Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 41 • julio 2005 • página 11
Se analiza desde las coordenadas gnoseológicas
del materialismo filosófico el sentido de la evolución darvinista
«Los desequilibrios, los conflictos intelectuales, principian, en todo caso, en el momento en el cual el hombre de ciencia comienza a filosofar. Es entonces cuando el materialismo reclama imperiosamente sus derechos. Este es precisamente el materialismo que denomino 'materialismo filosófico'.» (Bueno, Ensayos materialistas, pág. 25.)
Nuestro propósito en este trabajo{1} es el de analizar desde coordenadas gnoseológicas materialistas el «sentido darvinista» de la evolución según aparece en El Origen de las especies (1859) en la medida en que este sentido está completamente comprometido con la «Teoría de la selección natural», para después poder analizar las ideas (ontológicas) de «Biología» (Ecología y Genealogía) y de «individuo corpóreo» a través de sus relaciones mutuas según se impone en tal «sentido darvinista», así como los problemas que pudiesen surgir en tales relaciones, con el objeto de analizar ontológicamente el mundo de los cuerpos vivientes conformados según tal sentido. Finalmente trataremos de analizar a los «individuos operatorios personalizados» en cuanto que insertos en tal marco de relaciones.
El darwinismo en cuestión
Hay que constatar el hecho, un hecho de sociología de la ciencia, de que «en la voluntad y en el entendimiento» de muchos biólogos, la evolución en sentido darvinista, como proceso genealógico de la variedad y disparidad de formas orgánicas, no termina de engranar, de entretejerse con otros tejidos constitutivos del cuerpo biológico, propios de la Paleontología, de la Genética, de la Etología...
Los procesos de generación y extinción «explosiva» de formas orgánicas detectados en el registro fósil (explosión cámbrica...), parecen minar el llamado «gradualismo» darvinista en cuanto que instauran un tempo de transformación evolutiva, el puntuacionismo –concepción derivada de lo que Simpson llamó modo de «evolución cuántica»–, según el cual la evolución tiene lugar a través de transformaciones episódicas («abruptas») en rama (cladogénesis) y «rápidas», y no más bien graduales en línea (anagénesis) y «lentas», como se afirma desde la Teoría sintética (según Simpson lo que él llamó phyletic evolution era el modo de transformación evolutiva más frecuentemente documentado). Y es que, según se aprecia en el registro fósil, argumentaron Eldredge y Gould al exponer la teoría del equilibrio puntuado, los períodos en los que se registran procesos de cambio evolutivo son menos frecuentes y de menor duración que los períodos de estabilidad, lo que no se ajusta bien, al parecer, con las lentas transformaciones graduales (acumulación de «ligeras e insensibles variaciones», según la expresión de Darwin) requeridas por la teoría de la selección natural darvinista estricta. Tanto Eldredge como Gould, en todo caso, han ido mitigando, desde que presentaron sus tesis en los años 70 del pasado siglo, la oposición que para el darvinismo pueda representar la teoría del equilibrio puntuado{2}, viniendo a centrar su oposición frente a la interpretación sintética del darwinismo en otros lugares relativos a la consideración de los diferentes «niveles» sobre los que actúa la «selección natural»: es lo que Gould, Eldredge y Vrba llaman «teoría jerárquica», desde la que quieren practicar, frente al geneticismo de la teoría sintética, y en palabras de Eldredge, una «revisión ontológica» sobre el campo biológico, una «revisión» que más adelante requerirá, por nuestra parte, una consideración detenida{3}.
En cualquier caso, muchos otros biólogos entienden que el puntuacionismo es un frente suficientemente amplio, como nueva teoría, como para «dar boleto», si se nos permite la expresión, a un darvinismo al parecer ya caduco, sobre todo cuando se supone que el puntuacionismo engrana mejor con los desarrollos de la genética que a continuación mencionamos.
Unos desarrollos de la genética y de la bioquímica (genes Hox, retrovirus, ADN basura...) que, de nuevo, y aquí se asalta lo que muchos conciben como el principal «dogma» del neodarvinismo (que después asumirá la teoría sintética), parecen socavar las barreras del weismannismo (imposibilidad de influencia del «soma» sobre el «plasma germinal»), abriendo lo que confusamente se han llamado «ventanas lamarckistas» en el proceso evolutivo, de tal modo que la evolución tiene lugar más bien a través de la yuxtaposición de formas modulares, metámeros previamente dados, producida por la actividad de tales genes Hox (reguladores de la actividad de otros genes) en un proceso por lo visto ajeno a la selección natural: es lo que se viene reconociendo como evolución modular, que no es sino la hipótesis de Duve-Margulis, la endosimbiosis –dirigida a explicar el origen de las formas eucariotas–, generalizada, esto es, dirigida a dar cuenta del origen de las especies, o por lo menos del origen de las formas básicas de organización (Baupläne).
En general, se puede decir, se están rehabilitando posiciones de corte «mutacionista», más cercanas a las posiciones de Goldschmidt que a las de De Vries, recuperando el (pseudo-)concepto de «monstruo prometedor» así como la (pseudo-)distinción entre macro y microevolución, suponiendo que las grandes transformaciones evolutivas, las responsables de los Baupläne, no están producidas por las mismas causas que la teoría de la selección natural establece para las transformaciones al nivel de las especies.
Por otra parte, la influencia del comportamiento animal en la evolución, sigue siendo una cuestión disputada desde que Lamarck la plantea en su Filosofía zoológica (1809): «Sin embargo, se ha reconocido ya la influencia de lo físico sobre lo moral [es decir, lo relativo a las costumbres animales, y por extensión a las plantas], pero creo que todavía no se ha prestado gran atención a las influencias de lo moral sobre lo físico. Y como ambos órdenes de cosas, que tienen un origen común, reobran una sobre otra, especialmente cuanto más separadas parecen, se tienen ya los medios de probar que se modifican en sus variaciones» (pág. XV de la Introducción, ed. Alta Fulla). Esta cuestión disputada, con todos sus «artículos» (finalismo-teleología, «conducta heredada», instintos, «altruismo», esto es, conductas mantenidas «por el bien de la especie»con el sacrificio individual, &c.), relativos a la conducta animal y su papel adaptativo, y por tanto evolutivo, sigue constituyendo, lejos de lo que Lamarck pensaba («se tienen ya los medios de probar...»), «la historia de un problema no resuelto que, una y otra vez, se plantea con toda su crudeza a pesar de las aparentes soluciones surgidas desde diversas disciplinas como la Psicología, la Genética, la Sociobiología, la Etología...» (Tomás R. Fernández, «Conducta y evolución: Historia y marco de un problema», Revista Anuario de Psicología, 1988, nº 39, pág. 101). De acuerdo con tal diagnóstico hay que decir que muchos biólogos terminan, aún asumiendo el principio de Weismann, concediéndole «algo de razón» al lamarckismo: hay textos de Waddington, de Von Frisch.... que hablan en tal sentido. Otros biólogos, al margen de los que hoy día se consideran directamente lamarckistas (Ho y Saunders, Steele, Temin,...), mantienen, por lo menos en algunos tramos de sus argumentaciones, un lamarckismo más o menos inconsciente, o se agarran a él sobre todo en exposiciones «divulgativas», argumentando entre otras cosas que el propio Darwin lo admitió{4}. Otros, ante la imposibilidad (de nuevo, barrera de Weismann) de asumir el lamarckismo, pero considerando que el darvinismo aparece en este punto bloqueado, acuden a una «tercera vía»: Baldwin y su «teoría de la selección orgánica»{5}.
Y es que siguiendo el dicho aristotélico acerca de lo indiscutible de los argumentos científicos, advertimos cómo, en el caso del «largo argumento» darvinista, tal dicho aristotélico prácticamente no ha tenido ningún «valor ecológico» en el ambiente de la llamada «comunidad científica», no ya sólo antes de la cristalización de la «teoría sintética» –en lo que J. Huxley, y Bowler después, llamaron «el eclipse del darvinismo»–, sino tampoco después, es decir, actualmente, cuando la «Síntesis moderna» es cada vez más discutida y «eclipsada». (En este sentido hasta en las traducciones de los títulos de los libros se impone tal hecho sociológico sobre las intenciones de sus propios autores: resulta muy significativa la traducción al español del título del libro de Mayr (1991) Una larga controversia: Darwin y el darwinismo, y no más bien Una larga argumentación: Darwin y el darwinismo, como correspondería literalmente según su título original en inglés, y que el autor habría tomado de las conocidas primeras palabras del capítulo final de El Origen de las especies.)
Significativo es, pues, lo controvertida que resulta la argumentación darvinista después de siglo y medio de desarrollo de la biología evolucionista, al defenderse, en el seno de la propia «comunidad científica» alternativas que ponen en cuestión este mismo desarrollo: así Síntesis inacabada, del paleontólogo Eldredge, La estructura de la teoría de la evolución de Gould, ya mencionadas, pero también por ejemplo Darwinismo, el fin de un mito, del etólogo Chauvin, Deconstruyendo a Darwin, del bioquímico y «periodista científico» de El País, Javier Sampedro, La tautología darwinista de Fernando Vallejo, &c., son algunos títulos recientes, más o menos rigurosos –y, desde luego, de valor muy desigual–, que sugieren, por distintas razones, que el sentido darvinista, por lo menos en su versión sintética, es insuficiente para dar cuenta explicativa de la transformación evolutiva de las formas orgánicas. En algunos casos se dirá incluso, como es el de Chauvin o el de Vallejo, y como ya se ha dicho muchas veces (Popper...), que el darvinismo es completamente tautológico en ese sentido, y que sólo por «fundamentalismo» se sigue manteniendo. En otros casos se llega ya a anunciar un nuevo paradigma tras el supuesto agotamiento del darvinismo: es el caso por ejemplo del libro Lamarck y los mensajeros, de Máximo Sandín.
Frente a estas posiciones, que se reclaman más o menos «heterodoxas» –formando un «amplio espectro» que va desde los que se consideran darvinistas, aunque revisionistas de la síntesis (Gould, Eldredge... Lewontin), hasta los que se consideran directamente anti-darvinistas (Chauvin...)–, existen los que creen mantenerse en la «ortodoxia» darvinista (Dawkins, Dennett, Maynard-Smith... Jacob, Monod...), cuyas posiciones aparecen enraizadas en torno a la teoría sintética o, incluso, pretenden ir «más allá» (neodarvinismo «radical» de Dawkins), en un momento en que esta quiere ser «revisada». Así, «ortodoxos» y «heterodoxos» –ya es un tópico en este tipo de literatura, por cierto, que el autor se identifique con una u otra postura–, sostienen una lucha por defender su versión, disputándose todos los medios para ello (cátedras, seminarios, publicaciones, programas de televisión{6}), que termina por consolidar una situación, la de la controversia, que alguno ya ha bautizado como de «guerras darvinianas».
