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El Catoblepas, número 22, diciembre 2003
  El Catoblepasnúmero 22 • diciembre 2003 • página 11
Artículos

Las matemáticas son creativas,
y quizá constitutivas del Universo indice de la polémica

Sigfrido Samet Letichevsky

Las matemáticas no son un simple instrumento, sino que tienen un intrínseco poder creativo, lo que al parecer se debe a que, en última instancia, la «materia» es una manifestación de la estructura matemática del Universo. No tiene sentido decir que «la materia se evapora», porque la realidad humana es el nivel sensorial. Pero al trascender el realismo próximo se relativiza el antagonismo materia/idea, y sobre todo la oposición materialismo/idealismo en filosofía

Evolución de las ideas sobre la estructura de la materia

Uno de los párrafos más frecuentemente citados en los últimos siglos son estas palabras de El Ensayador (1623) de Galileo (citado en ref. 1, pág. 101):

«La filosofía está escrita en ese grandísimo libro que continuamente está abierto ante nuestros ojos (es decir, en el Universo), pero no se puede entender si primero no se aprende a comprender su lengua y a conocer los caracteres en que está escrito. Está escrito en lengua matemática y los caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas, sin cuya ayuda es humanamente imposible entender nada; sin estas es como girar vanamente por un oscuro laberinto.»

Estas palabras podrían entenderse como atribuyendo a las matemáticas una función meramente instrumental, al servicio de la «filosofía» (ciencia). Pero al decir que «la filosofía está escrita» en la naturaleza (es decir, objetivamente, trascendiendo las mentes que interpretan) atribuiría a las matemáticas una entidad radicalmente distinta. La primera interpretación es notable para la época; la segunda, asombrosamente moderna, capaz de fascinar e inquietar a la mayoría de los humanos del siglo XXI. Bernard d'Espagnat nos dice (ref. 2) que:

«Según esta interpretación, el libro de la naturaleza está necesariamente escrito en lenguaje matemático porque las cosas no son «cosas» propiamente dichas (objetos masivos y localizados) sino representaciones de grupos de transformaciones o soluciones de ecuaciones. Las matemáticas pues, no pueden limitarse a expresar relaciones. Lo que traducen es la esencia misma de la realidad.(...) Heisenberg explica que fue la lectura del Timeo de Platón la que le hizo entrever la salida, sugerida por el hecho de que, renunciando a describir como cosas las «partes más pequeñas de la materia», el autor del diálogo remitía para ello, aunque en términos ambiguos, a las matemáticas. Y, efectivamente, Heisenberg, unos años después, fundó sobre unas bases matemáticas puramente abstractas la teoría atómica actual, sacando así a la física de lo más pequeño del callejón sin salida en que se hallaba. Con mayor generalidad, los datos fácticos de la física del siglo XX han impuesto una rotunda superación del realismo próximo y han conferido un papel eminente a las matemáticas.»

(Es sabido que las ideas actúan sobre los hombres a través de largos períodos de tiempo, pero este ejemplo y otros que veremos, son muy notables pues se trata de 2.500 años. Y también es interesante señalar que los grandes físicos han sido influidos por grandes filósofos, fueran estos materialistas o idealistas; en realidad los idealistas han servido de estímulo al desarrollo de la física en mayor grado que los materialistas).

Para ubicar mejor las palabras citadas, repasemos brevemente las concepciones acerca de la estructura de la materia. Aunque Anaxágoras de Clazomene (498-428 a. J.C.) enseñaba que la divisibilidad de los cuerpos no tenía límite, parece que Leucipo (aprox. 500 a. J.C.) fue el fundador de la teoría atómica, que fue propagada por Demócrito de Abdera (468-370 a. J.C.) y Epicuro (341-270 a. J.C.). Estas enseñanzas fueron codificadas por el poeta romano Lucrecio (57 a. J.C.). Según Lucrecio (ref. 3, §150) «jamás cosa alguna se engendró de la nada, por obra divina». Y en §215: «la naturaleza disuelve cada cosa en sus elementos, pero no la aniquila». Dice en §270: «déjame citarte otros cuerpos cuya existencia material deberás admitir aún siendo invisibles». Y se debe admitir apoyándose en la experiencia:

