Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 26 • abril 2004 • página 24
Noticia crítica del último libro publicado por Pierre Bourdieu:
El oficio de científico. Ciencia de la ciencia y reflexividad (Anagrama, 2003)
«La autonomía que la ciencia había conquistado poco a poco entre a los poderes religiosos, político o incluso económicos, y, parcialmente por los menos, a las burocracias estatales que garantizaban las condiciones mínimas de su independencia, se ha debilitado considerablemente (...) la sumisión a los intereses económicos y a las seducciones mediáticas amenaza con unirse a las críticas externas y a los vituperios internos, cuya última manifestación son algunos delirios «posmodernos» para deteriorar la confianza en la ciencia, y muy especialmente, en la ciencia social. En suma, la ciencia está en peligro, y en consecuencia, se vuelve peligrosa» (P. Bourdieu, El oficio de científico.)
§. 1
Pierre Bourdieu (1930-2002) ha escrito diversos libros y ensayos. Por ejemplo, sobre educación, Los estudiantes y la cultura (1964), periodismo y teoría de la comunicación, Sobre la televisión (1997), sobre crítica del arte, Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario (1992) así como muchos otros trabajos tan conocidos como La dominación masculina (1999), un texto de cierta relevancia para la teoría feminista o La distinción (1979), donde ensaya una crítica social del gusto. Se ha destacado también como un crítico tenaz del neoliberalismo y los efectos de la globalización (La misera del mundo, 1993, Contrafuegos, 1999). Su principal aportación a la sociología se resume en la teoría de la práctica (Razones prácticas, 1997) y en la idea del «habitus»; un instrumento crítico que propone un balance entre el objetivismo y el subjetivismo de los estudios sociales con el fín de superar tanto el análisis estructuralista como el etnológico (y sus tendencias respectivas a privilegiar los aspectos etic y emic respectivamente).
El oficio de científico. Ciencia de la ciencia y reflexividad reproduce en papel un curso que Pierre Bourdieu impartió en el College de France sobre sociología de la ciencia.
§. 2
Me parece que una de las enseñanzas fundamentales de la Teoría del Cierre Categorial consiste en subrayar que las ciencias positivas no se desenvuelven en un territorio virgen, que no brotan misteriosamente desde ninguna fuente de prístina epistemología. Las ciencias proceden, por el contrario, desde fuentes que no son ellas mismas científicas (sino mas bien tecnológicas y artesanales) y ello contra cierto «gnosticismo» científico que prefiere ignorar la dialéctica característica de estas ciencias con su medio (no científico). Esta dialéctica (diaméricamente considerada) incluye tanto contradicciones internas a la ciencia (de unas ciencias con otras ciencias, así como de una ciencia consigo misma) como contradicciones externas, dadas en las intersecciones con los contextos extracientíficos. Las ciencias poseen, en todo caso, una raíz socio-histórica precisa, y ello aunque sus núcleos gnoseológicos (los teoremas, según la TCC) no sean reducibles enteramente a este «contexto de descubrimiento», por decirlo con Reichenbach.
El diagnóstico de Bourdieu alude, en la cita que reproducimos, a esas contradicciones externas objetivas entre las ciencias y las ideologías envolventes, y no únicamente aquellas que dicen referencia a ideologías en principio alejadas de nuestra «cosmovisión ilustrada» (por ejemplo, las escandalosas «críticas» creacionistas a la teoría de la evolución o a la segunda ley de la termodinámica; o simplemente el soterrado retorno del «pensamiento mágico» popular al estilo Harry Potter, El Señor de los anillos y otros artefactos «new age»), sino también a la supuesta sumisión de la ciencia ante los «poderes temporales» (La crítica de la «razón instrumental», y no sólo en el sentido de los frankfurtianos, sino también en el sentido del mismo Papa de Roma cuando protestaba por la instrumentalización que de la biomedicina habrían hecho los laboratorios a propósito de los tratamientos contra el SIDA).
La obra de Bourdieu, por lo que refiere a la sociología de la ciencia, pretende enmarcarse en un «habitus» (por decirlo a su modo característico) que distará tanto de la postura «heroica» revolucionaria como del «radical chic» (al estilo posmoderno), y ello renunciando al «doble juego» del sociólogo-filósofo, o bien del etnólogo-filósofo, por cuanto su «socioanálisis» pretende arraigar en una tradición de cuño científico positivo, aún inspirándose en la «filosofía rigurosa» de Koyré o Bachelard. Se trata de evitar, tanto el realismo objetivista, como el escepticismo o nihilismo gnoseológico.
