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El Catoblepas, número 58, diciembre 2006
  El Catoblepasnúmero 58 • diciembre 2006 • página 11
Artículos

Rodney Arismendi: itinerario
de sus concepciones sobre los intelectuales

Anna Lidia Beltrán Marín

Las concepciones de Rodney Arismendi sobre la universidad, los estudiantes
y los intelectuales en el proceso revolucionario latinoamericano

Fidel Castro y Rodney Arismendi

A manera de introducción

Este trabajo tiene como antecedente fundamental la investigación que estoy realizando sobre Rodney Arismendi, la que a su vez ha tenido como premisa el trabajo de tutoría realizado durante dos años por los Doctores en Ciencias Filosóficas Carmen Gómez García y Antonio Bermejo Santos, así como la valiosa colaboración recibida de la Fundación Rodney Arismendi de Uruguay, a todos ellos mis más sinceros agradecimientos.

En su ensayo{1} el Dr. Bermejo pone a consideración de los lectores, de esta revista, sus criterios sobre Arismendi y lo cataloga como paradigma de intelectual orgánico, estas apreciaciones me han servido de punto de referencia en las indagaciones que sostienen las tesis esenciales de mi estudio.

El objetivo de estas glosas quedará cumplido si el lector comprende que el destacado líder uruguayo contribuyó al desarrollo de la teoría del marxismo, no sólo por los conocidos aportes que se han divulgado{2}, sino también por sus consideraciones en torno al papel que desempeña la universidad, los estudiantes y los intelectuales en el proceso revolucionario latinoamericano.

Las concepciones de Arismendi sobre la universidad, los estudiantes y los intelectuales en el proceso revolucionario latinoamericano, desde el punto de vista teórico se inspiran, en la obra de los destacados pensadores marxistas José Carlos Mariátegui y Julio Antonio Mella que se vieron confirmadas en la práctica con las acciones de la Revolución Cubana.

Consideraciones teóricas de partida

En la década del 20 de pasado siglo comenzaron a surgir, bajo los efectos de la revolución de Octubre de 1917, los llamados «partidos de ideas»: socialistas y comunistas que trataron de unir a su alrededor a los trabajadores y a intelectuales progresistas. La crisis de 1929 influyó en el Uruguay en la misma medida que en todos los países de la región, siendo las dictaduras el mecanismo típico empleado por el capitalismo para enfrentar la situación. Fue este el contexto en que Rodney Arismendi comienza a formar sus concepciones sobre la problemática que aquí se aborda.

El encuentro con las fuentes teóricas principales de su reflexión político-filosófica se produjo desde su juventud. Ya en el Liceo, de su región natal entró en contacto con las ideas del cambio social, formó parte de los grupos que se reunían para discutir sobre las trivialidades que contenían los textos de «Instrucción cívica», que se utilizaban en los centros docentes de su época. A los catorce años ya había leído El Estado y la Revolución de Lenin y La madre de Máximo Gorki. En la biblioteca de su padre encontró obras de carácter anarquista, como: Palabras Rebeldes de Kropotkin y Dios y el Estado de Bakunin, las que lee y le sirven para contrastar estas ideas con el marxismo. La lectura de la obra de Lenin se produce cronológicamente anterior al encuentro con las obras de Marx y Engels debido a la influencia ejercida en la Latinoamérica de los años veinte, por el triunfo de la Revolución Rusa.

En la medida en que fue avanzando en la comprensión del marxismo, participó en la fundación del primer movimiento revolucionario de inspiración marxista-leninista, la Asociación Estudiantil Roja, la cual buscaba los caminos para la posterior definición como estudiante, y como revolucionario. De esta forma aparecieron sus vínculos con el ala revolucionaria dentro del movimiento estudiantil. Así nació también Lucha Estudiantil el primer periódico de inspiración marxista y leninista que surgió en el movimiento universitario uruguayo.

La asunción del marxismo y el leninismo se evidencia en su temprana obra: La filosofía del marxismo y el señor Haya de la Torre (1945) en la que consideraba que los intelectuales uruguayos ya «han elevado a la 'inteligencia teórica del conjunto del movimiento histórico' –son palabras de Marx en el Manifiesto Comunista– al comprender que la cultura y el comunismo unen su suerte indisoluble, en la ruta del ya visible porvenir»{3}. Emitió un llamado desde aquí a unir a los intelectuales en la batalla por la liberación nacional y por salvaguardar la dignidad nacional. Las concepciones engelsianas sobre la ideología, fueron también asumidas por el uruguayo al plantear que si bien el artista o el escritor sienten que su obra encierra únicamente el contenido de sus ideas o el fruto de su espiritualidad, no es realmente así ya que esta creación, está influida por las diversas formas ideológicas.

En su opinión el artista no es un pasivo receptor de la realidad social; sino una personalidad viva y por lo tanto resulta a la vez, sujeto y objeto sobre el cual se actúa. En cuanto a la teoría marxista y leninista del conocimiento, fundada sobre la base de la teoría del reflejo, planteaba que: «La contemplación directa que proporcionan los sentidos, sólo puede otorgarnos una idea de los fenómenos singulares. Para poseer una idea más general y un conocimiento de profundidad mayor, es necesario elevarse a un grado superior por un proceso de abstracción, de formación de leyes y de conceptos capaces de abarcar aproximadamente las leyes universales del movimiento de la naturaleza. Se forman así categorías, conceptos científicos, leyes que generalizan el conocimiento del mundo y que nos otorgan lo más típico y sustancial, lo que es común a todos, en la diversidad de los fenómenos y objetos. Lenin pudo definir así las categorías como 'abreviaturas en las que resumimos, conforme a sus propiedades comunes las diversas cosas desapercibidas sensiblemente'».{4}

Queda claro que para Arismendi, el marxismo y el leninismo ofrecen a los artistas y escritores una concepción del mundo capaz de asegurar el dominio del hombre sobre el fatalismo de las leyes sociales desconocidas: les otorga un método para desentrañar el sentido del movimiento histórico, elevándolos a la compresión de las leyes de la realidad social; por tanto no debe entenderse como una directiva, ni como una imposición partidaria acerca de la producción literaria o artística, recalca, que es un método, integrante de una concepción del mundo científica y revolucionaria, a su vez es inseparable del carácter partidista de toda sociedad dividida en clases.

