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El Catoblepas, número 44, octubre 2005
  El Catoblepasnúmero 44 • octubre 2005 • página 4
Los días terrenales

El espejismo de la política: notas para leer
la «democratización en México»

Félix Martínez Ramírez

Aproximación crítica al terreno teórico en el que se trazan las coordenadas desde las que, de forma generalizada, se busca dar sentido al curso político mexicano del presente, pero en el que, a juicio del autor, bajo el rótulo de «transición democrática», se subvierten claves dialécticas decisivas de su materia política

I

Las notas que siguen tienen un sentido que obedece al propósito siguiente: clarificar las coordenadas teóricas que, en las antípodas de la neutralidad, se nos ofrecen como el fundamento del no menos ideológico discurso de la Democracia liberal en el que se inscribe objetivamente el curso político de México y América Latina de nuestro presente. Coordenadas cuya trituración crítica debe ser acometida por cuanto al hecho de que en el campo categorial que delimitan quedan veladas contradicciones fundamentales que determinan, de forma por demás definitiva, la dialéctica política de México. Esta crítica podría estar en colindancia con la crítica al fundamentalismo democrático de Gustavo Bueno y estará dirigida primordialmente a uno de los más destacados teóricos de la Democracia y la democratización: Samuel P. Huntington.

Estas notas forman parte, también, de una serie de reflexiones que sobre las ideas de «cambio democrático» y «regresión autoritaria» en México habré de realizar en función del proceso político presente, un proceso que tiene en su horizonte inmediato a las elecciones federales del año 2006.

II

En 1920 James Bryce (diplomático, funcionario público e historiador ingles) en su texto sobre la democracias modernas, llegó, «después de mucho reflexionar», a una conclusión mecánica y simple: «El movimiento hacia la democracia, hoy ampliamente visible, es un movimiento natural, debido a una ley general del progreso social». Casi un siglo después, dicha emoción sigue su curso por el mundo contagiando a los nuevos estudiosos, «politólogos» orgánicos e inorgánicos, de los sistemas políticos y el modelo democrático. Pero ¿Cómo y por qué surge actualmente este pensamiento generalizado, casi «único», en el estudio de los fenómenos y las ideas políticas en México y América Latina?

Es una verdad inobjetable y de sentido común, por lo tanto obvia, que toda mención o reflexión sobre los acontecimientos políticos actuales en cualquier lugar del mundo, especialmente en México, se encuentra inmersa en el fantasioso universo de ideas, falsamente armónicas, sobre la democratización y la universalización de los derechos humanos. Todo apunte menor o idea «profunda», producida en reflexión individual o pública, menor o mayor, sobre el gobierno, la economía o el desarrollo social e institucional se mide a través de una línea imaginaria que demarca el terreno de la antidemocracia frente al de la estabilidad democrática. Se trata, sobre todo y especialmente, de los principios, normas, procedimientos e instituciones políticas del modelo liberal que se ha desarrollado idealmente en los países más industrializados del mundo.

En México y otros países de América Latina, durante los últimos veinticinco años, o un poco más, las reflexiones académicas y de análisis de la «ciencia política más influyente», es decir la norteamericana, han estado determinadas por la existencia de una preocupación única sobre el estado que guardan los diferentes sistemas políticos en el mundo (ningún politólogo reflexiona sobre la injusticia social o sobre la ilógica del mercado). Entre diversos y conocidos autores se observa un consenso con respecto a la manera de interpretar y evaluar el funcionamiento de los regímenes políticos del mundo{1}. En efecto, casi siempre, desde la cómoda butaca de las universidades o desde la protegida e inaccesible cámara de televisión, la perspectiva desde la que se busca analizar la situación política de las diferentes regiones y países se configura con arreglo a un parámetro de medición de los procesos políticos impuesto desde las instituciones políticas y económicas construidas y vigentes en los regímenes del mundo occidental.

Es una perspectiva comparativa y sencilla, acordonada por el dinero y que, como petición de principio, se hace en función de los sistemas liberales «más exitosos» de occidente, teniendo como premisa de partida la justificación que de ellos mismos se busca, y con el propósito de implantar sus coordenadas mediante la promoción de procesos de homologación democrática. Esto no es más que una negación de la realidad contradictoria de las sociedades subdesarrolladas.