«los vientos {son} cuerpos invisibles» pero capaces de arrancar árboles; reconocemos olores sin ver las partículas que los forman; las ropas húmedas se secan al sol: «el agua se pulveriza en partículas que de ningún modo pueden captar nuestros ojos. Más todavía: (...) la sortija con el uso adelgaza por dentro; la gota que cae excava una roca; aunque de hierro, la corva reja del arado mengua imperceptiblemente en los surcos, y en las calles vemos el enlosado de piedra gastado por los pies de la turba; asimismo, junto a las puertas, las estatuas de bronce dejan ver como adelgazan sus diestras por el tacto de tanta gente que las besa al pasar. Todas estas cosas disminuyen, pues, ya que las vemos gastarse; pero qué partículas las dejan en cada momento, es una visión que nuestra mezquina naturaleza nos veda».

Y por último, en §609: «Los átomos son pues, sólidos y simples, (...) y la naturaleza no permite que nada se arranque de ellos ni mengüen en nada, reservándolos como semillas de las cosas».

Las palabras de Lucrecio no solo enuncian la teoría atómica sino que incluso prefiguran a Lavoisier (antes de que fueran posibles las constataciones cuantitativas que constituyeron la comprobación experimental) al establecer que «nada se pierde, todo se transforma». Gigantesco progreso científico, que, como suele suceder, fue luego refutado por Einstein (¿y por el Big-bang?)

Lucrecio observa con agudeza fenómenos que serían más comprensibles adoptando la teoría atómica, pero esta no pasa de ser una conjetura. En el siglo XVIII tuvieron lugar grandes progresos en las ciencias experimentales (descubrimientos de Lavoisier, leyes de las proporciones definidas y múltiples, equivalentes químicos, &c.). John Dalton (1776-1844) concibió la idea de asignar a los elementos «pesos atómicos» relativos y utilizó las leyes de combinación como apoyo para la teoría atómica (ref. 4, pág. 182). Aunque sus datos cuantitativos hacían más convincente a la teoría atómica, esta no dejaba de ser una hipótesis; no era «demostrable» ni había otras vías independientes que la corroboraran .

En 1897, J. J. Thomson descubrió el electrón (ref. 5): «Esta es una segunda y mayor ironía –dice Weinberg–: el descubrimiento del electrón contribuyó a establecer la existencia de átomos, pero como los electrones podían ser separados de los átomos, este descubrimiento también demostró que los átomos no eran lo que siempre se creyó: no son los componentes indivisibles de la materia. Como diríamos hoy, no son partículas elementales». Luego se descubrió el neutrón (James Chadwick, 1932), el positrón, el muón, el neutrino, &c. El número de «partículas» crecía, pero desde la perspectiva de la teoría cuántica, los ingredientes de la naturaleza no son partículas, sino campos. «Es natural definir una partícula elemental como aquella cuyo campo aparece en las ecuaciones de campo fundamentales.»

De manera que al profundizar el estudio del átomo, comenzamos a hablar de «otro» átomo (porque su característica fundamental era ser indivisible). Para Thomson, el átomo era sencillo: sólo estaba constituido por protones y electrones (los electrones tenían carga negativa, y masa casi nula, lo cual hacía necesaria la existencia de protones cargados positivamente para dar cuenta de la masa del átomo y de su neutralidad eléctrica). Pero fueron apareciendo más y más «partículas», que ya no son «cosas» sino manifestaciones de campos que aparecen en ecuaciones.

«Descubrir» no significa lo mismo en Física que en Geografía. Colón descubrió América (aunque murió sin saberlo: creía haber llegado a la India) porque tropezó con un continente que los europeos no conocían (salvo los Vikingos, que probablemente no sabían que era un continente; los «indios» también la conocían, de modo que para ellos, la llegada de las carabelas de Colón fue el descubrimiento de los europeos, como los describe el Chilam Balam de Chumayel) pero al que desde entonces cualquiera podría llegar y ver lo que él vio. Nadie refutará la existencia de América. En cambio, descubrir en Física es idear una teoría que explique fenómenos hasta entonces no explicados. La teoría de Newton de la gravitación Universal, fue una grandiosa generalización de la mecánica y explicó los movimientos de los astros. Pero Einstein demostró que existe el espacio-tiempo, y no las entidades separadas. Y refutó la teoría de Newton, aunque esta sigue siendo útil en el ámbito del sistema solar.