Los primeros trabajos de Arismendi que corroboran la aplicación del marxismo a la realidad uruguaya, aparecen después de 1955, en el XVI Congreso del Partido Comunista de Uruguay (PCU), donde se realizó un examen teórico, ideológico, del proceso político uruguayo, de su historia, de sus corrientes, en la búsqueda de adecuar las ideas marxistas a la realidad uruguaya, intentando hacer lo que Lenin llamaba 'el desarrollo independiente del marxismo'. Dicho congreso estableció objetivos claros que habrían de contribuir decididamente a modificar aspectos sustanciales de la sociedad uruguaya: la unidad total de la clase obrera, que a través de un largo proceso de unidad de acción, había transformado al movimiento sindical, y suma a sus filas al conjunto de obreros de la industria y el transporte, los gremios de docentes, las organizaciones de la cultura, de los trabajadores rurales, en fin a todos los asalariados.

Este congreso creó las bases para la unidad total de las fuerzas de izquierda, proceso que culminaría el 5 de febrero de 1971 con la fundación del Frente Amplio (FA). Fue en este evento donde también se promovió la consigna: «obreros y estudiantes, unidos y adelante».

Se puede apreciar a lo largo de la obra de Arismendi la notable influencia que en su pensamiento y acción ejercieron las concepciones de Gramsci, Mariátegui, Agosti, Mella, Marinello y en particular de la revolución cubana.

Fue el uruguayo un asiduo lector de la obra del marxista italiano, afirmaba que Gramsci estudió extensamente el papel de los intelectuales en la sociedad, y concebía que todos los hombres sean intelectuales, ya que todos los hombres tienen facultades intelectuales y racionales, pero al mismo tiempo consideraba que no todos los hombres juegan socialmente el papel de intelectuales. Consideraba que, los intelectuales modernos no son simplemente escritores, sino directores y organizadores involucrados en las tareas prácticas de construir la sociedad.

De esta manera, distinguía el italiano, entre la intelligentsia tradicional, que se ve a si misma (erróneamente) como una clase aparte de la sociedad, y los grupos de pensadores que cada clase social produce 'orgánicamente' de sus propias filas. Dichos intelectuales 'orgánicos' no se limitan a describir la vida social de acuerdo a reglas científicas, sino más bien 'expresan', mediante el lenguaje de la cultura, las experiencias y el sentir que las masas no pueden articular por sí mismas. La necesidad de crear una cultura obrera se relaciona con el llamado de Gramsci a estructurar una educación capaz de desarrollar intelectuales obreros, que compartan la pasión de las masas. Estas concepciones del italiano, sirvieron de sustrato a la conformación del pensamiento arismendiano sobre la intelectualidad.

Cuando Arismendi se refiere a la necesidad de divulgar la cultura, emplea la conocida frase de Gramsci, que se refiere a que crear una nueva cultura no significa hacer solamente descubrimientos originales, sino significa difundir verdades ya descubiertas, socializarlas, convertirlas en bases de acciones vitales, en elementos de coordinación y de orden intelectual y moral.{5} Asumía que la realidad social ha enseñado que el mundo no se salva solamente con la difusión de la cultura y la instrucción, sino que es indispensable la revolución socialista y lo que Marx llamara el fin de la 'prehistoria social de la humanidad'.

Afirma el marxista uruguayo que la revolución socialista habilita la profunda revolución cultural. Al respecto expresó que: «ese camino que pensó Lenin, acerca del cual teorizó Gramsci, supone la conquista de la hegemonía por la clase obrera acompañada de todo el pueblo, como protagonista de una gran contienda, también en los campos superestructurales, ideológico y cultural. Esta brega no comienza después de la revolución sino que comienza desde ya en todas las instancias de la sociedad civil».{6} Para el uruguayo, revolución y cultura son términos inseparables.

Los aportes de Mariátegui al desarrollo de las ideas marxistas y al itinerario del pensamiento filosófico en América Latina son palpables a lo largo de la formación teórica de Arismendi, según el cual: «América hoy ha avanzado; escritores y artistas, entre los más notables, han emprendido el camino consciente de la lucha antiimperialista, como antes lo hicieran Mella y Mariátegui. Pero, sigue siendo un deber de honor, cuando ha vuelto Wall Street a instalarse en Washington con su minúsculo agente Truman, el recoger esas tradiciones más o menos lúcidas de la literatura de América, para unir a los intelectuales de nuestro país en un gran Congreso Nacional»{7}.

El deber del revolucionario consiste según el uruguayo en situar el problema educacional como parte del cambio revolucionario de la sociedad; pero a la vez, bregar por la defensa de la universidad.

Los temas relacionados con la enseñanza en sentido general y de la universidad en particular, gozan de peculiar recurrencia en la obra de Arismendi, aquí se aprecian constantes reflexiones en torno al legado mariateguiano, afirma que: «José Carlos Mariátegui, ese gran teórico comunista peruano, decía en uno de sus ensayos dedicados al tema de la instrucción pública en la época de la primera Reforma Universitaria de los años 18-20: La Universidad es siempre la forma institucional en la que se refleja con toda su conciencia la crisis misma de toda la sociedad. Es allí donde consiguientemente tiene que hacerse visible toda situación real de la sociedad misma.{8}

Asumía el marxista uruguayo, que la expresión de Mariátegui: no queremos que el socialismo sea, en nuestro continente, un calco; tampoco queremos que sea copia. Tiene que ser una creación heroica; sintetiza a toda esa primera generación de marxistas latinoamericanos a la cual perteneció el Amauta. Asimismo coincide con el peruano en cuanto a que el marxismo no es una doctrina, un molde encerrado que hay que destinárselo a América Latina, reconoce la importancia que el marxista peruano le atribuía al tema del indigenismo, dado el hecho de que en su país natal, la mayoría de la población es de origen indígena.

La siguiente apreciación del uruguayo demuestra la profundidad de sus convicciones: «…Mariátegui –artista admirable, trabajador teórico original y jefe se partido–, (…) Ponce, toda una cumbre, volcado sobre todo a documentar con vastísima cultura su conversión comunista, y la muerte le cortó las alas en plena juventud. En otras latitudes, Marinello legó tesoros en la elaboración literaria y en búsquedas de la crítica literaria y artística. Agosti creció un poco por el medio: comienza a escribir cuando la luz de Mariátegui agoniza y pronto se apaga; es el amigo joven de Ponce, adolescente que recién afilaba su espada y tuvo con éste mutuas contribuciones, culturales las de Ponce; quizás las de Agosti, por ese tiempo, más propiamente políticas. Con Marinello, hombres de generaciones distintas, algunas de sus tareas sobre todo en el plano del ensayo literario, fueron parecidas pero paralelas. Por ello, la empresa principal de Agosti tiene algo de labor fundadora. Esto marca su rango incluso en la hoy cien veces más rica elaboración marxista y leninista latinoamericana.»{9} Sin dudas a partir del triunfo de la revolución cubana la búsqueda en el plano de lo estético, de la crítica literaria y la teoría del arte, ha comenzado a diversificarse; es entonces, la obra de ellos, una sólida referencia para todos aquellos que se inician en el estudio del pensamiento marxista latinoamericano.

