Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 56 • octubre 2006 • página 7
En la segunda, y última parte, del presente ensayo sobre el tratamiento cinematográfico de la tragedia, comentamos en particular dos producciones de distinto signo a propósito del 11-S: Flight 93 (United 93, 2006) de Paul Greengrass y Tierra de abundancia (Land of plenty, 2004) de Win Wenders
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Recrear la tragedia y recrearse en la tragedia
Cierto. Era cuestión de tiempo que diera comienzo la producción de películas con el argumento explícito de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Tras el pistoletazo de salida, la gran parada del espectáculo del horror va a ser ya, me temo, imparable, además de inquietante (que nadie diga «imprevisible», si conoce el sector y tiene un poco de vergüenza). Por lo tanto, es necesario prepararse para lo que se nos echa encima. Lléguese uno a una librería española, o europea, y arrímese a la sección de política internacional o allí donde se expongan los libros que tratan sobre el 11-S (en algunas librerías sospechosas: sección ciencia-ficción). Práctica unanimidad en los títulos y tratamientos: Bush es un criminal y América, el Imperio culpable de todos los males del mundo; culpables ambos de lo ocurrido aquella jornada. Lo que ya se ha registrado (y todavía sucede) en la industria editorial, es más que probable que salga de los progresistas estudios de cine norteamericano de nuestros días (y Dios nos libre de que alguna productora europea o egipcia o libanesa sienta la tentación de poner en marcha una producción sobre este argumento). No hay, pues, exageración en la sospecha.
Ya ha pasado por las pantallas algún discreto telefilme, como The Flight That Fought Back, que aborda el asunto. La cadena de televisión NBC anunció asimismo hace meses la cancelación del proyecto de una miniserie, idea que, finalmente, ha tomado en sus manos la empresa rival ABC produciendo The Path to 9/11 (El camino hacia el 11-S), serial de seis horas de duración que cuenta en el reparto con Harvey Keitel y Patricia Heaton, entre actores y actrices, cuyo lanzamiento ha coincidido con el quinto aniversario de la tragedia y parece que apuesta por la acusación a la Administración de Bush de imprevisión política…
La gran producción cinematográfica sobre el tema es, de momento, World Trade Center, del realizador Oliver Stone, con el actor Nicholas Cage al frente del reparto. El preestreno tuvo lugar en la ciudad de Nueva York el 4 de agosto de 2006 (un mes después de la fiesta nacional del 4 de julio) y fue estrenada en Hollywood el día 9 del mismo mes. Argumento: el rescate de dos policías atrapados en las Torres Gemelas el día de la vesania, sus vivencias personales y la de sus familias. Ya veremos.
Para el admirador de la Revolución de Fidel Castro y autor de la hagiografía filmada del dictador cubano, Comandante (sólo un Stone, además del actual ministro de Asuntos exteriores español, Miguel Ángel Moratinos, y algún que otro personaje más de la farándula, del cine o la política, puede emplear en estos términos para referirse al tirano), entre otras hazañas, no hay asunto que le queme las manos. Declaraciones del realizador de JFK en la promoción del filme: «No hay ningún daño en mirar a esa fecha [11-S] y buscar los demonios que nos han llevado hasta aquí». ¿Demonios, dice? ¿Demonios exteriores o interiores? Hummm...
Por otra parte, y por simple decoro, dejaré a un lado en este puntual listado a Michael Moore y su producto Fahrenheit 9/11, aunque sí me referiré más adelante al «ensayo en imágenes» de Win Wenders, Tierra de abundancia (Land of plenty, 2004), una peliculita que cabría archivar como versión un poco más refinada –o, mejor, más cursi– del discurso progresista antijudío y antiamericano en boga hoy en el gremio cinematográfico sin fronteras. La distancia entre los brochazos de Moore y las puntadas de Wenders (tanto montaje, montaje tanto: même combat) no significan, después de todo, más que la diferencia que podría existir entre un rodaje realizado en España sobre el 11-S a cargo de Santiago Segura o de Javier Bardem o, por ejemplo, bajo la dirección y producción de Pedro Almodóvar o de Fernando Trueba. Es un decir.
Pero hablemos en serio. Atendamos para ello, y en primer lugar, al filme United 93 de Paul Greengrass, y dejemos para después la lata (cinta o rollo cinematográfico) de Wenders.
United 93 no deja de ser una obra modesta, creada para la televisión, con los condicionamientos y las limitaciones de producción y de orden estético que ello supone. Afirmar, sin embargo, y a continuación, que se trata de un trabajo honesto, fiel y leal, ya es decir bastante en este mar embravecido de cineastas à la mode que levantan tempestades y convierten lo más próspero en objeto cautivo. Correctamente realizada, eligiendo con buen criterio actores poco conocidos y ciñéndose lo más posible a los hechos, United 93 no engaña, pues, a nadie, ni aspira a ser algo más que lo que es: una recreación, una reconstrucción, de aquella jornada trágica narrada desde la posición del «cuarto» avión y sus ocupantes, instrumentalizados todos como objeto sacrificial, junto a los otros tres elegidos, a fin de emular el Apocalipsis de ahora. Tratándose, entonces, de un sincero homenaje a las víctimas de la matanza, es mucho.
