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El Catoblepas, número 28, junio 2004
  El Catoblepasnúmero 28 • junio 2004 • página 17
Artículos

Historia virtual

Sigfrido Samet Letichevsky

Tenemos tendencia a imaginar como habría sido la historia si algunos hechos hubieran sido diferentes. La historia no está predeterminada, pero su curso es tan complejo como la predicción del tiempo, aunque a la vez hay fuerzas profundas que la condicionan. Además las interpretaciones de la realidad actual y del pasado son tan diferentes que, en cierto modo, la historia real es al mismo tiempo virtual

Stolypin y la historia contrafactual

En un artículo reciente (ref. 1), André Glucksmann comenta las optimistas fantasías occidentales acerca de Rusia y en particular con respecto a Putin. Y casi al final dice: «Sueño con una Rusia todavía posible, que estuvo a punto de surgir en el umbral del siglo XX. Literatura, música, danza, teatro, pintura, matemáticas, lingüística, filosofía: las luces procedentes de San Petersburgo, Odessa y Moscú iluminaban todo el continente. Si no hubiera existido la I Guerra Mundial ni la catastrófica revolución bolchevique, la Europa del siglo XX se anunciaba culturalmente rusa y mucho más gloriosa.»

Una vieja canción dice que «si no fuera por las olas, Santa Marta moriría». Pero, por suerte hay olas. Y por desgracia hubieron, no una, sino dos Guerras Mundiales. Que habría ocurrido de no haber sido así, es entrar en historia ficción. Pero no es que no tenga sentido: la I Guerra Mundial no fue inevitable: fue una estupidez. (Como escribió Einstein el 24 de Julio de 1949 a Besso: «Es un dichoso destino el de quien está hechizado por su trabajo hasta el último suspiro. En caso contrario, uno sufriría demasiado con la estupidez y la locura de los hombres, tales como se manifiestan principalmente en política»). Pero antes sucedieron otras cosas y algunas iban en la dirección a que apuntó Glucksmann. Por ejemplo, en 1906, el zar Nicolás nombró primer ministro de Rusia a Piotr Arkadevich Stolypin. Orlando Figes dice (ref. 2): «Pero para sus admiradores, y tiene muchos en la Rusia postsoviética, Stolypin fue el estadista más grande que jamás tuvo Rusia, el único hombre que podía haber salvado al país de la revolución y de la guerra civil (...). Su historia es en cierto modo similar a la de Mijail Gorbachov (...)». Otra vez estamos en la historia ficción. Pero me parece que Stolypin no es comparable a Gorbachov. El primero realizó una labor muy exitosa que pudo haber cambiado la faz de Rusia. El segundo se propuso hacer funcionar una economía dirigida, cuadrando el círculo socialista con el mercado. (China parece estar lográndolo, introduciendo el capitalismo rebautizado como «socialismo»).

Stolypin estudió el campo ruso, y encontró que las regiones en las que nunca hubo sistema comunal (la mayoría de las provincias occidentales del Imperio), donde los campesinos poseían sus terrenos y tenían sus propias técnicas de cultivo, eran mucho más prósperos que los campesinos de la Rusia central, donde prevalecía el sistema comunal. Stolypin se convenció de que el problema agrario no se resolvería hasta que no fuera abolido el sistema comunal (y recordemos que Inglaterra inició su despegue económico preparatorio de la revolución industrial al permitir las «enclosures», que abolían las tierras comunales). Esto ya lo sabían los campesinos medievales, que lo expresaban con un proverbio: «Asno de muchos, lobos lo comen.» Como es sabido, los bolcheviques hicieron lo opuesto: colectivizaron la agricultura y la ganadería. La producción agraria fue uno de los más graves problemas de la URSS, debido a la colectivización y a la política de exprimir a los campesinos hasta dejarlos exhaustos, para financiar la industrialización.

Figes dice en pág. 271: «Su propuesta de ampliar el sistema estatal de la educación primaria fue derrotada por los reaccionarios de la Iglesia (...). El mismo destino esperaba a su legislación para eliminar la discriminación contra las minorías religiosas, los viejos creyentes y los judíos en particular.» Y en pág. 268: «La primera línea de su testamento, escrito poco después de su nombramiento como primer ministro, decía: «Enterradme donde me hayan asesinado». «Y, efectivamente (pág. 275), fue asesinado en 1911 por D. G. Bagrov, un estudiante revolucionario que se convirtió en informante de la policía por necesidades financieras.»

El libro de Martinelli (ref. 3) es prosoviético; sin embargo, dice en pág. 278: «Por otra parte, la tierra de labor en Rusia comprendía una extensión de 150 millones de hectáreas como mínimo, incluyendo los terrenos fértiles de la región siberiana. Stolypin consiguió modernizar su cultivo por lo menos en el 10% de su extensión, empresa colosal, encomiable por muchos motivos, porque sin duda la economía agrícola rusa dio, guiada por él, un salto gigantesco hacia adelante. (Bastardillas de S. S.)

