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El Catoblepas, número 50, abril 2006
  El Catoblepasnúmero 50 • abril 2006 • página 8
La soledad sonora

Ramón Llull

José Ramón San Miguel Hevia

La computadora mística

I. La primera informática

Los avances de la informática antes de empezar el tercer milenio son ciertamente impresionantes. Las computadoras se atreven a desafiar nada menos que al campeón del mundo en un juego tan complejo como es el ajedrez, y a vencerle en más de una partida. Lo que hace unos años parecía producto de una imaginación des equilibrada, es ahora una realidad, que anuncia seguramente futuras hazañas de la inteligencia artificial.

Todo esto es verdad, pero hay algo más difícil todavía. Porque pensar que un teólogo solitario sea capaz de construir una computadora capaz de probar mecánicamente las verdades filosóficas, y todavía más, los misterios teologales del ser de Dios, la creación, la Santísima Trinidad y la Encarnación, y en los años lejanos y oscuros de la Edad Media supera todo entendimiento. Y eso, ni más ni menos es lo que hizo, o pretendió hacer Ramón Llull.

Si nos paramos a pensar, pronto caemos cuenta de la sorprendente semejanza entre aquella primera informática y esta última del siglo XX. Pues ahora, lo mismo los buscadores que los impresores de colecciones de las distintas literaturas o los juegos de ajedrez parten todos de una base de datos, que puede estar compuesta de textos que tienen unas pocas palabras, de libros enteros, impresos acaso hace mucho tiempo, o de las jugadas de los más grandes maestros.

Lo mismo sucede con Ramón Llull. Sólo que su base de datos está formada por los textos de los Padres de la Iglesia, en particular San Agustín, de los filósofos y teólogos escolásticos, sobre todo los franciscanos y posiblemente San Anselmo, así como la lógica de Algazel, la cábala judía y por modo de negación la doctrina averroísta, que someterá a crítica: en una palabra, todo el saber de la Edad Media.

En cuanto a los sistemas operativos, están sujetos a una continua revisión, que dejan obsoletos en pocos años a los antiguos. Entre la primera Ars generalis de base cuatro y dieciséis cámaras y la segunda edición ternaria de nueve cámaras, hay por lo menos tanta diferencia como entre el sistema MS-Dos y las distintas variantes del Windows. Además Ramón –y en esto lleva ventaja a Bill Gates– consigue cerca del final de su vida, simplificar radicalmente su cálculo en el Ars Brevis, haciéndolo hasta cierto punto accesible a los profanos.

En fin, frente a la innumerable pléyade de expertos en informática, que consiguen con su entusiasmo imponer este nuevo lenguaje universal, Ramón Llull es un solitario, que hace una propaganda continua de su Arte a través de sus otros escritos, y da origen a una escuela y una doctrina –el lulismo– que ejercerá sobre el pensamiento europeo y algunos de sus filósofos más ilustres una irresistible seducción.

II. El contexto

La primera parte de la vida de Ramón Llull se desarrolla en Mallorca, tomada a los árabes en 1229 por Jaime I. La población y el ambiente cultural y espiritual de la isla y de todo el Mar Mediterráneo era entonces profundamente distinta a como es en la actualidad. Además de la aristocracia de los cristianos conquistadores, una quinta parte de sus habitantes según los historiadores más tacaños, y hasta un cincuenta por ciento según los más generosos, son árabes, sujetos primero a la esclavitud y después dedicados a labores artesanales.

Esta presencia islámica va a ser tanto más determinante de la forma de ver la vida y de pensar, cuanto que los cristianos mantienen estrechas relaciones con el Norte de África, pues Jaime I firma un tratado con Túnez. Por otra parte la corona de Aragón-Cataluña tolera la existencia de mezquitas en todo su territorio, y lo que es más significativo, su expansión hacia Valencia se consigue por una serie de pactos, que garantizan la libertad de los árabes y una convivencia pacífica entre las dos culturas.

El resto de la abigarrada población de Mallorca está formada por comerciantes de las ciudades estado de Italia, concretamente de Génova y Pisa y del sur de Francia que estaba bajo el dominio de los reyes aragoneses. Para más complicación, mercaderes judíos norteafricanos se establecen en la isla, que de esta forma queda convertida en el centro comercial de todo el Mediterráneo Occidental.

La política de los reyes de Aragón es muy tolerante también con los judíos. El espectáculo que sobre cualquier otro ilustra esta particular alianza de civilizaciones lo da el mismo Jaime I cuando preside en Barcelona una cortés discusión entre el Rabbi de la Sinagoga y quien teóricamente sería su peor enemigo, un fraile dominico converso. Así que el experimento del mallorquín no es ninguna novedad, aunque su idea central supera por su genialidad la de todos los contemporáneos.

Ramón Llull se mueve también dentro de un contexto político muy preciso, acercándose a los poderes más altos de la cristiandad. Busca primero la ayuda de los reyes de Aragón, y particularmente de Jaime II, que gobierna en Mallorca y en Montpellier, en la costa del Languedoc francés. En su universidad, tan antigua como la de Oxford, presenta y escribe la primera parte de su monumental obra, y recibe el impulso para realizar el gran proyecto de su vida. Montpellier será uno de los centros de su actividad y de su pensamiento.