El flight 93 de United Airlines, procedente de Boston y con destino a San Francisco, se estrelló en una pradera al este de Pittsburg, en Somerset County, Pennsylvania. Ninguno de los que iban en la aeronave lo pudo contar. Ahora son otros compatriotas quienes nos relatan lo que allí sucedió.
Narrada en tiempo real, mientras las torres de control de los aeropuertos del país seguían con angustia el secuestro de los aeroplanos señalados por el dedo vesánico, asistimos en el filme a la reconstrucción del asalto de los terroristas a la tripulación, al degüello de varios pasajeros como demostración de su fe, a cómo se hacen con los mandos de la nave y, desviándolo de la ruta prevista, al propósito de hacerlo llegar hasta Washington, para allí hacerlo impactar, como un ariete de fuego y acero, contra la Casa Blanca o acaso el Capitolio. Al percatarse de la situación, una parte de la tripulación y de los pasajeros se revuelven contra los asaltantes y procuran reducirles. Pero, ya es demasiado tarde.
Cámara en mano, pulso nervioso, secuencias sin grandes efectos especiales, las imágenes de la película consiguen, con todo, trasmitir el horror vivido en aquel terrible episodio, dejando flotar en el aire un mensaje limpio y nítido, explicitado al final de la cinta: con la rebelión de parte del pasaje contra los asaltantes comienza el primer acto de la guerra de América contra el terrorismo.
El director Paul Greengrass, junto al equipo de rodaje de United 93, contaron en todo momento con la ayuda de los familiares de las víctimas a la hora de llevar a cabo el proyecto, lo cual favoreció mucho la fidelidad del resultado. La película, presentada en el último Festival de Cine de Tribeca, barrio de NYC, es, en conclusión, una obra bienintencionada, ejemplarizante, digna. Documento –más que documental– realista y conmovedor, no pasará a la historia del cine como una obra maestra de perfección cinematográfica, aspiración que, según hemos indicado antes, tampoco abriga. Con todo, su visión –entiéndase lo que sigue en sentido literal por el dramatismo de las imágenes– vale la pena.
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La abundancia según Wenders
Tampoco pasará a la historia selecta del cine la película Tierra de abundancia de Win Wenders, aunque en este caso sí lo pretenda, como ocurre, por lo demás, con todo lo que sale de la cabeza de este pretencioso director. Tierra de abundancia representa, en rigor, la antítesis del filme anteriormente comentado: United 93 nace de la rabia de las víctimas (familiares y compatriotas) que han sufrido en casa propia el azote del terrorismo; Tierra de abundancia, por el contrario, mana y mama de la indignación que sienten algunos intelectuales progresistas por el hecho de que el terrorismo sea denunciado y combatido; United 93 aspira a recrear algunos episodios de la tragedia del 11-S, Tierra de abundancia busca, en cambio, recrearse en la catástrofe, y, casi casi, hacer una comedia sobre la tragedia 11-S. A Wenders, en definitiva, no le preocupa lo más mínimo el tiempo de la narración, ni el distanciamiento, ni la diferencia entre los géneros narrativos de los que hemos hablado en la primera parte del presente ensayo. Sucede que Wenders tiene prisa. Prisa en hacerse ver y de notar. Prisa en mandarlo todo a rodar.
El director alemán, ricamente instalado en Estados Unidos, su segunda y muy confortable residencia, donde privilegiadamente mueve sus negocios (América: tierra de la abundancia), reconoce sin recato que tardó sólo dos semanas en preparar el borrador del filme de marras, durante el verano del 2003, mientras hacía tiempo hasta lograr financiación con la que rodar la siguiente película proyectada, Don´t Come Knocking, con el actor y escritor Sam Shepard. El guionista acreditado de Land of plenty, Michael Meredith, remata la faena en otras cuatro semanas más. Y ¡acción!, que en este rodaje ni siquiera hace falta positivar. Filme rodado con cámara DV durante dos semanas más (en total, seis), Tierra de abundancia es película, pues, literalmente, un producto de compromiso...
Todo en esta cinta resulta ligero y precipitado, excepto el tempo del filme –lento, soporífero, fastidioso–, cualidad habitual en este realizador nacido en Dusseldorf el año 1945, aunque posteriormente americanizado, con tremenda culpabilidad (y superioridad) por su parte. He aquí el signo de Europa. Si no me equivoco, tan lejos y tan cerca del viejo continente, Wenders sigue manteniendo el puesto de Presidente de la Academia de Cine Europeo.
