Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas • número 65 • julio 2007 • página 1
Introducción
No pretendemos hacer aquí ningún ejercicio de «memoria histórica», concepto ya triturado desde las páginas de esta misma revista por Gustavo Bueno{1}, quien, así mismo, ha diagnosticado la funcionalidad política de esa «memoria histórica»:
«Si la práctica de la política cotidiana de los gobiernos atenuaba el supuesto derechismo de los partidos antiguos de la izquierda, más aún, si esta práctica llevaba muchas veces al PP a dar pasos que incluso pisaban los caminos que anteriormente las izquierdas habían considerado como de su exclusiva propiedad, la única forma de mantener las diferencias era volver a los orígenes, mediante la identificación del PP con los herederos del franquismo. De este modo, la inanidad política de la distinción entre izquierdas y derecha aplicada al presente pretendía ser sustituida (puesto que los partidos nacionales no se atrevían a desplazar las diferencias entre los partidarios de la unidad de España y los partidarios de su despedazamiento) por una supuestas diferencias históricas dibujadas, gracias al olvido sistemático de todo cuanto los partidos de izquierdas del presente tomaron del franquismo, y entre otras cosas, la estructura de los sindicatos y el Título II de la Constitución.»{2}
Nuestro propósito es dar conocer un documento histórico relevante, a nuestro juicio, para el estudio de la Historia de España contemporánea, particularmente para el estudio de las relaciones entre la Idea de España y la quinta generación de izquierdas (izquierda comunista).
1. Jesús Hernández Tomás (1907-1971): breve esbozo biográfico
Jesús Hernández Tomás{3} nació en Murcia en 1907, quinto hijo del matrimonio. Su padre era cabrero. La familia emigró a Bilbao, donde, al poco tiempo, murió el padre. Con seis años empezó a trabajar pregonando el precio del pescado. Con nueve años trabajaba en un almacén de materiales de música, y al año siguiente como pintor de un taller de carruajes de lujo. Con catorce años era ya secretario del Sindicato de Constructores de Carruajes de Lujo de Bilbao. Militó en las Juventudes Socialistas de Vizcaya, desde las que participó en el proceso de fundación del Partido Comunista de España, dentro del cual fue protagonista de enfrentamientos armados, tanto con la policía (así, en la convocatoria comunista en solitario de huelgas generales en Vizcaya, en protesta contra el embarque de tropas para Marruecos), como con los socialistas de Bilbao. En uno de esos enfrentamientos, colaboró en el intentó de volar la sede del periódico El Liberal cuando se encontraba en el interior del edificio Indalecio Prieto. Un ejemplo, por cierto, muy ilustrativo de las relaciones poco armónicas entre la cuarta y quinta generación de izquierdas, en contra del mito de la izquierda. En 1922 formó parte de la escolta del secretario general del Partido Comunista, por aquel entonces Oscar Pérez Soles. En 1927 llega al comité central de las Juventudes Comunistas. Detenido en 1929, es puesto en libertad al año siguiente. En el verano de 1931, tras un tiroteo con los socialistas, que costó la vida a dos de ellos, tuvo que salir de España y huir a la URSS, donde recibió formación en la Escuela Leninista. En 1932 vuelve a España y, tras la caída de José Bullejos de la Secretaria General, se integra en el Buró Político, junto a José Díaz y Dolores Ibárruri. Con esta última, participó en diciembre de 1933 en las sesiones de del XVIII Plenario del Comité Ejecutivo de la Komitern, siendo autor de una de las dos ponencias españolas. En agosto de 1935 era el segundo responsable, tras José Díaz, de la delegación española al VII Congreso de la Internacional Comunista, base de la nueva estrategia de los «frentes populares», contra la anterior de enfrentamiento a los «socialfascistas» de la segunda internacional. Precisamente por el Frente Popular obtiene su puesto como Diputado por Córdoba en las elecciones de febrero de 1936. En ese año era también ya responsable de de la dirección de Mundo Obrero y del aparato de propaganda del partido.
Ya durante la Guerra Civil española, participó en el Gobierno, del 4 septiembre a 4 noviembre 1936, siendo presidente Largo Caballero, como ministro de Instrucción Pública{4} y Bellas Artes, junto con el también comunista Vicente Uribe. Por ello merece la única lacónica mención a Jesús Hernández de la «memoria histórica» del Partido Comunista de España, a la altura de 1960:
«Con lealtad y sinceridad había prestado el Partido Comunista apoyo y respaldo al Gobierno Giral, y estaba dispuesto a seguírselos prestando en la misma forma a cualquier otro gobierno republicano que estuviese decidido a oponerse a la agresión fascista y a defender la República.
