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El Catoblepas, número 18, agosto 2003
  El Catoblepasnúmero 18 • agosto 2003 • página 9
Documentos

Un texto de 1934:
Urgencia de cooperar a la Acción Católica

A principios de 1934 destacados católicos españoles están convencidos de que los comunistas quieren proseguir en España la revolución iniciada en Rusia para alcanzar el dominio de la vieja Europa y del mundo

La Acción Católica en España. «Las legiones de Cristo avanzan...», Barcelona 1934

En el contexto de la polémica aquí abierta sobre la república y la guerra civil española, tiene interés recordar el libro La Acción Católica en España. «Las legiones de Cristo avanzan...», escrito por José María Taboada Lago (del Consejo Central de Juventud Católica Española y de la Junta Central de Acción Católica), prologado por Angel Herrera Oria (Presidente de la Junta Central de Acción Católica), y publicado en Barcelona en 1934 (Editorial José Vilamala, 256 págs.) antes de los sucesos de octubre (el nihil obstat es de 26 de marzo de 1934). Ofrecemos su primer capítulo, titulado «Urgencia de cooperar a la Acción Católica» (páginas 27-38), en el que destaca un párrafo de Bujarin publicado en Pravda en 1926... [respetamos la grafía de los nombres propios]

Urgencia de cooperar a la Acción Católica

Una lección de los viejos imagineros

En la fachada de la Catedral de Bourges –según hizo resaltar Guyau–, en derredor de la figura central de Cristo, bellísima en su divina sencillez, aparecen colocados primero los Santos en oración; en segundo término los sabios, atentos a la elocuencia silenciosa de sus infolios, y finalmente los Reyes, con su corona, su manto y su espada, seguidos de caballeros y capitanes, gentiles-hombres y damas, como formando su corte mayestática, y evidenciadores del fausto y la riqueza del vivir de los magnates del mundo...

El protocolo de los viejos imagineros, de aquellos artífices maravillosos y geniales, que acertaron a labrar en la piedra bíblicas escenas de un realismo extraordinario y de una fuerza emotiva asombrosa, como si quisieran manifestar a la posteridad, que toda su ingente y ciclópea labor, no era más que un pobre tributo que ofrendaban a la Divinidad, la oración constante de sus almas cristianas de luchadores, y el canto gozoso de sus nobles espíritus de eximios artistas; el protocolo de los viejos imagineros, estableció con naturalidad y justeza asombrosas, una sorprendente y lógica gradación de méritos, indicadora de la consiguiente recompensa.

He ahí una bella lección que sería bien no dar al olvido, como saludable enseñanza, extirpadora de egoísmos y ambiciones exageradas. Antes que los representantes de la fuerza, antes que los representantes del poder, los humildes y solitarios –y al decir del mundo, inútiles e insignificantes– hombres que rezan, y los laboriosos y abnegados hombres que sueñan, mostrándonos la sublimidad y grandeza de nuestra misión excelsa, y patentizando a la par, que no es, que no puede ser la política, que no puede ser el poder y la riqueza, más que a modo de unas sirvientas de las demás obras selectas de la voluntad y del entendimiento humanos.

Necesidad de unir la «acción» a la oración

Quiero suponer que todos los lectores son de los que rezan. Les corresponde, por consiguiente, el primer lugar, pero para merecerlo se exige, como condición indispensable, el cumplimiento de ciertos deberes que los tiempos demandan. A ser posible, la «acción» con la «oración». Mejor sería decir: la «acción» como traducción práctica de la consciente y sentida «oración». Era Goyan, el que afirmaba que «alrededor de nosotros hay un caos, pero un caos que la fuerza de la Iglesia puede fecundar, como fecundó la palabra de Dios aquel otro caos prehistórico».

«Todos los Santos Padres de común acuerdo –decía el nunca bastante ponderado Bossuet–, manifiestan que el rico Epulón del Evangelio despojó al pobre Lázaro por que no lo vistió, que lo mató cruelmente porque no lo alimentó. Y esta dureza asesina nació de su abundancia y sus delicias... ¡Sí, los pobres mueren de hambre! Mueren de hambre en vuestras tierras, en vuestros castillos, en los campos, a las puertas mismas de vuestros palacios.»

