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El Catoblepas, número 22, diciembre 2003
  El Catoblepasnúmero 22 • diciembre 2003 • página 21
Comentarios

La expansión del materialismo filosófico

Sharon Calderón Gordo

Comentarios al artículo «El declive del materialismo asturiano»
publicado por Rebelión el 6 de diciembre de 2003

«Preséntote, Lector mío, nuevo Escrito, y con nuevo nombre; pero sin variar el género, ni el designio, pues todo es Crítica, todo Instrucción en varias materias, con muchos desengaños de opiniones vulgares, o errores comunes...» como los que aquí se cometen. (Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, Tomo I, Prólogo.)

En la sección «Cultura» de Rebelión, «periódico electrónico de información alternativa», podemos encontrar, con fecha 6 de diciembre de 2003, el artículo «El declive del materialismo asturiano» firmado por C. J. Blanco Martín. No vamos a engañar a nadie: cierto es que tras este «prometedor» título y tras una motivada lectura de dicho texto, el inicial «atractivo» que parecía ofrecer se desvanece por completo al constatar que, de nuevo, nos encontramos ante un documento que, aunque bien construido y con evidentes pretensiones «estético-literarias», cuyo juicio dejamos a los expertos, por supuesto, se aleja notablemente de la posible crítica filosófica que, siempre presuntamente, podría realizarse a lo que el autor denomina materialismo asturiano.

Una de las peculiaridades de este texto reside en la aparente familiaridad con la que el autor maneja terminología característica del materialismo filosófico y, también, el familiar trato con algunas de las obras de referencia del sistema. Esto se debe a que Blanco Martín, que en la actualidad se dedica a la enseñanza en el IES Juan D'Opazo de Daimiel (Ciudad Real), tuvo contacto con el materialismo filosófico durante su formación universitaria como psicólogo. De hecho, en el tribunal que juzgó en 1993 su tesis doctoral –Gnoseología de la Psicología Cognitiva, dirigida por Julián Velarde– se encontraban algunos miembros de la primera y de la segunda oleadas del materialismo filosófico (Gustavo Bueno y J. B. Fuentes Ortega, respectivamente; tampoco hay que olvidar que su director de tesis formó parte de la primera oleada del materialismo filosófico). También algunos, los menos desmemoriados, le tendrán presente por haber colaborado en un par de ocasiones en la revista El Basilisco: la primera, antes de convertirse en doctor, en 1992 (número 11), con una reseña del libro de Roger Penrose, La nueva mente del emperador; la segunda, en 1994 (número 15), con un artículo basado en su trabajo doctoral, «Análisis gnoseológico de la psicología cognitiva». En el año 2000 fue uno de los «más de cincuenta documentalistas pertenecientes a Universidades de toda España» [según se lee en la propaganda de la editorial Trotta] que elaboraron el Compendio de Epistemología que firmaron Jacobo Muñoz y Julián Velarde. Sus trabajos más recientes podemos encontrarlos en un par de revistas madrileñas en las que colabora activamente, Nómadas –dirigida por Román Reyes– y A parte rei –dirigida por Carlos Muñoz Gutiérrez–. Queda dicho.

Pero volviendo a lo que realmente nos interesa, el artículo mencionado, pasemos a comentar lo más descatado de este documento, que reproducimos íntegramente no por su valor filosófico, sino precisamente por todo lo contrario: por su apariencia falaz de crítica filosófica, entendida la crítica «como una operación que tiene que ver con la clasificación, en tanto incluye la discriminación, la distinción y la comparación», ausentes por completo en ese texto.

El declive del materialismo asturiano, por C. J. Blanco Martín
Rebelión, 6 de diciembre de 2003

«Un fantasma recorre el mundo. Es el fantasma del materialismo. La palabra 'fantasma' evoca la ambigüedad e inconsistencia de una imagen, ora habitante de brumas en pasillos objetivos, los pasillos de la Academia, ora huésped flotante de la conciencia subjetiva de alguna gente. Ser materialista es ser una cosa muy grande. Por tal militancia, bajo la conciencia misma de serlo, se amontonan los residuos "triturados" de una milenaria tradición. Pobres despojos: Platón y los estoicos, Spinoza, Kant, Hegel y Marx, todos son cadáveres que tuvieron una vez vida y ahora se ven arrojados desde un remolino destructivo (progressus-regressus). Estos pobres despojos le dicen al materialista: "esto fuimos, y ahora todo te lo entregamos. Saca de esta procesión de enanos el mejor jugo para tu materialismo. Nosotros sólo somos esto: tradición. Ya somos entregados".
Y el materialista, albacea y legatario, se entrega efectivamente. Su puesto es el de vigía en una torre, llama sagrada que se mantiene viva en lo alto, cúspide de las más sacras tradiciones. Su saber "de segundo grado" lo tritura todo, aniquila sólo con la mirada. La tradición que le precede es "metafísica" que pasa por los dientes implacables de una "dialéctica". Pero la historia de la dialéctica misma (desde Platón hasta Hegel y Marx) es también "metafísica". Esta mala madre, paridera de materialismo, junto con todos sus "ismos" equivalentes (idealismo, monismo, vale decir, la ideología) ya ha pasado por el molinillo escondido en la Universidad . Se es "materialista" o no se es. El mundo exterior al materialismo debe recibir de inmediato este implacable veredicto: "idealista, ideólogo". Unos severos jueces escondidos tras las montañas, truenan con desdén y mirada de basilisco sobre ese inculto entorno, nube de confusión. Los últimos ilustrados, paladines de la ciencia y la racionalidad, mantienen bien alta la antorcha de Atenea, y abren sus grandes ojos de búho, fulminan la falsa conciencia, angostan la superstición y la metafísica. Burbuja de razón en medio de gran hostilidad e incomprensión, creen que el silencio y el desdén hacia el no-materialista ("pensar es siempre pensar contra alguien" dicen los muy leninistas a ratos) puede ser recíproco.»

