Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 21 • noviembre 2003 • página 15
La metáfora idónea para comprender la noción de reunión de mentes que representan el mundo es la del computador
El Mentalismo, tal y como el profesor Robles y yo hemos tratado de exponer en algún artículo,{1} es la ideología o, mejor dicho, la instalación existencial que se comienza a perfilar como forma de conciencia contemporánea en las sociedades de la información. La pretendida naturaleza mental de los intercambios en la Red puede conducir en la práctica a la pérdida del cuerpo en la Política, la Producción y el Saber de modo que los individuos corpóreos devienen signos flotantes, sin referencias mundanas –entendiendo mundo desde un punto de vista fenomenológico o desde la ontología de la existencia heideggeriana. Las pseudo-representaciones que fluyen en Red son secuencias concatenadas de imágenes y emociones sin término de modo que se produce una recurrente alteración de la conciencia, una pérdida del mundo de la vida.
No sería descabellado, como apuntábamos en aquel escrito, basar la razón del afloramiento súbito de las Neurociencias en una intención de hallar una analogía entre el ser humano y la inteligencia artificial. Se trata de hacernos creer que estamos hechos a imagen y semejanza{2} de la máquina que ha hecho posible la expansión planetaria de la sociedad de la información cuya porosidad, como estamos viendo estos días, está siendo tapada a través del derecho de autor y similares que se intentan aplicar a los códigos abiertos y a todo tipo de software libre.
El proyecto de Mathesis universalis, defendido hoy en día por muchos pensadores afines al Neoliberalismo económico y a las Ciencias cognitivas, es el horizonte de sentido para este propósito, ya que el discurso cognitivista puede llegar a la generalidad de la comunidad científica siempre que, independientemente de su especialidad, se les haga creer en el prejuicio del mundo, tal y como Merleau lo denominó y cuyo origen es el racionalismo manierista del Barroco.
La viabilidad de un proyecto matematizante de esta índole, no obstante, hace ya muchas décadas que resulta muy discutible; en concreto, desde que Cantor llegó a la conclusión desconcertante de que se pueden medir conjuntos como el de los números reales, que son conjuntos infinitos actuales (no potenciales) y que algunos conjuntos son más infinitos que otros, por decirlo concisamente. Es por ello que –y aprovechando para rendir un pequeño homenaje a los olvidados de los currículos de las modalidades del ámbito científico del Bachillerato y de los que, a duras penas, nos podemos hacer cargo los profesores de Filosofía– los matemáticos constructivistas propondrán una reedificación de las matemáticas en la que no se recurra a conceptos no intuitivos, como el infinito actual, introducidos en Matemáticas desde hace unos siglos. Es decir, que el fracaso del proyecto panlogicista-reduccionista –detrás del cual, como en Penrose, se encuentra la peor manera de entender a Platón– de Russell, el Círculo de Viena, A. Ayer y afines, aboca a un grupo de matemáticos de indudable solvencia a plantear incluso la abolición de la noción de infinito en Matemáticas –recuérdese que en el inicio del cálculo infinitesimal encontramos también a Leibniz. En la actualidad, la pretensión no ha desaparecido pero prescinde partir de las Matemáticas. En efecto, si la Lógica y la Matemática –piensan algunos- no se muestran operativas para ser la Ciencia matriz– sino que son meros instrumentos del proceder científico- quizá sí sea válida la Física. El problemas es que algunos –quienes, casualmente, también se entretienen en elaborar discursos acerca de Teoría económica– confundan cualquier tipo de relación con la reducción, como es el caso de J. Elster:
«Los programas de investigación reduccionistas tienden a ser controvertidos. Por un largo tiempo muchos afirmaron con vehemencia que la reducción de la biología a química no podía ser, pero fue. Muchos sostienen que la sociología no puede ser reducida –al menos hoy– a psicología. Como insisto en que la acción humana individual es la unidad básica de explicación de las ciencias sociales, estoy comprometido con esta reducción.» (Tuercas y tornillos. Una introducción a los conceptos básicos de las Ciencias sociales, Gedisa, Barcelona 1996, pág. 79.)
