Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 33 • noviembre 2004 • página 10
Se ensayan las seis vías de constitución de una disciplina doctrinal, la llamada Neuroteología, en función de los campos previamente establecidos, Teología y Neurofisiología, como esbozo previo a la determinación de su estatuto gnoseológico (estructura)
1. Planteamiento
Una, al parecer, nueva disciplina, articulada en torno a unos experimentos realizados por neurólogos, entre los que destaca el useño, afincado en Canadá, doctor Persinger, denominada «Neuroteología», amenaza con haber logrado penetrar en el «misterio» de las religiones, en el centro mismo de su esencia. Y resulta que este centro se encuentra «en el interior» de la «mente» (y no tanto de la conciencia), en la función de los lóbulos temporales y sus respuestas ante campos magnéticos de baja intensidad. En este trabajo esbozamos un análisis de esta «pretensión», partiendo del modo en que los propios gestores la presentan, confiando en que las herramientas que utilizamos sirvan para clarificar cuestiones gnoseológicas fundamentales en su conexión con la estructura esencial en la que intencionalmente pretenden haber cerrado la cuestión.
Desde el punto de vista gnoseológico nos centramos en la presunta «novedad» de esta disciplina al analizar el proceso mismo (cuestión de génesis) en el que se habría constituido por alguna de las «seis vías de constitución de una disciplina doctrinal en función de los campos previamente establecidos»{1}.) Seguimos el guión que Gustavo Bueno aplicó sobre otra disciplina, la Bioética, con la que la Neuroteología mantiene un aire familiar. No tanto porque los campos roturados, presuntamente, por estas disciplinas sean colindantes, cuanto por la composición mixta del nombre mismo. En ambos casos parece que dos disciplinas «consolidadas» en la república de las ciencias, Biología y Neurofisiología (que mantienen una conexión clara entre sí), confluyen con otras dos, la Ética y la Teología respectivamente (también conectas, en apariencia, según algunos criterios) que, difícilmente, pueden ser súbditos de aquella república. La diferencia más notable que media entre ambas disciplinas (Bioética y Neuroteología) la ponemos en el núcleo de problemas éticos y teológicos que pretenden abarcar. Mientras que la primera tiene por objeto, al menos intencionalmente, el análisis de problemas reales, factuales, que competen a los hombres, como la clonación, la eutanasia, los siameses, la eugenesia... la segunda pone como núcleo problemático a la existencia de Dios{2}; aunque no de modo claro: de hecho cabe cuestionar de entrada el nombre mismo de la disciplina, dado que ninguno de los «neuroteólogos» que hemos podido leer tiene la menor preocupación en deslindar teología de religión de filosofía de la religión. Esto hace que no sepamos si estamos ante lo que promete el rótulo o ante otras cuestiones diferentes. Por ejemplo: análisis de los mecanismos neurológicos que explican la sensación de presencia espiritual y no tanto «demostración de la existencia o inexistencia de esas presencias». Es decir: antes deberían haber utilizado el sintagma «neurología aplicada al sentimiento religioso» («neuroreligión») que el término «neuroteología». No obstante, nuestro análisis quiere otorgar la posibilidad de la neuroteología desde los mismos parámetros en los que, emic, se ha definido por los neuroteólogos.
Desde el punto de vista ontológico analizaríamos no ya la posibilidad de una disciplina doctrinal que dé cuenta del núcleo de la religión acotándolo en su dominio categorial, sino la estructura de la misma solución propuesta. No obstante, tal división es antes una disociación que una separación: damos por sentado que ambos planos disociables están mutuamente conectados de dos formas. En primer lugar, porque el alcance gnoseológico (¿ciencia, filosofía, teología?) que asignemos a tal disciplina no es independiente, en modo alguno, de la estructura ontológica (fenoménica, esencial) que quepa atribuir al núcleo religioso (emic, teológico) señalado por la disciplina misma. En segundo lugar, y en sentido inverso, porque la estructura ontológica del núcleo señalado contiene, acto exercitu, una concepción filosófica (gnoseológica) sobre la estructura de la idea de Ciencia. No entramos, en este artículo, en la estructura gnoseológica. Sólo atendemos a la cuestión de la génesis sin que esto quiera decir que renunciamos –si procede, en próximas entregas– a su análisis. Tampoco entramos, de momento, en el análisis de los problemas de génesis de la neurología ni de la teología porque no pretendemos realizar un tratado. Damos a ambas el título de disciplinas doctrinales más o menos consolidadas procurando mantenernos lo más cerca posible de las definiciones de los propios teólogos y neurólogos acerca de sus respectivas disciplinas.