Precisamente, Bourdieu presenta su proyecto de una «ciencia de la ciencia» (bajo la «férula sociológica») como una poderosa reacción, tanto frente a las alternativas críticas de la nueva sociología de la ciencia (al estilo de Merton), como frente al nihilismo posmoderno o bien la sumisión de la ciencia al poder temporal y la seducción de las ideologías. Ahora bien, lo que, por nuestra parte, podemos poner en duda, es que semejante perspectiva de una «ciencia de la ciencia» tenga que identificarse necesariamente con el enfoque sociológico. Al menos si se toma como referencia la TCC, no cabe hablar de una «ciencia de la ciencia» si esta se entiende como «síntesis suprema» o como «teoría general de la ciencia» capaz por sí misma de alcanzar la misma esencia gnoseológica. No hay, propiamente, una «ciencia de la ciencia», sino varias: Psicología de la ciencia, Historia de la ciencia, Lógica de la ciencia &c. Así, el psicólogo de la ciencia, desde una teoría de la ciencia basada en el análisis de las ciencias como «conocimiento», tenderá a considerar oblicuamente los resultados ofrecidos por las ciencias sociológicas. Otro tanto ocurrirá con el lógico o con el historiador de la ciencia, que tenderán a privilegiar las estructuras formales sintácticas (ciencias como sistemas lógico-proposicionales), o bien el etnólogo, que tenderá a analizar las ciencias como productos culturales (ciencias como etno-ciencias). Todas estas «ciencias de la ciencia», en todo caso, atribuirán un significado oblicuo, no central, al socioanálisis científico.
Pese a este indudable «sesgo sociológico», la pregunta que trata de responder Pierre Bourdieu se acerca bastante, según pensamos, a la pregunta gnoseológica por la esencia de las ciencias, en cuanto estas han sido capaces de alumbrar verdades de algún modo «trans-históricas», que sin embargo no encuentran su razón última en fundamentos separados o «metaméricos» (como pudieran serlo las «semina scientiae» de Descartes o el sujeto trascendental kantiano, por no hablar de la «patria de las ideas» platónica). Pues la verdad científica estaría situada, para Bourdieu, entre medias de ese «binomio epistemológico» que formarían de un lado el logicismo (y su tendencia al objetivismo y al proposicionalismo) y de otro el historicismo (con su tendencia relativista y escéptica). La crítica sociológica de la ciencia, de esta forma, se presenta, como una superación de esa «tradición escolástica» (nosotros diríamos: la tradición proposicionalista y logicista de la ciencia) que tiende a contemplar el análisis de las ciencias en tanto sistemas ya cristalizados, conclusos y perfectos; sistemas de proposiciones en una ciencia ya establecida (digamos, en su «contexto de justificación») y no ya, por el contrario, en una ciencia en marcha o en una(s) «ciencia(s) en formación».
El propósito de Bourdieu es, ante todo, evitar el «efecto de radicalidad» que sin duda habría propiciado la «nueva sociología de la ciencia» como ciencia falsamente neutralizada. Por ejemplo, para Latour la actividad científica no pasa de ser un tipo de literatura capaz de producir cierto «efecto de verdad». Este efecto estaría basado en la centralidad de la explicación (donde será posible encontrar un «cierre proposicional», pero no tanto un «cierre objetual» por cuanto la verificación no resultaría de un proceso objetivo, sino de un proceso de auto-verificación de la realidad artificial como una construcción social, entre otras) y en una visión semiológica del mundo (paralela, acaso, al textismo de Geertz).
En la visión de la nueva sociología de la ciencia, los científicos no pasarían de ser, según esto, «empresarios capitalistas», donde el análisis de las ciencias quedaría centrado en el descubrimiento de las alianzas y las luchas cínicas por el crédito sociológico, según un modelo explicativo basado en el finalismo de los agentes individuales.
La sociología de la ciencia de Bourdieu surge, justamente, como la crítica del microanálisis del laboratorio y del modelo finalista basado en estas estrategias cínicas individuales de lucha y poder; unos modelos que, de hecho, habrían puesto en peligro el estatuto gnoseológico de la ciencia y su prerrogativa para distinguirse de otros modos de conocimiento. La propuesta del sociólogo francés consiste, pues, en diseñar una teoría general del espacio científico cuyo «campo» presupone, pues, una visión dialéctica de las ciencias (frente a las ideas de la ciencia pura, exquisita), dado que semejante campo estaría conformado esencialmente por la presencia de fuerzas y luchas (entre los dominadores o la «ciencia normal» y los dominados o posibles «revolucionarios») que se desenvuelven entre medias de unas ciencia in-fectas en los procesos sociales e históricos (si bien no habría porque reducir las ciencias a estos procesos). Además, el capital científico resultante del campo tendría en cuenta tanto el análisis del conocimiento como el papel esencial del re-conocimiento (reconocimiento del hecho científico en cuanto «homolegein» o consenso derivado del diálogo dialéctico). Pues el «conocimiento» científico empieza a ser propiamente tal, en efecto, en el mismo momento en que es re-conocido por la comunidad de científicos.