Sin embargo también hay que constatar, constatación de nuevo sociológica, que ese «sentido darvinista» de la evolución, precisamente por lo controvertido del asunto, no es entendido de un modo unívoco desde este género de literatura, ya se considere desde un punto de vista «ortodoxo» o desde un punto de vista «heterodoxo»: conceptos tan fundamentales como «adaptación», «selección natural», «variación», «herencia», «especie», «individuo orgánico», «gen», «fenotipo»... aparecen «bailando»al son de las distintas exposiciones, ocupando distintos lugares lógicos, con distintas funciones en la teoría darvinista según las distintas interpretaciones, interpretaciones que suelen, a su vez, estar comprometidas con distintas reconstrucciones históricas del asunto. Bowler ha llamado especialmente la atención sobre este punto{7}. Con esto queremos advertir que buena parte de esta literatura, en la que biólogos y no biólogos revisan los principios y fundamentos de tal disciplina, ya sea para refutarlos o para reafirmarlos, no es «biológica» en sentido estricto sino más bien gnoseológica, epistemológica, lógica, e incluso metafísica..., y hay que decir, en relación a tales enfoques, que muchos biólogos, por decirlo con Lenin, «caminan de espaldas» al explorar la naturaleza de su propia disciplina{8}. Porque, si bien como biólogos, y en el mejor de los casos, ejercitan tales principios (siempre suponiendo su consistencia), sin embargo, cuando se trata de explicitarlos comienzan a explorar terrenos en los que tales principios ya no sirven, y es ahí, en tales incursiones, en donde comienzan a hacerse cargo, con mejor o peor fortuna, de cuestiones que, desde el Materialismo filosófico, se entienden como cuestiones estrictamente filosóficas. Y es que en sus planteamientos movilizan Ideas (Identidad, Unidad, Continuidad-Discontinuidad, Fin, Progreso, Alma-Cuerpo, Individuo-Clase, Todo-Parte, Conocimiento-Acción, Estructura-Función, Azar-Contingencia-Necesidad... son Ideas, pares o tríadas de ideas con las que constantemente tratan los biólogos), muchas veces no explicitadas (como si fuesen obvias) o espontáneamente tratadas (como si fuesen inauditas), que determinan, ligadas a otras Ideas, resoluciones que en absoluto se derivan de principios biológicos, aunque muchos así lo crean o lo pretendan.
Es más, por la ceguera o confusión en muchos de estos planteamientos, en el contexto de esta ingente literatura generada en los últimos tiempos en torno a la exploración de tales conceptos fundamentales, el anacoluto, la anfibología y el paralogismo son figuras que salen al paso constantemente, produciendo conceptos y sintagmas cuya semántica biológica es realmente problemática y equívoca, y en algunos casos completamente errónea e incluso vacía (por ejemplo, pseudo-conceptos tales como «memes» o «culturígenos»), y cuya función muchas veces sólo se explica como justificación de determinados ideologemas que han rodeado al darvinismo en su intersección con otras disciplinas doctrinales: en este sentido las nematologías que ha generado el darvinismo como institución (darvinismo social, &c.), implantado en las Universidades, Sociedades científicas, Revistas, &c., tienen un espesor muy considerable, aunque muchas veces, insistimos, estén enfrentadas en múltiples versiones algunas de ellas incompatibles entre sí.
De manera que resulta, prima facie, muy confuso suponer que el darvinismo no da cuenta de aquellas innovaciones paleontológicas y genéticas mencionadas al principio, o que no resuelve las dificultades que se le presentan derivadas de las cuestiones relativas a la conducta animal, cuando se reconocen –por lo menos, insistimos, desde un punto de vista sociológico– múltiples «darvinismos»enfrentados: además del darwinismo de la Teoría sintética, y por decirlo con Iñigo Ongay ,«hay un darwinismo de Darwin y un darwinismo de T. H. Huxley; un darwinismo de Weismann y un darwinismo de Fischer, por no hablar de la sociobiología , de la teoría del equilibrio puntuado o del neutralismo de Kimura» (Ongay, «Darwinismos desde las antípodas», El Catoblepas, 1:11, 2002). El darvinismo, pues, si no se determinan sus líneas característica, no es desde luego un concepto evidente que se sobreentienda cuando se mienta, y mucho menos lo será la oposición al mismo (anti-darvinismos).
Por este motivo nuestro Juan Luis Arsuaga, en su libro El enigma de la esfinge (Plaza y Janés, 2001, pág. 19), después de hacer un breve repaso, que a continuación desarrollará ampliamente, por las alternativas (y disyuntivas) evolucionistas al darwinismo (mutacionismo, ortogénesis, neolamarckismos...) así como por las distintas versiones darvinistas, dice lo siguiente:
«Tantas vueltas y revueltas se han dado y se siguen dando a la teoría de la evolución desde Lamarck en adelante que se corre el riesgo de perder la paciencia. Asoma entonces el demonio de la duda. ¿No deberíamos haber resuelto ya el problema de una vez por todas? ¿Estamos avanzando en el conocimiento o navegando en círculos? Y el demonio de la duda muestra sus cuernos en la más letal de todas las preguntas: ¿será «esto» ciencia de la buena, o sólo especulación interesante con un barniz académico?»
Parece, al margen de la tonalidad psicologista del texto de Arsuaga (perder la paciencia, duda), que aún se permanece en aquella perspectiva, que mantuvo en su día la Unión Internacional de Ciencias Biológicas (IUBS) en 1966 al organizar el simposio, de gran repercusión internacional, que llevaba por lema Hacia una biología teórica,{9} desde la que Waddington, entre otros, plantean los problemas de constitución de la biología como disciplina «teórica» –en contraste con la consistencia de la física en este sentido–, intentando «descubrir y formular conceptos generales y relaciones lógicas característicos de los sistemas vivientes, frente a los sistemas inorgánicos», según presenta Waddington el motivo de la organización de tal simposio, de lo que se deriva el reconocimiento, esto es lo que queremos subrayar, de que los biólogos aún no se consideran instalados en la «biología teórica», sino que se encuentran en un «hacia» indeterminado, no se sabe si cercano o lejano a esa ciencia «que se busca». Llama pues la atención en este planteamiento que los propios biólogos reconozcan aún estar buscando lo «teórico» de su disciplina un siglo después de la publicación de El Origen de las especies, en el supuesto de que sea verdad aquello de que «nada tiene sentido en biología si no es a la luz de la evolución» (Dobzhansky).
Otros, sin embargo, suponen que la biología evolucionista no tiene por qué ir en busca de una consistencia como pueda ser la de la física, sencillamente por las características del campo que tiene como referencia. Así, dice Mayr:
«Si comparamos dos campos tan diferentes como son la biología evolucionista de las especies y la química de las enzimas, se obtienen algunos contrastes enormes dentro de la ciencia. En la química nos ocupamos con fenómenos unitarios que se repiten y con acciones que, una vez descritas, las sabemos para siempre. En la biología evolucionista nos ocupamos con fenómenos singulares, con interacciones complejas y con equilibrios de presiones de selección, en una palabra con fenómenos de tal complejidad que escapa a nuestras posibilidades describirlas de un modo exhaustivo. Sólo podemos acercarnos a la verdad por un proceso de tentativa y error de creciente exactitud. Como sucede en las humanidades, y en contraste con muchas de las ciencias físicas, un conocimiento a fondo de la literatura clásica del campo, es un requisito previo, en la biología evolucionista, para adquirir una comprensión previa del aparato conceptual total» (Mayr, Especies animales y evolución, pág. 8.)
Además de verse la influencia de los planteamientos popperianos (v. Popper, Conocimiento objetivo, Ed. Tecnos) en las afirmaciones de Mayr (ensayo y error como modo de acercarse a «la verdad» en las ciencias), Mayr entiende que, por el tipo de fenómenos con los que se ocupa, fenómenos ideográficos, la biología evolucionista está más cerca de «las humanidades» que de la bioquímica, que se ocuparía de fenómenos nomotéticos similares a los fenómenos de los que se ocupan las ciencias físicas, y que, por tanto, es necesario en biología evolucionista, al igual que ocurre en «las humanidades», recurrir a los clásicos de la materia como requisito previo para «una comprensión previa del aparato conceptual total». Sin embargo, en este recurso a los clásicos{10}, las reexposiciones que se hacen de los mismos, así como del «aparato conceptual» por ellos tratado acerca de la evolución y el evolucionismo, transitan por corrientes divergentes (neolamarckismo, ortogénesis, mutacionismo, neodarwinismo...) que no terminan de cuajar semánticamente, haciendo inviable esa «comprensión previa» de la que habla Mayr. Mayr en otros lugares{11}, y haciendo en cierto modo de la necesidad virtud, resuelve el asunto, vía Lakatos, suponiendo que el darvinismo es un «programa de investigación» que no tiene por qué tener solución a todos los problemas.
En cualquier caso, y en definitiva, la situación en torno al evolucionismo ya «un siglo y medio después de Darwin» sigue siendo más bien la de una diafonía ton doxon en torno a «sus conceptos generales y relaciones lógicas características», en que cada uno, si se nos permite el refrán, cuenta la feria según le va en ella.
Ante este panorama, ¿cómo destilar un sentido darvinista de la evolución sin eludir esta situación de diafonía?, ¿existe, más allá del polvo y las cenizas generados en estas «guerras darvinianas», algún rescoldo evolucionista que arroje luz sobre el origen de las formas orgánicas, de su variedad y disparidad presentes en el campo de los vivientes orgánicos?, ¿habría que hablar de la disolución de la categoría biológica evolucionista como apunta, con toda la ingenuidad que se quiera, Arsuaga? Pero si se admite tal disolución, ¿cómo entender que tal categoría se ha instituido para después disolverse?: ¿acaso es que nunca se ha formado una ciencia biológica evolucionista? Alguno incluso pensará que la sola duda ofende...
Desde el punto de vista de una teoría de la ciencia como es la Teoría del Cierre Categorial (TCC), en la que nosotros pretendemos movernos, esta falta de consensus expertorum en cuanto a la verdad de la teoría de la evolución, y en particular en cuanto a la «contribución» del darvinismo a esa «verdad», o incluso la duda o pérdida de la paciencia que tal situación pueda suscitar, según la dramática expresión de Arsuaga, ¿qué alcance pueden tener en orden a la recurrencia o mantenimiento de la disciplina biológica evolucionista como ciencia? ¿Cómo interpretar tal situación en la que prácticamente todos los conceptos evolucionistas, sean o no darvinistas, son objeto de controversia?
En principio, desde las coordenadas de la TCC, hay que decir que ni el consenso, frente a la controversia, ni la certeza, frente a la duda, son la medida de la verdad científica tal como esta es entendida desde la TCC, con lo cual ni una cosa ni otra justifican una posición, digamos, «pirrónica» respecto a la biología evolucionista.
Desde la TCC la cuestión relativa al grado de firmeza que la verdad del darvinismo pueda alcanzar, si es que alguna puede alcanzar, requiere más bien de un análisis gnoseológico especial{12}, atendiendo a lo que los biólogos hacen, más bien que a lo que dicen que hacen, desde el que se pueda determinar si el evolucionismo darvinista ha logrado establecer un cierre categorial en torno al campo de los vivientes orgánicos, de tal modo que, el origen de las especies orgánicas y su variedad, por lo menos en algunos de sus tramos, tenga lugar efectivamente a través de una lógica, la formulada a partir de la publicación de El Origen de las especies y que Darwin denominó «Teoría de la selección natural», que sea la misma lógica –según la idea de identidad sintética que preside el núcleo de las ciencias tal como se conciben desde la TCC–, a través de la cual se originan las formas orgánicas. Desde este punto de vista, desde la tesis hiperrealista con la que se compromete la TCC,{13} el darvinismo no es que sea una teoría que, siendo científica, se corresponda con «los hechos», o que los describa, o que no esté «falsada» por ellos, sino que el darwinismo, si es verdadero, es la realidad evolutiva misma circunscrita al campo de los vivientes orgánicos. Sólo desde un análisis como este, con este compromiso hiperrealista, podremos valorar si las controversias de las que sigue siendo objeto el darvinismo tienen alguna profundidad semántica, o si, más bien, tales «guerras darvinianas»se mueven en un terreno gremial, ideológico, de alcance meramente pragmático, en el que desde cada especialidad (paleontología, genética...) se pretende tener el monopolio sobre «la clave» evolutiva frente a las demás, haciendo objeciones de un alcance semánticamente inane para el darvinismo, o por lo menos sin influencia sobre su núcleo. Un núcleo, desde luego, que hay que definir, delimitar.