Pero en las graves circunstancias en que se había planteado la crisis y ante la insistencia de Largo Caballero acerca de la participación comunista en el Gobierno, el Partido accedió a entrar en él y compartir de un modo directo con los socialistas y los republicanos las responsabilidades del [140] ejercicio del Poder, y nombró como representantes suyos en el Gobierno a Vicente Uribe y Jesús Hernández (* Jesús Hernández fue expulsado del Partido en 1944 por su actividad contrarrevolucionaria).»{5}
Posteriormente nos referiremos a la «actividad contrarrevolucionaria» de Jesús Hernández. En el siguiente gabinete de Largo Caballero, de 4 noviembre a 17 de mayo de 1937, sigue con la misma cartera. Participa después en el primer gobierno de Negrín, del 17 de mayo de 1937 a 5 de abril de 1938, como ministro de Instrucción Pública y Sanidad. En este último gobierno, por cierto, su subsecretario del Ministerio de Educación Pública fue Wenceslao Roces, según algunos historiadores responsable del polémico traslado de obras del Museo del Prado en condiciones de gran inseguridad, así como de la tortura y asesinato del líder del POUM Andrés Nin. Para este último episodio{6}, es fundamental el propio testimonio de Hernández, en su obra Yo fui un ministro de Stalin, a la que volveremos a aludir.
Como Ministro de Instrucción, impulsó las Milicias de la Cultura para la alfabetización de milicianos y soldados, así como el servicio radiofónico Altavoz del Frente, programa diario de propaganda y entretenimiento. Como aplicación del decreto del 21 de noviembre de 1936, que crea un Bachillerato Abreviado para trabajadores de edades comprendidas entre los 15 y los 35 años, Hernández participó en la fundación del Instituto Obrero de Valencia, al que seguirían posteriormente los de Sabadell, Barcelona y Madrid. Se trataba de la obtención directa del título de Bachiller en dos años, divididos en cuatro cursos semestrales.
En su labor ministerial le tocó en suerte, así mismo, por orden ministerial del 2 de Diciembre de 1937, cesar en sus puestos a José Ortega y Gasset, así como a Javier Zubiri y al entonces ya suegro de éste, Américo Castro.
Como propagandista del PCE durante la guerra, contribuyó al derribo de Largo Caballero como presidente del consejo de ministros, en mayo de 1937, y de Indalecio Prieto como Ministro de Defensa, en marzo de 1938. A su salida del gobierno fue nombrado Comisario del Cuerpo de Ejércitos de la Zona Centro-Sur.
En las últimas fases de la guerra sirvió también a los planes comunistas de resistencia a ultranza. Después del golpe del coronel Casado (5 de marzo de 1939), Hernández permaneció en Valencia, promoviendo la oposición a la rendición, asunto que le llevó a enfrentamientos con Palmiro Togliatti. Organizó, junto a Pedro Checa y Jesús Larrañaga, la dirección del PCE, abandonando España, el 24 de marzo de 1939, desde la escuela de vuelo de Totana (Murcia).
Pasó un breve periodo de tiempo en Orán (Argelia) y París para llegar finalmente a Moscú, donde fue designado representante del PCE en la Internacional Comunista. En la URSS se preocupó por la emigración española, en penosas condiciones de existencia.
Tras el suicidio del Secretario General del PCE, José Díaz, en Tiflis (Georgia) en marzo de 1942, tenía algunas posibilidades de ocupar ese cargo que finalmente ocupó Dolores Ibarruri en 1942. En el verano de 1943, Hernández partió a México, junto con Francisco Antón, para poner orden en la delegación comunista, organizar las relaciones con el resto de la oposición en el exilio, y ayudar a los servicios secretos soviéticos a sacar de presidio a Ramón Mercader, el asesino de Trotski. Pero estando en México es cuando Hernández paga el precio de haber salido perdedor en el proceso de sucesión de Díaz.
Hernández cae en desgracia en el partido, del que es expulsado en julio de 1944, ya sabemos que por «actividades contrarrevolucionarias». La campaña contra su persona, en realidad, eran las típicas insidias, que llegaron incluso a la acusación de estar comprado por los servicios secretos británicos pero que se centraron sobre todo en una supuesta vida sexual relajada. Quizás el Partido Comunista de España podría también, como parte de su reciente preocupación por restituir el honor y buen nombre de tantos militantes comunistas, acordarse no solo de las victimas comunistas bajo la dictadura franquista, sino también de las víctimas bajo el propio Partido Comunista, como Hernández y otros muchos.
