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El Catoblepas, número 24, febrero 2004
  El Catoblepasnúmero 24 • febrero 2004 • página 21
Libros

Izquierda/Derecha no son categorías políticas

Sigfrido Samet Letichevsky

Sobre el libro de Tzvetan Todorov, El nuevo desorden mundial,
Península, Barcelona 2003

En un ensayo que ocupa sólo 144 páginas, el notable filósofo e historiador de las ideas Tzvetan Todorov, de origen búlgaro, revisa, en relación con el ataque a Irak, las políticas exteriores de EE.UU. y de Europa, y sus repercusiones en el proceso de la construcción europea. No contiene prácticamente ninguna idea «nueva». Pero en lugar de postular antagonismos absolutos, sitúa cada planteamiento en el contexto de los otros, para hacerlo comprensible y aval de medidas para fortalecer ese proceso. Resulta así una estructura novedosa, aunque sus componentes no lo sean. Es además un ejemplo de la función del intelectual: guiar (sin ideologizar) a la opinión pública y a los políticos, ayudando así a mejorar nuestro mundo.

En torno a un magnífico librito

El libro en si (ref. 1) es una síntesis magistral, por lo que resumirlo sería una pretensión absurda. A continuación intento dar una idea de su contenido y selecciono algunos párrafos, con la esperanza de despertar la curiosidad de algún lector y animarlo a leer y diacutir el libro de Todorov. (Los números de páginas se refieren a la ref. 1.)

Es preocupante (pág. 14) que, por primera vez desde 1945, Europa no quiera alinearse en la política de EE.UU., salvo en algunos países en los que hay un divorcio entre la opinión pública y la política gubernamental. Las motivaciones (pág. 27) que se atribuyen a la Administración Bush para atacar a Irak, probablemente sean reales (intereses petroleros, negocio de la reconstrucción, intereses de los fabricantes de armas, búsqueda de la reelección). Pero «El criterio decisivo –pág. 31– es el interés nacional y por consiguiente, en este caso, la seguridad interior». «La política es algo distinto a la moral (pág. 53) y debe ser juzgada según sus propios criterios». Es un grupo neofundamentalista (pág. 37): reivindican un bien absoluto que quieren imponer a todos. Su política no es conservadora (pág. 38) pero tampoco es liberal. Este grupo, como también los que en Francia apoyaban la intervención en Irak son todos izquierdistas con una difusa presencia trotskista (ref. 4).

La doctrina de la guerra preventiva puede abrir (pág. 57) «la vía para una guerra permanente de todos contra todos». Dice en pág. 71: «La política ejemplificada por la guerra de Irak no beneficia a los intereses nacionales de EE.UU.(...) A medio y largo plazo, este tipo de política ha conducido al deterioro del sistema democrático en el interior de Estados Unidos; ha ensombrecido su imagen en terceros países, alimentando un antiamericanismo que podría volverse peligroso; y el beneficio que supone el derrocamiento de la dictadura ha quedado a su vez contrarrestado por los inevitables destrozos que provoca toda guerra y por la incertidumbre política respecto al futuro». Y en pág. 73: «Los intereses de EE.UU. estarían mejor protegidos si el país renunciara a su arriesgada política, que en el futuro podría llevarlo a utilizar las armas nucleares en un primer ataque. Y también estarían mejor protegidos si, por el contrario, EE.UU. procurara que el resto del mundo encontrara legítimas sus acciones».

El desprecio a la ONU ha desprestigiado a EE.UU., pero aclara (pág. 85) que «la organización mundial, lejos de limitar la hegemonía da las grandes potencias, la consagra».

Si así caracteriza la política de EE.UU. y su ataque a Irak, ¿cómo juzga la política opuesta? En pág. 87 dice: «Ahora bien, como una política no puede juzgarse por sus intenciones sino por sus resultados, la política de Francia fue incorrecta.»

