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El Catoblepas, número 19, septiembre 2003
  El Catoblepasnúmero 19 • septiembre 2003 • página 24
Libros

Corrupción, pobreza
y desgobierno en Hispanoamérica

José Manuel Rodríguez Pardo

Reseña a la segunda edición del libro de Anibal Miranda,
Los dueños de grandes fortunas, Miranda y Asociados, Asunción 2000

«—¿Hay corrupción en Paraguay? [...]»
—Usted no se imagina cuánto...»

Resumen y contexto del libro

El diálogo de arriba, extractado de una conversación entre Benjamín Fernández Bogado, un experimentado periodista, y Jacques (Jacobo) Soustelle, uno de los socios del general Stroessner en su época de dictador y beneficiario de 82 millones de dólares (pág. 9) sirve para que Aníbal Miranda, profesor de Derecho paraguayo que ejerce en Argentina, comience un interesante y muy documentado estudio sobre un fenómeno no sólo típico de Paraguay, sino de toda América (no olvidemos a EEUU y los casos no muy lejanos de desfalco y falsedad contable de empresas como Enron) y también en España (no creo que nadie sea tan desmemoriado para olvidar los años del PSOE en el poder).

El libro, sin embargo, se centra en un país del ámbito hispano, y es a él al que nos ceñiremos, apuntando también posibles interpretaciones sobre sus causas y soluciones. En primer lugar, hemos de reconocer que es un muy brillante trabajo desde el punto de vista documental, y presenta además un trasfondo historiográfico de gran nivel. Es más, podríamos decir que Miranda ha encontrado en un país como Paraguay, que por su especial situación geográfica ejerce gran influencia en todo lo relacionado con los problemas del contrabando de todo tipo de mercancías y flujo de personas, un campo de estudio no sólo interesante para eruditos, sino también para estudiar, si acaso someramente, qué es la corrupción, y por qué se produce en los países hispanoamericanos con tanta virulencia.

Comienza el profesor Miranda enumerando los distintos tipos de fuentes que han servido para la elaboración del trabajo, sintomáticos de la situación que vive el país. Las fuentes primarias utilizadas por el profesor Miranda han sido de dos tipos, documentales y orales. Las primeras han estado condicionadas en cuanto a su acceso, pues «El Gobierno de Paraguay no tiene un sistema de desclasificación de documentos», y en este país «no hay impuesto a la renta personal y por tanto los ingresos y bienes de las personas no están registrados», y sólo los funcionarios deben declarar sus bienes, pero sin seguimiento alguno, además de que las sociedades anónimas «estaban exentas de anotar el nombre de los accionistas, lo que impedía conocer la identidad de sus dueños» (pág. 12) Estos extremos, realmente sorprendentes para nosotros, acostumbrados a declarar constantemente nuestros ingresos, son sin duda una buena muestra de cómo las leyes fomentan la corrupción desmesurada en Paraguay.

El libro, aunque no pretende ser de historia ni de análisis, según su autor, tiene un referente histórico indudable desde el que se procesan los datos obtenidos. Se centra en la situación del país tras la «guerra grande» y desde 1947 explica cómo se formó la corporación militar partidaria que aún hoy día gobierna de hecho el país. Así, la primera gran fortuna acuñada en Paraguay surge al calor de la derrota paraguaya en la Guerra Grande, y es la de Carlos Casado, español radicado en Argentina y gran emprendedor, que se hizo con grandes lotes de terreno en Paraguay. Sin embargo, al país no le resultó demasiado rentable: «En el período 1885-1890 la extensión de tierras vendidas fue de 11.604 leguas cuadradas, equivalente a 21.757.500 hectáreas. El ingreso contabilizado fue de 5.2 millones pesos oro, unos USD 5.8 millones, amortizable en cuotas. Como punto de comparación se puede citar que el valor de las exportaciones paraguayas en 1890 fue de 3.5 millones pesos oro, lo que da una medida acerca de la exigua recaudación obtenida por enajenar aquel vasto territorio. La situación llegó entonces al revés de la existente en 1860, cuando la mayor parte de la tierra estaba en poder del Estado». (pág. 20) Después, sin embargo, se produce una gestión respetable, la de Manuel Franco y Eligio Ayala, que resistió los ataques de Bolivia y dejó la deuda externa en menos de un millón de dólares. Pero la recaída en el faccionalismo del ejército y las luchas entre Colorados y Liberales depusieron al gobierno de Eusebio Ayala y volvió la inestabilidad (págs. 25-26).

