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El Catoblepas, número 29, julio 2004
  El Catoblepasnúmero 29 • julio 2004 • página 18
Artículos

Los límites de la democracia
y de la televisión

Felipe Giménez Pérez

Se busca trazar y delimitar los contornos de la democracia y de la televisión así como aclarar la cuestión de las innegables conexiones existentes entre de ambas realidades en la etapa histórica del Estado social y ello de forma necesaria como se verá a continuación

1. La esencia de la democracia

«Democracia» es una palabra de origen griego, «Demokratía» que significa poder del pueblo{1}. Entonces, nada más fácil que concluir que la democracia es el poder o gobierno del pueblo y para el pueblo y por el pueblo. Sin embargo esto es falso. La razón de mi afirmación es simplemente que el autogobierno de la sociedad política es imposible y utópico. Siempre hay una asimetría necesariamente entre gobernantes y gobernados. Siempre hay una clase política gobernante y un pueblo que obedece. Sería mejor decir que la democracia es un procedimiento técnico para seleccionar a los miembros de la clase política mediante sufragio universal y regla de la mayoría y habiendo siempre varias opciones políticas o varios candidatos a cada cargo público.

La democracia moderna es el sistema de gobierno más universal y generalizado que existe ahora. Podemos denominar a los Estados democráticos contemporáneos como democracias burguesas porque se fundan en la propiedad privada y en el individualismo liberal. La democracia liberal es un engendro o centauro porque trata de compatibilizar dos principios contrarios: la democracia y el liberalismo. No hay que confundir tales conceptos. La idea-fuerza básica del liberalismo es la idea de libertad; en cambio, la idea motriz de la democracia es la de igualdad; entendida, al menos desde un punto de vista político, como el derecho de todos los ciudadanos a participar en idénticas condiciones en la formación de la voluntad general. Por lo demás, mientras que el liberalismo implica la división de poderes como instrumento para la limitación del poder del Estado, la democracia, por el contrario, no admite limitación alguna al poder del pueblo. Para el liberalismo, pues, el poder del Estado ha de estar dividido, mientras que para la democracia es único: la voluntad general.

La igualdad democrática es una igualdad legal y como mucho, una igualdad de oportunidades: se trata de comenzar iguales para terminar siendo desiguales. Las democracias contemporáneas insisten en los derechos y libertades individuales. Así, hoy día, hablar de democracia significa hablar de derechos humanos y de libertades públicas y civiles. La democracia liberal insiste en la diferencia infranqueable entre Estado y ese fantasma ideológico denominado sociedad civil, entre una vida pública y una vida privada.

La democracia contemporánea es representativa y es un Estado de derecho. Esto es la autorrepresentación ideológica que el Estado liberal se forja de sí mismo. Significa el imperio de la ley.

Esta democracia liberal contemporánea es la que pasa a partir de 1945 a denominarse Estado social o Estado del bienestar que no es otra cosa que la estructura del poder público existente en las sociedades altamente industrializadas y de constitución democrática. El Estado social señala la existencia de sistemas de seguridad social con garantía y coadministración estatal que tienden hacia la disminución de riesgos sociales de las masas de obreros asalariados y hacia la garantía de un mínimo nivel de vida.

Este concepto contiene la exigencia de organizar el Estado y también –sobre la base de una interpretación democrática del Estado de Derecho que trascienda la limitación liberal– la exigencia de garantizar democráticamente la sociedad, esto es: el proceso de reproducción económica de la sociedad, para concretizar con ello una auténtica igualdad de oportunidades en la codeterminación de todas las cuestiones fundamentales para la sociedad.

