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El Catoblepas, número 23, enero 2004
  El Catoblepasnúmero 23 • enero 2004 • página 6
Desde mi atalaya

La tertulia bilbaína
de la cafetería «La Concordia»

José María Laso Prieto

Sobre una tertulia antifranquista de los años sesenta

Hace ya unos años mi buen amigo Emiliano Serna –veterano militante libertario y, por entonces director de la librería bilbaína Herriak– en carta que me dirigió, me animaba a que elaborase una descripción de la historia de la tertulia que en la cafetería «La Concordia» habían mantenido un nutrido grupo de intelectuales que, entre otras facetas, destacaban por su condición de demócratas y por su activo antifranquismo. Para Emiliano Serna, con un buen criterio, que resultó después plenamente acertado, la reseña de la tertulia de «La Concordia» resultaría muy oportuna por el gran renombre que posteriormente habían adquirido algunos de los integrantes de tan famosa tertulia.

Ahora bien, la tertulia que comentamos, aunque alcanzó su cenit en la década del sesenta del siglo XX, tenía tres precedentes importantes en la década del cincuenta. De una parte la tertulia del Café Mauri, sito en la calle Diputación, en la que participábamos, entre otros, los poetas Blas de Otero, Vidal de Nicolás, Sabina de la Cruz, Gabriel Aresti, «Goico», los pintores Agustín Ibarrola, José Jimeno, los escultores Lucarini y José Ramón Carreras, el escritor Luciano Rincón, el ingeniero Julián Viejo, el mecenas Leopoldo Panera y otros activos contertulianos como Emiliano Serna, Jesús Leciñana, los hermanos Lafuente, Zorrilla, &c.

Los mismos personajes, y otros que después se agregaron, participamos en un intento de reactivar la Asociación Artística Vizcaína, que entonces languidecía bajo el dominio de una Junta Directiva sumamente conservadora, que presidía el crítico Javier Bengoechea. Tal Junta Directiva reaccionó muy mal ante el impulso juvenil en el que participábamos los anteriormente enumerados. Mediante una circular a los socios denunciaba las maniobras que un grupo extra artístico compacto realizábamos para hacernos con el control de la Sociedad. Tal circular era, de hecho, una denuncia a la policía. No obstante se logró una renovación de la Junta Directiva y que se organizase en los locales de la Asociación un diario hablado dirigido por Vidal de Nicolás.

Un tercer centro cultural, que el mismo grupo reactivamos, fue el constituido por el Club de Cultura Hispánica, sito en la parte trasera del edificio de la Diputación, donde realizamos varios recitales de poesía, algunas lecturas teatrales y debates sobre temas culturales, como el que realizamos sobre las Jornadas Cinematográficas de Salamanca. Por entonces se incorporaron al grupo mencionado algunos amigos de Luciano Rincón, como los abogados Gil Sanz y Lombardero, así como un economista apellidado Bilbao. En marzo de 1958, dejé de participar en tales actividades culturales, a consecuencia de mi detención por las Brigadas Socio-Políticas de Madrid y Bilbao por mis actividades antifranquistas. Meses después fui condenado, en un Consejo de Guerra celebrado en Madrid, a doce años de prisión, de los cuales cumplí más de cinco en el Penal de Burgos. En tal Penal, participé activamente en otra tertulia cultural denominada La Aldaba.

El trabajo político en los medios intelectuales y culturales de Bilbao, lo reanudé poco después de salir en libertad en julio de 1963. Para ello reanudé mi contacto con el grupo de intelectuales que había frecuentado en la Asociación Artística Vizcaína y la tertulia del Café Nauri. Entre ellos figuraba Julián Viejo, que trabajaba como ingeniero en Talleres de Zorroza, y el periodista Luciano Rincón. Ambos habían sido detenidos por participar en la preparación del intento de Huelga General de junio de 1959. Luciano Rincón militaba entonces en el Frente de Liberación Popular, conocido habitualmente como «Felipe». Julián Viejo militaba en el Partido Comunista de Euskadi, siendo yo el que le ingresé en el Partido. Desgraciadamente ambos compañeros fallecieron prematuramente años después.