En una generosa interpretación de estos párrafos suponemos que el autor está utilizando el recurso de la ironía para «sintentizar» en pocas líneas (poquísimas, bien lo sabe él) el sistema filosófico conocido como materialismo filosófico (sistema que en una «síntesis extrema» llama «materialismo», a secas, prueba más que evidente de que no sabe, o no quiere saber, de lo que está hablando. ¿O acaso no hace distinción alguna entre las distintas doctrinas materialistas? En este punto, es muy recomendable la lectura del artículo de Iñigo Ongay de Felipe, «Materia, materialismo(s) y materialismo filosófico», publicado en El Catoblepas, número 20). Sin negarle, de nuevo, la posible «calidad estética» que pueda tener el texto (cargado, por otra parte, de pesadas e incomprensibles metáforas y otros recursos que podrían agotar al lector; véase, por ejemplo, la «parodia» del Manifiesto comunista) sorprende, precisamente por la relación que ha tenido con el materialismo filosófico, lo lejos que está de haberlo entendido, ni siquiera en sus «rudimentos». Así que comenzaremos por ahí, para intentar modestamente ayudar al lector en la mejor comprensión del texto de Blanco, teniendo siempre presente que lo que aquí se puede leer no es ninguna novedad y no es más que una reexposición de lo que ya está dicho en otros lugares (por ejemplo, en el Diccionario filosófico.)

Desde el materialismo filosófico es imposible exponer una doctrina filosófica sin enfrentarse dialécticamente con la opuesta, en este sentido «pensar es pensar contra alguien». Cito de una entrevista realizada a Gustavo Bueno:

«Tal y como entiendo la filosofía, su función es pública, pienso que no va encaminada a resolver problemas personales, de tipo individual o existencial; parece que es imprescindible la actividad filosófica cuando los individuos particulares se juntan entre sí y entran en la plaza pública. A partir de un determinado nivel de civilización, parece imprescindible atacar a fondo el análisis de las ideas, ideas que brotan de situaciones particulares, contextualizadas por las ciencias, por la política, por lo que sea; la coordinación de segundo grado de estas ideas que atraviesan estas categorías no es unívoca, siempre hay diferentes alternativas. Por esa razón es por lo que creo que la filosofía no es una ciencia, sin que por ello deje de ser racional. La coordinación de estas diferentes alternativas supone el enfrentamiento de unas contra otras, y en ese sentido, pensar es pensar contra alguien.»

Las principales líneas del materialismo filosófico vienen determinadas en función de los tres ejes del espacio antropológico (espacio que «presupone la tesis de que el hombre sólo existe en el contexto de otras entidades no antropológicas, la tesis según la cual el hombre no es un absoluto, no está aislado del mundo, sino que está 'rodeado', envuelto, por otras realidades no antropológicas (plantas, animales, piedras, astros)»): el eje circular, el eje radial y el eje angular.

«Desde el eje circular el materialismo filosófico se aproxima, hasta confundirse con [...] el materialismo histórico, al menos en la medida en que este materialismo constituye la crítica de todo idealismo histórico y de su intento de explicar la historia humana en función de una "conciencia autónoma" desde la cual estuviese planeándose el curso global de la Humanidad.»
«Desde el eje radial el materialismo filosófico se nos presenta como un materialismo cosmológico, en tanto que él constituye la crítica (principalmente) a la visión del mundo en cuanto efecto contingente de un Dios creador que poseyera a su vez la providencia y el gobierno del mundo (el materialismo cósmico incluye también una concepción materialista de las ciencias categoriales, es decir, un materialismo gnoseológico).»
«Desde el eje angular, toma la forma de un materialismo religioso que se enfrenta críticamente con el espiritualismo (que concibe a los dioses, a los espíritus, a las almas y a los númenes, en general, como incorpóreos), propugnando la naturaleza corpórea y real (no alucinatoria o mental) de los sujetos numinosos que han rodeado a los hombres durante milenios (el materialismo religioso identifica esos sujetos numinosos corpóreos con los animales y se guía por el siguiente principio: "el hombre no hizo a los dioses a imagen y semejanza de los hombres, sino a imagen y semejanza de los animales").»

Hechas estas mínimas aclaraciones sobre el materialismo filosófico (principalmente para saber de lo que estamos hablando) seguimos con el análisis del texto de C. J. Blanco:

«La escuela materialista de Gustavo Bueno se ve a sí misma, a un tiempo, como la (única) depositaria legítima de una tradición filosófica inmensa y como la (única) vía abierta y original que le queda al análisis crítico (de segundo grado) de todas las formaciones ideológicas brotadas, en un primer grado, y que coexisten de forma desintegrada en nuestro entorno social, en nuestro presente.»

Lo más destacable de estas líneas estaría, quizá, en la expresión «escuela materialista de Gustavo Bueno». No voy a repetir aquí lo que ya he dicho en otra ocasión con respecto a la radical distinción entre «materialismo filosófico» y «buenismo» [«El Congreso de Murcia y las oleadas del materialismo filosófico»]; suponemos que el autor se refiere al materialismo filosófico, y que está utilizando la ya citada desafortunada expresión por encontrarse totalmente ajeno a las últimas oleadas del materialismo filosófico. Tal y como se ha planteado la cuestión de la historia del materialismo filosófico nos encontramos, por ahora, con tres oleadas: una primera oleada comprendida entre 1976 y 1985, caracterizada por lo que se ha venido llamando «Escuela de Oviedo», en tanto que quienes pertenecen a esta oleada, efectivamente, se encontraban físicamente en esa ciudad, y se formaron como grupo de trabajo en torno al magisterio directo de Gustavo Bueno, preocupados principalmente por cuestiones de ontología y de historia del pensamiento; una segunda oleada comprendida entre 1986 y 1995, y en la que se van incorporando al materialismo filosófico algunas personas «ajenas» a ese inicial «Grupo de Oviedo» o «Escuela de Oviedo»; y una tercera oleada (1996-2005), caracterizada principalmente por estar formada por personas que no sólo no han recibido el magisterio directo de Gustavo Bueno, sino que su incorporación al materialismo filosófico ha venido de la lectura de distintas obras del sistema. Personas que no viven en Oviedo, ni siquiera en Asturias, y cuyos intereses filosóficos tienen que ver no ya con cuestiones ontológicas (como podrían ser los intereses de la primera oleada) sino con cuestiones referentes a España, la televisión o el mito de la izquierda, por citar algunas. Se ha elegido el criterio de las oleadas frente al criterio orteguiano de las generaciones, no de manera caprichosa, como algunos pretenden hacer ver, sino porque mientras que el segundo es puramente biológico y excluyente, el primero permite la «interacción» de sujetos de distintas oleadas y la incorporación a, por ejemplo, la tercera oleada del materialismo filosófico de cualquier persona sin tener en cuenta el criterio de la edad.