Y es que uno de los primeros correctivos que desde la TCC se pueden hacer a muchas de las concepciones desde las que se aborda el darvinismo, es el de recortar las exigencias que se le piden: se le ha exigido al darvinismo demasiado (extendiendo su lógica tanto a contextos infraorgánicos: origen de «la vida»{14}...; como supraorgánicos: darwinismo social, epistemología «evolucionista»...), y en virtud de tal excesiva exigencia se termina concluyendo que no está a la altura, que es insuficiente o incluso que nada explica. Sin embargo, si su alcance se sitúa en sus justos límites, las cosas se verán de otro modo.
El enfoque de la Teoría del Cierre Categorial
Desde el punto de vista gnoseológico de la TCC las ciencias son consideradas como cuerpos organizados, institucionalizados, con sus dintornos, contornos y entornos propios, compuestos de materiales polimórficos, heterogéneos (incluyendo los instrumentos, signos, los propios científicos...), dispuestos en torno a un núcleo cuya estructura se deja analizar muy bien desde las coordenadas de un espacio gnoseológico en el que las ciencias, como tales cuerpos organizados aparecen inmersas, y desde el cual son analizadas por la propia actividad que como tales cuerpos organizados generan y desarrollan, no tanto prescriptivamente, desde lo que las ciencias deberían de ser, sino desde lo que son, según su rendimiento objetivo en dicho espacio. Un espacio gnoseológico genérico –es decir no específico de los cuerpos científicos{15}–, organizado en tres ejes correspondientes a las tres dimensiones del espacio lingüístico, tal como ha sido analizado por Bühler y Morris{16}, pero que, en cualquier caso, no se reduce ni se confunde con él, toda vez que los componentes analizados desde las coordenadas de este espacio gnoseológico, frente a otras teorías de la ciencia que así lo consideran, no son únicamente componentes proposicionales. Baste decir que ambos, el espacio lingüístico y el gnoseológico, tienen los suficientes puntos en común como para, teniendo al lingüístico como hilo conductor o como canon, derivar las principales dimensiones del espacio gnoseológico sobre el cual se «proyectan» y ordenan, por su propia estructura, los distintos componentes de los cuerpos científicos (objetuales, subjetuales y proposicionales, sus principios y sus modos, sus teoremas....), de tal modo que estos contenidos así proyectados, aparecen ordenados, clasificados, en función de las direcciones marcadas por cada una de estas dimensiones o ejes ortogonales de tal espacio, generando sus relieves o figuras gnoseológicas características según una combinatoria compositiva también característica determinada por tales distintos componentes: estos son el eje sintáctico, el eje semántico y el eje pragmático.{17}
Como resultado del análisis de los contenidos de las ciencias desde estas coordenadas, las situaciones gnoseológicas que se producen a través de tal combinatoria, en cuanto se entiende que la relación entre dos puntos del mismo eje aparece mediada por la neutralización de un tercero, arrojan los siguientes valores en tal espacio en tanto configuraciones suyas: como figuras gnoseológicas simples, dadas en cada eje en abstracto respecto de los demás, tenemos en el eje sintáctico los términos, las operaciones y las relaciones; como figuras simples del eje semántico, existen los referenciales, los fenómenos y las esencias; y como figuras simples del eje pragmático se distinguen los autologismos, los dialogismos y las normas. Los modos de las ciencias (clasificaciones, taxonomías, cánones, desmembramientos, &c...) se concebirán como figuras compuestas en cuanto que son modos de producir figuras simples a partir de otras (términos a partir de relaciones, &c.), del mismo modo que los principios de las ciencias (definiciones, axiomas, postulados...) serán igualmente figuras compuestas porque se toman de las figuras simples de un eje proyectado sobre un tercero. Los teoremas como figuras gnoseológicas compuestas toman su forma de la composición entre los tres ejes, alcanzando cada ciencia su sentido pleno cuando cristaliza en torno a esta figura.
Desde este contexto las ciencias se reconocerán como construcciones, es decir, y según decíamos, como cuerpos de materiales organizados y conformados operatoriamente, y de cuya variedad e inconmensurabilidad relativas a tales materiales depende la configuración de cada una de las distintas ciencias, que, en función de su misma disposición sintáctica, semántica y pragmática, se van enlazando, ligando, tejiendo hasta el punto de llegar a producirse en el seno mismo del espacio gnoseológico, y como resultado de esta roturación operatoria, cierres categoriales en torno a tales materiales así reorganizados, alcanzando dicha reorganización la forma demostrativa, teoremática característica de las ciencias. Los cierres categoriales instauran círculos de realidad –ampliada, densa... picnológica–, inconmensurables entre sí, que surgen a partir de la actividad técnica, quirúrgica, tecnológica de los sujetos operatorios actuando sobre el mundo de las formas fenoménicas (mundus aspectabilis) envolventes, las cuales se van descomponiendo y recomponiendo en función de la actividad de tales demiurgos operatorios, transformándose en términos y clases de términos [A= (a1, a2, ..., an), B= (b1, b2, ..., bn), C= (c1, c2, ..., cn)] que guardan entre sí relaciones de diversa clase (inclusión, pertenencia, igualdad, correspondencia, congruencia, semejanza... y/o sus contrarias...) conforme se van roturando operatoriamente. Los cierres categoriales cristalizan cuando, en virtud de la conmensuración de unas formas por otras (pero no de todas con todas) a través de distintos cursos operatorios confluyentes, se establecen relaciones de identidad entre los términos operados, analizados, en principio diversos, que ya no necesitan de la asistencia de un determinado curso operatorio para mantenerse, toda vez que tales relaciones, como síntesis entre los términos analizados, aparecen sostenidas por efecto de su propia identidad, quedando los términos sinectivamente ligados entre sí y mutuamente neutralizados los cursos operatorios de partida. Es este proceso de «segregación o neutralización de las operaciones», central para la constitución de las ciencias según la entiende la TCC, la vía a través de la cual esta conformación de tales materiales alcanza por anamórfosis un plano esencial, teoremático, que desborda el plano fenoménico de partida, siendo este el terreno propio, definido en el eje semántico, en el que se configura la verdad científica en tanto, precisamente, identidad sintética.{18} Una verdad, con todo, que no es que rectifique o niegue el mundus aspectabilis (fenoménico) de partida, sino que regresa a él penetrando y ampliando determinados aspectos suyos, sin saturarlo o agotarlo en todo caso (cierre no quiere decir clausura, sino todo lo contrario), toda vez que sigue alimentándose circularmente de él.
Esta «verdad gnoseológica», así entendida, constituye pues el núcleo esencial en torno al cual cada ciencia se organiza y desarrolla como cuerpo institucionalizado, en un curso con sus ritmos propios (al margen de las conexiones e influencias que pueda tener procedentes de otros cuerpos así organizados), a partir del cual ya podemos hablar con precisión de ciencia y de su historia correspondiente, siendo la constitución de este núcleo el «hecho diferencial» por el que se distinguen las ciencias de cualquier otro tipo de construcción doctrinal.
La TCC se sitúa en una perspectiva pues, la del Materialismo filosófico, que no considera a las ciencias como «conocimientos» que posee un sujeto (¿el hombre?, ¿la mente?) sobre un objeto (¿la realidad?, ¿el mundo?), siendo esta distinción (sujeto/objeto) la clave idealista del enfoque epistemológico,{19} tal como lo considera apagógicamente la TCC, sino que las considera como construcciones instituidas, insistimos, en torno a diversos campos de materiales determinados, con términos de distintas clases, que se van configurando y enlazando sistemáticamente en clases diversas de relaciones de identidad según el propio rendimiento objetivo que los distintos cierres categoriales pueden alcanzar en torno a estos campos así determinados, siendo la distinción clave del enfoque gnoseológico en este sentido la distinción materia/forma{20}.
Desde esta perspectiva la verdad de las ciencias, de cada ciencia, no se sitúa pues en la correspondencia de la «teoría científica»con «la realidad», alineadas con la forma y la materia respectivamente (gnoseología adecuacionista) –como si se tuviese acceso directo por no se sabe qué vía al conocimiento de «la realidad», para poder determinar después si «la teoría» es verdadera o no al corresponderse o no (isomorfismos...) con ella (y es que si ya se conociese «la realidad», ¿para qué saber si la teoría se corresponde o no con ella si ya tenemos un acceso, que por lo visto no es teórico, a la realidad misma?)–, ni tampoco se sitúa la verdad en la forma teórica, al margen del material fenoménico (teoreticismo gnoseológico), ni tampoco en el material fenoménico mismo al margen de su articulación teórico formal (descripcionismo), sino que la verdad según la TCC se sitúa en la propia codeterminación circular entre forma teórica y materia fenoménica diaméricamente conjugadas{21}: es tal codeterminación circularista la que recorre y a la que se circunscribe el circuito de la identidad sintética, siendo el teorema o conjunto de teoremas de aquí derivados la formalización proposicional inmanente a tal proceso. De este modo, tales materiales, teoremáticamente codeterminados, conforman un campo gnoseológico característico, con sus principios y sus modos correspondientes a cada cierre categorial, en donde aparece «realizada» la verdad científica como identidad sintética sistemática.{22}
Una identidad en cualquier caso, por la que se redefine la verdad gnoseológica, que, siendo específica de las ciencias (existen otras determinaciones de la identidad que no se expresan en forma de verdad gnoseológica), no es unívoca en ellas, y es que admite grados, grados correspondientes a los modos de resolver las distintas situaciones relativas a la heterogeneidad, diversidad e inconmensurabilidad de materiales a través de los cuales se entretejen cada uno de los distintos círculos categoriales, igualmente, y por ello mismo, inconmensurables (mutuamente irreductibles) entre sí.
En este sentido la heterogeneidad y diversidad de materiales dan de sí la distinción fundamental para la TCC entre situaciones Alfa-operatorias y situaciones Beta-operatorias. Y es que si entre los materiales así organizados se encuentran clases de términos que ellos mismos son análogos a los sujetos operatorios (digamos, sujeto gnoseológico), lo que desde la TCC se concibe como situaciones Beta-operatorias, entonces los circuitos sintéticos de identidad se resuelven contando estructuralmente con la mediación de la actividad de tales sujetos análogos (digamos, sujetos temáticos, con sus puntos de vista emic, intenciones, causalidad final...), siendo necesariamente contemplados desde el cuerpo científico en cuestión en su propia especificidad operatoria en cuanto que tales operaciones, propias del sujeto temático, ya no figuran en el campo como sólo determinantes formales suyos, sino más bien como formas en él determinadas, bien por estructuras no operatorias, bien por otras operaciones: este es el caso sui generis, tal como las concibe la TCC, de las «ciencias humanas y etológicas» que resuelven tal situación a través de metodologías betaoperatorias, esto es, las que proceden a «neutralizar o segregar las operaciones» a través de un «envolvimiento», bien estructural, bien así mismo operatorio, efectuado por el sujeto gnoseológico (SG) sobre la actividad operatoria del sujeto temático (ST) en cuanto que análogo suyo, siendo las operaciones temáticas formalmente incorporadas al campo en cuanto que determinadas en él (ahora sí que el «conocimiento» forma estructuralmente parte del campo, no sólo genéticamente).
Las situaciones Alfa-operatorias, sin embargo, son las producidas en aquellos campos en los que tan sólo genéticamente son operatorios, pues estructuralmente no figuran términos en ellos con tales características, resolviéndose tales situaciones a través de metodologías alfa-operatorias por las que la «neutralización o segregación de las operaciones» del campo adquiere un sentido pleno, en cuanto que tales metodologías nos ponen delante de estructuras cuya textura gnoseológica ya no es en absoluto operatoria.