Es necesario subrayar el vínculo interno y necesario existente entre sociedad capitalista y democracia «La estructura de la sociedad democrática es isomorfa con la estructura de la sociedad de mercado libre; y aun este isomorfismo ni siquiera necesita ser explicado, cuanto a su génesis, a partir de «estructuras antropológicas más profundas» (nosotros decimos: metaméricas), puesto que la génesis de la democracia política puede entenderse históricamente como resultado de la extensión, hasta cierto punto metafórica, de la estructura de la sociedad de mercado libre de bienes a la propia sociedad política.»{2}

2. La esencia de la Televisión

«La televisión, en su conjunto, se comporta como una máquina que fabrica apariencias positivas o de presencia en un medio de apariencias eleáticas, o de ausencia.»{3} Giovanni Sartori, de forma superficial e ignorante afirma ingenuamente: «La televisión –como su propio nombre indica– es «ver desde lejos» (tele), es decir, llevar ante los ojos de un público de espectadores cosas que puedan ver en cualquier sitio, desde cualquier lugar y distancia.»{4} Además añade que «el hecho de ver prevalece sobre el hecho de hablar», pero se olvida que en televisión, si no hay sonido la televisión es aburrida, la imagen es muda sin el lenguaje articulado. La televisión sería absurda y desconectaríamos el televisor o pasaríamos a otro programa en caso de no haber sonido. Tan importante es el sonido del lenguaje hablado o los caracteres gráficos del lenguaje escrito que sin ellos no hay comunicación, no podríamos considerar a la televisión como un medio de comunicación.

Frente a esto podemos decir que ya vemos desde lejos con la vista, con lo que la definición de Sartori es superficial y trivial. De todos modos, más adelante Sartori llega a acercarse a una definición más precisa sin dar en el blanco: «la televisión nos permite verlo todo sin tener que movernos: lo visible nos llega a casa, prácticamente gratis, desde cualquier lugar.»{5} Esta es una consideración utilitaria epicúrea de la televisión. Pero si la televisión nos permite verlo todo es que entonces, más que ver a lo lejos, lo característico de la televisión es como dice Gustavo Bueno, que perfora la opacidad. Es ver a través de los muros. «Lo específico de la pantalla televisiva... es su clarividencia».{6} La televisión permite ver a través de los cuerpos opacos, «la tecnología de la televisión es la tecnología de la transparencia funcional hecha posible por la acción de las ondas electromagnéticas».{7} «La característica diferencial de la televisión no sería, por tanto, como ya hemos advertido, el hacernos ver a distancia; es el hacernos ver a través de cuerpos opacos».{8}

Por lo demás, la televisión se podría comparar con la caverna descrita en el célebre mito de la Caverna del libro VII de la República. «El mito de la caverna, uno de los mitos claves de nuestra tradición, que Platón expone al comienzo del Libro VII de la República, contiene literalmente la descripción de una situación establecida en torno a la oposición entre apariencias y realidades verdaderas; pero una descripción tan puntualmente ajustada a la situación propia del televidente ante su pantalla que pareciera que la propia televisión ya que no ha podido inspirar el modelo del mito platónico, ha debido estar al menos inspirada en ese «mito de la caverna».{9} El mito de la caverna de Platón, tiene más que ver con la televisión que con el cine. «Pero la situación dibujada por Platón, en su célebre mito, entre los habitantes de la caverna y las imágenes que se proyectan en el muro, se corresponde plenamente con la situación de los televidentes ante la pantalla, y sólo parcialmente (abstractamente) con la situación de los espectadores en la sala de proyección cinematográfica.»{10} El mito de la caverna guarda una estrecha analogía con la televisión.

3. Los límites de la democracia

La democracia sólo tiene sentido en el ámbito de lo político decía Hannah Arendt y lo confirma Gustavo Bueno al constatar el uso abusivo e ideológico del término «democrático», así como al condenar tal uso ideológico. «Pero lo cierto es que el adjetivo «democrático» se aplica, sobre todo desde el punto de vista de las democracias parlamentarias, a regiones del espacio antropológico muy distintas de la sociedad política, como pueda serlo el campo de la familia (democracia familiar), el campo de las corporaciones (universidad democrática, sindicatos democráticos) y hasta el de las instituciones religiosas, científicas o culturales (misa democrática, orquesta democrática o matemática democrática); entre ellas «televisión democrática».

Que hay un abuso en esta extensión del adjetivo «democrático» a campos que no son estrictamente políticos, nos parece evidente.»{11} La democracia no se puede aplicar a todos los ámbitos de la vida. Eso sería la fetichización de la democracia, su ideologización. No hay que desvirtuar la naturaleza exclusivamente política de la democracia. El adjetivo «democrático» sólo tiene sentido usado de forma política y en la política. Nadie aceptaría que el diagnóstico de su enfermedad fuera decidido democráticamente por la propia familia; tampoco serían asumibles por voluntad popular las razones de la indecidibilidad del Principio de Indeterminación de Heisenberg. Por eso, carecen de sentido sintagmas tales como «educación democrática» o «medicina democrática». La extensión de la democracia a ámbitos sociales extrapolíticos no deja de ser una estupidez demagógica.