2. La constitución de la disciplina denominada «Neuroteología».
Cuestiones de génesis
Las disciplinas previamente constituidas que confluyen en la neuroteología y sobre las que ensayamos los seis modelos o vías, son, de un lado, la disciplina neurológica{3} (fisiología del cerebro), de otro la teología. Sin embargo, esto, al menos por lo que toca a la segunda de las disciplinas, es ya problemático. El campo de fenómenos de la neurofisiología, cierra, bien mediante categorías fisiológicas (redes neurales, taxonomías cerebrales), bien con categorías bioquímicas (neurotransmisores) o biofísicas (actividad eléctrica intracraneal, campos magnéticos); pero la disciplina teológica no cierra de ningún modo debido a la propia naturaleza de los problemas que tiene que tratar, relativos a la existencia y esencia de Dios. El compromiso ontológico inevitable desborda las categorías mismas de la disciplina teológica. Y este compromiso ontológico previo no puede ponerse entre paréntesis al ejercer una suerte de reducción contradictoria entre ambas disciplinas según: a) se considere que los dioses no existen o bien, b) se considere que sí. En el caso a) la neuroteología queda disuelta en la forma de una neuropatología, de forma que ésta nueva disciplina sería un desarrollo interno y específico de las disciplinas neurológicas que tiene por objeto una forma determinada de patología («epilepsia de los lóbulos temporales» y otros procesos patológicos como migrañas, &c.); mientras que en el caso b) la neuroteología sería una disciplina «descriptiva» de los procesos materiales implicados en la percepción de la «trascendencia» que se supone real y objetiva (con la consecuencia, inversa a la anterior, de que quienes no percibimos nada pasaríamos a ser ahora los que padecemos la patología){4}. Cabe, en segundo lugar, sospechar que el rótulo «teología» no es pertinente y que de lo que se habla es, en rigor, de religión. Pero en este caso debemos suponer la reducción psicologista de la esencia o núcleo de la religión en categorías neurológicas, poniendo entre paréntesis las cuestiones relativas al cuerpo y curso de las religiones. O lo que es lo mismo: reduciendo la religión a un núcleo que, previamente, se supone agotado en los fenómenos psíquicos, susceptible de ser tratado de esta perspectiva unilateral, quedando así desplazados los análisis sociológicos o políticos. Este reduccionismo psicologista –sin perjuicio de la luz que pueda arrojar sobre la naturaleza del sentimiento religioso– es inadmisible como teoría sobre la religión. Ahora bien, el experimento crucial de Persinger, dibujado a escala fenoménica, nos pone delante de dos asuntos: la actividad de los lóbulos temporales y el fisicalista «campo magnético» externo que, en modo alguno, pueden considerarse como «fenómenos de conciencia». Ambos son cuantificables y objetivos. Es entonces cuando el experimento adquiere un significado mucho más preciso: los dioses no existen, son fenómenos causados por los campos magnéticos o por accidentes con afectación de los lóbulos citados. Claro que esta tesis, a pesar de su apariencia categorial, es, en sus primeros principios, una teoría filosófica, ontológica, sobre la esencia de las religiones positivas aunque los neuroteólogos no se enteren.
Procedemos, en primer lugar y a pesar de nuestra prematura conclusión ya esbozada a analizar la génesis de esta disciplina según las «seis vías de constitución...» mostrando cada una de ellas para demostrar después como los compromisos ontológicos que se asuman orientan la perspectiva genética en una u otra vía o dirección.
(1) Segregación interna. Partimos de una disciplina dada, la Neurología, constituida sobre un campo con varios sectores (sentidos externos, memoria, ubicación espacio-temporal, equlibrio, &c.) y con diversas partes distributivas –sin perjuicio de las relaciones atributivas internas que mantienen las partes mismas– (amídgala, neocórtex, lóbulos, sinapsis, endorfinas). La Neuroteología, según esto, habría surgido «como el detalle se segrega del conjunto»{5}. El detalle se centraría en una parte distributiva: la actividad de los lóbulos temporales y en el sector de los mecanismos de ubicación espacial y temporal y representación de objetos o seres. ¿Pero no podríamos considerar como disciplina genérica a la Teología?
