Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 33 • noviembre 2004 • página 15
Sobre la mesa redonda «Octubre de 1934, setenta años después», organizada por Nódulo Materialista el 7 de Octubre de 2004, y algunos reproches de la izquierda indefinida hacia esta organización y sus medios de difusión
1. Un aniversario ambiguo
El pasado mes de octubre, multitud de organizaciones de la política partidista y otras celebraron en la región española de Asturias el setenta aniversario del fallido golpe de estado de 1934 contra la II República española que provocó 1.400 muertos en toda España, protagonizado por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), la anarquista Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y el Partido Comunista de España (PCE), unidos coyunturalmente en la Unión de Hermanos Proletarios (UHP) –sin olvidar el papel que ERC y el PNV jugaron en su peculiar versión separatista del golpe–. La historiografía ha debatido mucho sobre estos sucesos, pero parece acertado señalar que aquel golpe revolucionario contra la II República española supuso la primera batalla de la guerra civil española, pero no en formulación retórica, como afirmó el escritor inglés Gerardo Brenan en El laberinto español, sino de forma literal: aquella ruptura de la legalidad, aun fracasando en sus objetivos de tomar el poder en toda la nación, sirvió como punto de inflexión para que las divergencias y el sectarismo ideológico imperante, hasta entonces importante pero soportable, se volvieran irreconciliables y llevasen a la continuación de la política por otros medios, es decir, a la reanudación de la guerra civil. Esta tesis, novedosa en su formulación exacta, y no en las vulgarizaciones al uso perpetradas desde las escasas cátedras universitarias que la han reconocido, es obra de Pío Moa y ha sido expuesta en su trilogía Los orígenes de la guerra civil española, Los personajes de la república vistos por ellos mismos y El derrumbe de la segunda república y la guerra civil, editados en Ediciones Encuentro los años 1999, 2000 y 2001, respectivamente.
Sin embargo, entre 1934 y 2004 no sólo aconteció la guerra civil española y su primera batalla, Octubre de 1934, sino que entre medias sirvió como contexto determinante para multitud de trabajos acerca de la «conciencia de clase» o «clase para sí» del proletariado asturiano, desde ese belicoso punto de inflexión hasta su disolución, prejubilaciones mediante, y conversión en un grupo de amantes de los viajes y de la vida relajada del «Paraíso Natural» asturiano. Asimismo, los relatos mitificados de Octubre de 1934 han sido usados por algunas organizaciones políticas para configurar sus ideologuemas, no sólo durante la lucha antifranquista, sino también durante la Transición a la actual democracia coronada y hoy día; de hecho, en zonas de la cuenca minera como Mieres, se celebra aquel acontecimiento lanzando fuegos artificiales y formando barricadas, «recuerdo» de la lucha acontecida entonces. Incluso Joaquín Arrarás en su Historia de la Cruzada Española calificaba a Asturias como «provincia roja», lo que daba alas a historiadores antifranquistas de los años sesenta para difundir con gran ahínco el mito del irredento proletariado asturiano, que en su forma antifranquista, luchando contra el régimen de la época, seguía «presente» como referencia para interpretar aquellos acontecimientos. De la actualidad de tal mito nos corresponde dar cuenta, como parte de la organización Nódulo Materialista, de los avatares sufridos en la conmemoración de este episodio de la Historia Contemporánea de España.
2. El acto del 7 de Octubre de 2004
El 7 de Octubre de 2004, a las 20 horas, Nódulo Materialista celebró en el Club de Prensa del diario La Nueva España, en Oviedo, el debate «Octubre de 1934, setenta años después», retransmitido en directo por internet desde la web del periódico citado. En el mismo intervinieron Antonio Sánchez, miembro de Nódulo Materialista, el historiador Pío Moa, junto a los profesores universitarios Francisco Erice y José Girón Garrote. Debido a que este último simplemente se dedicó a darnos un mitin socialista, que comenzó lamentando los sufrimientos del pueblo palestino y continuó diciendo que la II República intentó superar la trágica situación de España, similar a la de Sudán en la actualidad (a pesar de editarse en la España de entonces cientos de publicaciones periódicas, de disponer de academias científicas, históricas, políticas y de otras clases, así como de la importancia y el uso en medio mundo que ya tenía entonces su idioma, el español, y otros muchos datos que Girón omitió para hacer creíble su mitin), nos centraremos en las intervenciones de los tres ponentes restantes.
Intervino en primer lugar Antonio Sánchez, quien a mi juicio no estuvo a la altura de sus excelentes trabajos en la polémica sobre la II República y la guerra civil mantenida en esta misma revista. Su principal error fue incidir excesivamente y sin clarificar demasiado en las fuerzas políticas existentes en 1936, ya con la guerra civil en marcha de nuevo. Error cometido no tanto a la hora de enumerar y poner en duda el carácter más o menos revolucionario, reformista o reaccionario de las mismas, sino en tanto que daba por supuesta la continuidad entre 1934 y 1936, sobre todo en la correlación y reparto de fuerzas en ambas fechas, lo que nos llevaría más por los caminos retóricos de Brenan que por los del materialismo histórico. Además, tendía a señalar de forma genérica que en las fuerzas frentepopulistas estaban los que ya habían perdido cualquier visión positiva de España; por lo menos, Girón y Erice sí acertaron al criticar esa afirmación por excesivamente ambigua e ignorante del nacionalismo canónico del liberalismo español de los siglos XIX y XX. Sin embargo, más correcto sería decir que en el Frente Popular no existía una idea de España coherente y sólida entre liberales, socialistas, comunistas y anarquistas, sin que ello supusiera que dejasen de invocar proyectos (anámnesis) de España y su Historia; proyectos que eran más intencionales que efectivos, al menos mientras esa parte de España estaba supeditada a la Unión Soviética de Estalin.
