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El Catoblepas, número 49, marzo 2006
  El Catoblepasnúmero 49 • marzo 2006 • página 19
Libros

La difusión de las culturas europeas
en el judaísmo

José Manuel Rodríguez Pardo

Reseña del libro de Mario Saban, La matriz intelectual del judaísmo
y la génesis de Europa
. Volumen I. Mario Saban, Buenos Aires 2005

«Los judíos han creído que eran un pueblo especial y lo han creído
con tanta unanimidad y tal pasión y durante un período tan prolongado
que han llegado a ser precisamente eso. En efecto, han tenido un papel
porque lo crearon para ellos mismos. Quizás ahí está la clave de su historia.»
Paul Johnson.

El libro que aquí nos disponemos a reseñar es la continuación de otras obras del mismo autor, tales como Las raíces judías del cristianismo (2003) o El judaísmo de San Pablo (2004). Mario Saban, en su afán por analizar las raíces judías de la religión cristiana, ha decidido que era el momento propicio para acometer una extensa investigación que ha presentado en forma de este primer volumen. Una ambiciosa obra que busca descubrir nada menos que las raíces judías de Europa. Ambiciosa por la gran cantidad de fuentes y datos que moviliza en una obra cuya primera entrega supera las seiscientas páginas (619 exactamente) y que incluye numerosas citas aclaratorias de las biografías y acontecimientos que aparecen constantemente citados en sus páginas. El libro de Mario Saban, por lo tanto, presenta una ingente cantidad de información y documentación de los más diversos temas, una erudición ciertamente enciclopédica. Pero no será esa erudición la que destaquemos nosotros en esta reseña, algo que sería ciertamente difícil y que deberá constatar quien decida leer el libro, sino las tesis que son alimentadas por tal conjunto de datos, tesis en ocasiones discutibles o matizables, como veremos.

De hecho, una de las primeras sugerencias del autor es señalar las raíces no cristianas sino judías de Europa, de cara al famoso Tratado por el que se establece una Constitución para Europa del que tanto se ha hablado el pasado año 2005. Su razonamiento está basado en que es el judaísmo la religión que está en el origen del cristianismo y por lo tanto de las raíces de Europa, como argumenta en Las raíces judías del cristianismo. Sin embargo, como ya señalamos en la reseña de este libro, que el origen del cristianismo sea judío no quiere decir que el cristianismo sea en sus prácticas o en sus costumbres propiamente hebreo.

Aun siendo una rama escindida del judaísmo en su origen, no tenemos por qué interpretar que los creyentes de ambas religiones «busquen lo mismo», pues los dos credos han elegido distintas vías de asimilación y distintas formas de comportamiento de sus fieles. El origen del judaísmo y el cristianismo puede ser sin duda el mismo, pero eso no da derecho a pensar que la estructura del cristianismo sea judía. De hecho, el cristianismo tiene muy poco que ver con el judaísmo, una vez que se ha convertido en una religión con pretensiones de universalidad, frente al aislacionismo al que tiende el judaísmo, ligado a un Mesías del que aún espera su llegada al mundo. El propio Saban marca las distancias entre judaísmo y cristianismo en el caso de judíos cristianizados, distancia que constituye uno de los hilos conductores de su libro, pues el autor dice que:

Los judíos mesiánicos deben decidir si son judíos que esperan al Mesías o si asumen finalmente su identidad cristiana (página 617).

A este origen judío del cristianismo ya analizado en otras obras se aferra Saban para probar que Europa tiene sus raíces en el judaísmo. Según el autor, los hebreos, debido a la diáspora sufrida tras la invasión de Palestina por el Imperio Romano, tienen una historia determinada no por la pertenencia geográfica sino, a juicio de Saban, por el pensamiento. Y en tanto que el pasado judío no es un pasado determinado por la geografía, sino por el pensamiento, para Saban cualquier personaje que haya escrito dentro del contexto del linaje o la religión de los judíos es necesariamente parte de la historia del judaísmo:

Si en la Italia del siglo XVI existió un pensador judío que escribió un libro de judaísmo mi identificación cultural judía pasará a través de la lectura de ese autor italiano y si en el mismo siglo en Polonia un rabino también escribía una obra, ese autor polaco también me pertenece culturalmente. El judaísmo por lo tanto a través de la dispersión logró la internacionalización de su historia. Analizar la historia de los judíos es al mismo tiempo relatar prácticamente toda la historia de Occidente (página 73).