Así, dice Bueno, mientras que las ciencias físicas o las matemáticas son operatorias por su origen pero no puede atribuirse, salvo antropomorfismo, operaciones a los términos de su campo (los puntos, las rectas, los planos... geométricos, por ejemplo, no son, desde luego, sujetos operatorios), las ciencias humanas o etológicas tienen que cultivar estructuralmente este antropomorfismo, si no quieren perder de vista la escala de su campo, y aún a riesgo de perder su carácter de ciencia en sentido pleno. Y quien dice antropomorfismo, dice «pongidomorfismo», si se nos permite la expresión, o, en definitiva, «zoomorfismo», cuando se trata de operaciones temáticas análogas a las operaciones gnoseológicas. En este sentido buena parte de los problemas a los que se enfrentan las «ciencias humanas o etológicas» tienen que ver con los límites de tal analogía entre el sujeto operatorio, en cuanto que ST, y el sujeto operatorio en cuanto que SG.{23}
Tomando, pues, ambas situaciones (alfa y beta) desde el punto de vista de sus estados límite, desde la plenitud del proceso segregativo de las operaciones del campo, producido en la situación alfaoperatoria (alfa-1), hasta la disolución de la ciencia en tecnología, técnica o praxis en la situación límite betaoperatoria (beta-2), en cuanto que no hay proceso de segregación alguno (sino que el saber se resuelve y consiste en las operaciones mismas normalizadas), existen estados intermedios de equilibrio correspondientes a distintas resoluciones metodológicas en las que, si bien la segregación de las operaciones no adquiere su plenitud genérica de ciencia, tampoco se puede decir que tales saberes se disuelvan en técnicas o tecnologías. La TCC reconoce, pues, diversos estados intermedios de equilibrio entre ambos extremos.{24}
Pues bien, desde estas coordenadas: ¿en qué situación se encuentra el darvinismo? Reformulando en nuestros términos la cuestión planteada por Arsuaga: ¿ofrece el darvinismo algún género de verdades propias, de identidades sintéticas sistemáticas, en torno al campo de los vivientes orgánicos?, y, en caso de hacerlo, ¿qué género o géneros metodológicos recorre?; si así no fuera, ¿habría que considerarlo quizás como técnica, o conjunto de técnicas y tecnologías a lo sumo, que se resuelven en el tratamiento operatorio con los organismos vivientes?; más aún, ¿será una suerte de doctrina metafísica o mitológica (tal como quieren Popper, Chauvin, &c.), de Weltanschauung victoriana quizás (Marx), cuya justificación doctrinal no va más allá del mantenimiento de ciertos status quo socio-políticos definidos en distintos frentes (gremiales, de clase...) amparándose en el mito de la Ciencia? En definitiva, ¿cuál es el status gnoseológico del darvinismo?
Pero antes de abordar tal análisis, es necesario subrayar las diferencias de perspectiva entre el darvinismo, strictu senso, y la «teoría sintética» cuyos campos, si bien producen intersecciones, no se confunden. Y es que si bien las pretensiones de la «teoría sintética» son, precisamente, las de la «síntesis», en cuanto que, se supone, ampliación y profundización del darvinismo a través de su cristalización genética (bioquímica), sin embargo, tal profundización, lejos de producirse, lo que hace es, sin perjuicio de su efectiva cristalización genética, subvertir la propia lógica darvinista. Una subversión que tiene que ver con las consideraciones relativas a los organismos en su individualidad corpórea. Veamos.
Insuficiencia de la «teoría sintética» y su tendencia hacia la disolución bioquímica de la categoría biológica evolucionista
Las consideraciones relativas a la influencia (causal) del «soma» del organismo individual en la evolución, desde concepciones sintéticas, han llegado a cuajar en esa perspectiva que Dawkins llamó del «gen egoísta» según la cual el organismo individual corpóreo es un «vehículo», un «continente», cuyo fin es poner en conexión unos genes (contenidos) con otros para su replicación; el «soma» se representa así como una cobertura fenoménica, superficial, cuyo cometido en el contexto del campo biológico evolucionista se resuelve con la puesta en contacto entre «las esencias» (los genes), esto es, se resuelve en un mero intermediario canalizador del «plasma germinal». Desde esta perspectiva geneticista, pues, el individuo orgánico tiene relevancia biológica en cuanto que «contiene» el tarro de las esencias biológicas, es relevante biológicamente hablando tan sólo como recubrimiento fenoménico del gen, un recubrimiento a través del cual tienen lugar las interacciones moleculares: el organismo individual es considerado, en fin, como «una máquina de supervivencia programada a ciegas con el fin de preservar las egoístas moléculas conocidas con el nombre de genes» (Dawkins, El gen egoísta, pág. VII). Digamos hegelianamente que el organismo para Dawkins, y en general para la perspectiva sociobiológica, es producto de la «argucia del gen», de tal manera que el gen produce (norma de reacción) organismos individuales que son sacrificados a fin de poder entrar en contacto con otros genes (la gallina es el medio entre huevo y huevo). Incluso, no ya solo el «soma» individual, sino el propio medio entorno (umwelt), en tanto que medio percibido por el organismo (cuando se trata de organismos animales), es producto de la norma de reacción del gen: el medio en torno apotético conforme al cual el individuo orgánico animal se desenvuelve es considerado por Dawkins como «fenotipo ampliado», producto de la propia actividad del gen. En definitiva, toda la variabilidad generada a lo largo de la vida individual del organismo es una «cantidad despreciable» desde el punto de vista biológico, según la perspectiva geneticista, si tal variabilidad termina por no engarzar un gen con otro: la vida individual sólo tiene valor evolutivo entonces, si, en su lucha por la existencia, alcanza a servir de nexo entre gen y gen.
Dawkins se representa su posición como «radical», en el sentido en que sitúa la biología evolucionista en una perspectiva (la bioquímica) que se pretende bien enraizada, al quedar sostenida por unos principios activos firmes (los genes y sus relaciones). Esta conciencia tiene sin duda su precedente en Morgan, siendo éste el que, en buena medida, ha hecho que los biólogos evolucionistas hayan centrado sus investigaciones en la Genética, pretendiendo que en tal subdisciplina se hallan las claves del evolucionismo. Así esta tendencia, en la el gen figura como unidad evolutiva fundamental, entiende a la variabilidad genética como fuente principal e incluso formalmente única de variaciones, una tendencia que está ya presente en los clásicos de la «teoría sintética». Así Mayr, en su libro Especies animales y evolución, no está lejos de aquellos extremos de Dawkins, cuando concibe al individuo orgánico como un «mero vaso temporal» (pág. 36: subrayamos lo de «mero») cuyo «fin» sería el de servir de depósito del plasma germinal y así, en cuanto tal función se consuma, poder verter el líquido sobre otro vaso, propagándose tal «líquido» de generación en generación. Dobzhanski lo dice ya claramente: «La evolución es un cambio en la composición genética de las poblaciones. El estudio de los mecanismos de la evolución cae dentro del campo de la genética de poblaciones» (Genética y el origen de las especies, pág. 47). Con este laconismo define Dobzhanski la evolución, reduciendo biología evolucionista a genética, esto es, biología a bioquímica.
En esta situación, tras la cristalización de la genética de poblaciones, observa Waddington lo siguiente:
«Existe hoy día universal acuerdo en cuanto a que los fundamentos de la teoría de la evolución hay que buscarlos en los conceptos de Darwin de la variación debida al azar y de la supervivencia del más apto. No obstante, ha de ser hecha, además, la observación de que el moderno neodarvinismo ortodoxo, aun cuando emplea las mismas expresiones, ha cambiado de hecho el significado de todas las palabras, de tal manera que lo que resulta es considerablemente diferente de lo que Darwin propuso» (Waddington, Las Ideas básicas de la Biología, en: Hacia una biología teórica, pág. 37.)
Y no sólo Waddington, el propio Mayr, reproduciendo en parte una tabla de Heuts, subraya las distintas perspectivas elaboradas en relación al cambio evolutivo, desde Lamarck en adelante, que se han ido elaborando hasta cuajar en la «síntesis moderna», y el distinto modo en el que se incorporan, según el enfoque, los conceptos evolutivos fundamentales (v. Mayr, Especies animales y evolución, pág. 18). En la tabla (reproducida en el Apéndice I, al final de nuestro texto) vemos cómo ninguna de las versiones de la «síntesis moderna», la 4ª y la 5ª de las Teorías «sintéticas» del cambio evolutivo (ver segundo cuadro de la tabla), incorpora el expediente 1 b), esto es, «Respuestas adaptativas (Geoffroyismo)», evacuando de este modo las variaciones producidas en el contexto de lo que Darwin llamó «lucha por la existencia» (adaptación), es decir, quedan fuera de la lógica evolutiva los «rasgos adquiridos» a lo largo de la vida individual: a fuerza de negar el lamackismo, se evacúa de la lógica evolutiva las transformaciones producidas como respuesta adaptativa de los organismos, al ser imposible la influencia hereditaria de las mismas. Es decir, por no ser hereditarias las respuestas adaptativas, su papel evolutivo se hace inocuo en la lógica de la síntesis moderna. Esto hace, a su vez, que el concepto de selección natural, situado por Darwin en ese contexto de la lucha individual por la existencia, se desplace a contextos, aparentemente más profundos, infraorgánicos, bioquímicos, esto es, genéticos. El propio Mayr reconoce muy bien el problema derivado de tal desplazamiento, a pesar de pasar por ser uno de los insignes representantes de la «Teoría sintética»:
«Se admite de antiguo, como reacción a los conceptos de Lamarck, que carecen de importancia evolutiva las modificaciones del fenotipo que no implican cambios genéticos. La opinión no es correcta. La variación agenética suele ser adaptativa y está controlada por selección natural, dado que factores genéticos determinan la cantidad y dirección de la flexibilidad admisible del fenotipo. [...]. Es evidente que la modificabilidad fenotípica, la estabilidad fenotípica (debida a la canalización del desarrollo) y la flexibilidad de conducta son fenómenos biológicos de considerable importancia evolutiva. [...]. Merecen mucha mayor atención por parte de los evolucionistas de la que han recibido hasta ahora. Waddington (1957) ha destacado correctamente este punto y ha planteado varios problemas evolutivos en términos de fisiología del desarrollo» (Mayr, Especies animales y evolución, págs. 154-162).
Y es que este es el asunto: el extraordinario prestigio que fue cobrando el concepto de gen con el fabuloso desarrollo de la Genética en el último siglo ha hecho que el papel del «soma», del organismo individual, como unidad fenotípica sobre la cual actuaba la selección natural, tal como aparece en El Origen de las Especies, es decir en la «teoría de la selección natural» strictu sensu, se fuera desplazando (en proporción directa al desplazamiento de los estudios de «historia natural» por los de genética) hasta prácticamente formar el organismo y su actividad (ontogenética, conductual...), como fuente de variación, una cantidad despreciable. Eldredge{25}, en su «revisión ontológica», revisión en clave ontológica, de las obras de los clásicos de la teoría sintética (Dobzhanski, Genética y el origen de las especie; Mayr, Sistemática y el origen de las especies; y Simpson, Tempo y modos en la evolución) habla de la tendencia a este desplazamiento lógico (ontológico) en estas obras clásicas, lo que, precisamente, motiva tal «revisión ontológica» buscada por Eldredge. Steven Rose ya habla, en una reseña al último libro póstumo de S. J. Gould, de cómo este proceso, de ser una tendencia en principio, termina por cuajar en la versión «radical» de la teoría sintética: «Para Darwin, el organismo individual (descrito ahora como el fenotipo) era la unidad sobre la que actuaba la selección. Para los neodarwinistas estrictos, el organismo individual es sustituido por el gen y los propios organismos desaparecen virtualmente del procedimiento de cálculo, convirtiéndose simplemente en herramientas por medio de las cuales investigar el gen».{26} Por supuesto, Gould insistirá mucho, a lo largo de su gran obra, en este asunto clave.
