Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 48 • febrero 2006 • página 15
La celebración en Tetuán del Día Internacional de la Filosofía,
o cómo liberar a los espacios públicos del asedio
Con el motivo de la celebración del Día Internacional de Filosofía, los profesionales de la Falsafa se dieron cita en la Biblioteca General y de Archivos –ubicada en el centro de Tetuán– para debatir el papel de la filosofía en el ámbito público nacional e internacional insistiendo sobre la misión casi profética de la misma en nuestro tiempo. El encuentro de alcance simbólico –pero sorprendentemente real– comenzó a las 18:30 horas con la presencia de un público reducido a una minoría selecta como en casi todas las citas culturales de nuestra amada ciudad.
Día Internacional de Filosofía en Tetuán
Fue el profesor Abdelwhid Awlad al-Faqihi quien abrió el encuentro con una alocución extremadamente alabadora de la filosofía justificando el por qué de esta actividad por la enorme responsabilidad que se está cayendo sobre la razón de guiarnos, una vez más, a la esperanza. El profesor Faqihi homenajeo el papel que tanto cumplió la filosofía en nuestra vida común dando ejemplos y símbolos de lo que fue el logos en la vida de la humanidad. Como moderador del encuentro, el profesor Faqihi dio la bienvenida a los enamorados de la sabiduría y les deseó una sabrosa fiesta racional en el día mundial de la filosofía.
¿Filósofos o ciudadanos?
Acto seguido, intervino el profesor Mustafa al-Haddad, quien matizó que su comunicación sería abreviada en unas cuantas ideas generales sobre la relación de la filosofía con el espacio público; aplazando la formulación de otras cuestiones al hilo del debate. Alabando la razón, como motor de todo quehacer filosófico, el profesor al-Haddad dejó claro que el logos recibió varios cambios de tal manera que no supo conservar su unidad ni su armonía como estaba en Platón y en Aristóteles. El planteamiento kantiano de la razón en sus tres dimensiones; es decir la razón pura, dialéctica y estética, sigue siendo –según él– el preámbulo adecuado para cuestionar el estado de la razón en su esencia y presencia en nuestro quehacer filosófico. Así, cuando el filósofo hace uso de la razón, sea en su unidad o pluralidad, se convierte en un «intelectual» y no conserva de su estado como filósofo que el atrevimiento de meter todo en cuestión. El filósofo ya no es un «filósofo» sino un simple «ciudadano». Allí, el ciudadano emplea términos políticos que nada tienen de vínculo con la terminología filosófica de claro rigor lógico.
Aun así, el filósofo no pierde, en nuestro entender, toda su esencia crítica ni tampoco su sentido universal a la hora de plantear problemas cara a la realidad humana en el «Feddān», versión tetuaní del «ágora» griego. Incluso se lo necesita más para afrontar los retos de la política –«imperio de la mentira» según Ortega y Gasset– para no perderse en el caos de su «lugar común». Basta con estar maestro en la mentira, para conseguir un puesto público. Lo que queda, será asunto de la demagogia partidista. Por lo tanto, meterse en política, sin facultades mentales extraordinarias algunas, como pretende algunos, sería el desastre total para toda aspiración racional a un futuro mejor. No solamente aquello exige facultades mentales, sino también virtudes. A la política, es decir a la cosa humana, hay que curarla con «moralidades» de su género. Y eso requiere una «ética» y una facultad. A lo contrario, seremos un par de seres a la merced de una fatalidad agresiva. La racionalidad a que aspiramos es aquella en la que queremos meter un poco de orden en nuestras cosas cotidianas. ¿Como llegaríamos a lograrla con un par de analfabetos? El consejo platónico que nos dejó hace siglos, aún sigue en vigencia: los sabios son los más calificados para gobernar la ciudad, los demás hay que cumplir con sus deberes como simples ciudadanos. No en vano que nuestras cosas cotidianas padecen enfermedades diarias, porque aún no disponemos de «médicos» capaces de curarnos de nuestra «epidemia moral».