Es precisamente el papel del ejército el más estudiado dentro de la creación de grandes fortunas, en especial desde 1939 en adelante. En aquella época, Estigarribia, el héroe de la guerra del Chaco y candidato por el Partido Liberal a la presidencia, había firmado un crédito con EEUU, pero falleció en extrañas circunstancias y dio paso a sucesivos alineamientos del país con Brasil y nuevamente EEUU, hasta que el general Estroessner, hijo de un inmigrante alemán dedicado a la venta de cerveza, derroca al presidente Chaves. El general, lejos de romper con los norteamericanos, fue reforzado por ellos en el trasfondo de la Guerra Fría y se convirtió en un fiel aliado, convirtiendo el país en todo un centro de inteligencia al servicio de la CIA: «En Paraguay nunca hubo una presencia norteamericana sustantiva en inversiones o población. No hubo tampoco vecino en el Cono Sur que por algún armamento sofisticado amenazara la seguridad nacional de Estados Unidos, directamente. Gobiernos que no estuvieron dispuestos a aceptar orientaciones de la política exterior desde fuera sí hubo, o países donde el movimiento comunista fue de alguna manera intenso. Pero en términos de seguridad, un estado poderoso precisa saber tanto de sus adversarios como de sus amigos y aliados. De modo que aquella estación de inteligencia hizo de elemento estratégico en Paraguay. Fue una base para operaciones especiales y secretas, prácticamente irremplazable por su ubicación en el centro de la zona sur del subcontinente y por el hecho de ser imposible instalar semejante facilidad en cualquier otro estado, con un servicio regional vital a los intereses de Estados Unidos. Estroessner supo tejer una relación particular con Washington, teniendo aquel elemento estratégico como su propia pieza de juego. Él se colocó como centinela o custodio de las operaciones de inteligencia norteamericanas en la región. De esa manera obtuvo continuado apoyo y protección en momentos de crisis». (págs. 60-61).

Una vez afianzado en el poder, Estroessner fue creando su emporio personal, basado en el control del ejército y en el contrabando y mercado negro: «Cuando Estroessner estaba al mando, el crimen organizado estaba verdaderamente organizado. Era vertical en su estructura, cerrado para los no-leales, había pugnas entre grupos relativamente antagónicos que de todos modos coexistían bajo el arbitrio -y la brutalidad- del jefe máximo» (pág. 63). Asimismo, las fuentes de recursos para mantener satisfechas a las distintas facciones militares se basaban principalmente en el abigeato, es decir, el robo de partidas de ganado vacuno, el contrabando, tanto fluvial como por avión y transporte terrestre (del primero se ocupaba quien sería el principal servidor de Estroessner, José María Argaña) así como el contrabando de café, en el que también se hallaban implicadas altas autoridades brasileñas, quienes suministraban género de Brasil para venderlo como si fuera paraguayo. En esa época hubo varios intentos de desestabilización del régimen, pero fracasaron, y éste ya no sufriría alteraciones internas en adelante.