Y es que, en efecto, esta sustitución, este es nuestro diagnóstico compartido por muchos, no representa una nueva perspectiva sobre lo mismo, como sugiere Dawkins con la imagen del cubo de Necker{27}: esta sustitución supone perder de vista la biología evolucionista, por lo menos en su sentido darvinista estricto, disolviéndola en bioquímica (disolución descendente infraorgánica), de tal modo que el fundamental concepto de «selección natural», situado por Darwin a escala orgánica fenotípica, a la escala de los organismos individuales, queda o bien diluido o bien deformado, siendo imposible su reconstrucción desde la bioquímica.
Es sabido, insistimos, que frente a esta interpretación «sintética», que Dawkins y Wilson llevan al extremo, se opone otro tipo de perspectiva que tiende a dotar de mayor peso «ontológico» a los organismos individuales en el contexto evolutivo. Así, Lewontin, el propio Rose y Kamin en su obra de significativo título No está en los genes, rectifican este, según ellos lo llaman, «determinismo biológico» que supone la perspectiva sociobiológica, dotando de mayor relevancia o influencia (causal) a la actividad de los organismos individuales en la evolución. Es decir, el curso evolutivo, no es enteramente ajeno a la actividad individual de los organismos, sino que tal actividad, no siendo determinada genéticamente, y sin necesidad tampoco de caer en el lamarckismo, tiene influencia en el curso evolutivo. La «revisión ontológica» aplicada al neodarwinismo que tanto Eldredge (Síntesis inacabada) como Gould reclaman en sus últimos libros nos parece un asunto a tener en cuenta, no tanto por las «soluciones» que ellos ofrecen{28}, sino por las rectificaciones que plantean.
Y es que precisamente cuando el darvinismo adquiere profundidad bioquímica (cristalización de la Genética a partir del «redescubrimiento de Mendel») desde comienzos del siglo pasado, este sentido darvinista de la evolución se trastoca en el orden de la representación, produciéndose paradojas y aporías que, en realidad (acto exercitu ), pueden diluirse, esta es nuestra tesis, como pseudo-problemas relativos al campo evolucionista.
El darvinismo desde la Teoría del Cierre Categorial
El darvinismo tiene como campo propio de referencia, como términos suyos característicos, a los organismos vivientes (ya sean meramente orgánicos, operatorios o personalizados) en cuanto que organizados distributivamente en clases climacológicas (clímax: escala, en griego), clases distributivas, las más importantes de las cuales son las especies linneanas, producidas por una característica que poseen esas unidades vivientes frente a otro tipo de sustancias (como puedan ser los átomos químicos), y es que los organismos vivientes proceden por vía segregativa de otros organismos de su misma clase, ya sea por escisión (asexuada) o por reproducción sexual (que supone, en todo caso, también escisión) en sus distintas variantes (diploide, haploide, hapodiploide{29}). Las clases constituidas de este modo, por depender su recurrencia de la disposición de las unidades orgánicas (atributivas) disponibles de cada clase, pueden ser consideradas como clases diatéticas{30} (diátesis: disposición), siendo el modo de causalidad diatética característico de la multiplicación (distributiva) de los organismos.
Este campo propio de referencia, determinado por tal principio («procedencia de unos organismos a partir de otro(s) de la misma clase») y en torno al cual se va a articular el darvinismo, aparece recortado, hallado, fundamentado, por una tradición que precisamente se constituye contemporáneamente al darvinismo: la teoría celular (Henle nace el mismo año que Darwin). Este principio, formulado de muchos modos (Pasteur lo formula así: Omne vivum ex vivo, esto es, todo ser vivo proviene de otro ser vivo{31}) instaura una relación genealógica entre los vivientes orgánicos que supone, sobre todo, la negación de su procedencia inorgánica (generatio aequivoca{32}), en la que todavía se movía por ejemplo Lamarck{33}, y la reafirmación en este contexto del principio de continuidad (natura non facit saltus) que, en todo caso, como principio de continuidad causal, no resulta incompatible, como veremos, con un principio de discontinuidad estructural entre las clases. Un principio («todo ser vivo procede de otro ser vivo de la misma clase») que, en cierto modo, equivaldría para el campo de los vivientes orgánicos, en cuanto regla de composición operatoria entre los términos dados, al postulado «entre dos puntos se puede trazar una recta», relativo al campo de la geometría euclídea, de tal manera que cualquier organismo viviente siempre está vinculado por su descendencia con otros organismos de su misma clase (negación de Adán{34}), dado que la vía de composición entre organismos de clases distintas está cerrada (aislamiento reproductivo){35}. De este modo los organismos forman entre sí cadenas causales genealógicas en cada clase, a través de su contacto sinalógico reproductivo (synallaso: casamiento), que determinan los límites del campo biológico{36}: los términos del campo vienen determinados por tal composición causal, que presupone tal contacto, de tal modo que es desde este principio desde el que se puede determinar si un término pertenece o no al campo categorial de referencia{37}. En definitiva, y dicho con Bueno, «se trata de subrayar, en conclusión, que la necesidad de situar a las unidades sustanciales vivientes, en cuanto son unidades sustanciales dinámicas en el ámbito de la causalidad (de la interacción celular de un sistema de partes dado), requiere presuponer un contacto entre tales unidades» (Bueno, ¿Qué es la Bioética?, Pentalfa, pág. 103). Un contacto entre las unidades sustanciales vivientes que, conviene subrayar en todo caso, no tiene por qué volverse a dar entre los organismos de la misma clase (extinciones) e incluso, un contacto que no tiene por qué volverse a dar en absoluto (en todas las clases). Es decir, un contacto contingente (v. Gould, La vida maravillosa, Ed. Crítica), que es necesario presuponer como dado durante los últimos 3530 millones de años, pero que no tiene por qué volver a producirse: la recurrencia de tal principio no está asegurada, cabiendo la posibilidad de la disolución (bioquímica) del campo biológico{38} si tal relación no se produjera.
Un contacto, pues, por el que de hecho ha discurrido y discurre un tipo de relación fundamental para el mantenimiento y recurrencia del campo biológico, la relación reproductiva, por la que se produce la multiplicación distributiva de los vivientes, así como la recurrencia y, en su caso, transformación de las clases climacológicas (linneanas) en las que los vivientes están distribuidos. Precisamente el darvinismo, al margen de sus compromisos explícitos con la teoría celular, instaurará sobre el campo un principio de cierre por el que, asociado a este contacto entre las unidades orgánicas, se producirá la transformación de las clases, unas a partir de otras, «a la escala de las especies» (y desde ellas la transformación se «comunicará» a las demás clases climacológicas), estableciéndose entre ellas relaciones sintéticas de identidad filogenética.
Y es que, sea como fuera, el darvinismo parte, in medias res, del análisis (desarrollado por diversos cursos operatorios confluyentes: paleontológicos, embriológicos, morfológicos, clasificatorios, etológicos...) de este campo así recortado, el campo de los vivientes orgánicos enclasados distributivamente, sobre el cual va a introducir una revolución, relativa al origen de las clases, que el Materialismo Filosófico ha caracterizado, frente a otro tipo de caracterizaciones{39}, como revolución lógica. Sobre el sistema de clasificación de Linneo, que presupone un sistema de clases disyuntas (porfiriano) incomunicables en su origen{40}, Darwin introducirá un principio lógico de transformación de clases, unas a partir de otras, que las remite a un origen común interno al propio campo, principio que se abre paso a través de las relaciones de causalidad diatética compositiva{41} entre las unidades orgánicas disponibles de cada especie (dado, insistimos, que la composición entre organismos de especies distintas está bloqueada a los efectos): la cadena causal genealógica, esto significa el darvinismo, no remite regresivamente a un origen situado fuera del campo de los vivientes orgánicos (inorgánico o supraorgánico), sino a un origen inmanente al propio campo, es decir, de nuevo a organismos organizados en clases distributivas que actúan progresivamente como género, lo que supone un nuevo sentido para el campo linneano que implica su reorganización íntegra («nada tiene sentido en biología si no es a la luz de la evolución»). Una reorganización exigida por este cambio en la consideración lógica del concepto de especie y que afectará a la totalidad del campo de organismos linneanos: esto es, la especie pasa a ser concebida como género modulante (plotiniano), definida como género posterior, en cuanto que el origen de las especies se produce por la transformación progresiva de unas especies (A, B, C...) en otras (A', B', B'', C'...), adquiriendo aquellas regresivamente la consideración de género en relación a estas [A (A')], [B (B', B'')], [C (C')]:
«Al considerar el origen de las especies, es totalmente comprensible que un naturalista, reflexionando sobre las afinidades mutuas de los seres orgánicos, sobre sus relaciones embriológicas, su distribución geográfica, sucesión geológica y otros hechos semejantes, llegue a la conclusión de que las especies no han sido creadas independientemente, sino que han descendido, como variedades, de otras especies» (Darwin, El origen de las especies, Edaf, pág. 56.)
Y es que el origen de las especies, ese «misterio de los misterios», según la expresión de Herschel, reside en las variedades generadas, y que se siguen generando (actualismo), en el seno de otras especies dadas, recibiendo de este modo toda especie la consideración de género (sea actual o potencial), en cuanto que en su seno se han producido (y pueden seguir produciéndose) variedades de las que, por la propia recurrencia del mismo principio, derivan nuevas especies. La mediación, pues, por la que de unas especies descienden otras son las variedades que proliferan en el seno de cada especie: esta es la estrategia gnoseológica que preside El Origen de las Especies y que se puede formular bajo el corolario, que Darwin repite con frecuencia a lo largo de su obra, «toda especie es una variedad fuertemente caracterizada, toda variedad es una especie incipiente», toda especie, pues, y dicho retrospectivamente,«empezó siendo» una variedad producida en el seno de una especie dada, la cual, a su vez, «termina siendo» considerada como género{42}.
Las especies, por tanto, no surgen independientemente unas de otras (por actos separados de creación), sino que su origen tiene lugar a través de la relación de contacto reproductivo (diátesis causal) entre las unidades orgánicas de la misma clase (produciendo así genealogías), como quiera que tal contacto se produce en el contexto de las relaciones de co-influencia que los organismos mantienen con el medio y, por tanto, también con otros organismos (de la misma y de otras clases: lo que da lugar a ecologías), esto es, en el contexto de lo que Darwin ha llamado «lucha por la vida»: es decir el origen de las especies no se explica al margen de esas relaciones mutuas entre las unidades orgánicas que los «hechos» (clasificatorios, embriológicos, ecológicos, paleontológicos, etológicos...) muestran a «cualquier» naturalista, sino que el origen se explica a través de las transformaciones, inmanentes al campo de los vivientes orgánicos, generadas por la propia actividad desenvuelta por los organismos en el contexto de la lucha por la vida, actividad por la que transcurre no sólo, y esto es fundamental, la relación reproductiva de organismos de la misma clase, de la que resulta su multiplicación distributiva, sino también la relación trófica, mediante la que se neutraliza la pérdida entrópica y de la que resulta el desarrollo atributivo (crecimiento) de cada organismo, o bien su muerte (transformación en cadáver) y, en su caso, aniquilación{43}. Frente a la tesis emergentista (creacionista o no), cuya explicación supone un origen de las especies externo al campo de los vivientes orgánicos (externo a estas relaciones que los organismos entablan con su actividad), Darwin supone que la explicación acerca del origen tiene que ver con la dinámica misma del proceso mediante el cual los organismos, siempre determinados genealógicamente (siempre enclasados), con su actividad (ya sea, insistimos, meramente orgánica, operatoria o personalizada), y las relaciones de co-influencia ecológica mutua que se entretejen en symploké (biocenosis) con tal actividad (trófica y reproductiva), están constantemente generando transformaciones (variaciones) en el campo (es decir, en los propios organismos enclasados) que terminan por producir nuevas clases, nuevas especies de organismos. Las especies, pues, no han sido creadas ya disyuntas, sino que han descendido de otras, y no son independientes unas de otras en su origen, sino que en su origen dependen de otras a través, precisamente, de las relaciones recurrentes de descendencia («descendencia con modificación») y de mutua co-influencia («lucha por la vida») entre los organismos: es esa «modificación» producida con la descendencia la que, con su «acumulación» generación tras generación en el contexto de la lucha por la vida, sirve de tránsito entre una especie y otra, siendo las variaciones producidas en el seno de aquella el origen de esta.
