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El Catoblepas, número 17, julio 2003
  El Catoblepasnúmero 17 • julio 2003 • página 13
Artículos

Feminismo y Holización:
feminismo definido e indefinido

Bruno Cicero Poo

Se ensaya la aplicación de la distinción que Gustavo Bueno ofrece entre izquierdas definidas e izquierdas indefinidas al nuevo contexto del feminismo, buscando su carácter operatorio vinculado al proceso de holización política

A la hora de analizar el feminismo la mayor parte de los estudiosos coinciden en diferenciar dentro de su historia dos grandes fases; periodos que aparecerán unas veces con el rotulo de feminismo clásico, para designar la primera fase del feminismo, y neofeminismo para hablar de la segunda fase. Otras veces se referirán a ambos momentos simplemente como primera y segunda fase (o, primera y segunda ola del feminismo). Todas estas clasificaciones coinciden más o menos en señalar el final de la II Guerra Mundial como punto de inflexión entre las dos fases.

Ahora bien, en este texto rehusaremos a establecer una distinción que se mantenga exclusivamente (como las anteriores) en un plano puramente cronológico. Queremos, ya en el momento mismo de establecer la distinción, entrar en el contenido de los planes y programas de ambos tipos de feminismo. Y esto se debe principalmente al hecho de que creemos que una diferenciación que se mantenga en un plano cronológico no da cuenta de forma adecuada de la historia del feminismo. No es una cuestión de fases. Nuestra tesis es, que si es posible hablar de fases en la historia del feminismo, es porque éstas vendrán determinadas por su propia dinámica interna. Todo esto no quiere decir que vayamos a abandonar el aspecto cronológico (aspecto importantísimo que no podemos obviar) sino que creemos que si hay que elaborar una distinción al hablar de feminismo, ésta no debería ser cronológica, principalmente porque no sería operatoria.

Buscamos pues una distinción que aluda a los planes y programas propios del feminismo (y desde ahí quizás se entienda mejor el aspecto cronológico que desde una distinción ella misma cronológica). Para ello extrapolaremos (por considerarla la más adecuada al caso) la distinción que Gustavo Bueno utiliza en su último libro para hablar de las izquierdas{1}. Ahí la diferenciación más general que establece es la que media entre la izquierda definida e izquierda indefinida. Esta extrapolación no deja de ser problemática, puesto que en el cambio de contexto la distinción perderá inevitablemente parte de su sentido original para adaptarse al nuevo contexto en el que pretendemos que funcione. Pero, a pesar de esta considerable dificultad, creemos que es esta distinción la que nos puede permitir acercarnos de un modo sistemático a la historia del feminismo y su problemática interna. Por tanto hablaremos aquí de un feminismo definido y un feminismo indefinido. Como criterio diferenciador entre ambos tipos utilizaremos la referencia al Estado por parte del feminismo definido y la no referencia directa al Estado por parte del feminismo indefinido (cumpliendo un mínimum de fidelidad a la distinción originaria de Gustavo Bueno).

Por otra parte, en este texto mantendremos el final de la II Guerra Mundial como fecha clave en la historia del feminismo, pero ya no la entenderemos como periodo en el que se produjo el relevo de una fase por otra, como punto de separación cronológico. Ya que los programas del feminismo indefinido habrían estado en su mayoría presentes desde los comienzos mismos del movimiento feminista; eso sí (en la mayor parte de las ocasiones), estructurados en función del feminismo definido. Mientras se dieron ambos de manera conjunta las reivindicaciones del feminismo indefinido estuvieron incorporadas en los programas del feminismo definido. Y si mantenemos esta fecha como momento clave es porque es entonces cuando desaparece el feminismo definido (desaparición provocada por la propia dinámica interna del feminismo) y es a partir de entonces cuando el feminismo indefinido tenga que correr por su cuenta.