Debo señalar que esta crítica ya la realicé en los foros de nódulo y Antonio Sánchez, extrañamente, la tomó como si fuera una crítica ad hominem, cuando de lo que se trataba era simplemente de señalar con claridad los elementos objetivos que hacían que 1934 fuera el comienzo (que no el prólogo, pues eso supondría disponer de «ciencia de visión», de capacidad para predecir el futuro) de la guerra civil española, haciendo referencia a la situación del ejército (capa cortical), la agitación popular o de «la clase obrera» (capa basal) y la clase dirigente (capa conjuntiva) en ese momento, auténticas claves a decir de Lenin a la hora de hacer triunfar una revolución. Elementos que Pío Moa, en la segunda intervención de la tarde, sí señaló por la vía del ejercicio, dentro de un discurso más o menos conocido para quienes han leído su trilogía de Ediciones Encuentro ya señalada, insistiendo en los documentos de la Fundación Pablo Iglesias donde se señalan los planes de guerra civil explícita del PSOE, y que aparecen incluidos en su nuevo libro 1934: comienza la guerra civil, así como en el triunfalismo de muchos dirigentes y miembros del PSOE, que veían segura su victoria, dado el estado de ruina del ejército y la cobardía o seguidismo del PSOE que caracterizaba a muchos de los dirigentes de la época.
Francisco Erice realizó su intervención respecto a varios aspectos metodológicos aparentemente abstractos, aunque siempre volviendo la cabeza de forma concreta hacia Pío Moa, mientras señalaba dos tipos de abusos historiográficos: el presentismo (es decir, el interpretar la historia usando claves políticas del presente), y la descontextualización y anacronismo, subsidiaria de la anterior, aunque también subsidiaria de la famosa escuela francesa de las mentalidades, señalando que la mentalidad de un obrero de 1934, así como sus intenciones, no podía asimilarse a la de un español de la actualidad.
Sin embargo, resulta paradójico que Erice hiciera esas menciones al respecto de la obra de Pío Moa, pues aunque el historiador vigués señala el peligro de que se retomen los odios de antaño y censura desde la democracia liberal los sucesos de aquella época, no menos cierto es que el propio Erice y otros historiadores universitarios, de los que hablaremos en el siguiente punto, no dudan en invocar a Franco cuando se encuentran ante adversarios en historiografía y otros ámbitos, prueba inequívoca de que quienes más critican a Moa por su presentismo son los que más lo ejercen. Sin duda el escándalo acerca de la labor de Manuel Tuñón de Lara como agente soviético, que al parecer Ricardo de la Cierva ha podido probar, es buena muestra de este cinismo ideológico, pues nadie se escandaliza cuando a De la Cierva le han llamado franquista, siendo como ha sido miembro del parlamento de la actual democracia de 1978, desde los escaños de la UCD.
A mi entender, el defecto más grave que encuentro en las tesis de Pío Moa, quizás no suficientemente resaltado en esta revista durante la citada polémica sobre la II República y la Guerra Civil, es su fundamentalismo democrático, producto de su análisis de la II República y la guerra civil desde la perspectiva de la democracia liberal. La idea central de que el hundimiento de la II República venía de que la democracia no triunfó en España por las fuerzas escasamente democráticas a derecha e izquierda existentes entonces, comparando 1931 a 1978, le sitúa en la perspectiva de una democracia perfecta y de principios eternos, con déficits concretos a superar, como él mismo señaló de forma explícita en el debate posterior. Sin embargo, la perspectiva de Erice y Girón, sobre todo de este último en su mitin, era también de democracia fundamentalista: la idea de una democracia amenazada por la reacción franquista, y la continuidad entre la II República y la actual democracia coronada, coleaban en ocasiones en esos discursos. Parece entonces ese fundamentalismo una consigna insuperable dentro del lenguaje políticamente correcto de este régimen, pero en todo caso es pecata minuta en cuanto a la obra de Pío Moa, pues no le conduce a desenfoques fatales.
Prosiguiendo con la exposición de Francisco Erice, éste también insistió en que la guerra civil no era inevitable, renegando de quienes han relacionado la revolución de octubre de 1934 con la guerra civil, que por cierto son legión: así, no sólo Gabriel Jackson, sino también Stanley Payne, Ricardo de la Cierva, Ángel Palomino, Gerardo Brenan, el propio Pío Moa, &c., han proseguido ese camino. Esfuerzo digno del Infatigable Creador Pío Cid de Ángel Ganivet hubiera sido realizar la refutación de tantos autores defensores de posiciones historiográficas tan dispares, pero se hubiera agradecido una explicación mínima de los motivos que le llevaban a rechazar tan abundante catálogo de obras. Sin embargo, ni siquiera lo abordó a petición del público, como veremos. Por último, señaló como posibles explicaciones no excluyentes tres interpretaciones de Octubre de 1934: la República amenazada por las reformas «reaccionarias», que sería defendida por la UHP; la amenaza antifascista, que interpretaría como guerra civil preventiva Octubre de 1934; y la revolución social anticapitalista. Resulta extraño que las tres posibilidades enumeradas no se excluyan, pero eso lo veremos con posterioridad.
En el debate posterior, en el que no sólo intervenían los miembros del público, sino también los propios contertulios, criticándose según iban surgiendo temas, hubo de todo, desde alumnos de la Facultad de Historia que le sugerían a Pío Moa que realizase los cinco años de la Licenciatura (sugerencia absurda, pues lo mismo habría que pedirle a historiadores del prestigio de Herodoto, Tucídides, Polibio, Tito Livio, Estrabón y otros muchos que jamás pisaron la Universidad, y de buena que se libraron), hasta octogenarios dotados de «memoria histórica» de aquella época, que afirmaban haber visto a López Ochoa y Belarmino Tomás dándose la mano, junto a lamentaciones de lo buenos que eran aquellos brillantes revolucionarios, &c. Yo mismo intervine en el debate, en especial haciendo referencia a los apuntes metodológicos para entender Octubre de 1934 señalados por Erice.