Como es sencillo ver, el proyecto científico leibniciano puede ponerse en relación con el conjunto de prejuicios que deben flotar para considerar el computador como un modelo adecuado para entender al ser humano. En efecto, las Ciencias cognitivas, son una versión tecnocientífica y fisicalista del mentalismo clásico, reconocible en Leibniz, cuyos grandes defensores se encuentran en las facultades de Física, Psicología y Filosofía de todo el mundo.
Dentro del proyecto mentalista, hay partes de cuyo vínculo con esta metáfora del computador se muestra más evidente que el de otras. Así ocurre, como hemos visto, con la intuición leibniciana de que toda proposición puede reducirse al binario. Y, efectivamente –como explica Echeverría en Telépolis{3}– es el código máquina el que ha permitido que objetos fenomenológicamente tan distintos como un escrito, una composición musical, un videojuego o una imagen estática o en movimiento (los cuales requerían para su retención y reproducción artefactos muy dispares) puedan ser, a través de la reducción a un mismo lenguaje –aunque siempre medie una máquina virtual con otro idioma concebido ad hoc para la construcción de programas específicos– almacenados y reproducidos por un mismo aparato. Pero no es éste el único parentesco genealógico que puede encontrarse entre la ontología monista y espiritualista del racionalismo manierista de Leibniz y uno de los pilares sobre los que se fundamenta la idea de que lo que define a lo humano y lo social es la información. Otra filiación, también apuntada por Echeverría pero menos explorada,{4} es la que existe entre el Analysis situs leibniciano, la Teoría de grafos y el desarrollo de las nuevas redes de información y comunicación que han entrelazado a esos aparatos polifacéticos y que están dando lugar a un nuevo Entorno para la conducta humana.
Sin adentrarnos en las características de ese nuevo Entorno –para lo cual remito al lector interesado a la lectura de Mentalismo mágico y sociedad telemática– lo que no podemos dejar escapar, desde el punto de vista del genealogista, es la vinculación existente, ya desde sus inicios, entre los modelos cibernéticos y la cultura capitalista de libre mercado tal y como Gustavo Bueno puso de manifiesto en los Ensayos materialistas. Si aplicamos el modelo metafísico de Leibniz al plano de la Economía política –podemos interpretar las mónadas como individuos perfectamente conscientes de la situación de las demás en lo que refiere a lo que éstas ofertan y demandan– vemos que la imagen que se nos da coincide a la perfección con la de la sociedad de consumo volcada sobre la satisfacción de los deseos y necesidades individuales, todos los cuales se satisfacen o bien mediante el mercado de libre competencia –en el caso de los asuntos privados– o bien mediante el mercado de la libre elección de los representantes políticos –en los asuntos públicos. La sociedad civil acaba por ser entendida como un aglomerado de individuos con la capacidad de elegir qué comprar o a quién votar. Como vemos, la metafísica representacionista monista y reduccionista propia del racionalismo manierista no está al margen del origen, que se produjo entonces, de la sociedad de mercado y de la democracia parlamentaria, las cuales no se entienden la una sin la otra. De modo que el mentalismo puede ser entendido desde su inicio como ideología de elites comprensiva con el capitalismo emergente. De modo que las bases de su triunfo pueden cifrarse en este aspecto más que en su verdad intrínseca, absolutamente inexistente por tratarse de una posición filosófica aporética en virtud de sus presupuestos representacionales.{5}
