Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 62 • abril 2007 • página 9
«La mayor cosa después de la creación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo crió, es el descubrimiento de Indias; y así las llaman Nuevo Mundo. Y no tanto le dicen nuevo por ser nuevamente hallado, cuanto por ser grandísimo y casi tan grande como el viejo, que contiene a Europa, África y Asia. También se puede llamar nuevo por ser todas sus cosas diferentísimas de las del nuestro. Los animales en general, aunque son pocos en especie, son de otra manera; los peces del agua, las aves del aire, los árboles, frutas, hierbas y grano de la tierra, que no es pequeña consideración del Criador, siendo los elementos una misma cosa allá y acá. Empero los hombres son como nosotros, fuera del color, que de otra manera bestias y monstruos serían y no vendrían, como vienen de Adán.» Francisco López de Gómara, Historia General de las Indias (1552).
«Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin.» Apocalipsis, 22:13
El actor y director Mel Gibson ha vuelto a ofrecernos una de sus peculiares y polémicas cintas, como lo fue La pasión de Cristo. La película Apocalypto ha despertado, además de un éxito considerable, muchas críticas para la labor del controvertido director. Los especialistas han criticado la falta de rigor histórico del australiano, sin entrar en la verosimilitud de la historia; los indigenistas la han criticado por convertir a los mayas en un pueblo violento y salvaje, lejos de la imagen irenista y armonista (propia del paraíso terrenal, lo que desde luego despide un fuerte hedor a sacristía) que ellos nos pintan en sus libros, manifestaciones y panfletos. Seguramente inspirados por autores como el antiguo jesuita Enrique Dussel, quien dice de los aztecas que en sus sacrificios humanos «expresan la belleza bárbara de sus ritos telúricos», han lanzado sus dardos sobre la película. Tampoco ha faltado en los foros de nódulo el correspondiente debate sobre la película http://www.nodulo.trujaman.org/viewtopic.php?t=1071, a partir del cual he considerado oportuno realizar una crítica a la misma.
La trama
Apocalypto narra el final de la denominada civilización maya, allá por el año 900 de nuestra era, desde un punto de vista muy especial: desde la posición emic de una de las tribus que, según Mel Gibson, los mayas cazaban para surtirse de mano de obra y alimento. Propiamente, la película está realizada desde la perspectiva angular, la del cazador: Garra de Jaguar, indígena interpretado por un actor que se parece al futbolista del F. C. Barcelona Ronaldinho según todos los comentarios, es el heredero de una saga de cazadores que siempre han cazado en los mismos bosques; así se lo dice su padre y él, como buen seguidor de la tradición familiar, hará lo mismo en el futuro. Todo transcurre bajo síntomas de normalidad hasta que un día aparecen en el bosque nuevos indígenas que provienen de otras regiones y son pescadores, ofreciendo parte de su pesca a cambio del permiso para cazar: al parecer han sido alejados de sus tierras y buscan «un nuevo comienzo».
Esta secuencia es premonitoria de lo que le va a suceder a la tribu de Garra de Jaguar: los mayas irrumpen en su poblado y se llevan a todos los hombres y mujeres adultos para convertirlos en esclavos y sacrificarlos. Garra de Jaguar, una vez dejado a salvo a su mujer embarazada y a su pequeño hijo, es capturado por los mayas junto a otros miembros de la tribu y conducido a una de sus ciudades.
A partir de aquí Mel Gibson presenta un cuadro esquemático de la vida de los mayas a medida que los prisioneros son llevados hacia el sacrificio: vemos a grandes masas de súbditos construyendo y arreglando edificaciones, un gran mercado de esclavos donde las mujeres son vendidas, y a continuación la ceremonia maya del sacrificio, según Gibson edulcorada, pues en las lecturas que ha realizado el director los mayas eran aficionados a sacrificar de forma masiva y empalar genitales, así como a practicar otros tipos de torturas muy continuadas en el tiempo, incluso durante diez años. Todo realizado igual que si los sacrificados fueran presas de caza y no seres humanos. A los ojos emic del sacerdote son piezas de caza, por muy humanas que sean a nuestros ojos actuales. Relaciones angulares, por lo tanto.