En 1967, con la promulgación de una Constitución Nacional que presuntamente permitía la participación de los partidos de la oposición a los Colorados (oficialistas). Aunque de hecho el únido partido gobernante era el Colorado (hasta hoy, añadiremos). En esta coyuntura se produce la creación de numerosas empresas estatales, que dan oportunidad a las inversiones extranjeras y, sobre todo, a la compra de tierras. Resultan innumerables las empresas y negocios realizados, por lo que aquí sólo citaremos las empresas binacionales, es decir, los negocios creados tras el tratado entre Brasil y Paraguay el 26 de abril de 1973, con vistas a aprovechar los recursos energéticos que producía el Río Paraná (págs. 87 y ss.). Sin embargo, los beneficios para la nación paraguaya eran escasos en comparación con el usufructo de los brasileños de las centrales de Itaipú y Yacyretá. «Una serie de reparos se hicieron en Paraguay al tratao de Itaipú. El principal de ellos fue sobre el precio de la energía -USD 300 por GWh- que se mantendría fijo por 50 años, independientemente de los reajustes de costo que hubiera durante la construcción de la represa. Como Paraguay quedaba por otro lado constreñido a vender exclusivamente a Brasil la energía que no utilizara, aquel precio implicaba una subvención a la economía brasileña. [...] En toda América Latina nunca hubo una inversión tan rentable como Itaipú, exceptuando el Canal de Panamá, según se desprende del texto del tratado mismo. Para las autoridades paraguayas que accedieron a esa entrega hubo compensaciones personales (fuera de los términos del tratado, naturalmente). Para asegurar que Estroessner y sus lugartenientes aprobaran aquellas condiciones retorcidas, el Gobierno de Brasil les regaló aproximadamente USD 150 millones de acuerdo a fuentes diplomáticas de la época» (págs. 96-97).

Evidentemente, y a pesar de todas las cesiones, la economía paraguaya experimentó un notable crecimiento. «De 1976 a 1981 el PIB registró un aumento del 10 por ciento anual promedio, el más alto de América Latina» (pág. 100). Sin embargo, la cifra era mucho más alta que la oficialmente admitida, y acaparada por unos individuos que ya no vestían uniforme, sino traje y corbata. Eran no sólo los ya consolidados y seguidores de Estroessner, Argaña, Rodríguez, Yoyito Franco o Brítez, sino nuevos empresarios como Juan Carlos Wasmosy, Andrés Gómez y Raúl Cubas, los llamados barones de Itaipú. Sin embargo, en 1982 el milagro económico ya se había desinflado. Ello fue debido a que «Los emprendimientos hidroeléctricos binacionales e inversiones concomitantes asimismo influenciaron el comercio, especialmente entre Brasil y Paraguay. El intercambio a través de la frontera pero en particular por Ciudad Presidente Estroessner, Pedro Juan Caballero y Salto del Guairá superó ampliamente lo registrado por Paraguay en el periodo 1973-1982». Sin embargo, «Nada más que una tercera parte [sic] de aquel intercambio pasó por las aduanas paraguayas. El resto fue puro contrabando [sic]» (pág. 102).

Podríamos seguir ahondando en los innumerables negocios ilegales (contrabando de mercaderías, tráfico de drogas, prebendas, &c.) que se emprendieron durante esta larga etapa de dictadura, incluyendo la curiosa anécdota de la acogida del dictador nicaragüense Anastasio Somoza con su baúl cargado de dinero, pero sería tarea inabarcable tanto para el espacio de esta reseña como para lo esencial que hemos de mostrar aquí. Simplemente habría que señalar que, como sucedió en toda Hispanoamérica, la dictadura de Estroessner acabó tocando a su fin, una vez que le fueron retirados sus apoyos, en 1989, gracias al golpe de estado de Andrés Rodríguez, Lino Oviedo y otros generales (págs. 161 y ss.).