Mi refutación giró sobre todo respecto a la posición mentalista de Erice, al atribuirle determinadas intenciones a los obreros, que serían propias del punto de vista emic, pero no serían asumibles desde un punto de vista etic. Para decirlo en palabras de Carlos Marx: las intenciones y los hechos no tienen por qué corresponder, pues para entender a alguien no nos sirve conocer lo que dice o lo que piensa, sino lo que hace. Asimismo, y en segundo lugar, contradecí la idea de Erice acerca de que la guerra civil no era inevitable tras octubre de 1934, pues es bien sabido que la revolución supone una ruptura de la legalidad y conduce a la guerra civil, como sucedió en las revoluciones liberales de Hispanoamérica, en la Rusia de 1917 y también en la propia España.
Además, señalé que las tres vías de interpretación de octubre de 1934 no podían superponerse, sobre todo porque la dialéctica de clases necesita de coordinación con la dialéctica de estados. De hecho, en su artículo en contra de Moradiellos en el número 32 de El Catoblepas, Antonio Sánchez señala que era el modelo isológico de la URSS lo que buscaban los revolucionarios de Octubre, sobre todo los socialistas y comunistas, aunque no es descartable que en fecha tan temprana como 1934 ya estuviera funcionando el modelo sinalógico, de intervención soviética efectiva, al menos bajo la forma de orientación desde la Internacional Comunista o Comintern sobre los socialistas Francisco Largo Caballero y Julio Álvarez del Vayo, según señala E. H. Carr en su obra El ocaso de la comintern, 1930-1935 (Alianza, Madrid 1986).
Y por último, señalé que para entender los motivos por los que fracasa o triunfa una revolución habría que acudir a las enseñanzas de Lenin (como ya cité respecto a Antonio Sánchez), quien señala que la revolución necesita del control del ejército, de la agitación social y de la ineptitud de la clase dirigente. Y precisamente se ve que Octubre de 1934 fracasó inicialmente en sus objetivos porque la agitación social no era excesiva en la época, porque el ejército no le fue fiel al PSOE a pesar de tener apalabrada su ayuda en muchos casos, y finalmente porque Lerroux y Gil Robles se mostraron mucho más hábiles para vencer la rebelión de lo que en principio se esperaba.
En el turno de respuesta, Erice se deslizó hacia cuestiones tales como si era posible o no la revolución respecto a los condicionantes económicos, ignorando las divergencias políticas entre los miembros de la UHP, que dejaban de lado lo estrictamente político de Octubre de 1934, lo que hizo que yo le interpelara desde el público y le interrumpiera. Para todos aquellos que vieran mi intervención en la misma sala o desde la retransmisión de La Nueva España, he de aclarar que no permitía responder a Erice no por descortesía, sino porque desviaba la cuestión hacia temáticas secundarias, y yo solicitaba respuesta a mis criterios metodológicos, que habían sido muy clarificadores y pertinentes, según la versión de varios de los asistentes al acto. Por contra, pienso que la falta de respeto estaría en dejar que el discurso de Erice prosiguiera aunque se fuera por las ramas. Y eso es precisamente lo que hice con Girón en su respuesta a mi pregunta de por qué había llegado España a ser un país desarrollado a pesar del triunfo de la reacción medieval y franquista [sic]: como su respuesta era un segundo mitin, no me merecía el más mínimo respeto y no la interrumpí.
En el resto del coloquio volvió a surgir la indignación, de parte de varios alumnos de la Facultad de Historia, por señalar a Manuel Tuñón de Lara como agente del KGB, agencia soviética que organizó en Francia un seminario de historiadores para difundir el materialismo histórico en la forma escolástica y rígida que lo practicaba Tuñón, según señala Ricardo de la Cierva, y también por calificar a muchos historiadores, afines y no tan afines a Tuñón, como estalinistas o neoestalinistas. Pero es que no conviene olvidar que muchas versiones sobre la II República y la Guerra Civil coinciden punto por punto con la propaganda elaborada por el camarada Estalin setenta años atrás. Indignación que se me hace más incomprensible sabiendo del presentismo de historiadores y de sus alumnos, no precisamente benévolos con los historiadores no militantes del PCE, denominándolos en muchas ocasiones como franquistas.
Como conclusión sobre el debate, señalar que lo peor del mismo fue comprobar que ni Erice ni Girón han leído a Pío Moa, por lo que sus críticas a la afirmación de un complot comunista para agosto de 1936 o sobre la exaltación acrítica del Alzamiento del 18 de Julio, tesis estas que Moa jamás ha sostenido (de hecho, nadie serio las afirma hoy) eran un continuo marear la perdiz y aferrarse cada historiador a sus propios datos: contra factum, nullum argumentum, como dicen los clásicos. Sin embargo, lo más sorprendente fue comprobar que el primer libro de Pío Moa, Los orígenes de la guerra civil española, publicado hace ya más de cinco años, era desconocido por la inmensa mayoría del auditorio, incluyendo a los historiadores allí presentes, donde aparecen los documentos de la Fundación Pablo Iglesias sobre los planes del golpe de 1934, de los que aún no se ha probado su falsedad. Desgraciadamente, las mentalidades (no precisamente las de la famosa escuela histórica francesa) están completamente blindadas a los datos y a la existencia de determinados libros. Por lo tanto, podemos decir que la obra de Moa sigue soportando los embates de la polémica y la argumentación, pues los que intentan refutarla obvian no sólo las reliquias y relatos que utiliza el vigués para su composición, sino su propia historiografía, ausente de las bibliotecas universitarias y también de numerosas bibliotecas particulares.