En medio del sacrificio de los protagonistas, a cargo de un sacerdote ataviado para la ocasión que va abriendo los pechos de los prisioneros y mostrando al pueblo su corazón ensangrentado, mientras se arrojan los cadáveres escaleras abajo desde la pirámide, sucede algo imprevisto: un eclipse de sol indica a los sacerdotes mayas que su dios se ha saciado de sangre, lo que hace que Garra de Jaguar, ya dispuesto en el altar del sacrificio, salve su vida. Entonces a él y a otros de su tribu los destinan a ser parte de los juegos de puntería con arco y lanza para los guerreros mayas, en una nueva ceremonia angular. No obstante, Garra de Jaguar logra escabullirse y escapa hacia su bosque. Allí, tras saltar desde una catarata, anuncia desafiante a los mayas que le persiguen que siempre ha cazado en ese bosque y lo seguirá haciendo como lo hicieron sus ancestros. Dicho y hecho: los mayas son literalmente cazados por Garra de Jaguar en toda una lucha por la supervivencia, aprovechando las más sofisticadas destrezas: trampas, daros envenenados a partir de la piel de sapos, esquiva de las fieras más peligrosas, &c. De hecho, una vieja profecía maya anunciaba que éstos desaparecerían a manos de un hombre que corría detrás de un jaguar, adoptando incluso su numinosa forma el protagonista en uno de los efectos más perfectamente logrados de la película y que resalta nuevamente la perspectiva angular de la misma.
Pero lo más curioso es el inesperado giro final de la cinta. Cuando dos mayas aún le persiguen, Garra de Jaguar llega a una playa donde aparecen, ¡en pleno siglo IX de nuestra era! galeones españoles desembarcando en América. Incluso se ve en primer plano un bote que transporta a varios colonos con un fraile cruz en mano. Inmediatamente después, los dos mayas se quedan obnubilados y se postran ante la cruz, mientras Garra de Jaguar vuelve con su esposa e hijos, una vez que ha logrado recuperarlos de la fosa en la que los dejó ocultos. El diálogo final entre la esposa y su marido es ciertamente curioso, pues ella pregunta qué hay en los barcos y él responde que hay «hombres», todo un hallazgo para unas culturas que lo único que hacían eran cazarse los unos a los otros, como bien se ve en la película.
Finalmente, su esposa le pregunta si van a ir con esos hombres, a lo que Garra de Jaguar le responde que no, que irán lejos de allí, a buscar «un nuevo comienzo», mientras ella le sigue sin demasiada convicción y mirando hacia atrás. ¿No debieran los indigenistas congratularse de que al final el indio ande libre por la selva, lejos de los malvados conquistadores que destruyeron las Indias, según se desprende de sus habituales diatribas y panfletos? Este final constituye un ejemplo de deus ex machina parecido al de la tragedia griega, en el que un recurso a la mitología resolvía una trama sin aparente solución. Es el caso del famoso Filoctetes de Sófocles, en el que Heracles indica el destino del héroe, que no es otro que acudir a la guerra de Troya. En este caso, el deus ex machina de los galeones españoles resuelve un final un tanto confuso del que hablaremos a continuación.
¿Por qué el Apocalipsis?
La película Apocalypto ha sido juzgada de forma severa, principalmente en lo relativo a presuntas inexactitudes y anacronismos que muestra en su reconstrucción de la cultura maya. Muchos han incidido en errores como que los mayas no sabían predecir eclipses (atribuyéndoles una astronomía muy superior a la que en realidad conocían, pues carecía de Geometría y no pasaba de ser una mera amalgama de representaciones mitológicas, por muchos registros cuantitativos que hubiese realizado), la situación de los templos en medio de las ciudades –pese a que se encontraban en su exterior, alejados varios kilómetros de ellas– o la supuesta crueldad con sus enemigos, cuyo sacrificio estaba reducido a los grandes reyes de otras tribus. Los más han criticado su planteamiento de unos mayas sedientos de sangre, suponiendo que en realidad eran buenos salvajes y pacíficos pobladores (algo que por cierto tampoco podría aplicarse a la tribu que es cazada por ellos).