Desde 1987 con la llegada al trono de Felipe el Hermoso, Ramón se acerca a la corte de Francia, a pesar del enfrentamiento del nuevo rey con el mismo Papa, de su condena de los templarios y de su intromisión en los asuntos de la Iglesia. Al parecer el idealismo del Doctor Iluminado está acompañado de un sorprendente pragmatismo, porque toma partido por la figura política que en un determinado momento, mejor le ayuda a cumplir su programa misionero. Ramón declara a Felipe «doctor de la fe cristiana», a pesar de su tormentosa relación con el papa, y el rey declara al filósofo «vir bonus, justus et catholicus».

El otro centro de poder es Roma y Ramón Llull dirige a los papas continuas peticiones para que avalen sus proyectos de evangelización. Pero tiene las mejores relaciones con Clemente V el primer papa francés, y considera el traslado a Avignon como la señal de un cambio radical en el cristianismo.

En los últimos años de su vida asiste al Concilio de Vienne en Francia, ante el que guarda una actitud ambigua y hasta provocativa probablemente por su condena de los espirituales. Y en una nueva prueba de realismo va a Sicilia a la corte de Federico III, que asesorado por Arnau de Vilabona, defiende el poder de los reyes y la renuncia del papa a cualquier influencia temporal y cualquier riqueza.

Además de este ámbito geográfico y político, que determina la dirección de su actividad apostólica, el filósofo se mueve dentro de una circunstancia, que se suele pasar por alto y que está sin embargo mucho más próxima a su vida. Ramón Llull es un laico con todos los impedimentos y ventajas que ello trae a quien vive y piensa a caballo entre los siglos XIII y XIV. Es significativo que la universidad le conceda sólo el título de maestro en Artes y no en Teología por ser hombre casado.

Esa condición secular no es un mero adorno, sino que penetra toda la vida y el pensamiento de Ramón. Para empezar, escribe la mayor parte de las obras en su romance nativo, el catalán, que en él adquiere una precocidad y una vitalidad sorprendente. Pero además domina el árabe en el que publica el original(perdido)de sus primeras obras. En cambio no utiliza la lengua de las Universidades, y para poner en latín sus obras, necesita acudir a traductores expertos. Por supuesto que desconoce también el griego, que desde la segunda mitad del siglo XIII es en el Occidente el otro idioma culto.

Por lo demás, en esta misma época y lugar, los laicos «espirituales» adquieren en la Iglesia un inesperado protagonismo de la mano de los frailes franciscanos. Según la profecía de Joaquín de Fiore, después del reinado del Padre (el pueblo judío y su alianza) y del Hijo (la Iglesia jerárquica) se acerca el momento definitivo en que el Espíritu Santo cerrará el ciclo de la historia sagrada por medio de los monjes menores y de los «parvuli», los seglares que no han tenido ninguna autoridad ni poder, los pobres del Evangelio.

Ramón Llull y otro médico y teólogo catalán, Arnau de Vilanova parecen seguir el camino de esta espiritualidad laica. Adelantándose a Miguel de Cesena y Guillermo de Occam que afirmarán la supremacía del Emperador sobre el Papa, defienden el poder del rey de Francia en su conflicto con Bonifacio VIII. Además Arnau prolonga la doctrina apocalíptica de Joaquín, anunciando el final de los tiempos y exigiendo irritadamente la pobreza del papa y los obispos Por lo que se refiere a Ramón, su Arte, capaz de convertir automáticamente a gentiles, herejes, árabes y judíos, tiene también caracteres apocalípticos, porque es la antesala de la revelación definitiva y universal.

Los espirituales son la rama más robusta de esta piedad penitencial, pues renuncian a todos los cargos administrativos, judiciales y militares y dejan de practicar el comercio, adoptan el sayo de penitente y se retiran a los montes o los monasterios o bien visitan los lugares de peregrinación más ilustres de la cristiandad, practican una absoluta continencia sexual, y un sobrio régimen de comidas y bebidas.

Lo que es más propio de ellos, abrazan la pobreza, y son enemigos de toda propiedad y de todo poder, y no quieren cargos ni órdenes ni siquiera de la Iglesia, llevan una vida de oración individual y solitaria, y utilizan para su comunicación la lengua vulgar. Ramón sigue todos o casi todos los detalles de tal conducta, pero intenta completar esta revolución con un cambio radical en la forma de pensar y de predicar a los infieles de la Iglesia. En este contexto geográfico, político y existencial se va a desarrollar su azacanada vida.

III. La vida

Ramón Llull nace en Palma de Mallorca en 1932, pocos años después de la conquista de la isla por Jaime I. Precisamente su padre es uno de los caballeros que acompañan al rey de Aragón en su aventura, y recibe en recompensa unas casas en la ciudad y varios trozos de tierra, repartidos por toda la isla. La familia pertenece a la alta burguesía mercantil, y la campaña en que ha participado consigue controlar las vías comerciales del Mediterráneo occidental, adelantándose a los italianos de Pisa y Génova.