La cuestión que se plantea, como descubrimiento científico, consiste en identificar qué tan democráticos son los gobiernos y qué aspectos hacen deficiente o inalcanzable la instauración del modelo liberal; es decir, lo que se busca es diagnosticar e identificar los supuestos «déficits» democráticos y proponer o «recomendar» las modificaciones necesarias cuya orientación habrá de tener el acometido de producir el ajuste integral a la Democracia; en otras palabras, se busca aplicar una matriz analítica estructurada en función de una supuesta normalidad y una disfuncionalidad, de modo tal que se construye la necesidad de transitar de la segunda a la primera.

De forma general, las bases institucionales aceptables de la democracia son las relacionadas con los procesos electorales (abiertos y competitivos), con la participación ciudadana y social y con la promoción y defensa de los derechos humanos; y, en el ámbito económico, con reconocer el grado de adecuación de estas instituciones en función de los principios de apertura comercial y de mercado. En esta perspectiva de evaluación política se acepta al sistema democrático liberal y a la economía de mercado como rutas predominantes y únicas para organizar a las sociedades y de esta forma procurar «un desarrollo humano y social estable y beneficioso». Es una idea generalizada que no reconoce, no tiene porqué hacerlo, la realidad existente.

Así, el proyecto liberal, como nunca, se ha transformado para sus elites, sobre todo en «países en transición democrática», en un discurso impuesto, coherente y práctico, y aunque su construcción en transición deja fuera las complejidades y contradicciones particulares (autocracia, plutocracia, meritocracia) de tradición «autoritaria», orienta, exige e impone una dirección en cuyo cauce se garantiza la generación de una «mayor estabilidad en lo político, económico y social». Esta es la base discursiva sobre la que se promueven las ideas sobre la extensión de la democratización mundial y, en el caso de los valores cívicos y políticos, se vincula con la universalización de los derechos del hombre; es también en la que se inscribe, sin reclamos, la normalización de la democracia liberal y es el discurso sobre el que actúan y se ajustan los partidos y elites políticas y económicas para defender sus intereses.

En este proceso de «modernización vía democratización y mercado» se proyecta la idea dominante según la cual los Estados occidentales representan el sistema de organización política más conveniente y estable para la convivencia social y humana (sin contradicciones) y, por lo tanto, se presenta, en tanto que contrapunto dialéctico, como la evidencia contrastable de la existencia de otros proyectos políticos e ideologías que, por la vía de los hechos, han demostrado históricamente ser falsos o menos viables para la estabilidad política. De ahí que para incluirse en la modernización y la actualidad democrática sea necesario que los regímenes políticos existentes se ajusten en lo posible a este modelo de organización política. Es decir, de lo que se trata es que dentro de la disputa ideológica y de los modelos políticos, las ideologías y regímenes (de partido único, de dictadura progresista, burocráticos, &c.) reconozcan que han resultado ineficientes e inestables. Se «invita» (y «recomienda») a que gobiernos, organizaciones políticas, actores sociales y la ciudadanía construyan esta opción democrática liberal: «La democracia liberal y representativa es la forma más racional de organizar a las sociedades» (Huntington, 1991), aunque la realidad demuestre cotidianamente que existen acuerdos ilegales, corrupción y defensa de intereses individuales.

Pero la modernización política y económica implica una amplia gama de procesos de transformación (aunque aquí insistiremos en los aspectos políticos) que es inevitable reconocer para identificar los problemas que enfrentan los países en procesos de cambio y que esperan llegar a la ansiada transformación democrática. Por ejemplo, en México, una vez instaurada la «alternancia» política, la discusión consiste ahora en saber qué tan democrático es el país, pero se olvida que la «normalidad democrática y la liberalización económica» son inevitablemente de orden asimétrico entre países.

