Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 48 • febrero 2006 • página 7
Ofrecemos una aproximación a la noción de compromiso a la luz de las intrincadas relaciones de los personajes de la tragicomedia de William Shakespeare El mercader de Venecia
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Admito que el drama y la trama de El mercader de Venecia me tienen sojuzgado en lo tocante al dominio de lo estético, pero no sólo en él. Ocurre con las grandes obras literarias que las historias que nos cuentan, las descripciones de personajes que nos ofrecen y las situaciones dramáticas con las que nos hacen sentir la vida en toda su intensidad, nos llegan a lo más profundo del corazón, sin dejar intacto el intelecto. Esta circunstancia más que probada, no debe, sin embargo, confundirnos ni dejarnos llevar por el arrebato de la pasión o el arrobo de la emoción esteticista. Contra los riesgos para el libre entendimiento y la plena comprensión de las cosas, que las calenturas del pathos y los enfriamientos del cogito pueden causarnos, es menester situarse a cubierto y en tierra firme para no perder la compostura ni el sentido justo de la medida. Me hechiza, digo, esta obra teatral. Sea; mas que no me haga perder el juicio. Me encanta, lo confieso, dejar volar la imaginación y que me lleven y traigan en el terreno de la ficción. Concedido; más frénese la sugestión para evitar la caída en el puro encantamiento. Me fascinan las aventuras y los entuertos. Vale; mas ¡cuídeme de seguir los lances y correrías de un caballero andante!
Reconozco que el argumento shakesperiano de El mercader de Venecia me tiene sobrecogido desde que lo leí por vez primera. Si me hace disfrutar –sufrir, reír y llorar– no es porque vea en sus páginas un tratado de derecho, un manual de economía ni tampoco un diálogo filosófico sobre moralidad. El mercader de Venecia es obra genial porque es pura literatura, literatura en estado puro. No veo razones más allá para apreciar su valor. Se han estudiado suficientemente las licencias que se permite Shakespeare en el momento de referir en el texto las particularidades y virtualidades sobre el comercio, el derecho y la política que llenan de encanto el texto. Porque licencias de este género las hay, y a montones No hay reproches, sin embargo, que hacer al respecto, porque en tales libertades que se concede el autor no aprecio intención de engañar. El engaño y la farsa, que no siempre significan embuste, se hallan dentro del texto, en la propia historia, en la trama dramática, en la tragicomedia representada, en la secuencia de sus actos, y nosotros, participando conscientemente del enredo, de su atractivo nos dejamos llevar, aunque no nos traguemos el anzuelo. El enredo temático no debe conducirnos, entonces, a un trastorno conceptual e intelectual. No hay ahí mentira porque sabemos que aquello que los actores interpretan sobre las tablas no es verdad, aunque todo nos parezca tan real, tan verosímil: he aquí la magia del arte mayor. No hay falsedad, en consecuencia, porque, tras la mascarada, no hay nada que ocultar. Cuando baja el telón, abre el espectador los ojos a la realidad y, si es (o está) despierto, comenzará a entender.
Los personajes salen a escena y todo salta a la vista. Comienza el espectáculo. El espectador conoce en muchas ocasiones cosas que los personajes ignoran. Éstos a menudo nos quieren expresamente confundir. Es el autor quien teje los hilos de la representación y nosotros simplemente participamos del juego. Más allá de esta constatación evidente se sitúan las innovaciones y los experimentalismos, los cuales no siempre podemos identificar con las netas improvisaciones propias de la escena.
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Porcia se disfraza de doctor en leyes en una de las escenas cruciales de la función, la del juicio a Antonio que acaba volviéndose un cruel proceso a Shylock. Porcia, la heroína de la historia, resuelve finalmente la situación... a favor, claro está, de lo suyo, de sus seres queridos, de sus intereses personales. Nadie entre los asistentes al cónclave judicial advierte el engaño que se escenifica en lugar tan solemne, la Audiencia de Justicia en el Palacio Ducal de Venecia. La bella Porcia está maravillosa en su parodia, ocurrente, controlando los tiempos y los resortes del derecho y la ley. Quiero creer, no obstante, que fuera del escenario, en la vida real, ningún tribunal hubiese aceptado semejante burla; como tampoco hubiese aceptado, por lo demás, los términos sangrantes del contrato (esa libra de carne fresca lo más cerca del corazón...) y tantas otras cosas que dramáticamente funcionan muy bien, pero que, en rigor, nadie puede creérselo. Al menos cuando uno se pone a pensar en ello..., no necesariamente durante la representación.