Otra cosa que enseña la evolución de las ideas acerca de la constitución de la materia, es que la «realidad» tiene varios niveles. En la antigüedad, real era lo que percibían los sentidos (y aún hoy muchos dicen «sólo creo en lo que veo», aunque si uno no viajó, digamos a Japón, tiene que creer en testimonios de su existencia; tampoco «ve» átomos ni entiende la demostración del teorema de Fermat, aunque suele confiar en los científicos).. Ahora lo llamaríamos «realismo próximo» o «realismo ingenuo», pero es un criterio muy útil para no caer en un pozo o río, para encontrar alimentos y eludir fieras, &c. Es decir, que los sentidos tienen gran utilidad biológica. A veces nos engañan: imágenes en el espejo o reflejadas en un cristal, podríamos tomarlas como reales, lo mismo que las ilusiones ópticas. Pero nuestro cerebro aprende a diferenciarlas en casi todos los casos. De repente los físicos nos dicen que todo esta formado por protones y electrones, que los electrones apenas tienen masa y que están a enorme distancia de los protones. Es decir, que el átomo es prácticamente vacío. Si una persona pudiera achicarse (como la Alicia de Lewis Carroll) hasta llegar al tamaño de un protón (cosa absurda, pero imaginable) iría viendo las cosas (personas, muebles, casas, &c.) cada vez más grandes, enormes... hasta que desaparecerían como entes y viera sólo núcleos atómicos de diferentes tamaños, pero solitarios en un inmenso espacio vacío, en el que no habría «cosas» diferenciadas. Cuando, a la inversa, nuestra Alicia entrara en su etapa de crecimiento, vería las cosas cada vez más pequeñas. Pero si fuera creciendo hasta adquirir el tamaño de un planeta, vería la Tierra como una esfera lisa, igual que los demás planetas. Y en un paseo por el Universo, tal vez se asombraría de ver lo mismo que veía cuando era extremadamente pequeña: puntos de diversos tamaños, flotando en un inmenso espacio prácticamente vacío.

Aunque el mundo fuera realmente un espacio vacío en el que flotan partículas aisladas, o aunque sólo hubiera campos y no partículas, o vibraciones de minúsculas cuerdas unidimensionales, no habría motivo para decir (como se ha dicho) que «la materia se esfuma». Sus propiedades macroscópicas, las que los seres humanos percibimos con nuestros limitadísimos sentidos, seguirían siendo las mismas. El Universo puede ser «vacío» a nivel atómico, pero no lo es al nivel humano: si cruzamos la calle sin mirar, podría atropellarnos un automóvil y matarnos, aunque el mismo automóvil sea también prácticamente «vacío».

Para Lucrecio el Universo era infinito y eterno. También lo era para los físicos hasta que Hubble descubrió (1921) que está en expansión, lo que sugiere que en el pasado pudo estar concentrado en un punto e iniciar su andadura con el Big-bang. Este «descubrimiento» minó la creencia en la eternidad de la materia y dio nuevas alas a los creacionistas. Cuando en la década de los 70 Arno Penzias y Robert Wilson detectaron la radiación de fondo de microondas que la teoría preveía, la creencia en el Big-bang quedó fuertemente reforzada por tratarse de un apoyo independiente. En Abril de 1992 (ref. 6) se anunció que el equipo de George Smoot analizó los datos enviados por el satélite COBE y confirma que se trata de radiación de fondo de microondas de 15.000 millones de años de antigüedad. Entre muchas expresiones grandiosas, Smoot dijo: «Hemos encontrado la prueba de cómo nació el Universo y cómo ha evolucionado». No hay duda de que el hallazgo de Penzias y Wilson y la posterior confirmación anunciada por Smoot, son enormemente importantes. Pero en la ciencia no hay «confirmaciones». Lo único que modestamente puede decirse, es que la teoría del Big-bang no ha sido refutada y se ha encontrado información que la corrobora. Hay otras posibilidades, como (ref. 1., pág. 30) «que la historia del Universo sea una sucesión eterna de expansiones y contracciones, que el Big-bang no constituya el comienzo del Universo sino solamente uno de los, a la postre infinitos, momentos de su historia.(...)» También existiría la posibilidad de que coexistan varios o infinitos Universos paralelos, cada uno de ellos con sus ciclos de expansión-contracción.