En Agosti la indagación teórico-cultural transita por el camino de encontrar el perfil nacional dentro de un proceso mundial que es por esencia internacional. Reconocía que ninguna revolución auténtica puede separarse de la mejor historia de su propio pueblo sin peligro de frustración y estaba convencido de que lo universal se toca con las manos a través de lo nacional. El rescate de la cultura nacional, a partir de la comprensión del carácter de la revolución socialista que no es un modelo a imponer, sino la lectura de lo nacional en el camino hacia el socialismo. La visión certera del patriotismo del internacionalismo, son elementos decisivos en la interpretación cultural del argentino la que expresa una permanente combinación de la reflexión teórica con el estudio del curso histórico.

Arismendi pensaba que: «…si se busca catalogar la obra de Agosti por su verdadera constelación de trabajos de géneros diversos, que gira siempre, no obstante al eje gravitatorio de la investigación y la teorización de la cultura en su conjunto. Su búsqueda se llevó a cabo guiada por un conocimiento de primera mano del materialismo dialéctico e histórico, herramienta creadora, nunca inventario de recetas a disponibilidad para urgencias políticas.»{10} Consideraba que el asunto principal de Agosti es la filosofía. «Fue la filosofía, mano a mano con la teoría sociológica, la que armó al joven Agosti cuando puso proa al encomio y desmitificación del maestro Ingenieros, es decir, cuando se dispuso a pisar el umbral de lo que serán 'sus trabajos y sus días'.»{11}

Arismendi concebía que el Ingenieros abrió el camino al autor al prestigio de los medios intelectuales, las sucesivas ediciones y traducciones advirtieron al continente del inicio de una empresa de crítica marxista de significación. Defensa del realismo, es a su juicio, ante todo una obra de filosofía, es un ensayo de estética. «Constituye –según palabras del autor– una aproximación gnoseológica a la Estética, o si se quiere una exploración del arte como forma particular y específica del conocimiento de la realidad.»{12} Asumió que la misma también posee un evidente contenido filosófico Tántalo recobrado, trata acerca de las condiciones del humanismo y cita seguidamente las palabras del argentino sobre su libro: Nos proponemos –escribe Agosti– mostrar que el marxismo es el único humanismo posible. Esta obra aborda la crisis del hombre en la sociedad de masas, la dialéctica de las masas y las élites, se cuestiona el autor si la crisis es de las masas o de la sociedad.

Comparaba el uruguayo estas reflexiones sobre el humanismo, con las de Ponce, quien acerca de de la gran cuestión de humanismo burgués y humanismo proletario legó páginas admirables. Expresaba: «Ambos libros coinciden en las conclusiones más generales y esgrimen las mismas armas teóricas. Pero los dos trabajos son bien diferentes. Mientras Ponce, en bellísimo ensayo, que seduce por su prosa, hace refulgir su conocimiento de los grandes humanistas del Quattrocento y el Cinquecento, Agosti se sumerge directamente en la gran polémica contemporánea, en todas sus vertientes, acerca del humanismo, y si arranca del mito de Tántalo su exposición cabalga ante todo en el primer tomo de El Capital».{13} Agosti va recorriendo a fondo la historia argentina, a través de estudios teóricos o reviviendo a Echeverría, Ingenieros y Ponce y así reafirma la dialéctica de lo nacional y lo internacional que desde la Revolución de Octubre, se ha unido a categorías políticas de patriotismo e internacionalismo. Su meta era comprender la cultura en totalidad a partir de la historia argentina.

En su trabajo: Los intelectuales y el Partido Comunista, se refirió Arismendi a la importancia de que los intelectuales tomen parte en la construcción de una sociedad justa, considera que América había avanzado; escritores y artistas, entre los más notables, emprendieron el camino de la lucha antiimperialistas, como antes lo hicieran Mella y Mariátegui.

En su discurso La causa de Cuba es la causa de los Pueblos Latinoamericanos,{14} se refería a la solidaridad de su pueblo y su partido hacia la naciente revolución cubana y expresó palabras de júbilo hacia el partido fundado por Baliño y por Mella. Sin dudas las acciones emprendidas por Mella en su corta vida, calaron hondamente en el pensamiento del marxista uruguayo, principalmente en lo relativo a la incorporación de los estudiantes a las luchas por la soberanía nacional y contra la injerencia del imperialismo norteamericano en Latinoamérica.

Junto a Mella despuntaron en Cuba otras personalidades que fueron poco a poco alcanzando un importante lugar en la historia de la nación cubana e irradiaron el flujo de sus ideas hacia todo el continente, tal fue el caso de Juan Marinello, quien a su regreso de España se incorporó a las luchas revolucionarias del pueblo cubano, se vinculó a la vanguardia juvenil que aparecía en entre los años 20-30, etapa en la que se produjeron notables sucesos: La protesta de los trece, la Falange de Acción Cubana, el Movimiento de Veteranos y Patriotas en los que participó activamente.

La personalidad del insigne cubano, representó un ascendente valioso en la formación intelectual del líder uruguayo. Una de sus primeras incursiones en el mundo del periodismo, fue en 1946, en el diario Justicia en el cual apareció una crónica suya sobre el intelectual cubano en la que ofreció estos valiosos criterios: «Es que Juan Marinello pertenece a esa estirpe de grandes figuras del pensamiento y el arte de nuestra América que hallaron, peregrinando por el sufrimiento, la persecución y el bregar azaroso, una lúcida conciencia de las tendencias fundamentales del movimiento histórico, tendencias encarnadas en lo actual, por el proletariado y sus partidos comunistas»{15}. Expresaba seguidamente una serie de conmovidas palabras que reafirman su aprecio por el cubano: «¡Porque Marinello es el intelectual de nuestro tiempo! Crítico literario, ensayista, líder de uno de los más interesantes movimientos de renovación literaria de hace dos décadas, escritor por encima de todo; pero con una juventud abrasada en la conspiración contra la tiranía machadista; resonante verbo acusador de los desmanes del imperialismo; organizador destacado de la batalla social; Ministro del pueblo; actual Vicepresidente del Senado, y –también por encima de todo– Presidente del poderoso partido hermano de Cuba…»{16}

Marinello supo ser ilustre expositor, voz expresiva de la América que despuntaba henchida del optimismo combatiente de la teoría proletaria de la concepción marxista leninista que restablece al intelectual, su antiguo sentido de comunión en el pueblo, comprobando la posible y necesaria unidad con el contenido liberador y social americano y la más depurada jerarquía estético-literaria. Asimismo expresaba Arismendi que en aquel momento de postguerra en que las mejores representaciones de la cultura iban en las filas y en las manos del proletariado, de ese proletariado que congregaba a los patriotas de Centro y Suramérica para nueva independencia. Fue Marinello mismo que explicó, en condena acerba de ciertos escritores lejanos al pueblo y traidores luego –cuando la llama de España– al pueblo y a la patria.