Feminismo definido y feminismo indefinido

En este texto mantendremos que solamente el feminismo definido puede alcanzar la denominación de feminismo político (al menos en sentido estricto). De manera que, solamente aquel feminismo que viene referido directamente al parámetro político por excelencia, esto es, al Estado, puede ser considerado feminismo político. El feminismo indefinido no tendrá por sí solo (una vez desligado del feminismo definido) esta caracterización (por mucho que emic consideren sus proyectos y programas como políticos, desde una perspectiva etic difícilmente podrán ser considerados de esta manera). El feminismo indefinido será político por influjo del feminismo definido. Además, la unidad interna que es posible atribuir al movimiento feminista dependerá del hecho consistente en que los diferentes planes y programas del feminismo indefinido confluyan todos en un mismo punto, al cual se subordinarán, que es el feminismo definido. De hecho una vez que el feminismo definido desaparece, una vez que pierden el parámetro objetivo según el que se articulaban, sus programas y proyectos quedan disgregados entre sí e incluso enfrentados, dejando patente el carácter parcial e independiente de sus reivindicaciones.

Holización

Esta referencia directa al Estado del feminismo definido vendrá determinada por la vinculación intrínseca de los planes y programas del feminismo al proceso de holización política, esto es, al proceso de desestructuración y reorganización del Estado (la idea de holización y su especificación política esta ampliamente explicada por Gustavo Bueno en el capítulo 2 de El mito de la Izquierda).

El hecho de vincular el proyecto feminista al proceso de holización política supone fechar sus orígenes (y de esta manera entrar en el plano cronológico) en el momento efectivo en el que se estaba produciendo dicho proceso: la Revolución francesa.

La holización supone dos momentos: un momento analítico y un momento sintético. La fase analítica de la holización política implica «un lisado o trituración de las morfologías anatómicas según las cuales está organizado el campo material que se trata de organizar [en la fase sintética]»{2}, «pero las partes anatómicas del campo político que han de ser trituradas en el proceso de holización (y que evidentemente, opondrán una resistencia, mayor o menor a tal proceso de lisado) son partes morfológicas muy diferenciadas y arraigadas según tradiciones casi siempre muy antiguas. Nos referiremos, en nuestro caso, mediante la denominación de partes anatómicas de la sociedad política no sólo a instituciones tales como la del Trono y el Altar, sino también a estamentos tales como los constituidos por las diferentes aristocracias, por las diversas ordenes del clero, a las lindes que separan las diversas propiedades agrícolas, a las morfologías urbanas jerarquizadas, al sistema de reclutamiento de funcionarios o de soldados, a la organización de hospitales, prisiones o escuelas y, con todo ello, a la "morfología" definida, incluso por su indumentaria, de las diferentes profesiones: médicos, abogados, maestros, soldados, oficiales, obreros, jornaleros...»{3} (solamente resaltar en este punto el hecho de cómo los programas específicos de lo que va a ser el feminismo indefinido quedan subsumidos y organizados en el proceso de holización según el cual se rige el feminismo definido).

Las partes anatómicas según las cuales está estructurado el Antiguo Régimen van a ser trituradas en la fase analítica hasta sus partes átomas, sus partes «formales elementales» (el proceso triturador ha de detenerse en estas partes átomas puesto que es a partir de ellas como la reconstrucción tendría que llevarse adelante). Estas partes átomas se identificarán con los individuos humanos, los átomos racionales (es interesante el apunte que hace Gustavo Bueno de que «in-dividuo» es el calco latino de la palabra griega «a-tomo»). La fase analítica llegará a su fin con la Declaración de los derechos del hombre de 1789 («declaración en la cual la sociedad humana es analizada en sus átomos»{4}).

La fase sintética consistirá en la reorganización de esos átomos racionales para reconstruir la Francia de la que habíamos partido, pero ahora bajo la forma de Nación política. En el proceso holizador se da inevitablemente lo que Gustavo Bueno denomina el «dialelo gnoseológico» (sin él la fase sintética no podría llevarse a cabo) según el cual el todo del que partimos ha de suponerse siempre dado. En este caso, el Estado constituido como Nación política, presupone ya el Estado constituido en el Antiguo Régimen, dada la imposibilidad de haberse constituido tan solo a partir de las unidades átomas. Pero como bien señala, esto «no impide la posibilidad de admitir que el proceso de reconstrucción del todo presupuesto pueda desbordar el mero circulo vicioso ofreciéndonos resultados enteramente nuevos que sería imposible establecer al margen de la reconstrucción holizadora»{5}.