Al fin y al cabo, el contexto angular en el que vivían los pueblos precolombinos y sus numerosos sacrificados, algo reconocido por los propios códices precolombinos, no es desde luego algo falso, sino todo lo contrario. Y tampoco debemos olvidar la situación de postración en la que vivían la inmensa mayoría de los mayas, que tenían que trabajar en la construcción de pirámides y en el cultivo del maíz (algo que aparece también en la película de Gibson) sin más herramientas que un mísero palo para arar el terreno. Esta es sin duda la causa más probable del colapso maya, que provocaría la rebelión de los trabajadores que construían los templos y labraban el campo sin herramientas ni tracción animal, con el consiguiente abandono de las grandes y desoladas ciudades cuyos restos se yerguen entre la maleza. Así lo manifiesta Thompson, tal y como lo ha expuesto detalladamente Miguel Ángel Ríos Sánchez en su reciente artículo «Sobre los mayas y su colapso».
Además, la historia que cuenta la cinta, la de una tribu arrasada por una poderosa civilización que construye grandes pirámides y que quiere utilizar a sus miembros como sacrificio a sus dioses, está recogida en las crónicas de Fray Bernardino de Sahagún (1499-1590), por lo que difícilmente podría considerarse un planteamiento mentiroso o fabuloso el realizado por Gibson, independientemente de cuestiones de detalle que van apareciendo en los recovecos de la película.
Por lo tanto, cabría juzgar la aparición de los españoles no como mero anacronismo sino como un detalle fundamental: cuando Cortés, Pizarro y otros aventureros (el nombre conquistadores se les otorgó a posteriori, tras la conquista, pese a las fantasías de ciertos indigenistas) llegan a América, las grandes civilizaciones precolombinas se encuentran en pleno colapso, por causas similares a las que padecieron los mayas (incluyendo además un canibalismo brutal que los códices precolombinos detallan) y los españoles aprovechan la situación de rebeldía de muchas tribus, hartas de servir como mano de obra y alimento para aztecas o incas. Con la colaboración inestimable de estos millares de indígenas, los escasos centenares de españoles lograron destruir esos imperios. En este contexto, la secuencia final en la que aparecen los españoles es un detalle fundamental que no puede ser obviado.
Este hecho ha sido visto como algo positivo por entidades como la Fundación para la Defensa de la Nación Española, juzgando más el finis operis que el finis operantis, el factum de la Historia que las intenciones de Mel Gibson, o atribuyéndole a Gibson la clave que ellos mismos han desentrañado («Mensaje de Mel Gibson para los españoles», se titula el comentario que realiza esta entidad a la película con fecha 31 de Enero de 2007). Y si bien es cierto que es más que reseñable esta secuencia y después de todo no tan discordante con el hilo argumental de la película –y desde luego deseable, una vez que el actual gobierno socialista ha decidido que los escolares españoles no conozcan la Historia de España, y en su lugar tengan que estudiar la teoría especulativa del cambio climático, paradigma de una ideología aureolada de la antiglobalización–, no es ese el mensaje de Mel Gibson que muchos han creído ver.
La clave está en desentrañar el título de la película, Apocalypto, nombre originario en griego de lo que nosotros conocemos como Apocalipsis o «revelación», la Parusía, la segunda y definitiva encarnación de Cristo en el mundo. Un dato nada trivial, pese a que muchos medios de información, enciclopedias virtuales de dudosa veracidad y comentaristas varios lo hayan pasado por alto o simplemente hayan manifestado de forma escueta su trivialidad para comprender la película. El Apocalipsis es sin duda la clave para entender el integrismo pétreo de la doctrina católica que inspira a Mel Gibson.
¿Por qué la figura del Apocalipsis para representar a los mayas? Quizás Gibson en sus palabras defendiendo su filme, de las que hablaremos más adelante, no sea tan explícito como lo pudiéramos ser nosotros, pero eso importa poco, porque muchas veces la obra (finis operis) supera las intenciones del autor (finis operantis), como ha sucedido en películas recientes: Alejandro, de Oliver Stone, supera el tradicional «drama psicológico» que una y otra vez el director usa como argumento en sus películas y se convierte en una película fiel a la realidad histórica, debido a que muestra elementos nada psicológicos, sino de nuestra tradición grecolatina: los traumas biográficos de Alejandro Magno son canalizados a partir de la conquista del mundo conocido que realiza y de las figuras universales de la mitología griega que el príncipe adopta (Alejandro Magno creía ser la reencarnación de Aquiles, hijo de Zeus), al igual que Freud no halló mejor figura para explicar su famoso complejo que el Edipo de Sófocles.