Shylock acude a juicio pidiendo que se cumpla con lo comprometido, y no más. Lo prometido es deuda, pero, hete aquí, que acaba perdiendo la causa por las trampas de la ley y por el odio circundante; también ayuda a ello, su poco sentido de la prudencia y de la compostura. Juega al todo o nada en territorio hostil. Se muestra antipático y hosco, duro y pugnaz, insensible y feroz, aun teniendo razón en su reclamación. Ni sus hermanos de raza le siguen: ¡cómo te atreves a enfrentarte tú solo al poder del cristiano!, parecen pensar de él. Shylock desea vengar la humillación y la traición cometidas contra su persona, contra su familia (un cristiano, Lorenzo, le arranca de su seno a su hija Yésica, la carne de su carne, la más cercana del corazón, y pronto además una generosa dote que pasará a manos de quien provoca su ruina; es habitual hacerle pagar al judío la bala que le mata) y contra su hacienda. Pero, ansía igualmente vengar, a través de su querella particular, la Causa del pueblo judío en su conjunto. He aquí su descomedimiento. Su error.
¿Por qué actúa de ese modo tan excesivo? Tiene ante sí un momento excepcional, tal vez el único, para vengar la humillación que se le inflinge a diario: el cristiano Antonio (y lo que materialmente encarna) está, por esta vez, cogido en falta, la justicia en su contra, y el judío Shylock (y a quienes simboliza) exige la reparación y una satisfacción. Grave conflicto para la ciudad ducal: Antonio incumple lo prometido, viola el contrato, y Venecia no puede contravenir la ley que ella misma ha instituido y que está en el origen de su esplendor. Ahora o nunca, o todo o nada: he aquí el dramatismo de la situación a los ojos del ofendido y burlado Shylock. Ciego de venganza, no es consciente de su soledad, de la insuficiencia de su fuerza: él, personaje trágico donde los haya, provoca su condena al seguir hasta el final con la acción. Irónica circunstancia: Shylock lleva razón en su reclamación, la razón jurídica y moral le acompañan, pero tener razón no es suficiente. La Razón no instituye la Realidad. Permite comprender y hacerse un sitio en la realidad, pero no la crea ni la conforma.
Shylock, pues, pierde la partida. ¿Gana, entonces, Antonio? Tampoco. Antonio es hombre de natural triste, y de su tristeza sustancial proviene su derrota como ser humano. Shylock y Antonio se quedan, al final, solos{1}. Cada uno por su lado, permanentemente enemigos, enfrentados, se encuentran perdidos. Pero Antonio no gana el pleito, porque en el fondo, poco le importa. Antonio, hombre en quien confluyen tristeza y odio, es un precursor del nihilista contemporáneo, o acaso, del de todos los tiempos que han sido y serán:
ANTONIO. Tengo al mundo no más que en lo que es, Graciano: un escenario en que cada hombre debe desempeñar un papel, y el mío es el de triste. (Acto Primero. Escena I).{2}
Porcia, no Antonio, retiene finalmente a Bassanio a su lado. Tal vez todo el montaje organizado por la joven enamorada en la Audiencia, la representación que protagoniza dentro de la representación, su directa intervención en el asunto, tal vez, digo, toda esta operación haya sido motivada por las dudas que alberga acerca de la íntima relación que une a los dos caballeros. Porcia necesita saber hasta dónde llega el afecto de Bassanio por Antonio, la naturaleza de su compromiso con el noble señor.