Ramón acepta con toda naturalidad el papel de protagonista que le corresponde por todas estas circunstancias. Se casa a los veinticinco años aproximadamente con Blanca Picany, de familia llegada como la suya a Mallorca y responsabilizada con la gobernación de la isla, pero a pesar de su matrimonio y de sus dos hijos, Domenech y Magdalena se dedica a trovar damas, sin preocuparse demasiado de la fidelidad conyugal. Alterna su familia y sus aventuras con el cargo de mayordomo de palacio del príncipe heredero, Jaime II, y probablemente se dedica, también con notable éxito a llevar los negocios familiares. El mismo Llull resumirá mucho más tarde la primera etapa de su vida con brevedad y contundencia: «Yo era un hombre casado, con hijos, bastante rico, disoluto y mundano.»

Los relatos de conversión en la Edad Media siguen la pauta imaginativa de las historias de los filósofos ilustres de la Antigüedad, tal como los leemos por ejemplo en Diógenes Laercio. Es seguro, de todas formas, que en 1263 asistiendo a la celebración de la festividad de San Francisco en la iglesia de los frailes menores, tanto le impactó el sermón del obispo, narrando la vida del santo, que decidió vender sus bienes, reservando lo justo para su esposa y sus hijos, y abandonó su casa. Los primeros actos de esta Vita Nuova –pobreza, abstinencia sexual, peregrinación a lugares santos, cambio de sus vestidos por un sayal y convivencia con los franciscanos– se corresponden con el modo de vida de los «Espirituales».

A la vuelta de su peregrinación a Santiago, se para en Barcelona, con la intención de ir a la Universidad de París para estudiar las ciencias necesarias a su propósito misionero. Allí conoce a Raimundo de Peñafort, que sabe por qué infieles tiene debilidad y le aconseja que abandone la enseñanza convencional y siga su propio camino en Mallorca. Ramón le obedece, vuelve a su ciudad natal, y tiene la feliz idea de adquirir un esclavo, con el que estudia árabe durante nueve años. Después se retira, hacia 1973 a hacer vida de eremita solitario en el monte Randa, y allí Dios «ilumina su entendimiento, dándole a conocer el contenido y la forma del libro que se había propuesto escribir contra los errores de los infieles»

En los años que siguen inmediatamente a su iluminación, Ramón se retira a una abadía próxima a la ciudad de Palma, donde redacta tres libros, decisivos para determinar toda su obra posterior. Son el Llibre de la contemplació en Deu, cuyo esbozo inicial está escrito en árabe, aunque el texto catalán añade nuevas y más amplias reflexiones, el Art abreujada d'atrobar veritat, que presenta la primera versión del sistema operativo de computación, y final mente un análisis de la Lógica de Algazel.

Esas primeras obras del mallorquín tendrán una buena acogida por parte de su primer valedor. El infante Jaime de Mallorca las manda examinar a un teólogo franciscano, que aprueba su forma y contenido en la Universidad de Montpellier. Animado por este primer éxito, Ramón solicita la creación de un monasterio, donde se enseñase a los misioneros la lengua árabe, preparándoles para evangelizar a los musulmanes, y ve cumplido su deseo cuando el infante funda el convento de Miramar en Mallorca donde acuden trece frailes franciscanos.

Después de este momento, que va desde su vida mundana a la conversión, la iluminación y las primeras obras, el 1276 será decisivo en la vida de Ramón, desde el punto de vista político, doméstico e intelectual. Muere Jaime I y hereda Mallorca–Montpellier, su hijo Jaime II, el primer protector del filósofo. A finales de año, una bula de Juan XXI confirma la fundación del Monasterio de Miramar.

Al mismo tiempo su mujer le acusa de abandonar la administración del patrimonio familiar por su dedicación a la vida espiritual. Los jueces atienden su queja y nombran un nuevo procurador de los bienes familiares. Poco más sabemos de esta original Jantipa medieval, salvo que Ramón permanece indiferente a estos problemas económicos y sigue tranquilamente el programa que desde su conversión se ha trazado. De 1276 a 1287 alterna su vida viajando a Mallorca , visitando Miramar y estudiando en Montpellier.

En estos años –aparte de su novela Blanquerna y de su epílogo de aforismos místicos Llibre d'Amic e Amat– Ramón da origen a una oceánica actividad literaria, centrada en la promoción y perfeccionamiento de su Método. El Llibre del Gentil y de los Tres Savis es una brillante obra de propaganda, destinada a mostrar la eficacia del Arte, y está continuada por una serie de variaciones sobre el mismo tema, concretamente el Ars Universalis Aplicada, el Llibre des Demonstracions y el Ars Notatoria. El fruto final de toda esta exploración es el Ars Demostrativa, y las obras que sirven de comentario.

Desde 1287 Ramón Llull se decide a viajar por todo el mundo mediterráneo y particularmente por los centros neurálgicos del poder para dar a conocer su gran hallazgo. Este mismo año camina hacia Roma, provisto de un libro apologético contra el Islam: Els Cent Noms de Deu, suplicando al Papa y los cardenales «que lo traduzcan al latín en buen estilo, porque yo no sé hacerlo, pues ignoro la gramática». Lleva escrita también otra obra, el Liber Tartari et Christiani, en el que el ermitaño Blanquerna expone la fe cristiana, siguiendo el sistema del Art, y conduce a su catecúmeno a Roma, donde es bautizado. Su petición de ayuda tropieza con la muerte del Papa Honorio IV, y con un largísimo estado de Sede Vacante que la impaciencia de Ramón no soporta.