Lo que se quiere poner en cuestión, en consecuencia, es tanto la radicalidad escéptica de la tradición relativista como la tradición objetivista de cuño escolástico (lógico-proposicionalista); puesto que ambas tendencias impedirían contemplar a la práctica científica en cuanto esta es el producto de un habitus sui generis. El «oficio de científico» no vendría tanto determinado, y este es un punto verdaderamente crucial, desde un método previamente cristalizado (como se ha pensado tradicionalmente sobre todo desde las líneas más «hermenéuticas» de la filosofía de la ciencia; estoy pensando en Gadamer y esa nítida división de humanidades y ciencias metódicas, el paradigma de la explicación y la comprensión con su cuidadosa distinción de ciencias naturales y ciencias del espíritu, etc), sino más bien desde un dominio práctico (connaiseurship) basado mucho antes en el cuidado por la práctica que en el dominio abstracto de unas normas dadas de antemano. Esta visión de la práctica científica como «arte» (en el sentido de Polanyi, si bien la práctica del científico no se confunde con la del artista) privilegia la competencia técnica y las operaciones manuales, por encima incluso de la lógica. Pues entre lógica y práctica existiría algo así como un hiatus que el «oficio de científico» debe salvar.
«La dificultad de la iniciación en cualquier práctica científica (física cuántica o sociología) procede de que hay que realizar un doble esfuerzo para dominar el saber teóricamente, pero de tal manera que dicho saber pase realmente a las prácticas, en forma de «oficio», de habilidad manual, de «ojo clínico», etcétera, y no quede en el estado de metadiscurso a propósito de las prácticas». (Bourdieu, op. cit., pág. 76.)
La noción de «campo» es pues, junto al «habitus», la idea más potente en el análisis de Bourdieu. Un campo científico que estaría dotado de ciertos caracteres tanto genéricos (compartidos por otros «campos»), como específicos; entre ellos la limitación de su acceso a los especialistas, su sumisión al arbitraje de la realidad misma, o el «postulado de sentido» a la manera de Frege: si todo estuviera en un flujo continuo y nada se mantuviera fijo para siempre, no habría ninguna posibilidad de conocer el mundo y todo estaría sumido en la confusión.
Bourdieu, en todo caso, evita el enfoque epistemológico, al menos en sentido subjetivo, «el sujeto de la ciencia no es un colectivo integrado (Durkheim, Merton) sino un campo, y un campo absolutamente singular, en el que las correlaciones de fuerza y de lucha entre los agentes y las instituciones están sometidas a unas leyes específicas».
La sociología de la ciencia de Pierre Bourdieu se interesa, ante todo, por el análisis de las condiciones socio-trascendentales del conocimiento. En este sentido puede considerarse que su obra se encuentra inserta en la tradición de historización y socialización del sujeto trascendental kantiano. Pues la objetividad que presuponemos a las ciencias depende esencialmente de unas condiciones de observación que son colectiva y socialmente dispuestas: «no existe una realidad objetiva independiente de las condiciones de su observación sin poner en duda el hecho de que lo que se manifiesta una vez determinadas dichas condiciones, conserva un carácter de objetividad» (Bourdieu, op. cit., pág. 131.).
La verificación resultará ser, en resolución, más un proceso sociológico que puramente lógico-epistemológico, donde la «publicación» de sus resultados no se reduzca a mera «publicidad» (como parecía sugerir la nueva sociología de la ciencia), y ello porque la finalidad de esta publicación con vistas al reconocimiento consiste en un «hacer público», un llevar el hecho al consenso social (pues, como decimos, el hecho conocido ha de ser re-conocido por la Institución Ciencia). La ciencia es, en definitiva, una construcción social, pero de tal modo (como el propio Bourdieu se ve impelido a admitir) que sus descubrimientos (sus núcleos gnoseológicos, sus verdades) resultan irreductibles a las condiciones sociales que la han hecho posible.