Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 24 • febrero 2004 • página 4
La respuesta al nuevo periodismo puede consistir
en una restricción general de la libertad de expresión
El concepto de nuevo periodismo ya no se aplica –o no solo se aplica– a la revolución de Ton Wolf sino a un nuevo fenómeno que aun no tienen denominación concreta pero que va de la telebasura a la prensa rosa con mil derivadas y derivaciones.
Como las revoluciones son procesos que remueven lo establecido, es precisamente entre los periodistas donde menos se ve o quiere ver el cambio que se está produciendo.
Lo cierto, de todos modos, es que acosa mucho más a un personaje público de gran poder, a un político destacado, cualquier reportero de un medio del corazón que el más sesudo periodista de uno de los grandes medios nacionales de comunicación. O también, influye mucho más en la opinión pública un tertuliano con cuatro lemas y mucho descaro que el columnista más reputado. Otra cosa es que tal influencia sea positiva o negativa para el conjunto de la sociedad, suponiendo que exista la sociedad en su conjunto.
En España lo que se puede denominar como nuevo periodismo –al menos como epígrafe provisional– maduró la pasada primavera en torno a un programa de la cadena Tele 5 titulado «Aquí hay tomate» especialmente con el seguimiento que hicieron –y siguen haciendo– del alcalde de Marbella Julián Muñoz también conocido como Cachuly. Contrató a la tonadillera Isabel Pantoja, después pasó a enamorarla, hicieron pública su bella relación, volvió a ganar las elecciones, a las pocas semanas fue desplazado de la alcaldía por una moción de censura y sigue y sigue la historia hasta donde es imposible adivinar.
Los antecedentes del nuevo periodismo eran abundantes y con raíces antiguas. Pero el programa «Aquí hay tomate» con la pareja Cachuly-Pantoja dio un verdadero paso adelante y la cantidad –un día sí y otro también– se convirtió en cualidad con las previsibles consecuencias políticas tanto a la hora de ganar la alcaldía como a la hora siguiente en que la perdió.
Esa es la cuestión. El nuevo periodismo ha entrado de lleno en los escenarios de la política, influyendo e incluso determinando hechos de verdadero alcance. La última demostración y la más contundente del nuevo periodismo ha girado en torno al ministro de Fomento Francisco Álvarez-Cascos.
Aunque las opiniones y valoraciones al respecto son distintas e incluso contradictorias es más que razonable que su nueva relación sentimental con la galerista María Porto atrajo hacia el político la atención del nuevo periodismo con tal fuerza que solo unas semanas después tuvo que anunciar que se retiraba de la política.
Solo quien haya seguido día a día los hechos puede valorarlos. Como la llamada telebasura, y la prensa del corazón, son entes malditos para la auto denominada intelectualidad española, la mayoría de los artistas, profesores y comunicadores –la trinidad de la intelectualidad– desconoce los cambios, inmediatez y profundidad de todo lo referente al nuevo periodismo.
Un ministro en una rueda de prensa convencional, en una comparecencia común ante los medios de comunicación, recibe incisivas preguntas del tenor: «¿No es excesivo el retraso de dos meses en la construcción de la carretera?» O en el caso límite de la insolencia: «¿es necesaria esa inversión que, se dice, beneficia a tal grupo con el que por lo visto usted está relacionado?» Se trata, claro, de una parodia, de una caricatura muy exagerada, pero sirve para ilustrar el estado de la cuestión.
Sin embargo, los periodistas de la prensa rosa, de los programas de la telebasura, preguntan a la ex esposa de un ministro por el supuesto embarazo de su nueva novia o sencillamente se mofan a la cara del ministro con cualquier disculpa o siguen a sus familiares hasta que se tienen que refugiar en una peluquería y llamar a un notario para que levante acta del acoso.
En última instancia lo que se busca es un gesto de desagrado o, mejor, un empujón a un cámara, un manotazo de indignación y entonces montar en base a esa anécdota un escándalo mayúsculo sobre las agresiones de los políticos a los informadores.
Lo que cuenta en todo esto es que estamos ante un nueva forma de hacer periodismo –o de antiperiodismo, según las opiniones, pero tal consideración no cambia las cosas– frente a la que los políticos no saben responder. Una novedad tan radical y fuerte que no hay que dudar que va a generar una respuesta muy fuerte.
Una respuesta que va a consistir, con probabilidad, en una restricción general de la libertad de expresión. No estamos ante una conspiración, no se trata de un diseño maquiavélico en dos tiempos de manera que ahora con el acoso personal a los políticos se busca justificar una dura respuesta de los políticos contra los medios. Pero en la práctica es de temer que acabe por suceder así.
El nuevo periodismo no acabaría con el periodismo al degradarlo y banalizarlo sino al provocar una reacción terrible de las instituciones, fundamentalmente de las instituciones presididas y representadas por políticos sometidos al mecanismo del voto popular.