Viaja entonces a París, donde están la universidad más prestigiosa y la corte más poderosa del mundo, en torno a Felipe el Hermoso. Acaba de escribir el Llibre de Meravelles, destinado a divulgar su Arte ante un público muy numeroso y ante el mismo rey y sueña con predicar el Art Demostrativa a los tártaros, traer los más ilustres a París, y devolverlos a sus tierras , convertidos en misioneros. Al mismo tiempo lee en la Universidad su Compendio o Comentario del Ars Demostrativa y se da cuenta de las dificultades que plantea su vocabulario ante la más prestigiosa institución académica del mundo, pues no está acostumbrada a hablar «al modo arábigo».

Es la primera decepción de Ramón, que de todas formas tendrá resultados positivos, pues de vuelta a Montpellier «en vista de la actitud de los escolares»simplifica y reformula, el año 1290 en el Ars Inventiva Veritatis, su método, inaugurando la época ternaria en el sistema operativo de su computadora. Redacta allí mismo su Ars Amativa, como rechazo al excesivo intelectualismo de París, ajeno a todo convencimiento auténticamente religioso.

La década de los noventa es muy agitada, en la de por sí agitada vida de Ramón Llull. Después de una nueva decepción en Roma y de una aguda crisis existencial en Génova, navega hacia Túnez , donde discute con los intelectuales y responsables religiosos, cuya conversión arrastrará a la del pueblo común. Las autoridades se enteran de su actividad deciden la prisión y la expulsión del misionero, al que camino de la nave la plebe amenaza con su lapidación. A pesar de estos contratiempos, Ramón sigue perfeccionando su Arte, y allí mismo trabaja en su Tabla General, donde resume de modo más comprensible su sistema.

De vuelta en Nápoles en 1294, termina su Tabla escribe el Libro de los Cinco Sabios, y el Libro De Affato, un sexto sentido, localizado en la lengua, que da un cierto grado de existencia a cuanto se habla. En Mallorca dedica a su hijo el Arbre de Filosofía Desiderat, que sigue la formulación de la Tabla.

Ramón no abandona su realismo político ni pierde de vista el otro centro de poder, Roma. Allí dirige peticiones para sus proyectos a los tres papas que cubren la década, Nicolás IV, Celestino V y Bonifacio VIII, «al que tuvo que seguir muchas veces en medio de grandes dificultades». En Roma escribe el Arbre de Ciencia y un desconsolado poema, el Desconhort, donde el filósofo reconoce el fracaso de todos sus planes, mientras que un extraño ermitaño le reconforta y queda convencido de la eficacia de su Arte.

Del año 1297 al 99 Llull regresa a París y según el testimonio de su autobiografía tiene bastante audiencia en la Universidad. La Vita Coetanea dice que leyó en público su Arte y escribió bastantes obras. Al parecer no recibe el rechazo y la incomprensión de su primer viaje y por otra parte tiene contacto continuado con los círculos académicos. Se acerca a la facultad de teología con un libro en que probablemente utilizó su Arte : Disputa de Ramón y un Ermitaño sobre Cuestiones Dudosas de las Sentencias de Pedro Lombardo. En otra obra resuelve cincuenta problemas propuestos por uno de sus discípulos, y por supuesto no olvida su método en el Ars Compendiosa. La Declaració de Ramón contra los Errores de Algunos Filósofos toma como objeto un catálogo de nada menos que 219 artículos ya condenados por la autoridad en 1277.

En cambio sus peticiones a Felipe el Hermoso encontraron esta vez poco o ningún interés, hasta el punto de que el filósofo expresa su desencanto en el Cant de Ramon. De todas formas su actividad apostólica no se detiene. De camino hacia Mallorca pasa primero a Barcelona, don de el rey Jaime II de Aragón le permite acudir a las mezquitas y sinagogas para predicar a los allí reunidos. Después está una buena temporada en su isla «intentando conducir al camino de la salvación a los innumerables sarracenos que vivían allí». Sigue incansable escribiendo obras, expresamente dirigidas a judíos y musulmanes.

Por si la vida de Ramón Llull fuese poco complicada en el año 1300 tiene lugar una noticia sensacional: los mongoles ocupan Siria y en compañía de Hetum soberano de Armenia Menor, derrotan a los egipcios en la batalla de Hims y conquistan tierra santa hasta Gaza. Hetum, que lleva el hábito de franciscano, se convierte pronto en un personaje mítico, que simboliza la alianza de la cristiandad y los tártaros contra los musulmanes. Las órdenes militares instaladas en Chipre organizan una expedición de ayuda, que llega demasiado tarde, pues los mongoles ya se habían retirado.

Cuando Ramón llega a Asia se encuentra con que las noticias «son casi por completo falsas «pero no pierde el tiempo, pues en Chipre reúne y predica «a algunos cismáticos, jacobitas y nestorianos», y ante el fracaso de su predicación, pasa a Armenia, donde escribe un catecismo elemental, y va más tarde a Jerusalén. Siguiendo la doctrina de los espirituales, contrapone el altar de San Pedro en Roma lleno de adornos y de luz, y la concurrencia del Papa, los cardenales y un espléndido coro, con «otro altar el ejemplar y señor de todos los demás, al que solo iluminaban dos lámparas, y una de ellas rota».