Tal vez si un revolucionario no hubiera matado a Stolypin, la agricultura habría progresado aún más, y Rusia se habría industrializado más, y más velozmente... y en 1914 el zar tal vez no habrá hecho la estupidez de entrar en la I Guerra Mundial. Pero si no hubieran sucedido cosas que sucedieron, podrían haber sucedido otras... que ni siquiera podemos imaginar. Tenemos una fuerte tendencia a tratar de imaginar como habría discurrido la Historia si algo hubiera sido diferente. Por ejemplo: las naves de Colón sufrieron, cerca de las Azores, un terrible temporal que las dañó y terminó hundiéndolas. América no fue descubierta. Europa, y especialmente Inglaterra, no se enriquecieron con el comercio colonial, ni España se empobreció por descuidar las actividades productivas a la espera de los metales preciosos. Se estableció un fuerte comercio con China y Japón. En América, la población fue aumentando y, a falta de animales de tiro, intensificaron las actividades navales. En 1684, una flota americana descubrió Europa. O bien, Europa progresó por su parte, a impulsos del comercio asiático e intereuropeo, y dio un fuerte impulso a la ciencia y a la tecnología. En 1874, Europa descubrió América... vía satélite.

Ensayos de Historia Virtual

A esta clase de fantasía se la llama Historia contrafactual, o «virtual». En Gran Bretaña aparecieron muy próximos en el tiempo –1977 y 1979– dos libros colectivos (ref. 4 y 8) sobre historia virtual (lo que parece indicar un particular interés al acercarse un nuevo milenio). El primero de ellos se llama «Historia Virtual» (ref. 4). En la introducción, Niall Ferguson dice que hay cierto recelo «ante este sentido de lo posible», no obstante lo cual, ha habido historiadores como Edward Gibbon que no han vacilado en formular especulaciones contrafactuales y en 1932 J. C. Squire reunió con once colaboradores, ensayos contrafactuales («If it happened otherwise»), y más recientemente, D. Snowman («If I had been...», 1979), y «el Allende de Harold Blakemore consigue mantener la democracia chilena». Pero, dice en pág. 28: «Ya sea porque plantean preguntas implausibles o porque dan respuestas implausibles, la historia contrafactual ha tendido a desacreditarse.»

A menudo suceden hechos de importancia crucial, que dependen de una persona, o de circunstancias muy particulares, como el clima. Esto pone en evidencia la debilidad del determinismo histórico. El devenir histórico es un fenómeno extremadamente complejo, y, como tal, tiene características caóticas. Uno de los factores pudo haber sido diferente, pero ¿se habrían mantenido todos los demás? Ferguson dice (pág. 80): que «Como el personaje Ts'ui Pên de Borges, el historiador se enfrenta a un número infinito de bifurcaciones. Este es, a juicio de Croce, el principal defecto del planteamiento contrafactual».

El ensayo de Jonhatan Clark («¿Qué habría pasado si la Revolución Americana no hubiera tenido lugar?») ilustra la formación de mitos y la reorganización retrospectiva de los argumentos que pretenden explicar la inevitabilidad de la Revolución. «Sin embargo –pág. 117– los intereses de Gran Bretaña se basaban en el comercio con las colonias, no en el control político de las mismas. La solución de Tucker era «separarse completamente de las colonias norteamericanas, declarándolas un pueblo libre e independiente». (Lo mismo sugirió Adam Smith, ref. 5, pág. 609 y 803). Pero (ref. 4, pág. 128) «(...) si la Revolución Americana no hubiera tomado el cariz que tomó en 1776-89, es muy poco probable que el Estado francés hubiera dado tantos tumbos inútiles bajo el peso de sus fatales problemas fiscales, para derrumbarse después en 1788-89 en completa bancarrota». De modo que este hipotético contrafactual habría afectado sobre todo a Francia, con lo que probablemente no habría habido Revolución Francesa... ni tal vez habría gobernado Napoleón, ni Rusia habría sido invadida... ni Kant hubiera sido Kant.

El ensayo de Niall Ferguson, «La Unión Europea del Kaiser» es, probablemente, el más interesante del libro. Señala la posibilidad de que Gray y el Foreign Office exageraran la amenaza alemana (ref. 4, pág. 159) «para justificar los compromisos militares con Francia, de los que eran partidarios».

Alemania no amenazó los intereses británicos, pero pretendía de Francia una indemnización de guerra lo suficientemente grande como para evitar que ésta gastara una cifra considerable en armamentos en los quince o veinte años siguientes. La propuesta más importante era la de una asociación económica centroeuropea, mediante tratados arancelarios comunes (comprendería a Francia, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Austria-Hungría, Polonia, y quizá Italia, Suecia y Noruega).

«Lo único que suponían –pág. 162– las cláusulas económicas del Programa de Septiembre era la creación, unos ochenta años atrás, de una unión aduanera europea dominada por Alemania que no era muy diferente de la que existe hoy día: la Unión Europea (...). De hecho, muchas de las declaraciones oficiales al respecto tienen un notable aire contemporáneo, por ejemplo, la de Hans Delbrück: «Sólo una Europa que constituya una única entidad aduanera puede enfrentarse con el poder suficiente a los todopoderosos recursos productivos del otro lado del Atlántico», o la llamada de Gustav Müller a constituir unos «Estados Unidos de Europa»(...)».