3. El «solidario» David Ruiz
Dos semanas después del acto aquí reseñado, el 22 de Octubre del presente año, el Sr. David Ruiz, decano [sic] de los profesores de Historia en Asturias, decide conmemorar a su modo Octubre de 1934 y publica un artículo en el diario La Nueva España titulado «Octubre del 34, otra vez manipulado», en el que se queja amargamente del último libro de Pío Moa sobre octubre de 1934, a su juicio un intento de demonizar a los partidos que gobiernan hoy día en España y Cataluña, PSOE y ERC, y que sólo busca hacerle un favor al PP. A este respecto llama la atención que don David Ruiz, que fue invitado por Nódulo Materialista a participar en el debate reseñado, pensándose incluso antes en él que en Francisco Erice o José Girón, no sólo rechazó la invitación, sino que una vez sabido que estos últimos habían aceptado debatir con Pío Moa, el decano de los profesores de Historia en esta región salió al encuentro de uno de los invitados para decirle que había sido engañado por la «extrema derecha». Al parecer estas «manipulaciones», junto a las de los nacionalistas, no parecen preocuparle demasiado a nuestro decano (recién jubilado como profesor de la Universidad de Oviedo).
Que a una organización denominada como «Materialista» en forma explícita la tilden de «extrema derecha» resulta cuando menos sospechoso; aun habiendo dudas, bastaría con leer los contenidos de nuestra revista para comprobar que tal apología brilla por su ausencia, aunque los prejuicios ideológicos de algunos corajudos combatientes antifranquistas (de los que daremos buena cuenta en el siguiente punto) lleguen hasta el punto de no querer siquiera leer aquello que critican. Sin embargo, parece ser que lo que le molestó al Sr. Ruiz fue que Erice y Girón cometieran una falta de «insolidaridad» con el resto del gremio universitario, empecinado en silenciar la obra de Pío Moa para que no la conozcan sus alumnos. La solidaridad del gremio de historiadores universitarios se produce frente a los terceros que ponen en cuestión su capacidad para ser los únicos que dicten la historiografía; solidaridad que a veces se amplía cuando estos mismos «académicos» y otros extienden su círculo al profesor Gustavo Bueno, descalificando a los demás autores del materialismo filosófico como simples repetidores de la obra del «maestro», proyectando así de forma peculiar su propio culto a la personalidad de quien ha escrito obras filosóficas que ellos son incapaces de entender. Pero como al parecer da prestigio arrimarse a Gustavo Bueno, no dudan en apuntarse al carro.
Desde esta perspectiva «solidaria» cabría entender que el Sr. Ruiz, en el citado artículo, cite a Stanley Payne, prologuista de Moa, mientras que el decano [sic] de los profesores asturianos de Historia no cita nada en concreto del libro prologado, 1934: comienza la guerra civil, ni por supuesto de la brillante trilogía que compone el libro que compendia el anterior, Los orígenes de la guerra civil española, junto a Los personajes de la república vistos por ellos mismos y El derrumbe de la segunda república y la guerra civil. Afán «solidario» que remata David Ruiz al citar a una «investigadora» del CSIC, autora de otro libro que le merece más crédito que el de Pío Moa, sólo porque su autora consulta más archivos y más periódicos, mientras que Pío Moa sólo investigó en la Fundación Pablo Iglesias.
De esta peculiar argumentación cabría decir que es análoga a la de quien buscaba su dinero bajo la luz de una farola, pero no por haberlo perdido allí mismo, sino porque había más luz. Vistas las cosas, todo lo que sea «universitario» siempre le parecerá más luminoso a nuestro decano que los libros de Pío Moa, que no harían sino oscurecer la historia con sus pretensiones de «culpabilidad» en el presente. Pero como bien hemos señalado por activa y por pasiva en la polémica sobre la II República y la Guerra Civil españolas, lo importante de los datos no está en su número sino en los criterios para seleccionarlos. Por ejemplo, decir que Gil Robles es fascista, como hacen D. David en su artículo o Pablo Preston en La destrucción de la democracia en España, y citar sólo lo que insinúe ese supuesto fascismo, obviando datos poderosos en contra de esa afirmación, no puede ser considerado un buen método.
De hecho, resulta sintomático que después de tantas décadas de consulta en archivos y prensa, los historiadores no acaben de ponerse de acuerdo sobre qué significan todas esas toneladas de datos. Y es que los temas clave de la II República y la guerra civil no son tanto problema de datos o de cantidades como de interpretar el significado de tales datos. Así, no fue el seguimiento mayor o menor de «el pueblo» a los llamamientos revolucionarios de 1934 el motivo principal de su fracaso, sino la incapacidad del PSOE para controlar el ejército y la habilidad política de Lerroux y Gil Robles; no fue la magnitud de la ayuda extranjera la que decidió la guerra civil, sino la forma en la que se manifestó: engullendo la URSS al Frente Popular y resistiendo Franco a las presiones de nazis y fascistas, &c.
Entonces, lo que no cabe es ignorar sin probar su falsedad son los documentos que Pío Moa exhumó de la Fundación Pablo Iglesias, como parece norma común entre los historiadores universitarios, incluyendo a los «insolidarios» Francisco Erice y José Girón; como tampoco cabe asimilarnos a Pío Moa y a los miembros de Nódulo Materialista a la «extrema derecha», porque eso no es sino una clara muestra del menosprecio y la impotencia de un gremio respecto a una obra historiográfica que ha puesto en entredicho a la historiografía universitaria.
4. El antifranquismo retrospectivo, el nacionalismo fraccionario y Octubre de 1934
Al respecto de toda esta actividad conmemoratoria, destacan sobre todo dos interpretaciones, no necesariamente historiográficas, que tienen cierto predicamento en la actualidad sobre la revolución de Octubre de 1934. Por un lado, la que invoca al proletariado asturiano como dotado de conciencia de clase en la lucha antifranquista, poniéndose como ejemplo las huelgas de los años sesenta del siglo pasado (incluso trasladando esa conciencia de clase a los años ochenta, previos a la reconversión industrial y la prejubilación actual). Por otro, las reivindicaciones nacionalistas (y ello a pesar de que Octubre de 1934 fue un golpe de estado a nivel nacional, no regional, como bien sabemos), a imitación de otros movimientos surgidos en las entrañas de la Transición y bajo las ambiguas denominaciones de España como «nación de naciones» y las «nacionalidades históricas» que falsamente señala la Constitución de 1978, encuentran en 1934 el comienzo de la conciencia nacionalista astur.