Las especies quedan así vinculadas genealógicamente unas con otras (aunque no todas con todas), de tal modo que entre ellas aparecen relaciones sintéticas de identidad filogenética: la verdad (identidad sintética) del darvinismo tiene que ver pues con las relaciones de semejanza (isológica) entre organismos de especies distintas, cuando esta semejanza remite, a través de esas relaciones de contacto (sinalógico) supuestas (intercalado de links intermedios), a una forma originaria común (identidad sustancial), como quiera que las relaciones sinalógicas reproductivas entre organismos generan, en tanto que principio de conservación de clase, relaciones de semejanza isológica entre los mismos.
Es en este vínculo de ascendencia común entre especies distintas en lo que consiste la verdad del darwinismo. Ahora bien, si bien la reproducción, el contacto reproductivo entre organismos, es un principio de conservación de clase por cuya recurrencia se mantiene la identidad de clase, es también, y este es el «descubrimiento» del darwinismo, un principio de transformación de clases, en cuanto que tal esquema de identidad, relativo a cada clase, está sometido, a través de ese mismo contacto reproductivo recurrente entre individuos, a variaciones –variaciones sobre la misma clase– que terminan por generar metábasis (cambio de género) al quedar interrumpidas, por efecto de la propia variación en divergencia, las relaciones sinalógicas reproductivas entre grupos de unidades orgánicas de una misma especie. Es decir, toda especie (A') tiene en común con otra (A''), una especie ancestral (A) de las que ambas descienden a partir de variedades suyas(a', a'', a'''...): las relaciones de semejanza (isologías) entre los organismos de ambas especies distintas son razón de las relaciones de contacto sinalógico reproductivo (comunidad de descendencia) producidas en el seno de tal especie ancestral común, de tal manera que, aun cuando es interrumpido el proceso sinalógico reproductivo (aislamiento), se siguen conservando semejanzas isológicas entre los organismos de ambas distintas especies precisamente en razón de las relaciones sinalógicas de reproducción mantenidas entre ancestros comunes. Así, desde esta «clave»,
«todas las reglas precedentes y las ayudas y dificultades en la clasificación pueden explicarse, si no me engaño mucho, de acuerdo con la teoría de que el sistema natural se basa en la descendencia con modificación; de que los caracteres que los naturalistas consideran como demostrativos de verdadera afinidad entre dos o más especies son los que han sido heredados de un antepasado común, pues toda verdadera clasificación es genealógica; y de que la comunidad de descendencia es el vínculo oculto que los naturalistas han estado buscando inconscientemente, y no un plan desconocido de creación o el enunciado de proposiciones generales, ni el mero hecho de poner juntos o separados objetos más o menos parecidos» (Darwin, El Origen..., pág. 420.)
Es decir, y dicho de otro modo, la verdad del darwinismo se encuentra en las homologías (tal como se conocen tales relaciones isológicas ligadas a la «comunidad de descendencia» desde Owen) a partir de las cuales se dibujan sistemáticamente las líneas filogenéticas que vinculan sinectivamente unas especies con otras a través del género común del que proceden: este género es la especie ascendente común por la que se explican las relaciones isológicas entre los individuos de las distintas especies descendentes. En estas relaciones isológicas entre individuos de especies distintas, asociadas a las relaciones sinalógicas que hay que suponer mantenidas entre ancestros comunes, reside pues la verdad del darwinismo. Y es que es a partir de tales relaciones isológicas, con el intercalado de links intermedios, como se forman las líneas filogenéticas que vinculan unas especies con otras a través de su comunidad de origen, siendo estas líneas filogenéticas, pues, el resultado que arroja el análisis del darvinismo, la revolución darvinista, sobre el campo biológico linneano, quedando éste así reorganizado demostrativamente por tal principio de cierre evolucionista. Así lo dice Bueno:
«Desde el punto de vista gnoseológico (o, si se prefiere, desde la gnoseología del cierre categorial) la revolución darvinista representó la instauración de un determinado principio de cierre en el campo de los vivientes, no ya integral a todo el campo, sino a la «escala de las especies», en virtud del cual se establecerá, como norma constitutiva, que será preciso considerar a las especies vivientes como «vinculadas» (y no todas con todas) genéticamente, y no como si ellas pudiesen haber emergido de situaciones prebiológicas» (Bueno, Los límites de la evolución en el ámbito de la Scala Natura, pág. 5.)
Siendo así que este tipo de relación, de «vínculo» filogenético entre especies, es universal al campo biológico linneano, aunque si bien no conexo: es decir, toda especie mantiene relaciones filogenéticas con otra(s), pero dadas dos especies no tienen por qué mantener una relación filogenética (procedencia de un mismo género) entre sí (de haber semejanza entre organismos de distintas especies, esta no tiene por qué remitir a un origen común: las isologías pueden ser analógicas, producidas en razón de su comunidad adaptativa, y no en razón de su comunidad de descendencia) o, por lo menos, no tienen por qué tener una relación filogenética en el mismo grado climacológico que mantienen con otras (la comunidad de género puede ser más o menos remota en la escala climacológica entre las distintas especies).
Este proceso de diversificación distributiva, aplicado recurrentemente, nos pone delante de formas que se van ligando, vinculando regresivamente unas con otras a través de su ascendencia común, dibujando, según tal proceso va penetrando y recorriendo la escala geológica por la que se desenvuelve (desde el Cuaternario hasta el Precámbrico), las líneas filogenéticas (algunas de las cuales aparecen registradas paleontológicamente: registro fósil) que enlazan unas especies con otras (y no con otras), hasta formar un sistema en el que las especies que reciben la consideración de género, en tanto que origen común de otras especies, proceden, a su vez, de otra especie que está actuando como género, como origen común de otras especies, que a su vez también son géneros (y que ya están actuando, según la nomenclatura propia del sistema climacológico de clasificación, como familia, en cuanto que representan el origen común de especies de distinto género). En este proceso de derivación, se van constituyendo, pues, las distintas escalas climacológicas, que van de la especie, que representa la comunidad de reproducción básica (contacto sinalógico reproductivo entre individuos), hasta el phylum, que representa especies dispares cuyo origen común es la especie arquetípica (Owen) responsable de la forma (Baüplane: plan corporal) en la que están «embutidas» progresivamente especies de distinto género, de distinta familia, de distinta superfamilia, de distinto orden..., de distinto subphylum.{44}
Partiendo pues, in medias res, del campo de los vivientes orgánicos enclasados distributivamente en especies linneanas, la recurrencia del campo, posibilitada por la multiplicación distributiva de las unidades orgánicas enclasadas, no supone su replicación idéntica en las siguientes generaciones (negación del fijismo), sino que la propia dinámica producida en el proceso de recurrencia, implica la transformación de clases, bien porque la recurrencia de unas clases no se produce (extinciones), bien porque las variaciones en divergencia producidas en el seno de algunas clases se acumulan hasta formar otras clases diferenciadas (ya sea por especiación, evolución filética, o evolución cuántica, según los modos distinguidos por Simpson). Un proceso de recurrencia, por tanto, que es irreversible, ideográfico{45}, al estar constantemente generándose, en el seno de cada especie, variabilidad no idéntica a partir de materiales (organismos) ya genealógicamente determinados por ese mismo proceso (diátesis causal compositiva). Así pues exponer las causas del origen de esta variabilidad producida en el seno de las especies es tanto como exponer el origen de las especies, y es que la causa (vera causa, dirá Darwin en la terminología de Whewell) de la producción de tal variabilidad es la misma que la causa de la producción de las especies y de su extinción.
En el seno de las especies se generan, pues, constantemente variedades en divergencia que terminan (o pueden terminar), de hecho han terminado, por dar lugar a nuevas especies: esta conclusión, que Darwin introduce al principio de su obra, es la que tiene que ser demostrada a lo largo del libro, y es que, continúa Darwin, «semejante conclusión, aún cuando estuviese bien fundada, no sería satisfactoria hasta que pudiese demostrarse de qué modo las innumerables especies que pueblan este mundo se han modificado hasta adquirir esa perfección de estructura y coadaptación que causa, con justicia, nuestra admiración» (Darwin, El origen de las especies, Edaf, pág. 56). La cuestión, pues, es hallar los principios de esa dinámica inmanente al campo, a través de la cual se generan nuevas especies a partir de otras, esto es, la dinámica a través de la cual se produce variabilidad como para que tenga lugar la transformación de unas especies en otras. A esto, a la demostración de semejante conclusión, Darwin la llamará «teoría de selección natural».
La teoría de la selección natural, pues, va a ser el fundamento de la revolución lógica que Darwin introduce sobre el sistema de clasificación de Linneo. Y es que Darwin operará sobre el sistema de clasificación linneano una operación disolvente, mediante dicho expediente («toda especie es una variedad fuertemente caracterizada, toda variedad es una especie incipiente»), al recibir las especies la consideración de géneros (posteriores, modulantes), lo cual no implica que Darwin haya tenido un enfoque nominalista acerca de la realidad de las especies{46}: la perspectiva nominalista que parece mantener es más bien metodológica: las especies linneanas son diluidas en el regressus al considerarlas como variedades «fuertemente caracterizadas» (continuidad genética), pero para ser reconstruidas progresivamente (discontinuidad estructural) a partir del criterio que Darwin supone como efectivo al establecer, restablecer las clases («verdaderas especies», dice Darwin) según sus vínculos filogenéticos: la selección natural.{47} Y es que ese proceso de «fuerte caracterización» mediante el cual desde las variedades (continuidad genética) se llega a nuevas especies (discontinuidad estructural), no es producto de la arbitrariedad, sino que es producto del principio mismo que va a constituir tal dinámica «evolutiva», «transformista», característica del campo biológico, esto es, el principio de selección natural. Desde tal criterio la especie biológica aparece definida de un modo operacional (o, dicho en términos clásicos, aparece definida según su definición genética){48}, lo que implica una constante revisión de la sistemática cuando esta se (re)constituye desde el evolucionismo darvinista, impidiendo, así, como subraya Alvargonzález, una historia natural atributiva total{49}. En modo alguno pues, más bien al contrario, tal definición darvinista supone la disolución nominalista del concepto de especie, ni mucho menos.