El Apocalipsis de San Juan, el último libro de La Biblia, fue supuestamente escrito en el destierro del apóstol en la isla egea de Patmos, allá por el siglo I de nuestra era, justo cuando es destruido el templo de Jerusalén, los judíos son expulsados, son asesinados los Apóstoles y los cristianos son perseguidos por los emperadores romanos Nerón y Domiciano, ya que no aceptan el culto al emperador. El libro, dada la coyuntura negativa que presenta, constituye un conjunto de consejos para que los cristianos mantuviesen su fe incluso en las peores circunstancias, con la esperanza final de la nueva Jerusalén como premio. Su ortodoxia fue aceptada por Dámaso I en el 382 y se confirmó en los concilios de Hipona 393 y Cartago 397, constituyendo la fuente de los ritos del sacramento de la Eucaristía, en el que se supone que Cristo se hace presente en la forma del pan y el vino. Tanto es así, que el Apocalipsis no sólo es una especie de guía de la liturgia cristiana primitiva, sino que es el libro que caracteriza el catolicismo frente a otras iglesias cristianas.
Este carácter profético de un mundo mejor ha propiciado su lectura e interpretación en los más variados contextos. En la denominada Reconquista de España, el libro más leído y comentado no eran los Evangelios, sino el Apocalipsis de San Juan, ya desde tiempos de Beato de Liébana, hablando del castigo divino sufrido por los godos y la posterior resurrección de su reino. De ahí la importancia del santo en la Historia de España: el Águila de San Juan presente en el escudo de los Reyes Católicos, en la bandera española de las Cortes de Cádiz en 1812, en tiempos de Franco e incluso en la democracia coronada de 1978 hasta 1981. Hasta la Cruz de los Ángeles y la Cruz de la Victoria, símbolos de los Reyes de Oviedo, tienen el alfa y el omega que simbolizan el Apocalipsis y la consiguiente redención en tiempos tan difíciles{1}.
Independientemente de estas curiosidades, el Apocalipsis es un relato alegórico, y al ser estudiado según la teoría de los géneros literarios y no en su literalidad (al contrario de lo que hacen los protestantes) puede actualizarse a cualquier época. Así, Babilonia (Apocalipsis, 17) puede ser Roma (por las siete colinas que se identifican con los siete pecados capitales), como símbolo de un poder extranjero e idólatra, pagano, sin llevar la interpretación al extremo de la identificación (algo de lo que advertía también San Agustín en su Ciudad de Dios al decir que no podía identificarse la Ciudad Terrena con Babilonia y la ciudad de Dios con Jerusalén, pues en ambas había habitantes de las dos ciudades), pero también puede ser la invasión musulmana en la Hispania visigótica. O una cultura en decadencia, como los mayas. El Apocalipsis es el Alfa y Omega, principio y fin, una ceremonia normada y universal, nomotética, que toma una forma institucional particular, idiográfica: cada vida personal cristiana es un alfa y omega, en tanto que pasa por todos una serie de ritos desde su nacimiento hasta su fallecimiento, que incluye la cruz en la que murió Cristo, símbolo de la resurrección consiguiente.