BASSANIO. Me había comprometido con un buen amigo, comprometiendo a mi amigo con su peor enemigo, para ayudar a mis medios. (Acto Tercero. Escena II).{3}
Esto confiesa Bassanio a Porcia. Pero, la perspicaz muchacha presiente que no están aquí en juego sólo los medios económicos, sino también fines del mismo género aunque diferente significación. Acaso, piensa la avispada damisela que resolviendo a su favor, a favor de su gente, el compromiso con el judío, entonces se aclarará el propio compromiso que le une a su amado: el matrimonio todavía sin consumar. Desde el mismo momento en que comparece ante la joven en Belmonte para participar en el juego de pretendientes, Bassanio se muestra nervioso y excitado, llegando a confesarle que vive en un «potro de tormento». Porcia toma la imagen del muchacho y replica que si, en efecto, en tal doloroso confesionario se halla, confiese, entonces, «qué traición anda mezclada con vuestro amor» (Acto Tercero. Escena II){4}.
Más tarde, elegido Bassanio de entre los demás pretendientes, una vez comprometidos en matrimonio y a punto los esponsales, aparece un mensajero portando un mensaje de Antonio (que hable ahora o calle para siempre) en el que da cuenta del naufragio de la flota que le ha dejado en bancarrota, lo que le impide cumplir el compromiso con Shylock, dejándolo, por tanto, a su merced. Bassanio queda abatido. Porcia reacciona y urde un plan que aclare las cosas. He aquí el trato impuesto por la novia al atribulado Bassanio en la residencia de Belmonte:
PORCIA: Primero, ven conmigo a la iglesia a llamarme esposa, y luego ve a Venecia, por tu amigo: pues nunca has de yacer al lado de Porcia con el alma intranquila. (Acto Tercero. Escena II).{5}
Habría que dejar en claro a qué intranquilidad del alma se refiere Porcia: si a la de Bassanio o la suya. Comoquiera que sea, la gentil doncella necesita solucionar el enredo para salvar el matrimonio. Anteriormente, en el enrevesado juego de los pretendientes, ya ha demostrado que sabe desenvolverse perfectamente bien en estos menesteres. Por si queda alguna duda, idea la intriga del anillo ¡de compromiso! con Bassanio en señal de amor y garantía de la conservación de la unión. El joven, sin embargo, lo entrega al doctor en leyes –en realidad, la propia Porcia– cuando éste/ésta lo reclama como premio por haber salvado a Antonio en el litigio con el judío Shylock.
Concluido el primer compromiso, vayamos al segundo y principal, parece pensar la dulce Porcia; despejemos el paisaje. De vuelta a Belmonte, la muchacha pregunta por la joya al ver desnudo el dedo anular de Bassanio. Expectación en la platea, regocijo general. Bassanio farfulla una explicación plausible. La comedia que no cesa. Porcia se muestra firme:
PORCIA. Por los cielos, que no entraré en tu cama hasta que no vea el anillo. (Acto Quinto. Escena I y última).{6}
Antonio, presente en la escena, cruza entonces este diálogo con Porcia, con quien continúa manteniendo un duelo del que sólo uno de los dos puede salir triunfante. Bassanio también interviene en la conversación, componiendo así un inconfundible triángulo, quien a fin de arreglar la situación probablemente consiga el efecto contrario:
ANTONIO. Yo soy el desgraciado objeto de estas querellas.
PORCIA. No os aflijáis, señor: sois bienvenido, sin embargo.
ANTONIO. Porcia, perdóname esta ofensa a la que me he visto obligado; y, ahora que me oyen tantos amigos, te juro, aun por tus mismos bellos ojos, donde me veo...
PORCIA. ¡Cuidado con eso! En mis dos ojos se ve doble: un Bassanio veo en cada ojo. Jura por tu doble persona y será juramento de crédito. (Acto Quinto. Escena I y última){7}
Porcia no contradice, pues, a Antonio en ese punto tan delicado. Y, por otra parte, reconoce en Bassanio una «doble vida». No importa, a Porcia le preocupan el amor y su matrimonio, por encima de todo. Y con esta fuerza a su favor resuelve el entuerto y solventa la querella. Triunfa el amor. Final feliz, fin de la comedia, como tiene que ser. Shakespeare conoce el oficio, ¡y no poco! Shylock ha perdido. Antonio también. Los jóvenes amantes son la esperanza de futuro. El amor es lo más importante, lo que salva a los humanos. El bardo inglés sabe perfectamente cómo poner punto final a una comedia. Comprende lo que el público quiere y espera de este género.