Aplicando lo que se ha dicho, C. J. Blanco, de encontrarse dentro del materialismo filosófico, quedaría incluido en la segunda oleada, ya que su primer artículo en El Basilisco se publicó en 1992. Se podría conceder que, efectivamente, Blanco formó parte de la segunda oleada del materialismo filosófico, pero lo que ya no puede mantenerse es que lo haya hecho de una manera sólida y que ahora se encuentre dentro de los parámetros de este sistema. Una de las principales objeciones que se le pueden hacer es la total ausencia de bibliografía inexcusable cuando hablamos de materialismo filosófico. En su texto «decadente» cita exclusivamente dos obras: Ensayos materialistas de 1972, y Teoría del cierre categorial (1992-1993). Prescinde de numerosos artículos en las revistas El Basilisco y El Catoblepas, por ejemplo, y de otras muchas obras que no viene a cuento citar aquí, para no aburrir al lector con un repertorio bibliográfico.

Como dije al principio, su texto no es más que una apariencia falaz de crítica filosófica, pretende criticar un sistema que por lo que muestra desconoce casi por completo. El materialismo filosófico es mucho más potente, completo y compacto, hoy que en 1972 (por elegir la fecha de publicación de Ensayos materialistas), y la pretensión de elaborar un «estado de la cuestión» del materialismo filosófico, sin tener en cuenta los trabajos, artículos, conferencias, publicaciones, &c., desde 1996 (fecha de la última referencia bibliográfica que nos ofrece Blanco) es, como mínimo, enormemente imprudente y, por supuesto, carente de rigor alguno. Por poner un ejemplo, del supuesto declive del materialismo filosófico: El mito de la Izquierda, publicado en marzo de 2003, va ya por su quinta edición, y las páginas del Diccionario filosófico en el Proyecto filosofía en español han recibido bastante más de dos millones de consultas en este 2003 que termina. ¿Síntoma de decadencia? Es evidente que yerra en su interpretarión, salvo, claro está, que, emic, se considere el guardián de la torre de una sabiduría antimaterialista (idealista) de la que hasta ahora no ha anunciado nada.

«La admirable obra de este filósofo no es cosa de ser analizada aquí, y no seré quien tenga que reseñar su trayectoria intelectual ni sus obras más importantes. Es preferible para mí la tarea de estudiarlas. En concreto, la Teoría del Cierre Categorial, junto a otras interesantes aportaciones a la filosofía de la religión y a la metafilosofía, no se pueden ignorar en el pensamiento contemporáneo, salvo por deliberada malevolencia, que en el fondo es ignorancia. Sé muy bien que en este país abundan las conspiraciones de silencio, y la obra de Bueno las ha padecido en fases, coyunturas y círculos determinados de la academia y de los mass media. Pero su caso no es único. Otros lo han padecido y lo padecen, sin esperanzas de recuperación. En cambio, Bueno se ha recuperado con creces de esta conspiración de silencio, y hasta es un filósofo de moda, amén de "fenómeno" televisivo.
El victimismo y la esclerosis intelectual de que hacen gala muchos seguidores de Bueno constituyen muy malos síntomas en el momento de evaluar una adecuada implantación académica de una escuela, si es que esta existe. Creo que una metodología, o mejor, un estilo filosófico que se reconozca en el aire de familia como "materialista", sería muy saludable para la universidad española, y por irradiación desde ésta, en el descoyuntado y tecnocrático bachillerato actual. En vistas del triste panorama académico de la filosofía hispana, más bien propio de una colonia, una escuela "autóctona", que salga de sus montañas y eduque a generaciones enteras en un estilo crítico, racional, dialéctico y materialista, sería una de las mejores lluvias que pudieran refrescar este erial académico y mediático llamado España. Pero la burbuja cerrada ya sólo entiende por materialismo filosófico lo que figura en un supuesto "núcleo duro" de consignas que, dicho sea de otra parte, sólo suelen aparecer en la obra del maestro como esquemas y expedientes muy laxos y "en ejercicio".»

«Seguidores de Bueno». ¿Qué quiere decir Blanco con esta expresión? ¿Se refiere a lo que algunos han llamado «buenistas»? ¿De qué habla Blanco, de Gustavo Bueno o del materialismo filosófico? Desde una perspectiva puramente psicologista es evidente que Blanco no es capaz de separar, de discernir, entre materialismo filosófico y buenismo, asumiendo que son una misma cosa. El materialismo filosófico hoy ha trascendido al llamado «círculo de Oviedo», y no es esta una mera afirmación caprichosa, ya que algunos de los principales desarrollos de este sistema vienen de la mano de materialistas que no pertenecen a esa escuela inicial, que como hemos señalado antes se circunscribe a la primera oleada del materialismo filosófico. Esa «escuela de Oviedo» tenía como nota destacada la particularidad de haber recibido el magisterio directo de Gustavo Bueno, pero este es un referente que debemos descartar por completo hoy. Véase por ejemplo, el manual de Felicísimo Valbuena de la Fuente, Teoría General de la Información, elaborado desde los presupuestos del materialismo filosófico, y completamente al margen de cualquier relación paratética con el propio Gustavo Bueno (ambos autores no se conocieron personalmente hasta 1997, precisamente en la presentación de ese libro de Valbuena, que tuvo lugar en la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense, y en la que intervino Bueno). Tendría que tener bien claro Blanco que de lo que hablamos aquí es de materialismo filosófico; y de haber quien se proclame «seguidor de Bueno», peor para él, máxime si aparenta estar más preocupado (obsesionado, quizá) con los posibles «errores vitales» de Gustavo Bueno que con los desarrollos del materialismo filosófico. Los más somos materialistas, materialistas filosóficos. Y quien decide utilizar la palabra «buenista» todo lo que demuestra es que desconoce por completo el materialismo filosófico.