Esta tesis es básica en la confección de este libro. De hecho, Saban señala un gran número de nombres ilustres en distintas disciplinas, ya sean Historia, Filosofía, Sociología, &c, en la solapa de la contraportada: Carlos Mannheim, Rosa Luxemburgo, Houdini, Benito Espinosa, Houdini, &c. Pero que estos personajes tengan estirpe judía no implica que el judaísmo se haya enriquecido con ellos. De hecho, personajes tan eminentes como el filósofo Espinosa ya dijo que los judíos habían sido bien expulsados de todas las naciones, llegando incluso a descalificarlos como afeminados. Marx en su análisis sobre la cuestión judía dijo que los judíos debían olvidar su estirpe y aportar su valía a sus sociedades de destino.

Más bien lo que puede decirse de muchos de estos judíos de influencia universal es que se imbuyeron en sus sociedades de acogida sin problemas, para acabar alimentando la tradición occidental, ya fuera en español, alemán, &c., lenguas surgidas del latín del Imperio Romano y heredado por el cristianismo, auténtica raíz de Europa. Otros hebreos, que incluso seguían hablando de la Cábala, como Maimónides (citado por Saban en las páginas 501 a 513 del libro), mantuvieron su judaísmo, pero ya mezclado con otras influencias, mucho más poderosas desde luego. Por lo tanto, no cabe defender que las distintas doctrinas de estas personas sean una prolongación del judaísmo, porque lo que se demuestra es que las distintas culturas europeas se han difundido entre el judaísmo, un sistema de creencias bastante reacio a las transformaciones que sin embargo ha visto cómo varios de sus individuos han aportado mucho a estas culturas. Pueden ser judíos de origen, pero sus creaciones ya no son propiamente judías, a pesar de estas afirmaciones de Mario Saban.

Por otro lado, uno de los autores que inspira decisivamente a Mario Saban es Paul Johnson y su Historia de los judíos (incluyendo en la página 605 nuestra cita inicial), de donde saca varias de sus tesis; entre ellas, la más destacada: el mesianismo que inspira a la Unión Soviética y EEUU proviene del judaísmo. Marx, asimismo, como destaca Saban, era también judío. La pretensión de la llegada del Mesías que aún es esperado por los judíos que rechazaron como falso a Jesucristo, inspiraría en consecuencia a distintos movimientos políticos de alcance mundial.

Son seis los llamados por Saban mesianismos, dejando al margen el mesianismo judío originario que produjo el origen del cristianismo: el mesianismo liberal de origen sefardí, defendido por Benito Espinosa desde Amsterdam; el mesianismo místico de Natán de Gaza; el jasídico o ashkenazí de Baal Shem Tov en Polonia; el integracionista de Moisés Mendelshon con centro en Berlín; el universalista de Carlos Marx, centrado en Ucrania y Rusia; y el nacionalista, originado en Viena por Teodoro Herzl y que dará lugar al sionismo y al Estado de Israel (páginas 590-592), considerando triunfadores sólo a los mesianismos liberal y sionista, al haberse producido un fuerte movimiento antijudío en Europa, cuyo mayor representante sería el nazismo que aniquiló millones de judíos en la Segunda Guerra Mundial, que acabó propiciando la alianza entre Israel y Estados Unidos que aún hoy perdura. (páginas 592 y siguientes). De hecho,

Los judíos portugueses de la burguesía fueron los que diseñaron la primera comunidad estadounidense, desde esta comunidad fundaron las primeras congregaciones hebreas de los Estados Unidos.
Esos elementos fueron incorporados entonces en el año 1654 no sin dificultades al principio a la organización holandesa del Norte de América con conexión con la comunidad judía de Amsterdam en Europa.
Se desarrolló pues un tipo de «mesianismo liberal judío» que veía en el desarrollo capitalista la base de su propio desarrollo. Ambos no entraban en conflicto sino que se complementaban. Si los judíos en Rusia eran los intermediarios entre el campesinado ignorante y la Aristocracia y nunca dejaron de recibir la tensión de ambos extremos sociales fue en el mundo holandés primero y en el inglés después donde nació un judaísmo liberal que no estaba en contradicción con el espíritu del progreso de los Estados Unidos (páginas 589-590).