Respecto al primer grupo, la mitología sobre ese antifranquismo irredento y protagonizado casi de forma monotemática por el PCE ha sido desmontada por José Ramón Gómez Fouz en su libro Clandestinos (editado en Pentalfa en 1999 y disponible en formato digital), donde queda al descubierto como el PCE estaba perfectamente controlado en sus actividades por la Brigada Político-Social franquista, con toda una red de confidentes en los lugares de trabajo y las asociaciones culturales de Asturias donde los comunistas celebraban sus conferencias. No obstante, no cabe negar que la filosofía mundana existente en estos ámbitos era sin lugar a dudas un terreno fertil para ejercer la crítica filosófica, y la presencia de Gustavo Bueno en aquellas charlas no tiene por qué resultar paradójica para quienes distinguimos la toma de partido en filosofía por la elección de partido político (para algunos el del proletariado regional, excluidos los demás por ser «extrema derecha», del mismo modo que Santo Tomás señalaba que las acciones humanas tenían como fin el bien, excluido el mal).
Asimismo, esta perspectiva antifranquista, aunque no sólo a nivel asturiano, sino a nivel de toda España, tiene una cierta raigambre en internet, donde una serie de grupos políticos anarquistas, socialistas, comunistas &c., denigran, entre otros contenidos de El Catoblepas, la polémica habida en esta revista sobre la II República y la Guerra Civil españolas, calificándola en algunos caso de «prescindible» y falsa, aunque sin dar más datos que nuestra presunta filiación hacia «el poder» (neofranquista, concretamente) junto a coartadas ideológicas del mismo estilo. Semejantes respuestas, oscuras y lacónicas, impropias de personas que, como el resto de la Humanidad con conexión a internet, tienen la revista El Catoblepas a su entera disposición para aportar su visión del problema y no se valen de ese derecho, muestran a las claras su incapacidad dialéctica y su pobre argumentación. Cualquiera puede bucear por la red y encontrar esa desoladora impotencia y rabia, que a nosotros nos produce a veces indiferencia, aunque en conmemoraciones como la que aquí reseñamos verdadera vergüenza ajena y, como dice la página fundacional de Nódulo Materialista, nos «hacen dudar del raciocinio, libertad e inteligencia que se les debe suponer en cuanto personas».
La segunda versión de Octubre de 1934 es la que diversos grupos nacionalistas, por lo general marginales, aunque financiados de modo oportunista y con fines electoralistas por los sucesivos gobiernos autónomicos asturianos y buena parte de los ayuntamientos regionales, diseñan a partir no sólo de los sucesos de 1934, sino de los de 1936. De hecho, toda la interpretación asturnacionalista de aquel acontecimiento histórico gira en torno a una persona: el dirigente del PSOE Belarmino Tomás, que fue uno de los directores del golpe de estado socialista en Asturias, además de ser quien, el 19 de octubre de 1934, pactó con el general López Ochoa la rendición del PSOE, cara a continuar la lucha posteriormente. Asimismo, una vez reanudada y en marcha la guerra civil española en 1936, fue el propio Belarmino Tomás quien presidió el llamado Consejo Soberano de Asturias y León, que abarcaba el territorio de la provincia de Asturias, y al que popularmente se denominaba como «el gobiernín». Así, Tomás sería en esta versión nacionalista no sólo el primer rebelde en contra del gobierno «imperialista español» [sic], sino también el primer presidente de gobierno de la nación asturiana [sic], siendo «el gobiernín» asaltado por la reacción franquista, representante de la «opresión españolista» en contra de la identidad asturiana, pasando así Belarmino Tomás a otros cargos en el Frente Popular hasta la derrota de 1939.
Una buena muestra de la influencia del mito del irredento proletariado asturiano, en su doble vertiente antifranquista y nacionalista –a pesar de no hacer referencia a su génesis, Octubre de 1934– lo tenemos en el ya conocido por nosotros Carlos Javier Blanco Martín, de quien Sharon Calderón ya dio buena cuenta en su artículo «La expansión del materialismo filosófico», en El Catoblepas, nº 22, pág. 21, en diciembre de 2003. Sin embargo, el anterior miembro de la segunda oleada del materialismo filosófico ha vuelto a la carga, y el 25 de octubre de 2004, muy cercano en el tiempo al septuagésimo aniversario del movimiento golpista de octubre, publica en la revista de información «alternativa» [sic] Rebelión, un artículo titulado «Bueno en las cavernas», que merece comentario aparte por sus críticas, al margen de la influencia que recibe del mitológico proletariado astur.
En el artículo se puede apreciar que el manchego de adopción ha tomado nota de las críticas de Sharon Calderón respecto de sus afirmaciones de la idealizada conciencia de clase asturiana, eliminada por las prejubilaciones («[...] la clase proletaria ha ido pasando a mejor vida, minimizada, toda vez que ya hoy parecen especies en extinción los mineros, los obreros del astillero o la siderurgia. Ahora que el capitalismo lo confina a sus reservas, el minero, por una suerte de compensación, simboliza al héroe revolucionario sumido en las profundidades anti-filosóficas, en lucha con la realidad mineral, negra, dura y segadora de vidas», señala en su artículo el ahora profesor de instituto en la provincia de Ciudad Real), pero al parecer no para rectificar algunas de sus múltiples erradas posiciones, sino para reafirmarlas de forma un tanto peculiar.
