Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas • número 65 • julio 2007 • página 13
«Ha llegado la hora de enterrar la palabra enemigo y de resucitar la palabra adversario. Ha llegado la hora de olvidar generosamente muchas cosas, de dejar la historia para los historiadores y ocuparnos del futuro a manos llenas.»
Revista Cambio 16, noviembre de 1975
¿Sirve de algo recordar el pasado?
Gustavo Bueno escribió (ref. 1, pág. 217) que «lo que se designa con el nombre de memoria histórica, si es Historia, no es memoria, y si es memoria, no es Historia (…)». No obstante, tal vez recordar una Historia al parecer injustamente olvidada, podría ser una modesta contribución a la memoria histórica. Me refiero a «La revolución desde arriba», de Shlomo Ben Ami (1980) (ref. 2). Uno de sus méritos es que, en el período que abarca (1936-1979), responde al requisito que enuncia Gustavo Bueno (ref. 1, pág. 234): «Si una sociedad bien consolidada en su presente puede «liberarse» de un pasado partidista y parcialista, tendrá que comenzar, ante todo, triturando su memoria histórica, y no mediante el olvido, sino mediante el análisis (des-composición) de los recuerdos, a fin de incorporarlos a una visión propia que le permita enfrentarse con los problemas del futuro».
Es decir que, si nos limitamos a «recordar» lo que ya creíamos saber hace 70 años, sería completamente inútil (o, mejor dicho, perjudicial, porque serviría para mantener y azuzar los odios que llevaron a la guerra civil, como si las actuales diferencias de opinión debieran tener el mismo encono y desembocar también en una guerra civil). En cambio, analizar el pasado, puede ser muy útil de cara al futuro, si somos capaces de adquirir una comprensión nueva, diferente, más profunda.
Ben Ami comienza dejando sentado que (ref. 2, pág. 21): «Lo que es útil y eficaz para una manifestación callejera, no siempre resulta provechoso ni adecuado para la investigación histórica. A veces se tiene la impresión de que, al igual que con todo lo relacionado con España, el reloj se les detuvo a muchas personas en los años 30 y continuaron durante decenios –imbuidos de una comprensible y respetable cólera– juzgando a la España de Franco con los mismos cartabones del pasado. La España de Franco se parece muy poco a la que conocieron los voluntarios de las Brigadas Internacionales, y merece ser reexaminada».
Ya hace 27 años consideró más necesario reexaminar que simplemente recordar.Y es llamativa su mención de «lo que conocieron los voluntarios de las Brigadas Internacionales», no sólo debido al tiempo transcurrido, sino también a que se trataba de personas de similar ideología y que sólo conocieron un lado del frente y su retaguardia.
Dice en pág. 22: «El lector interesado, los estudiantes de Historia y Ciencias Sociales, se sentirán muy gratamente sorprendidos por este fenómeno singular de un régimen que, en el espacio de cuarenta años de existencia, pasó de un régimen dictatorial a la democracia sin necesidad de revolución, sino a causa de los cambios estructurales que se produjeron en su seno».
Algo similar dice Preston (ref. 3, pág. 329): «Paradójicamente, sin embargo, la doble defensa de los intereses de los capitalistas españoles y extranjeros acabó por sentar las bases para la definitiva democratización de España. Los esfuerzos realizados por los franquistas para dar marcha atrás al reloj de la historia contribuyeron inconscientemente a crear las condiciones económicas y sociales para la transición del régimen hacia la democracia».
Para Preston es una paradoja porque no diferencia «los franquistas» de «Franco» y en todo caso atribuye a este, propósitos que, como veremos, son inexactos.
Antecedentes de la guerra civil
Pero veamos primero cómo se llegó a la guerra civil, que desembocó en el régimen franquista. Ben Ami explica así el fracaso del bando republicano y el éxito del franquista (ref. 2, pág. 23): «No será exagerado decir que la tragedia de la República Española en los tiempos de la guerra civil, provino del hecho de que sus marcos políticos se hallaban en un proceso de desmoronamiento y de que sus diversos componentes ideológicos y políticos obstruían todo esfuerzo conjunto; en la España nacionalista, en cambio, su fuerza principal radicaba en su unidad.(…) La opinión pública esclarecida –que nutre su actitud para juzgar a España con el sedimento histórico dejado por la guerra civil, a la que considera como una lucha entre los «buenos» (republicanos y comunistas) y los «villanos» (fascistas)– tiende generalmente a ignorar esos hechos y explica el revés de la República atribuyéndolo sólo a la falta de abastecimiento de armas del exterior y a la política de apaciguamiento seguida por el occidente en relación con los países fascistas.(…) pero los republicanos, que en su hora decisiva no fueron capaces de unirse a la lucha contra el enemigo común, sino que libraron una guerra civil entre ellos mismos, desempeñaron su propio papel en la destrucción del sueño democrático más apasionante que haya abrigado España en los últimos doscientos años: la República».