Después de su expulsión, Hernández siguió trabajando algo más de un año para los soviéticos, hasta que se abandonó el plan de liberar a Ramón Mercader. A mediados de 1945, Hernández tiene, pues, que reorganizar su vida. Montó un taller de placas de matrículas, se dedicó a la venta de coches de segunda mano en Nuevo León y una tienda de café en un mercado de Ciudad de México. Se separó de su mujer, Pilar Boves, y se casó con una mejicana, Lourdes, con la que tuvo una hija, Rocío.
Tras la ruptura de Yugoslavia con la URSS en 1948, Hernández trabajó como asesor de la embajada yugoslava en México, mientras daba a publicar sus opiniones en forma de autobiografía. Yo fui un ministro de Stalin se publicó en 1953, y fue traducida al francés ese mismo año con el título de La grande trahison. Sus ideas se encuentran ya en las conferencias de Hernández en la Escuela Superior de Cuadros del Partido Comunista Yugoslavo en 1951: La URSS en la guerra del pueblo español y A los comunistas de España.
En Yo fui un ministro de Stalin denuncia la influencia de la URSS en el bando del Frente Popular durante la Guerra Civil. Previamente, en 1946, había escrito Negro y Rojo, defendiendo la actuación comunista en la guerra civil y responsabilizando de la pérdida de la guerra a anarquistas y socialistas.
Esto le costará ser, difamado hasta nuestros días, relacionándosele con Julián «Gorkin» Gómez García (1901-1987), antiguo dirigente del POUM, y con todo un supuesto entramado financiado por la CIA para hacer propaganda contra la Unión Soviética. El franquismo, por su parte, aireó cuanto pudo las tesis de Hernández y otros, por cuanto le interesaba sobre todo la denuncia del control soviético del Frente Popular. Aunque, respecto a estas estrategias franquistas, habría que recordar que la verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero. Así, en las páginas de esta misma revista se ha defendido, en ese mismo sentido, con independencia de cualquier tipo de propaganda franquista o neofranquista y con aplastante victoria dialéctica sobre las posiciones opuestas, las tesis del historiador vigués Pío Moa al respecto{7}.
Tesis históricas, las de Pío Moa, que cobran, por cierto, especial fuerza ad hominem frente a unas izquierdas ecualizadas con la derecha por su común aceptación de la democracia. La fuerza de las tesis de Moa proviene, en gran medida, de poner en evidencia la falsa conciencia de las izquierdas de la «memoria histórica», que quieren proyectar hacia el pasado su actual fundamentalismo democrático.
Otro asunto es qué valoración se pueda hacer de esa «satelización» por parte de la URSS del gobierno del Frente Popular cuando no se comparta el fundamentalismo democrático de Don Pío y de las izquierdas ecualizadas. Especialmente, si no se comete el anacronismo de proyectar hasta los años treinta nuestro conocimiento del derrumbe del imperio soviético a finales de los ochenta del siglo pasado. Y, sobre todo, teniendo en cuenta la dificultad de los comunistas españoles de maniobrar sabiendo, a la vez, que los intereses de la URSS podían no coincidir con los de España, pero que sin el apoyo de la URSS el movimiento comunista no era nada.
Hernández promovió, desde su separación del PCE, algunas iniciativas políticas: el Movimiento Comunista de Oposición, junto a Enrique Castro Delgado, publicando el boletín Horizontes. Después, desde la protección de Yugoslavia, intentó la formación de un partido comunista, con el apoyo de José del Barrio, ex dirigente del PSUC, y promotor de los Círculos de Acción Socialista. Rompieron en 1954, y Hernández fundó, con Martínez Cartón, el Partido Nacional Comunista Español, sin mayor relevancia política Los últimos años de su vida los pasó como asesor de la embajada yugoslava en México D.F., donde murió en enero de 1971.
2. La quinta generación de izquierdas y la Idea de España
Muchos que hoy lean el título de este opúsculo de Jesús Hernández, no dudarían en atribuirlo a la «derecha extrema». Sin embargo, a pesar de tantos intelectuales de izquierda divagante (como Fernando Arrabal, Juan Goytisolo o Rafael Sánchez Ferlosio{8}), otros muchos, de izquierda, y aun de izquierdas definidas, han mantenido actitudes muy diferentes. Así, Manuel Azaña, Indalecio Prieto, o el compañero comunista de Hernández en el gobierno del Frente Popular, Vicente Uribe.