Sin embargo, ello no motivó que la situación en Paraguay variase sustancialmente. Lo único que varió fue la estructura formal del poder, que pasó de ser una dictadura «constitucional» a ser una república presidencialista controlada por los mismos que habían dominado desde 1954: el Partido Colorado. Por ejemplo, la victoria de Wasmosy primero sobre Argaña en las internas, y después en las elecciones generales, fue lograda por medio de las maniobras del general Lino Oviedo, quien afirmó que «las Fuerzas Armadas con el Partido Colorado gobernarían per secula seculorum» (pág. 212). Para ello habilitó unas 200.000 cédulas de identidad sin dueño, reutilizables en sucesivas votaciones de distintos distritos: «Un Colorado registrado terminaba de votar con su propia cédula. El operador lo invitaba a votar de nuevo en un distrito distinto, conociendo de antemano su afiliación y lealtad a Oviedo. Le entregaba otra cédula con nombre ya ingresado en el padrón electoral y lo hacía acompañar. El votante se sacaba la marca de tinta del dedo y votaba por segunda vez, recibía una propina y devolvía la cédula prestada» (pág. 213). Esto es lo que se llama pucherazo electoral.

Así se fraguó la carrera exitosa y se acrecentó la fortuna de Wasmosy. «El poder real lo tenía Oviedo, heredero de los generales formados en la Guerra Fría, dueños de vida y hacienda durante casi 40 años de mando. Sería difícil borrar tanto poder acumulado». Wasmosy «Descubrió y explotó la política como medio para acumular sobre lo que ya poseía. En vez de 5 o 10 empresas manejaría todas las empresas del Estado, en vez de 15 o 20 concesiones tomaría control de cientos». Él no era un político. Tenía pasión por el dinero y si en la política había mucho dinero, ése debía ser su lugar». (pág. 213).

El estudio prosigue dando detalles de lugares como Ciudad del Este, donde el contrabando mueve grandes sumas de dinero, y describe asimismo otras muchas claves acerca de la corrupción en el Cono Sur. Concluye el estudio enumerando y describiendo la lista de los grupos financieros más importantes de Paraguay. Resulta interesante, entre otras muchas, la tabla que muestra los principales activos en millones de dólares del año 1999. Entre los diez primeros de la lista se encuentra el Grupo Wasmosy (1º con 1.400 millones de dólares), el Grupo de Nicolás Bo (2º con 1.350 millones), cuya hija Gabriela ha contraído matrimonio recientemente con el cantante mejicano Cristian Castro, así como Estroessner y su hijo Alfredo (8º con 900 millones), sin olvidar al histriónico Lino Oviedo (6º con 1.000 millones) (pág. 317). Otras tablas, como la que relaciona activos y narcotráfico, también incluye no sólo a varios de los aquí citados, sino a los principales miembros de las magistraturas paraguayas.

Sobre el fenómeno de la corrupción

Evidentemente, el problema de la corrución en cifras y datos, no sólo en Paraguay sino en muchos países de la zona, resulta sorprendente cuando no sonrojante. Sin embargo, para muchos no bastará con la enumeración de los datos, y habrá quienes no se resistan a ir más allá e intenten dar alguna clave que dé cuenta del problema. Lo más inmediato sería pensar que la corrupción es un problema esencialmente económico. Por ello, desde unos postulados economicistas, este libro de Aníbal Miranda habría de verse como un capítulo más de la presuntamente tradicional sumisión de América al capital extranjero. Un ejemplo de esta tesis economicista, que ha cosechado un gran éxito en ambientes extraacadémicos y también académicos, es el caso de Eduardo Galeano y su libro Las venas abiertas de América Latina. Por ejemplo, ya como adelanto de lo que será su tesis señala que: «Desde el descubrimiento hasta nuestros días, todo se ha trasmutado siempre en capital europeo o, más tarde, norteamericano, y como tal se ha acumulado y se acumula en los lejanos centros de poder [...] El modo de producción y la estructura de clases de cada lugar han sido sucesivamente determinados, desde fuera, por su incorporación al engranaje universal del capitalismo.»{1}