En el bando republicano había una guerra civil entre republicanos, que empezó mucho antes de 1936. Bueno dice (ref. 1, pág. 88): «(…) el primer lobo que atacó a la República de 1931 no fue Franco sino la Unión de los Hermanos Proletarios (UHP). La «memoria histórica» no puede olvidar que en ese ataque a la República democrática el lobo le asestó también una gran dentellada en la parte de Cataluña: Companys proclamó el 6 de Octubre de 1934 la República catalana, como el 14 de Abril de 1933 lo había hecho Maciá…»
Lo cierto es que tras el asesinato de un teniente de la Guardia de Asalto republicano, el teniente Castillo, vino el asesinato no de otro no del rango de un «teniente cedista, carlista o falangista», sino de un diputado de primera fila, José Calvo Sotelo, el 13 de Julio de 1936. Y su asesinato no fue llevado a cabo por una «banda incontrolada de pistoleros», sino por una sección de Guardias de Asalto a las órdenes del Ministro de la Gobernación».
«(…) Muchos lobos la habían atacado antes, y Franco fue, eso si, el lobo que atacó, no a Caperucita, sino a los otros lobos que la acechaban».
Luis Araquistain y Francisco Largo Caballero, dirigentes de la izquierda socialista, se fueron radicalizando y llegando a la conclusión de la necesidad de una guerra civil. Araquistain escribió (ref. 4, pág. 133, nota 162): «La clase capitalista pretende negar la lucha de clases, al mismo tiempo que del terreno social la trasplanta al mundo político con una actitud que sólo puede resolverse en una guerra civil; pero en rigor lo que se propone es acabar con la lucha de clases, sometiendo sin condiciones a la clase obrera: eso es el fascismo».
Hay una obsesión de ver todo a través de un lente marxoide y tomar las «clases» no como una manera de agrupar las personas para fines de estudio, sino como si fueran una realidad material. Con la revolución Rusa resurgió el marxismo (que estaba casi olvidado) y la Internacional Comunista cometió el error de tratar de definir el fascismo con categorías marxistas, lo cual, además de erróneo, tuvo consecuencias trágicas.
Dice Marta Bizcarrondo (ref. 4, pág. 135): {La Unión Económica hizo campaña en el verano de 1933 –conflictos de Salamanca y Madrid– contra las actuaciones de los Jurados Mixtos} «Es el punto de arranque de la actitud revolucionaria de Largo Caballero, que se agudiza con la salida del Gobierno del PSOE y la violenta campaña electoral. Con la constitución de una nueva Cámara, en que el centro-derecha dominaba ampliamente y la CEDA pasaba a ser el mayor grupo parlamentario, con 115 diputados (por sólo sesenta socialistas), queda abierto el camino para la preparación revolucionaria».
La CEDA era una agrupación de la derecha republicana y su éxito electoral totalmente democrático (ver Ref.1, pág. 95). En Ref.4, pág. 172, leemos: «Su {de Largo Caballero} visión de las posibilidades parlamentarias y electorales difiere obviamente antes y después de las elecciones de 1933. En la campaña electoral previa a noviembre de dicho año, las preferencias son legalistas».
Y (ref. 2, pág. 51): «{en la España nacionalista} los partidos componentes del Frente Popular fueron disueltos. Esa fue también la suerte de los partidos disidentes de derecha, tal y como sucedió con la CEDA».
Es decir que la izquierda socialista era democrática mientras las urnas la favorecieran; de no ser así –poco importa la opinión de los ciudadanos– llamaba a la violencia antidemocrática.
Sigue Bizcarrondo en pág. 210: «El planteamiento de Octubre presupone la coordinación de esfuerzos de los partidos obreros, el comunista y el PSOE; una vez conseguida la unificación del proletariado en un frente común, la lucha habría de llevarse a cabo a partir de lo que se denominaba en el folleto «organismos insurreccionales», con un carácter de aparato ilegal. «Nuestra organización militar ha de ser clandestina; ha de tener un trabajo especialísimo y de gran heroicidad. Su acción no puede, en ningún momento, estar bajo el control de la legalidad gubernamental. (Federación Nacional de Juventudes Socialistas: Octubre, segunda etapa, Madrid 1935)».
Para los comunistas y la izquierda socialista (y aparentemente también para Marta Bizcarrondo), partidos que tienen muchos afiliados intelectuales, obreros, estudiantes, pequeños propietarios, etc., son ellos mismos «partidos obreros» (como los fascistas hablaban de «naciones proletarias»). Y los pactos entre partidos serían la «unificación» del proletariado. Actualmente los trabajadores, no sólo tienen tan pocos hijos como los empresarios (no son «proletarios») sino que están desapareciendo como clase, porque la tecnificación de la producción exige conocimientos (el trabajador hace cada vez más trabajo intelectual y menos físico) y aumenta la productividad, es decir disminuye el contenido de trabajo por unidad de producto. Los antagonismos de clase nunca fueron absolutos. Los trabajadores presionaban a los patronos en defensa de sus salarios, pero también tenían interés en la subsistencia de las empresas para conservar sus puestos de trabajo, y competían entre si por puestos jerárquicos (v.gr. capataces). Pero hoy muchos trabajadores son independientes o aspiran a serlo. Y los que tienen conocimientos y habilidad, tienen un nivel de vida que vuelve absurdo el llamarlos «proletarios».