Desde España frente a Europa, habría que empezar por advertir que España, como Idea filosófica, no es ni de derechas ni de izquierdas. La idea de España está construida desde la filosofía necesariamente, y la filosofía, aunque no está al margen de la política, no se agota en los planes y programas de los partidos políticos, ni de la derecha ni de las izquierdas.
Por otra parte, la oposición entre derecha e izquierdas no es, como algunos piensan, la clave explicativa de todo lo real, el principio último de todo lo existente. Esa distinción solo tiene sentido a partir de determinado momento histórico, en el cual surge: la Revolución Francesa. Además, las diferencias entre derecha e izquierdas quedan muy difuminadas por la ecualización que resulta de la común aceptación de las democracias del «Estado de Bienestar», particularmente después de la caída de la URSS.
España surge antes de la oposición entre derecha e izquierdas y, por tanto, es un anacronismo ridículo establecer quién representaba a la derecha y quién a las izquierdas, por ejemplo, en el enfrentamiento entre los comuneros y Carlos I. Sí tiene sentido, en cambio, seguir la transformación de esa Idea de España del Antiguo Régimen a partir de la constitución del Nuevo Régimen, rastreando cómo se produce esa transformación, no en «la izquierda», sino en las sucesivas generaciones de las izquierdas que quedaron definidas en El mito de la Izquierda.
En España no es un mito, Gustavo Bueno, en la quinta de las preguntas desde las que está ordenado el libro («¿España es Idea de la Derecha o de la Izquierda?»), ha trazado las líneas generales de esa transformación, desde la izquierda liberal de las Cortes de Cádiz hasta la quinta generación de las Izquierdas, la comunista. Ésta ha mantenido una idea de España no exenta de variaciones importantes.
El marxismo-leninismo concede una gran importancia a las naciones históricas como plataformas para una revolución internacional. Naciones históricas querría decir naciones en las que el desarrollo de los modos de producción permitiera a la clase obrera tareas revolucionarias. Ese sería el parámetro para delimitar el «principio de autodeterminación de los pueblos». Parámetro que puede generar variaciones oscilantes.
Así, en la Guerra Civil, Uribe escribe El problema de las nacionalidades en España a la luz de la guerra popular por la independencia de la República Española, donde el parámetro asumido de forma rotunda era España. Posteriormente, esa rotundidad ha podido cambiar, bien como consecuencia lógica del parámetro comunista, bien como resultado de una total pérdida de criterio al respecto, como ocurre desde la participación en la ponencia constitucional de Jorge Solé Tura, entonces en representación del PCE y luego miembro del PSOE.
En cualquier caso, incluso cuando no se trata de una total pérdida de criterio, las generaciones anarquistas, socialistas y comunistas han mantenido grandes distancias ante España, a diferencia de la izquierda liberal. Y es que la defensa de la nación española de estas izquierdas presenta siempre la dificultad de ser tan coherente con sus principios como la defensa de su balcanización. Se trata finalmente de unas premisas que tienen que ver con errores filosóficos en las relaciones entre la dialéctica de las clases y la dialéctica de los Estados. En suma, con no entender que «(...) la dinámica de las clases sociales en la Historia, como clases definidas en función de su relación a la propiedad de los medios de producción, actúa de hecho y únicamente a través de la dinámica de los Estados, sobre todo si éstos son imperialistas (...)». Y, por tanto, que «(...) sólo desde la plataforma de un Estado, de una sociedad política constituida, es posible una «acción de clase» que no sea utópica»{9}.
El Estado, en nuestro caso España, es visto desde estas generaciones de las izquierdas, como un fenómeno «superestructural» porque, finalmente, lo que realmente existirían serían unas clases sociales entendidas, erróneamente, de modo atributivo, sustancializadas. Estas izquierdas están presas de un humanismo metafísico que está imaginando a una supuesta clase universal de los seres humanos (el «género humano» del estribillo de La internacional), existiendo «desde el principio de los tiempos» y que luego habría sido fracturada, alienada, al escindirse, primero en clases y luego en Estados, resultado estos últimos de la necesidad de mantener los privilegios de las clases explotadoras, según la teoría clásica de Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Además, ese humanismo metafísico de las izquierdas va acompañado de la tesis, no menos metafísica, de que esas confrontaciones de clases, y luego de Estados, terminarán en una situación final de retorno a la situación originaria de paz y armonía universal entre todos los miembros de ese «género humano»{10}.