En su trabajo de 1948, Los intelectuales y el Partido Comunista, volvió a referirse a Marinello, y lo coloca al mismo nivel que a Neruda, a Paul Eluard, a Aragón quienes nunca abandonaron a su pueblo. Posteriormente continuaron apareciendo, en la obra de Arismendi, referencias sobre el notable cubano, en las que lo describía como una herencia imperecedera para las nuevas generaciones de latinoamericanos. Marinello, es un valioso paradigma de la interpretación de la cultura latinoamericana sobre las bases de la estética Marxista-Leninista. Desplegó una significativa labor de reivindicación de la cultura cubana.

Es Problemas de una revolución continental, la obra en que Arismendi despliega sus mayores reflexiones teóricas sobre la revolución cubana y su líder, sin embargo a lo largo de toda la producción arismendiana, a partir de dicha obra, aparece marcadamente reflejado la influencia del proceso revolucionario cubano y su significación para América Latina. En 1970 culmina su valiosa obra Lenin, la revolución y América Latina, en la misma dedica una profunda meditación al examen de la revolución cubana, como expresión del el momento histórico de América Latina.

La universidad en el proceso revolucionario uruguayo y latinoamericano

Los hechos fundamentales que marcaron la insurgencia juvenil uruguaya en la segunda década del siglo pasado fueron: la fundación del Centro Ariel en 1919, de la Federación Estudiantil universitaria de Uruguay (FEUU) el 26 de abril de 1929, y el Primer Congreso Nacional de Estudiantes en 1930, en el cual se aprobó la implementación de una red de Universidades Populares.

A raíz de la gran crisis económica del Capitalismo de 1929 se agudizó la lucha de clases en Latinoamérica. Uruguay no quedó al margen de aquella situación. El 31 de marzo de 1933, Gabriel Terra y un grupo de reaccionarios, disolvieron los poderes del Estado, estableciendo una dictadura que eliminó todas las libertades. El golpe, anulaba las conquistas de los universitarios uruguayos, se decretó una ley intervencionista que eliminaba la autonomía. Seguidamente, la FEUU realizó un gran acto en el Paraninfo de la universidad, en el cual el Decano de Derecho, Emilio Frugoni, declaró la huelga general, éste fue detenido y ante tal situación la huelga se extendió a toda la universidad.

El Consejo universitario convocó a una asamblea del Claustro constituida por la reunión conjunta de los Consejos de Facultades. La Declaración emitida por la Asamblea el 10 de diciembre de 1934 planteaba la democratización de la cultura y la necesidad de extender la cultura universitaria a la vida social del país, afrontando de este modo las crisis sociales. Se aprobaron los Estatutos que ampliaban los fines de la universidad, agregando a la enseñanza profesional la extensión y difusión de la cultura, el fomento de las actividades científicas, establecía autonomía plena y ampliaba el cogobierno. Los fines y principios de este documento, que bajo la dictadura de Terra no tuvo sanción parlamentaria, fueron la base de la Ley Orgánica de 1958.

A mitad de la década del 50 el movimiento estudiantil, con influencia decisiva en el gobierno universitario, estrechó sus vínculos con las organizaciones obreras. La consigna obreros y estudiantes, unidos y adelante se transformó en un término común de la estrategia de de las luchas sociales y políticas contra el poder dominante que identificó a la universidad como un centro de insurrección.

El movimiento estudiantil acogió entonces la adhesión de organizaciones gremiales y obreras, que aunaron sus demandas de aprobación de importantes leyes de contenido social. El 15 de octubre e 1958, fue aprobado el proyecto de ley elevado por la universidad, con algunas modificaciones que ésta compartió. El Poder Ejecutivo proclamó La ley orgánica al día siguiente, la misma desplegó, los principios y soluciones que se habían ido fraguando luego de una larga evolución histórica: autonomía universitaria; gobierno tripartito (docentes, egresados y estudiantes); libertad de cátedra y de opinión; definición precisa de los fines de la Universidad.

La profundización de la crisis económica y social gestada en los años 50, se evidenció en la década del 60 y generó asimismo en la comunidad universitaria, una inquietud por determinar el papel de la universidad, lo cual fue también preocupación común a los estudiantes de otros países latinoamericanos. Le inquietaba a muchos sectores universitarios, la separación entre el avance tecnológico de las grandes naciones industrializadas y el estancamiento en que caía la nación. Rodney Arismendi advertía su preocupación al respecto.

El Sector Universitario de la Unión de Juventud Comunista organizó una conferencia con los estudiantes, el 6 de agosto de 1965, en la cual intervino el líder uruguayo, quien consideraba que tenía ante si un reto ya que los temas propuestos para el debate constituían cuestiones que le preocupan a las masa que se encontraban al lado de la revolución o avanzaban hacia la revolución. Pensaba que los temas a debatir formaban parte de la compleja problemática que vivía Latinoamérica; planteaba que: «la revolución liberadora no es sólo perspectiva en el continente, (…) las tesis acerca de la universidad y del desempeño estudiantil (…) sólo pueden estimarse en cuanto a las coordenadas de revolución y contrarrevolución.»{17} Afirmaba que era el tiempo de revolución y Cuba lo estaba demostrando. Era la hora en que la revolución entrara y tocara disímiles espacios y llegara a amplias masas de pueblo del Continente: «…la calle invade el aula y se levantan como alas las manos de una muchachada dispuesta a arrancarle al cielo las estrellas, para poder contar si tienen cinco puntas» (pág. 261), se había puesto en marcha no solo la inquietud revolucionaria sino toda una revolución nacional-liberadora.