Parece entonces que el mundo anglosajón no fue antijudío, aunque bien es cierto que los judíos fueron expulsados de Inglaterra a finales del siglo XIII. Pero, ¿hasta qué punto cabe denominar como judíos a estos mesianismos, por el mero hecho de que haya personajes judíos tras ellos? Y sobre todo, ¿por qué denominar mesiánicos a estos proyectos políticos de carácter histórico, y cómo valorar su éxito o fracaso? Si es por su pervivencia, entonces todos habrán fracasado, pues ninguna sociedad política es eterna y acabarán desapareciendo. El marxismo no sólo no puede considerarse como un movimiento judío, sino que rechaza cualquier tipo de revelación mesiánica, vía Biblia o Cábala, por lo que resulta contradictorio señalar un carácter mesiánico en el marxismo. Respecto al liberalismo de Estados Unidos, muchos autores acaban incluso desmintiéndolo, a costa de convertir en liberales a los filósofos católicos de la Escuela de Salamanca.

Otra cuestión muy interesante y que constituye otra tesis destacada en su obra, es la que enuncia Saban en las páginas 401 a 445 de su libro. En tanto que Saban reconoce al judío como ser intelectual, en el sentido del ideal clásico del sabio, todo aquel que critique o pretenda destruir al judío sería un antiintelectual. De hecho, el propio Saban señala que

«Dios» pues en el judaísmo es la máxima esencia intelectual que debemos «alcanzar» conscientes que no podremos alcanzarla materialmente en este mundo. Por lo tanto la salvación en el judaísmo se alcanza según el nivel de conocimientos que adquiera cada persona. Cada libro que un judío lee y reflexiona es en realidad el ejercicio de la esencia judía en su máxima expresión porque es el intelectualismo puro [...] Los judíos «autodenominados ateos» sienten que el judaísmo les otorga cierta característica intelectual que no saben cómo describir. Esa característica esencialmente judía del desarrollo constante de la potencialidad intelectual de cada sujeto hace que el judío ateo sienta que su judaísmo trasciende la propia creencia en Dios (página 413).

Sin embargo, no puede decirse que ese intelectualismo puro sea algo propio del carácter judío, pues su origen, como bien sabemos, es la doctrina del acto puro de Aristóteles, un ser cuya preocupación es simplemente su propio pensamiento. De ahí surge la concepción del ideal del sabio preocupado por el conocimiento de Dios, que imbuye la filosofía helenística de los estoicos y epicúreos, y la filosofía medieval cristiana, musulmana y judía, así como la moderna, con autores como Espinosa. Para estas filosofías de carácter metafísico, Dios es el fin último del sabio, que además se identifica con la felicidad, de la que también habla Saban en el final de su libro, como veremos. Pero estas doctrinas no pueden convertirse en algo característico del judaísmo ni de ninguna religión, pues la primera teoría de la felicidad es precisamente de quien niega la religión, Aristóteles, pues reconoce que el Acto Puro no tiene relación con el mundo. Serán las religiones de libro las que más adelante utilicen esas teorías filosóficas para fundamentar sus dogmas teológicos. Por ello, no resulta extraño que, al igual que todas las religiones de libro, el judaísmo incluya su propia visión de la felicidad, en tanto que para el judío ser feliz es tener colmada su infinita capacidad de conocimiento, en busca de la redención humana, por lo que

el judaísmo le propone al hombre un plan de vida donde lo empuja a esforzarse en un proceso mesiánico indefinido buscando ese «Deseo inalcanzable» de la Era Mesiánica (páginas. 610-611).

Aun así, tampoco puede decirse que esta felicidad, en tanto que considerada como destino del hombre que profesa el judaísmo, pueda ponerse como un ejemplo para otros no judíos. De hecho, la felicidad es un mito, como bien ha señalado Gustavo Bueno en uno de sus últimos libros, El mito de la felicidad, por lo que no puede decirse que todo el mundo desee ser feliz, como señala Mario Saban en su libro (pág. 607). De hecho, quien sea ateo y considere que no existe ningún destino del hombre no se planteará que deba ser feliz, pues verá la felicidad como mito. Y en ese caso, aun a riesgo de verse marginado y considerado como una persona rara, un ateo ha de negar por fuerza el Principio de la Felicidad, salvo que identifique a ésta con su versión más moderna, la felicidad canalla, la que consiste en la delectación de todo tipo de placeres sensuales propios de nuestra sociedad de mercado pletórico.

Como conclusión a esta reseña, podemos señalar que esta nueva obra de Mario Saban promete mucho, máxime cuando aún está inconclusa y pendiente de ser publicado su segundo volumen, que esperamos que pronto vea la luz. Tanto en lo referente a sus tesis como a su volumen, la obra aquí reseñada tiene un interés considerable. Eso sí, su interés aumenta cuando es interpretada desde otro ángulo distinto al planteado por su autor.

 

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