(2) Segregación oblícua o aplicativa. «Se diferencia de la segregación interna en que la misma disciplina constituida no sólo tiene motivaciones extrínsecas (aunque con fundamento interno) sino que es ella misma extrínseca desde su origen... la categoría genérica ha de considerarse refractada o proyectada en otras categorías»{6} De este modo, la neurología se aplicaría a la teología no como desarrollo interno del estudio de los lóbulos temporales sino por desarrollo oblícuo. Esto es, por aplicación a una «realidad no neurológica» de los conocimientos de la disciplina genérica. ¿Podría, en este caso invertirse también la relación?
(3) Composición e intersección de categorías (o de disciplinas). Como en el caso anterior pero con la salvedad de que no existe una disciplina dominante (genérica o matriz) «aplicada a un campo que la desborda» sino «una confluencia o intersección de diversas disciplinas... La intersección puede dar lugar a términos nuevos.»{7}
(4) Descubrimientos o invenciones de un campo nuevo (que será preciso coordinar con los precedentes). En este caso es el descubrimiento de la actividad de los lóbulos temporales y la reordenación del campo de los fenómenos religiosos, a la luz de este descubrimiento. ¿Y qué descubrimiento teológico podría ponernos delante del lóbulo temporal?
(5) Reorganización-sustitución del sistema de las disciplinas de referencia. Esta vía es particularmente interesante por cuanto la nueva disciplina se considera capaz de reabsorber críticamente a la disciplina genérica hasta hacerla desaparecer: es el caso de la Filosofía de la religión por relación a la Teología. Lo curioso es que, en este caso la disciplina genérica neutralizada en la neuroteología será la teología o la neurología según el punto de vista ontológico que adoptemos, como expondremos enseguida.
(6) Inflexión. «Llamamos inflexión a un modo de originarse disciplinas en función de otras, partiendo acaso de una proyección oblicua a otros campos, o de una intersección con ellos, incluso a veces de algún descubrimiento o invención, pero de suerte que mientras en todos estos casos las «nuevas construcciones» tienen lugar fuera de las categorías originales, en la inflexión la novedad.. refluye en la misma categoría»{8} Por esta vía tenemos bien la inflexión de la teología en neurología (*), bien la inflexión de la neurología en la teología (**).
Análisis pormenorizado de la génesis de la neuroteología
según las seis vías
(1) Si consideramos «genérica» la neurofisiología, tenemos que la neuroteología no es más que un nombre para designar el estudio de las funciones asociadas a la actividad de los lóbulos temporales en cuanto que esta actividad ha conseguido desprender una serie de cuestiones específicas, si bien internas a la disciplina genérica misma. Pero dudamos que tal segregación pueda configurarse como disciplina diferente a la matriz. En primer lugar porque los estudios y experimentos no emplean métodos distintos (mediciones de actividad eléctrica, aplicación de campos magnéticos o drogas, medición del flujo sanguíneo, &c.). En segundo lugar porque no hay salto de escalas: la neuroteología se mueve en el mismo plano (estructura y función de las redes neurales, estructura de la amídgala...) que la neurología. Y en tercer lugar, porque sólo suponiendo una «conexión divina» en términos neurológicos estaríamos autorizados a cambiar de métodos y de escala. Tal conexión es ininteligible: declarar «neurólogo» a quien dice estudiar dicha conexión es como llamar «oftalmólogo» a quien dice analizar el «tercer ojo». Ahora bien: si tomamos como disciplina genérica la teología la cosa es menos disparatada (aunque a simple vista parezca lo contrario). La ontoteología escolástica, en tanto sustentada en una metafísica realista –ordo cognoscendi, la existencia precede a la esencia–, podría contar como emergente a una disciplina encargada de rastrear a Dios, «in medias res», por el cerebro. Es decir, una disciplina que llevara a cabo el análisis de los medios de los que se sirve Dios para contactar con nuestra alma y viceversa –a través de la «mente» conectada a una víscera (como la afamada glándula pineal de Descartes)–. De suerte que la necesidad de nuevos métodos y el cambio de escala es obvio; sin que pueda decirse que la nueva orientación surge por cruce de disciplinas (modo 2, oblicuo), sino como resultado del propio desenvolvimiento histórico de la teología. De las cinco vías a las morfologías intracraneales. El cambio de método puede verse como una necesidad de adaptación a las nuevas ciencias de la mente, una vez que la moderna ciencia cristiana, tras la Reforma, habría situado la experiencia religiosa y mística en el interín. Ya desalojado el Dios de la Ontoteología medieval del reino de la física y de la química, se presentaría un nuevo horizonte de posibilidades en estas ciencias de la fisiología del cerebro, dando así un paso más avanzado que el dado por la psicología, que se mueve en un plano intermedio más confuso. Desde la teología medieval tomista (con sus demostraciones de Dios por el movimiento o la causalidad) el plano se habría movido hasta la psique (conciencia psicológica, e incluso conciencia moral a lo Kant) para emerger ahora como el plano fisiológico en el que se dan las redes conectivas que posibilitan la recepción de los mensajes divinos{9}. En el contexto de descubrimiento de esta nueva disciplina advertiríamos, también de modo claro, la influencia de los proyectos de Inteligencia Artificial, de las redes telemáticas, &c.