A la vuelta de su viaje recala otra vez en Montpellier, donde escribe el libro Del Ascenso y Descenso del Intelecto y su obra política, el «liber de Fine». También en Montpellier se entrevista con Clemente V, el primer papa francés y asiste a su coronación en Lión, dirigiéndole una petición para que le ayude en sus proyectos. Un mes después comienza a redactar la formulación definitiva de su sistema, el Ars Generalis Ultima.

Como no es cosa de estar mano sobre mano, Ramón emprende una segunda aventura apostólica en tierra de sarracenos, concretamente en Bugía, donde entra diciendo que «La ley de los musulmanes es falsa y errónea» y sigue recluido año y medio en prisión. Una serie de sabios le visita en su celda para convertirlo al Islam. Es el comienzo de una larga discusión, que Ramón pone después por escrito bajo el título de «Disputa del cristiano Ramón con el sarraceno Hemar». Un decreto del Sultán expulsa al filósofo de Túnez.

Ya en 1308 de vuelta de África Ramón naufraga cerca de Pisa a donde llega maltrecho y desnudo. Pero tarda muy poco en reponerse y escribe los dos libros que cierran su genio informático : termina el Ars Generalis Ultima y la simple y definitiva Ars brevis, siempre siguiendo el sistema operativo ternario. Ese mismo año se entrevista en Poitiers con Clemente V y el rey Felipe, y todavía en 1309 vuelve a visitar a Clemente en Avignon, mientras prepara su tercer viaje a París.

En esta última estancia en la capital de Francia Ramón ya no tiene el rechazo académico de su primer viaje, ni la indiferencia de los años 97 a 99. Según el testimonio de su autobiografía, tiene un éxito escolar que difícilmente oculta. Lee públicamente su obra y a su lectura «Asistió una multitud, tanto de maestros como de escolares». No sólo eso, sino que a comienzos de 1310, hasta cuarenta maestros y bachilleres suscriben una carta de aprobación de su Arte, y pocos meses después el mismo rey Felipe se entrevista con él y expide cartas de recomendación a su favor.

En 1311 el Canciller de la universidad, certifica la conformidad de las obras de Llull con la teología católica, tomando partido contra las teorías averroístas, que en aquellos momentos gozaban de cierto predicamento. La doctrina de Ramón es efectivamente la negación de la doble verdad, que separa la razón de la fe y las hace hasta contradictorias. Ramón escribe desde el 1309 al 11 cerca de treinta tratados contra quienes «afirman que la fe es verdadera, pero no según los principios del entendimiento».

Además en una carta a Felipe el Hermoso le dirige una serie de peticiones, que después ampliará con motivo del Concilio de Vienne, entre ellas la fundación de tres colegios de lenguas en Roma , París y Toledo ; la unificación de las órdenes militares, la suspensión de cátedra para los filósofos (evidentemente los averroístas), que atacan la teología, y la programación de predicación en mezquitas y sinagogas los Viernes y Sábados. Una de sus peticiones será atendida, aunque de hecho no se llevará a la práctica . Un decreto conciliar dispone que se estudien lenguas – el hebreo, el árabe y el caldeo en los estudios de París, Oxford, Bolonia y Salamanca.

Después del Concilio, Ramón, siguiendo su costumbre se dirige a un nuevo centro de poder, Sicilia, Donde Federico III, sigue el proyecto político y eclesial de Arnau de Vilabona. Otra vez persiste en el protagonismo de los laicos y los reyes frente a la jerarquía de la Iglesia. Por otra parte Federico tiene excelentes relaciones con los musulmanes de Túnez, y Ramón, no puede resistir la tentación de volver a predicar a moros.

Es su última misión. Dejando de lado la hipótesis novelesca del martirio, no se sabe con exactitud si el gran misionero murió en Túnez mismo, en el barco que le llevaba de vuelta a su tierra o en la misma Mallorca, poco después de su llegada. Hasta casi su muerte sigue escribiendo, y en su mismo testamento redactado tres años antes dispone que las cantidades de que disponga a su muerte desea y ordena que «se escriban copias en pergamino, en romance y en latín, de los libros que he redactado últimamente». Tenía entonces 84 años y cerca de trescientas obras auténticas.

IV. El proyecto fundamental

Esta vida y esta obra tan complicadas pueden resumirse en un proyecto fundamental y en un solo libro, que de una u otra forma está presente en todo cuanto escribe. El mismo Ramón Llull enumera en su Vita Coetanea y sólo en el espacio de tres líneas la clave de su desmesurada actividad. En el momento de su conversión formula tres propósitos. El primero convertir a los infieles, sobre todo a los musulmanes, sin temer desgracias, ni siquiera el martirio.