Última escena. Porcia da por concluida la representación en audiencia pública. Terminó la farsa. Para quedar los protagonistas plenamente satisfechos, ahora sólo queda consumar el compromiso más importante. Despunta el alba. Los jóvenes esposos se retiran a sus aposentos privados cuando faltan dos horas para el día, según hace notar Graciano a Nerisa, al objeto de someterse a un definitivo interrogatorio, ése en el que, y ahora habla la presumible doncella Porcia, se contesta fielmente a todas las cosas.
3
«I'll have my bond». Exijo que se cumpla lo comprometido, y lo tendré. He aquí en pocas palabras el fondo del problema de Shylock en la obra shakesperiana El mercader de Venecia. He aquí la invocación, la letanía, de Shylock en la que ve encerrada su existencia y que le llevará a la propia destrucción. Diríase, por la relevancia e insistencia de su discurso ininterrumpido, que la necesidad del cumplimiento del compromiso, del vínculo, del contrato, de los pactos, de los acuerdos, es una obsesión de Shylock, una obstinación, una idiosincrasia del judío que parece no pensar en otra cosa. Un empecinamiento que le aparta de otros valores, presuntamente superiores y más elevados, más espirituales, como, por ejemplo, la «amabilidad» (kindness) o la «misericordia» (mercy), tal y como le reprochan, primero, Antonio al cerrar el trato, después, los mercaderes, y, más tarde, los jueces en la sala de Audiencias.
¿En qué consiste la presunta supremacía de lo generoso y amable desde la perspectiva de Antonio y el resto de sus acusadores? Para Shylock, hombre curtido y apaleado en la vida, perro viejo, gato escaldado, la cuestión no tiene misterio. Lo que se le reprocha, y no perdona, es ser un hombre de contrato; en este caso, un prestamista, un usurero, un judío empeñoso, un protobanquero empeñado en exigir que se le devuelva con interés aquello que presta. En el texto original leemos, en referencia a Shylock, la expresión «bondman’s key», expresión que suele traducirse por «acento de esclavo» o bien «tono de esclavo». ¿Qué quiere significarse con esto? Que un hombre vinculado o comprometido, o sea, sujeto a compromisos, no es un hombre libre, sino esclavo, un inferior. Quien se liga a un compromiso, queda atado. Es un prisionero de sus palabras (por dar la palabra), pero no de sus silencios, pues en el incumplimiento, su distracción, hace valer la condición superior que le distingue frente a otros.
Según este planteamiento, el hombre libre y noble sería quien no está sujeto a compromisos (sobre todo, a determinados compromisos). Noble señor –le dice en el Acto Primero Shylock a Antonio sin ocultar el sarcasmo–, me escupís encima, me pateáis, me llamáis «perro» (dogo, dog). ¿Es por semejantes cortesías o amabilidades, por vuestra misericordia, que debo prestaros mi dinero? Esto, en efecto, declara Shylock. Antonio, urgido por Bassanio para que le preste tres mil ducados con lo que poder cortejar a Porcia, debe acudir a quien tiene dinero en efectivo para prestar, pues él, mercader después de todo, posee toda su patrimonio en especies, en el mar, a bordo de sus naves que traen y llevan productos. Cuando arriben a puerto las embarcaciones, verá multiplicada su inversión y podrá responder. Pero ahora, no. Que adelante, pues, la cantidad el judío. Antonio queda como fiador. Antonio está seguro de su solvencia y de que le devolverá, le tirará a la cara, la cantidad prestada. Antonio es el galante garante: ¿qué fía, pues? Lo que el judío disponga. ¿Qué es esto?
SHYLOCK. [...] la indemnización se fijará en una libra exacta de vuestra hermosa carne, para ser cortada y quitada de la parte de vuestro cuerpo que me plazca. (Acto Primero. Escena III).{8}
Bassanio queda horrorizado ante la perspectiva abierta por los términos del contrato. Antonio ni pestañea: Sí, Shylock, firmaré ese contrato (bond), ese pagaré{9}, determina el fiador muy seguro de sí mismo. No ignora, con todo, que si no paga, deberá responder ante la Justicia. Puede ser llamado a declarar ante el Dogo, el gran señor de Venecia, para rendir cuentas. Esto es lo que les ocurre a quienes no cumplen sus compromisos.