Arismendi opinaba que el estudiantado uruguayo, en los años sesenta, ya estaba integrado en el proceso activo de la revolución liberadora, era intérprete del movimiento uruguayo y continental, estaba definido, participaba de la estrategia de unidad y alianza de los obreros y campesinos, de la intelectualidad avanzada en cuya primera fila se encontraba la juventud estudiantil universitaria, y una parte de ellos había ya abrazado los ideales del marxismo y el leninismo y se habían incorporado a las filas comunistas, al movimiento democrático antiimperialista que recorría Latinoamérica e iban arrastrando tras de sí a otros sectores de la universidad.

Explicaba entonces que cuando se habla de universitarios se hace referencia a personas surgidas de las capas sociales medias intelectuales que abarcan a su vez a estudiantes, profesores, al profesional universitario, al artista, al escritor. Planteaba que la mayoría de los profesionales universitarios sufrían la crisis de la estructura social, impuesta por la dominación imperialista, sumidos en la inseguridad económica, decepcionados por la desesperación de una sociedad gobernada por los intereses de los monopolios y los representantes financieros y políticos del imperialismo. La mayoría de los estudiantes eran hijos de una pequeña burguesía radicalizada, convertida en potencial de la revolución antiimperialista, en fuerza capaz de andar junto al proletariado hacia etapas superiores de la revolución. Los docentes también pertenecían, en gran parte, a las capas medias, se enfrentaban diariamente a la crisis.

Afirmaba Arismendi que los imperialistas pensaban, que los universitarios y los intelectuales constituían una clase social nueva que iba tomando la dirección de la sociedad. Es decir que a la concepción de lucha de clases, oponían la imagen falseada de una nueva clase social que emergía de la educación, para la cual ya estaba resuelto su destino. Opinaba que la definición de los ideólogos yanquis era seudo científica ya que pretendía hacer creer que era posible seducir a los pueblos a través de sus intelectuales.

Planteaba que el llamado a la guerra emitido por los estudiantes uruguayos, era parte del proceso activo de la revolución nacional liberadora, al respecto decía «Es definición que está señalando que luego de la noción estratégica fundamental de nuestra revolución –la alianza de los obreros y campesinos– la intelectualidad avanzada, y en su primera línea la juventud estudiantil, son un ingrediente indispensable de este plato que está cociendo la «maga historia» en su caldero –gloso palabras de Marx– cuyo crepitar se oye desde el Caribe hasta nuestro confín austral.» (pág. 264)

Consideraba Arismendi que era el tiempo de la revolución socialista. Sostenía que varios luchadores de la pequeña burguesía intelectual, particularmente de aquella cantera de combatientes y mártires que era el movimiento estudiantil latinoamericano, se habían ido incorporando a las filas comunistas, al marxismo y al leninismo.

Rememoraba seguidamente el proceso de la revolución cubana, y expresaba al respecto que «Entre las numerosas «astucias de la historia» que ofrece la revolución cubana, quizá la más prominente sea esa elevación de Fidel Castro y de muchos de sus compañeros de hazaña, a través de la propia obra victoriosa antiimperialista y democrática, a la inteligencia teórica del conjunto del movimiento, a la ideología socialista, tal y como lo auguraran en el lejano 1848 Marx y Engels en el Manifiesto Comunista» (pág. 265).

Infería que los años 60 eran una nueva hora en el movimiento universitario, ya que su incorporación, al movimiento antiimperialista-democrático, que recorría el continente Iberoamericano, demostraba que aquel grupo se había tornado aliado de la clase obrera, y sus figuras más destacadas se adherían a la ideología del proletariado.

Apuntaba asimismo el líder comunista, que cuando se hablaba de los universitarios como integrantes de una capa social, no había que limitarse únicamente a su avanzada estudiantil, ya que «En términos generales, los estudiantes –como toda la historia se ha encargado de probarlo, aquí no es menester ya el análisis teórico– son una antena sensible del subterráneo temblor revolucionario. Y hoy se elevan cada vez más, de la situación refleja y de la pretensión populista de ver en el proletariado una especie de gigante ciego que ellos iban a iluminar, a los planos de una militancia más consciente por la revolución. Pero con ello van arrastrando tras de si a otros sectores de la Universidad, a su vez maltratados económica, política y culturalmente por la profunda crisis de las sociedades latinoamericanas» (pág. 266).

Explicaba, que si se tenía en cuenta que en la mayoría de los países de la región el universitario era fracción de las capas medias, parte de los grupos sociales sometidos a la opresión nacional y social del imperialismo y las clases dominantes, había entonces que hablar no sólo del estudiante, ya que cuando se señala a las capas medias como aliadas del proletariado en la revolución, no se puede prescindir de gran parte de los universitarios que pertenecen a esas fracciones de la sociedad. Creía que no debía considerarse como fatalidad la deserción, de aquellos que habiendo obtenido su título de graduado, se dedicaban a ejercer otras funciones, para satisfacer las necesidades económicas personales. No es fatal, decía, que la hora de la insurgencia juvenil sea sustituida por la entrega.

Continuaba su análisis por la vía de las reflexiones relativas a algunos casos en que los profesionales y los docentes universitarios se alejaron de las luchas y se aliaron a los partidos tradicionales. Asimismo consideraba que no era la totalidad de los universitarios los que asumían esa posición.

Arismendi esclarecía oportunamente que en el movimiento dialéctico de unidad y lucha entre el proletariado y sus aliados es que se podía, una vez cumplida la fase agraria y antiimperialista de la revolución, transitar hacia el socialismo. Anunciaba que «En el frente que el proletariado aliado a los campesinos está construyendo, un amplio lugar debe ser llenado por los estudiantes. Y esto explica –reiteramos– el acento del nuevo contenido de obreros y estudiantes unidos y adelante» (pág. 273).

Revelaba entonces que «…los intelectuales y estudiantes, más allá de los que ascienden, se conservan, o se integran en los equipos de las clases dominantes –los grandes capitalistas y terratenientes– son parte del pueblo en los países latinoamericanos y de un pueblo social y nacionalmente oprimido. Dentro de ese pueblo, forman en la gama heterogénea de las capas medias, llamadas a la revolución por la crisis profunda e irrecuperable de toda la sociedad. En esa revolución no pueden cumplir como capa social la función dirigente. Esa función la pudo corresponder otrora a la burguesía nacional, hoy sólo el proletariado está en condiciones de ser el conductor de la clase hegemónica de la revolución. En el frente que el proletariado aliado a los campesinos está construyendo, un amplio lugar debe ser ocupado por la intelectualidad, debe ser llenado por los estudiantes. Y es, justamente, el proceso que estamos viviendo. Y esto explica – reiteramos– el acento y el nuevo contenido del grito estudiantil: Obreros y estudiantes, unidos y adelante» (pág. 273). No sólo unidos, sino hacia delante; cumpliendo la fase antiimperialista y agraria de la revolución; transitando en ese movimiento dialéctico de unidad y lucha entre el proletariado y sus aliados hacia el socialismo.