En la constitución de este marco de valores universales, un papel fundamental es el que juega la difusión de los valores democráticos y liberales a través de diversos agentes, entre los que se encuentran los medios de comunicación masiva, que forman parte de los observadores de los cambios políticos y permiten el conocimiento y difusión de los valores asociados a los principios democráticos. «El mundialismo, o al menos el supranacionalismo, es la expresión natural de la nueva economía, que debe operar traspasando las fronteras nacionales, y va en interés de los magnates de los nuevos medios de comunicación difundir esta ideología».{2}

Desde esta perspectiva se piensa que no hay más opciones que crear las condiciones, a través de reformas políticas e institucionales, para que los sistemas políticos se vean obligados a instaurar el modelo democrático liberal de forma universal; incluso se recomienda una clara intervención y evaluación de los países democráticos industrializados, de los organismos supranacionales y de las fundaciones con capacidad organizativa, para vigilar los procesos electorales de los países considerados autoritarios (Huntington, 1991). Pero dichas recomendaciones de intervención externa también se han ampliado a la vigilancia por el respeto a los derechos humanos, a la promoción de la participación social y ciudadana y a la intervención o recomendación de medidas económicas{3}. Las cláusulas democráticas para participar en el contexto internacional y sus políticas rigen el comportamiento político de muchos gobiernos y Estados.

III

Para el teórico más importante de las «transiciones democráticas«, Samuel Huntington, el fenómeno político más importante en los últimos veinte años en la historia del mundo esta identificado como una «ola de democratización».

«Una ola de democratización es un conjunto de transiciones de un régimen no democrático a otro democrático, que ocurren en determinado periodo de tiempo y que superan significativamente a las transiciones en dirección opuesta durante ese periodo. Una ola también implica habitualmente la liberalización o la democratización parcial en sistemas que no se convierten por completo en democráticos. En el mundo moderno se han producido tres olas de democratización... 1828-1926, 1943-1962, 1974-.»{4}

La «tercera ola de democratización», en este marco de ideas simplificador, es la incorporación de los sistemas autoritarios y totalitarios (sobre todo los que se formaron como naciones independientes a partir de la década de los años 50 y los que, aún con haber contado con breves periodos de democracia desde antes de la segunda guerra mundial, retornaban al autoritarismo) al modelo occidental de organización política. Así, la nueva ola de democratización es sobre todo un proceso de extensión del proyecto liberal, de sus fórmulas institucionales y de sus valores. De esta forma, la idea de extensión, a partir de la competencia política abierta y el predominio de los derechos humanos y civiles, desemboca en una universalización de los derechos liberales, en la que la idea, por ejemplo, de la identidad nacional y sus valores históricos, su narración histórica y «destino común», se subordina y sustituye por una noción de derechos y valores universales.

«A estas formas de vida corresponden, a su vez, identidades colectivas que se solapan unas con otras, pero que ya no necesitan un punto central en que hubieran de agavillarse e integrarse formando la identidad nacional. En vez de eso, la idea abstracta de universalización de la democracia y los derechos humanos constituye la materia dura en que se refractan los rayos de las tradiciones nacionales –del lenguaje, la literatura, la historia– de la propia nación.»{5}

De ahí que el modelo liberal actualmente esté comprometido con garantizar el predominio y ejercicio de las identidades postnacionales a través de la universalización de los derechos liberales (Habermas, 1997).

Esta idea sobre la democracia en el marco de las ideas liberales predominantes, y que de alguna forma ha sido enunciada de forma simplista anteriormente, nos permite discutir qué alcance tiene para los países que actualmente se han insertado en el proceso de democratización y de esta forma incorporado al rumbo «claro» de la modernización vigente. Es sobre la base de este proceso de extensión del programa y valores liberales (la homologación democrática) que se intenta identificar los problemas a los que se enfrentan las sociedades y Estados que aún no logran incluirse en este fenómeno de cambio y agregación política, y que a fin de incluirse en este proceso de extensión viven constantemente inestabilidad y retroceso político, pero además nos permite identificar cuáles son los criterios mínimos para ser considerados democráticos.