Con su ataque a toda Bélgica, Moltke había salvado al gobierno liberal sin saberlo; este se mantuvo unido en vísperas de la guerra, por miedo a la entrada de los conservadores. Es frecuente que los políticos actúen (incluso tomando decisiones tan graves como entrar en guerra), no movidos por ideas o principios (y a veces ni siquiera por el interés nacional) sino, principalmente, por su interés en acceder al gobierno o permanecer en él. Aurelio Arteta escribió (ref. 6): «Todo estriba en descubrir en cada caso el cui prodest; en cuanto imaginamos a quien puede favorecer, asunto terminado. El sentido partidista agota todo otro posible sentido de aquella propuesta política (...) y no deja resquicio alguno a la pregunta sobre su legitimidad.»

Las consecuencia de ese mezquino egoísmo y de esa miopía política fueron muy graves en lo inmediato y más aún a largo plazo. En pág. 177 dice: «La pregunta de Eyre Crowe siempre ha sido: «Si ocurre una guerra e Inglaterra se mantiene al margen... {y} Alemania y Austria ganan, aplastan a Francia y humillan a Rusia, ¿cuál sería entonces la posición de una Inglaterra sin amigos?» La respuesta del historiador es: hubiera sido mejor que la de la agotada Inglaterra de 1919. Una valoración reciente de los objetivos prebélicos de Alemania pone de manifiesto que si Gran Bretaña se hubiera mantenido al margen –aunque sólo hubiera sido durante unas semanas– la Europa continental se habría convertido en algo parecido a la Unión Europea actual, pero sin la enorme reducción del poder británico en ultramar que supuso la lucha en las dos guerras mundiales. Quizá también se podía haber evitado la completa caída de Rusia en los horrores de la guerra civil y del bolchevismo: aunque siempre hubiera graves disturbios rurales y urbanos, una monarquía realmente constitucional (después de la abdicación de Nicolás II) o una república parlamentaria habrían tenido más posibilidades de éxito después de una guerra más corta. Y seguramente tampoco se hubiera producido la gran penetración del poder financiero y militar estadounidense en los asuntos europeos, que marcó realmente el fin del predominio económico británico en el mundo. Es cierto que, de todas formas, habría podido haber fascismo en Europa en los años veinte, pero hubiera sido más en Francia que en Alemania donde los nacionalistas radicales habrían resultado más persuasivos. Quizá incluso, al no existir las tensiones y presiones de una guerra mundial, las inflaciones y deflaciones de principios de los años veinte y de los treinta no habrían sido tan graves. Con un Káiser triunfante, Hitler podía haber consumido su vida como artista y soldado fracasado en una Europa Central dominada por Alemania, de la que no hubiera tenido muchos motivos de queja.(...)».

«Sin embargo, fue el gobierno británico –y así lo dijo con razón el Káiser– el que decidió finalmente convertir la guerra continental en una guerra mundial, un conflicto que costó más en tiempo y vidas de lo que hubiera costado el 'primer intento de hacer una Unión Europea' por parte de Alemania, si éste se hubiera realizado según lo planeado. Al enfrentarse a Alemania en 1914, Asquith, Gray y sus colegas ayudaron a garantizar que Gran Bretaña ya no fuera lo suficientemente fuerte para controlar a Alemania cuando ésta lograra finalmente ser predominante en el continente.»

En «¿Qué hubiera ocurrido si Alemania hubiese invadido Gran Bretaña en mayo de 1940?», Niall Ferguson nos recuerda que la situación de Gran Bretaña era desesperada en 1940 y que muchos –como Lord Halifax– eran partidarios de negociar con Hitler. Lo que hizo posible su derrota fue la entrada en la guerra de la Unión Soviética y de EE.UU., pero entonces no había la menor garantía de que esto ocurriría (pág. 214) y Hitler y Stalin eran aliados. Incluso en la primavera de 1941 (pág. 224) «Hitler quería asegurar su flanco antes de volverse contra Rusia. Hess voló a Gran Bretaña para tratar de negociar un acuerdo, pero Churchill echó tierra al asunto».

«No es inconcebible que un gobierno dirigido por alguien que no fuera Churchill hubiese firmado una paz por separado con Alemania, dejando libre a Hitler para luchar contra Stalin.»

Sin duda es así, pero uno piensa que ese gobierno habría enfrentado a la opinión pública mundial. Aunque (pág. 235): «André Gide escribió en su diario: 'Si el dominio alemán nos trajera prosperidad, nueve de cada diez franceses lo aceptaría, tres o cuatro con una sonrisa'.»

La hipótesis de una Inglaterra vencida por Alemania, o excluida de la guerra por un tratado, era en 1940 altamente probable. La «historia virtual» comenzaría con las hipótesis de lo que habría sucedido después. También parece sorprendente que no se plantee la posibilidad de que Alemania y la URSS, que eran aliadas en 1940, continuaran siéndolo después. Inglaterra no habría podido resistir sola el ataque alemán. ¿Habría podido EE.UU. vencer a tan enorme coalición?