Las discrepancias en la UE tiene sus razones (pág. 101) que ilustra con el caso de Polonia. Todorov no menciona a España. En cambio Andrés Ortega (ref. 2) escribió: «Pero en la tensión con Marruecos, Aznar ha visto la larga mano de Francia, que no movió un dedo a favor de España cuando la crisis de Perejil, mientras Powell fue quien la desactivó.» Y al final precisa que «Coherente no significa acertado (...) En todo caso, el giro se ha hecho de espaldas a lo que piensan los españoles, que algo deben contar.» Esto es tan cierto (y Manuel Martín Ferrán también vinculó el apoyo de Aznar a la política de Bush, a la grave tensión con Marruecos, en «Protagonistas» de Onda Cero, el 26-2-04 a las 8.15 hs.) que sugiere que 1) La situación habría sido tan grave que, al no contar con el apoyo de la UE, sólo se pudo contar con el de EE.UU., pagando su precio, y 2) Si el Gobierno afrontó el riesgo político de oponerse frontalmente al deseo expreso del 90% de la población, parece pueril acusar al PP de uso electoralista del antiterrorismo, pues como escribió Santos Juliá (ref. 3): «Ya puede decir el felón, y quienes todavía culpan de todo lo ocurrido al Gobierno del PP, lo que quieran: si no hubiera ido de excursión a Perpiñán...(...) un comunicado de la banda con un veneno mortal para la mera posibilidad de supervivencia de un Gobierno de coalición ya tocado del ala, en fin, un nuevo boquete en la línea de flotación del barco socialista, claramente escindido por la cuestión que más duele en el presente, la nacional.»

Al parecer, el ataque a Irak y las posiciones opuestas de los Gobiernos europeos, no destrozan la unidad de Europa, sino que ponen en evidencia sus limitaciones. Europa acaba de iniciar un camino (y «la existencia de una constitución (pág. 140) europea es ya en sí misma un logro importantísimo, ya que la Unión proclama con ella una identidad espiritual, que no se limita a los intereses económicos».) y lo deseable sería que esta evidencia nos impulse a recorrerlo con más decisión y velocidad.

Todorov opina que Europa debe asumir su defensa por sí sola, si quiere tener una política autónoma (pág. 103). Pero no para imitar a EE.UU. ni para rivalizar con él, y dice en pág. 106: «Hoy en día consideran {los países europeos} que los inconvenientes de una política de éste tipo {de hiperpotencia imperial} superan a las ventajas. Además piensan que los medios financieros de que disponen tendrán un destino más útil en otros programas. Por último consideran que, renunciando a llevar a cabo guerras preventivas para cambiar los Gobiernos que no les convienen, contribuyen a mantener la estabilidad y la seguridad del mundo. Es decir, si optan por esta política no es porque sea superior moralmente, sino porque redunda en beneficio de sus intereses.» (bastardillas de S.S.).

Entre los valores europeos destaca el estatus del individuo (pág. 120) y el laicismo (pág. 123), ambos de origen cristiano. El laicismo establece la separación radical entre el Cielo y la Tierra, entre la teología y la política. Lo contrario del laicismo es la ideocracia (pág. 124) (teocracia y totalitarismo). Queda prohibida cualquier pretensión de crear un paraíso terrenal.

Sugiere «instituir una nueva Europa, no de varias velocidades, sino de varios círculos concéntricos». El interior sería el de los países que están de acuerdo en las políticas de defensa y exterior, y podrían fundar la Federación Europea en el seno de la Unión. En cierto momento, los miembros del segundo círculo podrían unirse a la Federación.

Esta reestructuración implica el reforzamiento de las instituciones centrales (pág. 136).

Habrá que elegir (pág. 138) un presidente de Europa y sugiere instaurar una Fiesta de Europa para celebrar el advenimiento de la Unión (pág. 141) que podría ser el 8 o 9 de mayo, día en que terminó la Segunda Guerra Mundial.

«Izquierda», «derecha», y las categorías políticas

A lo largo del ensayo, Todorov no emplea, ni una sola vez, conceptos como «izquierda» y «derecha». Sus categorías fundamentales son democracia liberal y laicismo, vs. fundamentalismo o ideocracia. Parece entonces que no considera a la cupla izquierda/derecha como categorías políticas. Santos Juliá, en su excelente columna ya mencionada (ref. 3) dice que Carod dañó «a su propio campo, el de la izquierda» (no dice por qué «es» de izquierda, además de que esa palabra figura en el nombre de su partido) y que «cualquier iniciativa tomada o avalada por un partido de izquierda para mantener en vida {a ETA, que, no olvidemos, también «es de izquierda»} no hace más que reforzar a la derecha». Si comparamos entre sí a los partidos llamados «de izquierda» (PSOE, IU, ER y ETA) es obvio que no solo no tienen similitud alguna, si no que son absolutamente antagónicos. En cambio PP y PSOE se diferencian en las características de las personas que los dirigen y representan, pero como partidos, son totalmente similares (aunque competidores por el poder). Pero creo que las palabras de Santos Juliá apuntan a un asunto muy importante:

Es utópico buscar seres humanos perfectos. Por eso, ningún Gobierno lo será. El arma del ciudadano es su voto. Si una persona o un equipo no se desempeñan adecuadamente, en la próxima elección se puede cesarlo y elegir a otro (como sucedió en 1996). La posibilidad de la alternancia es fundamental en democracia. Quien la dificulte, daña a la democracia, a la ciudadanía y al país. El principal partido de oposición debe estar siempre en condiciones de desempeñar las funciones que la ciudadanía le asigne. Los votos no son propiedad de ningún partido, aunque muchas personas siguen una sigla política igual que a un equipo de fútbol. Pero muchos de los que en 1982 apoyaron al PSOE, en 1996 votaron al PP (y volverán a votar al PSOE si este inspirara confianza y estudiara con seriedad los principales problemas). Todos los ciudadanos quieren tener alternativas válidas, pero algunos partidos se autoexcluyen con manejos torpes en busca de una parcela de poder a costa de lo que sea, con lo que obligan al ciudadano a votar al otro partido, aún sin mucha convicción.

La inutilidad política de las categorías que estamos discutiendo, se ve claramente en un artículo de la politóloga Belén Barreiro (ref. 5). Dice, por ejemplo: «Puede que en muchos de los ciudadanos de izquierda o centro izquierda que se abstienen o votan a la derecha haya pesado más la capacidad del PP para resolver el problema del terrorismo o para gestionar la economía, que la mayor distancia de este partido con respecto a cuestiones que tradicionalmente han diferenciado a la izquierda de la derecha.» De modo que los ciudadanos «son» de izquierda, pero votan a la derecha, porque lo que esperan del Gobierno no es ideología, sino la solución e los problemas que más les afectan.

También podemos encontrar buenos ejemplos en la historia política argentina. Félix Luna (ref. 6) cuenta (pág. 72) los beneficios que llegaron a disfrutar los trabajadores argentinos en 1949, «Pero ese mismo año, el empréstito del Eximbank que Perón firmó para solucionar la virtual cesación de pagos al exterior demostró el final de la etapa de euforia y dilapidación (...). Esta rectificación implicaba la adopción de medidas que desmentirían cuanto Perón había dicho y hecho; suponía, además, desmantelar el sistema de alto consumo vigente hasta entonces». En pág. 88 recuerda que en 1946 la Iglesia apoyó a Perón y este implantó la enseñanza religiosa. En 1954 se creó el Partido Demócrata Cristiano. En los meses siguientes el Congreso sancionó una serie de leyes contra la Iglesia, empezando por la derogación de la Ley de Enseñanza Religiosa. En 1954 y 1955 el Gobierno negoció con la Standard Oil un contrato para la explotación petrolera que le concedía una serie de privilegios. Meses después, Frondizi calificaría la zona concedida como «ancha faja colonial, cuya sola presencia sería como la marca física del vasallaje». Y en pág. 90: «Petróleo y religión fueron vinculados entonces para mostrar la vuelta completa que había dado el peronismo sobre sus posiciones originales.(...). Y como culminación, la bandera de la «soberanía económica» era manchada por la concesión, a un consorcio petrolero estadounidense, de un vasto territorio nacional para su explotación». No solo Perón dio «la vuelta completa». Cuando Arturo Frondizi (autor de «Petróleo y Política») llegó a la presidencia, negoció concesiones petroleras y restableció la enseñanza religiosa. Los programas políticos y las «ideas» sirven para atraer votos; el objetivo de los políticos es el poder (si pueden mantener sus programas, mejor; pero, lamentablemente, los programas populistas no son sostenibles).