La pregunta que ahora cabe hacerse es a qué estado de cosas favorece hoy la resurrección de esta ideología de elites. Y la respuesta que cabe dar es la siguiente: a un capitalismo surgido tras la desaparición del Telón de acero y cuya característica fundamental es una nueva forma de gestión que, para ser comprendida, pide la sustitución, dentro de los esquemas marxistas, de la fuerza proletaria por la nueva figura económico-política del operario vinculada, pero no totalmente identificable, con el trabajador autónomo.{6} Precisamente es esta figura del operario la que está en la juntura de los tres ejes –Producción, Significación y Dominación– del campo antropológico tal y como nosotros los entendemos. Esto no es nuevo, ya lo han señalado Negri y Lazzarato, en especial cuando analizan la figura de Benetton. Merece la pena reproducir sus palabras ya que dan un perfil meridianamente claro de la cuestión:
«El hecho de que este nuevo emprendedor –para Negri y Lazzarato ni Berlusconi ni Benetton son manipuladores mediáticos, como les califica la izquierda tradicional, sino auténticos pioneros– utilice la comunicación como modalidad estratégica de comando y desorganización debe solamente hacernos entender que se entró en otro paradigma, en el cual la relación entre lo económico, social y político, está modificada. [...] Para no confundir lo hábitos mentales de los hombres de izquierda, podemos decir que se establece una nueva relación entre la producción, la distribución y el consumo. Para Benetton, la extracción de la plusvalía no será más un resultado directo del trabajo, al contrario, la explotación es organizada por las pequeñas y medias unidades productivas, o se trata de explotación auto-organizada por parte de los individuos empresa.»{7}
En otro lugar{8} se ha tratado de estos individuos-empresa a los que se ha denominado trabajadores incorpóreos y se han explicado las distintas modalidades de los mismos. Lo que aquí, no obstante, interesa recalcar es que se trata de profesiones que tienen que ver, fundamentalmente, con los servicios a las empresas en el contexto del fomento de la liberalización, la competencia y, sobre todo, en las labores que conciernen a la generación de expectativas y a la creación de ambientes mentales idóneos para el consumo participativo –generador de estilos de vida y de autoimágenes– dentro del proceso general, fácil de reconocer por cualquier observador un poco avispado, de transformación del ciudadano y espectador en cliente.
Todo este proceso forma parte de la época post-taylorista: un proceso que, visto desde la cara de la clase detentadora, consiste en que el empresario alcanza el poder mediático y el político y que mirado desde el envés –o la cruz, si se quiere– de la clase trabajadora, se caracteriza por la reforma de la actividad sindical de modo que los nuevos operarios del sector servicios tuvieran cabida y protección: la forma en que esto se produjo tuvo como médula espinal no a los macro-proyectos de las grandes centrales –a los cuales deberían plegarse los trabajadores– sino al operario mismo, ante cuyas nuevas necesidades debía reestructurarse no sólo la actividad sino el mismo organigrama de los grandes sindicatos horizontales.
Pero este post-taylorismo está pasando por una nueva fase, desde 1989 hasta hoy. Una fase que Lazzarato y Negri califican de nuevo paradigma en el cual se está dando una modificación de la Producción, la Significación y la Dominación, como estos mismos autores señalan. ¿Pero en qué consiste esa modificación? La respuesta es: La modificación radica en la confusión de los tres ejes del campo antropológico cuya raigambre es de naturaleza psicológico-mentalista y viene favorecida por el entorno telemático involucrado en las nuevas formas productivas. Un entorno que, por todo lo expuesto anteriormente, propicia esta forma psicologista desde la cual ver el mundo y entender la propia existencia a la que nosotros hemos denominado mentalismo mágico y a la que hemos definido como una forma de conciencia que tan sólo se nutre de una suerte de maná que consiste en el sucederse de un flujo de significantes –imágenes y expresiones– suspendidos, colgados, en el entorno virtual y que congelan el tiempo biográfico dado que no remiten ni a un pasado ni a un futuro sino al presente continuo de su propia retroalimentación.
