Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 23 • enero 2004 • página 5
Este artículo hace referencia a tres mujeres europeas, de izquierda, cuya obra se destaca por incluir una activa defensa del derecho del Estado de Israel a vivir en paz. En el contexto de una izquierda europea que deslegitima la existencia del Estado judío (y sólo de ese Estado), el autor considera que este trío es sumamente edificante
Curiosa la motivación de esas mujeres europeas que defienden ciegamente a los regímenes árabes. Entre las taras que pueden generar semejante conducta de autodesprecio, hay masoquismo, estulticia, vesania, judeofobia.
Por supuesto, también los varones criptodrinos que se alinean con el imperio islámico soslayan la violación de derechos humanos, la falta de libertades básicas, la represión, el miedo, la ignorancia, la corrupción y la muerte que allí señorean. Pero el caso de las damas es más grave, porque agregan a los crímenes perdonados la bárbara explotación y el maltrato sistemático de la mujer, característicos de las sociedades árabes.
Para que una occidental se identifique con esas autocracias (sean éstas del estilo medieval saudita, del fascista sirio, o de cualquiera de sus variantes intermedias) deberá de haber ingerido una sobredosis de uno de los cuatro venenos mentados al comienzo. Probablemente sea el odio contra Israel, un buen candidato a arrastrarlas a justificar regímenes que las despojarían de sus derechos más elementales.
Personajes como Gretta Duisenberg, Vanesa Redgrave y Gema Martín Muñoz saltean los asesinatos de jóvenes «por honor familiar», la bárbara amputación de clítoris, la poligamia, la sumisión de la mujer al hombre impuesta por ley, la uniforme exclusión de las mujeres de la vida pública. Posiblemente saltean la misoginia de los islamistas porque éstos la «compensan» con un declarado empecinamiento en exterminar al único país judío del mundo, y a ellas esta cruzada civilizadora pareciera resultarles agradable.
Aunque son mujeres, no se avergüenzan de su pasividad ante millones de sus pares oprimidas en el mundo árabe, sino que prefieren sublimar su traición en actividad contra la única democracia del Medio Oriente, en donde los derechos femeninos son respetados al nivel de Europa Occidental y los Estados Unidos.
A los israelíes, las marujatorres nos desconciertan tanto como los remedos del Stürmer en las caricaturas que perpetran Reboredo y Ferreres, o como el encono que por este «paisito de porquería» (embajador Bernard dixit) profesan los europeos (más de la mitad de ellos ve en Israel la principal amenaza a la paz mundial).
La cita del diplomático francés Bernard viene a complementar mi última nota en El Catoblepas, dedicada a la judeofobia española, ya que abundan los ejemplos franceses en el patético cuadro. El ministro Hubert Vedrine denomina al terrorismo del Hizbolá «legítimo movimiento de liberación» y el dirigente de la antiglobalización en Francia, Jose Bove, acaba de declarar en un programa televisivo del Canal Plus, que los ataques contra las sinagogas francesas deben de haber sido planeados por el Mossad israelí, ya que «resulta claro quién se beneficia de esos ataques». Con la misma lógica impecable se viene señalando a Israel aun como culpable de los atentados contra las torres neoyorquinas.
Tanto desborde de pericia nos hace añorar la Europa de la ciencia y la cultura, la del Dante y de Goethe, de Shakespeare y Cervantes, de Beethoven, de Falla y de Dalí. Nos hace anhelar una Europa que sienta algún cariño por el pueblo judío, alguna conmiseración por su sufrimiento, que lo asuma con responsabilidad y acepte ser socia en el moderno restablecimiento de la nación hebrea. Me adelanto a quien reitere que muchas veces son judíos los que vienen a deslegitimar a Israel (precisamente son esos los únicos judíos que usualmente cita El País). La respuesta, una vez más, es que la judeofobia no excluye a judíos, del mismo modo como no faltan no-judíos simpatizantes de Israel, como las que precisamente destaca este artículo.
La decepción que embarga a los israelíes nos lleva a respirar aliviados cuando nos encontramos con mujeres valientes y lúcidas que reman contra la eurocorriente para denunciar la opresión donde realmente está. Si su gallardía incluye a un tiempo una desinteresada defensa de Israel, no nos queda sino sacarnos los sombreros ante un trío que reivindica el valor femenino y que, no rindiéndose a la demagogia, salva el honor de Europa. Me refiero a Oriana Fallaci, Pilar Rahola e Ilka Schroeder.
Cada una ha puesto el énfasis en una cuestión vinculada a la guerra contra Israel. Oriana se detuvo en los excesos del Islam y los peligros que su radicalización supone para Occidente. Pilar, desenmascara la hipócrita judeofobia de Europa en general y la de la izquierda española en particular. Ilka denuncia el criminal financiamiento de la Unión Europea al terrorismo contra Israel, que es según ella una vía para promover la hegemonía europea por sobre los Estados Unidos.
Las tres provienen políticamente de la izquierda, las tres hacen gala de un encomiable feminismo, herederas de una tradición que incluyó a grandes judías como Berta Pappenheim y Emma Goldman.