Ya quedó dicho que Ramón cumplió generosamente esta primera condición, predicando en las sinagogas y las mezquitas de los reinos cristianos, polemizando con los averroístas, discutiendo con los ortodoxos nestorianos y preparando una aventura misional hacia los lejanos tártaros. Pero su obsesión central eran los musulmanes y a ellos dedica hasta tres viajes al Norte de África, a Túnez con el resultado de prisión, de que la plebe amenaza se lapidarle y mesase su florida barba y de que finalmente el sultán le expulsase.

El segundo propósito consiste en convencer a los papas, reyes y príncipes de fundar monasterios para la formación de misioneros. Esa idea, completamente nueva es el primer complemento de su predicación individual. Los futuros misioneros deben tener un conocimiento de las lenguas orientales, del hebreo y por supuesto del árabe, para hacerse entender de quienes conviven en los reinos cristianos, sin tener su fe. El mismo Ramón da ejemplo de este multiculturalismo, primero aprendiendo de un esclavo la lengua de los musulmanes, y demostrando además un notable conocimiento, producto de una lectura del Corán, y un dominio correspondiente de los temas centrales de la fe judía.

De esta forma Ramón empieza fundando el convento de Miramar, que tuvo una fugaz existencia, no se sabe por qué circunstancias. A pesar de este fracaso inicial insiste en las supremas autoridades civiles y eclesiásticas para que construyan monasterios siguiendo ese modelo inicial. Al final de su vida, gracias a la influencia del rey Felipe el Hermoso y a la buena disposición de los papas franceses, ya quedó dicho que el Concilio de Vienne decreta la constitución de una serie de estudios orientales, aunque tampoco en tal caso la experiencia tuvo a la larga éxito.

Estos dos proyectos desembocan en un tercero, el que va a marcar la singular misión apostólica de Ramón Llull Consiste en crear un Libro –el millor llibre del mon– que partiendo de «razones necesarias» y empleando un modelo lógico traducible a aparatos mecánicos, consiga convertir automáticamente a la fe católica , a todos, árabes, judíos, cristianos ortodoxos, tártaros y averroístas, estableciendo el definitivo reino de Dios sobre la tierra.

Prácticamente toda la obra escrita de Ramón gira en torno de esta revolucionaria idea. Las sucesivas y abundantes redacciones del Art, cada vez en busca de una mayor simplificación, se acompañan de brillantes escritos de propaganda, destinados a vender el producto, y de aplicaciones prácticas en discusiones «del cristiano Ramón» con una determinada secta. Incluso la presentación de su Arte como método de métodos, origen de una Lógica, de una tronomía o una Retórica Nueva, le sirven para probar la universalidad de su sistema y su imparcialidad cuando se emplea en teología.

V. El Art

El proyecto apostólico de Ramón Llull le obliga a distanciarse radicalmente de los otros pensadores medievales, en su misma forma de plantear los problemas. Cualquier maestro escolástico recurre al principio de autoridad, tal como figura en los textos de la Biblia, de los Santos Padres y de los teólogos más ilustres. Es evidente que este procedimiento de discusión vale para quienes ya profesan la fe cristiana y ayuda a profundizar en sus misterios más altos.

En el siglo XIII este repertorio de autoridades se completa con la de los filósofos griegos, concretamente Aristóteles, al que los escolásticos canonizan, limpiándole de sus residuos paganos. La lógica de Aristóteles y los razonamientos desde la sustancia a sus operaciones y de la causa al efecto, ayudan a poner claridad en el dogma y a vincular necesariamente sus principios. Pero esto no cambia le esencia de la Revelación, dirigida exclusivamente a los cristianos.

Ahora bien, Ramón Llull pretende convertir a los in fieles, sobre todo a los musulmanes, y en ese caso el argumento a la autoridad de los teólogos, de los padres de la Iglesia y de los libros santos no tiene ningún valor También ellos tienen un libro, el Corán, al parecer revelado por Dios a su profeta, y cuatro escuelas de pensamiento que merecen la máxima veneración, una mística sufí y además de sus abundantes filósofos, todos ellos seguidores del Islam, un teólogo genial, Algacel.

Además el islamismo tiene una propiedad que le ha ce casi inatacable y es su sencillez. Fuera del rígido monoteísmo y de los mandatos de Allah, al mismo tiempo religiosos y políticos, no tiene ningún hecho sobrenatural, ni existen en el Alcorán misterios al modo cristiano, ni hay tradición con magisterio infalible. Por todo ello el «bonus probandi» de la verdad de su revelación recae en el filósofo y el teólogo católico.

El Art de Ramón ha de cumplir dos condiciones para lograr la conversión de infieles. Desde el punto de vista formal tiene que apoyarse«en razones necesarias» que demuestren los principios de su ley, renunciando a las afirmaciones que exigen una fe incondicional y sustituyéndolas por derivaciones de principios lógicos y todavía más, por el automatismo de un sistema mecánico.

Pero si atendemos al contenido, las exigencias de este discurso misional son mucho más graves. Ramón tiene que probar la verdad de la Trinidad, un artículo de fe negado por los judíos, y por los musulmanes, que además lo convierten en lo más contrario a su religión, es decir una confesión de politeísmo. Pero también necesita demostrar el otro dogma central del cristianismo, la Encarnación , por la que Dios se hace hombre, una doctrina inaceptable para los judíos –el escándalo de la Cruz– y mucho más para los sarracenos, que otra vez contemplan, y esta vez por partida doble, la negación de su monoteísmo.