Nelson Martínez (ref. 7) relata (pág. 121) que el Programa de Huerta Grande (1962) de las 62 Organizaciones de la CGT, tenían un contenido revolucionario que «superaba toda propuesta hecha durante las presidencias de Perón, pero convenía extraordinariamente al líder por su contenido, capaz de galvanizar a los jóvenes peronistas, ya inclinados a dirigir sus miradas a La Habana luego de la revolución de 1959». Enuncia sus diez puntos, estatistas, nacionalistas y proteccionistas. En pág. 122 dice: «El juego desplegado por Perón desde su exilio, imprimiendo al peronismo un movimiento pendular, según el interlocutor, complicaba la cohesión entre sus propios militantes.» Y en pág. 126: «durante 1965 no dejó de respaldar el ala de extrema izquierda representada por la Juventud Peronista. A ellos dirigió estas palabras: «Es imposible la coexistencia pacífica entre las clases oprimidas y opresoras. Nos hemos planteado la tarea fundamental de triunfar sobre los explotadores, aún si ellos están infiltrados en nuestro propio movimiento político». Pero cuando se convocaron las elecciones (1973) «Perón estaba girando hacia la derecha (pág. 141), y con él la CGT, preparando la futura etapa de gobierno en que habría que calmar unas aguas que él mismo mantuvo agitadas mientras le convenía». Y finalmente en pág. 145: «Este giro a la derecha del peronismo llevó a muchos militantes a la cárcel nuevamente, y la juventud intentó explicar esta situación producida justamente ahora, cuando el Viejo estaba en el país, apelando a la «teoría del cerco» tendido alrededor de Perón por el grupo de López Rega.

La explicación de los giros de Perón a la izquierda y a la derecha residía en sus objetivos: dividir para reinar. No le interesaban las «ideas» sino el poder. Conocía la eficacia destructiva de la guerrilla de izquierda, y la utilizó para dinamitar al gobierno de Lanusse. Pero también sabía que a su regreso a Argentina, sería una espada de Damocles sobre su cabeza, y por eso preparó la organización de pistoleros (de la OAS y de la CGT) que, ese mismo día, inició la liquidación física de la «izquierda» peronista. No vivió lo bastante para completarla, tarea que asumió el gobierno militar que tomó el poder en marzo de 1976.

«Hacer triunfar el tango-canción»

Hace algo más de cincuenta años, vi en Buenos Aires una película sobre la vida de Carlos Gardel. En una escena, Hugo del Carril (representando al gran cantor en sus comienzos) dice a sus amigos: «Vamos a hacer triunfar el tango-canción». Como la Historia es retrospectiva, suele mirar al pasado con los ojos de hoy, lo que hace decir algunas tonterías. Gardel comenzó hacia 1910 con canciones camperas, estilos y cifras. Entre tanto, el tango tenía una aceptación creciente en el público, sobre todo, a partir de «La cumparsita» (Gerardo Matos Rodríguez, 1916). Cuando Gardel cantó, en 1917 «Mi noche triste» inicia la era del tango-canción con su versión magnífica, pero el gran éxito de ese tango de Pascual Contursi y Samuel Castriota lo desencadenó Manolita Poli al cantarlo en el sainete «Los dientes del perro», de Weisbach, en 1918. Gardel fue introduciendo en su repertorio más tangos y también valsecitos criollos, fox-trots, etc. El aplauso del público fue determinando el neto viraje de Gardel hacia el tango. Ni Gardel ni los políticos se propusieron hacer triunfar nada, salvo su propio éxito, para lo cual debían ofrecer lo que resultara atractivo para su público.

Referencias:

1. Tzvetan Todorv, El nuevo desorden mundial, Península-Atalaya (2003).

2. Andrés Ortega, «La coherencia en el giro de Aznar», El País, 15-2-04.

3. Santos Juliá, «Sin remedio», El País, 22-2-04.

4. «No se puede imponer por la fuerza la libertad a los demás». Reportaje de J. M. Martí Font a Tzvetan Todorov, El País, 18-1-04.

5. Belén Barreiro. «En busca del votante perdido».»El País», 6-2-04.

6. Félix Luna, Los gobiernos peronistas, Ed. Planeta Argentina-La Nación, 2003.

7. Nelson Martínez, Juan Domingo Perón, Historia 16-Quorum, 1987.

 

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