Y Gibson parece seguir esa vía interpretativa cuando destaca la actualidad de su película: «Creo que hay paralelismos en lo que doy en la película y en lo que está pasando ahora: Destrucción del medio ambiente, lucha por el poder, guerras inútiles, conspiraciones...», según declaró a diversos medios. De hecho, la película se inicia con una cita que es de por sí reveladora: «Una gran civilización no es conquistada desde fuera hasta que no se ha destruido a sí misma desde dentro»{2}, escrita por el historiador y filósofo católico estadounidense Guillermo Durant (1885-1981). Este autor afirmaba en su Historia de la Civilización (13 volúmenes entre 1935 y 1975), con ciertas insinuaciones de relativismo cultural, que Europa no era más que un aditamento de Asia en cuanto a tradición cultural, e insistía en que había que estudiar perspectivas no eurocéntricas [sic]. De hecho, Durant se inspira en La Biblia, que dice que existían muchas personas esparcidas por el mundo porque, a causa de la construcción de la Torre de Babel, «los dispersó [Dios] por la superficie de toda la tierra» (Génesis, 11:9). De ahí que, según esta versión, las pirámides aztecas, incas y también mayas, añadimos, tengan la misma forma que las egipcias, pues en realidad serían los seres humanos esparcidos desde Babel por todo el planeta, llevando en sus mentes la forma y el propósito de la Torre de Babel, cuya imitación serían las citadas pirámides; incluso las diosas paganas, como Ishtar (Afrodita en la mitología griega), serían una versión de la Virgen María.
En consecuencia, si la humanidad era una y Dios la dispersó, el Apocali= psis de cada pedazo de humanidad será una institución recurrente que acontecerá en cada una de ellas; así, el Apocalipsis maya (Apocalypto) no sería más que el punto final de unos hombres que se desperdigaron tras la construcción de la Torre de Babel y que llegaron a tal grado de corrupción de costumbres (esclavismo, sacrificios humanos, idolatría) que sólo la parusía de Cristo podía redimirles. Parusía que aparece en el horizonte, en las cruces bordadas en las velas de los galeones y en el bote que avanza impávido hacia la playa, sostenida por un sacerdote, mientras quedan desenfocados los galeones y los colonos armados que acompañan a esa fe. Una vez llegado Dios a esos rincones, el «buen salvaje» que vio Bartolomé de las Casas en los indios americanos puede vagar libremente por la selva: Garra de Jaguar y su familia han sido salvados por la cruz, el símbolo de la redención. Ya nada puede por lo tanto importunarles, porque la palabra de Dios ha llegado hasta los rincones más apartados del mundo. El deus ex machina queda desvelado.
En definitiva, Mel Gibson nos transmite la doctrina católica más tradicional, que afirma que la palabra de Dios no necesita de ninguna sociedad concreta para ser difundida. Ni tampoco un idioma universal ni lengua del imperio como era el español entonces (hoy lengua con pretensiones de universalidad gracias a sus 400 millones de hablantes), pues al igual que en La Pasión de Cristo sólo se usaban lenguas muertas como el latín además de idiomas ininteligibles para nosotros como el hebreo, aquí es el maya el único idioma. Para los católicos, el Espíritu Santo posee el don de lenguas, ninguna es más apta que otras para expresar la palabra de Dios, una vez consumado el castigo divino a la soberbia humana por intentar alcanzar el cielo en la Torre de Babel. Igualmente, según el catolicismo, los misioneros y no los soldados son los que sirven para salvar las almas (en quechua o en nahualt, poco importa).
A lo más que llegaría el catolicismo es a admitir que parasita distintas sociedades políticas para expandirse, como hicieron con el Imperio Romano, del que dijeron había construido las calzadas para la predicación del cristianismo. Idem para el Imperio Español, que propició la expansión de la fe católica por América, Asia y África. Pero aquí se supone que esa fe no necesita de las armas para ser defendida y sostenida, sino que puede difundirse por la mera bondad de sus posiciones, sin que los indígenas se resistan con sus armas «culturales». Se rechazarán así las tesis de Vitoria y Sepúlveda –tan bien expuestas por Pedro Insua en su «Quiasmo sobre Salamanca y el Nuevo Mundo»– como contrarias al cristianismo (a lo sumo se tergiversará a Vitoria para que parezca favorable a Las Casas y solidario frente «al hombre más culto de su tiempo», el Tito Livio español) y, olvidando el gran fracaso de Las Casas en su actividad misionera, se presentará el producto de manera sutil, en el título y en el final de la película. Olvidando por supuesto que la Iglesia católica fue un instrumento del Imperio español –en una dura pugna Iglesia-Estado–, que utilizó basándose en el Patronato de Indias instituido por un papa español, Alejandro VI, el mismo que dividió el mundo en su Bula Inter Caetera a mayor gloria de España y Portugal (Ver Pedro Insua y Atilana Guerrero, «España y la 'inversión teológica'»).
