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El Catoblepas, número 51, mayo 2006
  El Catoblepasnúmero 51 • mayo 2006 • página 14
Artículos

Un análisis de la Unión Europea
desde la filosofía económica

Fernando López-Laso

Comunicación presentada en los X Encuentros de Filosofía en Gijón,
7-9 de julio de 2005

En El sustento del hombre –obra en la que trabajó hasta su muerte en 1964–, el historiador de la economía Karl Polanyi propugnaba que, entre las diversas formas en que pueden clasificarse empíricamente las economías, ha de otorgarse prioridad a aquellas que no prejuzguen cuál es la posición ocupada por la economía en la sociedad, es decir, cuáles son las relaciones del proceso económico con las esferas culturales y políticas de la sociedad{1}. Y en concordancia con esta tesis, Polanyi clasificaba las economías según la forma de integración dominante en cada una de ellas{2}.

El presupuesto básico de su clasificación –obtenido como resultado de minuciosos estudios en varios campos de las ciencias sociales– es que la integración está presente en el proceso económico hasta el punto de que los movimientos de bienes y personas que superan los obstáculos del espacio, el tiempo y las diferencias ocupacionales, están institucionalizados para crear interdependencia entre tales movimientos. Así, las formas de integración son los movimientos institucionalizados a través de los cuales se vinculan las partes integrantes del proceso económico, desde los recursos materiales y el trabajo hasta el transporte, el almacenamiento y la distribución de mercancías.

Partiendo de este enfoque, Polanyi defiende que las principales formas de integración de las economías humanas son, empíricamente, la reciprocidad, la redistribución y el intercambio. E inmediatamente subraya que emplea estos términos de una manera descriptiva, tratando de mantener la mayor neutralidad axiológica posible, ya que lo importante –arguye– es que las formas de integración clasificadas sean relativamente independientes de los fines y caracteres de los gobernantes, así como de los ideales (planes y programas, diríamos nosotros) y de las morfologías culturales específicas. Sólo así es posible evitar, a su entender, que las conclusiones queden afectadas por una petición de principio. Las formas de integración se entienden, en consecuencia, como totalidades distributivas.

Polanyi asevera que podemos concebir las formas de integración como diagramas que representan las pautas de los movimientos de bienes y personas en la economía, tanto si estos movimientos consisten en cambios de localización, en cambios de apropiación, o de ambas.

Definida como forma de integración, la reciprocidad describe el movimiento de bienes y servicios (o la disposición sobre ellos) entre puntos correspondientes de un espacio simétrico; la redistribución representa un movimiento hacia un centro y después, desde ese centro hacia fuera, tanto si los objetos se trasladan físicamente como si lo que varía es la disposición sobre ellos; y el intercambio es un movimiento similar, pero entre dos puntos dispersos o fortuitos del sistema.

En un diagrama, la reciprocidad se representaría por flechas que conectasen puntos dispuestos simétricamente, siguiendo uno o más ejes; la redistribución daría lugar a un diagrama en forma de estrella, con flechas apuntando hacia el centro y otras partiendo de él; y el intercambio podría representarse con diversas flechas conectando, en ambos sentidos, puntos fortuitos. Por supuesto, tales diagramas tendrían un carácter puramente formal, puesto que no explicarían ni cómo ocurre ese movimiento en la sociedad, ni cómo, una vez que ocurre, realiza su efecto integrador, dado que para explicarlo se requieren estructuras definidas en la sociedad.

Con objeto de ganar en claridad sobre este punto, Polanyi distingue entre formas de integración, estructuras de apoyo y actitudes personales (o tendencias comportamentales). En esencia, el funcionamiento efectivo de las formas de integración depende de la presencia de estructuras institucionales definidas. Así, las formas de integración diferenciadas (reciprocidad, redistribución e intercambio) se fundan, como veremos, en estructuras sociales de apoyo características (simetría, centralización y mercado).

Algunos autores han considerado que tales estructuras son el resultado de ciertas tendencias conductuales de los individuos humanos. El ejemplo más famoso es seguramente «la propensión al trueque, permuta e intercambio» resaltada en La Riqueza de las Naciones por Adam Smith. Pero Polanyi enfatiza que es completamente falso que la simple unión de los actos y tendencias de los individuos, comportándose como átomos sociales, produzca las estructuras institucionales que sustentan las formas de integración.