«Citemos, a modo de ejemplo, la férrea acepción fisicalista del concepto buenista de "operación". Este es clave en su Teoría del Cierre Categorial y en verdad en toda su obra. Aproximación y separación de términos fisicalistas, donde el sujeto aparece como mero mediador entre dichos términos, desprovisto él mismo de construcción. Ese sujeto operatorio, puramente baconiano, y residuo de relaciones y transformaciones fisicalistas, es un ente postizo en una teoría gnoseológica que se reclama constructivista, pero que contiene en sus ejes un sector, el operacional, enteramente falto de evolución y construcción cuando es propuesto. Con un postizo así ¿qué valor poseen las declaraciones litúrgicas de escuela que pasan por marcar distancias entre su materialismo filosófico y los positivismos y fisicalismos? Si a fin de cuentas el sujeto operatorio es un autómata fisicalista, o un mero centro lógico de unión y separación mecánica de los términos, por qué tantas alforjas para un viaje como este?
Toda escuela filosófica es autocrítica, mientras no se trata de una secta, y problemas de envergadura como éste deberán constituirse en focos de atención racional y de revisión, no en motivos de escisión, de herejía.»

Decir que el sujeto operatorio en la teoría del cierre categorial es «puramente baconiano» es una prueba más de la interpretación grosera y carente de fundamento que hace Blanco, que viene a mostrar una vez más, que o bien no ha entendido el materialismo filosófico o bien que esos que él llama «herejes» se lo han explicado mal. No puede constituir un elemento de debate algo que, el que lo ha leído o escuchado, simplemente no lo ha entendido, a la manera como tampoco se puede discutir la «objeción» del que dice que la suma no es el resultado de añadir a una cantidad otra, sino el resultado de quitar de una cantidad otra, de tal manera que «2+2=0». El sujeto operatorio no es un sujeto mecánico que compone un ente postizo; el sujeto operatorio es un sujeto corpóreo que realiza operaciones quirúrgicas (fisicalistas) que consisten en juntar y separar cuerpos, pero siempre dentro de una estrategia.

«Otro ejemplo, con vistas a reconocer si tenemos a la vista un "materialismo filosófico" verdaderamente autocrítico, o por el contrario, sólo hay un mero grupo seguidor de consignas, y por lo tanto, nada que tuviera que ver con una escuela de filosofía: el geometricismo.
Pregunto: ¿es la geometría una feliz analogía o modelo para el modo de proceder racional y constructivo que debe caracterizar al saber filosófico?
La Teoría del Cierre Categorial es una gnoseología notablemente deudora de la Crítica de la Razón Pura de Kant. Las páginas, perdurables, en las que Kant nos previene contra el geometricismo filosófico parecen haber caído en saco roto entre muchos de los seguidores de las ideas de Bueno. La filosofía no debe contar, entre las ciencias positivas, con ninguna que sea su favorita, ni debe tampoco tomar una elegida como ejemplar. La tentación pitagorizante y platónica es muy fuerte en el materialismo filosófico, pero traiciona de pleno el proyecto nuclear de la Teoría del Cierre Categorial: reconocer la especificidad irreducible de cada ciencia. Es peculiar y muy diversa la potencia gnoseológica que cada disciplina ha alcanzado en su historia constitutiva. Hacer una valoración de la heterogeneidad de esos "racimos" de cientificidad mediante el arsenal de la Teoría del Cierre Categorial se opone frontalmente a cualquier proyecto reductor o monista. Ni siquiera "analógicamente" la geometría constituye el "primum" y ella misma es una ciencia única y autocontenida. El racionalismo barroco, lo mismo que el pitagorismo y el platonismo, no son, "sin más" la Filosofía. Forman, en el mismo sentido kantiano que retomamos aquí, verdaderos extravíos y tentaciones de todo punto desafortunadas a la hora de poder hacer un mapa o una panorámica de las ciencias tras los análisis oportunos de las disciplinas fácticamente existentes.
Razonar filosóficamente a golpe de demostraciones geométricas es un error de tipo material. Los términos, tal como se prestan en la pluralidad de la experiencia, no se ceñirán nunca a rígidos corsés formalistas, de igual manera que no todas las materias primas pueden recibir formas cualesquiera. Lo mismo que señalamos en gnoseología, cabe apuntarse en el terreno de la ontología. La idea –metacientífica y metafilosófica– de una geometría de las ideas, ni siquiera es una afortunada metáfora a la hora de concebir un sistema que es necesariamente laxo, y lleno de orgánicas interdependencias, un sistema que pueda organizar formalmente las ideas tal y como las concibe el materialismo filosófico. La rigidez pitagórica casa muy mal con la tradición materialista en filosofía, que siempre insiste en la propia estructuración de la materia, dada ésta en la experiencia a muy diversas escalas o capas de construcción [Véase mi artículo "Constructivismo", pp. 148-153 en J. Muñoz y J. Velarde (eds.), Compendio de Epistemología, Madrid, Trotta, 2000]. Las ideas constituyen en realidad esquemas prácticos de acción específicamente humana, que trascienden los diversos campos o ámbitos de realización operatoria. Las ideas siempre parten de categorías (técnicas, económicas, físicas, etc.) previas, pero no se circunscriben a una sola de ellas. Como es lógico, estas ideas, trascendentales con respecto a sus campos de procedencia, no pueden encajar geométricamente entre sí, hablando en general. De manera inevitable estarán relacionadas unas ideas con otras, no por razones formales, sino porque todas brotan de y se refieren a la experiencia organizada de una sociedad humana al nivel que le permita el desarrollo de sus fuerzas productivas, y bajo la forma en que esta experiencia social se estructura dentro de unas determinadas relaciones de producción.» [la cursiva es nuestra]

Confieso que siento cierta frustración al tener que repetir aquí lo que para cualquier persona familiarizada con el materialismo filosófico son, como ya he dicho antes, sus «rudimentos», pero de nuevo nuestro amigo Blanco parece no entender qué se quiere decir cuando se habla de «modo geométrico». Se equivoca de lleno al afirmar que desde el materialismo filosófico se «razona a golpe de demostraciones geométricas». Naturalmente que la filosofía no es una ciencia, y por tanto no hay demostraciones geométricas sino, si se prefiere, «demostraciones» filosóficas: te quedas con la alternativa que no puedes eliminar. Cito de «Sobre la filosofía del presente en España» (El Basilisco, 2º época, núm. 8):