En última instancia, la democracia es verdadera cuando los electores saben a quienes hay que elegir y por qué lo hacen. Por ello, para que la democracia funcione los ciudadanos tienen que tener una alta capacidad política. Por lo demás, el procedimiento democrático no garantiza por sí mismo que las decisiones políticas sean las justas y convenientes ni que los candidatos elegidos por sufragio universal y regla de la mayoría sean los adecuados.

El pueblo sólo puede elegir a los candidatos que se le presentan y contestar con un Sí o con un No a un problema formulado con precisión que se le somete a su consideración.

Los liberales siempre dijeron y siguen diciendo aún hoy día que la soberanía del pueblo tiene límites y que tampoco en la democracia pueden vulnerarse los principios de los derechos fundamentales y de la división de poderes. «El pueblo no tiene derecho de castigar a un inocente... y no puede delegar en nadie ese derecho. El pueblo no tiene derecho a violar la libre manifestación del pensamiento o la libertad de conciencia, o el procedimiento ni los institutos de protección de la justicia» dice Benjamín Constant. La ley está por encima de todos, incluido el pueblo. La libertad y los derechos individuales están por encima de la democracia. Por eso la jurisdicción constitucional constituye un eficaz freno contra la democracia tiránica. El Tribunal Constitucional constituye una tercera cámara legislativa que puede revisar lo que haya legislado el Parlamento y declararlo inconstitucional. Es pues, la jurisdicción constitucional un límite de la democracia. Esta jurisdicción constitucional plantea el problema de saber hasta qué punto es congruente con la idea de un Estado democrático de derecho la existencia de un órgano no representativo por no electivo, pero que está por encima del mismo Parlamento. En Estados Unidos se habla del gobierno de los jueces. Esta es la tensión entre democracia o soberanía del pueblo y libertades o soberanía constitucional. Otro límite de la democracia lo constituye la división de poderes. Así pues, la democracia se ejercita en un Estado liberal y constitucional. Tocqueville veía que el federalismo de los Estados Unidos como un eficaz freno de la marea igualitaria con que amenaza la democracia a las libertades públicas. También era el federalismo para Tocqueville un eficaz freno al despotismo de la opinión pública. El hecho de que nuestros modernos Estados democráticos sean Estados de derecho hace que sea «propio de la Constitución del Estado Burgués de Derecho ignorar el soberano, ignorar si ese soberano es el monarca o el pueblo.»{12} El ideal del Estado de Derecho Burgués sería incluir toda conducta dentro de la normatividad jurídica, suprimir lo político, la decisión. El que puede quebrantar el derecho es el soberano, que como bien dice Hobbes, está por encima de la ley, porque es su autor. «También para el moderno Estado de Derecho estos quebrantamientos ofrecen el criterio de la soberanía. La dificultad estriba aquí en que el Estado burgués de Derecho parte de la idea de que el ejercicio todo de todo el poder estatal puede ser comprendido y delimitado sin residuo en leyes escritas, con lo que ya no cabe ninguna conducta política de ningún sujeto –sea el Monarca absoluto, sea el pueblo políticamente consciente–; ya no cabe una soberanía, sino que han de ponerse en pie ficciones de distintas especies; así, ya no habrá soberanía, o, lo que es igual, la «Constitución»... será soberana, &c.»{13} Así, de esta forma «El ideal pleno del Estado burgués de Derecho culmina en una conformación judicial general de toda la vida del Estado.»{14} El Estado de derecho es un límite de la democracia.

Finalmente, dice Carl Schmitt con sabiduría política que «El concepto central de la Democracia es Pueblo y no Humanidad. Si la Democracia ha de ser una forma política, hay sólo Democracia del Pueblo y no democracia de la Humanidad.»{15} Este es otro límite de la democracia el que pasa también por la distinción entre ética y moral. La democracia lo es de ciudadanos, no de hombres.