Este lastre de las izquierdas pesaba en España durante la Guerra Civil. Antonio Sánchez Martínez{11} ha defendido que pesaba, concretamente, por la incapacidad de las izquierdas del Frente Popular de asumir la identidad de España como imperio generador. Incluso las reivindicaciones de España de algunos intelectuales del Frente Popular no lo serían sino de un metafísico «pueblo», más como nación biológica o étnica que como nación política. En cambio, sería, paradójicamente, en el llamado bando nacional en el que sobrevivirían algunas ideas de la izquierda liberal (incluso en la Falange, entendida también como perteneciendo a las izquierdas definidas), capaces de asumir la identidad de España.
El orgullo de sentirnos españoles{12}
Jesús Hernández Tomás
Contra la legalidad republicana, contra un régimen pacíficamente instaurado por la voluntad mayoritaria del pueblo español, los grupos semifeudales, el círculo reducido de privilegiados, los magnates reaccionarios de la banca y de la industria, las camarillas monárquicas y fascistas del ejército y gran parte del alto clero encendieron en España la guerra civil.
Eran –son en la España del otro lado de nuestras trincheras, de la España colonizada por las Potencias extranjeras que nos asaltan– las fuerzas tenebrosas que a lo largo de toda nuestra [4] historia tenían encadenados el país al atraso, a la incultura, al hambre, a la superstición medieval y a la indigencia. España heredaba tradicionalmente todas las taras de la incompetencia y de la ineptitud de estas castas, incapacidad agravada con la intransigencia cerril de los que en el odio al pueblo, en su explotación y en su miseria, sustentaban el coto de privilegios inmensos obtenidos a costa de un país empobrecido, arruinado y raquítico. Pero estas castas dominantes no lograron, a pesar de sus procedimientos inquisitoriales, de su brutalidad, anular las tradiciones y el sentimiento de libertad y de progreso en el corazón de nuestro pueblo.
Fueron los responsables de todas las derrotas de nuestra patria, los que la ensangrentaron en contiendas estériles, los que la reducían en todas formas de desarrollo, quienes se levantaron el 18 de julio contra el pueblo que quería, constitucional y pacíficamente, desenvolver su destino de progreso, de democracia y de paz.
Este fue el carácter originario de nuestra lucha. ¿Contra quiénes se sublevaban [5] las pandillas regresivas de la nación española? Se sublevaban, no contra este o el otro matiz político del proletariado, ni siquiera solo contra el proletariado mismo, sino contra el Gobierno legítimo y constitucional de España, contra el Frente Popular, que era la suma y la expresión terminante de la conciencia de todo nuestro pueblo. Los que venían devorando a España secularmente se insurreccionaron contra la clase obrera, contra los campesinos, contra los republicanos, contra la intelectualidad más sana, y económicamente también contra las grandes masas de la pequeña burguesía, de las clases medias y de la burguesía liberal. Clases a las que a través de impuestos, rentas y contribuciones querían cargar las costas de la ruina creciente en que sumían al país.
No era, pues, ni en su iniciación, la lucha que el pueblo español sostiene, una pugna puramente de ideologías, enmarcadas dentro del terreno nacional. Era desde un principio la agresión inícua [sic], brutal, de una parte reducidísima de potentados contra la inmensa mayoría [6] de la sociedad española. Contra toda la España popular y progresiva. Contra el régimen democrático, contra el Frente Popular triunfante en las urnas del sufragio universal el 16 de febrero de 1936.
Naturalmente, los grupos regresivos que con las armas usurpadas al país desencadenaron la guerra, nada hubieran podido por sus propios medios contra el sentimiento de toda la nación española que les cerró el paso en decenas de poblaciones y organizó rápidamente la defensa armada del territorio nacional y arbitró los recursos, con la pasión combativa del pueblo, para sofocar la insurrección fascista en unos días.
Pero el fascismo indígena no se había levantado con el propósito de encadenar a todo el pueblo por sí solo y ante sí. Los que venían detentando en su propaganda, en sus títulos y en sus blasones la representación del patriotismo, no vacilaron en chalanear este concepto, este sentimiento vilmente ultrajado siempre por ellos, al precio que el fascismo italiano y alemán les pusiera.
La venta de España era un negocio [7] más de los que vincularon siempre a su poderío y a sus privilegios la idea de la patria. Para seguir en ella montando la opresión y el señoritismo, la dictadura analfabeta del terrateniente y de la guardia civil no dudaron en franquear la tierra española, que la codician los invasores en su riqueza y en su estrategia para guerras futuras, con la ganzúa de los que en sus comienzos se llamó guerra civil.