También reanudé la relación con otros amigos, como la poetisa Sabina de la Cruz, el poeta Vidal de Nicolás –actual presidente del Foro de Ermua–, el también poeta Gregorio San Juan, el libertario Emiliano Serna –futuro director de la Librería Herriak–, el poeta en euskera Gabriel de Aresti y su hermano, el novelista José María Aresti, los pintores Ciriaco Párraga, Agustín Ibarrola y Dionisio Blanco. Este último me regaló después un magnífico cuadro, al óleo, que había pintado recordando las tertulias que sufrí. He lamentado mucho su reciente fallecimiento y participé con un mensaje escrito al merecido homenaje que se le tributó en Bilbao. También Sabina de la Cruz me había dedicado un poema con motivo de las torturas a que me sometió la Brigada Político-social de Madrid. Lamentablemente se me extravió ese poema después.

Cuando contacté con tales amigos, éstos habían abandonado la tertulia del Café Mauri y habían pasado a tener una tertulia propia en la calle Campo de Volantín. Esta se desarrollaba en un bar de dicha calle, los sábados por la tarde. A mí no me gustó el local, debido a que era muy angosto y estaba situado en una calle no muy céntrica. Otros amigos coincidían con mi opinión.

Al cabo de poco tiempo conseguimos el traslado de nuestra tertulia a la Cafetería «La Concordia», situada en una calle perpendicular a la de la Estación y muy próxima a la famosa Sociedad «El Sitio», que conmemoraba la ruptura del sitio carlista de Bilbao. El local de la Cafetería «La Concordia» era muy amplio y por ello podíamos disponer de un holgado espacio para la tertulia. Esta se desarrollaba a partir de las siete de la tarde de los sábados. Generalmente, duraba hasta las diez de la noche y, a partir de esa hora, solíamos ir a cenar a uno de los restaurantes situados en Las Siete Calles. Recuerdo especialmente el Restaurante «Gorbea», al cual acudíamos con frecuencia.

El ambiente antifranquista estaba en Bilbao muy generalizado. Ello dio lugar a una anécdota que merece la pena relatar. Uno de aquellos sábados, acudieron a la tertulia algunos de los abogados que se dedicaban en Madrid a la defensa de los presos políticos. Hablaban muy alto, al igual que nosotros. La consecuencia fue que pronto se hizo el silencio en torno nuestro. Los demás comensales presentes en el comedor prefirieron dejar sus conversaciones, para seguir la nuestra. Como resultado final, de tal coincidencia de opinión política, tales comensales aportaron buenas contribuciones a una colecta que, sobre la marcha, organizamos en beneficio de los presos políticos.

En otras ocasiones participaron en nuestras cenas y comidas –a veces eran comidas– algunos personajes relevantes en el amplio campo de la cultura. En ese sentido recuerdo una comida que realizamos con el crítico teatral José Monleón, a la que asistió también el poeta Gregorio San Juan, y el director cinematográfico Basilio Martín Patino. Al primero le conocimos a través de sus colaboraciones en la revista Triunfo, y del segundo, me había interesado mucho su film Nueve cartas a Berta.

Por entonces, se incorporó a la tertulia de «La Concordia» el farmacéutico Ángel Chacón. Entre nosotros era conocido, como «el cónsul cubano de Santurce». Tenía una farmacia en las proximidades del parque de Santurce, y muy cerca del puerto. Era un ferviente admirador de la Revolución Cubana y, como consecuencia, se relacionaba mucho con los marinos cubanos que frecuentaban el puerto de Bilbao. Pronto lleva a nuestra tertulia a diversos marinos cubanos que solían también quedarse a la cena complementaria. Eran de diversa condición: capitanes, pilotos, comisarios políticos o simples tripulantes. Las conversaciones con ellos solían ser muy animadas, ya que nos permitían seguir al detalle la situación en Cuba después de la Revolución. Recuerdo que después del asesinato del comandante Ernesto Che Guevara, celebramos también una reunión, en la casa de Ángel Chacón, en la que se leyeron, y grabaron, diversos poemas dedicados al comandante revolucionario. Sabina de la Cruz grabó un emotivo poema suyo. Posteriormente fuimos asimismo al domicilio de Chacón con el poeta Blas de Otero. Así conseguimos que Blas grabase algunos de sus poemas, como los dedicados a Vietnam, a Tania la guerrillera, al malecón de La Habana, &c. Todo lo grabamos en un magnetofón cuya cinta todavía conservo.