4. Los límites de la televisión

La televisión es isomorfa respecto a la sociedad democrática. La democracia sólo puede darse en una sociedad capitalista con mercado libre y la televisión sigue las mismas reglas que la sociedad democrática.

En el fondo la democracia es un gobierno de la opinión, de la doxa como ya señaló agudamente Platón. La opinón pública es la opinión que la población tiene en un momento dado respecto a algún problema político o social.

¿Cómo se forma la opinión pública? Hay que señalar la importancia de los medios de comunicación de masas, entre los que destaca la televisión. Pero además es importante señalar la influencia de la moral pública y social, las ideologías y el derecho. La importancia de la opinión pública es tal que los poderes públicos procuran ajustar su acción política a las fluctuaciones de la opinión. Por otro lado intentan llevar a cabo políticas que se correspondan con las demandas de las voces influyentes capaces de generar una particular opinión de carácter político.

El reconocimiento específico de la opinión pública como factor condicionante de la política es relativamente reciente. Ahí tenemos a Maquiavelo como evidencia de la sensibilidad ante la cuestión en el momento mismo del surgimiento del Estado moderno. Es sin embargo, el liberalismo quien da al fenómeno pleno reconocimiento. Algunas veces opinión pública significa voluntad popular, pero en la mayoría de los casos los liberales consideran que la opinión pública es el conjunto de las opiniones de los hombres más ilustres, instruidos y sabios de la sociedad burguesa. Opiniones importantes que deben ser tenidas en cuenta en la práctica gubernamental. Bentham considera que la opinión pública es un auténtico freno para los gobernantes, enriquece el trabajo legislativo, vigilante en las sesiones públicas de los parlamentos como público asistente a las deliberaciones parlamentarias. En el fondo, es una instancia intermedia entre el electorado y esos órganos de representación. Benjamín Constant concibe el Parlamento como «representación de la opinión pública». Según James Bryce, la verdadera democracia es el imperio de la opinión pública.

La concepción liberal inicial de la opinión pública tiene rasgos aristocráticos por lo que acabamos de constatar. Cuando se implanta el sufragio universal, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, la opinión pública es entonces la opinión de todos los ciudadanos. Dice Carl Schmitt que «La opinión pública es la forma moderna de la aclamación.»{16} Por lo demás, añade Schmitt, «No hay ninguna Democracia, ni ningún Estado, sin opinión pública, como no hay ningún Estado sin aclamación.»{17} Por ello en la moderna democracia son imprescindibles los partidos políticos. Hay una fuerte relación entre democracia, opinión pública y partidos políticos. «No hay ninguna Democracia sin partidos, pero sólo porque no hay ninguna Democracia sin opinión pública y sin que el pueblo se encuentre siempre presente.»{18}

Todos sabemos que en el régimen democrático hay muchos componentes elitistas como para que quien gobierne pueda permitirse ignorar las opiniones competentes, cualificadas, de las minorías cultas e influyentes de la sociedad. Ahí están los diarios selectos de escasa tirada, revistas políticas, de opinión, profesores, los clérigos, los artistas, los escritores, políticos ilustres, &c. son entre otros soportes de una opinión pública en sentido restringido que ejercen una cierta influencia en el Estado.

Es evidente que el gobierno presta atención a la opinión pública y ello tanto en el sentido restringido como en el sentido amplio. Para conocer la opinión de las masas están los sondeos de opinión. Los gabinetes de prensa son fundamentales para que los gobernantes sigan las opiniones e informaciones sobre ellos con atención. La democracia es así continua. No sólo los ciudadanos votan en las fechas previstas para las elecciones, sino que entre elección y elección las encuestas de opinión hacen que el pueblo ejerza involuntariamente una influencia en el gobierno.

Así el gobierno democrático termina ajustándose permanentemente a la estructura de la opinión pública. Los estudios de opinión no solamente cumplen una función informativa y orientadora para la acción del Gobierno, sino que pueden ser utilizados para legitimar determinadas acciones del Gobierno.