(2) Creemos más que dudoso que la neurología, en tanto que disciplina genérica pueda cruzarse, en aplicación directa y oblicua, con la teología. Salvo que se esté confundiendo teología con religión. Pero en este último caso no hay confluencia, ni cruce alguno, pues sólo habiendo definido «religión» previamente como un asunto «interior a las mentes» podrá justificarse el salto y, entonces, nos vemos forzados a retirar lo de oblicuo. ¿Podremos verlo en sentido contrario, esto es, tomando como genérica la teología y segregada oblicuamente a la neuroteología? Nos parece que sí y al tiempo, carente de interés, porque sólo quien entienda que la Teología es una ciencia perfecta (y no sometida al devenir como disciplina infecta) podrá asumir esta posibilidad: sólo desde el punto de vista de quien considera la ontoteología una ciencia{10} y, por tanto, probada la existencia o la inexistencia de Dios, se podrá seguir manteniendo la cientificidad de la nueva disciplina a la par que justificar la confluencia. Porque sólo poniendo entre paréntesis el carácter dialéctico de la teología natural podría hablarse en estos términos. Las razones son poderosas e «internas», por así decirlo, a nuestra clasificación. Si la teología se entiende como disciplina dialéctica resulta imposible pensar en la neuroteología como disciplina agregada oblicuamente porque ¿qué podrá añadir la teología (dogmática o natural)al análisis de los lóbulos temporales? ¿Cómo habría de intersectar lo que está conectado diacríticamente con una posición ontológica? Desde nuestras coordenadas nos limitamos a señalar que el compromiso ontológico es vital: la neuroteología será, en todo caso, un medio, de la ontoteología, para demostrar la existencia o inexistencia de Dios mediante pruebas tomadas de la neurología. Y decimos inexistencia dos veces porque es claro que el experimento de Persinger puede ser interpretado de los dos modos: Dios (y otros seres espirituales, claro) se vale de los campos magnéticos (y de los accidentes con afectación de los lóbulos, de la epilepsia) para «conectar» con los hombres, o bien: que un campo magnético pueda provocar la sensación de presencia o que sean sujetos epilépticos quienes tienen visiones, o bien que ciertos psicofármacos las produzcan igualmente, es prueba de la falsedad de dichas sensaciones, en cuanto se consideran reales más allá de la conciencia del que las experimenta, en tanto éstas son inducidas artificialmente. Es decir, según este punto de vista serían «verdaderas sensaciones falsas», «alucinaciones» o delirios. Lo que verdaderamente resulta digno de mención es que, en este segundo caso, los primeros principios (ontológicos) sobre la inexistencia de los dioses aparecen como conclusiones justificadas apodícticamente. Incluso nos parece más correcta la interpretación teísta, gnoseológicamente hablando, pues ésta supone como real la «presencia mística» mediante otro tipo de razones (de la teología natural) de suerte que estas razones «neuroteológicas» se pueden representar perfectamente como nuevas «pruebas para rebatir a los increyentes, más acordes con las modernas tecnologías»{11}.
(3) La vía de la composición e intersección de campos es improbable, mejor aun: imposible. Sí cabe una intersección, entre la historia bíblica y la neurología, en tanto muchos de los episodios (como caso ejemplar: el porrazo de San Pablo) se pueden interpretar «retrospectivamente» con ayuda de los estudios de Persinger. No obstante la intersección no es neutra porque arrastra la devaluación de los mismos relatos bíblicos en tanto estos se presentan, emic, como portadores de una verdad sobrenatural no reducible a las interpretaciones racionalistas. Esta interpretación de la historia sagrada es tan neutral como el Tratado teológico-político de Espinosa. Así declarar epilépticos a San Pablo, Mahoma, Santa Teresa y a un buen número de fundadores de sectas y credos no es, precisamente, una buena propaganda de su labor «sagrada». También nos parece que denominar a esto «neuroteología» es un exceso a todas luces (sin perjuicio del enorme interés de estas lecturas de los santos y grandes místicos como individuos afectados por delirios de la más variada naturaleza).
