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El Catoblepas, número 57, noviembre 2006
  El Catoblepasnúmero 57 • noviembre 2006 • página 19
Libros

Hazaña lingüística de Perednik

Rodolfo Modern

Sobre El silencio de Darwin de Gustavo Daniel Perednik,
Ediciones Simurg, Buenos Aires 2006, 315 páginas

Gustavo Daniel Perednik, El silencio de Darwin, Ediciones Simurg, Buenos Aires 2006, 315 páginas Gustavo Perednik no escribe detrás de un telón en el que no hay nada. A su reciente novela El silencio de Darwin la han precedido otras tres (En lo de los Santander, Ajitófel y Lémej) todas distinguidas con premios diversos. En su prosa se compendian rasgos muy diversos dentro de una textura sutil y que a veces alcanza tonos mágicos, que fácilmente se desprenden de una elegante claridad y de una ironía flotante que enriquece el mensaje.

Ya en 1980 Ángel Lapidot señalaba del autor «un idioma fluido que revela talento para la narrativa, observación sagaz y suspenso…» características que en El silencio de Darwin llegan a niveles no comunes.

Así como un chef talentoso y capaz mezcla ingredientes diversos y los sazona con especias sabrosas para obtener un buen manjar, Gustavo Daniel Perednik hace lo propio para componer sus novelas históricas. En el caso de Lémej (publicada en Tel Aviv en 1992) el fondo de la olla es la Viena imperial de los Habsburgo, los valses y el predominio intelectual y espiritual de un grupo de judíos asimilados que estampan su imprenta, desde 1870 aproximadamente hasta el Anschluss de 1938, aunque la acción se remonte supuestamente a un origen milenario.

En El silencio de Darwin el fondo es el viaje del naturalista a Tierra del Fuego en 1831, y da cuenta de sus supuestas motivaciones ocultas. En una especie de etnografía comparada, su personaje Augusto Lasserre revelará que «el objetivo era transformar al hombre americano, que es natural y terreno, en un europeo, que es artificioso y tenso» (página 176). Las diversas explicaciones son si se quiere, observaciones esporádicas dentro de un contexto muchísimo más amplio y complejo, que abarca prácticamente dos siglos: desde fines del siglo XVIII hasta la guerra de las Malvinas. Y como es habitual en Perednik, en el argumento asoman raíces milenarias. La erudición del autor, en su intento de dar unidad a tantos cabos sueltos, es decididamente admirable.

Uno de los rasgos asombrosos en el texto es la fuerza de la imaginación capaz de entretejer, con un interés que jamás decae y que se ramifica de un modo prodigioso, las diversas tramas ocupadas por tiempos y espacios diferentes, y que culminan en una especie de chorro lírico-metafísico para desembocar en la enunciación de un misterio no dilucidado.

Los ingredientes están representados, como en Lémej, por científicos, indígenas, músicos, profesores, delirantes, filósofos, etcétera. Con sugerentes coincidencias, nuestro autor señala los destinos de tres personas jóvenes que, novelescamente hablando, hubieran podido torcer el rumbo de la historia. En El silencio de Darwin intervienen asimismo personajes de toda laya que aportan su grano de sal a las complejas situaciones. Uno de ellos es Evariste Galois, un matemático genial, muerto a los veinte años de edad, republicano, rebelde y subversivo, al que las autoridades francesas terminan por ejecutar.

Un segundo joven, rodeado por un aura de misterio, posiblemente descendiente de un príncipe de Baden, es Kaspar Hauser, sobre cuya personalidad han indagado historiadores, novelistas y poetas. Sus orígenes oscuros, su infancia desprovista del don del lenguaje, los años finales protegido por los Feuerbach, y cuyo diario es presa de las llamas, lo muestran como a un ser excepcional y malogrado prematuramente a causa de un asesinato del que no se conocen autores ni propósitos definidos, pero cuya existencia significaba un peligro para ciertas personas.

El tercero, el más importante desde la perspectiva hispanoamericana, es Jimmy Button. Este joven yámana es arrebatado de su tierra natal, las islas de Tierra del Fuego, por el capitán Fitzroy, el aristócrata inglés comandante del navío Beagle, quien se suicida a una edad avanzada en circunstancias que no han podido explicarse cabalmente. A bordo de la embarcación viaja el joven naturalista Charles Darwin. El tema es apasionante y ha sido abordado con otros enfoques por excelentes novelistas.

En Perednik las distintas tramas se complican con el enfrentamiento ocurrido en la guerra de las Malvinas en 1982. Las hipótesis se disparan en todas direcciones, y la imaginación de Perednik alcanza alturas inverosímiles. Para exponerlas, introduce a dos figuras contemporáneas. Una, Patrick Orpen Dudgeon, una de las claves de la novela, un enamorado de la literatura inglesa que jugó un descollante papel en su difusión en Argentina. La otra es el propio Gustavo, en el papel del alumno dubitativo, pero respetuoso del saber de su maestro.

Todos los personajes de la novela existieron, desde los bíblicos hasta los actuales. Suman ciento sesenta y seis (los conté), una ponderable hazaña.

No faltan, en ese conglomerado de ingleses, franceses, alemanes y argentinos, aquellos que se eliminan por causas que ignoramos, y que añaden una capa de misterio a la multifacética intriga. Otros, como el ex obispo de Antún, Monsieur de Talleyrand, diplomático e intrigante de alto nivel, pertenecen a la trama principal de esta sorprendente novela, cuyo lenguaje fluido, cuidado y literario –en el mejor sentido del término– es uno de sus mayores atractivos.

El último capítulo, en un cambio de tono, hace una interpretación muy atractiva de la ópera Oberón de Carl Maria von Weber. Aunque no hay una tesis que predomine en exceso, uno de los conflictos básicos es el choque, transformado en dilema insoluble, que vive Jimmy Button, el héroe esencial de la novela. Su existencia va desde el exilio forzado, educado en los patrones de la cultura inglesa del siglo XIX durante su estancia en Inglaterra, donde hasta es recibido por el rey Guillermo IV, hasta que su retorno a su tierra natal, a su raíz que ya no puede ser totalmente salvaje. Un vivo contraste entre el mundo instintivo de la naturaleza y el compuesto que conforma una civilización.

La novela sale del horizonte común, es una hazaña lingüística e histórica singular, y creemos que perdurará en nuestras letras por su relieve y capacidad de fabulación.

 

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