Feminismo e Ilustración

Pues bien, es en este contexto en el que se originará el movimiento feminista. Cristina Sánchez Muñoz señala que «su origen teórico lo encontramos en la Ilustración, en el momento histórico en el que se vindica la individualidad, la autonomía de los sujetos y los derechos... Sin embargo este tiempo se escribió en masculino pues las mujeres quedarían excluidas del proyecto ilustrado»{6}. Para Cristina Sánchez Muñoz la vinculación del feminismo a la Ilustración se debe a la asunción del primero de los principios ilustrados: igualdad, fraternidad y libertad, haciendo especial hincapié en la igualdad.

Amelia Valcárcel a su vez también señala que «el feminismo es heredero directo de los conceptos ilustrados y es un movimiento ilustrado él mismo»{7}. «Inscribir una demanda dentro de ese núcleo emergente de ciudadanía ha de hacerse utilizando una red conceptual difusa, la de la igualdad. A la vez la igualdad esta sirviendo de trasfondo a la propia concepción de la idea de ciudadanía.»{8} La idea de igualdad, desde este punto de vista, sería el punto de cohesión entre feminismo e Ilustración. «Vindicación, igualdad e Ilustración mantienen una intensa unión entre sí. No es posible pensar uno de los conceptos sin la presencia de los otros.»{9} El feminismo sería un abanderado de la igualdad (el verdadero defensor de la igualdad, representante en momentos de la «ilustración consecuente»). Y desde este punto de vista, es su unión esencial a este principio lo que estructurará la historia del feminismo, como búsqueda de la igualdad.

Pero «la igualdad carece, en su estado de abstracción, de definición política y en ella se confunden, por tanto, no solamente posiciones como las de los "iguales" de Babeuf, sino también las posiciones de quienes entienden la igualdad política "aritmética y distributiva", ya sea como una característica subordinada a la fraternidad (en el sentido del inigualitarismo de Marx: "a cada cual, según sus necesidades"), ya sea como una "igualdad de participación", según las posibilidades de cada miembro de la sociedad política»{10}.

En este texto, por tanto, no explicaremos el origen del movimiento feminista en el periodo ilustrado por su vinculación a tan excelso principio: el movimiento feminista no es ilustrado por sus deseos de Igualdad. La igualdad es un principio excesivamente abstracto para tomarle como parámetro en función del cual se articule el feminismo político.

La Ilustración es el periodo en el que se está produciendo la desintegración del Antiguo Régimen y el surgimiento de la Nación francesa republicana (aparece la idea de Nación política y la novedad de esta idea puede considerarse casi absoluta en la historia de las ideas: «La idea de Nación política, creada por la revolución francesa, fue el resultado más profundo del proceso dialéctico de nacionalización política que jamás hasta entonces había podido ser alcanzado»{11}).

Y es en este momento cuando aparece el movimiento feminista, al ver que las mujeres no están incluidas en este proceso, que dentro de las partes átomas en las que se ha detenido el proceso holizador, aquellas que están sujetas a la Declaración de los derechos del hombre, no figuran las mujeres, y que por tanto tampoco se las tendrá en cuenta en el momento sintético de la holización, el de la construcción de la Nación política.

Las reivindicaciones feministas irán orientadas en esta línea: la adquisición del derecho a la ciudadanía y el derecho al voto y a ser elegidas no son otra cosa más que la reivindicación de que la fase analítica del proceso holizador no se detenga en los varones sino que se haga extensible a las mujeres (que sean consideradas como ciudadanas) y, como consecuencia, que se las tenga en cuenta en el proceso sintético, de construcción del nuevo Estado, mediante el derecho al voto y a ser elegidas.