Las estructuras de apoyo, su organización básica y su eficacia, nacen de la esfera social. En el caso de la redistribución, por ejemplo, el movimiento no puede continuar (carecería de la capacidad de asegurar la recurrencia) sin un centro establecido, a partir del cual se origine la redistribución. La redistribución no es en modo alguno un modelo individual de conducta, porque dependerá siempre de la existencia de un centro reconocido.

Otro tanto sucede con la reciprocidad y el intercambio. Ni la reciprocidad ni el intercambio son posibles sin la existencia previa de un modelo de estructura que no es, ni puede ser, el resultado de acciones individuales de mutualidad o trueque. La reciprocidad requiere la existencia de dos o más grupos simétricos, cuyos miembros actúen similarmente y en ambas direcciones en asuntos económicos, y puesto que tal simetría no está restringida a relaciones duales, los grupos de reciprocidad no tienen por qué ser el resultado de comportamientos bilaterales. En el intercambio, las acciones fortuitas de trueque entre individuos son incapaces de producir, por sí mismas, el componente integrador que es el precio. El factor constitutivo y organizador no surge del individuo, sino de las acciones colectivas de hombres en situaciones estructuradas. El intercambio como modelo integrador, según mostrara ya en 1944 el propio economista húngaro en su famoso libro La gran transformación,{3} depende de la presencia de un sistema de mercado, un modelo institucional que, contrariamente al supuesto común, no se origina en acciones fortuitas de intercambio.

A juicio de Polanyi, el primer autor que percibió una conexión empírica entre las actitudes personales de reciprocidad y la presencia disociable de instituciones simétricas fue Richard Thurnwald en 1916, en su estudio sobre el sistema matrimonial de los banaro en Nueva Guinea{4}. Malinowski reconoció posteriormente la importancia de las conclusiones de Thurnwald, y predijo que las situaciones recíprocas en las sociedades humanas siempre se encontrarían apoyadas en formas básicas de organización simétricas, como contribuyó a clarificar su descripción del sistema de parentesco de los trobriandeses y del comercio kula.{5} Después de Malinowski –sostiene Polanyi– se necesitaba dar un paso para generalizar la reciprocidad como una de las formas de integración, y la simetría como una de las varias estructuras de apoyo. Y esto se logró añadiendo la redistribución y el intercambio al género de las formas de integración, y la centralización y el mercado al de las estructuras de apoyo{6}.

Las formas de integración, según Polanyi, no suponen «etapas necesarias de desarrollo»{7}, debido a que varias formas subordinadas pueden darse conjuntamente con la forma dominante, que incluso puede reaparecer después de un eclipse temporal.

De este modo, las sociedades tribales practican la reciprocidad y la redistribución, mientras las sociedades arcaicas son predominantemente redistributivas, aún cuando dejan algún lugar para el intercambio. La reciprocidad es el modelo dominante en la mayoría de las comunidades tribales, y sobrevive como un rasgo importante –aunque subordinado– en los imperios arcaicos redistributivos, donde el comercio exterior estaba en gran medida organizado por principios de reciprocidad. E incluso se reintrodujo –en circunstancias excepcionales– a gran escala en el siglo XX, con la denominación de lend-lease (préstamo y arriendo), en sociedades dominadas en condiciones normales por el mercado y el intercambio.

La redistribución, dominante en las sociedades arcaicas y tribales frente al intercambio, adquirió gran importancia en la última época del Imperio Romano, y durante el siglo XX recobró en gran medida su pujanza en algunos estados modernos industriales. En cuanto al intercambio, sería un error identificar de manera rígida su predominio con la economía occidental del siglo XIX, porque en diversas ocasiones a lo largo del curso histórico los mercados han desempeñado un papel importante en la integración de la economía, aunque nunca a una escala territorial ni institucional remotamente comparable a la del siglo XIX en Occidente. En el siglo XX es obvia –acentúa Polanyi– otra modificación, con un declive de la competitividad y un retroceso de los mercados desde su cénit en el siglo XIX. Aunque, evidentemente, este diagnóstico fue formulado atendiendo a las políticas inspiradas por el New Deal y habría de matizarse tras la nueva fase de creciente interdependencia del mercado mundial, impulsada por la ideología de la globalización y el auge de los programas neoliberales, que Polanyi no llegó a conocer.