Pero, veamos, ¿cómo es posible que a partir de las variedades que proliferan en el seno de cada especie terminen por surgir nuevas especies sin violar el principio de continuidad causal?, es decir, ¿cómo es posible que, naturalmente, se produzcan «cortaduras» en la dinámica de la multiplicación (distributiva) de los organismos, si cada individuo siempre pertenece a la especie de su(s) ascendente(s), no habiendo solución de continuidad posible (según el principio de la «teoría celular»){50}?, es decir, insistamos, ¿cómo es posible que, siendo la reproducción entre organismos de la misma especie, en tanto que partes distributivas suyas, la vía a través de la cual tiene lugar la recurrencia de la identidad de una especie (en tanto principio de conservación suyo), sea también la vía a través de la cual se generen divergencias entre los organismos de la misma especie (variaciones) que puedan dar lugar a nuevas especies (en tanto que principio de transformación suyo)?, dicho aún de otro modo ¿cómo aparece la discontinuidad estructural manteniéndose el principio de continuidad causal? En definitiva, ¿cómo es que el campo biológico no es fijista?{51}
A esto va a dar respuesta, como estudiaremos en el siguiente número, el concepto de «selección natural», estrechamente ligado al principio de «lucha por la vida».
Apéndice. Teorías del cambio evolutivo
A. Monísticas (explicaciones por un solo factor)
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B. Sintéticas (explicaciones por varios factores)
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Notas
{1} Texto base (ampliado) de la ponencia presentada en las Jornadas celebradas en Murcia los días 10, 11 y 12 de Septiembre de 2003, organizadas por la Sociedad de Filosofía de la Región de Murcia y la Facultad de Filosofía de la Universidad de Murcia con el título Filosofía y Cuerpo. Debates en torno al Pensamiento de Gustavo Bueno. Texto que, por razones completamente ajenas a la organización, no figura en el libro Filosofía y Cuerpo, Patricio Peñalver, Francisco Jiménez y Enrique Ujaldón, (Eds.). Agradecemos a los organizadores el que hayan contado con nosotros para participar en este curso. Muy especialmente dirigimos nuestro agradecimiento a Patricio Peñalver y a Joaquín Robles.
{2} Gould disocia el «cambio gradual» de la «selección natural», en la medida en que esta no tiene por qué comprometerse con aquel: «El registro fósil, con sus transiciones abruptas, no ofrece respaldo alguno al cambio gradual, y el principio de selección natural no lo necesita –la selección puede operar con rapidez. No obstante la innecesaria ligazón [entre cambio gradual y selección natural] forzada por Darwin se convirtió en elemento central de la teoría sintética» (Gould, El pulgar del Panda, pág. 199, ed. Biblioteca del Muy Interesante). Asimismo, en La estructura de la teoría de la evolución, Gould trata ampliamente este tema (págs. 172-181).
{3} En buena medida este trabajo nuestro se concibe como respuesta, que pretende mantenerse bajo las coordenadas del Materialismo Filosófico, a la teoría jerárquica que aparece expuesta de un modo pormenorizado y sistemático en dos publicaciones recientes: Síntesis inacabada, de N. Eldredge y la monumental y ya mencionada La estructura de la teoría de la evolución, gran obra póstuma de S.J. Gould.
{4} Dobzhanski mismo advierte, y es que como hecho sociológico es indiscutible, cierta «persistencia entre los biólogos de la creencia en la herencia de los caracteres adquiridos» (pág. 216 de Genética y el origen de las especies, Ed, Círculo de Lectores) cuando muchos confusivamente interpretan determinadas reglas ecológicas que afectan al campo biológico (regla de Gloger, regla de Bergmann, regla de Allen...) como pruebas que refutan la teoría de la selección natural. Tal persistencia, decimos, sigue estando muy presente entre los biólogos, incluso entre aquellos que se dicen darvinistas.
{5} El estudio más extenso que nosotros sepamos, si no el único, que hay en español sobre la teoría de la selección orgánica, es la excelente tesis doctoral de José Carlos Sánchez, El «efecto» Baldwin (Universidad de Oviedo)
{6} Dice Dennett en una entrevista concedida a la revista Métode (Univ. de Valencia): «En EEUU, las ideas de Dawkins y Maynard Smith acerca de la evolución han sido silenciadas y Gould tiene gran culpa de ello; es decir, él ha sido muy convincente a la hora de presentar su propia visión del proceso evolutivo como la visión correcta. Incluso ha disuadido a la televisión pública de emitir programas en los que se expusieran otras visiones. Por ejemplo, Dawkins realizó una serie de programas excelentes sobre la evolución para la BBC que nunca se han visto en EEUU. ¿Por qué? Porque los asesores de la televisión pública, entre ellos Gould, dijeron que no eran buenos. Pero Gould no es el único, en cierto modo Steven Rose desempeña un papel similar en Inglaterra, o Lewontin,... es terrible, pero es así.»
{7} vid. P. J. Bowler Charles Darwin: el hombre y su influencia, págs. 21 y ss. Alianza Editorial.
{8} Para un análisis pormenorizado de los distintos enfoques e interpretaciones mantenidas en torno al darvinismo ver David Alvargónzalez, «El darvinismo visto desde el Materialismo filosófico», El Basilisco, nº 20 (Segunda época), págs. 5-20. Un análisis que tiene la virtud de descomponer ese «género literario» del que venimos hablando en distintas especies correspondientes a los distintos enfoques y perspectivas que apagógicamente afronta la Teoría del Cierre Categorial.
{9} Cuyas actas se publicaron en inglés por la Universidad de Edimburgo con el título Towards a Theoretical Biology [Hay edición en español: Hacia una biología teórica, Alianza Universidad, 1976]. También se publicaron en la URSS.
{10} Una vuelta a los «clásicos» de la biología que muchos la entienden como innecesaria, sobreentendiendo que su disciplina, frente a lo sostenido por Mayr en el texto por nosotros recortado, se encuentra cercana a las «ciencias duras»: así, dice Chauvin frente a Dennett, cuando este cree entender que la biología «francesa» acusa la influencia constante del lamarckismo: «a pesar [dice Chauvin] de que la mayoría de los biólogos franceses jamás han leído una sola línea de Lamarck, y ni siquiera de Darwin: somos científicos, demonios, no historiadores de las ciencias» (Chauvin, Darwinismo, el fin de un mito, Espasa Calpe, 2000, pág. 32). Más adelante dice, «¿Qué piensan muchos biólogos de Darwin? Nada. Hablamos muy poco de este tema porque no nos resulta necesario. Es posible estudiar la fisiología animal y vegetal sin que jamás venga al caso Darwin» (Idem. pág. 38).
{11} v. págs. 48-49 de Una larga controversia: Darwin y el darwinismo. Ed.Crítica.
{12} Son fundamentales en este sentido los siguientes trabajos: Gustavo Bueno, «La etología como ciencia de la cultura» (El Basilisco, nº 9, 1991); Gustavo Bueno, «Los límites de la evolución en el ámbito de la Scala Naturae» (Sesión de Clausura de la Conferencia Internacional sobre Evolucionismo y Racionalismo, celebrada en Zaragoza del 8 a 10 de Septiembre de 1997); Gustavo Bueno, «Cuerpo y ecología (una visión materialista)» (conferencia en los VIII Cursos de Verano de la UNED, 1997); Gustavo Bueno, ¿Qué es la Bioética? (Pentalfa, Oviedo 2001), sobre todo la parte dedicada a la cuestión de los siameses y a la cuestión de la clonación en el capítulo Ensayo de análisis de cinco cuestiones desde la Bioética materialista; David Alvargonzález, El sistema de clasificación de Linneo (Pentalfa, Oviedo 1992); David Alvargonzález, «El darvinismo visto desde el Materialismo filosófico» (El Basilisco, nº 20, 1996), anteriormente mencionado.
{13} vid. Teoría del Cierre Categorial, vol 3, págs. 88-108 (págs. 854-874, paginación global) en el que de una manera espléndida se expone la concepción hiperrealista de las ciencias.
{14} v. Darwin, El Origen..., pág. 255.
{15} Otro tipo de realidades configuradas institucionalmente además de las ciencias, como puedan ser las artes, las técnicas... u otros saberes doctrinales, se dejan analizar desde el punto de vista de su inmersión en estas coordenadas.
{16} vid. K. Bühler, Teoría del lenguaje, Alianza Editorial y Ch. Morris, Fundamentos de la teoría de los signos, Editorial Piadós.
{17} Ver su exposición pormenorizada en Gustavo Bueno, Teoría del Cierre Categorial, vol. 1, págs. 110-126.
{18} «neutralización que tiene lugar no ya por la eliminación de las operaciones [...], sino por algún efecto generado en el curso mismo de ellas, un efecto que, en vez de agradecer la eliminación, se nutre precisamente de la superabundancia de las operaciones. [...] Si la eliminación, por neutralización, de las operaciones que mueven los cursos constructivos pueden tener lugar en el momento en que en su confluencia brota una relación necesaria en el universo (que no puede ser sino la unidad e identidad misma dada en ese complejo de términos diferentes), así también recíprocamente, la verdad científica podrá hacerse consistir en esa identidad sintética mediante la cual las relaciones pueden ser neutralizadas sin suspensión de su propio ejercicio, sino precisamente por él y a través de él.» (Gustavo Bueno, «El cierre categorial aplicado a las ciencias físico-químicas», en Actas del I Congreso de Teoría y metodología de las ciencias, Pentalfa, págs. 141-143).
{19} vid. Bueno, Teoría de Cierre Categorial, vol. 1, pág. 329 y ss.
{20} Los «conocimientos» serán reinterpretados gnoseológicamente como componentes o aspectos subjetuales de las ciencias (y no sólo: también de otro tipo de formaciones) presentes en las figuras de la llamada capa metodológica de los cuerpos científicos (la constituida por aquellas figuras que terminan siendo neutralizadas en el proceso de cierre: operaciones; fenómenos; autologismos, dialogismos y normas), y no en las figuras de la capa básica de las ciencias (aquella cuyas figuras forman parte estructural de la verdad científica ya constituida: términos, relaciones; referenciales, esencias): precisamente las figuras de la capa básica se conforman como resultado de la neutralización de los «conocimientos» así considerados –toda vez que «el conocimiento» siempre es considerado por el MF desde un punto de vista operatorio, desenvolviéndose en contextos apotéticos (alejar / aproximar fenoménicos)– y, por tanto, será a través de la neutralización de las figuras propias de la capa metodológica, ligadas a estos contextos apotéticos, operatorios, cómo se constituya la capa básica, cuyas figuras representan el núcleo desde el que se define la verdad como identidad sintética.
{21} Entendiendo siempre a la forma como determinada organización de la materia, como la interconexión misma de partes materiales diversas: no por tanto como una forma pura sobrevenida (procedente de Dios o del Sujeto) y yuxtapuesta a la materia fenoménica, que, por cierto, tampoco se considerará como completamente amorfa (no existe algo así como «una masa bruta de impresiones sensibles»), y es que la materia fenoménica, por ser fenoménica, ya está organizada a cierto nivel: ya está organizada operatoriamente.
{22} vid. Gustavo Bueno, Teoría de Cierre Categorial, vol. 1, pág. 160 y ss.
{23} He aquí una representación poética que habla de ambas situaciones alfa y beta: «Sospechamos que, para hacer matemáticas, nos bastaría ser ángeles; pero para hacer biología, con la misma ayuda de la inteligencia, a veces tenemos necesidad de sentirnos bestias» (Canguilhem, El conocimiento de la vida, p12. Ed. Anagrama).
{24} vid. Gustavo Bueno, Teoría del Cierre Categorial, vol. I, págs. 185 y ss.
{25} N. Eldredge, Síntesis inacabada, págs. 23-143. (Ed. F.C.E.)
{26} Steven Rose, «Exaptaciones que prueban una regla (reseña al libro de S. J. Gould, The Structure of Evolutionary Theory», Revista de Libros, nº 86 (Febrero 2004), pág. 28.