«Alrededor de cuatro picosegundos (billonésimos de segundo) –leemos en ref. 1, pág. 83– después del Big-bang, quedaron formados los constituyentes básicos de la materia en la siguiente proporción: 56% quarks, 16% gluones, 9% partículas W y Z, 9% partículas del tipo del electrón, 5% de neutrinos, 2% fotones, 2% gravitones y 1% bosones Higgs. [y luego, en pág. 89:] (...) hoy se piensa que las partículas que constituyen la materia se clasifican en tres grupos o familias, cada una de las cuales contiene dos quarks, un electrón o uno de sus parientes (las partículas denominadas muón y tau), y una partícula de la especie de los neutrinos (neutrino electrónico, muónico y tauónico). Aparte, por supuesto, están las partículas (cuantos) asociadas a las cuatro interacciones presentes (por lo que sabemos) en la naturaleza, la interacción fuerte, la electromagnética, la débil y la gravitatoria, partículas cuanto de fuerza como el gluón, el fotón, los bosones gauge y el hipotético gravitón.»

Es sorprendente que se pueda saber (y con tal precisión) qué partículas se formaron cuatro billonésimos de segundo después del Big-bang. Pero más sorprendente aún sería comprenderlo en el marco de las nuevas teorías. En pág. 91 dice:

«Sin embargo, todo esto ha cambiado con el desarrollo de una teoría (o conjunto de teorías) absolutamente radical, en la que la mayoría de las anteriores preguntas del tipo «¿por qué?» dejan de tener sentido: la teoría de cuerdas (o de supercuerdas)». «Según esta teoría, las partículas de las tres familias mencionadas antes están constituidas en realidad por filamentos unidimensionales (cuerdas infinitamente delgadas); más que «están constituidas por esas cuerdas», habría que decir «son manifestaciones» de vibraciones de esas cuerdas. En otras palabras, si nuestros instrumentos fuesen suficientemente poderosos, lo que veríamos no serían «puntos» con ciertas características a los que llamamos electrón, quark, neutrino o muón, por ejemplo, sino minúsculas cuerdas (cuyos cabos pueden estar abiertos o cerrados) vibrando».

Que los átomos son muy pequeños, es algo que sabemos desde Demócrito. Pero si la «realidad última» son cuerdas unidimensionales cuya longitud es «cien trillones de veces menor que el tamaño de un átomo» (pág. 92) (lo que, aunque se trata solo de una teoría, parece explicar numerosos y diferentes fenómenos y ninguno por el momento la refuta) es obvio que nuestro concepto de realidad se refiere solo a lo que nuestros sentidos pueden percibir (muy poco más que la insignificante fracción de la totalidad que tiene interés biológico, sin olvidar que el 99% del Universo parece ser «materia oscura») y que para la mayor parte del Universo «es una visión que nuestra mezquina naturaleza nos veda» (Lucrecio dixit) incluso la posibilidad de conceptuar y tal vez aún de imaginar. Por eso Sánchez Ron dice (pág. 94): «(...) es razonable preguntarse si al avanzar en la exploración de la estructura de la materia no habremos alcanzado ya niveles en los que la «materialidad» (empleando éste término en un sentido próximo a «ponderomotriz») de la materia –valga la paradoja y redundancia– se desvanece transformándose en otra cosa diferente. Y ¿en qué otra cosa? Pues si estamos hablando de partículas que se manifiestan como vibraciones de cuerdas, ¿no será esa otra cosa una estructura matemática?». Y en pág. 97, palabras que vibran con los ecos de Lucrecio:

«Y ahora los físicos teóricos de altas energías especializados en supercuerdas nos dicen que no, que estábamos equivocados, que lo que ocurre es que nuestros torpes sentidos no son capaces de ver siete minúsculas dimensiones más, que como bucles infinitesimales se cierran en sí mismos.(...)». «El sueño de la razón produce monstruos, si, pero solo son «monstruos» para las categorías que a lo largo de su historia evolutivo-cognitiva ha ido construyendo el cerebro humano, basadas en las posibilidades de sus sistemas de recepción de información física, no necesariamente para lo que es la naturaleza».