En base a esta afirmación, interpreta que los españoles acudieron a América con el único objetivo de obtener y acaparar riquezas. «Como unos puercos hambrientos ansían el oro»,{2} decían los emisarios de Moctezuma respecto a los españoles, y Galeano lo reafirma, cayendo en un reduccionismo psicológico que se coordina mal con las relaciones económicas. Es más, no contento con ello, señala que, a pesar de la presunta sed de riquezas hispana, los españoles no aprovechaban tales beneficios, sino que los cedían a los acreedores europeos, que serían, según esta versión, los verdaderos dueños de América: «Los españoles tenían la vaca, pero eran otros quienes bebían la leche. Los acreedores del reino, en su mayoría extranjeros, vaciaban sistemáticamente las arcas de la Casa de Contratación de Sevilla, destinadas a guardar bajo tres llaves, y en tres manos distintas, los tesoros de América»,{3} de tal manera que «aquel imperio rico tenía una metrópoli pobre, ...»{4}

Estos «tesoros de América» serían, a todos los efectos, el oro extraído de las minas, por ejemplo, de Potosí. Sin embargo, Galeano, a costa de mantener una aparente coherencia, ignora u oculta intencionadamente muchos datos que contradicen su versión. En primer lugar, no era oro lo que se extraía de América, sino plata en su inmensa mayoría. Por eso mismo, cuando este metal llegaba a la península, tenía que ser cambiado por el auténtico patrón económico, es decir, el oro, misión que se encargaban de realizar los banqueros genoveses. Ahora bien, de tales intercambios España no se iba de vacío, pues gracias al cambio de plata por oro se obtuvieron capitales con los que se pudieron construir, «hace cuatro siglos, [...] dieciséis de las veinte ciudades latinoamericanas más pobladas de la actualidad»,{5} como el propio Galeano se ve obligado, a su pesar, a reconocer. Si realmente España no era más que un engranaje en la estructura del desarrollo capitalista, ¿cómo es que pudo desenvolverse con independencia y predominio mundial durante más de trescientos años? Evidentemente, Galeano obvia todos estos detalles, pues considera que España no era más que una estructura que saqueó los yacimientos mineros para luego hacerlos circular hacia los banqueros genoveses (Banqueros que, en el siglo XVII, continuaron financiando a España, devolviendo aquello que habían presuntamente acaparado. Tal es el caso del noble genovés Ambrosio Espínola), con lo que su papel en la Historia sería simplemente el de poner las bases para el capitalismo triunfante, sin dominio real sobre el terreno. Es por ello que se ve obligado a afirmar que España y su proyecto, es decir, la defensa de la fe católica, «resultaba una máscara para la lucha contra la historia».{6}

Lo curioso es que algo tan «antihistórico» como España mantuvo su predominio durante trescientos años, que para Galeano no serían sino una lucha contra la Historia, o más bien contra la Historia que él ha diseñado desde sus esquemas economicistas y que se niega a modificar en base a hechos que la refuten. El más claro es sin duda lo sucedido tras la independencia: «Cuando los pueblos en armas conquistaron la independencia, América Latina aparecía en el escenario histórico enlazada por las tradiciones comunes de sus diversas comarcas, exhibía una unidad territorial sin fisuras y hablaba fundamentalmente dos idiomas del mismo origen, el español y el portugués. Pero nos faltaba, como señala Trías, una de las condiciones esenciales para constituir una gran nación única: nos faltaba la comunidad económica».{7} Sin embargo, la duda surge inmediatamente: ¿cómo se puede mantener una unidad cultural y política durante más de 300 años, si no existía tal unidad económica? ¿Cómo pudieron los españoles y portugueses uniformar y mantener de esa manera zonas tan complejas y aisladas en distintas tribus y estados, si al fin y al cabo la unidad económica nunca existió? Es evidente que el esfuerzo para dar tal unidad a tierras tan variopintas no fue colonial sino civilizador,{8} y si esa unidad, reconocida por Galeano, se echó a perder, fue por decisiones políticas desafortunadas, tomadas por los próceres que asumieron el poder en Hispanoamérica, entre las que se encuentra la corrupción que por desgracia hoy lastra a esas naciones, Paraguay incluido.