(4) El descubrimiento de la función de los lóbulos temporales no basta para erigir una nueva disciplina resultante del recubrimiento de la teología. Repetimos los argumentos de (1) y (2). Menos aun podemos admitir «descubrimientos» teológicos proporcionados por alguna técnica nueva (al modo como la máquina de vapor determinó el desarrollo posterior de la termodinámica, por ejemplo). En ambos casos es ininteligible una disciplina neuroteológica. En realidad dicho descubrimiento aporta una información significativa a la explicación neurológica de las alucinaciones con sensación de presencias místicas y en todo caso, es un dato a tener en cuenta en una filosofía de la religión de carácter circularista (evemerismo) o psicologista de claro carácter reduccionista. Tampoco suena del todo descabellada la posibilidad de entenderlo en perspectiva materialista sui géneris: «Los hombres hicieron a los dioses por efecto de los campos magnéticos» o «La religión es una enfermedad». Y decimos sui géneris porque nos parece del todo punto imposible deplegar, desde este núcleo, una doctrina sobre el curso o el cuerpo de las religiones. En efecto ¿cómo explicar mediante la epilepsia o los campos magnéticos, el paso de las religiones mitológicas a las monoteístas o los dogmas de la Iglesia romana?
(5) De acuerdo con el esquema de inflexión tendríamos: bien la disolución de la teología en la neurología como una forma de patología o malfunción de los lóbulos temporales (o, más suavemente, como un fenómeno o episodio de alucinación no patológico, pero falso), o bien la disolución de la neurología en la teología. En la primera posibilidad es en la que parecen moverse los neuroteólogos. Pero, como ya quedó dicho, esta consecuencia no es resultado «recto» del propio análisis neurológico sino, antes bien, una posición ontológica previa. La neurología, como la física o la biología no puede arrogarse el tratamiento sitemático de problemas propios de la ontoteología porque estos problemas desbordan su campo y arrastran compromisos filosóficos. La disolución de los problemas de la ontoteología se realiza desde la filosofía de la religión. Estas ciencias categoriales nada dicen o añaden más allá de su propio ejercicio cerrado, puesto que la cuestión de la existencia o inexistencia de los dioses ha de darla (el neurólogo o el físico) por sentada mucho antes de experimento alguno. Dicho de otra forma: quien se disponga a buscar a Dios en el cerebro estará, previamente, admitiendo su existencia (si no lo encuentra no tendrá por qué modificar su posición inicial), y quien busca el sustrato fisicalista de la idea de Dios en los mecanismos alucinatorios o en los procesos patológicos que, eventualmente, afectan a algunos cerebros, también está partiendo de una posición ontológica «negativa». La disolución de la neurología en la teología es, sin embargo, un proceso consistente en llevar al límite de modo proyectivo a la neurología misma en la línea en la que Hegel, por ejemplo, pasó del espíritu subjetivo al absoluto: «el hombre es (será) Dios» y no tanto «Los dioses son hombres». Dios estaría potencialmente contenido en la estructura neurológica humana que tendrá que desarrollarse (por ejemplo, «consiguiendo utilizar el 100 por 100 de su capacidad») evolutivamente hasta lograr la omnisciencia. Una vez omniscientes parece que los hombres serán omnipotentes también y eternos, &c. La neurología desemboca así en una forma de teología. Esto es pura ficción cientista e irresponsable que, a lo sumo, sirve para que se sigan vendiendo las novelas de Isaac Asimov. Sin embargo hay quien se lo toma muy en serio: esto es, prácticamente un dogma de la cienciología. No decimos nada más, pues.