Matemáticas: creativas y constituyentes

Einstein dijo que «la propiedad más incomprensible del Universo es que sea comprensible». El Universo es comprensible e incomprensible a la vez. Pues (ref. 1, pág. 101): «(...)resultados de la física (...) que sugieren que tal vez los constituyentes últimos de la materia sean más «estructuras matemáticas» que algún tipo de materia primordial en el viejo sentido de lo que es la materia. El mundo sería así matemático en un sentido profundo, muy profundo, mucho más de lo que pudo haber sospechado Galileo cuando escribió...» las palabras con las que comienza este artículo.

Thomson dedujo la existencia del electrón (y su masa y carga) de mediciones experimentales. Pero el positrón, el neutrino y otras «partículas», fueron predichas pues su existencia era necesaria para el cumplimiento de ciertas leyes formales.

La matemática alemana Emmy Noether (1881-1935) formuló en 1918 un teorema según el cual, para toda simetría contínua (v.gr. rotación espacial) del lagrangiano (diferencia entre la energía cinética y la energía potencial) del sistema, hay una magnitud conservada a lo largo de su evolución Cuando un lagrangiano es invariante por traslación temporal, se conserva la energía total del sistema; cuando es invariante por una traslación espacial, se conserva el impulso, y cuando es invariante por rotación, lo que se conserva es el momento cinético. «El teorema de Noether hace aparecer así un vínculo totalmente inesperado entre el contenido de las leyes físicas y la estructura del propio espacio-tiempo» (ref. 7).

Por otra parte, las teorías gauge (o de Yang y Mills) hacen derivar las fuerzas de interacción de las invariancias del lagrangiano. Contribuyen a modificar la visión positivista de la física (según la cual las leyes lógicas y matemáticas son tautológicas, sin contenido, mientras que las leyes empíricas, que sí lo tienen, se fundan en la experiencia). El autor citado, Alain Boutot, agrega:

«Así, en electrodinámica, se demuestra que para restablecer la invariancia del lagrangiano del electrón libre es necesario introducir una entidad física suplementaria: el fotón, cuanto de la interacción electromagnética. Esta deducción matemática de la existencia de una entidad física constituye también la base del teorema de Noether, que a partir de un principio similar deriva la existencia de un cierto número de entidades conservadas. (...) En dichas teorías, los cuantos de interacción no son hipótesis destinadas a dar cuenta de unos hechos experimentales que de otro modo serían inexplicables. La ontogénesis, es decir, la creación de nuevas entidades, no está ni directa ni indirectamente fundada en un hecho concreto. Se basa más bien en un principio abstracto; la invariancia formal del lagrangiano bajo la acción de un grupo de transformaciones(...)» (bastardillas de S.S.)

Así, las matemáticas no serían un mero instrumento, sino que tienen un auténtico poder creador... y tal vez, aún más. Naturalmente, las teorías gauge deben ser corroboradas por la experiencia, cuya función es terminal más que inicial.

En ref. 8 (pág. 56) se aplican las teorías del caos a la biología, cosa que podría resumirse en la pregunta que Brian Goodwin formula a Stuart Kaufman; «¿Quieres decir que las especies son atractores en un espacio de parámetros morfogenéticos?».

Filosofía y Física

Conviene recordar palabras de Einstein de 1933 («Sobre el método de la física teórica», citadas en ref. 9, pág.186):

«Estoy convencido de que podemos descubrir por medio de construcciones puramente matemáticas los conceptos y leyes que los relacionan, que nos proporcionan las claves para la comprensión de los fenómenos naturales. La experiencia nos puede sugerir los conceptos matemáticos apropiados, pero con toda seguridad será imposible deducirlos a través de ella. Por supuesto, la experiencia sigue siendo el único criterio de utilidad física de una construcción matemática. Pero el principio creativo reside en las matemáticas. En un cierto sentido, por tanto, creo que es verdad que el pensamiento puro puede aprehender la realidad, tal como soñaban los antiguos».

Podemos comprender también por qué Heisenberg encontró inspiración en el Timeo de Platón, y el mismo Einstein reconoce a Mach como su antecedente más próximo. Sin filosofía no hay ciencia. Ortega escribió (ref. 11, pág. 152):

«Ni siquiera la ciencia empírica, tomada en su integridad, es verdadera si se la separa de la matemática, de la lógica, de la filosofía. [y en pág. 156:] Newton pudo crear su sistema físico sin saber mucha filosofía, pero Einstein ha necesitado saturarse de Kant y de Mach para poder llegar a su aguda síntesis. Kant y Mach –con estos nombres se simboliza sólo la masa enorme de pensamientos filosóficos y psicológicos que han influido en Einstein– han servido para liberar la mente de éste y dejarle la vía franca hacia su innovación.»