Leemos en pág. 257, de Luis Araquistain: «No; la democracia parlamentaria no conduce, en el régimen capitalista, al socialismo (…). Al contrario, la democracia burguesa conduce fatalmente al fascismo, llámese así o de otra manera…» (Leviatán, Nº4, Agosto de 1934).
«De ahí la paradoja de que las clases antes republicanas –«los obreros de la industria y la agricultura, los intelectuales, la pequeña burguesía»– sean a su juicio «los verdaderos enemigos de la República», tal y como se presenta en 1934».
Si la democracia («burguesa»; nunca hubo otra) conduce fatalmente al fascismo, es natural oponerse a la República y a la democracia. Las clases no son republicanas ni monárquicas; lo son las personas. Y algunos intelectuales izquierdistas fueron republicanos contra la monarquía, pero cuando advino la República se volvieron antirrepublicanos apenas las urnas les fueron adversas.
Dice en pág. 258: «En Septiembre y Octubre de 1934 estas ideas se acentúan con la aproximación anunciada al poder de Gil Robles, símbolo del fascismo: ante la respuesta previsible de la clase obrera organizada Araquistain comienza a hablar de la inminencia de una guerra civil».
Nuevamente cabe la duda de si Marta Bizcarrondo comparte las creencias de Araquistain. Porque un Partido puede dar una «respuesta», pero una clase no. Gil Robles, dirigente de la CEDA, era un demócrata de derecha. Como ya hemos dicho, los izquierdistas asumen la definición de fascismo de la Internacional Comunista (Dimitrov) que es simplemente disparatada, sin el menor análisis, lo que lleva a decir a Araquistain cosas como (pág. 340): «¿Pero qué es en su entraña, la política de Roosevelt? Nada más que esto: una forma especial de fascismo».
Por eso Besteiro escribió con toda razón (en El Sol, 15 de Marzo de 1930), según Ref.4, pág. 334): «…Y un Partido Socialista fuera del Poder que acentúa el culto de la violencia, pero no se cuida de construir, al modo de los laboristas ingleses, un programa bien maduro de política gubernamental…, puede fácilmente degenerar en un reformismo revolucionario y violento de psicología y de actuación muy semejante a la del fascio». Payne (ref. 7, pág. 331) dice: «A partir de 1932, el antifascismo había adquirido fuerza en la izquierda, pero, como comentaría irónicamente Ledesma {Ramiro Ledesma Ramos (1905-1936), fundador de las JONS}, fue precisamente la que emprendió la única actividad realmente «fascista» en España, por su violencia y su acción directa».
De modo que los izquierdistas son a veces más fascistas que los derechistas (aunque si hay tal confusión en el concepto de fascismo, no es menor el de izquierda/derecha; ¿por qué razón se dice que fascismo y nazismo son de derecha y no de izquierda?). Pero la perla está en Ref.4, pág. 381: «Octubre {1934} se ajusta, pues, de acuerdo con el planteamiento de Araquistain, al carácter de revolución preventiva (usando sus propios términos) en que el proletariado intenta la toma revolucionaria del poder a la vista de los ejemplos de Hitler y Dollfuss y del corporativismo instaurado por Oliveira Salazar en Portugal». Araquistain no sólo apela a la violencia antidemocrática, sino que esta debía ser preventiva, adelantándose a presuntos competidores.
Los socialistas no tuvieron el menor inconveniente en colaborar con la dictadura de Primo de Rivera. Leemos en ref. 5, pág. 181: «Los socialistas españoles fueron unos de los principales beneficiarios de la Dictadura». Y en pág. 186: «{Los comités conjuntos de obreros y patronos, Aunós, 1926} Esta será la mayor contribución de la Dictadura al fortalecimiento de las organizaciones socialistas». En cambio, con los republicanos su actitud era reticente (pág. 324): «Sin embargo, ya en esta etapa inicial de su campaña electoral, los socialistas dejaron claro que conservarían su autonomía tanto organizativa como doctrinal. Su coalición con los republicanos era circunstancial y, tan pronto como estuviera instaurada la República, se dedicarían, en solitario, a provocar la revolución social enfrentándose a sus aliados de ese momento que entonces gobernarían una República burguesa».
