Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 43 • septiembre 2005 • página 2
Se ensaya un análisis de las ideologías implícitas en el capitalismo liberal armonista y el comunismo liberal armonista en el contexto de la Globalización
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Este «rasguño» se inspira en el editorial del número 40 de El Catoblepas (junio 2005), en su sección «Ante la República Popular China», que se abría con la pregunta: «¿Pero no defiende el capitalismo la libertad de comercio?»
El editorial comenzaba poniendo los antecedentes en función de los cuales se formula la pregunta. El 11 de diciembre de 2001 la República Popular China, tras quince años de negociaciones, se adhiere a la Organización Mundial de Comercio (OMC), a la que pertenece la casi totalidad de los países «occidentales». China asume los compromisos de apertura y liberalización de su régimen, en lo que tenga que ver con los fines de la OMC, lo que habría sido posible tras el «golpe de timón» que «el pequeño timonel», Deng Xiaoping, había dado en 1979 a la revolución comunista china, con su política –«teoría», la llaman hoy los dirigentes chinos– de los «dos sistemas en un mismo país» y, sobre todo, por la autoproclamación de China, en su Constitución de 1993, como una economía socialista de mercado.
La República Popular China se compromete a no discriminar a las empresas extranjeras que quieran asentarse en su territorio, a no aplicar medidas de protección a sus propias empresas, a aceptar, en suma, los principios del libre comercio competitivo en el mercado internacional.
Una vez fijados los antecedentes el editorial enuncia el problema derivado de la puesta en marcha de los acuerdos de 2001:
«El 1 de enero de 2005 se levantaron las cuotas al comercio textil mundial, según lo establecido por la OMC en 1994, lo que posibilitó que China comenzase a exportar sus productos textiles, a un precio mucho más bajo que los equivalentes fabricados en los países burgueses, lo que desde Europa y los Estados Unidos de la América del Norte fue entendido como una 'invasión de los textiles chinos en sus mercados'. Las anticuadas, decadentes y poco competitivas industrias textiles de los países burgueses están llamadas a reconvertirse o desaparecer, una vez que la libertad del mercado determina que los consumidores prefieran los productos chinos, mejores y más baratos, aunque no estén elaborados por trabajadores aburguesados que ya no son compatibles con la realidad económica mundial. Fuertes presiones desde los países capitalistas, que no dudan en invadir China con sus fábricas y productos, pero que quieren a la vez proteger sus industrias, determinaron el 20 de mayo de 2005 el anuncio de China de frenar su exportación textil mediante la subida de hasta el 400% en las tarifas a la exportación de 74 categorías de productos textiles a partir del 1 de junio. Pero sólo diez días después China rectificó esa medida vergonzante, y retiró los impuestos a la exportación de 81 tipos de textiles. Y la 'invasión' del textil chino sólo es uno de los sectores donde la República Popular China es más competitiva...»
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Tenemos de este modo definida, con toda precisión, la cuestión del «desajuste» entre los planes y programas del Tratado de la OMC y la República Popular China (planes y programas que, por tanto, hay que suponer compartidos por todos los socios («orientales» y «occidentales»), y la política real, de signo proteccionista, que los países occidentales (sobre todo EU y UE) iniciaron casi inmediatamente después de la puesta en vigor de los acuerdos.
¿Se trata de un desajuste episódico, propio de los primeros pasos de una política nueva, en la época de la Globalización, en las relaciones entre los «países libres capitalistas» (Occidente) y los «países comunistas» (circunscritos prácticamente ahora a «Oriente», a China)?
Más bien parece, dada la magnitud del potencial industrial y comercial chino, no sólo durante estos años sino en las próximas décadas, que este «desajuste episódico» puede también interpretarse como indicio de desajustes estructurales y no sólo episódicos (o coyunturales) de mucho más fondo.
Lo que es tanto como decir que los episodios comerciales que están teniendo lugar en este año 2005 (por ejemplo, últimamente, los 6 millones de prendas chinas exportadas y ya pagadas, pero bloqueadas en agosto en algunos puertos españoles, y los 75 millones de prendas chinas bloqueadas en otros puertos de la UE; las acusaciones en 29 de agosto pasado del ministro español Montilla a los importadores, grandes cadenas de distribución, que obrando de mala fe intentarían adelantarse a las restricciones de Bruselas orientadas a implantar un sistema de cuotas a fin de frenar «la invasión textil china») requieren un análisis muy diversificado y prolijo.
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El objetivo de este «rasguño» es esbozar el análisis de las ideologías implicadas tanto en los planes y programas fundacionales de la OMC como en los de la República Popular China, que se ha adherido a la Organización. Esa adhesión –que permite reconocer a la OMC como una organización realmente universal– presupone también una ideología común, si es que aceptamos que la adhesión china es de buena fe. ¿Y cuál puede ser esta ideología común, común por tanto a Occidente y a Oriente, al capitalismo y al comunismo de un país que, como China, reconoce «dos sistemas»?