Así, señala que Gustavo Bueno, «educador del proletariado» en los años sesenta y también los ochenta, cuando bajaba a la mina a dar lecciones a aquel proletariado irredento que puso en jaque a la II República y más tarde al franquismo («Allí, como viejos topos, horadando las grietas del capitalismo, los mineros asturianos portan en el casco una minúscula luz revolucionaria»), ha dejado de ser una realidad: «Aquel profesor Bueno que volvía con su luz a las cavernas, aquel agitador indomable que ligaba con maestría la pedagogía platónica del descenso a los infiernos proletarios con el materialismo, igualmente dialéctico, de Marx, es igualmente un mito». Es más, Carlos Javier Blanco le llega a atribuir al sistema fundado por Bueno, el materialismo filosófico, el papel de desactivador de la conciencia de clase del proletariado «asturiano» originado (aunque él no menciona su génesis) en aquel glorioso Octubre de 1934:
«[...] cierta izquierda asturiana, ávida de cultura y, precisamente por ello, la menos sectaria de la militancia obrera, escuchó y leyó a Bueno. [...]Algunos, deseosos de identificar este 'materialismo filosófico' con el divulgado 'materialismo dialéctico' y 'materialismo histórico', podrían haber deseado una aproximación que, además, estuviera en consonancia con el radicalismo político y sociolaboral del proletariado asturiano. Un tipo de proletariado que, a lo largo de la posguerra franquista, había demostrado estar a la altura revolucionaria de la igualmente radical explotación dada en la dictadura. Pues bien, el influjo de la filosofía buenista, si puede calificarse de algún modo en cuanto a sus repercusiones políticas ha sido este: desactivador. Fue como el agua para la hoguera de una vanguardia obrera con una elevada conciencia de clase. La vanguardia obrera y una parte de la izquierda intelectual se dispersaron irremisiblemente gracias, en parte, a los oficios de Bueno y su escuela. En estas líneas subrayamos que sólo en parte, pues no hay que exagerar el influjo de una cátedra ni el carisma de una persona sobre el conjunto de la sociedad asturiana. Buena parte de la universidad tomó su propio camino y cada palo aguantó su vela. Aquí sólo se pretende evaluar la responsabilidad, en la porción que le toca, que el capricho, la frivolidad y la falta de conciencia de clase que una escuela de filosofía provocó en Asturias como consecuencia de su errático y desconcertante sendero ideológico.»
Circunstancia esta que se identifica también con la revista El Catoblepas, igualmente responsable, a juicio de este funcionario de la enseñanza, de la «intoxicación del buenismo, que no se cansó en la equiparación de este nacionalismo proletario con otro tipo de formaciones radicales existentes fuera de la región», ignorando que así se convertían en «'compañeros de viaje' de un PCE centralista», que bien ha podido «evolucionar desde aquella derecha de estilo stalinista –ultrapatriótica– hacia la derecha más castiza al estilo de don Federico Jiménez Losantos». Así, «La lucha de clases, en aquella región, era perfectamente compatible con una demanda razonada a favor de un reconocimiento estatal de la identidad asturiana como nación así como del carácter de lengua que el asturiano poseía a los ojos de muchos». Pero, concretamente, Carlos Javier Blanco Martín nos dedica unos sugerentes apuntes en este fragmento:
«La revista El Basilisco había logrado en general aunar trabajos de alto nivel académico, y no todos formaban parte de manera estricta en el reducido círculo de iniciados y colaboradores. El panorama que hoy nos ofrece el buenismo es poco más que una revista en internet, El Catoblepas, cuyos contenidos pecan de ser en gran medida autorecurrentes, refiriéndose casi siempre a la propia 'escuela', como si de un ombligo autoobservado se tratara. Cuanto aparece en sus páginas, representa un importante descenso por la pendiente de la calidad intelectual de esta tendencia, abandonando una adecuada atención a la verdadera filosofía y el análisis crítico de los problemas de política. En este último aspecto se echa de ver que su reivindicación de la condición de 'filósofos' no les aprovecha en nada a la hora de emprender un sosegado análisis político. [...] Ese continuo rebuscar suyo entre los tópicos de la derecha 'cañí', para hacerlos pasar ahora como ingredientes de su materialismo, frente a los prejuicios de una izquierda convencional, los convierte en exasperantes productos tardíos del franquismo. Con tales ingredientes están cocinando un rancho de posguerra, completamente inútil para la comprensión de la totalidad social y sus cambios.»
Ciertamente, después de leer una serie de fragmentos tan apasionantes como este, lo primero que se le ocurre decir a los aludidos, es decir, nosotros (incluyendo a Sharon Calderón, única autora a la que parece haber leído y que seguramente estará de acuerdo con mis conclusiones), es ¡qué honor! ¡Qué gran honor haber sido los desarticuladores de tan importante instrumento revolucionario como el proletariado astur! Ignorábamos que tuviésemos tanto poder para desactivar la poderosa lucha de clases asturiana y antifranquista desde nuestro modesto andamiaje, bien escaso de medios económicos y de proyección institucional. Sin embargo, si Carlos Javier Blanco Martín pretende ser pionero en estas denuncias, creemos que llega demasiado tarde para descubrir su particular Mediterráneo. Otros personajes más «revolucionarios» y en otra época más proclive a los cambios, ya denunciaron esa capacidad de desactivación, en fecha tan temprana como 1972, cuando presuntamente el materialismo filosófico (que no el buenismo) era la fuente e inspiración de tantos revolucionarios. Leamos las palabras del propio Gustavo Bueno:
«En una Revista –que, al margen de ello, me merece el mayor respeto– se me acusa severamente de mistificador –'domesticador' de Marx– y se me sitúa en la línea de todos aquellos que, 'pretendiendo impedir que las masas se conviertan en protagonistas de la Historia', cortan sus contactos con ellas y se encierran en el ghetto de la Academia –del formalismo y el culturalismo. Pero estos juicios, que se formulan en nombre del rigor materialista, son poco rigurosos porque son indiscriminados. ¿Quién niega que la Academia pueda convertirse en un ghetto? Lo que nadie puede, si quiere ser riguroso, es dejarse arrastrar por la fuerza de una metáfora, útil en muchos contextos, aplicándola indiscriminadamente a todos, o a algunos que caen fuera de su campo. Por otra parte, desde los supuestos de la Revista en cuestion, es evidente que ningún académico, y yo menos que nadie, puede impedir que las masas se conviertan en protagonistas de la Historia. Y si no se teme, ¿para qué dar imprudentes palos de ciego, para qué perder el tiempo destruyendo academicistas y culturalistas que están ya sentenciados a muerte? ¿No es esto ejercitar un pasatiempo idealista mucho más agudo que el que se combate? Me parece que estamos ante un caso claro de eclipse de la sindéresis, porque no sólo se padece notable confusión sobre las funciones específicas de la Academia, sino que también se subestiman los riesgos incesantes a los cuales un académico está expuesto.» (Gustavo Bueno, Ensayos materialistas, Taurus, Madrid 1972, págs. 9-10.)