Al estudiar las condiciones histórico-sociales de aquel momento, planteaba que era el comienzo de una nueva etapa en la crisis estructural de la sociedad que propiciaba favorablemente las condiciones para la revolución latinoamericana, había fracasado la política de la Alianza para el progreso, crecían las fuerzas productivas en pugna con las relaciones de producción.

La universidad no estaba ajena a los cambios de aquella etapa, se unía a ellos en pos del cambio revolucionario, las masas estudiantiles, que eran el alma de esta institución, veían en el cambio las posibilidades de realizar sus aspiraciones. Los principios democráticos de la misma se convertían en instrumentos de la revolución.

Otro rasgo que caracterizaba la etapa, se evidenciaba a raíz del triunfo de la revolución cubana, y su significado para toda Latinoamérica. Siguiendo el legado leninista que define cada época histórica, determinando cual clase está al frente de las transformaciones principales, se podía afirmar que era la clase obrera la protagonista de la revolución.

Para América Latina se abría, de una parte, la etapa de maduración de su proceso revolucionario y de otra, la agudización de la contraofensiva del imperialismo yanqui, a decir de Arismendi «…el continente entero penetraba en una hora de grandes y duras batallas, marcadas tanto por las intentonas agresivas del imperialismo yanqui, como por la combatividad de los pueblos» (pág. 335), crecía en esta etapa el papel del Partido de la clase obrera, aumentando cualitativamente sus formulaciones teóricas. Otra peculiaridad de esta fase era la sucesión de golpes de Estado.

Ante esta situación, en América Latina estaban creadas las condiciones para concretizar la alianza estratégica de la clase obrera con otros sectores, en el caso específico con el movimiento universitario, llamado a construir la unidad del movimiento antiimperialista y avanzado en el plano político.

Encuentros y desencuentros de la universidad con la revolución es una obra trascendental dentro de la producción teórica de Arismendi ya que constituye una de las más radicales concepciones que sobre la universidad y los estudiantes se pueden encontrar en la literatura marxista de la época. Aquí examina a la universidad, el nivel de actuación de esta institución y la naturaleza de su función como condicionantes que reflejan de un modo específico las contradicciones de la sociedad capitalista.

Esta obra brinda la oportunidad de comprender, explicar y orientar un conocimiento dirigido a profundizar las posibilidades de compromiso institucional y social de la universidad y de los sectores sociales ligados a ella. Señala los mecanismos que transforman el conocimiento de la institución en bases, y al mismo tiempo en el producto, de una práctica antiimperialista y avanzada de los sectores sociales ligados a ella. La acción de dichos sectores en el terreno político-social y en la práctica cultural de vanguardia se podía convertir en línea de conducta de la Universidad en su conjunto.

La participación estudiantil en la revolución y los conflictos que la universidad ha tenido con los regímenes establecidos fueron temas de usuales debates de Arismendi a lo largo de su vida. En sus palabras en la Mesa Redonda,{18} publicadas posteriormente con el título: La Universidad y la Revolución, afirmaba que la universidad y sus estudiantes aparecen en la lucha por la libertad, la independencia, la defensa de las tradiciones democráticas; estimaba que en la hora revolucionaria está presente el estudiantado y lo calificaba de autor del drama optimista de Iberoamérica que va arrastrando al universitario como capa social y a la universidad como escenario de una aguda lucha de clases, destacada por su superación ideológica.

Papel de avanzada de los estudiantes y los intelectuales en las luchas de liberación de los países de América Latina

Las primeras referencias en torno a la importancia de la creatividad de los intelectuales, así como al amor a la cultura, a los libros y al arte en general, y por ubicar en su verdadera dimensión el papel de los intelectuales en la difícil tarea de construir una sociedad justa, se pueden encontrar en Los intelectuales y el Partido Comunista escrita en 1948.

Manifestaba entonces Arismendi que los intelectuales uruguayos continuarán las mejores tradiciones de lucha o de pronunciamientos antiimperialistas de su pueblo y exponente de ello fue Rodó, quien pese al aristocratismo intelectual de Ariel, reflejó el recelo continental ante los excesos de los imperialistas yanqui. Rememoraba también a Rubén Darío en su poema A Roosvelt en el cual exaltaba la solidaridad del alma hispanoamericana ante las tentativas imperialistas de la gente del Norte. Enunciaba que en otras latitudes José Martí, quiso transformar su palabra en «honda de David» frente al monstruo. «No había madurado entonces una idea científica en el continente sobre el imperialismo, sólo posible a la luz del aporte formidable de Lenin; pero la amenaza yanqui provoca la voz protestataria de los intelectuales»{19}.

Esbozó en esta obra la evolución histórica de la intelectualidad latinoamericana y su rol de avanzada en el camino del progreso social, analizaba entonces el período de la Revolución de Octubre. En todo el Continente, la Reforma Universitaria que inscribía, entre sus méritos la lucha antiimperialista, repercutió en Uruguay, e introduce cambios en la mentalidad de las direcciones estudiantiles. «Los jóvenes que en el centro Ariel se educaron en el culto a Rodó, cambian su rumbo; la obra del autor de las parábolas no respondía a las nuevas preguntas. Lo que fue un antiyanquismo de tipo tan especial en «Ariel», toma un sentido militante, llevando a los jóvenes a adherir a La Liga Antiimperialista y a dar lugar prominente en su Universidad Popular, a una cátedra sobre imperialismo basada en el clásico libro de Lenin» (pág. 49).

Un momento de particular profundidad en esta temprana obra del joven marxista uruguayo lo constituyó su reflexión en torno con las consecuencias que puede acarrear la separación entre la intelectualidad y el pueblo, al respecto decía «La verdad es que la ruptura entre la inteligencia y la masa vibra un hondo y angustiante drama social del cual el escritor, el artista, son protagonistas pasivos, hasta adquirir conciencia de sus causas y abandonar su pasividad. Ya Plejanov, tomando otra faceta del problema, definía con acierto:»la tendencia al arte por el arte surge allí donde existe discrepancia entre el artista y el medio que lo rodea». Pero discrepancia no significa ruptura radical y sobre todo, no implica conciencia, ni militancia. Conocer las leyes de la realidad social y ser un factor consciente de su transformación presupone la comunión con la clase obrera, el restablecimiento de los lazos espirituales e ideológicos con las multitudes, auténticas protagonistas del devenir histórico» (pág. 51).