Inmediatamente la guerra adquiere su verdadera fisonomía. No es la guerra del pueblo español contra sus esclavizadores indígenas, contra las cuadrillas más negras de la reacción. Es la guerra de todo un país, la guerra de autodefensa de todo un pueblo por la independencia nacional, por la integridad y soberanía de su territorio, por los sentimientos cardinales de la dignidad humana, por la democracia y por la libertad. Es una guerra nacional de un pueblo que quiere sobrevivir como tal, asegurar su continuidad histórica y no hundirse vilipendiado en la sumisión a poderes extranjeros.
Este es el carácter de nuestra lucha. [8] Esta es su gran emoción nacional que enciende de coraje a las más amplias capas de nuestro pueblo y se entraña en el sentimiento vivo de la patria en peligro, en el pecho y en el honor de los verdaderos españoles. Nuestra lucha, por lo tanto, no es un privilegio de ningún grupo, de ningún sector de nuestro pueblo. Es un derecho y un deber de todos los hijos de nuestra patria. No puede debilitar este sentimiento colectivo y profundo ninguna otra consideración de tipo ideológico o de postulado político. Nosotros, hombres adscritos a una política realista, sin abjurar de ninguna de nuestras convicciones, comprendemos y practicamos lealmente la necesidad de laborar con los sectores progresivos y democráticos del país que no son fascistas y que no quieren el fascismo. Una sola convicción tenemos que calvar en nosotros. Una cosa debemos saber y no olvidar en ningún instante a los que sientan demasiadas impaciencias por el porvenir: sin vencer al enemigo España sería invadida por los nuevos bárbaros. España no sería un pueblo libre, España [9] no sería un país soberano. España sería una colonia de Mussolini y de Hitler, y los españoles sometidos a trato colonial. Nuestras riquezas, botín de los invasores; y nuestro sudor y nuestra sangre el tributo a la invasión fascista que pretendería enjugar la miseria en que ha sepultado a sus pueblos con la agresión a otros países y con la utilización de los españoles como vanguardia de una nueva matanza imperialista.
El dilema no es fascismo o comunismo; el dilema es: o la supervivencia de un país democrático y civilizado como tal o su degeneración en tierra colonizada.
Hoy por hoy no hay nada más revolucionario que defender, ligados a todos los patriotas españoles, la independencia de nuestro territorio y la libertad de sus ciudadanos. Sin el principio elemental de independencia, sin la soberanía territorial, no puede desarrollarse ni la libertad colectiva ni la libertad individual, ni ninguna de las más nimias formas de la civilización humana. La independencia nacional es la primera condición para la vida social del pueblo. [10] Es la raíz de todos los derechos y de todas las libertades. Sin independencia no hay más que el látigo, la incultura, el hambre, la depravación social y la esclavitud.
La caracterización que nuestro camarada José Díaz, en su carta abierta del día 29 último, hace de nuestra lucha, es completamente justa y diáfanamente clara: «El pueblo de España combate en esta guerra por su independencia nacional y por la defensa de la República democrática». Y luego concreta esta definición así: « Nuestra lucha es un lucha contra el fascismo, es decir, contra la parte más reaccionaria del capitalismo, contra los provocadores de una nueva, terrible guerra mundial, contra los enemigos de la paz, contra los enemigos de la libertad de los pueblos.»
Exactamente esto expresaba el jefe del Gobierno en su reciente discurso a los españoles y al mundo: «Este heroísmo, esta abnegación del Ejército de la República, no son sino el reflejo de la voluntad de todo el pueblo español de hacer fracasar los planes de los enemigos de nuestra patria. De esta voluntad [11] participan todos los españoles honrados en todo cuanto hay de sano y laborioso en nuestro país. Porque todos ellos saben lo que significaría quedar reducidos a la vil condición de vasallos coloniales del fascismo italiano y alemán. Lo saben los trabajadores del campo y de la ciudad, los pequeños industriales, la clase media, los intelectuales.
Esta es la substancia de nuestra lucha. Lo que no admite nuestro pueblo, lo que no tiene plaza entre nosotros es el fascismo; eso es todo. Luchamos ardientemente por no ser una colonia fascista. Nuestra lucha nacional no es exclusiva de comunistas, de anarquistas o de socialistas, sino la lucha de todo el pueblo español por un régimen de libertad democrática y parlamentario. Régimen dentro del cual están garantizadas todas las posibilidades para el desarrollo político, económico y cultural de nuestro pueblo.