Es importante en los estudios politológicos el considerar la influencia de los medios de comunicación de masas en la conformación de la opinión pública y por tanto en influir en el funcionamiento del sistema democrático. Sartori, Bourdieu y otros críticos culturales de la televisión sostienen que la televisión deteriora la democracia. Entre nosotros Gabriel Albiac identifica televisión con fascismo: «La televisión es el fascismo. Hoy. Configuración disciplinaria de las conciencias. Sin resquicio. El proceder de esta máquina es brutal. En el modelo de dominación clásico, el tiempo de trabajo lo era de explotación. Ahora, el televisor coloniza incluso el tiempo libre y hace del hogar privado territorio hostil, pseudópodo de la fábrica. Ni un segundo de la vida escapa ya al control productivo. La gran máquina mediática, filtrada en cada gesto de nuestras vidas, generadora de convicciones, certezas, modelos estéticos, éticos y –por supuesto– políticos, es finalmente Dios. La desposesión es perfecta. Ni nuestros sueños ya nos pertenecen: la máquina los rige.»{19} Como la televisión entontece a las masas, siendo las masas víctimas y objeto de la manipulación, entonces las incapacita políticamente y de ahí el peligro que se deriva de esta incapacidad política para la democracia. Sin embargo, la dirección más significativa en el estudio de la cuestión ha tendido a relativizar la significación de los medios de comunicación en cuanto a su papel de condicionadores de la opinión del vulgo. Vamos, que Sartori y Bourdieu le conceden a la televisión demasiados poderes y eso hoy por hoy no está demostrado que sea así. Además, la crítica cultural formalista e idealista es un sustitutivo de otras críticas al orden económico, social y político.

Los medios de comunicación confirman lo establecido previamente. Son funcionales respecto al conformismo social. Son propiciadores de la conservación y mantenimiento del orden económico y social existente.

La televisión no tiene poderes omnímodos igual que la democracia y el mercado no tienen poderes omnímodos. La televisión no puede hacer con la audiencia lo que quiera. No puede imponer cualesquiera objetivos y valores sociales. No se requiere el mismo esfuerzo para reafirmar a la opinión en ideas y opiniones ampliamente compartidas que para la introducción de nuevos puntos de vista. La televisión enfrentada a los agentes básicos de socialización, la familia y el sistema educativo, fracasa en sus intenciones innovadoras.

Giovanni Sartori afirma que «el valor democrático de la televisión –en las democracias– se va convirtiendo poco a poco en un engaño: un demopoder atribuido a un demos desvirtuado.»{20} Sin embargo, al mismo tiempo sostiene que «no cabe duda de que la televisión ha precipitado la crisis de los regímenes comunistas». Parece que la televisión influye en la opinión pública de forma radical, pero más adelante afirma: «Pero con respecto a las teocracias islámicas la televisión occidental es impotente y no tiene ninguna influencia. Por el contrario, en manos de los ayatollahs fundamentalistas, la televisión se transforma en un formidable instrumento de fanatización y de proselitismo antidemocrático».{21} Entonces aquí se ve la contradicción de Sartori: Por un lado la televisión influye tanto en el vulgo que lo embrutece, pero sin embargo no influye en el vulgo islámico. Eso es lo que no acierta a explicar.

Tampoco Sartori acierta con la capacidad política de las masas. Exige que la masa sea muy instruida y politizada para que la democracia funcione. ¿Pero acaso no estamos ya en un Estado democrático que funciona y con esa masa tan embrutecida a decir de Sartori. Sartori tiene una concepción ideal, normativa, axiológica de democracia en vez de preocuparse de la democracia efectiva y real. La despolitización no impide que el vulgo sepa de política algo. La gente no es tan manipulable como afirman Bourdieu y Sartori o entre nosotros Albiac.

