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El Catoblepas, número 28, junio 2004
  El Catoblepasnúmero 28 • junio 2004 • página 4
Priones

Reagan

Javier Neira

Ante el fallecimiento del presidente norteamericano
que acabó con la Unión Soviética

El reciente fallecimiento de Ronald Reagan, presidente de EE UU durante ocho años que cambiaron el mundo, ha reactivado las reacciones de repudio y crítica al político americano y también ha desatado una ola de simpatía aunque en lo fundamental reducida a su país. En el resto solo islotes de opinión se han atrevido a asomar la cabeza a su favor en medio de un mar de rechazo e insultos. Y es que Reagan siempre cosechó tormentas de descalificaciones lo que, llegándole de donde le llegaban, seguro que siempre le hizo más gracia que otra cosa.

Como en sus años de presidente, se insistió en estos días en su condición de mal actor. Una crítica verdaderamente sorprendente porque lo cierto es que fue una estrella de Hollywood, quizá no de la máxima magnitud pero sí de considerable brillo sobre todo si se tiene en cuenta que estaba situada en la galaxia más luminosa del universo del cine, por no decir que en la única.

Además las críticas a sus apariciones en películas siempre han resultado extrañas y significativas para cualquier persona bien formada, porque quienes las realizaban y realizan no eran o son precisamente algunos de los seis o siete escritores o periodistas o catedráticos de historia más destacados del mundo. ¿Por qué, entonces, trataban y tratan con tal severidad la condición profesional de Reagan quienes ocupaban y ocupan escalones mucho más bajos en sus respectivos oficios?

Más aún. Las críticas llegaban y llegan desde la izquierda que siempre predica la consideración profesional y social de todo el mundo, sin despreciar a quien desempeña aunque sea el trabajo más humilde o lo desempeña de forma escasamente desafortunada a pesar de su empeño y, que se sepa, nadie ha dudado nunca del empeño de Reagan.

Pero les da todo igual. Con tal de atacar y descalificar al rival –al enemigo y amigo ya que toda rivalidad la viven de forma agónica– renuncian en un parpadeo a todos sus principios. Y es que la doble moral, la ley del embudo y los diferentes sistemas de pesas y medidas son la característica del progre políticamente correcto y valga la redundancia.

¿Por qué Reagan ha recibido y recibe tantos ataques y por qué, también, ha sido y es tan querido?

No hay duda: acabó con el imperio del mal. Derrotó a la patria del comunismo, según su propia definición. Derrotó a la patria del comunismo, a la URSS. Ganó la guerra fría sin disparar un tiro, sin convertirla en caliente. Completó lo que se había iniciado hace ahora sesenta años en Omaha: entonces los soldados de EE UU liberaron a Europa del nazismo, después los EE UU, guiados por Reagan, liberaron a Europa del comunismo.

Todo eso resulta insoportable para millones de personas. Y es que, aunque se tienda a pensar bien y ser optimistas, lo cierto es que millones de personas –la mayoría en el conjunto del planeta y seguramente también la mayoría en el primer mundo– no sólo no están interesadas en la libertad sino que la rechazan o detestan.

La razón es obvia: la libertas esta en relación con el destino, con la responsabilidad, con lo que se debe hacer, con la necesidad. Es una carga muy pesada. Pocos están dispuestos a soportarla. La libertad es cuestión de minorías. Al menos hasta ahora y de momento.

Reagan fue un ejemplo de libertad así que fue un ejemplo de necesidad. Después del sueño americano de Kennedy, los EE UU habían entrado en un periodo oscuro. Los procesos revolucionarios, las revoluciones culturales de la segunda mitad de los años sesenta, en buena medida se alzaron contra la participación de EE UU en la guerra de Vietnam.

Nadie se cuestionaba, sin embargo, la participación de la China maoísta y la URSS post estalinista apoyando al otro bando en lucha. Nadie se cuestionaba el avance del socialismo real en los países que inauguraban entonces su independencia tras culminar los procesos de descolonización.

El capitalismo era el sistema político, económico y cultural a combatir. El origen de los males del mundo, la causa de una explotación que hacía la vida imposible a cientos de millones de personas. A miles de millones.

Un sistema que incluso amenazaba con convertir a todo el planeta en un escenario inhabitable: en ese contexto nació lo que ahora denominamos inequívocamente como movimiento ecologista.

En Irán se inició entonces la revolución fundamentalista islámica que ahora se ha convertido, además, en una crisis política como quizá nunca EE UU había experimentado.

El presidente Carter, contagiado de todos los prejuicios, complejos y alucinaciones progres de los quince años anteriores, no supo enfrentarse a los problemas que se arrastraban, recitando el monólogo que los norteamericanos medios –allí casi todo el mundo es norteamericano medio aunque la diversidad humana sea extraordinaria– querían oír.

En ese escenario apareció el actor Reagan, ya convertido en un político con mucha experiencia éxito. Ofreció lo de siempre. Lo que sus antecesores habían olvidado. O les daba vergüenza recitar. Recogió los valores de los padres fundadores: individualismo, familia, propiedad privada, sociedad plural, libertad religiosa, principios... y, por así decir, amenazó a las dictaduras del socialismo real con exportarles esos valores ya que, dijo, eran uno en una tragedia cotidiana y global.

De forma simultánea lanzó un programa de rearme fundamentado, de forma muy acusada, en las nuevas tecnologías. Marcó un ritmo que la URSS no podía seguir por el coste enorme de los programas de armamento pero también por la revolución tecnológica implícita que en el país de los soviet no se podía afrontar. Sin el mercado libre sobre el que actuaban y actúan no habrían sido posibles los cambios, acelerados exponencialmente, en la ciencia y en la tecnología, que acabaron con la Guerra Fría al derrumbarse la URSS ante el empuje americano.

La fórmula de Reagan fue sencilla, como siempre ocurre con las fórmulas ganadoras: ideas probadas con éxito hasta la saciedad y empuje sin límites en el esfuerzo. Fe y voluntad.

 

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