Es cierto que el filósofo se convierte en ciudadano cuando se mete en política, pero ¿es verdad que la «ciudadanía» es una «esencia»? Se suele hablar de ésta como si fuera un hecho de máxima fiabilidad. Para nosotros, los más escépticos en cosas de la política tetuaní, la ciudadanía es un «proyecto» a que tenemos que realizar en un futuro próximo, ganándolo con pulso y coraje. Para ello, hay que comprometerse diariamente con las cosas del «espacio público». Somos ciudadanos cuando se nos respetan nuestros derechos, cuando se nos permiten ejercer nuestros deberes en condiciones favorables a nuestra dignidad humana. Mientras eso no es verdad, mientras eso sigue siendo un concepto exportado desde fuera e implantado en nuestro suelo –nuestro presunto espacio público– por razones de propaganda interna y externa, la ciudadanía será todavía asignatura pendiente. Así la filosofía, como ejercicio de la razón, es en sí un ejercicio de la ciudadanía, no a priori, sino a posteriori... ¿No fue Descartes quien nos mostró que la razón es la cosa más repartida con justicia entre las personas? ¡Pues hagámosla funcionar como debiera abriendo a sus puertas todos los tabús del «espacio público»!
Espacios públicos abiertos y democracia omnipotente
Para el profesor Saíd Z'bida, quien optó por reflexionar sobre las mil posibilidades de la proyección de la filosofía en el espacio público, nuestro tiempo moderno nos brindó una gama de opciones a las que hemos que recurrir para perfeccionar el uso de la razón en nuestra vida moderna y reanudar el quehacer socrático como diálogo, sabiduría y moral. De esta manera, no existe un espacio público, sino más bien, «espacios públicos». Tampoco existe «una filosofía» sino más bien «muchas filosofías». La diversidad de los medios intermediarios nos lo demuestra claramente. Hay que aprovechar de ella para filosofar bien, y vivir feliz recuperando la dignidad humana en vivir, convivir y saborear todas aquellas delicias que nos regala la sabiduría.
Llevando el propósito del profesor Z'bida a sus máximos límites, diríamos que hay que plantear la problemática de la «democracia» en sus simples estrados. Aprovechar de los medios intermediarios para favorecer el florecimiento de la razón, como bien dijo Z'bida, implica necesariamente la proyección inmediata de los mismos en el «espacio público ». Sería en vano hablar de aquello sin cuestionar el estado de la riqueza nacional y la relación de ésta con el estado vigente de la democracia. Ahora bien, ni el espacio público está «liberado», ni hay posibilidades de acceder a los medios intermediarios por falta de recursos y medios económicos. El «espacio público» está lleno de necesidades básicas: bajo nivel de vida, paro y lo esencial de todo desarrollo: analfabetismo. Nuestro país tiene nada más que el número ciento veinticuatro en cuanto al desarrollo humano según la ONU. ¿Cómo sería posible plantear la diversidad de los medios intermediarios en un ámbito como lo nuestro? Además, el «espacio público» esta totalmente cerrado. No disponemos de espacios públicos donde Sócrates pueda ejercer su oficio de filósofo. Los pocos que existen –como el Feddān– están cerrados hasta a las golondrinas. Curiosamente, los espacios públicos que disponemos son casi todos cerrados. Existe pues una cierta vinculación entre el número de «espacios públicos» y la porción de libertad permitida a cada uno. Cuanto espacios hay, cuanto libertades florecen. El diálogo filosófico se realizó en espacios abiertos en Grecia, en el «ágora». Lo mismo debe de ser realizable en Tetuán. Hay que liberar los espacios públicos, ganarlos a la «ciudadanía» y eso hay que lograrlo por la vía más filosófica del mundo: la democracia. Probablemente allí se efectuará el «ensayamiento» del diálogo como valor cívico para los que no lo han probado aún. Llevar todo esto al aula, a simple título, a donde tendrán los «ciudadanos» la oportunidad de aprender las técnicas socráticas, implicaría modernizar todo el sistema educativo nacional. ¿Acaso no requiere eso más libertades, y por tanto más democracia?
Los «viejos guardias» de la razón en Marruecos
El siguiente ponente, el profesor Mohamed al-Khashin, habló sobre «la filosofía y las políticas sociales del Estado» basándose sobre un informe del Unesco, analizándolo desde la perspectiva educativa, política e histórica. Así se refirió a las maneras agresivas que tanto la filosofía recibió del Estado en un conflicto político e ideológico que resultó ser en vano; porque éste, una vez ante el diluvio del «fundamentalismo», se reafirmó en propuestas ya hechas por los «progresistas» y los «racionalistas» durante los años de acero, y que ahora parece que el Estado pide refuerzo a los «viejos guardias» de la razón en Marruecos.