Los socialistas debilitaron la República sumiéndola en luchas intestinas. Largo Caballero dijo que «El sólo hecho de que haya una mayoría burguesa en el parlamento es una dictadura» (ref. 8, pág. 124, «En plena lucha electoral», 1933).(O sea que los ciudadanos tienen sólo el derecho de votar a los izquierdistas). Y además asustaron a los propietarios con sus amenazas y preparativos revolucionarios. Mola, Sanjurjo, Queipo y Franco tienen la responsabilidad de haberse sublevado contra el Gobierno legal. Pero lo hicieron para terminar con el estado de caos y la amenaza de revolución, de modo que la izquierda es también responsable y en no menor grado, del desencadenamiento de la guerra civil y de la derrota de la República
Los incendios de iglesias y conventos en 1931 malquistaron tonta e in necesariamente a la Iglesia y a la ciudadanía católica con la República. Ben Ami dice (ref. 5, pág. 358): «La benevolencia del gobierno hacia los incendiarios de Madrid, no podía, evidentemente, actuar como disuasión frente a sus posibles repercusiones en las provincias (…)». Y en pág. 428: «Así pues, la República contribuyó torpemente a multiplicar las fuerzas de sus enemigos». Y finalmente en pág. 429: «En España, la República quedaría despedazada por los conflictos y las ideologías».
«Socialismo de guerra»
Después de las guerras mundiales, tanto la Primera como la Segunda, hubo un auge de los movimientos socialistas. Bizcarrondo (ref. 4, pág. 29) lo explica así: «Araquistain llega a ver en la economía de guerra inglesa la realización del socialismo, entendido como sistema de producción en el que el capitalismo ha tenido que basarse para hacer frente a la coyuntura bélica: «después de la guerra tendremos para rato régimen capitalista, pero esta, para salvarse, está recurriendo durante la guerra a un sistema socialista». El sistema que elogiaba Luis Araquistain eran las reformas introducidas de intervencionismo y «economía de guerra», como la socialización de los ferrocarriles, de la marina mercante y el control de precios, que, en cuanto a eficacia, demostraban la viabilidad del Estado como gestor de la economía». Efectivamente, antes de la 1ª Guerra Mundial, nadie podía haber asegurado que millones de personas aguantarían tanto sufrimiento y muerte durante años y que en esas condiciones el Estado sería capaz de canalizar todos los esfuerzos hacia la guerra. Esta experiencia impactó también a Lenin. Paul Johnson escribió (ref. 9, pág. 100): «De modo que podía afirmarse que el hombre que inspiró realmente el planeamiento económico soviético fue Ludendorff. Su «socialismo de guerra» no retrocedió, por cierto, ante la barbarie. Utilizó la mano de obra de trabajadores esclavos. En enero de 1918, Ludendorff quebró una huelga de 400.000 trabajadores berlineses reclutando a decenas de miles, y enviándolos al frente como «batallones de trabajo». Muchos de sus métodos serían revividos e intensificados más tarde por los nazis. Resultaría difícil concebir un modelo más perverso para un Estado obrero. Sin embargo, estos eran precisamente los rasgos del «socialismo de guerra» alemán que Lenin apreciaba más».
Probablemente en las posguerras la gente, harta de sufrimiento, supone que si el Estado pudo, dirigido por militaristas, coordinar todos los esfuerzos para el fin único de la guerra, en tiempos de paz, dirigidos por civiles pacifistas, podría coordinar los esfuerzos en beneficio de todos, y por esa razón, tienda a votar a izquierdistas. Claro que lo que funciona en la guerra no lo hace en tiempos de paz, cuando cada ciudadano pretende construir su vida y tener sus propios objetivos. Solo por obligación los objetivos son «comunes» durante la guerra.
Y más confusión ideológica
La equivocada actitud de la izquierda provenía de la ciega adopción de teorías de origen marxista (a menudo a través del bolchevismo). Bizcarrondo dice (ref. 4, pág. 331) que «El análisis del fascismo es desarrollado también a partir de categorías no marxistas». Y en pág. 350 transcribe la definición de Dimitrov del fascismo. Pero precisamente el fascismo es inabarcable por las categorías marxistas y esta definición acarreó graves y dolorosas consecuencias. Por otra parte, fascismo y nazismo, aunque tienen elementos comunes, no son lo mismo. Y la definición marxista, sólo sirve para disimular el parecido entre nazismo y comunismo.
Cuando cita (pág. 176) a Largo Caballero diciendo que «el socialismo dará a cada trabajador el producto íntegro de su trabajo» es evidente la creencia de estar hablando de una realidad y no, simplemente de una teoría según la cual todo el valor lo produce el trabajo, y el trabajador sólo recibe una parte, apropiándose el patrón del resto («plusvalía»). La teoría del valor-trabajo ha sido refutada hace mucho tiempo. Además, la intensidad del trabajo físico puede ser constante, pero la productividad varía enormemente según el nivel de la tecnología y equipos (=3D el capital). Para Largo no parece haber contradicción entre lo anterior y lo que dijo en Ref. 8, pág. 130: «Es que los capitalistas, cuando llevan las máquinas a la tierra, a la fábrica o a la mina, no es por cariño al progreso ni a la civilización, sino porque saben que con todo eso se prescinde de los obreros, se ahorra el dinero que habría que invertir en la mano de obra, obteniendo el mismo beneficio económico. Nuestra lucha debemos dirigirla contra quienes crean tal situación terrible».