Antonio queda abatido por la derivación del caso, más triste que nunca. Las naves se han ido a pique, las cosas se han torcido, y el judío le incordia con el maldito compromiso. Reclama y requiere lo que es suyo. Antonio está fastidiado, aunque no desesperado, porque sabe que juega en su propio campo, en su ciudad. Si la ley no está de su parte, lo estarán quienes la imparten y la administran, los jueces y magistrados. Sin embargo, la ley debe tratar a todos por igual, por necesidad. Antonio lo sabe y lo reconoce públicamente ante Solanio:
ANTONIO. El Dogo no puede negar su curso a la ley; pues si se niegan los privilegios que los extranjeros tienen con nosotros, en Venecia, eso desacreditaría mucho la justicia del Estado, puesto que el comercio de la ciudad depende de todas las naciones. (Acto Tercero. Escena III).{10}
He aquí un conflicto. ¿Cómo saldrá Antonio de esta delicada situación?
«Let him look to his bond», resuena el eco del reclamo de Shylock. Pues, que se fije en su compromiso. Según hace saber Salerio a Yésica (hija de Shylock), veinte mercaderes, el propio Dogo y nobles senadores han tratado de persuadirle; pero «nadie puede apartarle de su maligno alegato de la falta de pago, la justicia y el compromiso.» (Acto Tercero. Escena II){11}. Antonio es hombre libre, y es un hombre honrado: mercader de Venecia, honorable y noble. Es un hombre libre en la Venecia cristiana porque es hombre libre de compromiso cuando se trata de hacer tratos con el judío, después de todo, un extranjero. En su condición privilegiada, Antonio disfruta del beneficio de la protección y complicidad de las instituciones de la ciudad (el amparo cancerbero del Dogo) y, en última instancia, de las virtudes cristianas (la misericordia no tiene que probarla, sino que la tiene supuesta; el judío, no), para su salvación.
¿Por qué Antonio odia a Shylock? Responde el odiado:
SHYLOCK. Me llamáis impío, perro verdugo, y me escupís en mi gabán de hebreo; y todo ello, por el uso de lo que es mío. (Acto Primero. Escena III).{12}
Y también:
SHYLOCK. Me ha despreciado, y me ha impedido ganar medio millón: se ha reído de mis pérdidas, ha insultado a mi raza, ha estropeado mis tratos, ha enfriado a mis amigos, ha acalorado a mis enemigos: y todo ¿por qué razón? Soy judío. (Acto Tercero. Escena I){13}
A continuación viene la célebre declaración del ser y el no ser del judío Shylock. ¿No tiene el judío manos como los demás? Si le pinchan, ¿no sangra como los otros? Etcétera. Pues bien, ¿qué diferencia en resumidas cuentas al cristiano Antonio del judío Shylock? Que en las reglas de juego dictadas en Venecia, uno tiene derecho a la crueldad y el otro, no. ¿Es esto misericordia?
SHYLOCK. Y si nos ofendéis ¿no nos vamos a vengar? Si somos como vosotros en lo demás, nos parecemos a vosotros en eso. Si un judío ofende a un cristiano, ¿cuál es su humildad? La venganza. Si un cristiano ofende a un judío, ¿cuál habría de ser su paciencia, según el modelo cristiano? Pues la venganza. La villanía que me enseñáis, la voy a ejecutar, y difícil será que no mejore la enseñanza. (Acto Tercero. Escena I){14}
¿Por qué se empecina Shylock con el dichoso compromiso? Si tanto insiste en su reclamo es: 1) porque en su condición de judío en la Venecia medieval, no tiene la seguridad o garantía (jurídicas) de que sus derechos serán amparados por el poder establecido (cristiano), y 2) porque en el principio del compromiso, en el cumplimiento de los contratos, reside la base de su negocio, de su forma de vida y, por tanto, de su supervivencia, como persona, y también como parte de su pueblo.
