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El Catoblepas, número 32, octubre 2004
  El Catoblepasnúmero 32 • octubre 2004 • página 4
Animalia
Televisión

El antitaurinismo del «ente público»

Iñigo Ongay

Análisis filosófico de la polémica mantenida durante el verano de 2004 sobre la retransmisión televisiva de la temporada taurina, tratando de reinterpretar el significado que cabe atribuir al «antitaurinismo» de los responsables de TVE

0. Presentación: la controversia sobre los Toros y TVE

Durante los meses de julio, agosto y septiembre de 2004 (es decir, justamente en el período coincidente con la «temporada taurina» en la que tienen lugar las ferias más importantes), la dirección de Televisión Española manifestó, a través de su máxima responsable Carmen Caffarel, su voluntad de suspender la emisión en televisión formal y en presente dramático-televisivo,{1} de los festejos taurinos que durante ese verano iban a tener lugar en muchas ciudades españolas. La razón que, según la responsable del «ente», aconsejaba tal suspensión, radicaba al parecer en los ajustados recursos de una tal cadena pública y en la circunstancia de que durante el mes de agosto de este año se celebraban en Atenas los Juegos Olímpicos cuya cobertura por parte de la televisión pública parecía inexcusable, bajo el riesgo de decepcionar a los «aficionados» al deporte. Sin embargo, como es claro, este argumento presupuestario admite también su formulación inversa dado que siempre cabría responder, a sensu contrario, que la celebración de la temporada taurina en España obligaba a no decepcionar a los «aficionados» a las corridas de toros (también muy numerosos como han podido comprobar telemadrid, o canal plus, principales beneficiarios del «antitaurinismo» de RTVE) haciéndose entonces necesario, si fuera preciso, prescindir de la emisión de las olimpiadas atenienses; y siempre, por lo demás, deberá recordarse, que en anteriores veranos olímpicos, la programación taurina de TVE no sufrió merma alguna en nombre de la deportiva.

Como era de esperar, los «taurinos» y los «profesionales de la fiesta» no tardaron en mostrar su descontento por la decisión del «ente público», sin perjuicio de que este mismo mantuviera en su «parrilla» otros programas dedicados a los avatares de la «fiesta» tales como pueda serlo Tendido Cero.{2} De este modo, la Unión de Criadores de Toros de Lidia llegó a calificar de «lamentable» la decisión de Caffarel, en lo que tiene de «desprecio a una manifestación tradicional y cultural de primera magnitud».{3} En este mismo sentido, un «aficionado» confeso, como lo es el crítico televisivo José Javier Esparza, argumentaba desde su columna en los diarios del grupo VOCENTO que los toros, en la medida en que hayan podido ejercer una «influencia determinante» sobre la «tradición cultural española», merecen un «trato preferente» por parte de TVE.{4} Así mismo, el ganadero Victorino Martín, por su parte, declaraba directamente que el gobierno del PSOE trata de «masacrar la fiesta» con medidas como la discutida.{5}

Ahora bien, planteada la polémica en estos términos, ¿qué nos quedaría decir, por nuestra parte, sobre los argumentos esgrimidos desde los dos bandos en liza? Pues principalmente que tanto los «taurinos» agraviados por la decisión del gobierno del PSOE, como la dirección de RTVE con Carmen Caffarel a la cabeza, han venido a poner sobre la mesa argumentos a los que desde luego no cabe adjudicar demasiado recorrido. Por un lado, como ya hemos señalado, la apelación a los limitados recursos manejados por el «ente público» resulta verdaderamente insuficiente, por no decir insostenible –salvo petición de principio–, dado entre otras cosas que, sin perjuicio de que debamos admitir por supuesto que los recursos son siempre limitados, lo que se trata precisamente de explicar son las razones por las que Caffarel y sus muchachos han considerado conveniente ofrecer acomodo en la televisión pública a los Juegos Olímpicos, por ejemplo, y no a los «festejos taurinos» como solicitan los aficionados y profesionales de la fiesta nacional. Es decir, que en el momento en el que se apela a la limitación de los presupuestos destinados al «ente», es justamente cuando comienza (no termina) el problema debatido.

Por su parte los «taurinos» tienen sin duda razón, cuando advierten que esta medida de RTVE supone un «ataque en forma» contra la fiesta de los toros. Efectivamente ello es así desde la perspectiva de los fines operantis de la decisión del gobierno de ZP, sean cuales sean los motivos emic que han llevado a la dirección de Televisión Española, a optar por suspender la retransmisión televisiva de la temporada taurina. Sin embargo, tampoco podemos dejar de notar, el grado en el que los propios argumentos manejados por los «taurinos» permanecen enteramente envueltos por lo que Gustavo Bueno denomina «el mito de la Cultura»; un mito, por cierto, al que tampoco son ajenos, ni mucho menos, los «antitaurinos» de nuestros días, cuyas consignas, por así decir, hablan alto y claro; y es que para los detractores de la fiesta, estas ceremonias «no son cultura, son tortura» (como si «la tortura» no pudiera ella misma, ser calificada de «cultura», como si «cultura» y «tortura» conformaran una oposición dilemática). Está claro, que desde estas coordenadas, la discusión no da demasiado de sí, y sin embargo, nosotros tendemos a considerar, que las claves en las que la controversia presentada ha podido llevarse adelante, se dibujan únicamente en el plano fenoménico que todo análisis filosófico debe tratar de remontar regresivamente si es que pretende acceder al momento esencial al amor del cual nos sea hacedero dar razón de los fenómenos mismos tal y como estos se plantean en el horizonte de referencia. Precisamente esta tarea –la reinterpretación del significado esencial de esta discusión desde el punto de vista del materialismo filosófico–, será la que trataremos de acometer en el presente trabajo, procurando para ello, dar cuenta del propio debate en tanto este mismo aparece como insertado en un contexto bastante más amplio, a saber : la interesantísima reyerta que separa en España, desde hace más de cinco siglos, a los «taurinos» de los «antitaurinos».{6}