Y Desgranges, en «La responsabilité de l'abstention», comentando las anteriores frases, añade certeramente: «Las circunstancias han cambiado, pero la responsabilidad sigue en pie. Porque muchos mueren de hambre por la avaricia de los ricos, y muchos más padecen y mueren de hambre espiritual, y no saben apagar la sed de felicidad, porque no hay quien les enseñe el camino a la fuente de la verdadera doctrina de Cristo, y falta quien les ayude con el restablecimiento de la justicia y el entronizamiento del reinado de la caridad de Jesús.»

¿Se comprende dónde está la apremiante obligación del momento? ¿Será necesario extender ante los ojos el cuadro que ofrece la juventud, los hombres del día para observar el desierto espiritual de sus descuidadas inteligencias? No quiero usar de una literatura impresionante, que podría tomarse como de terrorífico folletín, porque en demasía sé que la realidad, la triste y desconsoladora realidad mil veces contemplada y vivida, hizo percibir el angustioso grito que lanza la juventud, al sentir como se va hundiendo en una vida miserable, sin nobles ideales, sin aspiraciones sublimes y sin concepciones grandes, atenta sólo a los goces de la materia, y desconocedora de la ley de la Caridad, que es la única que puede verificar la absoluta armonía y curar las llagas repugnantes que al mundo corroen y degradan.

Recordemos con el gran Lacordaire, para no negar jamás nuestra cooperación a la Acción Católica, a las obras buenas, que Dios ha querido que sólo por el Amor se hiciera el bien a los hombres; la insensibilidad –o la indiferencia– siempre ha sido incapaz de dar un rayo de luz o de inspirar una virtud.

Acreditemos con obras el bello pensamiento de Bossuet que expresa «que cuando Dios creó al hombre, puso en él particularmente la Bondad como su huella más divina».

La revolución mundial

Paremos la atención en los hechos que el mundo ofrece, e investiguemos sus causas, para saber aportar el oportuno y curativo remedio a tan graves males. Hacia un extremo aparece Rusia, y hacia el otro Méjico, como exponentes sintomáticos de un mal que amenaza ser universal, como manifestación roja y sangrante del avance de la ola socialista, que cual alud formidable invadió a España, y que se extiende sigilosamente por los horizontes de la sociedad contemporánea, y la ola comunista, anarquista, anticristiana, más alta, más extensa, más negra todavía y más roja, porque es más sanguinaria y violenta, que avanza y empuja a la ola socialista.

Los comunistas aseguran, pura y simplemente, que el Gobierno comunista lleva el timón de la revolución universal. Y estiman que España es nación la más propicia a proseguir los ensayos iniciados en Rusia, como fortaleza indispensable para alcanzar el dominio de la vieja Europa y del mundo.

Boukkarine, un día al frente del Comité ejecutivo de la Internacional comunista, y miembro influyente de la Politbureau, es decir, del verdadero Gobierno de la U. R. S. S., ha proclamado audaz y cínicamente esta verdad:

«Hemos de responder negativamente a la pregunta de si la espera de la revolución mundial, que no acaba de llegar, puede ser eterna, porque nosotros, caudillos de la dictadura del proletariado y del socialismo, no podemos existir sin un fin que cumplir. Somos aún débiles, porque somos tan solo la sexta parte del mundo. Las otras cinco nos son adversas. Tenemos enemigos como Estados Unidos y el Gran Imperio Británico. Es evidente que algún día estallará un conflicto inevitable. Si la revolución mundial, si los obreros de Occidente no nos ayudan, pereceremos. Si aún vivimos y alentamos, es gracias al esfuerzo de las clases obreras de todos los países, que estorban a sus respectivas burguesías el acabar con nosotros. Si la revolución mundial, lejos de progresar se detiene, no hay garantía alguna de que no seamos devorados, aplastados por el capitalismo. Nuestro camino no es, no puede ser otro que el de la revolución mundial.» (Pradva, 10 enero 1926.)