La clave desde la cual es necesario interpretar las tesis anteriores es la distinción –sin la que las aportaciones de El sustento del hombre serían ininteligibles– entre las definiciones formal y sustantiva del término económico. Según el economista húngaro, el término económico se emplea con dos significados de raíces distintas, y aun completamente independientes el uno del otro{8}.

El primer significado –tildado de formal en su terminología– surge del carácter lógico de la relación medios-fines, como cuando usamos 'economizar' (en la acepción de ahorrar) o 'económico' como sinónimo de 'barato'; de ahí procedería a su juicio la definición de la esfera económica en términos de escasez. El segundo significado señala el hecho elemental de que los seres humanos, como cualquier otro ser vivo, no pueden susbsistir sin un entorno físico que los sustente; y tal es el origen de la definición sustantiva de lo económico.

De la confusión entre ambas acepciones derivarían múltiples dificultades para las ciencias sociales. «Cuando la sociología, la antropología o la historia tratan materias relativas al sustento del hombre –asevera–, se da por sentado el significado del término económico. Pero éste se emplea vagamente, en función de las referencias, tanto para significar escasez como en sentido sustantivo, oscilando así entre dos polos distintos de significado»{9}.

Ahora bien, la acepción sustantiva del término económico ya no corresponde, en sentido estricto, a un concepto categorial, científico, sino que nos remite a la trama de las ideas filosóficas; a la filosofía económica, podría afirmarse. No es casual su origen en las interconexiones de diferentes disciplinas científicas. Y éste es el significado que se le atribuye constantemente a lo largo de El sustento del hombre. El propósito central de la obra, que se nos revela a la luz de lo anterior como un trabajo con un fuerte componente filosófico –y es irrelevante a estos efectos que su autor fuera consciente o inconsciente de ello–, es refutar la falacia económica, en la expresión cara a Polanyi, que consiste en la identificación de la economía humana con su forma de mercado:

«El significado sustantivo –afirma nuestro autor– nace de la patente dependencia del hombre respecto a la naturaleza y de sus semejantes para lograr su sustento, porque el hombre sobrevive mediante una interacción institucionalizada entre él mismo y su ambiente natural. Ese proceso es la economía, que le proporciona los medios para satisfacer sus necesidades materiales (...) Es irrelevante que los objetos útiles sirvan para evitar el hambre o para satisfacer propósitos educativos, militares o religiosos. En tanto que las necesidades dependan para su satisfacción de objetos materiales, la referencia siempre es la economía. Económico aquí denota simplemente 'algo que se refiere al proceso de satisfacer las necesidades materiales'.»{10}

Aquello que se discute en el trabajo de Polanyi es, en suma, la idea de hombre, y sus interrelaciones con una amplia trama de ideas filosóficas: naturaleza, necesidad, institución, cultura, &c. De ningún modo se mantiene en los límites del cierre categorial económico. Y así lo expone con toda claridad en determinados pasajes de su libro, como el siguiente:

«Cuál es la increíble solidez de los dos significados se puede deducir a partir del irónico destino de la más controvertida figura mitológica moderna: el hombre económico. Los postulados que dieron lugar a esta creación del saber científico se rebatieron en casi todos los terrenos (...), aunque nunca se dudó seriamente del adjetivo económico. Los argumentos chocaban en el concepto hombre, no en el término económico (...). Más bien se dio por hecho que el hombre económico, esa auténtica representación del racionalismo del siglo XIX, moraba en un discurso donde la existencia bruta y el principio de maximización se compenetraban místicamente. Nuestro héroe era a la vez defendido y atacado como un símbolo de la unidad ideal-material que, bajo esas razones, se ensalzaba o se desacreditaba según fuera el caso. En ningún momento el debate secular pasó siquiera a considerar a cuál de los dos significados de lo económico, el formal o el sustantivo, representaba el hombre económico»{11}.