1. Las transmisiones de los «Toros» como televisión basura

Lo primero que estimamos imprescindible señalar es que, a la luz de las direcciones doctrinales aportadas por Gustavo Bueno en su libro Telebasura y Democracia (Ediciones B, Barcelona 2002), nos resulta obvio que la decisión de RTVE de suspender la emisión de corridas de toros en la cadena pública, ha calificado a las mismas como un caso particular (acaso eminente) de basura televisiva, y lo consideramos obvio en la medida en que suponemos, siguiendo a Bueno, que la idea de «basura» (en cuanto equivalente a barredura) aparece justamente en conexión con la operación «barrer» a título de resultado de esta misma operación, sin que ello quiera decir tampoco que la «basura» pueda reducirse a la operación que la origina (entre otras cosas porque, en general, los resultados de las operaciones desbordan a las operaciones mismas, al menos según el momento de su estructura). Ahora bien, en la medida en que RTVE haya considerado imprescindible barrer la «fiesta» de su parrilla separándola de este modo (momento lítico de la operación «barrer») de los contenidos (el dintorno) del contorno televisivo que se trata de despejar, resultará muy claro de suyo, que tal limpieza de las texturas del dintorno (es decir, en este caso, los programas televisivos que continúan «en antena», separados ya de las transmisiones taurinas de referencia: los juegos olímpicos pongamos por caso, también los documentales etológicos, &c.) representa por sí misma, la atribución del rótulo «telebasura» a las intertexturas segregadas de las telepantallas, a los «Toros». Suponemos por lo demás, que así considerados, los espectáculos taurinos, podrán consignarse, según sus rasgos objetivos (es decir, como recomienda Gustavo Bueno en su libro, absteniéndonos de enjuiciar las intenciones del demiurgo) a título de telebasura fabricada resultante{7} antes que como telebasura según el modo de su desvelamiento toda vez que en este caso, es claro que aunque la basura misma haya perdurado (en las plazas de toros) tras su extracción de las telepantallas, tales contenidos televisivos no han podido ser diseñados como telebasura desvelada; sucede entre otras cosas que hemos de hacer notar que interpretando los «Toros», precisamente como tal basura desvelada, cabría curiosamente justificar el mantenimiento «en antena» de unas tales emisiones por motivos muy variados ellos mismos: principalmente, en calidad de «denuncia» de la basura real –la «crueldad», la «tortura», el «despilfarro», &c., &c.– que las plazas de toros representarían como instituciones y que RTVE no haría sino desvelar como cuadra a su función de servicio público.

Sin embargo, RTVE ha decidido segregar de su contorno esta telebasura resultante y en estas condiciones, se entenderá que estimemos necesario explicar exactamente las razones que hayan podido conducir a tal decisión. Antes de nada, empero, queremos advertir que la aplicación del rótulo de «telebasura» a las intertexturas de las que tratamos, aclara bien poco por sí misma dado que el propio concepto de «basura», cuando se utiliza de manera indeterminada, al margen los parámetros precisos a los que este mismo concepto habría de remitir, se aproximaría a la situación que es propia de un «concepto basura» (un concepto por tanto que habría que procurar limpiar), indefinido, enteramente inmanejable, de modo que en este contexto calificar un programa como telebasura valdría tanto como des-calificarlo acríticamente, realmente no decir nada (nada determinado), puesto que:

«Cuando la asignación de un programa al lugar de la basura se hace del modo más sumario, mediante un simple «decreto» de descalificación, adornado con preámbulos abstractos, y ellos mismos indeterminados o no paramétricos («atentado al buen gusto», «obsceno», «morboso», «violador de la intimidad»), es evidente que el concepto material de televisión basura utilizado es él mismo un concepto basura.»{8}

Pues bien, si esto es así se podrá comprender con facilidad, que un diagnóstico como el que tienda a consignar bajo el rótulo de «televisión basura» a la emisión en directo de los festejos taurinos, exigirá sin duda alguna la explicitación del sistema concreto de parámetros desde los cuales esta clasificación pueda empezar a quedar justificada y ello, como concluye Gustavo Bueno{9}, implica necesariamente rebasar el campo (técnico, categorial por así decir) estricto de la televisión, regresando por lo tanto, hacia los fundamentos (ontológicos, políticos, morales, religiosos, estéticos, &c.) sobre los que semejante enjuiciamiento pueda sostenerse. En este sentido por ejemplo, la posición de los «taurinos», cuando tratan de defender la emisión de las corridas de toros en nombre de la «Cultura» –de manera que los «Toros» al aparecer como insertos en el «Reino de la Cultura» quedarían, según se ve, liberados de su consideración como «basura televisiva»–, podría decirse que ejercita a su manera una particular modulación de la metafísica de la basura en su versión culturalista.{10}

Y de este modo: creemos que tratar de escudriñar los parámetros desde cuyo ejercicio RTVE, y a su través el gobierno del PSOE, pueden estar operando a la hora de barrer las corridas de toros del contorno del «ente», obliga a reconducir el debate de referencia al contexto del enfrentamiento entre los «taurinos» y los «antitaurinos» al respecto del cual, efectivamente, el propio «ente», y por ende el gobierno del PSOE, habría adoptado una toma de partido a favor del «antitaurinismo» puesto que sólo desde parámetros «antitaurinos» cabe considerar como «basura» a una institución «cultural» y aun «artística» tan refinada como pueda serlo la fiesta nacional; ahora bien, la cuestión que en se abre camino en este punto es la siguiente: ¿qué puede significar este «antitaurinismo» ejercido –y en ocasiones también representado– que atribuimos a los progresistas responsables de la gestión del «ente público». A esta interrogante trataremos de dar respuesta en lo que sigue.

2. El «antitaurinismo» visto desde el espacio antropológico

En su libro Los dioses olvidados. Caza, toros y filosofía de la religión, ante el trámite –imprescindible para toda verdadera teoría filosófica del toreo– de desentrañar las claves de la oposición entre «taurinos» y «antitaurinos», Alfonso Fernández Tresguerres traza una potente clasificación de las diversas modulaciones del «antitaurinismo» que permitirá además al filósofo asturiano establecer una fasificación realmente muy eficaz (queremos decir: muy limpia, muy ceñida diríamos, a las junturas naturales) de la propia historia de esta controversia. El cedazo al que recurre Tresguerres para vertebrar esta clasificación no es otro, que el «espacio antropológico» tridimensional, cuyos ejes organizan, según nuestras premisas, la totalidad del material antropológico a la manera de un contexto ontológico envolvente en el que este mismo material (y las cosas, personas y acciones que incorpora) quedaría inmerso. Efectivamente, según los ejes del espacio antropológico, podríamos referirnos a un «antitaurinismo circular», a un «antitaurinismo» centrado en el eje radial, y a un «antitaurinismo angular» y si bien, es lo cierto que en todos los momentos de esta larga controversia están presentes, tanto del lado de los detractores de la «fiesta» como del de sus paladines, argumentos enmarcados en los tres ejes, ello no quiere decir tampoco que no sea legítimo pretender definir (como lo hace Tresguerres) cada fase de la querella por permanecer circunscrita, en sus líneas de fondo argumentales, a distintos contextos más proporcionados a uno de los ejes que a cualquiera de los otros. Vamos a ver qué quiere decir todo esto:

Los dos primeros siglos del despliegue de esta polémica constituirán la etapa del «antitaurinismo circular». Con ello no se pretende decir, desde luego, que la cuestión de los «Toros» se presente en este contexto como un problema estrictamente ético, o acaso político dado que, antes al contrario, la mayoría de argumentos «antitaurinos» (y también «taurinos») que se plantean durante este siglo, parecen centrados más bien en motivos de índole religiosa, teológica. De este modo, el problema central de este período será si constituye o no, un pecado mortal correr toros en razón de los riesgos innecesarios –más propios de la temeridad que del valor, para decirlo con las categorías aristotélicas en Ética a Nicómaco– que asume el «matador» a la hora de salir al ruedo. Pero si esto es así, si el asunto se representa de esta guisa, entonces ya no podrá si no concluirse que aunque se esté discutiendo de «Toros» –al menos fenoménicamente–, los propios «toros», a los que no es descabellado atribuir un papel protagonista en las corridas mismas, han acabado por quedar enteramente desdibujados de una discusión en la que, ahora, el verdadero centro de interés serán los hombres de manera que desde este punto de vista, la forma de enfocar el problema de las corridas de toros que es propia de esta época, puede consignarse con total tranquilidad entre los límites del eje circular del espacio antropológico, con lo que nos sería forzoso concluir que aun cuando los polemistas implicados –en ambos lados de la querella– pretendan delimitar los contornos mismos de la propia controversia en claves religiosas, en realidad, los asuntos implicados son más bien de índole ético-moral puesto que lo que está en liza es, entre otras cosas, la eventual falta de firmeza achacable a los aguerridos corredores, al público de las plazas, &c. Si este peligro pudiera despejarse, entonces nada habría ya que achacar a la «fiesta» misma, dado que el estatuto ético de los toros era, a la altura de esta época, algo que ni se planteaba ni podía plantearse en serio. Podemos encontrar un inmejorable atestiguamiento de todo ello, en los argumentos ético-morales, de los que hace uso el carmelita descalzo Marcos de Santa Teresa, al disertar sobre el toreo en su Compendio Moral Salmanticense según la mente del Angélico Doctor (Tratado XVI de la Primera Parte, punto XI, «De las corridas de toros»):

«P: Las corridas de Toros como se usan en España son prohibidas por derecho natural? R. Que no lo son; porque según en nuestra España se acostumbran, rara vez acontece morir alguno, por las precauciones que se toman para evitar este daño, y si alguna vez sucede es per accidens. No obstante el que careciendo de la destreza española y sin la agilidad, e instrucción de los que se ejercitan en este arte, se arrojare con demasiada audacia a torear, pecará gravemente, por el peligro de muerte a que se expone.
P. ¿Están prohibidas las corridas de Toros por derecho eclesiástico? R. Que aunque Pío V prohibió las corridas de Toros con penas gravísimas, las permitieron después para los seglares Gregorio XIII, y Clemente VIII, quitando las penas impuestas por aquel Sumo Pontífice, pero mandando fuesen con estas dos condiciones; es a saber, que no se tuviesen en día festivo, y que se [432] tomasen por aquellos a quienes incumbe, todas las precauciones necesarias, para que no sucediese alguna muerte. Por lo que con estas dos condiciones son en España lícitas para los seglares las corridas de Toros. A los Clérigos, aunque se les prohiba el torear, no se les prohibe la asistencia a las corridas. Con todo les amonesta su Santidad se abstengan de tales espectáculos, teniendo presente su dignidad y oficio para no ejecutar cosa indigna de aquella, y de éste.»

Esta circunstancia puede comprenderse muy bien, dado que el toro como tal (es decir, no meramente como foco de peligro para el hombre, un foco de peligro que habría que procurar evitar si no se quiere pecar mortalmente), difícilmente hubiera podido pasar al primer plano de la controversia en una época en la que doctrinas como la del «automatismo de las bestias» (defendida ya en el XVI por Gómez Pereira, y en el XVII por Renato Descartes) resultaban verdaderamente prominentes.

Durante el siglo XVIII y la primera mitad del XIX, sin perjuicio eso sí de que los argumentos circulares sigan siendo manejados tanto por los «taurinos» como por los «antitaurinos», el problema disputado comenzará a reformularse a otra escala mucho más cercana al eje radial del espacio antropológico. En este sentido, el «antitaurinismo» que es propio de esta época puede ser tipificado como un «antitaurinismo» de signo preferentemente radial en el que el «toro» vuelve a reincorporarse a la controversia sólo que, ahora, a título de parte impersonal de la naturaleza (inter alia: como máquina de transformación de hidratos de carbono en proteínas animales). En este sentido, aunque la «fiesta» no se desaconseje ya por razón del riesgo soportado por la temeridad del matador (y si se desaconseja así, será de otra manera), podrá comenzar a impugnarse por ejemplo en cuanto «despilfarro» de recursos agrarios, o bien en cuanto institución que simbolizara el retraso endémico de España frente al progreso –científico, económico, &c.– que durante el «siglo de las luces» (no hay que perder de vista que estamos en el siglo de Cadalso verbigracia, y de sus Cartas Marruecas), habría caracterizado a otras naciones europeas –sobre todo Francia pero también Gran Bretaña, Alemania, &c.–; de este signo será la forma adoptada por el «antitaurinismo» de Jovellanos pongamos por caso, o del mismo Cadalso, o de Larra.

