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El Catoblepas, número 65, julio 2007
  El Catoblepasnúmero 65 • julio 2007 • página 6
Desde mi atalaya

Las memorias de Julio Anguita

José María Laso Prieto

El ex secretario general del Partido Comunista de Espaņa publica
El tiempo y la memoria, La Esfera de los libros, Madrid

En estas memorias de Julio Anguita, con el título de El tiempo y la memoria, publicadas por la editorial La Esfera de los libros, del diario El Mundo, se realiza una exposición muy detallada de sus posiciones políticas tanto en su evolución como en sus diversas consecuencias. Desde que le conocí en el XII Congreso del Partido Comunista de Espaņa, he sido un gran admirador de Julio Anguita. Me impresionó mucho la intervención que hizo al ser elegido Secretario General del PCE, y no sólo porque su discurso resultaba mucho más didáctico que el de los dirigentes anteriores, sino también debido a las citas muy elogiosas que hizo de Antonio Gramsci, tratando de que el PCE aplicase el concepto gramsciano de hegemonía. Con ello rebasaba las citas tradicionales de Marx, Engels y Lenin y de otros dirigentes comunistas. Posteriormente tuve ocasión de presentarle en un mitin que dio en el Cine Ayala de Oviedo. Entonces Anguita, en su intervención, me elogió por mi perspicacia política, citándome debidamente, Después tuve ocasión de conversar ampliamente con Julio Anguita y de cederle algunos de mis trabajos teóricos. Siempre Anguita se caracterizó como un León, entendiendo por tal a la persona que era un lector infatigable.

Más tarde, a raíz del XIII Congreso del PCE, donde la cuestión clave era la de si debía disolverse el PCE en Izquierda Unida, tuvimos una reunión con Julio Anguita, Armando López Salinas, Víctor Díaz Cardiel y yo, para tratar de evitarlo: Julio Anguita nos manifestó su rotunda oposición a los intentos liquidacionistas del PCE. La lectura de sus Memorias, permite comprobar su gran claridad de ideas y, por ello, la vamos a citar en algunas de sus precisiones; así, por ejemplo, cuando define su sentido crítico. Dice:

«Por otra parte, tengo un marcado sentido del deber, heredado de mi padre y de mi abuelo, el deber de lo que hay que hacer bien: ser fiel a la palabra dada, asumir los trabajos encargados, resultar puntual, escrupuloso y ponerle voluntad. Ese sentido del deber me ha servido cuando avancé en las distintas posiciones políticas; nadie tiene derecho a protestar si no cumple con su deber. Un fullero no puede ser un revolucionario y aquellos que predican otro mundo mejor están obligados a demostrarlo con su ejemplo. Nuestro proyecto, el comunista, otra cosa, aunque ahora sea o no posible. Y para que la gente visualice que es otra cosa, uno está obligado también a ser otra cosa: el primero en la lucha, pero también el primero en el sentido del deber. Son conceptos que tengo claros y que no discuto de ninguna de las maneras. Los cristianos lo definen como dar testimonio, que consiste en dar ejemplo. No puedo pedir reivindicaciones si en mi trabajo no soy ejemplo de que hay otra manera de concebir la sociedad. Esto se plasma en una supuesta afirmación de un revolucionario a un conservador: Yo quiero un mundo en el que usted, como clase social no exista, pero que usted como persona sea feliz. Y el día en que se abandona esa riqueza, la izquierda deja de serlo para convertirse en ramplonería.»

En un sentido más ideológico, Julio Anguita se define en el capítulo titulado «Ser Comunista hoy». Dice:

«Todas las posiciones filosóficas, ideológicas o políticas necesitan, por el bien de ellas mismas, enfrentarse al dilema de si lo que uno cree, uno plantea, o por lo que uno lucha tiene sentido. Una crisis es recomendable a todo el mundo, para que la razón, en contraste lúcido con la realidad pueda aceptar o rechazar lo que percibe, siempre en beneficio de la seguridad ideológica y personal. Un comunista debe tener claro que, si todo el mundo necesita de un periodo de reflexión (la derecha, los socialistas, los creyentes) nosotros debemos usar la crítica como profilaxis. Estas obligado a averiguar por que te sientes implicado en el movimiento comunista, y más aún, si este existe." Si este mecanismo de razonamiento es necesario siempre, en el caso del comunismo se vuelve imprescindible, habida cuenta de lo que ha ocurrido en países que decían aplicar el comunismo. Los Estados que componían la antigua Unión Soviética se terminaron hundiendo en un proceso de corrupción no exento de episodios pintorescos, por ejemplo, cuando muchos ex-altos cargos comunistas pasaron a ingresar en muchas multinacionales que se asentaron en sus respectivos países. Será que la carne es débil y el dólar fuerte.

Cuando me incorporé a la militancia, lo hice desde dos convencimientos: primero que el PCE, el partido por antonomasia, entonces era el grupo más presente y más organizado, en la lucha contra el régimen franquista; el segundo, mi sintonía con su propuesta política, que estaba ligada a un ideal emancipador de carácter universal. Cuando llegó la Transición, y con ella el acomodo en moldes que ya habían sido predeterminados (y no por nosotros precisamente) se produjo la necesaria decantación que, unida a crisis internas, originó un flujo hacia otros lugares (el PSOE entre ellos). No he sido nunca muy proclive a soņar, diseņar o aventurar los contenidos de una hipotética sociedad socialista, o comunista. Lo cierto es que existen enunciados breves y rotundos de la realidad anhelada: tal es el caso del lema 'De cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades'. Como consigna tiene gancho y resume perfectamente los primarios y justos deseos de igualdad, pero a estas alturas es insuficiente. La situación que como comunista me motiva a luchar es aquella en que los contenidos de la solemne Declaración de Derechos Humanos de la ONU (10 de diciembre de 1948) sean una realidad para los 6.300 millones de habitantes del planeta tierra y junto con esto, la tercera generación de derechos: los medioambientales. Pero este horizonte deseado no culmina en absoluto en esa nostalgia de futuro (utopía) que un o una comunista, debe vivir. Marx, que erróneamente censuraba a los utópicos, decía que el comunismo empezaba a ser un proyecto cuando se daban esas condiciones por las que ningún ser humano debía gastar energías, esfuerzos y hasta la vida para conseguir alimento, techo, instrucción salud o cultura. En consecuencia, para Marx, la historia de la humanidad como tal, comenzaba a partir de ese estadio en que la atención a urgencias primarias e insoslayables no anclaba ya a la sociedad. En los aņos setenta Herbert Marcuse explicó con claridad esta cuestión en su obra El final de la utopía. Venía a decir que los contenidos de las utopías conocidas ya eran posibles en el último tercio del siglo XX y que si no se implantaban no era por la dificultad técnica sino por impedimentos sociales y políticos.

Se nos ha imputado que esta cosmovisión (que lo es) está impregnada de escatología determinista laica. En principio, yo reniego de esta concepción que contemplaba el desarrollo del socialismo, la anarquía o el comunismo como algo ineluctable en el devenir de la historia. El mundo será lo que los seres humanos, sus contradicciones y sus actos provoquen, pero en la medida en que se diseņa un proyecto, una meta, un objetivo y una propuesta de dimensión estratégica multigeneracional, que tiene como sujetos a los seres humanos, estamos ante una teoría general, pero para este mundo terrenal y concreto. Aquí no hay postrimerías.»

Cierro esta reseņa con esta buena reflexión de Julio Anguita.

 

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