De modo que el empresario vive de explotar al obrero, de robarle la «plusvalía», y al mismo tiempo trata de reemplazarlo por máquinas. Es este proceso de introducción creciente de ciencia y tecnología en la producción el que ha elevado el nivel de vida de todos en gran parte del mundo y ha permitido reducir la jornada de trabajo y su intensidad. Es el que al mejorar la vida de todos llevará a algo que podríamos llamar «socialismo» y al que no es posible llegar por vía política, porque no depende de la voluntad de nadie, sino de la productividad.
Preston dice (ref. 3, pág. 318) que «Había una relación clara entre la represión y la acumulación del capital que hizo posible el auge económico de 1960». Los marxistas tienen la obsesión de la «acumulación inicial» de capital. España recibió préstamos de EE.UU. y del Banco Mundial. Pero aún en los orígenes del capitalismo, la «acumulación inicial» no se basó en la explotación de los trabajadores europeos ni en los indios americanos. Leemos en Ref.6, pág. 380: «Una nueva clase de capitalistas aparece a la vez en todas partes: Flandes, Francia, Inglaterra, y en las ciudades de la Alemania del sur que están en relaciones con Venecia. La forman hombres nuevos. No es en modo alguno la continuación del viejo patriciado, sino un grupo de aventureros, de advenedizos, como todos los que toman parte en cada transformación económica. No trabajan con el viejo capital acumulado (…)». (Negritas de S.S.).
La revolución desde arriba
Para poder extraer conclusiones, podemos agrupar las tesis de Ben Ami bajo siete encabezamientos:
1) Franco, habilísimo conductor, en situaciones extremadamente difíciles
Si Franco venció en la guerra civil, se encaramó a la Jefatura del Estado, permaneció durante y después de la guerra mundial, y finalmente murió en la cama, es evidente que era extremadamente hábil. Ben Ami da ejemplos, v. gr. (ref. 2, pág. 54): «El conde de Jordana {nombrado en 1938 vicepresidente y ministro de Asuntos Exteriores} era conocido por sus ideas anglófilas y su designación constituyó una especie de afrenta a los aliados alemanes de Franco. Ese nombramiento fue «compensado» mediante la designación de Serrano Suñer, falangista proalemán, para el cargo de Ministro del Interior».
En pág. 83: «Esos cambios personales {v. gr., en 1941 depuso a Serrano de ministro del Interior y nombró a un antifalangista} fueron un brillante ejercicio, producto de un artista de la intriga política».
En pág. 115: «Uno de los logros principales de la política exterior franquista en esa época fueron, sin duda, las amistosas relaciones entabladas con el mundo árabe.(…) De ahí que al finalizar la guerra mundial –pese a que España seguía siendo un país imperialista que dominaba al Marruecos español, la región de Ifni, el Sahara español y Fernando Poo–, Franco logró presentar a su país como defensor de los intereses árabes».
En pág. 125: «Franco mismo alentó a la Falange para organizar manifestaciones de multitudes y pidiera que fueran llevados a juicio los funcionarios del gobierno y los directores de empresas privadas que, en 1949, hicieron negocios fraudulentos con el trigo importado de Argentina».
Vemos en la página siguiente que en 1952 redujo en dos años la edad del retiro: en 1953 impuso el retiro de 2.000 oficiales hasta teniente coronel. Redujo de 24 a 18 divisiones y fijó el número de soldados en 250.00. Y en pág. 148: «(…) el régimen de Franco –a fin de cuentas una dictadura militar– se animó a reducir el número de soldados en España mucho más de lo que osaran hacer los regímenes parlamentarios y antimilitaristas de los siglos XIX y XX».
Para mantenerse en el poder, Franco tuvo la habilidad de ir basculando entre los grupos que lo apoyaban (Ejército, Falange, Opus Dei, Iglesia) sin dar primacía, ni tampoco descartar a ninguno. Pero estos movimientos estaban en función de la situación exterior, que era difícil y complicada.
Logró mantener el apoyo tanto de Alemania como de Inglaterra y Estados Unidos. Y, en general, como veremos luego, hacía lo que convenía a España tratando de sacar partido de todos.
Dice Ben Ami en pág. 92: «El Caudillo, cuyos nervios fuertes eran quizá su cualidad principal, esperaba tener que combatir junto al Eje sólo cuando hubiera que disparar los últimos proyectiles, en vísperas del desfile de la victoria; en ningún caso, claro está, mucho antes».
Es la misma actitud oportunista de Mussolini, como vemos en Ref.10, pág. 391: «Mussolini (…) el 22 de Abril {de 1940} dijo que Italia podría entrar en 1941, y tres días después que el fascismo se sumaría al conflicto bélico, pero sólo cuando tuviese «la certeza matemática de ganar»». Mussolini no tenía ningún motivo para aliarse a Hitler. «En el otoño de de 1934 –dice Boswell en pág. 310– la Alemania nazi y la Italia fascista no parecían en modo alguno aliados naturales». La «certeza» de Mussolini falló y le costó la vida; el Caudillo fue más prudente.