Por supuesto, no es éste el lugar para examinar en qué medida la competencia filosófica de Polanyi le permite alcanzar plenamente sus objetivos. Desde esta perspectiva, es bastante obvio que –con independencia de su impresionante erudición– no disponía de los conocimientos necesarios para ello, y que incurre en una considerable cantidad de equívocos y hasta errores de gran calibre, como es frecuente cuando los científicos intentan adentrarse, casi siempre de manera inconsciente, en el campo de la filosofía. Los términos empleados son a menudo imprecisos o ambiguos, y dejan traslucir ciertos presupuestos mentalistas y metafísicos. En cuanto historiador de la economía, recoge múltiples aportaciones de un amplio y heterogéneo elenco de ciencias humanas de suerte que, siguiendo las exigencias categoriales de su disciplina, la desborda en el despliegue de su progressus (se requeriría un estudio pormenorizado para determinar en qué medida tal desbordamiento presenta la figura dialéctica de la metábasis, o bien la de la catábasis), hasta enunciar las ideas de las totalidades distributivas que son las formas de integración y las estructuras de apoyo institucionales.

Nuestro propósito es aquí diferente, y consiste en intentar esclarecer si sus conclusiones a propósito de las formas de integración de la economía en las sociedades humanas, y sobre las estructuras de apoyo que las sustentan, son útiles para analizar ciertas características de la organización económico-política sin precedentes que es la Unión Europea. La hipótesis que mantendré es que las ideas formuladas por Polanyi, sin perjuicio de su relativa imprecisión terminológica, contienen un núcleo teórico fecundo para nuestro análisis.

Evidentemente, por lo que se refiere a la Unión Europea –y en general a las sociedades industrializadas del presente– las formas de integración implicadas son, salvo excepciones marginales, la redistribución y el intercambio, y en consecuencia, sus estructuras de apoyo la centralización y el mercado.

Si seguimos la descripción de Polanyi, la redistribución se conseguiría dentro de un grupo social humano en la medida en que la asignación de bienes (incluyendo la tierra y los recursos naturales), se recojan en un fondo centralizado y se distribuyan mediante la costumbre, la ley o una decisión central apropiada. A veces el sistema equivale simplemente a almacenamiento-redistribución, mientras otras la 'colecta' es sólo disposicional, es decir, se da un cambio en los derechos de apropiación sin alterar la localización física de los bienes. La redistribución se origina por variadas razones y se da en sociedades de muy diferentes niveles civilizatorios: en sociedades tribales primitivas de cazadores; en los vastos sistemas de almacenamiento de los antiguos Egipto, Sumeria, Babilonia, Perú, &c.; y en los modernos estados-nación a través del sistema tributario. La redistribución del poder adquisitivo puede asignarse según los fines perseguidos por los ideales (planes y programas) sociales, pero el principio de integración es siempre el mismo: recoger y redistribuir a partir de un centro. En la Unión Europea, como es bien conocido, el reparto de los fondos de cohesión y las diferencias en las contribuciones netas de los estados miembros serían, a grandes rasgos, los principales procedimientos redistributivos.

Es muy importante resaltar aquí la insistencia de Polanyi en que la redistribución –sea física o puramente disposicional– no puede darse a menos que existan canales mediante los cuales se pueda realizar el movimiento hacia el centro y el subsiguiente movimiento hacia el exterior. Por consiguiente, es imprescindible un cierto grado de centralización estable, un mínimo de organización centralizada, tanto política como económicamente, para garantizar la eutaxia del sistema social. Y precisamente en la inestabilidad de los procedimientos redistribitivos radicaría, a nuestro juicio, uno de los problemas cruciales de la Unión Europea como organización económico-política y como proyecto, esto es, una de sus mayores debilidades y peligros potenciales.