Todos los personajes de la obra, como todos los individuos en sociedad, están marcados por la señal de compromiso. Pero, como advirtió el sagaz Friedrich Nietzsche (lo refiere en Aurora, aforismo 112, «Para la historia natural del deber y del derecho», y lo reitera en La genealogía de la moral), la justicia como compromiso tiene efecto entre quienes tienen aproximadamente el mismo poder. El equilibrio, o sea, la reciprocidad, constituye un presupuesto de los contratos, y, por lo tanto, de todo derecho. O no se reconoce dicha igualdad (sociedades aristocráticas o tiranías), o, por el contrario, se acepta, conviniendo así en una normativa fundamental que contemple la igualdad de condiciones para los miembros de una misma comunidad (sociedades nacionales democráticas). He aquí la cuestión, una cuestión –jurídica, política y moralmente–, en verdad, muy comprometida...
En El mercader de Venecia, se arman e hilan muchos compromisos, pero casi ninguno los cumple. La sagacidad, la destreza, el ardid, la maña y la artimaña, las utilidades humanas más ingeniosas e industriosas, se reúnen a fin de que uno salga bien librado –el que puedan– de la exigencia del cumplimiento de la palabra y las promesas. Veamos unos ejemplos: Porcia amaña la promesa que ha hecho a su padre a la hora de elegir al pretendiente que desea; Bassanio y Graciano unen su destino a los anillos de compromiso que comparten con sus respectivas enamoradas, pero a la menor ocasión, se desprenden de ellos; Antonio promete devolver el préstamo a Shylock o bien pagarle en especie, y no sólo no paga, sino que se lo cobra; Yésica, la hija de Shylock, traiciona al padre y a su raza, entregando el dinero de la familia a Lorenzo, su enamorado; la comunidad judía no acompaña a Shylock en su causa, incluso recrimina un empecinamiento que la compromete ante la autoridad dominante; Lanzarote Chepa, criado de Shylock, abandona a su amo y pasa al servicio de Bassanio. Porcia y Nerisa, en fin, se hacen pasar por lo que no son, hombres y doctores en leyes, y no sólo salen bien libradas, sino que acaban siendo las heroínas de la comedia.
¿Y Shylock, el arisco, el malvado Shylock? Todo aquí es confusión y enredo. Nada ni nadie parecen lo que son. Cuando comparece Porcia, disfrazada de doctor en leyes, afirma:
PORCIA. Estoy completamente informado de la causa. ¿Quién es aquí el mercader y quién el judío?» (Acto Quinto. Escena I){15}.
Frente a lo que suele creerse, el personaje que da título a la obra no es Shylock, que es Antonio; él es el mercader de Venecia. Shylock es el prestamista, un personaje secundario en la historia, su presencia es breve y efímera, apareciendo en pocas escenas. Sin embargo, no hay duda de que, si no el héroe, Shylock es el auténtico protagonista de la obra, el personaje principal, la figura verdaderamente dramática de la tragicomedia que tiene lugar a orillas de la laguna más bella de la Tierra. Antonio, el otro personaje, más que dramático, es patético.
Antonio y Shylock. Shylock y Antonio. Dos vidas con distinto origen y distinta fe, pero de parejo destino: la soledad y la pérdida. Ambos acaban solos y quedan perdidos porque representan el final al que conduce la confrontación sin tregua entre el cristiano y el judío. El futuro, ya lo hemos dicho, queda personificado por los jóvenes amantes: Porcia y Bassanio, Nerisa y Graciano, Yésica y Lorenzo. Antonio y Shylock representan dos personajes trágicos, confundidos en su tragedia, pero no son dos personajes comparables en lo que respecta al compromiso.
Shylock, en esta historia, es el único personaje empeñado en hacer valer el peso de la palabra y en cumplir su promesa, hasta el final: Antonio debe cumplir y fijarse en su compromiso. Y si no, tiene que pagar. Él también, como todos. Es la ley. La justicia para el judío Shylock de la trama se empeña en la causa y el peso del compromiso. Para el cristiano Antonio, no. Por encima de la justicia está la amabilidad y la misericordia. Bien cierto, pero, añadiremos, sólo cuando la ley y la interpretación de la ley están de su parte.