Es que no se quiere reconocer que existen los tontos ontológicamente, un cierto no ser. Ya Platón dijo que la masa no es filósofa, sino filodoxa y ello de forma constitutiva, ontológica, esencial. Si se quiere, la estupidez de la masa es un elemento trascendental, empírico, sí, pero no accidental por ello. Como dice Bueno, entonces respecto al supuesto embrutecimiento del vulgo por parte de la televisión, «si la televisión induce a los ciudadanos, antes que nada, al ensueño o al entontecimiento, esto habrá que cargarlo, ante todo, a la cuenta y responsabilidad de la muchedumbre televidente que se deje engañar, y no a la televisión misma. Con la mayor atención hacia los críticos que subrayan los efectos perniciosos de la televisión, sostenemos que la televisión sólo puede entontecer a quienes ya están entontecidos, según los criterios pertinentes de entontecimiento que utilicemos.»{22} Por ello, acierta Bueno al afirmar que cada pueblo tiene la televisión que se merece. Lo mismo podríamos decir del pueblo en un Estado democrático, que tiene el gobierno que se merece. También es cierto que el drogadicto es el autor de su propia drogadicción y que las drogas sólo embrutecen a quien está previamente embrutecido. No, la televisión no vuelve heterónomo a nadie. Hace falta previamente ser heterónomo para luego regodearse en ver un programa de televisión zafio y burdo. «La audiencia, es decir, las audiencias, absorben lo que avanza en la dirección de sus intereses; llamar ingenuas o inconscientes a un tipo de audiencias y conscientes o críticas a otras, es trasladar la distinción a un terreno metafísico, porque tan consciente y crítica es la audiencia que se complace con los culebrones, como la audiencia que los aborrece, prefiriendo por ejemplo, programas económicos, ecológicos o políticos.»{23} Gustavo Bueno afirma que no hay que considerar al telespectador como un ser pasivo y manipulable fácilmente. Hay pues que evitar «la tendencia a considerar al espectador televidente como un mero receptor, espejo o sujeto pasivo, y, además de naturaleza individual; una arcilla dócil, en la cual una pantalla impersonal, en funciones de dator formarum, fuera imprimiendo sus patrones. Porque el sujeto receptor, ya en su mera actitud de vidente o visionario, es un sujeto operatorio, sin perjuicio de que él esté a su vez moldeado por otros sujetos operatorios.»{24} Como el sujeto que ve la pantalla es un sujeto activo, operatorio y no pasivo, he aquí el verdadero límite de la televisión.

Abundando en los límites de la televisión y siguiendo a Gustavo Bueno, podemos afirmar que «muchos hechos milagrosos no pueden aparecer en pantalla».{25}

Yo diría que la dictadura de la audiencia siempre existe. Ello se produce tanto en un régimen de televisión monopolizada por el Estado como en un régimen de multiplicidad de emisoras de televisión y además, tanto en una dictadura como en una democracia. La doctrina de los críticos culturales de la televisión de que la masa es moldeada por la televisión es demasiado exagerada y la considero falsa de todo punto. No está demostrada por ningún estudio serio. Ello es enteramente aplicable tanto a los libros, periódicos como a emisoras de radio.

Dice Gustavo Bueno sobre la dictadura de la audiencia: «En un régimen de televisión controlada (por el poder político, por el poder religioso, por el poder económico), la tesis del primado de la «dictadura de la audiencia» frente al primado de la «dictadura del gobierno» tendría que comenzar mostrando cómo y en qué medida suficiente, una dictadura implica siempre el consenso (aunque no el acuerdo) del pueblo. Pero en un régimen de televisión libre, de múltiples cadenas opcionales, la tesis que pone en la audiencia televidente el principio de una «dictadura de la televisión» («lo que no está en el mundo no está en la televisión») resulta mucho más probable. Si las más tiránicas dictaduras políticas tienen como instrumento ejecutivo más eficaz la liquidación del súbdito rebelde o insumiso, la dictadura de la audiencia posee como instrumento ejecutivo principal de su poder (en el supuesto de una sociedad de consumo en la que los programas de televisión se financian por la publicidad, que depende a su vez del audímetro) el mecanismo del zapping.»{26} Así, es la audiencia la que dicta la viabilidad de los programas de televisión. Los responsables de la televisión basura son las audiencias de los programas de televisión basura.

Bourdieu, Sartori, &c. pertenecen a lo que Bueno denomina «teoría crítica de la televisión». Son estos teóricos, hombres bondadosos con el pueblo y críticos con la televisión que perjudica al pueblo televidente. Esto comenzó con Adorno y la Escuela de Frankfurt. Bueno nos cuenta que muchos profesores e intelectuales no querían comprar el televisor. Pero igualmente podrían no haber querido comprar los periódicos, los aparatos de radio o los libros.