«Consideraríamos, en resolución, a la filosofía en su sentido estricto, como la disciplina que se ocupa del análisis y composición de las Ideas que puedan ser segregadas en el «torbellino categorial». Filosofía no es, según esto, «meditación sobre Dios», «autoconciencia» o «investigación sobre el ser», sino análisis y composición de ideas que, en su límite, tiende a constituir un sistema. Con frecuencia, este sistema ha querido llevarse a efecto more geométrico. Se trataría de una tentación constante y constantemente frustrada. Las Ideas no constituyen algo así como una «categoría de las categorías»: el «orden geométrico» es sólo un canon de la construcción de las ideas. [...] La filosofía, tal como la entendemos, no es científica, pero es internamente sistemática, dentro de los métodos estrictamente racionales. Es enteramente gratuito tratar de reducir la racionalidad a los límites de la racionalidad científico-categorial... [...] La idea de la filosofía que venimos presuponiendo implica, desde luego, que la filosofía, si tiene algo que ver con el saber, tiene que ver con el saber en tanto que lo es de «segundo grado», como una reconstrucción sistemática llevada a cabo por medio de nexos abstractos («geométricos») de Ideas que brotan de categorías previas, como un saber que no reconoce fuentes propias y autónomas, sino que comienza a partir de la reflexión de otros saberes (los saberes de los sabios metafísicos o de los teólogos; los saberes de los expertos, de los científicos, de los políticos, el saber de los filólogos y el "saber del pueblo").»

Cito de «La esencia del pensamiento español» (El Basilisco, 2º época, núm. 26):

«Por nuestra parte, reiteramos el criterio desde el cual hemos tratado de caracterizar a la filosofía de tradición helénica pero con un alcance no relativista, es decir, capaz de superar el relativismo: su referencia a los saberes científicos y, en concreto, a la geometría. La filosofía de tradición griega, es decir, el pensamiento griego, se caracteriza por ser un saber reflexivo, de segundo orden, sin duda, pero tal que tomó como parámetro de su reflexión a los saberes científicos, geométricos en su caso. La filosofía académica, la filosofía de Platón (nadie entre aquí sin saber Geometría) ofrecerá el elenco de contenidos característicos de la filosofía en el conjunto del pensamiento en general

«El geometricismo de la escuela de Bueno, discutible en ontología y en gnoseología, deja de ser inocente y exento de peligros cuando entramos con todo su aparato en terrenos abonados por problemas de ética y política. En ellos el filósofo ha de moverse no como el frío matemático que añora ser, sino como el esmerado artista y el prudente estratega que (una parte de la) sociedad espera de él. Pretender razonar "al modo geométrico" sobre la conveniencia ética y política de la pena de muerte, sobre la unión nacional del estado español, o sobre el papel de este estado en el concierto internacional, por dar algunos ejemplos, no puede ser síntoma de simple puerilidad. El materialismo filosófico entendido como tradición, y no como un sectarismo es, en tanto que filosófico, completamente abierto en este tipo de cuestiones. Desde el análisis crítico y exhaustivo de diversos argumentos en pro o en contra de alguna resolución práctica, no se podrá nunca adoptar una postura unívoca.»

¿Sabrá Blanco qué quiere decir cuando habla de «geometricismo» del materialismo filosófico? Queda aclarada ya por mi parte esta cuestión en los párrafos anteriores, dando por supuesto que sus acusaciones son fruto de una interpretación errónea o de una falta de contacto con los principales textos del materialismo filosófico.

«El materialismo filosófico como tradición no es otra cosa que el marxismo en los terrenos políticos, éticos y sociales. Siempre me sorprendió sobremanera que, a pesar de las abundantes adherencias al marxismo registradas en las declaraciones de la "Escuela de Oviedo", o mejor dicho, de personas que dicen pertenecer a este ente, se repita sin parar una serie de dogmas y consignas que pertenecen más bien a la ideología acrítica del estalinismo. O sea, que la coyuntural alianza ideológica de esta filosofía haya de ser con el marxismo más degenerado, deleznable y de derechas: culto al estado (como si al margen de él, toda comunidad humana fuera mera basura "fenoménica"), centralismo político-burocrático, y positivismo (lo que fácticamente es, es lo racional, mientras que aquello que debería ser, no pasa de la utopía, o sea, basura, nuevamente). La crítica a todas aquellas causas que defiende la izquierda actual (no a la guerra, no a la pena de muerte, no al centralismo, no al trasvase del Ebro, etc.), sólo puede hacerse desde la derecha más rancia, que nada sabe del movimiento social, aunque este tenga sus carencias (que las tiene, sin duda). Sólo puede pasarse a la más extrema derecha política quienes ya desde siempre han vivido en ella, aunque hubiera una fuerte coloración roja en sus banderas: el estalinismo. Caída la unión soviética hay que buscar otros soles imperiales que calienten más.»

Mucho tendría que explicar C. J. Blanco para comenzar a tomar en serio la retahíla de débiles críticas al materialismo filosófico. Tendría que explicar, por ejemplo, por qué, aun cuando el materialismo filosófico fuera «estalinista», ese «estalinismo» es, como dice de una manera tajante pero sin argumentos, «una ideología acrítica». Sería lo mismo que decir de su discurso que es propio de la izquierda indefinida, y más concretamente de izquierda divagante, y no decir nada más.

De la misma manera habla Blanco de «marxismo degenerado, deleznable y de derechas», adjetivos totalmente gratuitos porque no explica absolutamente nada. Dice que ese «marxismo degenerado», que sólo él sabrá cuál es, «rinde culto al Estado (como si al margen de él, toda comunidad humana fuera mera basura «fenoménica»). Desde luego, parece sentirse aludido como «basura fenoménica».