Serán por tanto el derecho a la ciudadanía, el derecho al voto y a ser elegidas (derechos que no nacen de la nada, sino que se desprenden de la misma estructura lógica de la holización) los que estructuraran y orientaran los planes y programas del feminismo definido. La aparición de este movimiento va intrínsecamente vinculada a la obtención de estos objetivos, de tal manera que una vez que se hayan alcanzado, el feminismo definido desaparecerá. Y es a partir de estas reivindicaciones objetivas, que toman como marco el Estado, desde donde se articularán todos lo planes y programas de carácter específico y parcial del feminismo indefinido.

Como obras representativas del feminismo de este momento merecen ser resaltadas dos obras: Sobre la admisión de las mujeres en el derecho a la ciudadanía (1790) del marqués de Condorcet y la Vindicación de los derechos de la Mujer (1792) de la inglesa Mary Wollstonecraft.

Condorcet en su libro defenderá que «los principios democráticos requieren la extensión de los derechos políticos (derecho al voto o a poder ser elegido o elegida representante) a todas las personas»{12}. Los «derechos políticos» serán el prisma desde donde se canalizarán los demás derechos; la adquisición de los demás derechos, para decirlo pronto y rápido, serán el medio por el que llegar a un fin: la adquisición de los derechos políticos. Por ejemplo el derecho a la educación (al que en 1790 dedicará su libro Acerca de la instrucción pública) será concebido como algo necesario para obtener el derecho al voto y a ser elegidas y la obtención de la ciudadanía (los «derechos políticos» serán los objetivos últimos de la teoría feminista). Para Condorcet las diferencias existentes entre hombres y mujeres no serán de índole natural («en estado de naturaleza») como pensaba Rousseau, sino que será fruto de una educación deficiente y por tanto esto es un obstáculo que hay que superar para posibilitar la admisión de las mujeres en el derecho a la ciudadanía. Por tanto los planteamientos de Condorcet se mantendrán dentro de las reivindicaciones de lo que hemos denominado feminismo definido.

Por otra parte, Mary Wollstonecraft escribe en 1792 su obra la Vindicación de los Derechos de la Mujer. En opinión de Cristina Sánchez Muñoz esta obra «a la vez que recoge los debates de su época, inicia ya los caminos del feminismo del siglo XIX»{13}. Desde nuestras coordenadas esta obra es una obra característica de los planes y programas del feminismo indefinido. Sus proyectos ya no estarán orientados a la consecución de unos derechos últimos, no se estructurarán en función del Estado como parámetro objetivo (como lo estaba la obra de Condorcet) sino que se trata mas bien de «una reivindicación moral de los derechos de la individualidad de las mujeres y de la capacidad de elección de su propio destino», donde se expresa «el sentimiento de libertad en la experiencia ética del feminismo»{14}; obra que ya anticipa el lema de que «lo personal es político», que caracterizará el feminismo indefinido del siglo XX (a cuyo análisis dedicaremos el último epígrafe de este texto). «Aunque no plantee la cuestión del derecho al voto, sí que manifiesta la necesidad de incorporar al discurso político temas que eran considerados "asuntos privados" tales como los sentimientos, las relaciones personales y las experiencias culturales, difuminando con ello las rígidas fronteras entre lo que es público y lo que es privado.»{15}

La obra de Mary Wollstonecraft es el primer ejemplo de los planes y programas del feminismo indefinido como tal, esto es, desligado del feminismo definido. Por tanto, como habíamos dicho, ya en los orígenes mismos del movimiento feminista estarían definidas ambas alternativas (alternativas que, por lo común, mantendrán una relación de subordinación o inclusión de la una a la otra pero que, como es el caso, hay ocasiones en las que se presentan de manera independiente).

El feminismo norteamericano

Una vez establecida la vinculación del movimiento feminista con el proceso de holización del cual se desprenden, como hemos dicho, sus planes y programas (la relación existente entre el derecho a la ciudadanía con la fase analítica de la holización política y la que media entre el derecho al voto y a ser elegidas con la fase sintética de dicho proceso) y que constituye el punto central y primordial de este texto, procederemos a analizar el feminismo norteamericano, de una manera forzosamente superficial, ya que un análisis mínimamente profundo de este fenómeno nos desviaría de la cuestión a tratar. Por tanto centraremos la cuestión en dos puntos: en primer lugar, la adherencia del movimiento feminista al movimiento abolicionista; y, en segundo lugar, cómo los planes y programas del feminismo definido siguen la estela dibujada en el periodo de la revolución francesa.