El análisis del rol de la intelectualidad lleva consigo la interpretación acerca de los estudiantes ya que para Arismendi «Intelectuales y estudiantes, más allá de los que ascienden, se conservan, o se integran en los equipos de las clases dominantes –los grandes capitalistas y terratenientes– son parte del pueblo en nuestros países y de un pueblo social y nacionalmente oprimido. Dentro de ese pueblo, forman en la gama heterogénea de las capas medias, llamadas a la revolución por la crisis profunda e irrecuperable de toda la sociedad».{20}

Posteriormente ratificaría estas cuestiones en su obra Lenin la revolución y América Latina en la que expresa que la intelectualidad avanzada, los estudiantes y otros sectores desempeñan un activo papel ya que muchas veces conmueven la vida social, política e ideológica con su combatividad, sus inquietudes; en algunos casos influidos por las convicciones del socialismo. Representantes de la intelectualidad avanzada, se proponen ocupar la vanguardia del proceso revolucionario.

Realizó Arismendi una exposición sobre la vigencia y actualidad del marxismo a la luz de sus consideraciones como líder del PCU y a partir de su experiencia revolucionaria pudo confirmar que la crisis histórica del capitalismo se manifestaba también, como una variada explosión protestataria de amplias masas de población. «Insurgen los jóvenes, reclaman derechos movimientos feministas, se perfilan como tendencias los ecologistas; en la literatura y el arte se reflejan y retractan las más complejas negaciones. Como conjunto es una protesta, revestida en algunos casos de formas alienadas, pero es un rechazo de las alienaciones del capitalismo imperialista. Diferente ocurre en América Latina donde estudiantes e intelectuales, la rebelión juvenil y hasta las ricas manifestaciones de la canción y la música popular, se integran o confluyen al gran caudal revolucionario, o andan a sus flancos»{21}.

Asimismo consideraba que «En América Latina, la literatura y el arte –la mejor literatura y el arte– ya no son solo espejos de la revolución, como decía Lenin de Tolstoi, son también factores activos del gran cambio revolucionario al que asistimos. No solo porque los mejores escritores y artistas militan en la izquierda, sino también porque en formas ricas y creadoras dan nacimiento a un nuevo realismo que directa o indirectamente integra la dinámica transformadora del continente» (pág. 70).

En 1984, a su regreso del exilio, Arismendi se refería a las condiciones que debía enfrentar la sociedad uruguaya a la salida de la dictadura. Consideraba que se unía en el sentido democrático y antiimperialista del Frente Amplio con la clase obrera organizada, con el campesinado que un día se uniría a la clase obrera, con la intelectualidad que ya está junto al pueblo y al Partido, con la juventud, con el estudiantado, con las capas medias. Pensaba que se podía entonces así construir un Uruguay democrático, de justicia social, independiente y soberano que rompiera el yugo de de la oligarquía y del imperialismo y que un día también, por la voluntad de su pueblo, puedan llegar al socialismo.

Expresaba asimismo que «El Frente Amplio nace para crear las premisas de una revolución democrática y antiimperialista en el país; nace para lograr la ruptura del bipartidismo; aparece como una alianza entre la clase obrera, las capas medias y la intelectualidad. Es hijo de los niveles de unidad alcanzados antes; es hijo de una teoría de la revolución que tuviera en cuenta la especificidad de uruguaya. Es necesario encontrar en la realidad concreta de cada nación los caminos específicos que tengan que ver con sus tradiciones históricas»{22}.

Enunciaba su propio concepto sobre los intelectuales y lo expresó, en el Informe confeccionado para la Conferencia Nacional del PCU, «En el conjunto del movimiento popular, la intelectualidad se destaca en nuestro país, por su papel avanzado. Entendemos por intelectualidad, en expresión genérica, los escritores y artistas, los educadores, profesores, profesionales universitarios, a la gente de teatro, a los cantores, a los representantes de la creación popular, en fin, a esa influyente y muy amplia capa social de nuestro país y de América Latina, convocada a ser aliada de la clase obrera en la tarea histórica de la lucha por la democracia, la liberación nacional y el socialismo»{23}.

En las condiciones histórico-concretas del Uruguay y de América Latina, Arismendi confirmaba la siguiente tesis: «(...) ya no es el caso de hombres aislados, de personalidades de la cultura que van al campo de la revolución; es, por un lado, la población universitaria en sí misma, las capas medias intelectualizadas o participantes del proceso cultural que integran el frente transformador como una fuerza motriz, como la clase obrera, como las masas del campo»{24}

Precisó cuales eran los rasgos distintivos de los intelectuales tanto en el Uruguay como en toda Latinoamérica:

Es conveniente apreciar aquí las delimitaciones que hacía Arismendi sobre lo que él consideraba que podía entenderse por intelectual comprometido. Al respecto se pueden apreciar las valoraciones que pronunció sobre el escritor uruguayo Paco Espinola, a quien consideró paradigma de intelectual en tanto que supo ser un grande de la literatura de Uruguay y de América Latina, siendo en estas sus dos facetas fundamentales, siempre, un intelectual comprometido. Dieron fe de eso su actitud civil, su amor por la libertad, por la clase obrera y el pueblo, su participación en la lucha contra la tiranía de Terra y su bregar por la España republicana y por Cuba.

Indudablemente Arismendi considera a los estudiantes parte de lo que él denomina intelectualidad. Pero es preciso analizar aquí cuales rasgos distinguen al estudiantado como fuerza que unidad a la clase obrera llevaran a cabo el proceso revolucionario continental.

Los estudiantes que en 1968, se habían volcado masivamente a la lucha contra la política de la clase dominante, se habían sensibilizado con el deterioro de una situación que comprometía su presente y su futuro, estaban estimulados por las luchas de otros sectores populares y por el acontecer internacional en el cual los jóvenes han estado en el centro de importantes sucesos. Todo esto marcaba una nueva etapa en la historia del movimiento estudiantil, caracterizada por la incorporación masiva a la confrontación política contra la clase dominante.

Este momento era producto histórico de dos elementos: las experiencias de la lucha estudiantil manifestadas en los combates de los años 60 y la maduración teórica de sectores del movimiento, como resultado del trabajo político de los militantes del Partido.

Ninguno de los combates del movimiento estudiantil era un producto separado de un cierto grado de desarrollo de las luchas estudiantiles y generales del pueblo, ni desligado de la experiencia acumulada por sectores democráticos y revolucionarios que actuaban en el movimiento. Los jóvenes se habían visto obligados a buscar, con ansiedad y no sin relativas confusiones, nuevas formas de pensamiento y acción.