En el admirable libro del ya citado Waldemar Gurian, intitulado «El bolchevismo», se demuestra que «el estado proletario de Rusia actúa como avanzada de la revolución mundial, ya que sostiene la lucha de los proletarios en los países y pueblos imperialistas, y es como el arsenal, siempre provisto, de dicha revolución. Por eso el aplazamiento provisional de la misma no contradice ni mucho menos los principios de la doctrina de Lenín. La revolución no se realiza de la noche a la mañana. Es preciso preparar al mundo para ella, y la mejor manera de hacerlo es la guerra, que en el imperialismo es inevitable a la larga. El Estado de la dictadura del proletariado prepara la revolución mundial; procura recuperar el retardo evolutivo; perfecciona la revolución burguesa; empieza a organizar el socialismo; equipa militarmente y es la central de propaganda de la revolución y el refugio de sus agentes y sostenedores».

Claras y terminantes son las mentadas palabras. Conviene mucho no olvidar que el comunismo y bolchevismo aparecen a consecuencia de crisis políticas, y acompañan como una sombra peligrosa a las crisis económicas. Por una y otra pasa España en la actualidad. El peligro es grande.

Esta revolución mundial con caracteres de hecatombe, fue anunciada mucho antes. En un período de elocuencia arrebatadora, Vázquez de Mella expresaba: «Tiempos sombríos van a llegar, y es un poeta escéptico, un poeta que llevaba todas las iras semitas infiltradas en su alma, y que las derramó en sus versos maravillosos de forma helénica, que muchas veces dirigió contra la Iglesia, y de quien Luis Veuillot dijo que era un ruiseñor que había anidado en la peluca de Voltaire, Enrique Heine, que en una página candente, admirable, hablando precisamente de los discípulos de Kant, de los partidarios de la Razón pura, después de haber dicho: Vienen tiempos rojos y ateos; el que haya de escribir el nuevo Apocalipsis tendrá que buscar nuevos animales simbólicos, porque ya no sirven los antiguos para representar las visiones que se preparan, añadía casi textualmente: Reíos hoy del poeta; pero creed que lo que se ha cumplido en el orden de las ideas, se realizará fatalmente en el orden de los hechos, porque las ideas preceden a la acción como el relámpago al trueno. Cuando oigáis un estampido como no se haya oído otro en la Historia; cuando veáis que las águilas caen muertas desde las alturas de los aires y que los leones en el desierto bajan la cola y se refugian en sus antros, sabed que ha llegado una revolución, ante la cual será un idilio la revolución francesa. Y concluía diciendo: Si veis a muchos hombrecillos que disputan, no temáis, esos no son más que unos gozquecillos que ladran y cambian algunas dentelladas; después vendrán los terribles gladiadores que combatirán a muerte.»

Meditemos un poco en las palabras que preceden. Concentremos la atención en los intentos de los comunistas, y fijemos la vista en España, sin dejar de abarcar el más amplio campo que ofrecen las naciones todas, debatiéndose entre los tentáculos del gigantesco Coloso del Norte.

Exacta en verdad es la apreciación, que algunos estimaban un tanto pesimista, hecha por el P. Zacarías Martínez, Arzobispo de Santiago. En realidad, «la rebelión se ve hoy en todas partes; la irrupción de los bárbaros alcanza a las ideas y a las costumbres; y así como la actividad del volcán se manifiesta por la explosión de los gases al exterior, como un rugido seco de cien leones, por la columna de fuego y humo y lava hirviente lanzada a lo alto que cae después en las laderas de la montaña, arrasándolo todo, así los niños grandes y civilizados del siglo XX, hijos de un padre viejo y vicioso, se han hecho visibles en el orden intelectual, moral y social por el rugido de sus pechos, llenos de odio reconcentrado, por la explosión de las bombas de dinamita y el siniestro resplandor de la tea incendiaria».