Antes de esto cabe señalar la cuestión de que, de la misma manera que el feminismo originario francés aparece en el momento en el que se esta gestando un nuevo estado (la Nación francesa), el feminismo norteamericano también empezará sus andaduras en el momento en el que se estaba constituyendo el Estado federal norteamericano. Paralelismo que no debe obviar las diferencias existentes entre ambos tipos de Estado y su importancia en el terreno de las Ideas políticas ya que, como señala Gustavo Bueno, «mientras que el congreso norteamericano de 1787 creó, como entidad política característica, el Estado federal norteamericano (cuya novedad es relativamente irrelevante en el terreno de las Ideas: puesto que la idea federal venía ya rondando desde las anfictionías antiguas, desde la Liga aquea, por ejemplo), la Asamblea francesa de 1789 creó, como entidad característica, la Idea de Nación política, encarnada por primera vez en la Nación francesa republicana. Y la novedad de esta idea puede considerarse casi absoluta en el terreno de la historia de las Ideas»{16}.

Establecido este paralelismo con preindicaciones, pasaremos al primero de los puntos que nos hemos marcado. Pues bien, el movimiento feminista norteamericano entró en acción de la mano del movimiento abolicionista, al cual uso como plataforma. Esta alianza le facilitó un poco el camino, aunque no se lo abrió del todo. Lo más interesante de la cuestión es que esta alianza es vista por algunos como un ejemplo del componente ético que guía la mano del feminismo. Es un punto en el que el deseo de igualdad sale de nuevo a la palestra y la apelación al universalismo ético le acompaña. «Resulta hasta cierto punto lógico que las mujeres se agrupasen para defender una causa distinta de la suya: ello les permitía realizar el ideal ético de ayuda a los demás que les habían inculcado.»{17} La alianza establecida entre ambos se fundamentaría en premisas de carácter ético: se unen porque ambos apelan a la justicia y a la igualdad.

Sin negar la semejanza entre los planes y programas del uno y los planes y programas del otro (los objetivos últimos eran muy similares), no basaremos esta alianza en una cuestión ética, sino que sostendremos más bien el carácter estratégico de la misma: el movimiento antiesclavista, por el gran apoyo social del que gozaba, era la plataforma idónea desde la que plantear las reivindicaciones feministas aprovechando para ello la similitud en los planes y programas de ambos. Prueba de que se trataba de una alianza estratégica es la exclusión de las mujeres de la Convención Mundial Antiesclavista que se celebró en Londres en 1840. «Las ya tensas relaciones entre los lideres abolicionistas y las partidarias del sufragio se rompieron definitivamente en 1840 con el motivo de la celebración en Londres de la Convención Antiesclavista Mundial. A ella asistieron como parte de la delegación estadounidense Lucrecia Mott y Elizabeth Cady Stanton. Pero con la connivencia de la mayoría de los lideres allí reunidos, no les permitieron participar en la convención.»{18} Pero, lo que contradice en mayor medida la supuesta base ética de la alianza feminista-abolicionista, y demuestra que esta alianza no obedece a otros principios que los estratégicos, es el acercamiento de las feministas a los racistas del sur para conseguir más apoyos: «Había que entenderse con los racistas a fin de conseguir votos entre los diputados del sur, lo cual era una malsonante ironía del destino para un movimiento que había nacido del abolicionismo.»{19}

Las reivindicaciones de ambos movimientos eran muy similares, lo que ocasionará que una vez que el movimiento feminista se ha desligado del abolicionista y al querer plantear sus planes y programas de una manera independiente se verá, en un principio, obligado a abandonar o relegar a una posición secundaria las reclamaciones propias del feminismo definido (el derecho a la ciudadanía, el derecho al voto y a ser elegidas) para ceñirse a los planteamientos propios del feminismo indefinido. En esta línea tendrá lugar la Convención de los Derechos de la Mujer (Séneca Falls, 1848) desde donde se planteará la Declaración de Sentimientos y que hará suyo el lema que caracterizará al feminismo indefinido de la segunda mitad del siglo XX, y había sido ya planteado por Wollstonecraft en su Vindicación de los derechos de la mujer, de que «lo personal es político». La mayoría de los temas que allí se trataban «se referían a cuestiones relativas de la esfera privada, pero la Declaración de Séneca Falls les dio una trascendencia política y pública, adelantando con ello el lema que cien años después sirviera como bandera al movimiento de mujeres: "Lo personal es político".»