A modo de conclusión

La vida y la obra de Arismendi lo muestran siempre, en estrecha relación con los sucesos de la universidad, los estudiantes, la juventud y todas las luchas de estos, que habían planteado desde los años 18 al 20, y luego en los 30, la exclaustración de la cultura, la democratización de la enseñanza, la representación de los estudiantes en los Consejos y al Claustro, la Ley Orgánica de la universidad, la renovación de la enseñanza, etc.

La constante recurrencia a los sucesos de la Reforma Universitaria de Córdoba y a los acontecimientos de Montevideo de los años 30 que él denominara: Segunda Reforma Universitaria le permitió realizar un balance de estos hechos hasta llegar a establecer una comparación entre los eventos de los años veinte, con los que ocurrieron en los años sesenta a raíz de la profundización del movimiento revolucionario latinoamericano y el triunfo de la revolución cubana, y catalogar a éstos últimos como verdadera revolución por su profundidad y nivel de compromiso con el cambio de régimen social.

Encuentro y desencuentros de la Universidad con la revolución, constituye la obra de mayor importancia filosófico-política, y el punto medular en el análisis de sus criterios sobre el papel de avanzada de los estudiantes y los intelectuales en las luchas de liberación de los países de América Latina, así como para el examen de la importancia de la vinculación de los estudiantes y los intelectuales con el proletariado.

Es una obra trascendental dentro de la producción teórica de Arismendi ya que constituye una de las más radicales concepciones que sobre la universidad y los estudiantes se pueden encontrar en la literatura marxista de la época, en ella examina a la universidad, el nivel de actuación de esta institución y la naturaleza de su función como condicionantes que reflejan de un modo específico las contradicciones de la sociedad capitalista.

Sus criterios sobre el papel de avanzada de los estudiantes y los intelectuales en las luchas de liberación de los países de América Latina, expuestos aquí están sustentados en de su concepción abierta sobre el marxismo y el leninismo y su concepto acerca de la realidad uruguaya como concreto histórico.

Arismendi fue un intelectual comprometido con su pueblo y con Latinoamérica, su basta producción teórica lo ubica como tal y en ella se puede apreciar la evolución de su pensamiento en torno al peculiar papel de avanzada, que en este continente juega la intelectualidad progresista.

Bibliografía

Anuarios de la Fundación Rodney Arismendi: Juan Marinello (publicado en Justicia, el 30 de agosto de 1946), 1998, págs. 75-77.

Arismendi, Rodney. Sobre la enseñanza la literatura y el arte. Pequeña recopilación. Editora Pueblos Unidos, Montevideo, Uruguay 1989.

Vigencia del Marxismo – Leninismo. Editorial Grijalbo. México 1984.

Marx y los desafíos de la época. Ediciones La Hora. Montevideo 1985.

Para un prontuario del dólar. Ediciones de la banda Oriental y de la fundación R. Arismendi. Montevideo 1995.

Problemas de una revolución Continental. Tomos I y II. Ediciones de la Fundación R. Arismendi. 1999.

Insurgencia juvenil ¿Revuelta o revolución?».Ediciones Pueblos Unidos. Montevideo. 1970.

Lenin y Nuestro Tiempo. Editorial Progreso Moscú. 1983.

Anuarios de la Fundación Rodney Arismendi. Los intelectuales y el Partido Comunista Montevideo, Comisión Nacional de Educación y Propaganda del PC, 1948. 1999. Págs. 47-52.

Barros Lemes, A. Forjar el Viento. Libro reportaje, grabación realizada durante varias semanas a Rodney Arismendi. Editorial Monte Sexto. Montevideo. Uruguay. 1987.

Bermejo, Antonio. «Rodney Arismendi: sus concepciones sobre la intelectualidad y los intelectuales. El paradigma del intelectual orgánico», El Catoblepas, nº 5, julio 2002, pág. 5.

Notas

{1} Antonio Bermejo Santos, «Rodney Arismendi: sus concepciones sobre la intelectualidad y los intelectuales. El paradigma del intelectual orgánico», El Catoblepas, nº 5, julio 2002, pág. 5.
Disponible en http://nodulo.org/ec/2002/n005p05.htm

{2} Niko Schvarz, La vigencia creadora del marxismo en el pensamiento y la acción de Rodney Arismendi, Ponencia presentada al I Encuentro Internacional «Vigencia y actualización del marxismo en el pensamiento de Rodney Arismendi» (2001).

{3} Rodney Arismendi, «Los intelectuales y el Partido Comunista», en Anuarios de la Fundación Rodney Arismendi, 1999, pág. 47.

{4} Idem.

{5} Rodney Arismendi, Sobre la enseñanza, la literatura y el arte, Obra citada, pág. 31.

{6} Ibídem, pág. 34.

{7} Rodney Arismendi, Los intelectuales y el partido comunista. Obra citada, pág. 49.

{8} Rodney Arismendi, Sobre la enseñanza, la literatura y el arte, pág. 113.

{9} Ibídem, pág. 98.

{10} Ibídem, pág. 85.

{11} Idem.

{12} Ibídem, pág. 86.

{13} Ibídem, pág. 87.

{14} Discurso pronunciado por Arismendi en la VIII Asamblea Nacional del Partido Socialista Popular de Cuba, Agosto de 1960, publicado en el nº 17 de la revista Estudios.

{15} Ver en Anuarios de la Fundación Rodney Arismendi, 1988, pág. 75.

{16} Idem.

{17} Rodney Arismendi, Sobre la enseñanza, la literatura y el arte, pág. 260.

{18} Auspiciada por el VII Congreso de la Unión de la Juventud Comunista, efectuada los días 5 y 6 de diciembre de 1969.

{19} Rodney Arismendi, Los intelectuales y el partido comunista. Obra citada, pág. 48.

{20} Rodney Arismendi, Sobre la enseñanza la literatura y el arte. Obra citada, pág. 273.

{21} Rodney Arismendi, Vigencia del marxismo-leninismo. Obra citada, pág. 66.

{22} Rodney Arismendi, Marx y los desafíos de la época y cinco trabajos más. Obra citada, pág. 53.

{23} Rodney Arismendi, Sobre la enseñanza la literatura y el arte. Obra citada, pág. 103.

{24} Ibídem, pág. 131.

{25} Ver Rodney Arismendi, Sobre la enseñanza la literatura y el arte, obra citada, pág. 103.

 

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