Bourdieu y Sartori como recientes representantes de la teoría cultural crítica de la televisión quieren salvar al vulgo del embrutecimiento. «El conjunto de proposiciones, más o menos disperso, que engloba esta «teoría crítica de la televisión» parece buscar despertar a un pueblo que estaría supuestamente siendo manipulado o moldeado por la pantalla a través de las apariencias falaces que ella le ofrece.»{27} Al final la teoría crítica de la televisión sostiene que toda la televisión, sus contenidos son falaces, apariencias, engaño. «En su versión más radical, la teoría crítica de la televisión llegará a sostener que la televisión es el ámbito propio de las apariencias falaces, hasta el punto de que la pantalla de televisión se interpone a la posibilidad misma del conocimiento de la verdad, que estaría reservada al Logos y no a la vista.»{28} Este es el caso de Giovanni Sartori.

Finalmente, desde el punto de vista de la historia de la filosofía hay que conocer a George Berkeley para entender la teoría crítica de la televisión. Esto nos suministra la clave para entender tales teorías críticas de la televisión, puesto que «las teorías críticas de la televisión, que contraponen sus funciones de «construcción del Mundo» a sus funciones de «registro del Mundo» podrían ser consideradas como meras aplicaciones, a un caso particular, de la concepción idealista general del Mundo de Berkeley.»{29}

El propio Bourdieu lo declara explícitamente: «Creo, en efecto, que, al aceptar participar sin preocuparse por saber si se podrá decir alguna cosa, se pone claramente de manifiesto que no se está ahí para decir algo, sino por razones completamente distintas, particularmente para dejarse ver y ser visto. «Ser», decía Berkeley, «es ser visto».{30} Por su parte, Sartori agrega: «En suma, lo visible nos aprisiona en lo visible. Para el hombre que puede ver (y ya está), lo que no ve no existe.»{31}

Esto sirve para mostrar el carácter idealista de la crítica cultural de la televisión ejercida por Bourdieu y Sartori. El «idealismo de Berkeley tendría que ver, como su verdadero correlato metafísico, con las concepciones sociológicas del poder en televisión que defiende la teoría crítica. El Mundo, vienen a decir Adorno, Eco -el Eco de La transparencia perdida (1988)-, Sartori o Bourdieu, es construcción del Poder que, mediante las apariencias de la telepantalla, ofrece a la muchedumbre televidente mensajes dirigidos a controlarla, en beneficio de su gloria. ¿De dónde vienen las ideas? Se pregunta Berkeley y contesta: de Dios, de las cosas no puede venir, porque no existe la materia definida como un mundo que exista independientemente de que yo lo perciba. Así se acaba con el materialismo y a la vez se demuestra la existencia de Dios. La mejor prueba de que existe Dios para Berkeley es que yo tengo ideas en mi conciencia. La mejor prueba de que existe el Poder político o el Poder a secas para Sartori o Bourdieu son las apariencias televisivas que nos sirven constantemente por televisión.

El reconocimiento de componente metafísico-idealista de las concepciones de Berkeley o de Schopenhauer puede también servirnos de canon para determinar hasta qué punto la teoría crítica está inspirada por el «idealismo de las apariencias». Un idealismo que pasa por alto las realidades objetivas que el materialismo histórico subraya en el proceso mismo de la constitución de esas apariencias objetivas que ellas envuelven.»{32} Por ello es por lo que conciben que la opinión pública es pasiva y algo subjetivo, mentalista que se forma en el espíritu independientemente de las condiciones materiales políticas y sociales de existencia y de producción, por lo tanto, algo enteramente manejable por los medios de comunicación entre los que se cuenta, cómo no, la televisión, a la que se le otorgan poderes omnímodos sobre las representaciones del vulgo. Esta creencia o ideología de la televisión y de los medios de comunicación como dominadores del vulgo y de sus opiniones es tan fuerte y está tan arraigada que los políticos están obsesionados por dominar la televisión y por salir la mayor cantidad posible de tiempo en la televisión creyendo que así ganarán las elecciones. Se olvidan de que la gente sabe tomar sus decisiones políticas y de que no hace falta que se conozcan todos los nombres propios de los políticos ni todas las teorías politológicas para ser unos ciudadanos conscientes en las democracias. Basta con saber de forma rudimentaria unas cuantas cosas y sobre todo reconocer los propios intereses. Si todo fuera manipulable como afirman Sartori, Bourdieu y otros, entonces los resultados electorales serían arbitrarios e irracionales, pues variarían constantemente al azar por la presión de los medios de comunicación y sin embargo no ocurre así. Hay una constancia de los votos y de los resultados electorales. En el año 2000, el grupo PRISA de Polanco hizo campaña contra el PP incluso durante la jornada de reflexión y el día de la votación y sin embargo, la gente votó a favor del PP de forma demoledora. Conque eso significa que la gente no es una masa de arcilla enteramente moldeable a gusto del manipulador político situado en el control de la programación de la TV.