Con el transcurso del tiempo, la tertulia de «La Concordia» fue adquiriendo creciente importancia. El núcleo inicial lo formábamos los poetas Vidal de Nicolás, Blas de Otero, Sabina de la Cruz, Gabriel Aresti y Gregorio San Juan, los periodistas Luciano Rincón, Rafael Ortiz Alfau y el crítico de arte Antonio Giménez Pericás, los pintores Ciriaco Párraga, Dionisio Blanco, Agustín Ibarrola, los admiradores de la cultura –futuros propietarios de la librería Herriak– Jesús Leciñana y su esposa Raquel, y el ensayista Emiliano Serna. Igualmente asistía a las sesiones de la tertulia, Mari Luz, la compañera de Agustín Ibarrola y también pintora. Asimismo Laura Collanzos, que era la compañera del escultor Carreras y actriz del Grupo Teatral Akelarre. Algunas veces también asistía a la tertulia José Iturri, director de ese prestigioso Grupo Teatral. Asimismo asistía a nuestra tertulia un médico pediatra asturiano que se llamaba Carlos Fuentes.

Como hemos mencionado también asistía regularmente a la tertulia el prestigioso periodista Luciano Rincón, que colaboraba regularmente en la revista del exilio Ruedo Ibérico. En la editorial del mismo nombre había publicado asimismo los interesantes libros Nuestros primeros veinticinco años; Francisco Franco, historia de un mesianismo; Mañana: crónica anticipada, &c. Todo ello bajo el pseudónimo de Luis Ramírez. En la misma editorial había publicado también La contrarrevolución falangista, aunque con un pseudónimo distinto. Políticamente Rincón había evolucionado desde Nueva Izquierda Universitaria al Frente de Liberación Popular y, posteriormente, a la Liga Comunista Revolucionaria. Aunque criticaba algunos aspectos de la política del P.C.E., seguía manteniendo posiciones unitarias en la lucha antifranquista.

Creo que fue Rincón quien llevó por primera vez a nuestra tertulia a un estudiante de economía que respondía al nombre de Txabi Echevarría. Algún tiempo después, se hizo muy famoso debido a que protagonizó el primer incidente armado entre ETA y el aparato represivo franquista. Debía ser ya un activo cuadro de ETA, cuando conduciendo un coche fue interceptado por un control de la Guardia Civil. Como consecuencia de ello, Txabi mató al agente Antonio Pardines y, poco después, fue detenido y se le aplicó la denominada «ley de fugas» (7 de junio de 1968). Así se hizo célebre como el primer muerto de ETA. La noticia nos llegó un domingo por la tarde, mientras tomaba café en casa en casa de Antonio Giménez Pericás. Llamó por teléfono el hermano de Txabi, que era también abogado y que, en diciembre de 1970, se convirtió en uno de los defensores de los etarras juzgados por el famoso Consejo de Guerra de Burgos. Sobre la marcha decidieron, Pericás y el hermano de Txabi, trasladarse a Tolosa (Guipúzcoa) para hacerse cargo del cadáver en nombre de la familia. Pericás, al que había conocido en el Penal de Burgos –formaba parte del sumario encabezado por Ramón Ormazábal– era también muy asiduo de la tertulia de «La Concordia».

Otra de las contertulias activas era Gotzone Echevarría, que había dirigido la Galería de Arte Mikeldi, tanto cuando estaba ubicada en la calle Ercilla como después, en la de Fernández del Campo. Los viernes por la noche, cuando regresaba de mis giras comerciales semanales, acudía a la Galería Mikeldi para visitar sus exposiciones pictóricas. Lo mismo hacían muchos otros de los integrantes de la tertulia de «La Concordia», y así, en cierto modo, teníamos los viernes una tertulia previa a la de los sábados. Gotzone era una histórica nacionalista vasca que, en los años cuarenta, había estado presa acusada de propaganda nacionalista. A pesar de una amplia estancia posterior en Nueva York, a su regreso a Euskadi siguió manteniendo sus convicciones nacionales. Gotzone era muy simpática y la queríamos, como muy buena amiga que era de todos los integrantes de la tertulia.