Tal vez Newton no sabía mucha filosofía, pero su metodología es fielmente platónica (probablemente porque el platonismo ya formaba parte del sentido común, de la misma forma en que mucho después se utilizan esquemas marxistas y freudianos sin haber leído a estos autores). Newton no partía de la realidad, sino de entes ideales. Un cuerpo sobre el que no actúa ninguna fuerza, según Newton, está en reposo, o se mueve en línea recta eternamente con velocidad uniforme. ¿Qué cuerpo está en reposo en el Universo? ¿Cuál se mueve en línea recta si todos, sujetos a la gravedad, describen trayectorias curvas? ¿Puede alguno moverse indefinidamente, siendo que el propio Universo tiene historia? A estos cuerpos móviles del mundo de las Ideas platónico, se les aplican correcciones para adaptarlos a la realidad (adaptación que es la corrupción de las copias platónicas): las trayectorias reales son curvas porque intervienen fuerzas (gravedad). En la Tierra, los móviles se detienen porque hay rozamiento o resistencia del aire. El mundo de las Ideas es la «perfección» que, según Platón, crea la realidad corruptible («copias»). Para Newton esa perfección es el límite al que debería tender la realidad (si arrojamos una bola en una calle adoquinada, se detendrá muy pronto, pero si utilizamos una superficie lisa reduciendo el roce –como en una cancha de bowling– llegará mucho más lejos, se acercará a la «perfección».

El Tratado de Geometría de Euclides es una de las obras que mas han influido a los científicos desde hace 2.500 años. Y, por supuesto, es idealista. ¿Dónde hay cuerpos geométricos perfectos, superficies de sólo dos dimensiones, líneas unidimensionales, puntos sin dimensiones? Son sólo ideas, a las que algunos cuerpos pueden acercarse más y más (¿hasta llegar a las supercuerdas?)

Sobre estas cuestiones Einstein nos legó palabras magníficas en un libro cooperativo editado por Schilpp en 1949, citado en ref. 9, pág.228:

«La relación recíproca que existe entre la epistemología y la ciencia tienen características notables. Dependen una de otra. La epistemología sin contacto con la ciencia se convierte en un esquema vacío. La ciencia sin epistemología es –en caso de que sea posible conseguirla– primitiva y confusa. Sin embargo, una vez que el epistemólogo que va en busca de un sistema que le ofrezca claridad se logra abrir paso y consigue llegar a tal sistema, ya tiende a interpretar el contenido de la ciencia de acuerdo con su sistema, rechazando todo aquello que no encaja en él. Sin embargo, el científico no puede permitirse el llevar tan lejos sus ansias de sistematización epistemológica. Recibe con los brazos abiertos el análisis epistemológico de los conceptos; pero las condiciones externas que para él definen los hechos de la experiencia, le impiden limitarse excesivamente al construir un mundo conceptual, por la adhesión a un sistema epistemológico. Por ello debe parecer un oportunista sin escrúpulos a los ojos del epistemólogo sistemático: se muestra como realista en cuanto intenta describir un mundo independiente del acto de percibir; como idealista cuando considera los conceptos y teorías como invenciones libres del espíritu humano (que no son derivables lógicamente de los datos empíricos); como positivista en cuanto considera justificados sus conceptos y teorías solamente en la medida en que proporcionen una representación lógica de las relaciones entre las experiencias sensoriales. Puede incluso parecer platónico o pitagórico en cuanto considera la simplicidad lógica como un enfoque que sirve como herramienta indispensable y efectiva en su investigación».