Analizando todo el procedimiento, cara a la filosofía, no es difícil de constatar que la historia de la relación filosofía-Majzen es una historia maquiavelizada. El Majzen manipuló la Falasafa según sus necesidades y obligaciones. Cuando vio que ésta perjudicó sus políticas sociales y económicas, se la sometió al «estado de queda» reduciéndola a una especie de asignatura sin espíritu. [Véase, Mohamed Bilal Achmal, «Filosofía y circunstancias nacionales e internacionales», El Catoblepas, n° 44, octubre 2005, pág. 19.]
El reto actual de los guardias de la razón en Marruecos es hacer uso de su espíritu de libertad hacia cualquier intento de manipulación de parte del Majzen. Las nociones a que los profesionales de la filosofía están designados a enseñar como es el caso de «tolerancia», «convivencia» y el «diálogo» deben de estar efectuados con la mínima profesionalidad y llevadas a cabo con toda su rigor científica y filosófica. Nada de exigencias políticas que puedan dañar a la ética profesional de los mismos. El aula filosófica es el aula de la libertad y el Majzen debe coger este reto con la máxima conciencia. Así, si el Majzen quiere de verdad crear un estado de derecho y fundir un estado moderno, hay que crear las condiciones favorables para ello. Y los profesionales de la filosofía deben resistir a todo tipo de presión de parte de las autoridades. Para ello existe la razón, la crítica y la solidaridad.
¡Apuestas mal hechas!
Desde su parte, el profesor Abdel I'lah Habibi, habló sobre las «apuestas de la lección de filosofía en la escuela marroquí» considerando que el legislador marroquí no tiene claras sus apuestas. Para tal consideración, el profesor Habibi tuvo que repasar la evolución de la asignatura de la filosofía en la escuela secundaria desde la época de la Independencia, pasando por los años sesenta y setenta, hasta los años ochenta, noventa y los tiempos presentes. El esquema que diseñó nuestro compañero no fue nada brillante, porque desde el principio el legislador no supo manejar aquella asignatura en pro de una educación de calidad, formando una ciudadanía eficaz, positiva y activa. La imagen de la filosofía en la escuela marroquí lo revela todo: aún persiste la mala gestión de la misma. Y sin una apuesta racional sobre los recursos humanos que están detrás, la filosofía como asignatura, como profesión y como misión racionalizadora, no puede lograr nada de sus objetivos y quizá se puede perder más tiempo en organizar y reorganizar un tiempo fraccionado desde antes con barbaridades absurdas.
Parece que el legislador marroquí carece, no solamente de un proyecto educativo como bien dijo nuestro compañero, sino también de un proyecto de vida. Todo indica que lo nuestro empuje de una manera u otra, hacia el caos total. Si de verdad lo tiene, peor aún, porque parece que lo suyo es desorientación absoluta en materia educativa. El cuerpo débil de la enseñanza publica lo demuestra todo: varios actos de protesta están previstos para los próximos días del presente curso. Hay algunas tendencias de privatizar el sector educativo público y confiárselo al capital pseudo nacional.
Los focos de la «francofonía» aún resisten ante cualquier reivindicación arabofónica o amaziga. Los programas de filosofía llevados a cabo están escogidos de Francia sin la mínima adaptación a la realidad nacional. No se sabe a donde va parar la política educativa gubernamental –si la tiene–, sólo los próximos hechos nos lo dirán.
Hay que liberar los espacios públicos del asedio
El coloquio se concluyó con un debate abierto con el público, blanco de esta actividad. Así se reabrieron problemáticas, y se debatieron soluciones desde varias perspectivas y multitud de opciones.
El acto se concluyó dando cita en otro lugar público para debatir a fondo las problemáticas planteadas allí y quizás en el próximo año para no ser menos optimistas de lo que estaban algunos presentes en el acto.
Pero antes, hay que liberar a los espacios públicos del asedio para un mejor ejercicio diario del diálogo, y por tanto de la democracia. Para eso hay que tener demasiada valentía para dejar en paz a los filósofos realizar su trabajo socrático sin fronteras ni barreras y tolerarles un lapsus de «geografía» e «historia» para cultivar como se debe, al ideal de la ciudadanía en el Feddān.