Mas, a pesar de que bajo la férula del eje radial del espacio antropológico, los toros pueden como vemos, volver a entrar en escena en el contexto de la discusión sobre las corridas de toros, ello no empece en absoluto para que ni por asomo pueda decirse que el sufrimiento infringido a tales animales con motivo de su lidia represente uno de los motivos centrales a lo largo de este despliegue de la controversia. Durante el XVIII la respuesta automatista al añejo «problema del alma de los brutos» continúa resonando, por así decir, a pleno decibelio sin perjuicio de que por estos años una tal doctrina comience también a recibir de otro lado, poderosos contraataques por parte de figuras de la mayor importancia en el seno de la república literaria (es el caso de Feijoo, de Voltaire, &c.){11}: sin embargo también en el XVIII (en 1749) encuentra reedición la Antoniana Margarita, se extiende, en la obra de La Mettrie, la tradición mecanicista al caso del hombre (con lo que esta misma tradición empieza a tocar sus propios límites), &c.

Pues bien, en la segunda mitad del siglo XIX –en fecha de 1859– hace su aparición la teoría de la evolución por selección natural, el darwinismo, tras el cual irían desarrollándose disciplinas científicas tales como la psicología animal comparada (ya en el mismo XIX: por obra de Romanes, Morgan, &c., &c.), la etología, la primatología, &c. Contando con el desarrollo categorial de tales ciencias es obvio que nadie puede ya, salvo que se pretenda hacer el ridículo, ampararse en la tradición automatista de Pereira o de Descartes, y a esta luz se entiende muy bien, que precisamente a partir del XIX, coincidiendo con la fundación de las primeras Sociedades Protectoras de Animales y Plantas y con los primeros alegatos en defensa de los «derechos animales» (Enrique Esteban Salt y su obra de 1892, Los derechos de los animales considerados en relación al progreso social acaso represente el mejor ejemplo) comience a tomar cuerpo un «antitaurinismo» centrado ya en el mismo «toro» que podrá ser considerado en este momento, no tanto como una máquina aunque tampoco exactamente como un ser humano: los animales serán vistos entonces, desde el punto de vista del eje angular del espacio antropológico, como sujetos operatorios muy parecidos a los propios hombres y por ende merecedores de nuestra piedad sin que quepa ya acusar de «extravagancia» o de «mujeril misericordia» (para decirlo con Espinosa) a estas preocupaciones éticas por la situación del toro de lidia. Semejante «antitaurinismo angular», que en nuestros días representarían autores tan señalados como Jesús Mosterín, Jorge Riechmann o Pablo de Lora{12}, plantea la cuestión como enmarcada en el ámbito de la ética –de la (bio)ética anantrópica{13}– (sea en la versión utilitarista de Pedro Singer, en la inherentista de Tomás Regan, &c.) con lo que parece que tendríamos que referirnos a una suerte de ética radial o de ética ecológica, y sin embargo, no podemos dejar de advertir que unas tales construcciones son sencillamente contradictorias dado que la ética, en cuanto disciplina escorada hacia el eje circular del espacio antropológico, sólo puede ir referida a los animales en la medida en que esos permanezcan a su vez, referidos a los hombres, como recursos, como focos de peligro, &c. Es decir, la ética no se ocupa de los animales mismos salvo indirectamente diríamos, in oblicuo.

Y en este punto de su análisis, la conclusión a la que le es dado llegar a Tresguerres, no podía desde luego resultar más contundente y hasta paradójica aparentemente: aunque los «antitaurinos» de nuestros días presenten fenoménicamente sus fundamentos como orientados en una dirección ética (forzando por ende, a los «taurinos» a argumentar en este mismo sentido), cuando regresamos al plano esencial podemos advertir con total facilidad que no es de ética de lo que se está discutiendo propiamente –a la manera en que se discutía en el XVI pongo por caso– sino de religión. Y precisamente en esta tentativa de llevar la «ética» (encastrada secundum se en el eje circular) más allá de los límites de la especie como pretende Peter Singer o de expandir, para decirlo con la fórmula que hace las veces de lema del Proyecto Gran Simio, la «igualdad» (i. e, justamente el canon de las relaciones circulares) más allá de la humanidad, radica la refluencia de la religiosidad primaria que en estos movimientos de «liberación animal» podemos detectar desde nuestras coordenadas. Los animales (particularmente los toros) no serán ya máquinas radiales y sin perjuicio de que tampoco puedan comparecer a título de númenes paleolíticos, tenderán a ser vistos como sujetos «sentientes» dignos de piedad, respeto y protección e incluso –en el límite de la confusión– como personas{14} portadoras de derechos ratificados por la UNESCO, &c.

3. El «antitaurinismo» de RTVE visto desde el espacio antropológico

Pues muy bien. Recuperando, tras este excursus, el tema principal de nuestro trabajo, la primera cuestión que nos sale al paso podría acaso formularse del modo siguiente: si es cierto que los parámetros manejados por los responsables de RTVE a la hora de calificar de telebasura la emisión de las corridas de toros pueden, por ello mismo, considerarse a su modo, «antitaurinos», ¿de qué tipo de «antitaurinismo» estaríamos hablando? ¿Nos encontraremos quizás ante un «antitaurinismo angular», ante uno «radial», o acaso ante un «antitaurinismo» de corte circular? En rigor, sucede que, planteado en estos términos, no creemos que un tal interrogante exhiba demasiado alcance dado que seguramente no es pertinente, ni tampoco posible, roturar el terreno como si unas modulaciones del «antitaurinismo» excluyeran sin más la presencia de argumentos escorados hacia otras. Al contrario, sin duda que, sin desmerecer en absoluto el hecho decisivo de que en nuestros días el problema de los «Toros» viene planteándose predominantemente desde un enfoque angular, podrán rastrearse entre las razones que han conducido al gobierno del PSOE a barrer los contenidos taurinos de la televisión pública algunas caracterizables por coloraciones de signo eminentemente radial y aun circular, sin que ello vaya en merma de la «tonalidad» angular predominante. Si esto es así –y a nosotros desde luego nos parece que así es–, ya podrá entenderse que la tarea de importancia principal que habremos de acometer en lo que queda será, más bien, ensayar una reinterpretación del significado que pueda adoptar este «antitaurinismo» que atribuimos a Caffarel y su equipo, según cada uno de los tres ejes que estructuran el espacio antropológico, y ello siempre bien entendido que ninguna figura de cualquiera de los tres ejes puede tratarse de un modo exento, como si se diera al margen de las figuras dibujadas en los otros (precisamente por eso, los ejes no resultan separables aunque puedan disociarse por muchas razones{15}) de modo que todo argumento antitaurino, provenga por así decir, del eje que provenga se abrirá camino en composición con figuras dadas en la inmanencia los ejes restantes.