La cuestión se clarifica si atendemos a la caracterización del intercambio en El sustento del hombre. El intercambio es un movimiento bidireccional de bienes entre personas (o también, grupos humanos e instituciones) para que ambas partes obtengan el máximo beneficio. De ahí que el trueque sea la forma de conducta característica entre los sujetos del intercambio, es decir, que el regateo (en román paladino) sea su esencia misma, puesto que es la forma más apropiada para que ambas partes obtengan el máximo beneficio en el trato: «El regateo no es en este caso –observa Polanyi– el resultado de la debilidad humana, sino un modelo de conducta exigido por el mecanismo del mercado»{12}. Normalmente ni siquiera se reconoce que los actos ocasionales de intercambio no crean precios, salvo que exista una institución de mercado que haga efectivos los intentos de transacción. En este aspecto, el intercambio es muy similar a la reciprocidad y a la redistribución. Se requiere la presencia de una estructura institucional, planificada políticamente.

La fragilidad, precariedad o inestabilidad de las instituciones económico-políticas de la Unión Europea se pone periódicamente de manifiesto en la lógica del regateo que rige la asignación de los fondos redistributivos, de modo que se difuminan hasta volverse indiscernibles los procedimientos de redistribución y los de intercambio mercantil. O, expresado con mayor contundencia, no existen en la Unión Europea verdaderas instituciones redistributivas que ejerzan funciones de contrapeso respecto a la depredación mercantil, o al menos no están dotadas de la suficiente estabilidad para garantizar la eutaxia de la Unión como estructura económico-política. Las débiles instituciones redistributivas son sólo otro escenario de la biocenosis entre los estados-nación europeos diagnosticada por Gustavo Bueno en España frente a Europa.{13}

En realidad El sustento del hombre, con todas sus importantes contribuciones teóricas, se limita a pergeñar o esbozar –como su mismo autor reconoce– algunas hipótesis que habrán de investigar estudiosos posteriores. Y en concreto, respecto a las estructuras de apoyo institucionales que sustentan las formas de integración, nada se dice a propósito de los modos en que puedan influir los vínculos culturales consolidados a lo largo de siglos por los grandes imperios modernos, como el Imperio Español o el Imperio Británico. La Unión Europea ha sido, desde su fundación, un proyecto esencialmente franco-alemán, que aspira a constituir una gran potencia frente a otras (EEUU, China, Rusia, &c.). ¿Habríamos de atribuir entonces a la casualidad que las mayores resistencias a alcanzar cotas más altas de unidad económica y política en el seno de la organización hayan surgido de Gran Bretaña, o pudieran surgir también en lo sucesivo de España –especialmente tras la ampliación a 25 estados miembros–, en la medida en que sus gobernantes estuviesen dotados de la suficiente prudencia política?

Notas

{1} Karl Polanyi, The Livelihood of Man, Academic Press, Nueva York 1977; traducido al español como El sustento del hombre, Mondadori, Barcelona 1994.

{2} Me centraré sobre todo en la primera parte de la obra, «El lugar de la economía en la sociedad», capítulo 3: «Formas de integración y estructuras de apoyo», págs. 109-118 de la edición española.

{3} Origins of our Time: The Great Transformation, Rinehart, Nueva York y Londres 1944 (versión española: La gran transformación, La Piqueta, Madrid 1989).

{4} Richard Thurnwald, «Banaro Society: Social Organization and Kinship System of a Tribe in the Interior of New Guinea», en Memoirs of the American Anthropological Association, vol. 3, núm. 4, 1916.

{5} Bronislaw Malinowski, Argonauts of the Western Pacific: An Account of Native Enterprise and Adventure in the Archipielagos of Melanesian New Guinea, E.P. Dutton, Nueva York 1961 (ed. original, 1922). Traducción española: Los argonautas del Pacífico Occidental, Península, Barcelona 2001.

{6} Segunda parte de El sustento del hombre, «Origen de las transacciones económicas: de la sociedad tribal a la arcaica», cap. 4, III: «La contribución de la antropología», ed. cit., págs. 123-131.

{7} Ed. cit., pág. 116.

{8} Op. cit., cap. 2: «El doble significado del término económico», págs. 91-107.

{9} Ed. cit., pág. 91.

{10} Ibíd., pág. 92.

{11} Ibíd., pág. 93.

{12} Ed. cit., pág. 116.

{13} Gustavo Bueno, España frente a Europa, Alba, Barcelona 1999.

 

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