«Ante el espectáculo tristísimo que hoy ofrece el mundo –sigue el aludido Prelado–, en palabras de Bordeau, «el creyente llora porque ve su fe debilitada; el librepensador, llora también porque aun quedan viejas supersticiones»; el aristócrata se arma, el demócrata se revuelve, el demagogo ruge, el anarquista y el socialista braman; tiemblan el propietario y el industrial ante la amenaza constante de los obreros; el filósofo experimenta el hastío de los sistemas insuficientes; el moralista contempla con horror la depravación de las costumbres sociales y domésticas, el vicio glorificado y la virtud prostituida, y hasta el hombre científico moderno que debiera vivir en el templo sereno de la verdad, a donde no alcanzan las tormentas del bajo mundo, siente el contraste doloroso que ofrecen algunos sabios cantando el himno triunfal de las alegrías de la ciencia y la elegía fúnebre de sus tristezas que cantan otros.»

Falso antagonismo entre el catolicismo y la sociedad moderna

El mundo diríase que corre alocado hacia el caos, cual si le urgiera desquiciarse por completo. No hemos de esforzarnos mucho, para observar que en todas partes es terrible la lucha religiosa, y que por todas partes se ven las creencias batidas en brecha y desaparecidas de muchas almas. El torbellino de la política, los deslumbradores rayos de la pseudo-ciencia, los refinamientos y embriagueces de la civilización, crean una atmósfera asfixiante en la cual multitud de creyentes se desvanecen y caen como heridos por un rayo.

Circunscribiéndonos a España, tal vez pudiera afirmarse, sin incurrir en error de monta, que jamás se dio un confusionismo mayor. Gentes que se dicen católicas, e incluso practicantes en materia de Religión, enroladas en partidos políticos de marcada orientación izquierdista y sectaria. Y aún dirigentes de tales partidos en pequeños núcleos de población, arrastrando con su «mentida» religiosidad a otros seres incapacitados para independizarse del titulado «cacique», aun cuando alardeen de proceder con entera independencia, sin atender requerimientos o sugestiones de nadie. Posponen las ideas y sentimientos religiosos a estúpidos personalismos, sin parar mientes en el grave daño que con su proceder irrogan a la Iglesia y a España. Consciente o inconscientemente fortalecen partidos: y grupos políticos de idearios en franca oposición con sus propios intereses.

Y es que algunas gentes, y aun algunos partidos políticos, la mayor parte de los partidos políticos actuales, y lo que es peor, un determinado sector de prensa, tratan de explotar un mal pretendido antagonismo entre el catolicismo y la sociedad moderna, sin pararse a considerar que todos perderemos en la lucha: que perderá eventualmente la Iglesia, es verdad; pero que también perderá el Estado, y perderá España y el porvenir, porque no hay, no puede haber progreso más que en la armonía, armonía que malvadas campañas y ciertos gritos de destrucción, y ataques continuos y hechos vandálicos, y expoliaciones vergonzosas en verdad no preparan.

Así lo que llaman en necio alarde «moderna civilización», cada día camina más ciegamente, alejándose de Dios –como estorbo indiscutible para procedimientos y negocios inconfesables– y de toda Religión –por fuerza freno de las malas pasiones–, hasta el punto de que es llegado el instante crítico en que podamos preguntarnos, y no sin cierto temor y angustia, si no es todavía tiempo de que la pobre sociedad vaya a beber las aguas vivas que emanan de Cristo, que son las únicas que apagan la sed.

Las inspiraciones divinas, tenemos la convicción firmísima que volverán por fuerza a influir en las conciencias bajo la forma de ley moral, porque la humanidad, a la postre, habrá de convencerse de que si la ciencia puede dar el señorío de este mundo, es impotente en absoluto, y está sobradamente demostrado, para mejorar las humanas inclinaciones y gobernar y regir a los seres libres. Por algo decía el Pontífice Pío XI, refiriéndose a la Acción Católica: «Yo no hago política de partido; pero yo hago una gran política, una política a largo plazo, decisiva. Porque preparo la solución definitiva de los grandes problemas formando generaciones de conciencias más iluminadas y profundas.»