Tendremos que suponer que cuando C. J. Blanco habla de rendir culto al Estado, ha de estar haciendo referencia a las corrientes o partidos de izquierda definida (cuyas seis principales corrientes son: izquierda liberal, izquierda libertaria, izquierda socialista, izquierda comunista e izquierda asiática), definida políticamente a través del Estado, frente a lo que se ha llamado las izquierdas indefinidas (esto es, no definidas políticamente) dentro de las que encontramos las izquierdas extravagantes, las izquierdas divagantes y las izquierdas fundamentalistas. En el caso que nos ocupa, al afirmar el autor cosas como que «La crítica a todas aquellas causas que defiende la izquierda actual (no a la guerra, no a la pena de muerte, no al centralismo, no al trasvase del Ebro, &c.), sólo puede hacerse desde la derecha más rancia», le coloca claramente del lado de una izquierda indefinida. Indefinida porque no se ve claro que pueda definirse en función de variables estrictamente políticas. Ejemplo: según Blanco se es de «la derecha más rancia» si se está a favor del transvase del Ebro, mientras que si se está en contra, se es de «la izquierda actual». Criterios como esté es imposible tomarlos en serio. C. J. Blanco pide el principio, esto es: que la idea de Izquierda es unívoca, y cuando se habla de «la Izquierda» se está aludiendo a alguna concepción de la vida o movimiento unitario, que supone, siempre según Blanco, que, por ejemplo, si se es «de izquierdas» hay que ser «no centralista» o «pacifista». «La Izquierda» no existe como realidad unívoca y es, desde luego, un mito confusionario y oscurantista, «oscurantista porque oculta las diferencias e incompatibilidades entre diferentes corrientes de izquierdas; es confusionario porque no permite distinguir las diferentes corrientes que están comprendidas en su nombre» (El mito de la Izquierda, Ediciones B, Barcelona 2003). Ahora bien, esto no significa, como algunos han interpretado erróneamente, que la distinción «izquierda/derecha» sea ya vacía, pues la realidad es que el mito de la izquierda sigue funcionando, y en tanto que continúa ejercitándose esa distinción sigue en marcha. Por otro lado tampoco se puede concluir, como también algunos han concluido, que ya no hay corrientes de izquierdas: aunque efectivamente en el caso de España sólo en casos muy concretos podemos hablar de izquierda definida políticamente, la realidad es que ahí está la sexta generación de la izquierda, la izquierda asiática, el maoísmo...

«Demasiado Stalin, y muy poco Marx, desgraciadamente. Y de éste último, muy poca filosofía materialista la que se aprovecha, realizándola. Muy poca filosofía marxista la que se estudia, no ya sólo en Oviedo, sino en la generalidad de la universidad española. En modo alguno, muchos de quienes nos dedicamos a la docencia y a la investigación dentro de esta gran tradición de materialismo filosófico, queremos aceptar dogmas y consignas completamente vergonzosas con las que no deseamos vernos confundidos. Trabajamos dentro de un estilo y un método íntimamente comprometidos con la emancipación humana. Por muy agudamente que Bueno y otros seguidores suyos esgriman tesis "provocativas", debe tenerse siempre en cuenta que en éstos terrenos "no-geométricos", los argumentos posibles y hasta plausibles, no son demostraciones. Los problemas antropológicos, éticos y políticos requieren no perder de vista, jamás, las líneas y composiciones de fuerzas sociales e ideológicas (realmente) presentes en una formación social. Y el filósofo materialista, lejos de creerse un Sócrates rompedor de los huevos que hay en la cesta, debería siempre formarse como un militante, un combatiente, incluso al lado de compañeros de viaje que pueden parecer ignorantes y obtusos, pero compañeros que podrán ser educados en primer lugar y de una forma correcta.»

Es evidente que nuestro autor se ve acosado por un fantasma, el fantasma del estalinismo, que trae a colación una y otra vez, de manera recurrente y obsesiva, intentando que a fuerza de repetir «estalinismo» y «estalinismo», algún lector despistado llegue a la conclusión de que todos los materialistas son estalinistas. De nuevo un imperdonable olvido para quien dice encontrarse dentro de «esta gran tradición del materialismo filosófico»: Ensayos materialistas se escribió precisamente contra el Diamat. Lo repito para que quede bien claro: Ensayos materialistas se escribió precisamente contra el Diamat.

Repito de nuevo lo que antes se ha dicho: cuando se dice que se utiliza el «método geométrico» no se está diciendo que las demostraciones sean geométricas; evidentemente, las demostraciones son filosóficas. El materialismo filosófico no está fuera del mundo y desde luego no pierde de vista «las líneas y composiciones de fuerzas sociales e ideológicas (realmente) presentes en una formación social». Precisamente no perder de vista la realidad hoy parece ser lo que más enerva a quienes se hacen abanderados de un sistema que no entienden, o que quieren pasar por el filtro de «lo políticamente correcto»: la pena de muerte, la unidad del España, los nacionalismos fraccionarios, son realidades que requieren toda nuestra atención, pero que desde sus posiciones de izquierda indefinida son incapaces de triturar, bien por no contar con las armas necesarias, o bien por contar con una serie de prejuicios de los que son, por otro lado, plenamente conscientes, y que les colocarían en «situaciones comprometidas» de llegar hasta el final, siempre desde los presupuestos del materialismo filosófico, en la discusión de esas cuestiones: pena de muerte, España, &c. Son, al fin, «materialistas vergonzantes».

«Hace ya una serie de años, cuando escribía mi primer borrador de "La Totalidad Social" veía el panorama hispánico de la filosofía con irritación y malestar. Y eso me sucedía partiendo de la realidad más cercana, que era la realidad de la filosofía en Asturias. Lo que podría haber sido un rico semillero de filosofía viva y original, frente a la erudición acartonada y la mera filología que se practica en las otras tierras (salvo excepciones individuales, naturalmente), se había ido transformando a lo largo de los años 80 y 90 en un sectarismo de la mayor mediocridad. Conocí a personas semejantes a loros, repetidores de esas consignas-dogma y tomé nota de un curioso fenómeno de "culto a la personalidad", centrado en torno a la figura de Bueno. Entre tanto, la producción de estudios realmente originales y valiosos había decaído de una manera pasmosa. Hacer un análisis gnoseológico de una ciencia determinada es tarea ardua por cuanto supone el estudio y el conocimiento de esa ciencia, además de la propia tradición filosófica. Otros ámbitos de investigación, donde se esperaba del materialismo nuevas contribuciones, en ontología, en política, sobre la técnica, la economía, la religión y el mito, la psicología, la ética, etc. empezaron a echarse en falta. Fueron campos abandonados, quizá por falta de personas debidamente cualificadas para abordarlos.»

