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El Catoblepas, número 48, febrero 2006
  El Catoblepasnúmero 48 • febrero 2006 • página 22
Política

Ante el 75° aniversario
de la II República Española

Iván Vélez

El uso que de la II República hacen los partidos autodenominados de izquierda, considerándose directos herederos de ella, no es más que un argumento puramente ideológico

Constitución de la República Española 1931

El día 14 de abril de 2006, se cumplirán 75 años de la proclamación de la II República Española. El presente artículo, pretende defender la siguiente tesis: el uso que de la II República hacen los partidos autodenominados de izquierda, considerándose directos herederos de ella, no es más que un argumento puramente ideológico.

Varios son los conceptos que articulan dicha tesis, por lo que trataré de acotar su significado.

El más importante de ellos es el de ideología, pues a través de él, se pretende mirar dicho período histórico que algunas fuerzas políticas pretenderían restaurar, unas de manera explícita, incluso desde sus mismas siglas, y otras practicando una especie de criptorrepublicanismo a la espera de acabar con el actual modelo de democracia coronada.

Pero al hablar de ideología, no acudiremos al sentido que le da Rodríguez Zapatero en el prólogo que escribió para el libro del ministro Jordi Sevilla De Nuevo Socialismo (Ed. Crítica, Barcelona 2002). Nuestro dialogante y noctámbulo presidente, acuñó esta estrambótica e indocta definición:

«Ideología significa idea lógica y en política no hay ideas lógicas, hay ideas sujetas a debate que se aceptan en un proceso deliberativo, pero nunca por la evidencia de una deducción lógica (...) Si en política no sirve la lógica, es decir, si en el dominio de la organización de la convivencia no resultan válidos ni el método inductivo ni el método deductivo, sino tan sólo la discusión sobre diferentes opciones sin hilo conductor alguno que oriente las premisas y los objetivos, entonces todo es posible y aceptable, dado que carecemos de principios, de valores y de argumentos racionales que nos guíen en la resolución de los problemas.»

Por mi parte, me atendré a la definición dada por Gustavo Bueno en su célebre artículo «La democracia como ideología» (revista Ábaco 12/13, 1997):

«Conjunto de ideas confusas, por no decir erróneas, que figuran como contenidos de una falsa conciencia, vinculada a los intereses de determinados grupos o clases sociales, en tanto se enfrentan mutuamente de un modo más o menos explícito o encubierto.»

Los grupos, en este caso, quedan perfectamente delimitados: las izquierdas, identificadas con la II República y legitimadas por la apelación a este período, frente a la derecha, que por oposición, es presentada como heredera del franquismo, negándole así la regeneración democrática que se habría obrado al aprobarse la presente Constitución de 1978.

Según este planteamiento, se trataría, en definitiva, de cerrar ese paréntesis abierto el 18 de julio de 1936 con el estallido de la Guerra Civil. La propuesta de una III República, con ondear de banderas tricolores incluido, aparece de vez en cuando en boca de algunos líderes como Gaspar Llamazares. Pero otros que también la reivindican, esconden intereses muy ajenos a la mera restauración republicana. Me estoy refiriendo a todos esos partidos (ERC, CN, PNV, BNG, CH) que proponen una fórmula intermedia, el estado federal.

Pero resulta que también éste es otro subterfugio, pues en realidad no es un estado federal el que se busca, estado que, en cualquier caso exigiría la destrucción del actual en partes que se federarían ulteriormente. Porque precisamente el estado federal sería el depositario de la soberanía, que perderían esos estados integrantes llamados quizá Catalunya, Heuskal Herria o Galiza desgajados ya de España (queda por despejar la incógnita del nombre del «resto de España»).

En realidad, lo que se pretende, es la configuración de un estado confederal en el que cada una de sus partes, unidas entre sí coyunturalmente, mantendría la soberanía sin perderla, pudiendo de este modo (y este es el verdadero finis operis de todo este embrollo) retirarse en cualquier momento de dicha confederación para optar por la independencia.

En cualquier caso, para cada una de las dos soluciones, es imprescindible la ruptura de la Nación española en beneficio de otras que nacerían de su seno.

Lo inaudito de todo este proceso propulsado por la autodenominada izquierda, es que la justificación de tales naciones, se situaría en los llamados «derechos históricos». Y es aquí donde se explica el término autodenominación, referido a dichos partidos así llamados de izquierdas, porque para todo aquel que conozca los orígenes de la izquierda política, no es necesario recordarle que es contra esos derechos históricos (simbolizados en el trono y el altar) como toma cuerpo dicha izquierda.

Dicho esto, y regresando a la reivindicación de la República tantas veces celebrada como una especie de Arcadia perdida, son necesarias varias puntualizaciones al respecto, tanto en sus principios como en su práctica. La escala de este artículo queda rebasada por el análisis en profundidad de este período, pero permite esbozar algunas líneas maestras de la argumentación sostenida desde el inicio. Para ello, sirvan estos dos ejemplos:

En la constitución de 1931 leemos (Artículo 1): «España es una República democrática de trabajadores de toda clase, que se organiza en régimen de Libertad y de Justicia.» La pregunta sería: ¿Es este artículo sostenible por partidos interclase como el mismo PSOE?

En otro sentido, paralelamente al puro articulado constitucional, habría que hablar de su puesta en práctica, pues si en el artículo tercero se dice «El Estado español no tiene religión oficial», no es menos cierto que en el transcurso de la República, hubo un fuerte movimiento anticlerical, que no ateo, que incluyó la quema de edificios religiosos y la prohibición de la dedicación a la enseñanza por parte de clérigos.

La actualidad en torno a esta materia, es muy otra, pues las últimas tendencias, quizá imbuidas de un marcado relativismo cultural, amplían el derecho a la formación religiosa en otras religiones en cuyos preceptos se violan esenciales derechos democráticos, y ello sin entrar a valorar los inevitables conflictos que surgen del enfrentamiento entre religiones que consideran heréticas a las restantes.

Tras lo expuesto, creo que lo más perjudicial para la Nación española, no es tanto la disyuntiva entre una monarquía como la que tenemos, frente a una posible III República, que podría servir incluso para afianzar la unidad e identidad de España. Lo realmente grave, son las intenciones perversas que se esconden bajo dicho argumento por parte de las fuerzas secesionistas o abiertamente antiespañolas.

Cabría por último lanzar un reto: ¿hay algún político de estas izquierdas que se atreva a rescatar las palabras del socialista vizcaíno Indalecio Prieto en el mitin celebrado el 1 de mayo de 1936 en Cuenca?

Esas palabras fueron las siguientes:

«A medida que la vida pasa por mí, yo, aunque internacionalista, me siento cada vez más profundamente español. Siento España dentro de mi corazón, y la llevo hasta el tuétano de mis huesos. Todas mis luchas, todos mis entusiasmos, todas mis energías, derrochadas con prodigalidad que quebrantó mi salud, las he consagrado a España.»

 

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