De ahí que, con plena objetividad, analizando serenamente los hechos, rechacemos toda la fraseología pseudo-revolucionaria que pueda dividir o debilitar las fuerzas unánimes del pueblo y facilitar [12] la obra nefasta de destrucción del fascismo en nuestro país. La defensa de nuestra patria se vincula hoy a todas las más altas ambiciones de cada sector antifascista. Y la patria somos todos nosotros. Es el pueblo. Es la España físicamente aferrada a su suelo para no dejarse arrasar y someter. El invasor puede, sin ningún escrúpulo de conciencia, hundir nuestros monumentos, incendiar nuestros tesoros culturales, asesinar las multitudes españolas. Puede hacerlo porque esta es la prima al invasor. Porque para él España es ya un país inferior, un pueblo indigno al que se tiene que someter a plomo y fuego de barbarie. El invasor se enciende siempre en un odio bestial, en el odio del amo al lacayo, en el desprecio del patricio romano a los plebeyos y a los esclavos. La patria fue vendida por unos miserables sin conciencia, por unos foragidos [sic] que odian a toda la nación española para eso: para que sus nuevos dueños hicieran de ella su propiedad y su botín.
Somos nosotros los patriotas. A nadie le suene a extraña esta afirmación. Contra una turba de generales traidores y [13] de verdugos traficantes de su país, asumimos la responsabilidad ante el mundo y la Historia de salvar la independencia de España y sentimos nuestras venas inflamadas de entusiasmo por el orgullo de ser españoles. Por eso en esta hora suprema de impedir que España perezca con todo lo que representa en la historia de la civilización, con todo lo que tiene derecho a ser, hay que esclarecer constantemente ante todos los españoles este carácter básico de la lucha. Hay centenares y millares de patriotas que sin estar adscritos a ninguna ideología revolucionaria se sienten ligados a nuestra contienda y se revuelven también en su dignidad ante el peligro de que España sea anulada bajo dominaciones extranjeras. Estos hombres nos son útiles, necesarios, indispensables. A nuestra lucha hemos de sumar, cada día, a costa de infinitos sacrificios, nuevas conciencias y nuevas voluntades. Ninguna nos debe ser indiferente o superflua. Porque en el derecho a defender la independencia y la libertad españolas ningún español nos es ajeno. Debemos, con todo cuidado, no hacernos extraños a estos patriotas, [14] forzándoles a defender concepciones políticas que no se han acomodado aun a sus convicciones.
Vale, pues, la pena de llevar constantemente al ánimo de esas extensas capas del país incorporadas al combate este sentimiento patriótico que es el alma de toda nuestra guerra. Fundamentalmente hasta a muchos oficiales del Ejército español que se sienten vinculados a nuestra causa por el noble afán de impedir la esclavitud nacional.
Es infantil hoy atormentarse el cerebro con profecías de regímenes futuros ni conjeturas sobre la correlación de fuerzas al día siguiente de la victoria. Únicamente podemos asegurar, porque esto nos tensa el pulso nacional para luchar hasta la muerte, hasta la victoria, que España no será fascista, que España saldrá íntegra de las garras extranjeras hincadas en su carne, para asegurar la democracia, para afirmar su libertad, para ensanchar su cultura, para ofrecer a todos sus hijos un clima de bienestar y de democracia, para contribuir a la paz del mundo. He aquí la única cualidad que nos es obligada a [15] todos los españoles, sea cual fuera nuestra bandería política.
Estas son las grandes concepciones, las ideas universales que impulsan las armas y la razón de la República española. Con la invasión hundiremos todo un pasado sórdido de hambre y de pobreza. Los que fueron capaces de vender la independencia española no pueden tener entre nosotros trato de hermanos. No lo son. Con sus privilegios indignos, con su mentalidad mercenaria, con sus manos manchadas de sangre española, con la responsabilidad que les abrumará en la Historia, serán batidos y aplastados por el pueblo español.
Aquel pasado infame, agravado en su horror por la dominación extranjera, no puede prosperar. Si en esta lucha sucumbiéramos, no sería sólo nuestro pueblo el sumido en las tinieblas sangrientas del fascismo, el sacudido por una ola de represión zoológica, sino que significaría el punto de apoyo para el lanzamiento a nuevas guerras contra pueblos hermanos, contra la civilización, contra la democracia mundial.