España: la historia real también es, a la vez, virtual

El ensayo de Santos Juliá, titulado «España sin guerra civil», hace una adecuada descripción parcial de los antecedentes de la guerra civil, que apuntan particularmente a las responsabilidades de la izquierda.

Dice (pág. 184) que «fue la guerra civil la que llenó de un falso contenido el relato de las dos Españas; no la existencia de esas dos Españas la que permite explicar la guerra civil».

Y en pág. 190: «No fue la fuerza de las oposiciones antisistema, reducidas a sus expresiones sindicalistas, socialistas y republicanas, las que hicieron tambalear el edificio monárquico; no fueron el movimiento obrero ni el más bien estancado movimiento republicano los que pusieron en peligro a la monarquía constitucional. La única causa de inestabilidad procedió de la misma clase política del régimen....»

Luego, en pág. 193: «Su caída {de la monarquía} no fue, como la de los Habsburgo y los Romanov, una consecuencia de las turbulencias que siguieron a la Gran Guerra, sino el fruto de su opción política, libre e innecesaria, por la Dictadura.»

Y más adelante, en pág. 197: «El partido socialista y los nacionalistas de izquierda catalanes no dudaron en blandir la amenaza de revolución si la C.E.D.A. entraba en el gobierno, amenaza que materializaron en Octubre de 1934 cuando el presidente de la República accedió a la incorporación al gobierno presidido por el Partido Radical de tres ministros de un partido que no había declarado su fidelidad a la Constitución.»

«La revolución de Octubre de 1934 volvía a mostrar, por una parte, el prestigio de los levantamientos armados sobre el veredicto de las urnas y, por otra, la relativa facilidad con que la República, manteniéndose fieles al ordenamiento constitucional de sus fuerzas armadas y de seguridad, podía sofocar los movimientos insurreccionales.»

Pero en la pág. 201 dice: «Si la República no quería sucumbir ante los militares, no quedaba otra posibilidad que armar a los sindicatos para que se enfrentaran a la rebelión.» «...y un Estado que para contener la rebelión tuvo que armar milicias sindicales o de partidos obreros que, al disponer de armamentos, inician una revolución social.» {Cosa previsible según cita de pág. 197.}

Realmente, ¿«no quedaba otra posibilidad»?

El 18 de Julio de 1980, El País publicó un artículo de Antonio Alonso Baño, «Las primeras víctimas del alzamiento de 1936 fueron los jefes del Ejército» (que ya había sido publicado en Le Monde el 20 de Julio de 1971). Dice que «Sólo se sublevó un general de los ocho capitanes generales que mandaban las ocho regiones militares en que estaba dividido el país. Del total de veintiún oficiales generales de mayor graduación dentro del Ejército, diecisiete permanecieron fieles al Gobierno de la República y tan sólo cuatro se sumaron al alzamiento. Los seis generales de la Guardia Civil se mantuvieron asimismo fieles al Gobierno republicano.»

«El comandante en jefe de la aviación imitó su ejemplo. Del total de 59 generales de brigada, 42 se mantuvieron fieles a la República y diecisiete se sublevaron contra ella. El 18 de julio de 1936 el general Franco tenía en su contra la mitad del Ejército. Por otra parte, hizo fusilar a los dieciseis generales que no pudieron abandonar a tiempo el territorio que él controlaba.»

El 18 de Julio de 1981, el mismo autor publicó «El 18 de Julio o la destrucción del Ejército». En él pregunta: «Quién lanzó la especie de que se sublevó todo o casi todo el Ejército, cuando en realidad fue tan sólo una fracción minoritaria la sublevada, que apenas alcanzaría más tarde la mitad de la oficialidad y escasos generales?...»

«En las filas de Franco ésta idea convenía... En el campo de la República, fracasado el Gobierno de Martínez Barrio, desencadenada la revolución obrera, armadas las milicias, rechazadas las instituciones militares, también convenía ésta idea: el Ejército se ha sublevado...»

«Así se abrió paso la leyenda, que tuvo en Julio Alvarez del Vayo (periodista y ministro socialista de la tendencia revolucionaria de Largo Caballero), en lo que concierne al campo de la República, su más ferviente patrocinador. Esta leyenda fue luego recogida por Salvador de Madariaga en 1942 y se inició una cadena infinita de historiadores que la confirmaron y acreditaron en el extranjero...»

«Todos éstos descubrimientos refuerzan extraordinariamente la tesis mantenida por Diego Martínez Barrio el 18 de Julio de 1936. Fue la mente lúcida que vio claro el problema. Al Ejército español, exasperado por la violencia de la extrema izquierda e intoxicado por las peticiones de la extrema derecha, se le proponía 'salvar a España de la anarquía'.»

Al parecer, podemos concluir:

1) La rebelión del 18 de Julio de 1936 habría sido, muy probablemente, sofocada, si se hubiera actuado con rapidez y energía y confiado en el Ejército leal a la República.