Es obvio que todo pensador puede aportar o inducir ideas fructíferas, independientemente de que su punto de vista sea materialista o idealista. Por otra parte, fuera de los marxistas, casi nadie hace hincapié en esta supuesta división fundamental de la filosofía. Más aún, ningún filósofo importante posterior a Lucrecio podría incluirse sin dudas en alguna de estas dos categorías. Se suele decir que Kant era idealista porque su célebre giro copernicano consistía en atribuir el origen de las leyes de la naturaleza a cerebros humanos, que luego las impondrían a la realidad. Kant sabía, siguiendo a Hume, que las leyes de la naturaleza no pueden inducirse de la observación, por repetida que esta sea. Por lo tanto, las teorías deben originarse en las mentes humanas. Esto fue un descubrimiento genial. Pero Kant no pudo comprender claramente (seguramente por no haber todavía suficiente desarrollo científico y posibilidades experimentales) que mentes geniales crean teorías que la naturaleza «obedece»... salvo cuando no lo hace, y la realidad refuta la teoría (y este fue el gran aporte de Popper). Pero Kant no fue en absoluto «idealista».

Tal vez resulte curioso comprobar que los filósofos idealistas han sido capaces, en tiempos modernos, de impulsar a las ciencias en mucho mayor grado que los materialistas. Einstein y Heisenberg son ejemplos notables. El primero lo explicó en parte. Ortega mencionó la necesidad de «liberar la mente», y para ello parece ser más eficaz la filosofía idealista, más audaz, frente al materialismo, que sería más «pedestre». Además, la principal (y casi única) expresión del materialismo moderno, el marxismo, fue ideología oficial en la URSS. Allí no se utilizó la filosofía para impulsar la ciencia (puesto que no había libertad de expresión), sino que se deformó la ciencia en el lecho de Procusto de la ideología. Como escribió D. Lecourt (ref. 12, pág. 107): «El argumento esencial (el único en definitiva) incansablemente repetido por Lysenko y sus partidarios contra la genética clásica era su incompatibilidad con el materialismo dialéctico». Y por eso consideraban (pág. 152) que: «Los representantes de la biología reaccionaria, llámense a sí mismos neo-darwinianos, weissmanianos, o, lo que viene a ser lo mismo, mendeliano-morganista, defienden lo que se denomina la teoría cromosómica de la herencia»... pocos meses antes del descubrimiento de la estructura del DNA. Necesitaban teorizar que el medio produce en los individuos modificaciones transmisibles por herencia (lo cual es más lamarckismo que darwinismo), para poder sostener que el «socialismo» puede crear un hombre nuevo.

Y en el campo de la investigación espacial, en el que tanto destacó la URSS: «En 1962 Peter Kapitza formuló observaciones similares: si los científicos soviéticos hubieran seguido escuchando a los filósofos marxistas, decía Kapitza, la exploración soviética del espacio hubiera resultado imposible» (ref. 13, pág. 110).

Para Popper las ideas son reales pues encarnadas en la acción humana transforman el universo físico. La oposición materia/idea se origina a nivel sensorial, pero no es tan clara cuando se intenta comprender la estructura «última» de la materia. La oposición entre filósofos materialistas e idealistas está muy lejos de ser tan tajante como algunos creen, y de tener un sentido ético. (ref. 10, VI, «Idealismo»)

Referencias

  1. José Manuel Sánchez Ron, Los mundos de la ciencia, Espasa-Calpe, Madrid 2002.
  2. Bernard d'Espagnat, «Los números esencia de las cosas», Mundo Científico Extra, «El Universo de los números».
  3. Tito Lucrecio Caro, De la Naturaleza. Bosch, Barcelona 1976.
  4. J.R. Partington, Historia de la Química, Espasa-Calpe Argentina, Buenos Aires 1945.
  5. Steven Weinberg, «El electron cumple 100 años», El País, 9 de abril de 1997.
  6. «Un satélite envía pruebas decisivas del Big-bang», El País, 9 de abril de 1992.
  7. Alain Boutot, «El poder creador de las matemáticas», Mundo Científico, nº 98, enero 1990, págs. 78-86.
  8. Roger Levin, Complejidad, Tusquets Editores (Metatemas).
  9. Gerald Holton, «Ensayos sobre el pensamiento científico en la época de Einstein» (1973). Alianza Universidad, Madrid 1982.
  10. Sigfrido Samet, «Los antagonismos absolutos dificultan la comprensión», El Catoblepas, nº 13.
  11. José Ortega y Gasset, «La rebelión de las masas» (3-7-1927), Ed. «El País», 2002.
  12. Domenique Lecourt, Lysenko. Historia real de una 'ciencia proletaria'. Laia, Barcelona 1978.
  13. Sigfrido Samet (coautor), Creatividad en política, Editorial Pax, 1998.

 

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