Asimismo, era un buen amigo Antonio Álvarez, un asturiano que trabajaba con Julián Viejo en Talleres de Zorroza. Posteriormente se trasladó a Andalucía, al ser contratado por el Grupo Carbonell para reorganizar algunas de sus empresas. Era un buen experto en tal tema y, políticamente, un hombre de izquierda y ha seguido siempre siéndolo. En la primavera de 1960 permanecí algunos días en su casa, en un viaje que hice a Córdoba. Actualmente reside en Málaga y me suele visitar en los viajes que en verano realiza a su Mieres natal. Sigue conservando activas sus convicciones de izquierda y, por ello, le suelo proporcionar copias de mis trabajos ideológicos y políticos.

Por entonces la tertulia de «La Concordia» se fue incrementando con algunos miembros que más tarde adquirirían celebridad. Uno de ellos fue Antonio Masip Hidalgo, futuro alcalde socialista de Oviedo. En aquellos años estudiaba Derecho en la Universidad de Deusto. Pericás y Rincón eran críticos acerbos de Antonio Masip. Yo, por el contrario, me llevaba bien con Antonio e inicié así una amistad con él, que he mantenido en Oviedo. Quien frecuentaba también nuestra tertulia era Joaquín Leguina, quien más tarde sería presidente socialista de la Comunidad de Madrid. Le acompañaba siempre a la tertulia un compañero de estudios de economía, apellidado Barea, que era muy inteligente y culto. Ambos se interesaban mucho por cuestiones de estética y eran grandes admiradores de Adorno y Walter Benjamín. Posteriormente ha sido Joaquín Leguina conferenciante en Tribuna Ciudadana de Oviedo. Lamentablemente yo no pude asistir a su conferencia, por tener que desarrollar en la misma fecha otra conferencia en Madrid. Leguina se debía recordar de mí, ya que preguntó por mi persona. Hubiese sido emotivo volvernos a saludar después de tantos años. También frecuentó la tertulia de «La Concordia» Rodríguez Sahagún, futuro Ministro de Defensa en un Gobierno de Adolfo Suárez. Debía de estar entonces desarrollando cursos de doctorado en la Universidad de Deusto.

Así se convirtió la tertulia de «La Concordia» en incubadora de futuros cargos políticos democráticos. Inexplicablemente tal tertulia desapareció poco después de mi traslado a Oviedo en agosto de 1969. Al principio no se notó mi ausencia, debido a que todos los fines de semana me desplazaba a Bilbao y seguía participando en la tertulia. Posteriormente, en la medida que me fui integrando en la cultura de Asturias, dejé de desplazarme a Bilbao. Lo solía hacer en un Citroen dos caballos, propiedad de la empresa Chocolates Zahor, de la cual era Delegado en Asturias. Varios amigos me han asegurado que mi permanencia en Asturias fue el factor decisivo que determinó la desaparición de la tertulia de «La Concordia». Al parecer yo servía de aglutinante entre diversas tendencias que convivían en tan célebre tertulia. También era el único tertuliano que no faltaba nunca a sus sesiones. Mi amigo Ángel Chacón, con el que he vuelto a entrar en contacto después de muchos años de alejamiento geográfico –ahora reside en un pueblo de la provincia de Málaga– alude a ello en una carta que me ha escrito recientemente: «Desde que dejaste de ir por Bilbao desapareció 'el espíritu de la Colmena'. Ignoro qué ha sido de tan heterogénea tribu.»

En todo caso, la tertulia de «La Concordia» desempeñó un relevante papel histórico, al mantener el fuego sagrado del antifranquismo en los medios culturales de Vizcaya, al concienciar en ese mismo sentido a las nuevas generaciones, y al propiciar que muchos de sus miembros se integrasen en los diversos partidos políticos de la oposición democrática.