De hecho, Gibson se manifiesta relativista cultural y seguidor a ultranza de las tesis de Durant. En declaraciones a los medios ha dicho que «los historiadores, sobre todo los europeos, tienen la idea de que la historia empezó cuando ellos llegaron, y no es el caso, por supuesto. La civilización maya existía tres mil años antes y se trataba de una civilización muy sofisticada», al tiempo que confesó que su trabajo se centró en contar la historia «desde el punto de vista del llamado Nuevo Mundo, porque los templos y los hallazgos arqueológicos están rodeados de un halo de misterio que alienta la imaginación». El propio director reconoce participar de la perspectiva emic de los indígenas.
Habría que aclarar entonces: ¿por qué los teólogos de la liberación e indigenistas varios critican una película que defiende idéntico relativismo cultural al que ellos postulan? Porque para ellos, desde sus heréticas posiciones, no son la Fe y la Gracia divina las que dan sentido a las obras humanas, sino que son las obras desnudas las que salvan a los hombres –los ateos y comunistas también se salvarían, en consecuencia–. Ya incluso en las ceremonias idólatras de los mayas, dirán ellos, se ve «la belleza bárbara de sus ritos telúricos», el acto de liberación como fundamento de la vida humana. Los indigenistas critican en el fondo que sea la cruz lo que redima a unos indígenas que ya tenían el Verbo Divino (ñe´e en guaraní, tlahtolteotl en nahualt, rimay en quechua, aru en aymara, &c.) latiendo en su seno, aunque fuera bajo las formas tan confusas de divinidades solares a las que ofrecer sacrificios humanos (¿acaso el nombre Teotihuacán que se inventó Bernardino de Sahagún para designar una ciudad maya no tiene una raíz griega, theos, que alude directamente al Dios cristiano?). La confusa y contradictoria Teología de la Liberación considera que no hace falta redención por medio de la Cruz (que, en su único acto de lucidez, identifican con la espada que hizo posible su implantación en América) sino liberación de los «opresores europeos» que trajeron esa misma fe que ellos profesan, pese a que quienes manifiestan tan pomposas palabras sean descendientes directos de los «opresores europeos», respondiendo a los apellidos de Dussel, Ellacuría, Gutiérrez, Boff y otros frailes secularizados o simplemente condenados por herejes.
Notas
{1} Es curiosa la simbología que el Apocalipsis otorga a los números del uno al siete: el 1 es Dios (herencia del neoplatonismo), aunque también lo es el 3 (la Trinidad), el 4 es el universo y la creación (herencia de la tetractis pitagórica, cuyos cuatro números –1, 2, 3 y 4– suman diez), y el 7 es la perfección y los siete pecados capitales –de tal modo que 3 (número de Dios) + 4 (número de la Creación) = 7–. Pero el 6 es la imperfección: en la numeración romana se relaciona el seis (VI) con la omega griega, que representa el fin –«Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin»–, a la bestia (refluencia de la religiosidad primaria y las figuras zoomórficas como en la adoración al becerro de oro, identificado con el demonio) (Apocalipsis, 13). De hecho, a partir de unas excavaciones arqueológicas en busca de los restos de Sodoma y Gomorra, junto al Mar Muerto, se encontraron restos de una cultura semítica que en sus grabados identificaba el fin del mundo con un ser ligado a tres símbolos repetidos, muy parecidos a la letra omega griega, el famoso número de la bestia: 666.
{2} En realidad esta cita esta extraída del Volumen 3 de su Historia de la Civilización, referido al Imperio Romano y titulado precisamente César y Cristo, donde dice en su Epílogo: «Una gran civilización no es conquistada desde fuera hasta que no se ha destruido a sí misma desde dentro. Las causas esenciales de la decadencia de Roma residen en su gente, sus costumbres, su lucha de clases, su decaimiento comercial, su despotismo burocrático, sus agobiantes impuestos, sus guerras agotadoras». La referencia a la coyuntura en que fue escrito el Apocalipsis no puede ser más explícita.