Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 57 • noviembre 2006 • página 7
Sobre las distintas formas de conversión al islamismo del progresismo y la izquierda en España, y de cómo ambos movimientos, en tácita alianza, pretenden acabar con la Nación y sus libertades
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Tras los atentados terroristas del 11-S, de los que acaba de cumplirse el quinto aniversario, quedó puesto de manifiesto de la manera más cruda y vesánica, un fenómeno que venía creciendo y compactándose desde décadas pasadas en la mayor parte de las sociedades occidentales desarrolladas, a saber: la convergencia efectiva, de palabra y hecho, en pláticas y prácticas, del decadente socialismo y del pujante integrismo islamista. A veces, tales confluencias activistas han desembocado en determinadas clases de alianzas, simbiosis y conversiones. O acaso con éstas empezaron.
El post-socialismo, deprimido y noqueado tras la caída del Muro de Berlín en 1989, y el islamismo reconquistador, revitalizado en gran medida tras la ascensión del ayatolá Jomeini en Irán, han acabado con el tiempo por encontrarse y formar pareja de hecho. Ciertamente, la política, el odio y el resentimiento hacen muy extraños compañeros de trama.
Los movimientos internacionales socialista y comunista, republicanos hasta la muerte (nunca de la propia: no les va la acción kamikaze), ya celebraron el declive de la monarquía del Shah de Persia y su sustitución por la «revolución islamista» de forma alborozada, percibiendo en estos acontecimientos una oportunidad viable de golpear con dureza a sus principales enemigos: América, Israel y las sociedades libres en su conjunto. Los países islámicos habían aprendido, por su parte, a sacar provecho durante décadas de los pactos y alianzas con Moscú en su larga yihad contra Occidente. Estos hechos supusieron tan sólo un primer acto en la larga marcha de este singular matrimonio de conveniencia. Se llegaría mucho más lejos todavía.
En septiembre del año 2001, el socialismo realmente inexistente en la escena internacional del momento, no estaba en condiciones de contraatacar, ni siquiera de resucitar o de recuperar las posiciones perdidas. Los programas revolucionarios de izquierda se hallaban en franca retirada; sus líderes e ideólogos, humillados, buscaban mil excusas para justificar lo injustificable. Los comparsas y los habituales compañeros del viaje que le hacían de corte y correa ideológica debieron buscar, en consecuencia, otros horizontes más prósperos, menos contaminados y gastados, por lo común un puesto de funcionario y una plaza en propiedad; en suma, sencillamente, cómodamente, consolidarse en la poltrona, cerca del poder, y esperar.
Todo esto no impidió, que el horror y la miseria resultantes de la utopía social-comunista, impuesta durante tantas décadas en el Este de Europa, quedasen, definitivamente, desvelados, llegando a su fin en muy poco tiempo por efecto de la acción resuelta de las sociedades afectadas mediante la destitución de las nomenclaturas socialistas y la instauración de regímenes liberal-democráticos. Tal era el ansia de libertad que en tales poblaciones se había mantenido viva. Las ayudas prestadas y la mediación llevada a cabo por líderes como Ronald Reagan, Margaret Thatcher y el papa Karol Wojtila para el éxito de la liberación fueron nada más (¡y nada menos!) que eso: asistencia y cooperación del mundo civilizado en favor de la liberación y democratización de las sociedades sometidas por el socialismo.
Ganada felizmente para la libertad la Guerra Fría, quedaba cerrado en positivo el post-nazismo que la Conferencia de Yalta dejó solucionada sólo a medias, pues para bastantes naciones europeas, la derrota del Eje significó poco más que la sustitución de un tipo de totalitarismo por otro; a decidir, en dura competencia, si bien no rivalidad, cuál de ellos resultó ser más cruel y liberticida, el nazismo o el comunismo.
Con todo, el islamismo de la media luna creciente y sedicente, sí estaba en el año 2001 bien preparado y mejor dispuesto para el combate, para el ataque, para la lucha final. Y actuó con decisión, precisión y vesania atacando el corazón de los Estados Unidos. El «progresismo» no tardó mucho en comprender las inmensas posibilidades de resurrección (aunque no de regeneración) que se le abría al ver arder y derrumbarse las Torres Gemelas de Nueva York y al quedar rasgada la piel del Pentágono en Washington. El socialismo en busca de su restitución (nunca hasta ahora reformado), la izquierda vencida por las sociedades libres varios años atrás, ni acepta el «fin de la historia» ni se resigna a su severo dictamen. Y mucho menos a su propia liquidación por derribo. De las cenizas del enemigo renacerá el nuevo socialismo emancipador.
Presentándose con denominación ocultadora de su origen y cercana derrota, el autodenominado «progresismo» post-socialista entiende que a través de la brecha practicada por el islamismo en el corazón del Imperio era posible, y hasta fácil, colarse a fin de hurgar en la herida, de bailar con lobos la danza del fuego y planificar el retorno, el resurgimiento.
Mientras tanto, los cuarteles de invierno de los restos del socialismo ya no estaban domiciliados en las Casas del Pueblo ni en los sindicatos de clase. Resistían activos principalmente en despachos, universidades y medios de comunicación, allí donde, por lo visto, nadie limpia jamás el polvo ni recoge la basura. En condiciones tan poco higiénicas, son cocinados nuevos manifiestos y nuevas estrategias post-socialistas y recalentadas a fuego lento viejas doctrinas con los que mantener viva la vieja esperanza desbaratada, esto es: la utopía que no se rinde, pues, al no ser nada, nada da por perdido ni nada tiene que perder. En el momento propicio, todo este material vendría a nutrir de contenidos vitamínicos los programas electorales de los partidos de la vieja/nueva izquierda, todavía oliendo a antipolilla de armario, a alcanfor de vitrina de museos, a tiza de aula de colegio de humanidades, a formol de facultad de ciencias naturales.