Digamos, de paso, que, en la conducción política, lo que más daño causa es la «ideología» (que pretende obligar a la realidad a cumplir preconceptos surgidos de mentes iluminadas). El «oportunismo» es la percepción especial que tienen algunos dirigentes y que les permite aprovechar las circunstancias contingentes.
2) La Iglesia no fue aliada incondicional de Franco
Como ya hemos dicho, la izquierda provocó a la Iglesia y la volcó a la «cruzada». Ben Ami dice en pág. 77: «Cuando finalizó la guerra civil, por ejemplo, varias figuras prominentes de la jerarquía eclesiástica alzaron la voz contra el terror franquista». Y en pág. 141: «La Iglesia –que en los años iniciales del régimen había servido de importante respaldo moral y político al franquismo– comenzó a revelarse como un elemento opositor en la década del 50 y gradualmente se fue convirtiendo en la punta de lanza de la resistencia al régimen».
3) Franco no fue fascista
En pág. 79: «El franquismo no fue un régimen revolucionario fascista que buscara granjearse el constante y exaltado apoyo de las masas, principalmente de los jóvenes, o que actuara con el propósito de alcanzar esa meta. El franquismo fue, en cambio, una reacción de la España tradicional y conservadora que adoptó ciertas normas de conducta fascista». En pág. 89: «España no tenía intereses definidos de política exterior en la guerra mundial. Sin embargo, seguía una línea rectora con el propósito de alcanzar tres objetivos internos: la rehabilitación del país, la consolidación en economía y el fortalecimiento del régimen. La política exterior era pragmática y oportunista. El éxito logrado por Franco al eludir la intervención en la guerra, puede ser considerado como la brillante maniobra de un artista de las combinaciones y estratega político».
Dice en pág. 101: «Franco posibilitó a su país, por tanto, una posición excelente: se sintió libre de peligro de invasión y sorbió fuerza de la guerra. Su política puso a salvo a su pueblo de los horrores de la guerra mundial y dio impulso nuevamente a los engranajes de la economía española».
En pág. 104: «Además, en tanto que Hitler y Mussolini{?} entregaron su alma siendo la expresión de los espantos del antisemitismo y del racismo –y a diferencia de las democracias occidentales, que no salieron airosas de la prueba histórica del exterminio de los judíos–, los partidarios del franquismo pudieron alegar, con cierto grado de razón, que la España de Franco ayudó a escapar a miles de judíos de las garras nazis».
En pág. 116: «El voto de Israel en la ONU, en 19949, a favor del boicot a España, facilitó los pasos de Franco. Las acusaciones israelíes de que el Caudillo ayudó indirectamente a Hitler en su persecución de los judíos –pese a que no pocos de éstos habían hallado asilo en su país y se pusieron a salvo de las garras nazis– aumentaron el enojo que sintió hacia Israel; e incluso se tomó la molestia de editar un libro especialmente apologético, que trató las actividades de España a favor de los judíos durante la guerra mundial (…) Sin embargo –cabe destacarlo en elogio del Caudillo–, su reacción no fue negativa cuando Israel adoptó en la ONU una posición antiespañola ni tampoco restringió, por ese motivo, las actividades de la pequeña comunidad judía en su país».
Dice en pág. 127: «A diferencia del nazismo y del fascismo, el franquismo se apoyaba en el ejército, en la Iglesia y en el jefe, no en un partido de masas ni en una juventud «patriótica» o en una histeria imperialista». «La ideología y el partido –pág. 128– nunca desempeñaron un papel central en el franquismo».
4) Inglaterra y Estados Unidos apoyaron a Franco en todo momento.
Leemos en pág. 59: «{durante la guerra mundial} la ayuda económica de Occidente afianzó el franquismo». En pág. 90: «Cuando terminó la guerra civil, Franco no vaciló en pedir un préstamo a los Estados Unidos para la compra de algodón (…)». En pág. 93: «A fines del verano de 1940, Franco se encontró suplicando nuevamente la ayuda de Occidente, pues supo que le faltaban 1.300 millones de toneladas {debe tratarse de un error; probablemente sea 1,3 millones de toneladas, S.S.} de trigo para abastecer las necesidades más elementales de sus connacionales». En pág. 94: «El 8 de Octubre, Churchill declaró que su país continuaría comerciando con España y sólo pedía que los productos británicos no llegaran a las manos de los alemanes. Los norteamericanos se mostraron más cautelosos: suministraron sólo 100.000 toneladas de trigo por mediación de la Cruz Roja».
En pág. 99: «En Octubre {1942 los británicos dieron claras garantías a España de que «no intervendrían en sus asuntos internos entonces ni después de la guerra(…)».
«Sea como fuera, la neutralidad española comenzó a deparar ventajas también desde un punto de vista económico. Los rivales de ambas partes hacían compras masivas de materias primas (la gran demanda ponía los precios por las nubes) con el propósito de que el enemigo no las consiguiera».