Si no nos equivocamos en el diagnóstico, la ideología común directamente implicada y activa en los planes y programas de las potencias respectivas sería la ideología del armonismo. Diagnóstico que se mantiene en la hipótesis de que la decisión de la República Popular China de adherirse a la OMC fue de buena fe. Porque aquí «buena fe» sólo puede querer decir precisamente esto: «compartiendo los fundamentos de los planes y programas de la Organización Mundial de Comercio»; pues sólo de este modo podríamos dar, al parecer, un significado a la «mala fe» que descartamos, y que sólo podría consistir en atribuir a la República Popular China el designio de utilizar su adhesión a la OMC como un caballo de Troya para «hundir al capitalismo», inundándolo no ya con su carne y con su sangre, militarmente o por inmigración acumulativa (el antiguo «peligro amarillo»), sino con sus bienes industriales y su cultura.
Cabría reinterpretar desde esta perspectiva algunos hechos significativos. Por ejemplo, el anterior presidente Jiang Zemin (y no hace falta recordar que el actual presidente, desde el 15 de marzo de 2003, Hu Jintao, fue «un hombre de Jiang Zemin») en una visita en los últimos meses de su mandato a Estados Unidos «dejó boquiabiertos a jefes de Estado y de Gobierno –dice un cronista del momento– cuando dibujó el mundo del siglo XXI: Europa, dijo, será el gran parque de ocio y museos del planeta; Estados Unidos la reserva científica y tecnológica y China la gran fábrica de la humanidad».
En cualquier caso no es evidente que la decisión china de adherirse a la OMC, aún concediendo la hipótesis del «caballo de Troya», pudiera calificarse de decisión de mala fe, entendida aquí la mala fe como fingido reconocimiento a la ideología armonista. Podría tratarse sencillamente de que esta misma ideología armonista diera a los planificadores chinos ante todo vía libre para la introducción de todos los caballos de Troya que se quisieran (pues el libre comercio lo permitiría) y sobre todo la esperanza de una futura hegemonía mundial, aún dentro de los principios del armonismo, derivada de su confianza en la superior potencialidad de China y de su componente comunista en el Mundo. En este caso, las declaraciones de Jiang Zemin ya no serían tanto una revelación imprudente de supuestos proyectos de mala fe, sino sencillamente pura ingenuidad (por difícil que sea reconocer ingenuidad en un dirigente chino).
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En cualquier caso, suponemos que las indicaciones que acabamos de ofrecer son suficientes para demostrar la inmediatez de la presencia de una «ideología metafísica», como pueda serlo la ideología armonista, en la interpretación de la política real más menuda cuando ésta se mueve a escala planetaria, a escala de la Globalización, como es el caso de los «episodios conflictivos» entre «Oriente», la República Popular China, y «Occidente», en el momento de echar a andar el sistema de librecambio entre los países occidentales capitalistas y el gigante comunista.
Y al atribuir a los miembros de la OMC (incluida China) la ideología armonista propia del liberalismo de mercado (del liberalismo capitalista y del liberalismo comunista) estamos presuponiendo la existencia de una ideología «no armonista» (llamémosla «catastrofista»), tanto en el capitalismo occidental como en el comunismo oriental (chino), si bien esta ideología no armonista se ha replegado ostensiblemente a raíz de la caída de la Unión Soviética y del proceso que conocemos como Globalización.
La «Globalización», tal como es entendida por sus gestores oficiales –al menos aquéllos contra quienes se dirigen los «movimientos antiglobalización»– es solidaria de una ideología armonista, referida al futuro del Género humano, que puebla el Globo terráqueo (la «Esfera»). Y precisamente por esta razón (por la sustantivación del «Género humano» que la ideología armonista comporta) cabe considerar al armonismo como una ideología metafísica.
Como indicio significativo de las ideologías no armonistas o catastrofistas propias de las políticas económicas estatales podría tomarse precisamente su orientación hacia los sistemas de planificación central (incluido el más suave que propuso el keynesismo), por cuanto supone una desconfianza en el libre laissez faire. No sólo los Estados fascistas, sino también los Estados comunistas de inspiración soviética, tuvieron una ideología antes catastrofista (que implicaba la revolución violenta, y aún la guerra, en su dialéctica) que armonista. Lo que tampoco autorizaría a concluir que una ideología armonista no pudiera incluir proyectos autoritarios de planificación central: bastaría que incorpore al «sistema de la armonía universal», como componente interno suyo, a los mismos «órganos» de la planificación central.