2) La entrega de armas a los sindicatos y partidos izquierdistas hizo que muchos militares se abstuvieran, se exiliaran o se plegaran a los rebeldes.

3) Los izquierdistas fueron un importante factor en la derrota de la República (en realidad casi nadie defendió a la República: los militares la atacaban por la derecha y los revolucionarios por la izquierda). El papel de los izquierdistas recuerda al que tuvieron en otras ocasiones, por ejemplo en la caída de Allende. Las exigencias descabelladas de los izquierdistas asustaron a la clase media y la aglutinaron en su contra.

Todo esto se refiere a la historia real. Pero si es razonable que suscite dudas o alternativas interpretativas de tal magnitud, llegaríamos a la conclusión de que la «Historia Real»... es también virtual.

En pág. 204 destaca que la economía autárquica, cerrada, fue causa del empobrecimiento de la agricultura y de la industria; sin guerra civil, la economía española habría estado en condiciones de lograr un crecimiento explosivo. Por otra parte (pág. 209) «Es una ironía de la historia que el resultado de ese proceso constituyente {1978} venga a ser como la continuación, por otros medios y con una Monarquía restaurada, de lo que intentó llevar a término la República. En este sentido, se podría decir que la rebelión militar que dio origen a la guerra civil, además de horrendo delito, fue inútil. Con otra cultura política, fruto de la doble experiencia de oposición contra, y consentimiento de, la dictadura más que de la continuación orgánica de una tradición liberal y democrática, España ha terminado siendo lo que estaba en germen en la República de 1931 y lo que pudo haber sido si en 1923 la Monarquía no se hubiera echado en manos de un dictador, es decir, lo contrario de lo que intentaron los vencedores de la guerra civil: un Estado integrado en Europa, democrático, con reconocimiento de amplia autonomía a sus nacionalidades y regiones (...) secularizado, con las libertades civiles protegidas en su ordenamiento jurídico, basado en una sociedad alfabetizada, pluralista, permisiva (...)».

El socialismo nazi

Michael Burleigh pregunta «¿Qué hubiera sucedido si la Alemania nazi hubiera derrotado a la Unión Soviética?». Alemania nazi tenía muchos elementos socialistas. «El gigantesco aparato del Frente Laborista Alemán (DAF) de Robert Ley –dice en pág. 270– era el brazo socialmente «progresista» de un régimen más conocido por la represión y el terror. Por medio de sus organizaciones subsidiarias «La belleza del trabajo» y «La fuerza a través de la alegría», se esforzaba por proporcionar al «trabajador alemán» unas condiciones mejores, vacaciones asequibles, deporte y una mayor autoestima, y de este modo aumentar su productividad al tiempo que rompía la solidaridad de clase tradicional. La dirección en el exilio del SPD no tuvo más remedio que reconocer la eficacia de estas políticas, lamentando las «inclinaciones pequeñoburguesas» que mostraban algunos sectores de sus antiguas bases.

{El SPD reprochaba a los trabajadores no ser como los describía la teoría. Pero la realidad apoya más bien juicios como el citado de André Gide. Hoy mismo (22 abril 2004) El País publica un artículo de Francesc Relea en el que dice que «el 54,7% de los latinoamericanos estaría dispuesto a sacrificar un gobierno democrático en aras de un progreso real socioeconómico».}

Durante los primeros años de la guerra, el Instituto Científico Laboral del DAF elaboró planes minuciosos para la dotación de una cobertura sanitaria y de pensiones global, y de esa forma generar y al mismo tiempo responder a las expectativas de una recompensa en el período de posguerra por las privaciones actuales. Ley y su equipo interpretaron una orden específica para mejorar la vivienda pública –un ámbito descuidado hasta ese momento a favor de las construcciones monumentales– como un encargo general para a reforma de las prestaciones sociales y realizaron algunas propuestas que tenían un cierto parecido con las del Informe Beveridge. Por ejemplo, había una nueva política nacional de pensiones por la cual los mayores de 65 años recibirían el 60% de sus ingresos medios durante la última década de empleo. Estos planes se complementaban con una política de ayuda familiar por hijos y medidas de reforma de la asistencia sanitaria».

{No olvidemos que Hitler terminó en tres años con el paro laboral con una política de obras públicas, –keynesianismo intuitivo– sin preocuparse del equilibrio presupuestario, que ya lograría más adelante con la rapiña a toda Europa. Y que su siguiente preocupación fue promover el famoso escarabajo WW, con el expreso propósito de que todos los trabajadores tuvieran coche. Y que en plena guerra, se ocupaba del diseño urbanístico para la posguerra.}

«(...) Las reformas proyectadas en la asistencia sanitaria, incluida la dotación de clínicas públicas, médicos de empresa y sanatorios y balnearios asequibles, encubrían también una visión colectivista y mecanicista de los seres humanos tal como resumía el escalofriante eslogan 'Tu salud no te pertenece', o el objetivo de 'revisar periódicamente' a la población alemana como el que 'revisa un motor' (...). Tal vez este aspecto del contrafactual de una victoria alemana sea el más espeluznante de todos, precisamente porque en su aparente 'modernidad' es muy fácil imaginárselo convertido en realidad.»