La Acción Católica es indudable que puede transformar al mundo, y transformará a España. La experiencia habrá de abrir los ojos a los que ahora llevándolos vendados, se entusiasman con una mal entendida libertad que confunden con el libertinaje. Entonces amanecerán hermosos días, donde por el momento sólo se piensa en desencadenar pasiones para provocar tempestades en las almas, mil veces más catastróficas en sus efectos que las producidas por el desatarse de los elementos y fuerzas de la Naturaleza.

Se exige proclamar muy alto, de manera que sea oído por todos, que Cristo a nada se opone que sea justo, verdadero, hermoso, perfecto, en cualquier parte que ello esté; al contrario, es un agente divino del progreso en todas sus cosas. Cristo se opone a las maldades e injusticias de los hombres y de las sociedades, por poderosas que fueren, y mira con especial complacencia a los humildes, a los vejados y escarnecidos, y a los explotados... Cristo se opone a los hipócritas que mercantilizan las creencias, y mira con predilección a los que han hambre y sed... Cristo ama a los sencillos y a los limpios, y se opone a los necios potentados que maltratan a los desvalidos, como desconociendo que son sus hermanos...

Es necesario decir esto a las gentes, para que sepan y se den cuenta de que Jesús es el único conductor de almas y de pueblos, que ha atravesado veinte siglos, sembrando beneficios por todas partes, y para hacer que su mensaje de justicia de amor y de salvación sea escuchado más que nunca. Se exige llevar a la contemplación de las gentes al Cristo del Evangelio, para que miren los pequeños cómo Jesús los ha elevado de su pequeñez, y cómo los grandes han de ser humildes, si quieren salvarse...

La reflexión nos dice que está en peligro todo aquello que el hombre más ama: el hogar que le conforta y que le alienta, nido de sus amores, donde va moldeando seres, para presentarlos, como su mejor ofrenda, al Todopoderoso; la propiedad en que ha puesto el sello de su trabajo, como producto de un ahorro y tal vez de privaciones dolorosas; el Estado que le ampara; la Patria en que nació, y en cuya bendita tierra tiene que dormir, después de haberla brindado las energías de los años mozos, y las iniciativas de su inteligencia, labrando pacientemente su prosperidad; la Religión que le conduce a Dios, summun de sus aspiraciones nobles y norte de su vivir, esperando la Eternidad...

Horas de actuar y dirigir

Nos hallamos en una hora en que por fuerza habremos de actuar, queramos o no. La reflexión es la luz que alumbra, pero no es el motor que impulsa. El motor que impulsa son la voluntad y lo que un filósofo llamó los corceles del alma, o sea, las pasiones bien dirigidas.

Si nosotros no tomamos osada y conscientemente la dirección del movimiento que arrastra a las masas, si no señalamos un objetivo legítimo a sus aspiraciones, su empuje impetuoso nos arrastrará bien pronto, con todos aquellos que se obstinan en negar la urgente necesidad de una reforma, la necesaria evolución progresiva.

Decía Monseñor Ruch, Obispo de Estrasburgo, que los hombres que conocen el secreto de vida, de bienestar y de virtud, no tienen derecho a almacenarlo en su memoria y guardarlo para ellos solos. Cristianos, todos estamos obligados a esparcir lo más posible la doctrina evangélica de la fraternidad humana, Esta moral tan bien expuesta por Santo Tomás y León XIII, debe ser comunicada a nuestros contemporáneos, porque las ideas son fuerzas y actos en potencia, son las inspiradoras de las leyes y de las costumbres. A un mundo en peligro de ruina y de muerte, ya que todos los días millones y millones de hojas inoculan en él el veneno de los peores errores sociales, es preciso ofrecerle la verdad que preserva, inmuniza y cura. ¡Que una vez más se muestre el Amor superior al Odio!