3.1 El «antitaurinismo» de RTVE visto desde el eje angular:

En lo que se refiere al eje angular hemos señalado ya, de la mano de la interpretación de Alfonso Tresguerres, que sin duda ninguna las claves angulares representan en lo tocante a la controversia entre «taurinos» y «antitaurinos», el auténtico «tema de nuestro tiempo». En efecto, desde este prisma es claro que las corridas de toros resultarían, según la interpretación de los adversarios de la fiesta, un símbolo preciso de la «brutalidad», el «sufrimiento gratuito», la «tortura» e incluso, para decirlo con Pablo de Lora, la «crueldad institucionalizada»; en este sentido los mismos festejos taurinos aparecerían como una auténtica «basura», una «basura» que sin duda acaba por proyectarse sobre la propia transmisión por televisión formal de estas ceremonias a las que de esta manera cabría ya calificar de telebasura como ha visto con total claridad el gobierno del PSOE. Esta telebasura desde luego, es presentada como una «basura ética» por parte de sus proponentes y de hecho, en el ámbito ético han procedido también, conducidos por el empuje del discurso «antitaurino», a plantear sus contra-argumentos los «taurinos» de nuestros días ya sea aduciendo la importancia secundaria del sufrimiento animal frente al humano, o bien tratando de minimizar ese sufrimiento en el caso de los toros, &c. Ahora bien, por las razones expuestas, nosotros nos inclinamos por situar estos argumentos «éticos», cuya importancia no podemos disimular ni tampoco lo pretendemos, en el seno del plano fenoménico en el que se inscribe la controversia y precisamente en esa medida, dado que por lo demás desde el plano fenoménico no cabe explicar nada (al contrario, justamente de los fenómenos es de lo que es menester dar cuenta), será obligado ejecutar un regressus al ámbito esencial para mejor después, reconstruir ad quem los fenómenos de los que partimos, concatenando los mismos según sus propios regímenes e intersticios.

Pero, el toreo mismo es una ceremonia que, desde el prisma arrojado por su momento constitutivo, vale calificar como marcada esencialmente por una impronta angular{16} y ello, hasta el punto que desde la filosofía materialista de la religión defendida por Gustavo Bueno, tenderíamos a interpretar esta ceremonia como una refluencia de las religiones primarias y secundarias dada en el seno de la misma religiosidad terciaria (en este caso del cristianismo romano), con lo cual ya podemos empezar a hacer justicia al hecho de que el toro que hace acto de presencia en el ruedo no figura –porque no puede figurar– en el mismo como una máquina (o una res a la que sacrificar en el matadero municipal) pero tampoco como un hombre, apareciendo en cambio como un animal numinoso, como un centro generador de inteligencia y voluntad con el que el propio ser humano (en este contexto: el torero) ha de establecer relaciones –religacionesangulares: de adulación, acecho, engaño, &c.

Para los «antitaurinos» de otro lado, el toro, que sin duda tampoco podrá considerarse como un autómata o una piedra, no podrá ser visto ya como un dios, pero sí en cambio, como un sujeto cuya capacidad para «sentir dolor» (y he ahí lo principal según muchos ideólogos de la liberación animal empezando por Jeremías Bentham) lo convierte en objeto adecuado a la piedad, a la compasión e incluso a la atribución de derechos. Desde esta perspectiva, de la que podrá decirse cualquier cosa excepto que carece de cualquier fundamento in re por débil que este pueda ser{17}, los aficionados a las corridas de toros, podrán quedar tipificados como la encarnación misma de la impiedad –respecto de las religiones primarias–, y efectivamente así proceden los «antitaurinos» de nuestros días, sin percibir acaso demasiado bien, el grado en el que sus propias posiciones éticas hacen pie sobre una nítida refluencia de la religiosidad primaria.

Y si para los «antitaurinos», puede decirse que la tauromaquia no es cultura sino tortura, nos parece que es posible ensayar una reinterpretación de esta fórmula del siguiente modo: los «Toros» no son cultura precisamente porque son tortura, «tortura» de los númenes primarios, es decir, impiedad, «basura angular». Los «taurinos» acaso se vieran impelidos a argüir en la misma dirección pero a sensu contrario : los «Toros» no pueden ser «basura» (ni tampoco tortura), precisamente porque son cultura. Ahora bien, en la medida en que esto sea así, sólo cabrá concluir que ambos bandos de la querella, asignan metafísicamente idénticas funciones elevantes, santificantes y medicinales al «Reino de la Cultura», para decirlo hablando «en plata»: que ambas posturas son presa del mismo espiritualismo (contraria sunt circa eadem).

Y, ¿cuál puede ser el significado de este tipo de «antitaurinismo» en el contexto de los planes y programas políticos de un gobierno presidido por un partido de cuarta generación de izquierda definida{18} como lo es el PSOE? Pues un significado sin duda, muy penetrante al menos en cuanto pueda servir como índice de la deriva de muchas corrientes de la izquierda hacia la indefinición de sus difusas referencias políticas en el sentido de la izquierda indefinida (sobre todo en sus versiones divagante y fundamentalista) o de exponente de su confluencia con algunas corrientes anarquistas (precisamente en el anarquismo la «preocupación» por el trato a los animales pudo prender muy pronto), con el socialismo utópico (tan cercano a uno de los primeros paladines de los «derechos de los animales» como Enrique Salt), &c., &c.

3.2 El «antitaurinismo» de RTVE visto desde el eje radial:

Instalados ya en el eje radial del espacio antropológico, vamos a proceder tomando siempre bien en cuenta, el carácter «europeísta» (en el sentido de la «Europa sublime» de la que Ortega nos hablaba: «España es el problema, Europa la solución) del PSOE. En consonancia con estas premisas «europeístas», y dejando de lado la circunstancia de que en el sur de Francia también se celebran corridas de toros, no parece descabellado en modo alguno, considerar a los «Toros» como el emblema mismo del «retraso histórico» que como es bien sabido ha mantenido durante siglos a España separada de Europa. Este retraso multisecular se expresa con inmejorable plasticidad en el ruedo de una plaza de toros en cuanto que el toreo mismo puede considerarse a la manera de la sinécdoque (pars pro toto) de un sistema agrario basado en el latifundio, económicamente despilfarrador y «tercermundista» («África empieza en los Pirineos») del que valdría la pena que los españoles nos deshiciéramos cuanto antes si es que queremos converger con Europa (es decir: con Francia y con Alemania). Cuando se argumenta de este modo –lo que por cierto presupone la entera deglución de la leyenda negra–, en nombre por ejemplo de la «ilustración», o de la idea de «progreso», estaríamos pisando un terreno muy cercano por su alcance al que recorrieron en su momento los «antitaurinos» del XVIII (que por cierto, algunas veces son reivindicados por el propio PSOE: así Carlos III, Jovellanos, &c.) y aunque es cierto que nos cuesta mucho admitir que alguien pueda llegar a ser tan papanatas («papanatismo europeísta) como para razonar de esta manera, no podemos tampoco desatender la influencia que semejantes argumentos puedan alcanzar a la hora de determinar los ortogramas políticos del gobierno del presidente José Luis Rodríguez. Y por si alguien lo duda, resultará interesante escuchar la voz de un progresista antitaurino de nuestros días como pueda serlo Jesús Mosterín:

«Toda Europa fue durante mucho tiempo un mundo sucio, cruel, oscuro y grosero, donde los animales humanos y no humanos eran maltratados sin ningún tipo de miramiento. Esa Europa negra dejó de serlo gracias al esfuerzo de racionalización de las ideas y suavización de las costumbres que fue la Ilustración . La España negra posterior es el resultado de la ausencia de Ilustración en nuestra historia. A partir del siglo XVII se inició lo que Ortega y Gasset llamó la tibetanización de España, es decir el aislamiento de nuestro país de los vientos ilustrados que soplaban en el resto de Europa. No sólo seguíamos haciendo filosofía escolástica ramplona, y no participábamos en la gran aventura de la ciencia moderna, sino que tampoco la nueva sensibilidad moral hacía mella entre nosotros. En esa España sumida en el oscurantismo y la chabacanería fue extendiéndose y estilizándose la variedad plebeya (a pie) de la tortura pública de los toros, hasta dar lugar a la actual corrida, con su ridícula cursilería, sus gestos amanerados y, sobre todo, su abyecta y anacrónica crueldad.
Afortunadamente, y aunque sea con retraso, España ya se ha incorporado política y económicamente al carro europeo y empieza a hacer suyos los valores de la Ilustración. Sin embargo, la España negra todavía colea, y todavía encuentra intelectuales casticistas dispuestos a jalear lo más cutre y cruel de la tradición carpetovetónica en nombre de un nacionalismo trasnochado y hortera, defendido con chulería numantina frente a las críticas del resto del mundo, rechazadas como presuntos atentados a nuestro sacrosanto patrimonio étnico-cultural, aunque ya vimos que la crueldad con los toros no tiene nada de específicamente hispano, y sí mucho, de simplemente rancio, atrasado y anacrónico.
Muchos españoles estamos cansados de la permanente propaganda oficial de esta presunta fiesta nacional. A muchos nos molesta que se identifique al pueblo español con el hortera mundillo taurino, con su cursilería supersticiosa, su sensibilidad embotada y su retórica ramplona y achulada Spain is different, pero no tanto. Un número enorme y creciente de españoles, ante el espectáculo taurino, sentimos asco, sonrojo, vergüenza, repugnancia estética e indignación moral. (...)
Ya no hay quien pare la decadencia de la España negra, aunque el cerrar filas de los castizos en su defensa pueda frenar el proceso. Al final, tanto las corridas de toros regladas como las fiestas bestiales incontroladas serán prohibidas, los televisores hispanos dejarán de chorrear sangre, las plazas de toros serán derribadas (excepto las que tengan algún interés artístico, como la de Ronda o La Maestranza de Sevilla), las dehesas ganaderas serán convertidas en parques naturales y los picadores, toreros y demás ralea recibirán una beca para que aprendan un oficio con el que ganarse la vida honradamente. Cuanto antes llegue ese día, tanto mejor.»{19}

Siguiendo a Mosterín se hace verdaderamente diáfano de suyo que nadie podrá reprochar a RTVE o al gobierno del PSOE que, en su vocación de convergencia con el «corazón de Europa», emprenda la limpieza de las intertexturas tauromáquicas de las telepantallas en horario de máxima audiencia; estas intertexturas serán desde luego consideradas, desde este punto de vista, una «basura» en cuanto emblemas de esa España negra, atrasada y reaccionaria frente a la limpieza progresista que caracterizaría a la ilustrada Europa, sólo que esta telebasura podrá ahora empezar a comparecer como «basura radial», económica y no ya tanto sólo como «basura angular» (que desde luego Mosterín también contempla, incluso bien explícitamente en sus referencias a la crueldad, a la tortura, &c.).

De este modo, ¿a quién podrá extrañar ya, que precisamente aquellas provincias españolas de tradición más cosmopolita como son las catalanas hayan sido las primeras en incorporarse a la «locomotora del progreso» liquidando el lastre de los «Toros»? ¿No es justamente la próspera Cataluña –y particularmente Barcelona– lo más parecido a Europa (en particular a Francia) que tenemos en España? Y efectivamente así ha sido; en 2003, el ayuntamiento de Barcelona, gobernado precisamente por el PSOE, llegó a declarar ciudad antitaurina a esta importante capital española. Con todo, para sondear con más detalle, las razones que movieron a los representantes del «tripartito» a sacar adelante semejante declaración, se hace preciso mirar hacia el eje circular del espacio antropológico; sobre ello volveremos más adelante.

3.3 El «antitaurinismo» de RTVE visto desde el eje circular:

Llegados a este punto, hemos de preguntarnos ya por el significado circular que pueda asignarse al discutido «antitaurinismo» televisivo del PSOE. Como lo hemos expuesto anteriormente, a lo largo de los siglos XVI y XVII, España asistió al desenvolvimiento de un discurso «antitaurino» de signo ético-moral que propendía a enfocar la cuestión a la luz del eje circular del espacio antropológico, de modo que lo que entonces se debatía era precisamente la conveniencia de desaconsejar e incluso prohibir (mediante bulas pontificias, &c.) unas ceremonias en las que un ser humano, demostrando acaso una alarmante falta de firmeza ética, comprometía temerariamente la conservación del propio cuerpo. En este contexto es evidente, que en la discusión sobre las corridas de toros, los propios toros habrán desaparecido sorprendentemente del centro de atención –y cuando aparezcan sólo será qua centros de peligro– de manera que para lograr reintroducirlos, se hará preciso proceder a replantear los problemas debatidos a la luz de los otros ejes contemplados en el espacio antropológico que envuelve el material taurino de referencia. ¿Cabrá quizás, interpretar el «antitaurinismo» del PSOE en un sentido análogo al propio «antitaurinismo» circular del XVI y el XVII? Nos parece que en efecto cabe ensayar una tal reinterpretación y que por lo demás, ese ensayo promete resultar muy fecundo en vistas al desentrañamiento de los parámetros desde los que el consejo de dirección de RTVE han procedido a barrer de la «parrilla» veraniega la telebasura taurina; sólo que, en este caso, la orientación principal de este «antitaurinismo» encajado en el eje circular, no aparecerá tanto como una orientación ética cuanto como una orientación política.