Pospondremos el análisis del feminismo indefinido al ultimo epígrafe y será ahí donde hagamos alusión a su lema característico.

Una vez desaparecido el movimiento abolicionista después de la guerra civil, momento en el que la esclavitud fue abolida, los planes y programas del feminismo pueden ya recuperar las reivindicaciones propias del feminismo definido (que como hemos señalado habían abandonado para distanciarse de las reivindicaciones abolicionistas una vez rota la alianza entre ambos) y se mantendrán en esta línea hasta su propia desaparición. De esta manera el feminismo definido norteamericano buscó mediante sucesivas enmiendas de la Constitución (a partir de la Decimotercera Enmienda de 1865, con la que se abolía la esclavitud) la consecución de las reivindicaciones heredadas del feminismo definido francés, y no será hasta la Decimonovena Enmienda (1920) cuando el feminismo norteamericano vio realizados los objetivos planteados dos siglos antes.

Feminismo indefinido

El feminismo definido, como hemos dicho, habría estado desde un primer momento vinculado esencialmente a unos planes y programas de carácter político muy concreto, planes y programas que se estructurarían en función del Estado y que se habrían desprendido del mismo proceso holizador. Por tanto, el feminismo definido estaría desde un comienzo sujeto a unos límites (la consecución de esos planes y programas), y es lógico, por tanto, el suponer que una vez que esos objetivos han sido alcanzados, el feminismo definido desaparecerá. Esto es lo que ocurre con el feminismo norteamericano en 1920. A finales de la II Guerra Mundial se podrá fechar el momento en el que desaparece a escala global el feminismo definido. Para esa fecha, excepto Suiza, donde el sufragio femenino no será reconocido hasta 1971, todos los países occidentales habrían cedido a las reivindicaciones feministas. No entraremos a analizar los motivos (en ningún caso altruistas o motivados por cuestiones éticas sino estrictamente políticos y estratégicos) que llevaron a los gobiernos de estos países a hacer estas concesiones, sino que nos contentaremos con analizar las consecuencias que esto supuso para el movimiento feminista.

La desaparición del feminismo definido forzó al feminismo indefinido a plantear sus planes y programas de una manera independiente. Los antecedentes históricos los encontramos en la Vindicación de los derechos de la Mujer de Mary Wollstonecraft y La declaración de sentimientos de la Convención sobre los derechos de la mujer de Séneca Falls, en los que podemos entrever por su temática el lema «lo personal es político». Este será el lema que caracterizará al movimiento feminista de la segunda mitad del siglo XX. Por lo que al hablar de feminismo indefinido no podemos obviar el análisis de este lema. Todas las especificaciones del feminismo indefinido le habrían asumido.

De esta manera «la segunda ola se apoya en un amplio movimiento de mujeres que supieron organizarse, reunirse y discutir las experiencias de su vida cotidiana»{20}. En esta época se habrían formado numerosos grupos de autoconciencia (en forma de grupos de autoayuda) en los que las mujeres se reunían para comentar sus experiencias cotidianas. Los temas de los que se debatía pertenecían a la «esfera privada», eran temas tales como la sexualidad, la organización domestica, &c. «Éstas trataban de encontrar su habitación propia, un espacio entre mujeres y para mujeres en el que pudiesen expresar libremente sus experiencias vitales, hablar lo callado hasta entonces, sacar a la luz lo que no habían podido expresar y compartir con las demás integrantes del grupo lo que creían que eran experiencias personales y que se revelaban ahora como experiencias comunes»{21}. Se trataba de que las mujeres adquirieran, mediante estos grupos, «autoconciencia de su opresión».