Bien es añadir, que sólo los católicos, «los hombres formados –según el pensamiento de Pío XI– en las cuatro virtudes cardinales, iluminadas y vivificadas por la caridad», son capaces de reconciliar las fuerzas enemigas, que se manifiestan en la hora trágica que vivimos. Las de aquellos que quieren mantener incólume el legado del pasado, negándose a una necesaria revisión de valores; y las de los innovadores, atrevidos, extremistas, anárquicos o comunistas, devorados por la impaciencia, por las bajas y groseras pasiones, que para abrir un más ancho camino al progreso –dicen–, no dudarían en arrojar por los suelos todo lo que la larga labor de los siglos y de la experiencia de las generaciones desaparecidas ha logrado edificar.

Sólo los católicos pueden purgarlas de los extremismos que las deforman y ordenarlas al mayor bien de la sociedad. Fijando la mirada en Cristo, en el Maestro divino, podrán sacar del tesoro que les ha sido confiado, al mismo tiempo que el sentido de la realidad, las acomodaciones indispensables y el respeto a instituciones tradicionales cuya benéfica vitalidad ha probado la experiencia.

Ahondando un poco en la raíz del mal que corroe a los pueblos, podemos ver que los ateos quieren lanzar a Dios del mundo de la materia y de la vida «acompañándole hasta la última frontera», mas como dijo Perrín, Dios no quiere salir de ahí, y ahí está, en ese templo santo, «que tiene por bóveda el cielo azul, por lámpara el sol, la tierra por ara y la vida y el corazón del hombre por altar».

Hoy como ayer y al igual que mañana, hasta que los «luchadores de Cristo» impongan al mundo los ideales regeneradores de la Iglesia, dos son los sistemas que dominan, según recuerda el ya citado P. Zacarías Martínez: «las dos grandes ciudades que describió San Agustín; la del bien y la del mal, el sistema del orden y el sistema de la anarquía, Dios y Satanás, el Catolicismo y el materialismo. Porque hoy ya no se discute la divinidad de la Iglesia, ni el contenido de sus dogmas, ni siquiera la divinidad de Jesucristo. El siglo XVI quiso lanzar a Dios del seno de la Iglesia; en el siglo XVIII y XIX se quiso lanzar a Jesucristo del seno de la sociedad y del fondo de los corazones; hoy, en el siglo XX, se quiere suprimir hasta la idea de Dios del Universo entero.»

En España ya contemplamos como las ideas disolventes y modernistas han germinado, una vez que la fuerza dejó de contenerlas, impidiendo su manifestación externa. El mal es antiguo. Los períodos de aparente tranquilidad, anunciaban las tempestades que hoy se desencadenan. La tormenta se revuelve y zumba amenazando destruirlo todo. Probablemente ha comenzado a reñirse la gran batalla. Y no podemos desconocer que el triunfo, en definitiva, será de los más organizados, de los que hubieran sabido aprovechar todos los instantes para reclutar gentes y disciplinarlas, adiestrándolas para la lucha...

¿Podemos, por ventura, estar satisfechos de la labor hasta la hora presente realizada? ¿Esperaremos impasibles el mañana, pertrechados por los egoísmos y las cobardías? ¿No tendremos la suficiente generosidad para darnos al apostolado del Bien, llevando la Verdad a los desgraciados e infelices hermanos que la ignoran? ¿Es que, tal como se vislumbra el futuro, juzgando por el presente, no debe sentirse el ánimo angustiado por las dudas e incertidumbres que ofrece?

¿Por qué siendo tan dados a imitar y aún a copiar lo de Francia, no imitarnos y copiamos a los católicos franceses en su lucha contra el sectarismo? El mismo camino hemos de emprender, en esta hora de persecuciones, que cualquier día arrastrará una brisa del Cielo, para alcanzar la paz espiritual para España y construir y labrar un futuro de realidades benéficas.

Se impone el más riguroso examen de conciencia, en la seguridad de adoptar serenamente un radical cambio de conducta, comprendiendo la urgencia de cooperar a la Acción Católica. España ha de acreditar su honda religiosidad, mostrando al mundo la ignorancia de unos gobernantes, que desconociéndola, tienen la osadía de regirla. La Acción Católica salvará a España.

 

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