En pág. 100: «El combustible norteamericano (…) significó una inyección vital de savia para el régimen de Franco, cuya existencia se podía ver amenazada por los disturbios causados por el hambre y el cese de los transportes, mucho más que por cualquier peligro exterior». Pág. 132: «Pero mientras predominaran en España «la ley y el orden», los Estados Unidos no tenían motivos para deponer a Franco». Y en pág. 134: «Toda una generación de enemigos de Franco fue vencida dos veces: la primera, en la guerra civil; la segunda, como resultado de la «Realpolitik»de las grandes potencias».
Que los anglo-franco-norteamericanos no hicieron nada en defensa de la República, y que de hecho apoyaron a Franco, se dijo muchas veces. Se atribuyó a cobardía, a un apaciguamiento similar al que tuvieron con Hitler. Y además a cinismo, «reaccionarismo», intereses privados, etc. Lo que dice Shlomo Ben Ami no es, entonces, nuevo. Pero sugiere otros matices, otra manera de interpretar, que veremos al final, con la visión de conjunto de la obra.
5) La economía y el nivel de vida mejoraron en España, en paralelo con Europa
Pág. 55: «(…) se fijaron salarios mínimos, previsión social, bonificaciones a las familias prolíficas, vacaciones pagadas y salarios mayores».
Pág. 117: «Pero al final de esa época {1945-1953} se aclararon los horizontes y la España de Franco entró en la edad de la prosperidad económica, donde el fatalismo y el mesianismo de la guerra civil –consecuencias de un «atraso eterno»– se convertirían en recuerdos del pasado, al tiempo que había de emerger un país nuevo, con todos los problemas que caracterizan a los países adelantados».
Pág. 136: «En los tres primeros años que siguieron a 1953, se operó un aumento del 50% en la producción de acero y 80% en la de cemento (…). Entre 1953 y 1959, la producción de electricidad casi se duplicó; la de hierro aumentó en 100%, la de productos químicos en 25% y la de textiles en un 20%. En ese mismo espacio de tiempo aumentó la cantidad de automóviles (…) en un 198%».
Pág. 138: «Entraña cierto sarcasmo histórico la circunstancia de que el comienzo del despertar industrial de España liberara al régimen franquista del proletariado campesino –el elemento agitador y revolucionario del pasado– sin que hiciera falta la reforma agraria, esa misma reforma que había sido la base ideológica y política de todos los movimientos izquierdistas de España en los últimos ciento cincuenta años».
Cabe comentar que las consignas de la izquierda son casi siempre moralistas –de un moralismo abstracto– y no económicas. Cuando en el siglo XVIII en Inglaterra se cercaron las tierras comunales (las «enclosures») los izquierdistas no vieron el aumento de productividad agrícola que implicaba, indispensable para alimentar a la población creciente. Y gran parte de los campesinos pudieron sobrevivir (en condiciones probablemente menos miserables de las que tenían en el campo) yendo a las ciudades en las que encontraban trabajo en la creciente industria. Los moralistas de izquierda entendieron que se privaba a los campesinos de sus medios de vida. También la consigna de la «reforma agraria» es moralista, porque es justo que la tierra sea para quien la trabaja o piense trabajarla. Pero en pequeñas parcelas, la productividad es muy baja; solo en grandes extensiones se puede mecanizar la agricultura, bajar los costos de producción, y poner los alimentos y materias primas agrícolas al alcance de más gente.
6) Franco no tenía creencias rígidas, sino de gran flexibilidad
«En 1958 se dio un gran paso adelante, con la incorporación de España a las organizaciones monetarias y de crédito internacionales, como la OCDE, FMI y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento. A mediados de 1959 los representantes de esos organismos fueron invitados a emitir su opinión sobre las medidas para sanear la economía española y comprobaron que el país se hallaba virtualmente al borde de la bancarrota (…). El país importaba alimentos que podía producir por su propia cuenta y la industria no se desarrollaba debidamente a causa de los altos aranceles aduaneros. Se recomendó, por ello, abolir los aranceles proteccionistas, solicitar inversiones extranjeras y devaluar la peseta para acrecentar la capacidad competitiva de los productos españoles en el exterior. El Banco Mundial anunció su aquiescencia para ayudarle a salir del embrollo, siempre que aceptara sus recomendaciones y dejara de lado la economía nacionalista», Pág. 149).
«Los tecnócratas del Opus Dei –con el pleno respaldo de Franco, que de ese modo se burlaba virtualmente de la demagogia falangista, a la que había recurrido en el pasado– aprobaron esas recomendaciones. A mediados de 1959 publicaron un plan económico –el Plan de Estabilización– (…) La positiva repercusión de éste plan no tardó en dejarse sentir».