Wiener, discípulo de Russell, en su obra Cibernética y Sociedad, define la libertad como incertidumbre entendida en términos informacionales. De modo que la libertad desaparece si se extingue la incertidumbre. La perfección comunicativa, es decir, la desaparición de la incertidumbre, supone la instantaneidad en el envío de mensajes. Como es sabido, la velocidad de la luz no es infinita sino que hay un lapso de tiempo desde la emisión hasta la llegada. Sin embargo, cuando hablamos de recorrer el globo terrestre la distancia es tan despreciable que, en términos prácticos, puede considerarse esta velocidad como equivalente a infinito de modo que el intervalo temporal del recorrido es igual a cero. Como señala Bueno{9} en Ensayos materialistas, comentando a Wiener, la necesidad de contar con el factor tiempo podría considerarse como elemento clave para probar que un sistema social o político no puede regularse desde la armonía preestablecida. Y, desde luego, esto es así cuando no existe un Entorno en el mundo en el cual sea posible reducir el tiempo a cero –el teléfono y el fax no pasaban de ser meras herramientas, utilísimas, sin duda, pero que en ningún caso proporcionaban lo que denominamos un Entorno. Pero hoy, treinta años después, ese Entorno existe aunque, por supuesto, sólo sea un Entorno más del mundo fenomenológico, junto a la Naturaleza y la Ciudad, como explica Echeverría.{10}
¿Cuál es el problema, entonces? Desde luego, el mundo real, tridimensional y operatorio no ha desaparecido ni va a cesar en ningún momento –incluso en la peor pesadilla apocalíptica al estilo Matrix permanece uno de los dos entornos restantes: el de la organización social de los efectivos sujetos corpóreos, es decir, Sión o la Ciudad– pero sí que puede conducirse a las elites y a la ciudadanía en general –a través de la Educación obligatoria universal mediada por la Psicopedagogía de nuevo cuño y por licenciados en Ciencias acríticos con su propio prejuicio del mundo– a hacerles pensar que todos los tres Entornos se caracterizan por pertenecer a una misma forma de acceso al mundo: la representación por parte de la mente de una serie de inputs procedentes de una sustancia ahí fuera (donde estaría incluso el propio cuerpo) que se define en virtud de términos puramente fisicalistas y en lenguaje matemático –sobreentendiendo en todo momento que los otros discursos científicos podrán reducirse en un momento dado a tales términos.
La metáfora idónea para comprender esta noción de reunión de mentes que representan o reproducen el mundo es la del computador en su doble vertiente hardware-software. ¿Y qué otra cosa llevan haciendo las Ciencias cognitivas desde su origen que reproducir esta metáfora?
Notas
{1} Francisco José Robles & Vicente Caballero, «Mentalismo mágico y sociedad telemática», en la revista Cuaderno de materiales, nº 18, publicación de la Facultad de Filosofía de la UCM (páginas 21-34), e ídem «Mentalismo», accesible también desde: www.filosofia.net/materiales
{2} Véase de Francisco José Robles Rodríguez, «Experiencia fenoménica versus representación computacional», en Terminología científico-social. Aproximación crítica, Anthropos, Barcelona 1991, páginas 232-238.
{3} Publicada por Destino en Barcelona 1994.
{4} Vicente Caballero de la Torre, Redes, lógicas no clásicas y neuronas. De los límites de la matematización más allá de la Física [en preparación].
{5} Francisco José Robles Rodríguez, Para aprehender la Psicología, Siglo XXI de España, Madrid 1996. Véase también, del mismo autor, el artículo «Acerca de la naturaleza aporética de las psicologías cartesianas o representacionales», en la revista El Basilisco, n º 12, Oviedo, verano de 1992, páginas 61-68.
{6} Cuyas coberturas sociales en el Sistema de la Seguridad Social de nuestro país han sido ampliadas recientemente en Consejo de Ministros, lo cual ha generado una polémica sobre el finis operantis supuestamente electoralista de tal medida –lo que nos pone en la pista del gran volumen de autónomos actualmente existente; un volumen que ha aumentado por el fomento del trabajo incorpóreo (véase nota siguiente) que se acoge a la figura contributiva y fiscal del trabajador autónomo.
{7} «Estrategias del emprendedor político», en Futur Antérieur, nº 23 y nº 24 (París 1994)
{8} «Operarios y mercancías incorpóreas» [en prensa], publicación a cargo de la Sociedad de Filosofía de la Región de Murcia con motivo del Congreso Filosofía y cuerpo: debates en torno al pensamiento de Gustavo Bueno (Murcia, 10-12 de septiembre de 2003) en el que el autor del presente artículo presentó la comunicación «Sobre el trabajo incorpóreo».
{9} Gustavo Bueno, Ensayos materialistas, Taurus, Madrid 1972, páginas 130-136.
{10} Los señores del aire. Telépolis y el tercer entorno, Destino, Barcelona 1999.