Gustavo Bueno, en Televisión, apariencia y verdad trata de delimitar las relaciones entre realidad y televisión y entre los cuatro modelos que propone para entender tales relaciones opta por el IV, Ni la televisión es una parte del mundo, ni el mundo es un mundo entorno de la televisión. Esto marca también los límites de la televisión. Conviene no sustantivar o hipostatizar ni el mundo ni la televisión. El sujeto que ve la televisión no es un sujeto pasivo, sino activo. Es un sujeto operatorio.

Notas

{1} Así también lo entiende al parecer Giovanni Sartori: «Democracia quiere decir, literalmente, «poder del pueblo», soberanía y mando del demos. Y nadie pone en cuestión que éste es el principio de legitimidad que instituye la democracia.» Homo videns, pág. 127, Editorial Taurus, Madrid 2002.

{2} Gustavo Bueno, Telebasura y Democracia, Ediciones B, Barcelona 2002, pág. 154.

{3} Gustavo Bueno, Televisión, Apariencia y Verdad, Gedisa, Barcelona 2000, pág. 49.

{4} Giovanni Sartori, Homo videns, pág. 30.

{5} Giovanni Sartori, Homo videns, pág. 36.

{6} Gustavo Bueno, Televisión, Apariencia y Verdad, pág. 69.

{7} Gustavo Bueno, Televisión, Apariencia y Verdad, pág. 212.

{8} Gustavo Bueno, Televisión, Apariencia y Verdad, pág. 213.

{9} Gustavo Bueno, Televisión, Apariencia y Verdad, págs. 87-88.

{10} Gustavo Bueno, Televisión, Apariencia y Verdad, pág. 88.

{11} Gustavo Bueno, Telebasura y democracia, págs. 142-143.

{12} Carl Schmitt, Teoría de la Constitución, Alianza Editorial, Madrid 1992, pág. 239.

{13} Carl Schmitt, Teoría de la Constitución, pág. 123.

{14} Carl Schmitt, Teoría de la Constitución, pág. 144.

{15} Carl Schmitt, Teoría de la Constitución, pág. 230.

{16} Carl Schmitt, Teoría de la Constitución, pág. 241.

{17} Carl Schmitt, Teoría de la Constitución, pág. 241.

{18} Carl Schmitt, Teoría de la Constitución, pág. 241.

{19} Gabriel Albiac, Desde la incertidumbre, Plaza y Janés, Barcelona 2000, pág. 151.

{20} Giovanni Sartori, Homo videns, pág. 133.

{21} Giovanni Sartori, Homo videns, pág. 133, nota 8.

{22} Gustavo Bueno, Televisión, Apariencia y Verdad, pág. 233.

{23} Gustavo Bueno, Televisión, Apariencia y Verdad, pág. 330.

{24} Gustavo Bueno, Televisión, Apariencia y Verdad, pág. 201.

{25} Gustavo Bueno, Televisión, Apariencia y Verdad, pág. 57.

{26} Gustavo Bueno, Televisión, Apariencia y Verdad, pág. 63.

{27} Gustavo Bueno, Televisión, Apariencia y Verdad, pág. 64.

{28} Gustavo Bueno, Televisión, Apariencia y Verdad, pág. 66.

{29} Gustavo Bueno, Televisión, Apariencia y Verdad, pág. 99.

{30} Pierre Bourdieu, Sobre la televisión, Editorial Anagrama, Barcelona 1997, pág. 16.

{31} Giovanni Sartori, Homo videns, pág. 88.

{32} Gustavo Bueno, Televisión, Apariencia y Verdad, pág. 99.

 

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