Burleigh aclara que lo que impedía una alianza efectiva entre Alemania y la URSS era un aspecto ideológico, el racismo nazi contra los judíos y los untermenschen eslavos. No obstante, alrededor de un millón de rusos (pág. 254) colaboraron con los nazis, la mayoría como auxiliares sin armas, pero había también más de un cuarto de millón de colaboradores militares armados «incluyendo antiguos comunistas». Una Europa nazi sería una visión apocalíptica, pero fuera de señalar la posibilidad, Burleigh no hace conjeturas virtuales.

Historia Virtual implausible

El único ensayo que hace historia virtual es Juan Carlos Torres: «¿Qué hubiera ocurrido si hubiera fracasado el 17 de Octubre?» («La Argentina sin el peronismo»). Pero esa es precisamente su debilidad, porque parte de preconceptos ideológicos, como que «ausente Perón, podrían predicar su mensaje de reparación social» (que no era más que el ropaje de su búsqueda de poder). Y Torres parece creer que es función del gobierno «frenar el costo de la vida y terminar con los especuladores». Al fomentar la antieconómica autarquía, aumentar los salarios por decreto y no velar por el aumento de la productividad, Perón provocó el aumento del costo de la vida y la especulación (que aparece cuando hay escasez). Son, repitiendo palabras de Ferguson, «respuestas implausibles».

Otra fuente de errores es la que describe Johnatan Haslam («¿Qué hubiera pasado si se hubiese evitado la Guerra Fría?») en pág. 315: «Un caso sospechoso es aquel en el que el historiador selecciona arbitrariamente su única variable favorita, modifica su influencia o su verdadera naturaleza, pero mantiene constantes todas las demás variables de la misma ecuación.(...) Moshe Lewin, marxista autodeclarado de convicciones antistalinistas, creía que Bukharin habría evitado la colectivización forzosa de la agricultura en la Unión Soviética, garantizando la industrialización y asegurando el futuro del socialismo.(...) El historiador y filósofo italiano Benedetto Croce hizo una objeción más seria al contrafactualismo. Tal como indicó, es difícil justificar el salto a la corriente de la historia en un punto arbitrario elegido por uno mismo y volver a ordenar los acontecimientos en el mismo, desarticulando la influencia del pasado sobre el presente.¿Por qué no en otro punto río arriba o río abajo?»

Bujarin, al igual que Trotski, se destacaron al lado de Lenin, pero eran incapaces de asumir el rol principal. Por otra parte, sin una dictadura feroz, no habrían podido mantenerse en al poder. Nadie hubiera podido «garantizar el futuro del socialismo» pues se trata de un objetivo no realizable por vía política. Nuevamente, es una respuesta implausible.

En pág. 321 dice: «Lo que se deduce de esto no es que Stalin y sus subordinados no temieron a los Estados Unidos (...) sino que esos temores estaban seriamente condicionados por la creencia de que el arma más importante del arsenal americano tenía un valor limitado, de que la economía del mundo capitalista tenía problemas estructurales que inevitablemente provocarían su derrumbamiento, de que, en el mejor de los casos, las relaciones de los EE.UU. con un Imperio Británico decadente eran turbulentas (...)».

Efectivamente, Stalin esperaba la crisis final del capitalismo, pero, como es sabido, sucedió lo opuesto. Aparte de sus características personales, Stalin estaba tan cegado por la ideóloga como todos sus camaradas.

El ensayo de Diane Kunz, «¿Y si John F. Kennedy hubiera vivido?» desmitifica la imagen de JFK y lo muestra como un presidente mediocre. Pero tampoco hace historia virtual.

Mark Almond en «¿Y si el comunismo no se hubiera derrumbado?» muestra los gruesos errores que destacados norteamericanos tuvieron en la década de los 80 en su percepción de la URSS. Pero también, a su vez, dice cosas sorprendentes En pág. 361: «El glasnost y la perestroika fueron la causa de la caída del comunismo». Es precisamente al revés: fueron tentativas de salir del caos económico, pero al no lograrlo, la relativa libertad, facilitó que los ciudadanos pudieran exigir la economía de mercado. Y dice en pág. 362: «Lo cierto es que el asilamiento frente a los contactos con Occidente era esencial para la estabilidad del sistema (...). La apatía, endémica en la URSS, puede ser frustrante para un gobierno; pero raramente es mortal».

La primera parte es muy cierta. La apatía -el estancamiento- tal vez no sea mortal en sí misma; pero la diferencia de calidad de vida con respecto a los países capitalistas se hacía cada vez más profundas y no se podía evitar que la gente se fuera enterando (aunque evitarlo era el objeto del aislamiento). Llega un momento en el que la gente empieza a pretender vivir como se vive en los países más civilizados. El comunismo fracasó por ser ineficiente. Por ello es inconcebible pensar en que «no se hubiera derrumbado». (Aunque no se puede descartar la posibilidad de que siguiera languideciendo y retrocediendo hasta llegar a parecerse a la actual Biafra) En este caso, se trata de una pregunta implausible.