Nos interesa saber –y también a Ramón Llul por su celo apostólico– de qué forma aplica su Arte a la teología, y cómo demuestra de forma apodíctica y hasta mecánica los principios del cristianismo. Por eso limitaremos la contemplación a los misterios de Dios, tal como el filósofo mallorquín los recibe de la revelación y de su desarrollo en los Concilios y en los escritos de los pensadores católicos más ilustres. Y como no es cuestión de caer en el rechazo del Art por la Universidad de París en su primer viaje, usaremos el sistema ternario en su última simplificación del Ars Brevis.

Otra vez hay que distinguir el aspecto lógico-formal de la teología de Ramón y el de su contenido. Las escuelas de filosofía y de teología han heredado de los griegos – sobre todo de Aristóteles – la demostración que va de la causa al efecto y tiene carácter totalmente seguro. Llull introduce un nuevo tipo de razonamiento, por identidad , el único verdaderamente digno de aplicarse a la realidad de Dios.

La filosofía y la teología de Ramón Llull está en este punto de acuerdo con el monoteísmo de los orientales. Es más, alguna de sus obras, Els Cent Noms de Deu concretamente, parece inspirado la mística y la teología de los musulmanes. Lo que le diferencia de todos ellos es la traducción de estos principios a figuras geométricas y sistemas mecánicos, en busca de una exactitud igual a la de las matemáticas.

A la hora de nombrar los atributos de Dios, Ramón utiliza un vocabulario, al parecer extravagante : los llama «dignitates», una palabra con que los pensadores latinos traducen torpemente el griego «axiomas». Los axiomas o dignidades son principios absolutos, en sentido que no se derivan de ninguna causa anterior que los determine. Eso sí, cada uno de ellos está en conexión de concordancia con todos los demás. Precisamente la palabra y el concepto de «dignidades» es la clave para sustituir con la máxima sencillez el razonamiento «propter quid», por la gran novedad de la lógica de Llull, la relación «per equiparantiam».

VI. El hardware

En su formulación final de carácter ternario –la Ars Generalis Ultima y su simplificación en la Ars Brevis– Ramón construye un círculo o una rueda, compuesta por nueve puntos o cámaras, aplicando las primeras le- tras del alfabeto, la B, C. D, E, F, G, H, I, K, a cada una de ellas. Estas nueve cámaras representan dignidades o axiomas, o lo que vale lo mismo, principios absolutos y no derivados. Desde cada una de estas letras se traza una línea recta con todas las demás, significando relaciones binarias de identidad. Como la figura A es circular estas relaciones son convertibles, de forma que el grupo BC equivale al CB y así sucede con todos los demás. Este esquema es la primera preparación geométrica y mecánica de la teología de Ramón Llull.

Ramón Llull

La divinidad está prefigurada por una esfera cerrada, que no admite ningún principio exterior a ella y que , por así decirlo, se basta a sí misma. Los nueve principios absolutos y axiomáticos, los que Ramón llama «dignitates», por no admitir ninguna derivación interna o externa, guardan con el alfabeto la siguiente correspondencia. B = Bondad; C = Grandeza; D = Eternidad; E = Poder; F= Sabiduría; G = Amor; H = Virtud; I = Verdad; K = Gloria.

Cada una de estos principios no se deriva necesariamente de otros de acuerdo con el «propter quid» aristotélico, pero guarda con todos una rigurosa relación de identidad. De esta forma podemos decir que en Dios la bondad y la grandeza son mutuamente equivalentes, y lo mismo pasa con la eternidad, el poder, la sabiduría, la virtud, la verdad, la gloria. La misma relación de recíproca identidad guardan entre sí los demás principios «per equiparantiam».

Ramón, en su segundo viaje a Túnez, traduce estas relaciones de identidad a una tabla de juicios convertibles, que después perfecciona en su vuelta a Italia. Toman en su nueva formulación esta figura

Ramón Llull

En total la representación circular y la tabular suman 36 juicios convertibles de identidad. Y son siempre aplicables con valor de verdad a la singular teología de Ramón Llull.

Estas relaciones de identidad en Dios no son puramente estáticas, como cuando decimos «la bondad es grande» o su equivalente punto final «la grandeza es buena», sino que discurren dinámicamente a través de sus nueve axiomas o principios absolutos. Para poner de manifiesto este dinamismo interno, Ramón utiliza un nuevo aparato lógico – mecánico, compuesto de tres círculos o ruedas concéntricos, cada uno de ellos ordenado, como en la primera figura desde la B a la K.

El círculo exterior permanece fijo, mientras que el mediano y el más pequeño giran alrededor de su centro común, con lo cual se forma un determinado número de combinaciones alfabéticas. En principio debería ser una cantidad inicial elevada –según el Ars Generalis Ultima, hasta 1680–, pero en este caso hay una serie de exigencias lógicas y teologales que la disminuyen considerablemente.