Y es que, en efecto, cuando esta medida de RTVE, se contempla a la luz de los planes del gobierno de España en orden a la reforma de la Constitución Española de 1978 en el sentido del federalismo asimétrico presupuesto por la «España plural», por los estados de libre asociación, &c., &c., podrá entenderse bien la circunstancia de que los «Toros», ahora en su calidad de fiesta nacional, aparecerán a ojos del PSOE (y no digamos nada de sus «socios de gobierno» con los que el PSOE necesita pactar los presupuestos si quiere que le salgan las cuentas: ERC, IU, PNV, EA, CIU, &c.), como una sinécdoque; pero esta vez como una sinécdoque de España, y entonces, si precisamente de España es de lo que PSOE pretende desentenderse al través del federalismo y del europeísmo (y no digamos nada de los socios secesionistas del PSOE, a los que el PSOE en todo caso necesita), podrá cobrar un nuevo sentido la operación televisiva de barrido respecto a los contenidos taurinos de la telepantalla, y ello entre otras cosas, porque esta misma operación «barrer», cuando se la contempla desde el eje circular del espacio antropológico, se ejecuta sobre una basura muy particular, una basura... española. Y es ahora, cuando vuelve a salirnos al paso la declaración «antitaurina» del ayuntamiento barcelonés, ¿podrá juzgarse acaso enteramente desproporcionado este análisis cuando desde él se enfoca una declaración de «antitaurinismo» como pueda serlo la sacada adelante por el gobierno «tripartito» –PSC, ERC, IC– de Catalunya?, ¿no estará quizás, la «antitaurina» Barcelona concibiendo su inédito «antitaurinismo» como una expresión peculiar de su «antiespañolismo»? Y es que cuando el PSOE apunta a los «Toros», es España la que recibe el disparo políticamente.

Notas

{1} Para todo ello, véase Gustavo Bueno, Televisión: Apariencia y Verdad, Gedisa, Barcelona 2000.

{2} Y nosotros realmente podemos entender muy bien, desde las premisas de la teoría filosófica de la televisión elaborada por Gustavo Bueno, un tal «descontento» de los «aficionados» dado sobre todo, que sin perjuicio de que Tendido Cero ofrezca a los televidentes la retransmisión de muchas secuencias extraídas de corridas de toros (además de los comentarios más o menos solventes de «entendidos» muy eruditos en estos asuntos), esta misma transmisión es justamente una re-transmisión en la que, por efecto del «diferido», ha podido quedar difuminado el dramatismo que es propio de la emisión de tales ceremonias cuando esta tiene lugar mediante televisión formal. Vamos a comprobar cómo lo formula Gustavo Bueno: «El 'dramatismo' que atribuimos a la televisión formal tiene que ver, por tanto, con el hecho, algunas veces muy relevante desde el punto de vista técnico, de que los sucesos escénicos televisados estén produciéndose en el momento mismo de la transmisión, es decir, estén causando, en un proceso continuo, como efectos suyos, las imágenes recibidas por el sujeto receptor. Se trata de una situación en que las secuencias de los sucesos percibidos podría interrumpirse o tomar un rumbo diferente al previsto (...). Esto no puede ocurrir con la mera televisión material, cuyos contenidos se suponen que están ya dados, y aun de modo irrevocable. Utilizando coordenadas teológicas, cabría decir, que mientras la televisión material requiere una 'ciencia de simple inteligencia', en cambio la televisión formal sólo es accesible a una 'ciencia de visión' o, a lo sumo, a una 'ciencia media', desde la cual se haría posible discriminar, por ejemplo la improvisación ante las cámaras de una actuación programada». (Gustavo Bueno, Televisión: Apariencia y Verdad, Gedisa, Barcelona 2000, pág. 219). Un poco más adelante, Bueno, procede a aplicar esta situación de dramatismo televisivo al contexto particular de una ceremonia taurina: «El dramatismo, incluso en su sentido trágico más estricto, está aquí asegurado. Porque nadie sabe, ni por 'ciencia de visión' ni por 'ciencia de simple inteligencia', qué va a ocurrir en la plaza hasta que acaba la corrida. El dramatismo desaparece en una retransmisión en diferido, aun cuando psicológicamente, el sujeto receptor, que no sepa que está viendo la corrida en diferido pueda experimentar análogas emociones a las que experimenta quien presencia la corrida en directo. En el supuesto de que se hubiera producido una cogida mortal, el dramatismo trágico propio de la televisión en directo y en tiempo real habría desaparecido en la televisión en diferido, transformándose en un dramatismo histórico, épico, o si se prefiere, 'literario'» (Gustavo Bueno, op. cit., págs. 222-223).

{3} O. Garrido & A. Asensio, «TVE no emitirá los toros por 'falta de recursos económicos'», El Correo Español. El Pueblo Vasco, Jueves 12 de agosto de 2004.

{4} Véase José Javier Esparza, «Toros», El Correo Español. El Pueblo Vasco, Sábado 14 de agosto de 2004.

{5} Así lo decía Martín en la entrevista concedida con ocasión de la feria de Bilbao («El gobierno está masacrando la fiesta de los toros, El Correo Español. El Pueblo Vasco, Domingo 22 de agosto de 2004):

«—¿Los profesionales del toro han sabido defender la fiesta del ataque sufrido desde las filas de ERC e IU?
—Eso es una anécdota, el PSOE está permitiendo el ataque: la última noticia es que la directora de TVE ha suspendido las retransmisiones taurinas hasta octubre. Es muy grave, porque hablamos del segundo espectáculo de masas del país. Pero los responsables somos los profesionales que no somos capaces de organizarnos y pelear por los derechos de la fiesta. Económicamente somos buena parte del PIB.
—¿La fiesta sigue sufriendo agravios comparativos con respecto a otros espectáculos de masas?
—Eso está claro, pero los responsables somos nosotros. Lloramos mucho, hablamos mucho y hacemos muy poco. El gobierno del PSOE está masacrando la fiesta y me da mucha pena, presumen de tolerantes y atropellan a unos ciudadanos.»