En su epílogo (pág. 381), Ferguson dice: «No debemos subestimar nunca la acción de la contingencia, del azar; de lo que los matemáticos llaman 'comportamiento estocástico'». Es muy cierto, pero se trata de una precaución previa a cualquier formulación de «historia virtual».

El otro libro

El otro libro de Historia Virtual es «What if» (ref. 8). Editado por Robert Cowley, contiene veinte ensayos. En la Introducción, Robert Cowley hace notar que pequeños accidentes o decisiones instantáneas, pueden tener tan grandes repercusiones como otras aparentemente más importantes.

William Mc Nelly («The plague that Saved Jerusalem, 701 B.C.») piensa que si en 701 A. C. Sennacherib, rey de Asiria, hubiera conquistado Jerusalem, toda la historia posterior habría sido muy diferente.

Los ejércitos de Sennacherib ocuparon 46 plazas amuralladas en el reino de Judah y forzaron a su rey Hezekiah, a encerrarse en Jerusalem «como un ave en su jaula». Pero pudo conservar su trono y seguir adorando a Jahweh en el Templo de Salomón, aunque debió pagar tributo a los asirios. La victoria de Sennacherib fue incompleta, lo cual tuvo enormes consecuencias.El vecino reino de Israel enfrentó el desastre cuando el ejército Asirio comandado por Sargón II capturó la capital, Samaria, en 722 A. C.

Pero aunque en 586 A. C. Nebuchadnezzar, rey de Babilonia, capturó Jerusalem y destruyó el templo, los exiliados no se dispersaron y reorganizaron la escritura para crear una religión claramente monoteísta, continuando así las reformas iniciadas por Hezekiah.

Esto no habría sucedido así, si el reino de Judah hubiera desaparecido en 701 A. C. como sucedió en 722 A. C. con Israel, cuyos exiliados se dispersaron, abandonando su religión: se los llamó «las diez tribus perdidas». En ese caso, las religiones derivadas, Cristiana e Islam, no habrían existido.

Actualmente es muy difícil saber que sucedió ante las murallas de Jerusalem. Quizá una peste obligó a los asirios a retirarse, o fue la escasez de agua, imprescindible para mantener el sitio. Pero lo que importa es que retrospectivamente se fue consolidando la creencia de que el Dios de Moisés y David es todopoderoso y que fue su intervención la que salvó a Jerusalem de los asirios.

Esto es lo que dice Mc Neill. Si lo que modela la historia son las leyendas que la gente acepta, hay que concluir que la importancia de «los hechos» es bastante relativa.

Como este, hay otros ensayos de historia antigua. «La prematura muerte de Alejandro el Grande», de Josiah Ober, menciona que el tema sirvió a Arnold Toynbee para desarrollar una elaborada y romántica historia contrafactual.

En el ensayo sobre Napoleón, Alistair Horne dice que noventa años antes, el historiador George Trevelyan ganó un premio por su ensayo titulado «Si Napoleón hubiera ganado la batalla e Waterloo». Al parecer apunta hacia «una Europa no muy lejana de los sueños de un Charles de Gaulle o un moderno tecnócrata de Bruselas».

Robert Cowley trata (pág. 261) de «The world war that should never have been»». Cita a Neill Ferguson («The pity of war»: «Si Inglaterra se hubiera mantenido fuera o demorado su implicación (...) se habrá pospuesto por décadas la decadencia del imperio Británico, lo mismo que el advenimiento del «siglo americano». Probablemente no habría prevalecido el comunismo en Rusia. Está seguramente influido por las ideas de Nelly Ferguson, pero curiosamente no menciona «Historia Virtual», publicado en inglés dos años antes.

Considera varios escenarios alternativos, sabiendo que hay muchos otros que no podemos ni imaginar. Y dice que en Inglaterra y en el continente, los políticos parecían temer más lo que les sucedería a ellos si no iban a la guerra que si lo hacían. Pero ¿qué habría sucedido si el gobierno Asquith hubiera caído?

John Keegan escribe (pág. 295) «How Hitler could have won the war». ¿Qué habría sucedido si Hitler hubiera elegido el Medio Este desde Bulgaria y Grecia como la principal operación para 1941. Esa riqueza petrolífera hubiera solucionado todas las dificultades de Hitler para mantener su máquina militar. La operación Barbarroja (ataque a la URSS) pudo haberse lanzado en 1942 en circunstancias militares mucho más favorables.

Afortunadamente la visión estratégica de Hitler estaba comprometida por su ideología y nunca se arrepintió de haber atacado a Rusia.»Debemos estar agradecidos de que en la primavera de 1941, no hubiera elegido una estrategia más sutil e indirecta».