En primer lugar debe excluirse cualquier tipo de negación o determinación particular, pues la realidad de Dios es positiva y total, igual en sus principios que en los juicios que de ellos se pueden derivar. Pero además hay que eliminar en cada terna, y eso por pura lógica, cualquier repetición para evitar caer en una tautología. La fórmula combinatoria todavía debe dividirse por 2 en vista de la igualdad de las relaciones convertibles. Las combinaciones quedan reducidas entonces a 9 (9-1) (9-2) : 2, exactamente 252, el mismo número que señala el Art Brevis. La fórmula vale para la realidad teologal, lo que interesa en principio a Ramón Llull.

Ramón Llull

Hasta ahora Ramón Llull ha pensado una idea de la divinidad, que respeta el más rígido monoteísmo, común a los judíos y a los musulmanes, y la ha dibujado en sus diagramas geométricos circulares y sus tablas. Pero como se trata de convertir infieles por razones necesarias y sin recurso a la autoridad, va a dar un paso más atrevido, demostrando mecánicamente proposiciones que sólo son admitidas por cristianos, y concretamente los dogmas fundamentales de la Trinidad –que merece la acusación de politeísmo– y el más escandaloso todavía de la Encarnación. Si lo consigue habrá justificado de sobra la existencia de su Art y del libro en que lo formula, el millor livre del mon.

Ramón toma prestado de San Agustín una de las fórmulas que expresan lógicamente la estructura ternaria del mundo y del hombre, modelo indirecto de la divinidad. Su esquema gramatical es muy simple, pues el primer término es el participio de presente del verbo (por ejemplo amante). Desde él se proyecta el participio del pasado (en este caso amado). Ambos extremos están enlazados por el infinitivo (amar), que al mismo tiempo los integra y confiere a toda la realidad un dinamismo interno.

Ramón Llull traslada este esquema a los principios absolutos de Dios, introduciendo en cada uno de ellos este carácter ternario, pero su gramática es delirante en su formulación: Bonificante – bonificado – bonificar; Magnificante – magnificado – magnificar; eternizante – eternizado - eternizar; Potente – podido – poder; y lo mismo sucede con las demás dignidades.

En cambio su sentido teologal es de una sencillez total. Quiere decir que la suprema realidad de Dios se despliega en cada uno de sus principios absolutos en una terna, y por lo mismo no permanece ociosa, sino que –como dice su término infinitivo final– actúa en la creación y en la Encarnación.

La doctrina de los correlativos es la más original de Ramón Llull y lo es por partida doble. En primer lugar su gramática del verbo activo parece extravagante en su forma, pero elemental por su modo de significar, como ya está dicho. Pero además su carácter ternario y activo denuncian en Dios una Trinidad y una proyección sobre el mundo en la Encarnación, y son la herramienta ideal para convertir a los infieles musulmanes por razones necesarias y hasta con diagramas de geometría y mecánica.

Sin embargo, su primera lectura en la Universidad de París en 1287 –utilizando todavía el sistema operativo cuaternario– es objeto de rechazo y –leyendo entre líneas su Vita Coetanea– probablemente de rechifla por su vocabulario estrambótico y su independencia de cánones académicos y escolásticos. Ramón se defiende de esa primera incomprensión, pero sus palabras dan a entender que su enseñanza no tiene demasiado futuro, porque los latinos la rechazan por su forma y los árabes por su contenido.

«Que no atiendan a la impropiedad de mis palabras, que acaso no expresan con precisión su sentido. Que no les moleste lo desacostumbrado del lenguaje, pues tienen que aprender esta forma de hablar propia de los árabes (hunc ipsum modum loquendi arabicum) y así podrán rechazar las objeciones de los infieles. Ciertamente, declinar los términos de las figuras, no es un modo de hablar muy usual entre los latinos, pero es necesario declinarlo así, para que los términos del Art tengan eficacia».

Así que, la primera experiencia de París es una dolorosa frustración, porque los maestros no entienden ni aceptan el Art, que según Ramón Llull estaba de acuerdo con la cultura árabe y era por eso mismo el mejor procedimiento para emprender su misión entre los musulmanes. Eso y los nuevos estorbos que la Curia pone a sus proyectos, son probablemente la causa de la crisis de Génova, tan violenta que le obliga a aplazar su primer viaje misional a África del Norte.

Para que la gramática deje de ser un disparate es necesario utilizar de nuevo la última figura de los tres círculos o ruedas, situándola en su origen, cuando cada uno de los tres principios absolutos y letras correspondientes coinciden (BBB, CCC, &c., tal como están en el diagrama). Cada una de esas letras representan en cada sector circular, el participio de presente B1, de pasado B2, y el infinitivo B3 de la bondad, la grandeza y todos las demás «dignidades», y por consiguiente su carácter ternario y activo.

Para conseguir que los maestros entendiesen, o por lo menos no rechazasen su método, Ramón ha tomado, después de la experiencia de París dos vías. Primeramente ha reducido a nueve el número de principios absolutos, inaugurando la fase ternaria de su sistema operativo, que llega a la extrema sencillez en el Ars Brevis. Pero además, el uso de un álgebra, se hace completamente necesario al tratar de los correlativos, pues cuando aplicamos la gramática de uso común al tema, caemos en una serie de barbarismos que sólo puede evitar el uso correcto del Art. Ramón está convencido de que cuando su método se entienda y se generalice, la conversión de los infieles será a la larga inevitable.

 

El Catoblepas
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