En fin, no podemos aquí analizar más en profundidad esta obra de Eduardo Galeano, pues sólo le hemos hecho venir aquí para realizar la crítica a interpretaciones economicistas. Pero sí cabría decir respecto a Las venas abiertas de América Latina que es el ejemplo de una impostura. Y esto lo decimos no sólo por el desenfoque, las contradicciones y las falsedades (deliberadas o no, es lo de menos) que Galeano presenta en la obra, sino porque los numerosos lectores (en 1999 ya se habían vendido 15 ediciones del libro) han visto en Galeano una suerte de oráculo, capaz de explicar las desgracias actuales de América, acaso porque desean encontrar a alguien que les diga aquello que quieren oír, es decir: que siempre han sido pobres, indefensos y por eso les han «robado».

Sin embargo, el libro que estamos reseñando aquí, Los dueños de grandes fortunas, es no una parte del ayer sino del presente. Y en este presente se ve cómo el problema de la corrupción no es económico, en contra de lo que podrían pensar autores como Galeano, sino esencialmente político. Eso lo muestra diáfanamente el profesor Miranda cuando afirma que «el Estado se convirtió en empresa de empresas. Esa expansión abrió fuentes de empleo y asimismo oportunidades para realizar lucrativos negocios, los que con el tiempo devendrían en el medio usual de acumular riqueza» (pág. 38). Así, no son los grandes emporios financieros los que han acaparado el estado paraguayo para usufructuarlo como si fuera un «comité de negocios de la burguesía», para usar una fórmula de Carlos Marx. De hecho, ciertas leyes como la que permite en Paraguay patentar una marca aunque ya exista en el extranjero, cierran el paso a empresas como Disney, Adidas, y otras muchas de diferentes sectores, que debido a esta ley se encuentran con que el contrabando les impediría vender a un ritmo razonable.

Sucede, por lo tanto, que incluso los empresarios que ya habían acaparado fortunas importantes, promocionaban hacia la jefatura del Estado con el único fin de aumentarlas. Precisamente así se fraguó la carrera exitosa y se acrecentó la fortuna de Juan Carlos Wasmosy de la que ya hablamos más arriba: «El poder real lo tenía Oviedo, heredero de los generales formados en la Guerra Fría, dueños de vida y hacienda durante casi 40 años de mando. Sería difícil borrar tanto poder acumulado». Pero Wasmosy «Descubrió y explotó la política como medio para acumular sobre lo que ya poseía. En vez de 5 o 10 empresas manejaría todas las empresas del Estado, en vez de 15 o 20 concesiones tomaría control de cientos. Él no era un político. Tenía pasión por el dinero y si en la política había mucho dinero, ése debía ser su lugar». (pág. 213).

Si el problema de la corrupción es esencialmente político, esto quiere decir que estará ligado a las formas de gobierno. Es decir, habrá que ver cuál es la situación de Paraguay, tanto en la dictadura como en la actual democracia fundada en 1989, para entender el problema de la corrupción. Sin embargo, Aníbal Miranda no hace especial distinción entre estas dos etapas, pues, según como expone los acontecimientos, no implican ruptura alguna. Es más, en los momentos concretos en los que intenta aportar alguna característica común a la forma de estado mantenida en Paraguay históricamente, afirma que siempre «los gobernadores de la provincia del Paraguay actuaron en la doble función de jefes militares y líderes políticos» (pág. 187). Miranda supone que, ya desde la época de dominio español, la forma de poder político sería el llamado «caudillaje» o liderazgo militar. Sin embargo, visto históricamente, el auténtico liderazgo era el de la corona española. Es más, si consideramos la evolución y surgimiento de Paraguay como nación, hemos de ver que es muy similar a la del resto de naciones de América, tanto en el Norte como en el Cono Sur: desde EEUU hasta Chile, todas tienen su origen en una revolución, en la que el gobernante era un militar, ya fuera Jorge Washington en EEUU, Simón Bolívar en Venezuela o el Doctor Francia en Paraguay (otros preferirán al Mariscal López, según los casos, y habría que descartar siempre a las tribus guaraníes y sus tendotas como origen del estado paraguayo).