Bien, hasta ahora hemos entendido de dónde viene lo «personal» del lema. Ahora tendremos que averiguar de dónde sacan lo «político» y como establecen la igualdad entre ambos conceptos.

«Los temas que en ellos se debatían eran las experiencias personales en torno a la sexualidad, la familia, la maternidad o los sentimientos, esto es, aquellos temas considerados personales y privados y, por tanto, sin trascendencia política, que ahora eran analizados como causas de la opresión de las mujeres y ponían de relieve cómo las relaciones personales son políticas»{22} «abrían nuevos espacios para el entendimiento de la política: esta ya no se reducía a la actuación estatal, sino que, por ejemplo, un grupo de mujeres reunidas en la cocina con la finalidad de debatir su identidad y sus relaciones, escuchar sus relatos sobre esa identidad y decidir como alcanzar un reconocimiento era en sí una actuación política.»{23} Es decir, que las reuniones para compartir experiencias personales eran en sí políticas.

Este paralelismo es inaceptable, al menos si entendemos el concepto «político» en sentido estricto. Un movimiento político que no haga referencia a la polis, al Estado, ya no sería político. Es muy difícil suponer que una reunión de Alcohólicos Anónimos (puesto que también es un grupo de autoconciencia o autoayuda donde se ponen en común las experiencias personales) es una reunión política ella misma. Tendremos que suponer que cuando dicen «político» están entendiendo algo distinto de lo que se entiende en sentido estricto por político. Kate Millet en su libro Política Sexual nos aporta una posible solución al enigma: «en este ensayo no entenderemos por "política" el limitado mundo de las reuniones, los presidentes y los partidos, sino por el contrario, el conjunto de relaciones y compromisos estructurados de acuerdo con el poder, en virtud de los cuales un grupo de personas queda bajo el control de otro grupo de personas.»{24} Kate Millet, a lo largo de su libro, al hablar de política se refiere a las relaciones de dominio existentes dentro de un grupo. Y lo que en el texto de arriba dice de las personas lo mismo lo podía haber dicho de los babuinos o de cualquier otro grupo jerarquizado del reino animal. Habla de política en un sentido etológico.

Por tanto, cuando desde el feminismo indefinido se dice «lo personal es político», habrá que suponer que no entienden por político (como en el caso de Kate Millet) lo que habitualmente se entiende por político. De esta manera por mucho que emic el feminismo indefinido se caracterice como un movimiento político, desde una perspectiva etic tendremos que negarlo de pleno.

El feminismo indefinido también se encargará de reflexionar sobre las causas de la desigualdad y de la opresión de los hombres sobre las mujeres. Destacaremos dos obras en este sentido: El segundo sexo de Simone de Beauvoir, publicada en 1949, y Política Sexual de Kate Millet, publicada en 1969. La primera desde el prisma del existencialismo y la segunda desde una especie de psicoanálisis, reflexionan sobre el origen de la desigualdad entre hombres y mujeres. Pero excepto por este carácter «reflexivo», que todo sea dicho no es propiamente feminista (estarán hechas desde el feminismo pero no serán ellas mismas feministas), en los planteamientos positivos, en la línea de acción propuesta, se mantendrán dentro de los marcos del lema de que lo «personal es político» y tendrán los mismos problemas. Será muy difícil clasificar, por tanto, los planteamientos de Simone de Beauvoir y Kate Millet como políticos.

Las reivindicaciones características del feminismo indefinido se orientarán a la consecución de una serie de objetivos que, al no estar ya estructurados en función del Estado, no desbordaran el plano subjetivo, de lo personal (irán orientados a la consecución de unos cambios dentro de la «esfera privada»). La libertad sexual, la organización de las tareas domesticas, el papel de la mujer en el mercado de trabajo, &c., constituirán algunos de los puntos desde donde se estructurarán las reivindicaciones del movimiento feminista indefinido, para cada uno de los cuales habrá que utilizar un discurso especifico y se hará frente de manera independiente.