Muchas veces se ha dicho de aquellos que trabajamos en torno al materialismo filosófico los mismos adjetivos que ha utilizado Blanco: «mediocres» y «sectarios». Pero, ¿quién esta siendo ahora tan escaso de miras que sigue anclado en las iniciales posiciones de la primera oleada del materialismo filosófico, y es incapaz de comprender que nos encontramos ante un sistema filosófico que tiene ya su propia dinámica, que ya ha «salido» de Asturias? Localizar, en la actualidad, el materialismo filosófico en Asturias es tanto como no saber hoy qué es el materialismo filosófico. Los posteriores desarrollos de este sistema llevados a cabo por las siguientes oleadas están ahí: basta fijarse simplemente en muchos de los colaboradores esta misma revista El Catoblepas... ¿Qué más se puede decir? La crítica requiere un mínimo conocimiento del material que es objeto de ese análisis, y en este caso, parece no darse esta condición. La crítica de Blanco es completamente anacrónica y psicologista, puesto que evocando los recuerdos e impresiones «de los años 80» y principios de los 90, pretende ofrecer un análisis certero del estado del materialismo filosófico en la actualidad. ¿De dónde ha sacado Blanco que no ha habido nuevas contribuciones en economía, en religión, en política, &c.? Sin duda es por desconocimiento que mantiene semejante falsedad. Ejemplo: en abril del 2003 se celebró en Sevilla en 40 Congreso de Filósofos Jóvenes, bajo el rótulo «Religiones, Mitos e Ídolos», en el que se presentaron varias comunicaciones elaboradas desde los presupuestos del materialismo filosófico; en julio de 2003 se celebró en Gijón la octava edición de los Encuentros de Filosofía, cuyo tema fue La Paz, y en el que se presentaron trabajos tan interesantes como el de Joaquín Robles López titulado «La idea de Paz en el contexto "científico" (categorial)», el de Atilana Guerrero, «Los judíos en la Segunda Guerra Mundial», y otros muchos que no cito aquí; en septiembre de 2003 se celebró en Murcia el congreso titulado Filosofía y cuerpo, en el que se pudieron escuchar interesantes intervenciones de, por ejemplo, David Alvargonzález, «El problema de la verdad en las religiones del Paleolítico», Pedro Insua, «Biología e individuo corpóreo», Silverio Sánchez Corredera, «Ética, política y moral. Un desarrollo desde la perspectiva de Gustavo Bueno», &c. Queda dicho para el que se quiera enterar. No es necesario estar en Oviedo para ser materialista. Puede ser que los errores y equivocaciones que comete Blanco vengan de la mano de informaciones sesgadas proporcionadas por quienes atrapados en las cuatro paredes departamentales de cualquier facultad se ven impedidos, no por las «malvadas fuerzas opresoras del materialismo filosófico», sino por su propia incapacidad y ramplonería, para «hacer filosofía». Excusemos entonces a nuestro autor.

«En lugar de esto, un sinfín de escritos e inquietudes fáciles de satisfacer, cómodamente polémicas, se publicaron ad nauseam, casi todos referidos a temas de actualidad periodística, programas de TV, y el consabido "problema de España" entre las más diversas coyunturas políticas. El Culto a la Razón de los materialistas filosóficos fue sustituido por una especie de "filosofía del corazón", complementaria de la prensa del mismo órgano. Tantos chascarrillos y vanas polémicas ad hominem a cargo de tantos filósofos de escuela tuvieron que coincidir puntualmente con la deriva mundana que las últimas obras de Bueno han tomado en dirección a los temas sociológicos y políticos. El afán "polémico" de toda esa producción (tanto de la escuela como del maestro) predomina ya sobre la verdadera lucha ideológica que se está librando en el país. En "La Totalidad Social" y en los escritos ulteriores, he denunciado el uso vulgar que este materialismo asturiano hace del marxismo. De la imponente tradición materialista de análisis y crítica social, aún no superada en nuestros tiempos, sólo se recitan ya algunas consignas groseras, como las críticas relativas al par base-superestructura, o algunos presupuestos claramente estalinistas referidos al papel de Estado (centralista). Se está tratando a Marx como si fuera un perro muerto, cegando de manera necia el afluente más rico de instrumentos para un análisis social, ético y político de una formación social capitalista, arsenal del que no es posible prescindir, y del que no se puede hacer burla. Si la filosofía aparece en la lucha política como una suerte de "ciencia ideológica" no lo será por su carácter falso o deformado, sino por la función emancipadora, crítica y racional en el seno de un sistema más amplio de ideologías ante las cuales puede y debe imponerse, en virtud de su mayor nervio crítico (de segundo grado), por su racionalidad ejercida en contacto con todo lo que le es próximo, incluido el marxismo, y que llega hasta su identificación con él.
Denostar de forma soberbia a los movimientos sociales y (potencialmente) revolucionarios no es lo mismo que ejercer la crítica dentro de ellos, educando a compañeros de viaje. Fundirse en un mismo coro "españolista" que sume sus voces al insulto permanente que la ultraderecha lanza contra todo planteamiento nacionalista e no tiene nada que ver con la filosofía, y menos con una "demostración racional" de la unidad de España, cosa por lo demás imposible, como imposible es ejercitarse en un método que ignora y desprecie los hechos históricos, desoyendo nuevamente a Marx. Este materialismo vive completamente ciego a las tendencias que vive el país, por lo que se niega a sí mismo, se anula como filosofía cuya suprema norma es transformar el mundo, interpretándolo. Y por lo que respecta a la triste realidad social asturiana, no parece ser sino la quintaesencia misma de su derrota y declive como país. Una país el asturiano que una vez fue avanzadilla cultural dentro del estado, como pocas comunidades, así como la punta de lanza de la conciencia obrera y social en medio del torpor español predominante.»

No sé de donde saca el autor que «el consabido problema de España» sea mera «actualidad periodística». Amigo mío, ¡el problema de los problemas! ¿O es que Blanco, en ese desprecio feroz a «cuestiones de actualidad periodística», no ve la televisión, no escucha la radio o no lee la prensa? Por otro lado quedaríamos agradecidos si nos aclarara cuáles son, desde su punto de vista (que podrá ser de todo menos materialista, a la luz de lo que escribe) esas cuestiones profundas que todo buen marxista, como se autoconcibe él, debe tratar, y que según él no son ni la unidad de España, ni los nacionalismos fraccionarios, ni la pena de muerte, por ejemplo. ¿El Ser?, ¿el Ente, quizá?