Lo mismo cabría decir de la crítica de Carlos Javier Blanco. ¿Acaso la actividad de «bajar a la mina» o dar charlas a los trabajadores en las asociaciones culturales controladas por los comunistas, es una actividad distinta a las charlas y debates que se producen hoy en la televisión, pongamos por caso? En ambas se producía el mismo fenómeno: la filosofía académica, lejos de menospreciar los problemas reales, no los inventados por una conciencia de clase que se asemeja, por su carácter desventurado, a la del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (muy en correspondencia con quien abandonó el «materialismo asturiano» para acabar asentado en las llanuras manchegas), se dedica a triturar la filosofía políticamente correcta, la filosofía mundana segregada en determinados ámbitos sociales, ámbitos que una vez transformados en otros, no pueden ser ya tratados por la filosofía más que como modelos o prototipos de cara al análisis de otros acontecimientos venideros.
Más concretamente, ¿acaso el materialismo filosófico desapareció con la reconversión industrial asturiana o la caída de la URSS y la desaparición de ese «proletariado asturiano» que parecen algunos invocar como si fuera la bella Dulcinea? No, pues lo que no ha desaparecido es el propio mundo de los fenómenos (tan sólo se ha transformado), que para algunos, necesitados de algún Sancho que les haga bajar de la nube revolucionaria, se reduce a sus tristes cuatro paredes y a su círculo de camaradas de juventud, hoy día frustrados y henchidos de mala fe por los tiempos pasados revolucionarios que nunca fueron y que, en un ejercicio de necio idealismo, pretenden culpar de la concatenación de los acontecimientos históricos a determinados «académicos» (ya jubilados) o a los críticos de lo que ellos consideran problemas prístinos y verdaderos in saecula saeculorum.
De hecho, y como ya señaló Sharon Calderón en su certera crítica al artículo de Carlos Javier Blanco del año anterior, poco sentido tiene que los recuerdos de los años ochenta y noventa, tan familiares y caros a nuestro crítico, sirvan para entender lo que es el materialismo filosófico a día de hoy. Más bien sirven para delatar ciertas tendencias y confirmar los diagnósticos que aquí realizamos:
«Por el solo medio de memorizar un lenguaje técnico, esto es, una terminología, varias personas mancas y tuertas en cuanto a formación filosófica, accedieron a la docencia universitaria y a la militancia de las filas del buenismo. Habiendo cursado la especialidad de Historia, o alguna otra, estos seguidores del materialismo filosófico tan sólo pudieron (y con alguna excepción honrosa) culminar algún trabajo meramente erudito, casi siempre alejado de la verdadera filosofía, y mucho más cercano a la confección de repertorios bibliográficos y estudios 'aplicados' de la teoría del cierre categorial a alguna disciplina científica o humanística muy concreta y especializada. Esta 'oleada' de trabajos y tesis doctorales casi nunca consistió en una puesta a prueba de las ideas y métodos propuestos por su maestro, sino en una aplicación a la especie de aquello que ya resultaba verdadero y bueno en el género: la gnoseología de Gustavo Bueno.»
Como vemos, aparece entrecomillado el término «oleada», de modo nada casual aunque sin citar directamente la «fuente» que le ha inspirado, que no es otra que el artículo «El Congreso de Murcia y las oleadas del materialismo filosófico» (El Catoblepas, nº 20, pág. 20, octubre 2003). Además, no olvidemos que Carlos Javier Blanco Martín alcanzó el grado de doctor en Filosofía «aplicando», como él dice, el materialismo filosófico a la Psicología cognitiva. ¿No será que cuando se habla de aquellos trabajos en los que «ya resultaba verdadera y buena en el género» la gnoseología de Gustavo Bueno, se está refiriendo a sí mismo? Que invocando el nombre de Gustavo Bueno más que el del materialismo filosófico –en un excesivo afán de culto a la personalidad ya criticado de forma sobrada en esta revista y los foros de nódulo– se han escrito trabajos de desigual valor es algo que todos sabemos. Ahora bien, ¿qué motivos habría para atribuirle a Carlos Javier Blanco Martín una notoriedad mayor que aquellos a quienes desprecia bajo esos epítetos? Parece que este texto es una especie de confesión de los propios pecados y también expiación de los mismos, por «aplicar» el vocabulario del materialismo filosófico al estudio de la psicología cognitiva.