Uno de los contertulios habituales –el futuro alcalde de Oviedo Antonio Masip– describe así la tertulia de «La Concordia» en el texto que escribió, con el título de «José María Laso, comunista y bueno», para el libro que Tribuna Ciudadana editó con motivo del homenaje que me tributó en 1998:

«Había otro sitio al que mi personal clasificación atribuía carácter todavía más elitista: era el primer piso del Cafetón de La Concordia, donde sentaba cátedra una enraizada tertulia progresista. De lunes a viernes el color lo daba los Agentes de Cambio y Bolsa y los prohombres del Athletic, que en muchos casos coincidían en las mismas personas, pero la reunión importante era el sábado, con la Bolsa cerrada y la cultura ocupando sus inmediaciones. Como personalidad más relevante, oficiaba Blas de Otero, ya mundialmente famoso, que no siempre cumplía ese precepto semanal. Los que no fallaban nunca eran José Miguel y Luciano Rincón –«Luis Ramírez», autor de una afamada biografía de Franco, por la que años después pagaría cárcel– Dionisio Blanco, Gregorio San Juan, Agustín Ibarrola, Párraga, Gabriel del Moral, al que Juaristi dedica emocionadamente la introducción de su bestseler El bucle melancólico, el abogado Giménez Pericás que ponía su mano en la oreja para oír mejor, y... ¡José María Laso! José María, como casi todos los anteriores, había sufrido varios años de prisión. Entre los estudiantes, que simplemente escuchábamos, coincidí alguna vez con Joaquín Leguina, entonces líder de la Facultad de Económicas y ahora reputado escritor y político socialista, Alberto Aguiriano, senador por Álava, Juanito Menéndez Arango y Cristina Pérez Yarza.
La Bilbaína y La Concordia eran edificios que habían pertenecido a la misma finca matriz. La fauna humana que en esos fines de semana, salvo excepcionales ocasiones, como la de Cristina y la mía, era por completo distinta, por no decir contrapuesta. Un día, sin embargo, descubrí una curiosidad que unía a ambos locales y a sus ocupantes. El artículo primero de los Estatutos de La Bilbaína era una delicia auténtica: «La sociedad tiene por objeto la lectura y el recreo.» ¡Lectura! Había cierto bullicio social pero donde el espíritu cuajaba, a esa misma hora, era al lado, en La Concordia, en el que se susurraban versos y había intercambio de libros venidos de Francia... Hay un cuento del académico Juan Antonio Zunzunegui, nombre que como entonces era sabido y Cela todavía sigue propalando –no se puede leer sin cruzar los dedos para espantar el gafe– en el que unas hermanas bilbaínas padecen un particular síndrome: una contrae sentimientos y enfermedades y otra los incuba y padece. La Bilbaína puede que haya atesorado volúmenes pero Laso y sus amigos los devoraban.
Ambos encuentros sabatinos, coincidían en el tiempo y en el comentario participativo con las masivas e impresionantes manifestaciones del 1º de Mayo, con las manifestaciones universitarias, con la ejemplar solidaridad con los trabajadores de la empresa Laminación de Bandas en Frío, con la exposición de Juan Genovés en el Museo, con la de Dionisio Blanco e Ibarrola en Mikeldi, con la inauguración de la Galería de Arte Merino, en la calle Banderas de Vizcaya –hoy Telesforo Aranzadi–, con el estreno mundial de Luces de Bohemia por el Akelarre de Iturri, con el recital en la Uni de Raimon, con el diálogo cristiano-marxista, que en el jesuítico y tradicional Centro de Los Luises y luego en la Facultad de Sarrico, realizaron el sacerdote Rafael Belda, y José Rodríguez, profesor de Filosofía y también contertulio de La Concordia.
La Concordia era un lugar entrañable y no sé si sigue. El que, desde luego, no ha cambiado es José María Laso, con su intelectualidad y su bonhomía, dotado de unos conocimientos que nos dejaban boquiabiertos, dispuesto siempre a la polémica abierta, franca y sin límite horario. Durante un lustro le perdí de vista. Un día, no obstante, le encontré en el Club Cultural de Oviedo, maravillosa y fugaz institución democrática ovetense, con sede en la ovetense calle de Palacio Valdés [...] De repente se me iluminaron los ojos, aquel personaje de La Concordia, Laso, que en mi mitificado Bilbao de los años sesenta, peroraba con autoridad sobre todo lo imaginable, se me presentaba como un aparecido en los balbuceos de la década siguiente.»

 

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