William Murray relata («GAT a taxi driver wrought») que en 1931 un taxi atropelló a Churchill en Nueva York. Si lo hubiera matado, el Primer Ministro en 1940 habría sido Lord Halifax y Gran Bretaña se habría rendido a Alemania. «¿Cómo puede uno asignar –pregunta Murray– los problemas de una nación a un accidente de taxi?» Es enteramente posible; también podemos imaginar que Hitler pudo haber muerto de viruela cuando sólo tenía seis meses. Sabemos como sucedieron las cosas, pero ignoramos, de entre los cientos de miles de niños y adultos que fallecen cada semana, cuántos podrían haber llegado a ser geniales inventores o dirigentes políticos cuya actividad habría hecho cambiar la historia, tanto para bien como para mal.

David Fromkin plantea («Triumph of the dictator») la posibilidad de una alianza Nazi-Soviético-Japonesa, que podría haber dominado el mundo. En 1939 Alemania y la URSS concertaron una alianza. Con el objetivo de dominar a Inglaterra y EE.UU. habría sido lógico mantenerla. Pero, como ya hemos comentado, Hitler se movía por prejuicios ideológicos disparatados, y creía que los eslavos son una raza inferior a la que hay que someter.

Conclusiones

Creo que los ejemplos son suficientes, y podríamos intentar sacar algunas conclusiones:

1) La Historia no tiene un rumbo preestablecido. Continuamente actúan factores (entre ellos decisiones humanas) que podrían haber sido diferentes y alterar notablemente los resultados.

2) Es legítimo imaginar –sobre todo en los acontecimientos cruciales– alternativas plausibles. Pero pueden haber muchas otras que no alcancemos a imaginar. Por eso, hacer historia virtual es como predecir el tiempo: se puede hacer razonablemente sólo para las siguientes 24 horas. Más allá, es literatura. Por eso casi ningún ensayo pasa de señalar algunas alternativas posibles; los pocos que intentan algo más (como para poder hablar de historia virtual) caen en lo implausible.

3) La sociedad humana es muy compleja, y como todo fenómeno complejo, es caótica y genera leyes no predecibles.

4) Además, las predicciones se basan en hipótesis. Si estas son erróneas (como, a mi juicio sucede al decir: «El glasnost y la perestroika fueron las causas de la caída del comunismo», o «los políticos encaran ideas o principios», o «el gobierno debe terminar con la especulación» o creer que «Allende podría haber mantenido la democracia» (cosa improbable porque aunque fue elegido democráticamente, se extralimitó de su mandato e inició reformas que llevaban al caos, ver ref. 7), el pronóstico será forzosamente errado.

La «lógica» no basta; hay que observar cuidadosamente como son las cosas, no sólo como deberían ser. Muchos piensan que la propiedad comunal es más eficiente que la privada. Pero Stolypin las observó en funcionamiento y vio que sucede lo contrario. Además cuando no hay mercado libre, la formación de precios es arbitraria y se pierde la función de los precios de mercado en la asignación eficiente de los recursos, lo que origina grandes despilfarros.

5) Sin embargo al mismo tiempo, junto al carácter aleatorio del proceso histórico, hay tendencias profundas (¿tal vez los atractores extraños de su movimiento caótico?) que conducen a situaciones análogas, aunque sucedan en circunstancias diferentes (se habría llegado a una Unión Europea con guerra o sin ella; España habría desarrollado una economía abierta y un sistema democrático, mucho antes y sin guerra civil, como lo hizo finalmente).

El intento de instaurar el socialismo en Rusia resultó, debido a su implausibilidad y a esas tendencias profundas, en un nuevo zarismo, así como el ataque alemán fue, en otro plano análogo al de Napoleón en 1812.

6) Por último, la historia real es a menudo interpretada de maneras tan diferentes (incluso opuestas), que al mismo tiempo puede considerarse también virtual. Los sucesos están condicionados por el pasado (dependen de tradiciones, tecnología, demografía, economía, &c.). Pero también es cierto que el futuro modifica el pasado. Los alemanes apoyaron a Hitler convencidos de que realmente Alemania perdió la I Guera Mundial debido a la puñalada por la espalda que le asestaron judíos y banqueros.

Referencias

1. André Glucksmann, «Ruleta rusa», El País, 4 enero 2004.

2. Orlando Figes, La Revolución Rusa 1891-1924 (1996), Edhasa 2000.

3. Franco Martinelli, Historia de Rusia, Ed. De Vecchi SA (1973).

4. Historia virtual, Ed. Picador, 1997; Ed. Taurus, 1998. Dirigida por Niall Ferguson.

5. Adam Smith, La riqueza de las naciones (1776), edición de Carlos Rodríguez Braun, Alianza Editorial, 1997.

6. Aurelio Arteta, «La hora del resentido», El País, 14 abril 2004.

7. Sigfrido Samet, «A 30 años del golpe que derrocó a Allende», El Catoblepas, nº 21, pág. 19.

8. What if. Military historians imagine what might have been, Ed. Robert Cowley, G. P. Putnam and Sons, 1999. Agradezco al Sr. Aslan Saleh, estudiante iraní en la London School of Economics, su gentileza, que me permitió conocer este libro.

 

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