En cualquier caso, lo importante no es tanto el origen del estado, que marcará la diferencia entre una monarquía constitucional (en el caso de un reino que evoluciona a estado nación, como España), una república presidencialista (caso de los estados originados por la victoria de un caudillo, como Paraguay) o una república parlamentaria como Francia. Lo importante está en que esa estructura sea realmente eficaz a la hora de regular no sólo los recursos económicos, sino también la vida civil y evitar la miseria, las grandes desigualdades sociales, garantizar la seguridad y paz públicas, &c. Estas garantías estarían dentro de lo que la tradición filosófica, ya desde Aristóteles, denomina eutaxia o buen gobierno. No será cuestión de enumerar aquí los distintos tipos de regímenes que citaban Aristóteles o Platón. Pero sí convendría resaltar que un sistema presuntamente democrático, donde se presume de igualdad ante la ley, puede ser en realidad una simple fachada de una dictadura en la que la auténtica ley sea en realidad la de la fuerza militar: «Estroessner y sus lugartenientes del estamento militar actuaban como los piratas. Eran depredadores eficientes. Utilizaban a sus subordinados para saquear y distribuir el botín según la jerarquía que ocupaba cada cual. Discriminaban certeramente entre los que estaban con ellos y los que estaban contra ellos. A los primeros dispensaban favores y prebendas. Para los otros era el garrote y la ley del mbareté [fuerza], código no escrito de la violencia que dirimía sumaria y extrajudicialmente cualquier litigio del que formaba parte algún miembro, pariente o allegado a esa peculiar sociedad. En los casos de colisión entre el mbareté y la ley escrita, cedía esta última» (pág. 70).

Así, lo que se contempla en Paraguay es una situación de privilegio de los próceres y los militares que se va manteniendo a lo largo de los años, como es el caso de la familia del general Bernardino Caballero: «Los Caballero han actuado en política por más de 100 años. El general patriarca fue fundador del Partido Colorado. Su hijo Rigoberto Caballero fue importante referente Colorado durante la guerra del Chaco y ocupó la cartera del Interior durante la presidencia de Federico Chaves. Uno de los nietos, Carlos Caballero Gatti, fue destacado dirigente y varias veces presidente del Partido Revolucionario Febrerista. El abogado Guillermo Caballero Vargas es empresario y dueño de una de las mayores fortunas del Paraguay actual. Es el líder histórico del Partido Encuentro Nacional y fue ministro de Industria y Comercio en el gabinete del presidente Luis González Macchi en 1999». (pág. 23). Esta descripción del profesor Miranda ya no es la de un estado presuntamente democrático, sino la de lo que Aristóteles llamaba una oligarquía. Es decir, una facción que se perpetúa en el poder sin alternancia alguna. El caso paradigmático de oligarquía en Hispanoamérica es el PRI mejicano, que estuvo en el poder durante más de 70 años [sic] hasta que fue derrotado por Vicente Fox, del PAN, en las presidenciales del 2000. En Paraguay, la facción denominada Partido Colorado lleva en el poder de hecho desde el año 1954. Y lo que le queda.