El resto del artículo no deja de ser una denuncia gremial de quien en su día estudió (o «aplicó», habría que comprobarlo detenidamente sobre su tesis doctoral) el materialismo filosófico, sistema que por lo que parece utiliza con cierta asiduidad en su artículo «Análisis gnoseológico de la psicología cognitiva», en El Basilisco, número 15 (1993), págs. 29-48. Por eso mismo, resulta ciertamente curioso que nuestro Quijote (por aquello de ser manchego de adopción) proteste porque la psicología fuese despreciada por otras ciencias «duras» en el materialismo filosófico, hablando de una jerarquización de las mismas. Curioso porque Carlos Javier Blanco Martín, en el anteriormente citado trabajo de El Basilisco, en concreto en la pág. 29, Nota (1), hace referencia al artículo de Gustavo Bueno, «En torno al concepto de "ciencias humanas". La distinción entre metodologías α-operatorias y β-operatorias» (El Basilisco, 2 [1978], págs. 12-47) donde se afirma que todas las disciplinas humanas, tanto científicas como no científicas, pasan por los estados que van desde el α1 (cientificidad natural o ciencia «dura», para utilizar la «categoría» de Carlos Javier Blanco) al β2 (propio de las técnicas, como la agricultura) siendo la diferencia entre ambos tipos de disciplinas que las primeras segregan al sujeto operatorio y alcanzan el famoso cierre categorial, mientras que otras como la Psicología las operaciones del sujeto gnoseológico no pueden ser segregadas (no se puede dar cuenta de la conducta de un animal acudiendo a la actividad neuronal de su cerebro, pongamos por caso). Parece que «aplicar» el vocabulario del materialismo filosófico sin conocerlo tiene estas consecuencias.
Respecto a las alusiones a la revista El Catoblepas (que se define como «revista crítica del presente», y no como revista de autoproclamados «filósofos», como erróneamente fantasea Blanco) como refugio exclusivo de aquellos que manejan el «buenismo» (en realidad materialismo filosófico), nos permitimos proferir una gran carcajada, producto de comprobar la existencia en la revista de secciones como Desde mi atalaya del comunista José María Laso Prieto, o Desde la República Popular China, junto a la presencia de otras secciones de corte más liberal como La buhardilla de Fernándo Rodríguez Genovés, y ello por no mencionar otras, como Fascismo en España, de Gustavo Morales, que nos sitúan irremediablemente en el disparadero de esa izquierda indefinida, rebelde sin causa política alguna, que reivindica la identidad de la nación (¿Étnica, política? ¿Cómo podría ser «idéntica a sí misma» una nación que aún no ha nacido políticamente, que es parte de España?) asturiana [sic].
En fin, cualquier lector asiduo de esta revista podrá comprobar la absoluta falsedad de quien acusa de monolitismo «buenista» [sic] a El Catoblepas. Por dar un último detalle al respecto, este profesor afincado en Ciudad Real, autor de La totalidad social, se encuentra lejos de ser «original», pues se nutre fundamentalmente de las aportaciones de Marx, Engels y Lenin, con un marxismo bastante escolar y tópico. Difícilmente podría considerarse tal amalgama de citas algo «original»; más bien cabría decir que ha transitado de la «aplicación» de los términos del materialismo filosófico a los más antañones del marxismo clásico. Marxismo mezclado con el mito del irredento proletariado nacionalista y asturiano (sólo falta que comience a hablar en bable normalizado para que desarrolle tambien su «conciencia lingüística»), que se lanza contra la reacción «de extrema derecha franquista» que al parecer representan Nódulo Materialista y El Catoblepas.
5. Final provisional
Concluimos aquí nuestro repaso en forma de miscelánea sobre algunas de las influencias que la revolución de Octubre de 1934 ha tenido en determinados grupos políticos y filosóficos en estos setenta años. Como es natural, la literatura sobre aquel suceso que desencadenó la guerra civil seguirá aumentando hasta llenar bibliotecas enteras, del mismo modo que cada año se publican auténticas bibliotecas sobre los ocho años de II República y Guerra Civil españolas, con versiones estancadas en la misma época a la que pertenecen las reliquias y relatos disponibles, cada vez más numerosos, junto al número de «investigadores» que realizarán más y más vaciados de la prensa y los archivos de la época, sin preguntarse si tantos datos pueden por sí mismos probar algo en concreto, salvo que se intenten seleccionar y omitir de forma nada empírica, desde postulados teóricos dogmáticos y preestablecidos como los que los Moradiellos, Ruiz, Girón, Preston y otros llevan «aplicando» de un tiempo a esta parte.
Asimismo, seguirán existiendo grupos políticos que reivindiquen a su manera, y tratando los estudios sobre Octubre de 1934 igual que trata el avestruz a sus enemigos (escondiendo la cabeza bajo tierra), y hablarán de la revolución asturiana, o de la lucha del proletariado asturiano frente al imperialismo españolista [sic], en clave nacionalista, despreciando el carácter nacional de aquel movimiento, que iba contra la II República, aunque no necesariamente contra España. Como el gobierno del Principado de Asturias, en imitación simiesca de otras comunidades autónomas, parece dispuesto a seguir la postura nacionalista o al menos regionalista, no es descartable que Octubre de 1934, en un futuro no muy próximo, pase de ser una lucha armada contra el agresivo nacionalismo español [sic] a presentarse como el origen de la conciencia nacional asturiana (no debemos olvidar que La Nueva España y otros medios calificaron el pasado mes de octubre al golpe de 1934 como «el suceso que introdujo a Asturias [sic] en las conmociones del siglo XX»).
Incluso no cabe descartar interpretaciones similares, dejando cada vez más aparcadas o reducidas a un carácter marginal aquellas versiones referidas al carácter clasista del movimiento de 1934, que hoy día cada vez tienen menos sentido dentro de la democracia de mercado actual (como sucede con la reivindicación de Belarmino Tomás, realizada por nacionalistas asturianos y no por los representantes del actual PSOE, partido al que él pertenecía). En cualquier caso, Octubre de 1934 y su mitología seguirán siendo un molde ideológico desde el que múltiples partidos políticos nos bombardearán con sus ideologuemas, quién sabe si al menos durante otros setenta años más.