Pág. 171: «A finales de 1954 comenzó una nueva etapa en el desarrollo económico cuando el gobierno de los tecnócratas, con la ayuda del Banco Mundial, emprendió una nueva experiencia de expansión económica planificada, de largo alcance.(…) El Caudillo confió casi sin remilgos en los tecnócratas, quienes, con su plan, aseguraban aumentar el producto nacional en un 6% anual y el ingreso per capita en un 30%. A ese fin invirtieron durante los años del plan (1967-1974) 5.500 millones de dólares en todas las ramas de la economía y estimularon las inversiones privadas por un total de 8.500 millones de dólares.
Para apreciar la flexibilidad de Franco, hay que recordar como organizó la producción española después de su victoria militar. Ben Ami dice en pág. 75: «Junto con el control de las relaciones laborales, Franco se preocupaba por consolidar un método de estrecha supervisión económica como parte de un régimen autárquico, que no sólo se ajustaba al principio falangista sino que era también una necesidad resultante de la falta de inversiones extranjeras y de la drástica contracción del comercio internacional.(…) El INI {1941} adquirió consorcios fracasados con el propósito de volverlos rentables, adquirió la mayoría de las acciones de las compañías exitosas y dirigió muchas empresas de propiedad estatal. En los años 40 había poco dinero para esas inversiones, pero las sumas invertidas se multiplicaron en la década siguiente, hasta que el INI se volvió, en los años 60, uno de los colosos de la industria española.
También Mussolini siguió una política similar. Leemos en Ref.10, pág. 317: «(…) condujo a la creación, en enero de 1933, del Istituto dei Ricostruzione Industriale (IRI) {que} (…) se lanzó a una considerable intrusión pública en la economía (…) El IRI fue el precursor de lo que se llamaría posteriormente política de «autarquía»(…)». También Perón, en 1945, implantó una política proteccionista y autárquica. Económicamente, esa política es desastrosa. Pero Perón esperaba una 3ª guerra mundial, que beneficiaría enormemente a Argentina. Y como durante las guerras el comercio se reduce al mínimo, una política autárquica puede asegurar los abastecimientos imprescindibles. En todo caso, la autarquía es propia de belicistas. En el caso de Franco, se debió probablemente a la situación de necesidad (pág. 75) más que a doctrinas. Cuando le aconsejaron la política opuesta, la adoptó, y con notable éxito
7) Falta de realismo de la izquierda
La República fracasó porque los izquierdistas no tenían el realismo y la flexibilidad mental de Franco. Leemos en pág. 154: «La fe de los socialistas en una alianza casi exclusiva con los espectros republicanos del pasado –que tampoco tenían asidero tangible en España– subrayó aún más su falta de realismo y su indudable dogmatismo».
Y en pág. 326: «Pero aquellos que esperaban {1977} el gran «estallido», el «inevitable» despeñamiento, ignoraban quizá que los sucesos presentes sólo eran la prolongación del proceso de transición gradual que se había iniciado mucho antes de la muerte del Caudillo, aunque su desaparición sirvió de acelerador importante».
Conclusiones
La izquierda, sumida en delirios teóricos, de 1933 a 1936, llevó a España a un estado caótico. Preguntar que habría sucedido sin el alzamiento militar es pretender hacer «historia virtual». Sin embargo, por un período muy limitado, se puede proyectar la situación de 1936. Después del asesinato de Calvo Sotelo, habrían seguido otros. Seguramente habría habido una guerra civil entre republicanos. O bien, los socialistas de izquierda, se habrían apoderado del Gobierno mediante un «putsch». Habría fracasado económicamente y dado lugar a extrema violencia cotidiana. Y seguramente Hitler habría decidido invadir España.
Todo lo que nos muestra Shlomo Ben Ami, hace pensar que Franco condujo a España por los caminos más adecuados y más convenientes para los españoles en esas difíciles circunstancias. La guerra civil fue terrible, y a medida que los rebeldes avanzaban (sin prisa) iban fusilando a quienes tuvieron alguna actuación política o sindical en la República. Eso, y la feroz represión que sucedió a la guerra, es lo que se puede reprochar a Franco.
Masas humanas poseídas por creencias irracionales (que recuerdan a los anabaptistas de Munster en 1516) pueden hacer mucho daño por mucho tiempo. Pero cuesta aceptar que no haya maneras menos violentas y crueles de encauzarlas y evitar el caos.
Pero lo que es cierto es que la izquierda, que tuvo esa falta de realismo en 1933 y en 1976, lo sigue teniendo ahora. Si no fuera así, no promoverían la rememoración de la guerra civil sin hacer al menos su autocrítica.
Y un último asunto. En 1938 los ingleses trataban desesperadamente de evitar una segunda guerra mundial; estaba aún dolorosamente presente la primera en la mente de todos. Además no captaron adecuadamente la personalidad de Hitler. Creyeron que era un político que defendería los intereses nacionales de Alemania y que se podría negociar con él. Nunca se puede negociar con terroristas delirantes Con Franco, creo que no fue exactamente igual. Vieron el caos que era la República en 1936 y confiaron en que Franco pondría orden. Siempre un gobierno estable es mejor que el caos. Por eso ayudaron a Franco: eso es Realpolitik.
Referencias