En base a todas estas informaciones tan negativas, es normal que Aníbal Miranda señale que a mayor corrupción, más fortunas malhabidas y mayor insatisfacción social (pág. 269). Sin embargo, esta insatisfacción se ha ido acrecentando en determinados momentos, sin que ello haya posibilitado el final del actual régimen oligárquico. Esto es posible porque, a pesar de que la corrupción sea una constante y la vida de los ciudadanos cada vez más mísera, siempre es posible contentarles por medio de coimas (sobornos) en períodos electorales, o rentabilizando lo justo el último crédito recibido por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Es decir, que mientras exista un consenso más o menos amplio y la propia población paraguaya participe no sólo de los sobornos que han implantado sus jefes, sino también del contrabando y el mercado negro, está claro que el régimen actual en Paraguay tiene garantizada su duración, siempre que no intervengan factores externos. Un proceso revolucionario, aunque traumático, podría acabar con estos males. Pero ni nosotros ni el propio autor aquí citado vislumbramos cómo ha de producirse esto, ni tampoco poseemos medios para lograr dicho cambio.

Notas

{1} Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina, Siglo XXI, Madrid 1999 (15ª edición en español), pág. 2.

{2} Eduardo Galeano, Las venas abiertas..., pág. 27.

{3} Eduardo Galeano, Las venas abiertas..., pág. 34.

{4} Eduardo Galeano, Las venas abiertas..., pág. 35.

{5} Eduardo Galeano, Las venas abiertas..., pág. 3.

{6} Eduardo Galeano, Las venas abiertas..., pág. 37.

{7} Eduardo Galeano, Las venas abiertas..., pág. 431.

{8} El desdén y menosprecio hacia lo hispano que muestra Galeano llega al punto de preferir utilizar el nombre Latinoamérica para designar a los estados que hablan español y portugués, en lugar del término más común y corriente durante siglos, Hispanoamérica. Utilizar Latinoamérica, a pesar de lo popularizado que está hoy el término y lo que supuestamente designa, implica importantes contradicciones, pues quienes así operan ignoran que tal vocablo designa también a Canadá, donde se habla el idioma francés, latino como bien sabemos, algo de lo que ya nos advirtió Íñigo Ongay en su trabajo sobre la publicación «Resumen Latinoamericano» en el número 4 de El Catoblepas (junio 2002, pág. 10). Es más, el propio Galeano hace gala de su espíritu de contradicción cuando señala en la página 283 de su libro que los británicos, en 1823, al contemplar la independencia de los territorios españoles en América, afirmaron: «La cosa está hecha; el clavo está puesto, Hispanoamérica es libre; y si nosotros no desgobernamos tristemente nuestros asuntos, es inglesa.» Si los propios enemigos de España no dudaban cómo llamar a esa región, ¿por qué empeñarse en utilizar otro nombre? Al parecer, este nombre fue acuñado por los criollos liberales hacedores de la revolución, quienes vieron en el término Latinoamérica una forma más de liberarse del dominio español: «Caso de desespañolización fue la adopción del término 'Latinoamérica', en sustitución del de Hispanoamérica, con el argumento de que los nuevos países no sólo tenían influencia española, pues se declaraban hijos espirituales de Francia, es decir, de la Revolución francesa. Claro que entonces 'Anglolatinoamérica', hubiera quedado mejor, ya que la influencia norteamericana, quizá no muy espiritual pero sí muy práctica, supera de lejos a la francesa. Y acaso la española sea algo más que una influencia» (Pío Moa, El derrumbe de la república y la guerra civil, Encuentro, Madrid 2001, pág. 192, nota l.). En cualquier caso, autores progresistas como Galeano prefieren usar el nombre Latinoamérica, desdeñando Hispanoamérica por tener connotaciones presuntamente conservadoras y reaccionarias (ver el artículo de Jorge Lombardero Álvarez «La Hispanidad según Zacarías», en El Catoblepas, nº 5, julio 2002, pág. 19). Lo más gracioso del caso es que Galeano y similares desprecian profundamente a la burguesía criolla, a la que consideran responsable de «venderse» al extranjero, pero no dudan en consumir a gusto su propio veneno, en este caso el uso de términos tan errados y confusos como Latinoamérica.

 

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