Una consecuencia del carácter subjetivo de los planes y programas del feminismo indefinido será el hecho de que ya no estará sujeto a unos límites (como ocurría con el feminismo definido), sino que será ilimitado. Y esto se debe a que sus objetivos no serán una constante fija sino que irán variando en el tiempo, pudiendo ser sustituidos unos por otros y añadir objetivos nuevos. La consecución de sus objetivos no supondrá la desaparición del feminismo indefinido puesto que no está esencialmente vinculado a ellos.

Por último tendremos que justificar el hecho de no haber mencionado ni una sola vez en este texto al machismo. Nadie podrá decir que el machismo no existe, que es producto de la imaginación de las feministas. El machismo existe y es algo que en nuestra sociedad está muy extendido. Entonces ¿por qué hasta este momento no habíamos hablado de machismo? ¿En que consiste la relación entre machismo y feminismo? Creemos conveniente hablar de machismo tan solo en el contexto del feminismo indefinido. Machismo y feminismo indefinido son las dos posturas contrarias que se abren una vez que los planes y programas del feminismo definido se cumplieron a finales de la II Guerra Mundial. Sólo tiene sentido hablar de machismo en este contexto, como una posición subjetiva referente a la realidad concreta de la época. Antes de ese momento es difícil hablar de machismo. La oposición feminismo / machismo sólo cobrará sentido en este contexto determinado, y por ello no la habíamos mencionado antes. Eso sí, el machismo tiene una importancia máxima en el feminismo indefinido, ya que éste aparece enfrentado con aquél. La «ilimitación» que hemos atribuido al feminismo indefinido no es obviamente «infinitud», puesto que seguramente si desapareciera por completo el machismo el feminismo indefinido lo haría con él. Es ilimitado porque no podemos dibujar ni están prefigurados, dado el carácter subjetivo del mismo, los límites del machismo, y por tanto no podemos establecer límites al feminismo. La oposición feminismo / machismo, característica del feminismo indefinido de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI, muestra de una manera bastante clara el carácter subjetivo que veníamos adjudicando al feminismo indefinido.

Notas

{1} Gustavo Bueno, El mito de la Izquierda. Las izquierdas y la derecha, Ediciones B, Barcelona 2003.

{2} Gustavo Bueno, El mito de la Izquierda..., pág. 123.

{3} Gustavo Bueno, El mito de la Izquierda..., pág. 124.

{4} Gustavo Bueno, El mito de la Izquierda..., pág. 125.

{5} Gustavo Bueno, El mito de la Izquierda..., pág. 111.

{6} Cristina Sánchez Muñoz, «Genealogía de la vindicación», en Feminismos. Debates teóricos contemporáneos, coord. Elena Beltrán, Virginia Maquieira, Silvina Álvarez, Cristina Sánchez; Alianza, Madrid 2001, pág. 17.

{7} Amelia Valcárcel, La política de las mujeres, Ediciones Cátedra, Madrid 1997, pág. 53.

{8} Amelia Valcárcel, La política..., pág. 57.

{9} Cristina Sánchez Muñoz, «Genealogía...», pág. 18.

{10} Gustavo Bueno, El mito de la Izquierda..., pág. 68.

{11} Gustavo Bueno, El mito de la Izquierda..., pág. 142.

{12} Cristina Sánchez, «Genealogía...», pág. 27.

{13} Cristina Sánchez, «Genealogía...», pág. 32.

{14} Cristina Sánchez, «Genealogía...», pág. 32.

{15} Cristina Sánchez, «Genealogía...», pág. 36.

{16} Gustavo Bueno, El mito de la Izquierda..., pág. 142.

{17} Kate Millet, Política sexual, Cátedra, Madrid 1995, pág. 157.

{18} Cristina Sánchez, «Genealogía...», pág. 42.

{19} Kate Millet, Política sexual, pág. 165.

{20} Cristina Sánchez, «Genealogía...», pág. 75.

{21} Cristina Sánchez, «Genealogía...», pág. 81.

{22} Cristina Sánchez, «Genealogía...», págs. 82 y 83.

{23} Cristina Sánchez, «Genealogía...», pág. 83.

{24} Kate Millet, Política sexual, págs. 67 y 68.

 

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