Nuestro amigo Blanco domina, sin duda, la terminología revolucionaria, pero desconoce por completo qué revolución tiene que hacer. Ya nos explicará él, seguro, «la lucha ideológica que se está librando en este país», ¿es la lucha de la banda terrorista ETA? ¿es la lucha de los independentistas catalanes? ¿es la lucha de los musulmanes fundamentalistas? ¿es la lucha de clases? Bonitas palabras, sin duda, pero vacías. «Dijo la zorra al busto, después de olerlo: 'Tu cabeza es hemosa pero sin seso'».

Tendría que explicar desde luego eso de que se trata a Marx como a un perro muerto. En general, las acusaciones de Blanco son completamente gratuitas, ya que no da razones en las que se puedan apoyar sus palabras, salvo insultos y precisamente lo que él tanto desprecia: consignas. Habla de «función emancipadora de la filosofía», pero antes tendrá que explicar de qué hay que emanciparse; de lo contrario, de nuevo, el vacío. Podríamos tener la función, pero lo que no tenemos, desde luego, son las variables. Insisto en que decir que el materialismo filosófico está «completamente ciego a las tendencias que vive el país» es desconocer por completo el sistema. Y que si se mantienen posiciones tan absurdas como éstas, es porque se vive en una burbuja ideológica en la que, por ejemplo, el peligro de secesión de los nacionalistas fraccionarios no se advierte como un «problema» (entonces ¿qué es?), o bien porque son cuestiones que incomodan y es preferible no tratar.

Precisamente por atrevernos a hablar de España, se llenan la boca algunos de insultos como «fascistas» o «ultraderechistas», sin más argumentos que el simple hecho de mencionar la palabra «España». El materialista entonces no se niega a sí mismo, niega la estupidez del que se enfrenta a la realidad de España sin aceptar que su DNI es español y no murciano, extremeño, gallego, catalán o asturiano. Asturias no es un país, como apunta Blanco, decantado parece ser del lado de los nacionalismos fraccionarios; debería saber, por su aparente conocimiento experto de la historia y milagros de esa Comunidad Autónoma, que la «conciencia obrera y social» que en tal alta estima (mítica) parece tener, se eclipsó por completo con las prejubilaciones (que desactivaron para siempre el supuesto «proletariado revolucionario»). ¿O es que acaso se expulsó de Asturias a las miles de personas que se suponía harían la revolución? Quizá un poco menos de idealismo y unas cuantas dosis de realidad le servirían a C. J. Blanco para poder discernir entre la realidad de España hoy, la España de nuestro presente, y la imaginaria España en la que le hubiera gustado vivir, porque la dura realidad es que «marxistas y materialistas» como él no hicieron la revolución que prometían y con la que se les sigue llenando la boca.

En fin, como en otros casos, la crítica que pretendía ir contra el sistema se diluye en insultos, falsas acusaciones y autoproclamaciones de materialistas verdaderos («materialistas somos cuatro», dice algunas veces otro). Son unas líneas de Lenin las que mejor dibujan la situación de aquellos que, haciéndose llamar materialistas, hace tiempo ya que viven en el pantano:

«Marchamos en pequeño grupo unido por un camino escarpado y difícil, fuertemente cogidos de las manos. Estamos rodeados por todas partes de enemigos, y tenemos que marchar casi siempre bajo su fuego. Nos hemos unido en virtud de una decisión libremente adoptada, precisamente para luchar contra los enemigos y no caer, dando un traspiés, al pantano vecino, cuyos moradores nos reprochan desde un principio el que nos hayamos separado en un grupo aparte y el que hayamos escogido el camino de la lucha y no el de la conciliación. Y de pronto algunos de entre nosotros comienzan a gritar: "¡Vamos al pantano!". Y cuando se intenta avergonzarlos, replican: "¡Qué gente tan atrasada sois! ¡Cómo no os avergonzáis de negarnos la libertad de invitaros a seguir un camino mejor!". ¡Ah, sí, señores, libres sois no sólo de invitarnos, sino de ir adonde mejor os plazca, incluso al pantano; hasta consideramos que vuestro verdadero puesto está precisamente en él, y nos sentimos dispuestos a prestaros toda la colaboración que esté a nuestro alcance para trasladaros allí a ¡vosotros! ¡Pero en tal caso soltad nuestras manos, no os agarréis a nosotros, ni ensuciéis la gran palabra libertad, porque nosotros también somos "libres" para ir adonde nos parezca, libres para luchar no sólo contra el pantano, sino incluso contra los que se desvían hacia él!» (Lenin, ¿Qué hacer?, 1902.)

He comenzado con Feijoo y me gustaría terminar también con él, porque pudiera ser que C. J. Blanco no fuera responsable único de todos sus errores. En ese caso espero que le consuelen las palabras del fraile benedictino:

«En quienes considero yo que arde la envidia, como pasión furiosa, no es en estos pocos, que hablan en público, sino en infinitos, que murmuran en secreto; aunque es verdad, que a cuenta de éstos, rompen aquéllos; porque éstos son los que compran los libelos, éstos los que los aplauden, éstos los que con notable deleite los leen en corrillos, graduando de rasgos soberanos las más despreciables inepcias, y dando la mayor carcajada donde encuentran el más asqueroso dicterio. Pero su complacencia tiene la infelicidad de ser muy transitoria. Léese el libelo, publícase, celébrase; ¿y qué sacamos de ahí? Dentro de muy poco tiempo ya no hay quien se acuerde del libelo, ni de su Artífice, y la fama del Autor impugnado sigue el vuelo, que tomó, sin que esos ofendículos le estorben más, que al curso de un río impetuoso las guijas que le atraviesan. Con que la carcoma de la envidia prosigue haciendo su efecto en los corazones de estos idólatras de libelos. Dejémoslo, pues, señor mío, a su mala suerte. O por hablar, y sentir más cristianamente, compadezcámonos de ellos, y pidamos a Dios les inspire más sanos afectos, como puede, con su Divina Gracia; cuya conservación deseo a Vmd. con muchos años de vida, &c.» (Feijoo, Cartas Eruditas y Curiosas, tomo segundo, carta quinta: «Autores envidiados y envidiosos», 1745.)

 

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