El título provisional del filme parece que iba a ser Angustia y enajenación en América. ¡Lástima que no prosperara, Mérimée! Aquél es título, sin duda, mucho más acertado que Tierra de abundancia. El título previsto, o sospechado, expresa su auténtica voluntad de género: cine de arte y ensayo. Algo parejo a lo que contienen los libritos de Jean Baudrillard, por citar otro caso ejemplar. Tierra de abundancia es denominación sospechosa, en rigor, ridículo y fachoso, Aunque, por lo demás, constituye un testimonio fiel de hasta dónde alcanza la fuerza de la «gracia» del director germano americanizado a su pesar.
Sea a propósito del 11-S que golpeó Nueva York, o del huracán Catrina que azotó Nueva Orleans, no falta quien aprovecha la calamidad y el dolor de América para poner en marcha la propaganda del odio, el rencor y el resentimiento. Su eslogan: América no es tierra de promisión ni de abundancia (¿capta el lector la sutil ironía de Wenders?) sino el paradigma de la pobreza y la injusticia, la depresión y la paranoia, el arquetipo de la desesperación, de la derrota.
Película de «buenos y malos», con personaje de caricatura, el argumento no puede ser más simple. Tras el 11-S, dos Américas quedan enfrentadas. La América del pistolero cibernético (cowboy new age), personificada por el «tío Paul» –o sea, el Tío Sam–, una mezcla de robocop y facineroso pirado que rastrea el país en busca de terroristas con turbante y piel oscura. Y la América encarnada por la sobrina, Lana. Esta joven, a diferencia de su tío reaccionario, antiguo y varón, es «liberal» y mujer, una chica comprometida y cristiana – cristiana «progre», como el pensamiento único manda–, compasiva y sensible, pacifista, que da de comer al hambriento y de beber al sediento, que materialmente asiste a los pobres de América (sin pobres y abundantes parias de la tierra no sabría vivir ni qué hacer) en una Misión de Los Ángeles regentada por un predicador negro muy convincente y bondadoso, aunque firme en sus ideas contra la injusticia, no importa que tenga poco público (y porque les da a cambio la sopa boba y un café).
Lana torna a América tras atender a otros pobres y parias: los palestinos de Cisjordania, y antes, los necesitados de África. He aquí, pues, simbolizado, subrayado, según Wenders, el auténtico «ejército de salvación», no el de los marines mandados por el Pentágono al mundo entero como tropa invasora.
Aunque inocentemente, ingenuamente, pro-palestina, Lana es amiga de un judío, Yael, con quien «chatea» en Internet, en un ordenador portátil Mac de lo más cool, bendita sea. Yael, como Lana, son ángeles sobre el cielo de Cisjordania, buena gente, porque simpatizan con la «causa palestina». Aunque piadosa y creyente, Lana no es, sin embargo, una monja, sino una jovencita que baila al son de la música rock sobre los tejados, cuando sus tareas filantrópicas y humanitarias se lo permiten. Lana vuelve a América para encontrar al tío (el Tío Sam, no lo olvidemos), a quien, al principio, no reconoce (de él sólo tiene una foto antigua: cuando las familias estaban unidas y eran felices; no como ahora, que con Bush tal cosa es imposible), y así enseñarle, como buena misionera, el camino: on the road.
Es tal el nivel de precisión y sutileza estilística de Wenders que, según comprobamos, para el director germano americanizado hacer una road movie consiste sencillamente en filmar dentro de un coche en marcha y… rodar y rodar. La cámara de Wenders, voluntariosa y concienzuda, registra la América «real» (¿la América profunda?) y recoge todo lo que hay: miseria, violencia, desesperación, soledad, basura, hambre, racismo, asesinatos en las calles. Es tan fino el arte y ensayo de Wenders a la hora de describir el drama humano de la comunicación que le basta con hacer hablar en la pantalla a los personajes a través de artefactos diversos (pantallas, grabadoras, ordenadores, teléfonos móviles) para decirnos cómo va el mundo.
Milagro de Wenders: el tío (el Tío Sam, esto es, el amigo americano) de la tierna muchacha y la muchacha en persona se encuentran finalmente y se entienden de inmediato. Sin perder tiempo, se ponen en marcha: salvan a un árabe, viajan en camioneta (¿adónde van?) hasta la Zona Cero, con una banderita americana fijada en el capó (ellos son verdaderos patriotas), y hablan y hablan y hablan sobre lo que está pasando en la América de hoy (hablando se entiende la gente).
Discurso final. La chica toma la palabra y esto, amigo lector, es más o menos, lo que viene a decir: yo sé bien lo que nos pasa, tío, vengo de Cisjordania, allí nos odian porque somos malos, luego no nos quejemos, porque aquí, delante nuestro, en Manhattan, ¿lo ves?, ha habido muertos, qué horror, pero también los hay en «Palestina», qué crimen, y ellos, los muertos todos, nos dicen que hay que parad la guerra, que en mi nombre, no, que ya está bien, tío.
Con una prédica misionera de este género dramático, ahí queda, flotando en el aire de Manhattan, la dulce, inocente y auténtica voz americana que ha tenido que venir (Lana torna) de los territorios de Cisjordania, de Oriente Medio, para salvar América de los americanos de GI Joe y así vencer la angustia y la enajenación en América.