Este proceso de extensión es un continuum que incluye no ya hechos aislados, sino etapas «que se encadenan unas tras otras y que a partir de 1974 y durante los siguientes años abarcó países como España, Portugal, Brasil, Grecia, &c.». A partir de la década de los setenta fueron cerca de treinta países que pasaron del autoritarismo a la democracia, y al menos otros veinte se vieron afectados por procesos de cambio político en América Latina, Europa del Este, Asia y el bloque soviético, de tal forma que la dirección es inequívoca, y que sólo necesita de tiempo para que consecuentemente se llegue a la etapa donde todos los sistemas vivan bajo el modelo liberal y sus valores predominen (Huntington, 1991).

La condición inevitable del modelo liberal supone la adopción fiel de sus instituciones y marcos regulativos, así como de los derechos individuales; sin embargo, los mismos especialistas y gobiernos reconocen que la aplicación fiel es prácticamente imposible de forma inmediata, sobre todo porque el surgimiento de la democracia es una condición particular que ha devenido de un largo proceso histórico de los países de occidente{6}. Es decir, a pesar de que se recomienda la adopción del modelo, es imposible que alcance al resto de los países a partir de una evolución «natural».

El modelo liberal es aplicable de forma fiel en los países de Occidente, pero en el resto de los países se tendrán que realizar reformas y adecuaciones de las estructuras, instituciones y poderes para alcanzar dicho fin. También se deberá hacer lo necesario para que se compartan los principios y valores del modelo con las elites, movimientos, grupos y especialistas que construyen y fomentan el discurso de la democracia. Incluso se llega a considerar un vínculo imaginario entre todos los «luchadores por la democracia» que es avalado por organismos internacionales, organizaciones no gubernamentales y gobiernos. Es el compartimiento de un discurso, de una ideología, con sus acontecimientos memorables, sus propósitos concretos y particulares y sus mecanismos de divulgación{7}.

La «tercera ola» arrastra a los gobiernos y actores al cambio político y al predominio del modelo liberal e impulsa desde un proceso global y un frente amplio el derrocamiento de regímenes no democráticos; son hechos que se han conjugado, pero que sin embargo son leídos como una secuencia que adquiere sentido ante el fracaso de las otras opciones de ordenamiento político.

Huntington (1991) reconoce que a partir de 1970 se establece un consenso, sobre todo en los ámbitos académicos de los EU, para analizar a la democracia procedimental y los fenómenos de cambio político. Por lo tanto, entre las variables que distinguen a las sociedades liberales occidentales se encuentran las siguientes: desarrollo económico, altos niveles de educación, altos niveles de igualdad, respeto a las leyes y a los derechos individuales, participación política, homogeneidad social notoria (racial, étnica, religiosa; en caso contrario, manifestaciones limitadas y ordenadas de la diferencia), &c.

Frente a los «regímenes ineficientes» es posible activar la valoración democrática liberal como opción eficiente, sobre todo en la medida en que se transforma en un referente necesario e inocultable, y existe un interés ideológico por el predominio del mismo modelo por parte de sus propietarios (las potencias occidentales). Frente a las crisis recurrentes, que se viven día a día, la falta de legitimidad y los abusos del poder de los países subdesarrollados, es inevitable optar por el modelo exitoso y sus fórmulas. Para diversas regiones y países no hay otra opción en ideas y proyectos que Occidente (aunque su traslado no tenga jamás las consecuencias esperadas). Esta opción también es apoyada por el crecimiento urbano, las clases medias, la educación y la promesa de incremento en el nivel de vida. Pero, además, también existe un reforzamiento de otras instituciones supranacionales (como la Iglesia), que ahora comparten el discurso de la democratización y la defensa de los derechos universales.

Según Huntington (1991), «[d]e forma concreta a partir de 1974 EU decidió iniciar una promoción de los derechos humanos y universales». Así, para las sociedades latinoamericanas, especialmente México, el discurso político y el referente intelectual de los políticos han sido las ideas democráticas; el lenguaje democrático fue el lenguaje de la política, aún para los gobiernos dictatoriales y de partido único, que también usaban términos relacionadas con la democracia. Los políticos, sus intelectuales y sus funcionarios educados en las universidades del primer mundo crearon un influjo de ideas que determinó un predominio en el uso de la política y el debate social y público, por lo que el gobierno verdadero y únicamente legitimo sólo puede ser el democrático.