Lo admito. Shylock es el personaje que más me conmueve de la obra shakesperiana. ¿Por qué será? Más que la defensa de su fe, de su raza, de su etnia, me remueve el alma, lo admito, su fe liberal. El resto lo compone un grupo de liberales de palabra. Leamos, por ejemplo, lo que espeta Porcia a Bassanio:
PORCIA. Veo, señor, que sois liberal en palabras. Sois vos quien me ha enseñado a mendigar, y ahora me parece que me enseñáis cómo se debe responder a los mendigos. (Acto Cuarto. Escena I){16}
A Porcia y a Nerisa les preocupa el compromiso, pero sólo en su dimensión privada. La fe liberal de Shylock es, sin embargo, en los asuntos públicos y privados, de palabra y de hecho, ¡y qué caro se lo hacen pagar! Esta fe liberal la practica, cuando le dejan. Pero viene recogida además en una frase sencilla y simple, una declaración que contiene todo un prontuario de firme convicción en la libertad económica y en la libertad de acción, en los pactos, los contratos y los compromisos: «la ganancia es bendición, con tal que los hombres no roben.» (Acto Primero. Escena III){17}.
Tal cosa dice un hombre que lo pierde todo: religión, familia, hacienda, honor. Y todo por defender lo que es suyo. Bendito sea.
Notas
{1} Esta circunstancia de la soledad en la que se ven condenados ambos personajes, Shylock y Antonio, ha sido remarcada con gran acierto por medio de sendos planos muy significativos en la muy correcta adaptación cinematográfica de la obra llevada a efecto por el guionista y director Michael Radford (The Merchant of Venice, 2004).
{2} ANTONIO. I hold the world but as the world, Gratiano. A stage, where every man must play a part,and mine a sad one.
{3} BASSANIO. I have engag'd myself to a dear friend, engag'd my friend to his mere enemy, to feed my means.
{4} PORTIA. Upon the rack, Bassanio? Then confess what treason there is mingled with your love.
{5} PORTIA. First go with me to church and call me wife, / And then away to Venice to your friend; / For never shall you lie by Portia's side / With an unquiet soul.
{6} By heaven, I will ne'er come in your bed until I see the ring.
{7} ANTONIO. I am th' unhappy subject of these quarrels.
PORTIA. Sir, grieve not you; you are welcome not withstanding.
BASSANIO. Portia, forgive me this enforced wrong; and in the hearing of these many friends I swear to thee, even by thine own fair eyes, wherein I see myself.
PORTIA. Mark you but that! In both my eyes he doubly sees himself, in each eye one; swear by your double self, and there's an oath of credit.
{8} SHYLOCK. Express'd in the condition, let the forfeit be nominated for an equal pound of your fair flesh, to be cut off and taken in what part of your body pleaseth me.
{9} ANTONIO. Yes, Shylock, I will seal unto this bond.
{10} ANTONIO. The Duke cannot deny the course of law; for the commodity that strangers have with us in Venice, if it be denied, will much impeach the justice of the state, since that the trade and profit of the city consisteth of all nations.
{11} SALERIO. [...] none can drive him from the envious plea of forfeiture, of justice, and his bond.
{12} SHYLOCK. You call me misbeliever, cut-throat dog, and spit upon my Jewish gaberdine, and all for use of that which is mine own.
{13} SHYLOCK. He hath disgrac'd me and hind'red me half a million; laugh'd at my losses, mock'd at my gains, scorned my nation, thwarted my bargains, cooled my friends, heated mine enemies. And what's his reason? I am a Jew.
{14} SHYLOCK. And if you wrong us, shall we not revenge? If we are like you in the rest, we will resemble you in that. If a Jew wrong a Christian, what is his humility? Revenge. If a Christian wrong a Jew, what should his sufferance be by Christian example? Why, revenge. The villainy you teach me I will execute; and It shall go hard but I will better the instruction.
{15} PORTIA. I am informed throughly of the cause. Which is the merchant here, and which the Jew?
{16} PORTIA. I see sir, you are liberal in offers. / You taught me first to beg, and now methinks / You teach me how a beggar should be answer'd.
{17} SHYLOCK. This was a way to thrive, and he was blest; and thrift is blessing, if men steal it not.