{6} Sobre esta polémica y desde la perspectiva del mismo sistema filosófico que nosotros pretendemos ejercitar, ha ofrecido un sólido análisis Alfonso Tresguerres en su libro, Los dioses olvidados. Caza, toros y filosofía de la religión, Pentalfa, Oviedo 1993. En su reinterpretación nos apoyaremos nosotros en la última parte de nuestro artículo.

{7} Para la distinción entre basura resultante o derivada y basura diseñada (que no se identifica puntualmente con el distingo entre telebasura fabricada-telebasura desvelada) conviene consultar Telebasura y Democracia, págs. 75 y ss.

{8} Op. cit., pág. 56.

{9} Así, señala Bueno: «El concepto denotativo de 'televisión basura', es decir, el diagnóstico de un programa concreto como telebasura, desborda enteramente el marco de la televisión estricta, y nos compromete en juicios de alcance mucho más amplio que nos introducen en el terreno político, moral, ético, cultural, religioso, &c. De otro modo, el concepto de televisión basura no puede considerarse como un concepto meramente 'técnico', que pudiera ser utilizado de modo 'exento' por alguien que sólo pretendiese 'enderezar la televisión', pero que no pretende 'enderezar el mundo'. El que utilizando el concepto de telebasura cree que quiere 'simplemente' barrer la televisión, es porque pretende también, aunque no quiera darse cuenta de ello, 'barrer el mundo'.», op. cit., pág. 57.

{10} Tal y como la define Bueno: «La segunda versión, en cambio, tiende a ver a la naturaleza como imperfecta, inerte, como el reino en donde la lucha por la vida conduce a la muerte y a la corrupción. Por el contrario, el reino de la cultura será visto como expresión del espíritu limpio, activo, incorruptible y eterno (...) La naturaleza es ciega, pero nada de lo que es cultura auténtica puede ser basura. Basura se opondrá aquí a cultura. Cultura que estaría llamada a dignificar la basura de la que partimos, confiriéndole, mediante el arte, la moral y la religión, la gracia», op. cit., pág. 43.

{11} Y con todo, advirtamos la radicalidad a la que llega la impiedad de Espinosa (su «especieísmo» para decirlo con Singer y Ricardo Ryder), aun prescindiendo el autor de la Ética, del fundamento que para esta impiedad ofrecía el automatismo de las bestias: «(...) es evidente que leyes como las que prohibieran matar a los animales estarían fundadas más en una vana superstición, y en una mujeril misericordia que en la sana razón. Pues la regla según la cual hemos de buscar nuestra utilidad nos enseña, sin duda, la necesidad de unirnos a los hombres, pero no a las bestias, o a las cosas cuya naturaleza es distinta de la humana. Sobre ellas tenemos el mismo derecho que ellas tienen sobre nosotros, o mejor aún, puesto que el derecho de cada cual se define por su virtud, o sea, por su poder, resulta que los hombres tienen mucho mayor derecho sobre los animales que éstos sobre los hombres. Y no es que niegue que los animales sientan, lo que niego es que esta consideración nos impida mirar por nuestra utilidad, usar de ellos como nos apetezca y tratarlos según más nos convenga, supuesto que no concuerdan con nosotros en naturaleza, y que sus afectos son por naturaleza distintos de los humanos», Ética demostrada según el orden geométrico, Alianza, Madrid 1998, trad. introd., y notas de Vidal Peña, Parte Cuarta, proposición XXXVII, Escolio I.

{12} Véase el siguiente libro de Pablo de Lora, Justicia para los Animales. La ética más allá de la humanidad, Alianza, Madrid 2003. Nos interesan especialmente las páginas dedicadas a la cuestión de la tauromaquia, en el capítulo 8 («España: La crueldad institucionalizada») de esta obra, págs. 276-305

{13} En el sentido de Gustavo Bueno: «Aquí es donde es preciso distinguir las dos grandes corrientes, más o menos latentes, en las que se diversifican de hecho las escuelas de Bioética: la que pone el objeto práctico último de la Bioética en la vida humana (lo que no excluye el «control de la natalidad» de esa vida) y la que pone el objeto práctico último en la vida en general, en la Biosfera. Llamaremos, respectivamente, a estas dos corrientes, Bioética antrópica y Bioética anantrópica.» Gustavo Bueno, «Hacia una Bioética materialista», en ¿Qué es la Bioética?, Pentalfa, Oviedo 2001, págs. 12-13.

{14} Evidentemente, por muchas razones en las que no nos vamos a demorar en el presente trabajo, nosotros no podemos admitir desde el materialismo filosófico esta consideración de los individuos animales como personas y sin embargo, algo muy parecido a esto defiende Singer desde sus posturas utilitaristas (véase por poner un botón de muestra, Ética Práctica, Cambrigde University Press, 2003, primera reimpresión española de la segunda edición inglesa), o Antoni Gomila Benejam desde su etologismo, «Personas primates», en José María García Gómez Heras (coord.), Ética del Medioambiente, Tecnos, Madrid 1997, págs. 191-204.

{15} Pero insisto, importa tener en cuenta que si las relaciones establecidas entre figuras de un mismo eje pueden segregarse esencialmente según sus ritmos y regímenes propios, de las figuras de otros órdenes de relaciones, esta segregación será posible precisamente por mediación de su composición existencial con terceras figuras, de manera, si se quiere, sinecoide. Véase a este respecto, Gustavo Bueno, «En torno al concepto de 'espacio antropológico'», en El Sentido de la Vida, Pentalfa, Oviedo 1996, págs. 89-114.

{16} Para todo ello es imprescindible remitir al libro de Tresguerres que hemos citado en repetidas ocasiones a lo largo de nuestro trabajo.

{17} Como sería el caso de la atribución de «derechos» a las piedras, o a las plantas, o a la «bioesfera», la «gaia» de James Lovelock, &c.

{18} Vid. Gustavo Bueno, El Mito de la Izquierda, Ediciones B, Barcelona 2002.

{19} Jesús Mosterín, ¡Vivan los Animales!, Mondadori, Barcelona 2003, págs. 268-270.

 

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