Ilustre trinidad
Oriana ha ilustrado crudamente el choque de civilizaciones que hace unos años planteara Samuel Huntington. Sus libros fueron traducidos a una decena de idiomas; su best-seller La Rabia y el Orgullo es una apasionada defensa de la cultura occidental frente a la actual contra-cruzada islamista que Europa se niega a reconocer. La lectura de la Fallaci por momentos asusta. En la guerra en la que estamos sumidos no se combate por territorio, sino por el derecho a una forma de vida. Una de las partes se ha lanzado a destruir a la otra, y la agredida minimiza el poder destructivo que la acecha.
En rigor, la tercera guerra mundial en la que estamos sumidos, invisible a la ceguera europea, puede en efecto explicarse como una especie de contra-cruzada. En la Edad Media, en su camino desde Europa para reconquistar el Este de manos musulmanas, los cruzados asesinaron judíos. En la Edad Moderna, en su camino desde el Este para arrancar Europa de manos cristianas, los yihadistas musulmanes también asesinan judíos. Cabe señalar dos diferencias entre la cruzada medieval y la contra-cruzada moderna. Una, mala, es que en la Edad Media los musulmanes no colaboraron con la población invasora. Otra, buena, es que los medievales no fueron categóricamente derrotados (en aquellos días lograron aprovecharse de que América aún no había sido descubierta).
Los Estados Unidos están venciendo en una guerra que Europa aún no asume. Israel sí, porque no puede darse el lujo de esconder la cabeza entre las dunas europeas ya que el dolor agudiza el ingenio y aquí sufrimos día a día la agresión terrorista. Los europeos pueden sentir que «este paisito de porquería puede arrastrarlos a una guerra», pero aquí, en el paisito, sabemos que estamos en medio de la contienda. Europa no parecería detestar la guerra en sí, sino ser arrastrada a ella. Que sigan matando judíos es aceptable, pero que estos cowboys americanos no la involucren. Ya bastante fea experiencia han tenido con los americanos durante dos guerras mundiales.
Las otras dos heroínas de hoy son más jóvenes, podrían ser hijas de Oriana.
Ilka es europarlamentaria, primera recipiendaria del premio Theodor Lessing. Ha militado en el Partido Verde Alemán, y actualmente se dedica a promover en el parlamento el establecimiento de un contralor para evitar que los fondos que paga el contribuyente europeo a la Autoridad Palestina, sean utilizados para que niños palestinos se hagan estallar para matar niños judíos. La tesis de Ilka es menos radical que la de Oriana, pero igualmente preocupante. Los europeos, según ella, «han venido sosteniendo al régimen de Arafat con el objeto de socavar la hegemonía americana en el Medio Oriente». Tratan de prolongar la Intifada tanto como sea posible, a fin de garantizar su propio protagonismo frente a los EE.UU. La guerra que Europa libra contra Bush se paga con sangre de civiles israelíes.
El año pasado Ilka intentó revisar, de los 250 millones de ayuda anual europea a Arafat, qué porcentaje terminó por engrosar las arcas de la corrupción y el terror, la vida fastuosa de Suha en París, y el adoctrinamiento de adolescentes palestinos en la autoinmolación y el asesinato.
El Parlamento europeo respondió a Ilka con sordera; menos de una cuarta parte de los 626 parlamentarios estuvieron dispuestos siquiera a revisar el destino de los fondos. El objetivo de Europa no se limita a prolongar la guerra contra Israel, sino a internacionalizarla, a fin de asegurar su propio rol de «mediadora». Para contrarrestar la campaña, esta mujer de 25 años de edad desenmascara sin pausa «la peligrosa postura europea, que conlleva una mezcla de ingenuidad, antiamericanismo y judeofobia».
A Ilka no sólo la he leído, como a Oriana, sino que también la he escuchado personalmente, como a Pilar. Por ello en las dos últimas he podido percibir las cualidades humanas imperceptibles en el papel, y que sólo el trato personal puede revelar.
Pilar irradia humanidad. Además de su hija biológica, ha adoptado dos niños necesitados (una en Siberia). En su actividad, combina a sus dos colegas, ya que es como Oriana una periodista polémica y cabal y, como Ilke ha llevado su pugna a la actividad parlamentaria (Pilar fue por ocho años diputada de la Izquierda Republicana Catalana en el parlamento español). El último de sus libros, Historia de Ada, es una exhortación desgarradora a defender «los derechos pisoteados de los niños».
La tesis de Rahola con respecto a nuestra temática es bien directa. La supuesta «solidaridad con los palestinos» de la izquierda española es una histérica hipocresía con la que se disfraza la más cruda judeofobia. Para esta izquierda autista, las víctimas israelíes no existen, ni tampoco los excesos palestinos. De la policromía israelí, la imagen europea es lineal: un país depredador, el único al que no se le justifica su mera existencia. Ello, junto a la enfermiza devoción de la izquierda española por los dictadores, ha convertido a una pesadilla llamada Arafat en un adalid de la justicia.
Las tres mujeres muestran en su trayectoria, de palabra y de acción que, como arguye Fallaci, «si eres mujer, debes pelear más». Aprendemos de ellas que, para jugarse en defensa del agredido Israel, hay que tenerlos bien puestos.