Quien, llámese como se llame, luche [16] por impedir el regreso a ese pretérito de ignorancia y miseria, a esa amenaza de ignominia y de muerte, es nuestro aliado, nuestro amigo y camarada, aunque no se cubra con el pabellón político de nuestras respectivas ideologías proletarias. No es imprescindible. Basta con que sea honradamente un español., un patriota que ama a su país.
Nuestra lucha nacional es tal porque pretende emprender, con el triunfo, un desarrollo de progreso y democracia que ante los ojos del mundo nos coloque en la consideración de un pueblo independiente y libre que quiere vivir con todos en trabajo y en paz. Y esto no es patrimonio exclusivo de nadie: esta es la voluntad de todo nuestro pueblo.
1 abril de 1938.
Notas
{1} Gustavo Bueno, «Sobre el concepto de 'memoria histórica común'», El Catoblepas, nº 11, pág. 2.
{2} Gustavo Bueno, «'Maquis', un ejercicio reciente de 'memoria histórica' (y 2)», El Catoplepas, nº 39, pág. 2.
{3} Los datos biográficos sobre Jesús Hernández están extraídos, sobre todo, de diversos trabajos del profesor Fernando Hernández Sánchez publicados en internet, como «Pistolero, ministro, espía y renegado (Una aproximación a la controvertida biografía del dirigente comunista Jesús Hernández, 1907-1971)» y Comunistas Disidentes: El exilio dentro del exilio (una aproximación al tratamiento biográfico de Jesús Hernández). Para el período posterior a la Guerra Civil, es imprescindible la consulta del libro de Gregorio Morán, Miseria y grandeza del Partido Comunista de España 1939-1985, Planeta, Barcelona 1986.
{4} Como tal ministro de Instrucción, su retrato ha sido colgado recientemente, junto al de otros que faltaban, en el Ministerio de Educación, quizás como resultado de la recuperación de la «memoria histórica».
{5} Historia del Partido Comunista de España, Editions Sociales, Paris 1960, págs. 139-146
{6} Véase también en esta misma revista: Luis David Bernaldo de Quirós Arias, «El asesinato de Andrés Nin», El Catoblepas, nº 21, pág. 18
{7} Toda la polémica es pertinente, pero puede verse, especialmente: Luis Pío Moa Rodríguez, «La satelización del Frente Popular por Stalin», El Catoblepas, nº 17, pág. 8.
{8} En los últimos tiempos, también el intelectual Fernando Sánchez Dragó, vinculado en otros momentos al mismo partido al que perteneció Jesús Hernández, anduvo diciendo a los cuatro vientos que «lamentaba haber nacido en España», aunque posteriormente se retractó de sus palabras. En aquellas declaraciones Don Fernando parece como si se imaginase a sí mismo preexistiendo, quizás entre reencarnación y reencarnación, y luego finalmente «caído» en España. En cualquier caso, hasta donde sabemos, Don Fernando, aunque muy viajero, sigue teniendo su residencia habitual en España, amén de cobrar frecuentemente del Estado, por sus diversas actividades en televisión.
{9} Gustavo Bueno, «Dialéctica de clases y dialéctica de Estados», El Basilisco, 2ª época, nº 30, 2001, pág. 89.
{10} Ya en enero de 1990, al diagnosticar entonces ¿Qué pasa en el Este?, Gustavo Bueno proponía dar la vuelta del revés a la misma doctrina marxista precisamente por aquellos lugares donde habitan los principios del monismo armonista, que inspiran la formulación de la «ley natural de desarrollo humanista», prescindiendo de todos los componentes utópicos que el marxismo ha podido arrastrar
{11} Antonio Sánchez Martínez, «La Antiespaña y las izquierdas satisfechas con El Quijote al fondo», El Catoblepas, nº 35, pág. 1
{12} Jesús Hernández Tomás, El orgullo de sentirnos españoles, Ediciones del Partido Comunista de España, Barcelona. Sin fecha de edición, pero firmado el uno de abril 1938. Tiene dieciséis páginas. La copia que transcribimos lo es del original del Archivo General de la Guerra Civil Española, signatura F-07930, nº de registro 32309. En la portada, el título y el nombre del autor aparecen sobre la estrella de cinco puntas con la hoz y el martillo en su interior, símbolo que aparece también en la contraportada y debajo del cual dice: Ediciones del Partido Comunista de España. También en la contraportada aparece el precio, quince céntimos. En la primera página aparece una foto de Hernández. Corregimos algunos errores de imprenta que separaban mal las palabras. Intercalamos carteles propagandísticos del Frente Popular que transmiten ideas muy semejantes a las del texto de Hernández.