propuesta, una posibilidad por el hecho de que las piezas del rompecabezas encajaban, enunciada en una breve nota en «Nature», que podía haber sido refutada. No lo fue, y poco a poco fue explicando otros hechos y guiando la investigación. Que el modelo de Crick y Watson fue el descubrimiento de la estructura del ADN, se supo retrospectivamente.

Un descubrimiento científico que implica un cambio de paradigma, siempre es parcial y se caracteriza a posteriori.

Un invento puede ser completo y no implica novedades científicas. Depende de la mente y de la voluntad del inventor y es demostrable (por eso se puede patentar).

Alguien (en realidad fue la colaboración de muchos) inventó el ordenador. Pero ¿quién inventó Internet?

El Big bang ¿es un descubrimiento? Es un hecho probable y puede serlo cada vez más, pero nunca será demostrable.

Las partículas elementales se descubren, se infieren. Los átomos resultaron no ser indivisibles. ¿ Son, entonces «átomos»? Y las partículas ¿son elementales? Y puesto que pueden manifestarse como partículas o como ondas, ¿qué son «en realidad»?.

Las partículas elementales no responden a la causalidad. Pero en conjunto responden a leyes estadísticas, que macroscópicamente es lo que la experiencia humana de milenios conoce como causalidad. ¿Cómo se coordinan elementos no causales para que el conjunto lo sea? (Lo mismo se podría preguntar, v.gr. para la «vida media» de los isótopos radiactivos).

Y, finalmente: este libro plantea cuestiones gnoselógicas muy importantes. Por eso mismo, ¿no sería mejor destinarlo al último curso y no al primero?

Bibliografía

  1. Peter J. Bowler & Iwan Rys Morus, Panorama general de la ciencia moderna (2005), Crítica, Barcelona 2007.
  2. Stephen F. Mason, Historia de la Ciencia, Alianza, Madrid 1985, tomo I.
  3. Stephen F. Mason, Historia de la Ciencia, Alianza, Madrid 1985, tomo II
  4. Stephen F. Mason, Historia de la Ciencia, Alianza, Madrid 1985, tomo III
  5. Stephen F. Mason, Historia de la Ciencia, Alianza, Madrid 1985, tomo IV
  6. John Julius Norwich, Historia de Venecia, Ed. Almed, 2003.
  7. Clive S. Lewis, La imagen del mundo (1964), Ed. Península, 1997.
  8. Rupert May, La Revolución Científica (1500-1750) (1954), Ed. Crítica, 1985.
  9. Steven Weinberg, «El electrón cumple 100 años», El País, 9 abril 1997.
  10. «Descifrado el mecanismo que produce la infección por tuberculosis», El País, 13 septiembre 1993.
  11. «Un gen de la tuberculosis», El País, 26 enero 1998.
  12. Stephen Jay Gould, Acabo de llegar, Ed. Crítica, 2003.
  13. Peter Watson, Historia intelectual del siglo XX (2000), Ed. Crítica, 2002.
  14. Sigfrido Samet, «Canon científico e ideología», El Catoblepas, nº 53, Julio 2006.
  15. Alan Sokal & Jean Bricmont, Imposturas intelectuales (1998), Paidos, 1999.
  16. «El astrónomo Kepler falsificó datos que confirmaban su teoría sobre los planetas», El País, 25 enero 1990.

 

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