(6) Por último: ¿podría generarse esta disciplina por la vía de la inflexión? Nos parece que esta es la solución que dan por sentada Persinger y cía. La nueva construcción «neuroteológica», determinada por un proceso extrínseco (la existencia de Dios o de seres espirituales), vuelve, en regressus, a la disciplina de referencia, la neurología sin que a partir de ésta hubiéramos podido progresar a aquélla. Ahora bien: la disciplina sometida a inflexión arrastra compromisos ontológicos muy fuertes sobre la existencia o inexistencia de esos seres espirituales que «sobreviven» al regressus neurológico. Persinger se ve, de este modo, empujado «gnoseológicamente» por su propia representación del proceso de génesis de la nueva disciplina a poner, sólo en apariencia, un paréntesis inadmisible en este compromiso ontológico, para poder regresar a la categoría de referencia. Porque sin la cancelación de los supuestos ontológicos presentes en la teología es imposible la inflexión de ésta en las categorías neurológicas. Es por esto, tal vez, que el propio Persinger ha puesto mucho interés en declarar que él no es teísta. Dando por supuesto, muy equivocadamente, que el no serlo garantiza la pureza objetiva de su experimento.
Notas
{1} Gustavo Bueno, en ¿Qué es la bioética?, Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2001, págs. 33-46. También en «Nota sobre las seis vías de constitución de una disciplina doctrinal en función de campos previamente establecidos», El Catoblepas, nº 8, octubre 2002, pág. 2. Remitimos a este artículo a quien, por los motivos que fuera, desee saber más acerca de los criterios que determinan las seis opciones. Criterios que, en cualquier caso, aplicamos a nuestro análisis.
{2} Que es un problema real pero de naturaleza distinta porque arrastra compromisos ontológicos no presentes en los problemas bioéticos cuya existencia es indudable. Y aquí ponemos el nudo de la cuestión: que mientras que la bioética puede partir de un núcleo de cuestiones establecido de antemano, la neuroteología tiene que asumir, ya de partida, el compromiso ontológico acerca de la realidad del problema que pretende tratar y ese compromiso no lo puede adoptar, entonces, como recta consecuencia de su propio ejercicio. Al contrario: dicho compromiso es oblícuo a la disciplina misma a la par que inexcusable. Es por esto que no concedemos a la neuroteología ni siquiera la posibilidad de proceder con una metodología operatoria (alfa o beta) en la cuestión de la determinación de la existencia (y no digamos de la esencia) de Dios. La metodología propia de la neuroteología es exclusiva de la primera parte del neologismo: la de la neurofisiología. Nos limitamos pues a analizar la confluencia de ambas y su posible codeterminación
{3} Y aquí aparece el primer problema porque Pensinger aborda su tarea según un enfoque «interdisciplinar» en el que se integrarían la neurociencia, la psicología y la psiquiatría.
{4} El experimento de Persinger consiste en la aplicación de campos magnéticos en los lóbulos temporales con el fin de producir la «sensación de presencia». Este experimento, que consigue resultados notables en individuos que desconocen el tipo de experimento al que se van a someter, fracasa absolutamente cuando el conejillo de indias es un individuo avisado y ateo. Persinger no explica si fracasa por el aviso o por el ateísmo: se limita a informar de que el cerebro de los ateos parece funcionar de modo distinto al de los teístas (repartiendo el flujo sanguíneo de forma inversa: mientras los creyentes despegan fácilmente el vuelo dada la escasa actividad de los temporales, los ateos parecen agarrarse a estos lóbulos con tenacidad. Esto nos plantea dos cuestiones: si es una patología del teísta o lo es del ateo. Y si no es patología ¿no estaremos desbordando el campo neurológico admitiendo que los factores externos –sociales, eductivos, ideológicos, filosóficos– determinan el modo en el que funciona el cerebro?).
{5} Gustavo Bueno, ¿Qué es la bioética? y «Nota sobre las seis vías...»
{6} Gustavo Bueno, op. cit.
{7} Gustavo Bueno, op. cit.
{8} Gustavo Bueno, op. cit.
{9} Aunque esta forma de proceder es rayana en el delirio, no faltan seguidores entre los de la iglesia de la cienciología y otros movimientos «new age» en donde la burricie adquiere tintes de verdadero dramatismo. Quienes lo deseen pueden visitar innumerables páginas web pobladas de esta basura tecnoteologizante.
{10} Defendido por Monseñor Rouco Varela en una carta pastoral en defensa de la asignatura de religión.
{11} «Si el adversario no cree cosa alguna de lo revelado por Dios, no quedan medios para hacerle ver con artículos de fe; pero sí los hay para resolver sus objeciones... las pruebas aducidas contra lo que es de fe no son demostraciones, sino argumentos que tienen solución». Santo Tomás de Aquino. Suma de teología, I, cuest. 1, art. 8 (BAC). Esta nueva disciplina, siguiendo al aquinatense, no podría, por tanto, ser más que una disciplina dialéctica.