{27} «La teoría del gen egoísta es la teoría de Darwin expresada de una manera que Darwin no eligió pero que me gustaría pensar que él habría aprobado y le habría encantado. Es de hecho una consecuencia lógica del neo-darwinismo ortodoxo, pero expresado mediante una imagen nueva.. Más que centrarse en el organismo individual, adopta el punto de vista del gen acerca de la naturaleza. Se trata de una forma distinta de ver, no es una teoría distinta» (Dawkins, El Gen egoísta, prefacio a la edición de 1989, pág. XI.)
{28} v. S. J. Gould, Dientes de gallina y dedos de caballo, págs. 177-188, el artículo «¿Qué pasa con los cuerpos si los genes actúan por su cuenta?», ver también en El pulgar del panda, págs. 89-96, el capítulo titulado «Los grupos altruistas y los genes egoístas».
{29} Este tipo de reproducción, por cierto, es uno de los argumentos más poderosos en contra de la «herencia de los caracteres adquiridos», o «herencia blanda», como ya subrayó el propio Darwin: «Me sorprende que nadie hasta ahora haya presentado este caso demostrativo de los insectos neutros [hormiga obrera, abeja obrera...] en contra de la famosa doctrina de las costumbres heredadas, según la propuso Lamarck» (El Origen..., págs. 283-284). Aún sorprende todavía más que tal argumento en contra se siga pasando por alto, siendo además quién es quien lo esgrime.
{30} vid. Bueno, «Los límites de la evolución en el ámbito de la Scala Natura», y ¿Qué es la bioética?
{31} Siebold (1845): Omne vivum ex ovo; Virchow (1855): Omnis cellula ex cellula; Fleming (1880): Omnis nucleus ex núcleo; Boveri (1887): Todo cromosoma procede de otro cromosoma similar; Altmann (1890): Omne granulum ex granilo.
{32} Pasteur demuestra la inviabilidad de la generación espontánea.
{33} v. Darwin, El Origen..., pág. 152, acerca de la generación espontánea.
{34} Aquella célebre cuestión relativa al «ombligo de Adán» tiene que ver precisamente con la instauración de este principio de cierre causal del campo biológico.
{35} La composición entre organismos de especies distintas a lo sumo produce hibridismo que, a la larga, resulta estéril: no es posible, como principio recurrente constitutivo del campo, por tanto, suponer una combinatoria compositiva entre organismos de distintas especies, aunque esta tampoco represente una clase vacía (hibridismo pre- y post-cigótico, y toda la complejidad lógica que supone) y, por tanto, no exenta de influencia sobre el campo biológico (sobre todo desde un punto de vista ecológico). El Cap. IX de El Origen... está plenamente dedicado a este asunto y en el que Darwin prueba (según el «estado de la investigación» en ese momento) que la esterilidad en el cruzamiento de individuos de especies distintas se da en general, pero no es universal; además también existe cierto grado de esterilidad en los cruces entre organismos de la misma especie, de tal manera que la fecundidad /esterilidad no es un criterio claro y distinto para diferenciar especie y variedad (v. págs. 285 y ss.)
{36} Las cuestiones relativas al origen del campo mismo, las cuestiones relativas al «origen de la vida», son cuestiones de un orden diferente a la cuestión que trata de resolver el darwinismo (la cuestión del «origen de las especies»). Las cuestiones relativas a la procedencia inorgánica de la materia orgánica («origen de la vida») es una cuestión ontológica, si no metafísica, que nada tiene que ver con el problema categorial del origen de las clases («origen de las especies») en las que están distribuidos los organismos. En cuanto a la hipótesis de Crick, la panespermia, dirigida a resolver el problema del origen de la vida en el globo, hipótesis que presupone un origen no linneano (extraterrestre) de la «vida» en la tierra, no resuelve nada, sino que reitera el problema desplazándolo, de modo completamente gratuito, a otros contextos (sencillamente lo que hace Crick, al barrer el asunto con la panespermia, es esconder el polvo debajo de la alfombra).
{37} Así por ejemplo cuando Dawkins afirma que la «evolución de los automóviles» engrana con la «evolución de las especies», Dawkins no advierte que los automóviles no forman términos del campo, en la medida en que no son entidades que procedan, por segregación, de entidades de su misma clase, sino que en su producción interviene un demiurgo operatorio que conforma tales entidades.
{38} Esto lo decimos ad hominem, sobre todo frente a aquellas concepciones que entienden a los genes como «eternos» (Dawkins).
{39} Por ejemplo la de Ghiselin, que caracteriza la revolución darvinista como metodológica, &c.
{40} Ver, en todo caso, para mayores precisiones el estupendo estudio de David Alvargonzález, El sistema de clasificación de Linneo (Pentalfa, Oviedo 1992).
{41} Las transformaciones entre una forma y otra no se establecen mediante «reglas de transformación» meramente representacionales (tipo D'Arcy Thompson), digamos proyectivas, sino que la transformación depende de la interacción causal entre las unidades sustanciales orgánicas disponibles.
{42} La presencia del anacoluto en muchas exposiciones relativas a este asunto es constante por no tener en cuenta la dialéctica característica de los «géneros posteriores»: los equívocos constantes producidos por el cambio inadvertido (quid pro quo) de referencias, desde un predicable a otro (género, especie), hasta el individuo, hacen decir cosas que desde una perspectiva evolucionista darvinista carecen de sentido: así por ejemplo se dice, en un documental televisivo recientemente emitido, que el pingüino perdió su capacidad de volar al adaptarse a medios acuáticos, transformándose sus alas en aletas: esta es una manera del todo equívoca de hablar desde la lógica darvinista, toda vez que esto presupondría que el género de aves de la que se deriva el pingüino (con sus distintas especies) estaría constituido por especies de «pingüinos que vuelan», como si el pingüino fuese una sustancia continua que va adquiriendo distintas formas dependiendo de los lugares a los que se adapta. Es decir, como si la trasformación no afectase a la misma sustancia sino de un modo accidental, manteniéndose la sustancia invariante a pesar de adquirir distintas formas, lo que nos acerca al fijismo (aunque se utilicen términos evolucionistas).
{43} Con la muerte del organismo este puede devenir en cadáver (con la posibilidad de dejar restos, fosilizados o no) manteniéndose partes formales suyas, o bien la muerte del organismo puede dar lugar a su aniquilación, esto es, a su descomposición en partes materiales. Incluso la muerte puede sobrevenir con el resultado de la total disolución del organismo, de tal manera que no quedan de él ni siquiera partes materiales suyas: por ejemplo, cuando un organismo sucumbe devorado y metabolizado por otro...
{44} Se ha observado, a partir del estudio de los yacimientos paleontológicos de Burgess Shale principalmente, un fenómeno relativo a la distributividad de las clases conocido como estereotipia: «La estereotipia, es decir el hecho de que la mayoría de las especies estén embutidas en unos pocos planes anatómicos, constituye una característica cardinal de la vida moderna, y su mayor diferencia con el mundo de los tiempos de Burgess Shale [el mundo orgánico poco posterior a la «explosión cámbrica»]. Varios de mis colegas (Jaanusson, 1981; Runnegar, 1987) han sugerido que eliminemos la confusión sobre la diversidad si limitamos este término vulgar al primer significado (número de especies). El segundo significado (diferencia en planes corporales) debería denominarse entonces disparidad. Si empleamos esta terminología podremos reconocer un hecho básico y sorprendente de la historia de la vida: una notable reducción en disparidad seguida de un marcado aumento de la diversidad dentro de los pocos diseños supervivientes» (Gould, S.J., La vida maravillosa, pág. 96.).
{45} «Podemos comprender claramente por qué una especie, una vez que desaparece, no reaparece jamás, aun cuando volvieran a darse las mismas condiciones de vida, orgánicas e inorgánicas. Porque aunque la descendencia de una especie pudiera adaptarse –e indudablemente esto ha ocurrido en innumerables casos– para ocupar el puesto de otra especie en la economía de la naturaleza y, de este modo, suplantarla, sin embargo, las dos formas –la antigua y la nueva– no serían idénticamente iguales, pues ambas heredarían, casi con seguridad, caracteres diferentes de sus distintos progenitores, y los organismos que ya difieren, variarían de un modo diferente» (Darwin, El Origen..., pág. 346). La ley de Dolló, inmanente a la propia lógica darwinista, supone que la recursividad evolutiva del campo biológico no tiene vuelta atrás: la corriente evolutiva fluye en muchas direcciones (tantas como géneros), pero en un solo sentido.
{46} La controversia en torno a este asunto es patente incluso entre los popes de la teoría sintética: «Darwin, en cuanto evolucionista, negaba la existencia de especies como categorías no arbitrarias: 'pienso[...]' (Darwin, 1859). Eliminando la especie como unidad natural concreta, Darwin eliminó de paso la necesidad de resolver el problema de cómo las especies se multiplican (Mayr, 1959ª). Retrospectivamente se nos impone, pues que el fracaso de Darwin, como el de los antievolucionistas, se debió en gran parte a que entendían mal la verdadera naturaleza de las especies» (Mayr, Especies animales y evolución, pág. 30). Véase sin embargo lo que dice Dobzhanski: «Una opinión difundida es que Darwin demostró que las especies son ficciones ideadas para ayuda de los sistemáticos. No es verdad: Darwin demostró que las especies no son entidades estáticas, sino dinámicas, pero la distinción no rebaja su autenticidad [...] como los biólogos han percibido desde antiguo intuitivamente las especies son unidades tangibles [sic] en algún sentido más que los otros grupos; las especies poseen propiedades especiales que hacen de ellas fenómenos biológicos tanto como conceptos de grupo» (Dobzhansky, La idea de especie después de Darwin, en Un siglo después de Darwin, S.A. Barnett et al., pág. 60).
{47} Es decir lo que se diluye con la revolución lógica es, más bien, la perspectiva del «esencialismo jorismático» que Linneo, Agassiz y otros, mantenían sobre el campo biológico, siendo rectificada tal posición desde el «realismo ajorismático» en el que se sitúa Darwin (postura que Mayr caracteriza como «pensamiento poblacional»). (vid. Bueno, Los límites de la evolución en el ámbito de la Scala Naturae, parágrafo 5).
{48} Nowinski acierta plenamente en este sentido cuando dice: «De ello resulta, entonces, una nueva estructuración lógica de la noción de especie. Hablando con propiedad, la especie es la fase de equilibrio de adaptación y estabilización de las formas diferenciadas obtenidas en el curso de la selección natural. Es una noción teórica que constituye un elemento integral de la teoría. La exigencia de una definición de la especie, con independencia y al margen del sistema dinámico –como si la noción estática de la especie fuera una premisa indispensable de la teoría de la formación de ésta–, es una cosa irrealizable y hasta absurda desde el punto de vista de la teoría de Darwin. Sólo si se plantea tamaña exigencia, extraña al espíritu de éste, parece su obra volverse incoherente» (C. Nowinski, Biología, teorías del desarrollo y dialéctica, pág. 85).
{49} v. David Alvargonzález, «El darvinismo visto...», El Basilisco, nº 20, págs. 42-43. Agassiz tuvo en mente semejante proyecto utópico de una historia natural total desde un punto de vista atributivo.
{50} Cuando De Vries, desde el mutacionismo, introduce el término de «especie elemental», tal concepto supondría que los descendientes, en los que se produce la mutación, son de una especie diferente de sus ascendentes inmediatos, situación absurda producida por el desconocimiento de la lógica darvinista del «género posterior»: la «especie elemental» representa la confusión entre individuo y especie (tantas especies como individuos), confusión necesaria para justificar el «mutacionismo», pero que viola el principio mismo de continuidad causal asentado por la «teoría celular».
{51} v. Lamarck, Filosofía zoológica, pág. 51.