En barbecho, entre manuscritos, tubos, matraces, agitadores y demás utensilios de ensayo y laboratorio, como milicia o regimiento de maniobras, allí se ensaya, experimenta y hacen prácticas durante años de multiculturalismo y relativismo cultural (cultural studies); posmodernismo y emancipación de minorías sexuales, étnicas y raciales; ecologismo y vegetarianismo; comunitarismo y republicanismo; terrorismo y movimientos de liberación nacional; guerrilla e indigenismo; antiimperialismo y anticolonialismo; dominación de las multinacionales y comercio justo; renta básica y redistribución de la riqueza; antiglobalización y anticapitalismo…
La democracia liberal; el American way of life; el sionismo e Israel; la libre empresa y el libre comercio; el neoliberalismo y el pensamiento burgués; el bienestar y el crecimiento económico, por el contrario, sencillamente han sido suspendidos y apartados de los programas académicos oficiales y de los sumarios de las publicaciones, hasta el punto de no encontrar el más pequeño espacio, foro o tribuna en los cuarteles generales del incipiente, ya próximamente triunfante, pensamiento único.
La alianza, si no de civilizaciones, sí de «culturas», «sensibilidades» y «procesos», estaba en marcha, y muchos no sólo no se daban cuenta del trance, sino que además subvencionaban tontamente semejante precipitado de extremos y extremismos. Nada más extraño, entonces, que, de manera tácita o explícita, el «progresismo islamista» –o «islamismo progresista», tanto monta– saliese a la superficie para dar el golpe. ¡Por allí resopla! Cuando algunos se han dado cuenta, casi casi, ya es demasiado tarde.
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Un fenómeno que muestra a las claras, de manera casi obscena, esta mixtura de los dos perfiles de un mismo rostro (aunque pretenda ocultarse tras un velo musulmán o la burda corrección política) es el de los conversos al Islam en Occidente. El libro La España convertida al Islam,{1} recientemente publicado entre nosotros, afronta directamente y sin antifaces el caso del que hablamos en el antiguo al-Andalus, revelando abiertamente las raíces y los antecedentes ideológicos de los que se nutren esta facción de los hastiados de Occidente. La autora del trabajo, Rosa María Rodríguez Magda, desarrolla en apretadas páginas un relato documentado y razonado, entre periodístico y ensayístico, de los hechos, en el que no son ocultados nombres (musulmanes) ni apellidos (españoles), siglas ni lemas vindicativos, lo cual permite reconocer y destapar a este activo grupo de hombres –¡y de mujeres!– cansados de España y del mundo occidental, convertidos a la fe y a la letra del Corán.
No islamizados porque sí, los conversos en España, como buenos practicantes de la fe de Alá, reivindican para el Islam, con alegría, orgullo y suma tranquilidad, a tumba abierta, el legado de al-Andalus; justifican sin decoro (ni culpa) los constantes atentados en las sociedades occidentales; y, en todo momento, no ocultan sus intenciones de socavar desde dentro (además, con dinero público) las bases de la nación y nuestro modo de vida. Toda esta maquinación es ejecutada, no obstante y por lo general, de manera dulce y piadosa, a cara descubierta, impunemente.
He aquí, advierte Rodríguez Magda en el libro, uno de los rasgos más inquietantes de esta reconquista de España pero al revés: de ella suele asomar apenas la punta del iceberg, su cara amable, publicitada habitualmente con la equívoca etiqueta de «islamismo moderado». Los valores que esgrimen los nuevos fieles apelan a la tolerancia, la pluralidad y el encuentro cultural, aunque, en realidad, los utilicen como armas arrojadizas contra la sociedad abierta; esto es, como «caballos de Troya acogidos por los tontos útiles en el parque temático del multiculturalismo», según palabras de la autora.
Muchos tontos útiles, efectivamente, los acogen, mas la decisiva colaboración proviene del espectro ideológico (y sus aparatos de poder) al que pertenecen en su mayoría –«El posicionamiento político de los conversos se sitúa generalmente en la izquierda»– y de todos aquellos que comparten el mismo objetivo: desmembrar España, sea para transmutarla en un nuevo reino de Taifas, una «nación de naciones» o en la III República Ibérica. En su presunta moderación, alguno de estos conversos sigue con fervor las enseñanzas del tal Aldelkader, mientras alguna que otra conversa asesora y asiste judicialmente, sin soltarse el pelo, a sujetos implicados en el 11-M (episodio de coincidencias oscuras y veladas donde los haya) y aun en el 11-S. Todo ello en nombre del «islam progresista», entre otros pretextos.
El Prólogo del libro, firmado por Jon Juaristi, rememora a la sazón un revelador episodio del «islam vasco», muy sintomático, en efecto, de cómo en España, de norte a sur, entre montañas remotas y desiertos lejanos, siniestras alianzas y convergencias existen, maniobran y están dispuestas a todo al objeto de liquidar las sociedades liberal-democráticas. Libro, pues, éste necesario, muy útil y oportuno. Dramáticamente revelador, en fin.
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{1} Rosa María Rodríguez Magda, La España convertida al Islam, prólogo de Jon Juaristi, Áltera, Madrid 2006.