Dentro de los procesos de democratización que recientemente han ocurrido en el mundo, entre las que América Latina es un caso ejemplar, se ha observado un fenómeno que Huntington denomina efecto demostración, o efecto bola de nieve, que propone la idea de que a partir de un proceso de cambio de un país en una región, es posible observar un efecto «dominó» que hace que algunos de los países vecinos se comprometan con la solución, sea económica o política; se presenta una «medicina para todos». Esto es particularmente visible en el caso del análisis político en América Latina.

«El futuro de la democracia en el mundo tiene una importancia especial para los norteamericanos. Los Estados Unidos son el primer país democrático en el mundo moderno, y su identidad como nación es inseparable de su compromiso con los valores liberales y democráticos. Otras naciones pueden cambiar fundamentalmente sus sistemas políticos y continuar su existencia como naciones. Los Estados Unidos no tienen esa opción. De aquí que los norteamericanos tengan un particular interés en el desarrollo de un entorno universal favorable a la democracia. De este modo, el futuro de la libertad, la estabilidad, la paz y los Estados Unidos dependen de alguna medida de la estabilidad de la democracia.»{8}

En resolución, y para redondear esta idea de alguna manera, podemos decir con Marshall Berman, aunque en este caso se refiera él al sentido más general de la modernización, que «este modernismo está subyacente en los modelos de modernización que los científicos sociales norteamericanos de la posguerra –cuyo trabajo a menudo estuvo amparado por generosas subvenciones del gobierno y de diversas fundaciones– desarrollaron para exportar al tercer mundo.»{9} Esta exportación no es sólo del modelo político y los valores, sino también de la lectura de los problemas y sus respuestas.

Bibliografía

Berman, Marshall. Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad. Siglo XXI, México 1998.

Chambers, Ian, «El convenio 169 de la OIT. Avances y perspectivas», en Derecho indígena. Instituto Nacional Indigenista, México 1997, págs. 123-141.

Dahl, Robert. La poliarquía: participación y oposición. Tecnos, Madrid 1989.

Habermas, Jurgen, Identidades nacionales y postnacionales. Tecnos, Madrid, 1989.

Huntington, Samuel. Perspectivas de la democracia. FCPyS, México 1987.

—— La tercera ola. La democratización a finales del siglo XX, Paidos, Barcelona 1991.

Reyes Heroles, Federico, Conocer y decidir. Instituto de Estudios Educativos y Sindicales de América, México 1998.

Toffler, Alvin. El cambio de poder, Plaza y Janes, Barcelona 1991.

Notas

{1} Véase: Robert Dahl, La poliarquía: participación y oposición, Tecnos, Madrid 1989; y Samuel Huntington, Perspectivas de la democracia, FCPyS, México 1987.

{2} Alvin Toffler, El cambio de poder, Plaza y Janes, Barcelona 1991, pág. 398.

{3} Véase: Ian Chambers, «El convenio 169 de la OIT. Avances y perspectivas», en Derecho indígena, Instituto Nacional Indigenista, México 1997, págs. 123-141.

{4} Samuel Huntington, Op. cit., pág. 26.

{5} Jurgen Habermas, Identidades nacionales y postnacionales, Tecnos, Madrid 1989, pág. 102.

{6} Véase: Federico Reyes Heroles, Conocer y decidir, Instituto de Estudios Educativos y Sindicales de América, México 1998, págs. 153-166.

{7} Todo esto se manifiesta en la creciente existencia de programas de análisis televisados (Primer Plano de Canal 11, Entre 3 de TV Azteca, Zona Abierta de Televisa), mesas redondas, revistas especializadas y series televisadas como México. El camino de su democracia (Televisa), que se constituyen en un bloque de justificación y cerrojo ideológicos que cierran los debates en función del ideal armónico, «plural», «dialogante» y «tolerante» de la Democracia.

{8} idem, pág. 40.

{9} Marshall Berman, Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad, Siglo XXI, México 1998, pág. 13.

 

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