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El Catoblepas, número 15, mayo 2003
  El Catoblepasnúmero 15 • mayo 2003 • página 15
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Nosotros, los de entonces

Pelayo Pérez García

Nosotros, los de entonces, sí somos los mismos, y tenemos que saber afrontar el presente y encarar el futuro, nunca limitarnos a lamentar añorantes el pasado

«La Ilustración, que tiende a la cosificación y a la objetivación del saber,
hace callar el mundo de lo fisiognómico. La objetividad se paga con la
pérdida de la proximidad.» Peter Sloterdijk, Crítica de la Razón cínica.

1

El conocido verso de Neruda nos da pie para iniciar una re-flexión sobre ese «los de entonces», que delimita al siempre problemático «nosotros», precisamente en razón del 'entonces', es decir del tiempo sido.

El verso nerudiano concluía diciendo que «nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos». Volvía así desde la mirada nostálgica de lo sido hacia el «ya», el ahora donde constataba el poeta que «ya no somos los mismos». Mi reflexión, que parte de una memoria poética y sentimental similar, salvadas sean las distancias, y con-partible con la mayoría imaginaria pero real, que uno puede y debe pensar al disponerse a escribir, en tanto siempre se escribe para otros, me sitúa así ante el conjunto del «nosotros».

Constatar que todos somos sensibles, y que hubo un tiempo de dominio absoluto de la sensibilidad, es constatar algo que desborda al verso y su motivo, el de Neruda y el de cualquier otro poeta, incluso aquel que alguna vez fuimos.

Pero al recuperar ese «entonces» personal, generacional, «nuestro», desde este ahora, volvemos la mirada a esa especie de 'a priori' de lo sensible, en su misma dinámica, en la gestación misma de una conciencia que lo será no sin el tributo del dolor, el desgarro y la desilusión, formas entre otras de su construcción, que encontrará en Hegel ecos demasiado etéreos para nuestro propósito, pero no por ello menos destacados y necesarios. El 'antaño' donde fuimos sentimentales e ingenuos, ignorantes y excesivos, infantiles e inmaduros, ha perdido como nosotros mismos, su color y sus formas, su pregnancia. Pero sobre todo ha perdido las vigas que componían su Mundo entorno, donde han cambiado drásticamente las formas sociales, los modos y las maneras, las técnicas y los discursos y, con todo ello, se han transformado las Ideas mismas en tanto en cuanto aparecen en medio de las determinaciones, de los polos dialécticos entre los cuales esa «nuestra conciencia» se encaminaba hacia su cristalización.

Pero si el poeta, el joven poeta Neruda que inspira estas reflexiones, parecía en aquellos versos 'desesperados' preso de sus primeras experiencias erótico-sentimentales, necesarias por lo demás, y parecía ceñir su existencia a las solas afecciones de su cuerpo deseante, a los movimientos de la melancolía y la decepción, a esa inmediatez de la conciencia que, en su relación con el otro, la amada en este caso, iría empero configurando la excusa confirmante de su destino, de su pasión estética, 'nosotros', que tanto hemos transitado esa vía, volvemos ahora la mirada hacia aquel «entonces» para constatar lo obvio: «que no somos los mismos»... y sin embargo somos.

Y sin embargo somos esos mismos que, sin nostalgia poética, podemos ahora volver a mirar esa otredad ejercitada y que por ser tal nos transforma, y cuya causa y motor es el tiempo histórico. Y tal que es la esencia misma de la alteridad la que paradójicamente nos permite articular de nuevo aquella afirmación anterior, a saber: que nosotros, los de entonces, sí somos los mismos.

Pero este 'sí mismo' rescatado de entre los enmascaramientos de la conciencia que se buscaba, tiene ahí, en ese polo del 'entonces', como decíamos, su foco apriorístico, el que todo cuerpo viviente enmarca desde su nacimiento: foco sensible, atractor insaciable, morfología inestable, eje dinámico que establece una geometría vertical y egocéntrica, donde el nosotros actuante empero no alcanza aún el rebasamiento del 'yo' que se experimenta a sí mismo desde la máscara de la individualidad que lo nombra y que al hacerlo inaugura la serie discursiva de su propia temporalidad corpórea. Rebasamiento del 'yo' que pasa por el en-frentamiento del tú, trazando surcos hacia ese «él», más allá del 'otro', extraño por anónimo y distal. El infinito 'yo neutro' y sin rostro del que hablara el recientemente fallecido Blanchot. Sombreado que, no obstante, cobrará cuerpo y nombre, hasta llegar a ser (la) multitud.

Hay en este vuelta, en este giro de la cabeza, un reproche y una acedía, una desilusión. Es el motor de estas líneas re-flexionantes ante las construcciones de quienes, hoy y aquí, no son realmente los mismos... acaso porque entonces no llegaron nunca realmente hasta la médula de esa emoción del «nosotros».

«Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.» Pero aquel joven poeta del amor adolescente, hubo, en aquel 'entonces' que todavía alcanzó a ser el nuestro, de dar un paso definitivo hacia el 'nosotros', los de siempre: el paso hacia el comunismo. Y es que el apriorístico y emotivo cuerpo sensible encuentra múltiples vías de acceso hacia lo inteligible, pero tales que aquello no se traicione, sino que se ordene, se explique y pueda ser, críticamente es cierto, inserto en el discurso posterior.

Es este 'a posteriori', este hoy, el que mueve esta reflexión nostálgica, por cuanto este hoy me instala ante un presente «des-almado».

Si aferrados, por instalados, en una conciencia crítica, que se quiere pura, descendemos al impuro presente armados de sus potentes instrumentos dialécticos y sólo sabemos arrasar, desnudar, cosificar y negar así a esa multitud el uso mismo de la razón, sin reconocer que esa razón la atraviesa y se ejerce en ella y que, como constata esa misma pureza altanera, sin embargo actúa en todos los seres vivos, inmiscuida e involucrada en sus existencias determinadas y finitas, oscurecidas, emocionales y alienadas, en fin, por las formas ideológicas cambiantes de la voluntad de poder, por los movimientos estratigráficos de los pueblos y de las naciones, por los medios tecnológicos que utilizan y despliegan como grupos socializados, como sujetos operatorios productivos, como partes de un todo socioeconómico que tiene en esta urdimbre su gesta y su miseria, si estas multitudes sintientes y necesarias en y por su misma contingencia, si este 'a priori' mismo del nosotros, de las conciencias «ilustradas insatisfechas» como resalta Sloterdijk en su «Crítica de la razón cínica», ya no nos dice nada, entonces sí, entonces es cierto que «nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos». Pero entonces, ¿quienes somos nosotros, los de ahora? Nosotros, que aseguramos que esa conciencia pura es puro idealismo, que es un recurso del subjetivismo, demasiado ceñido por su corporeidad al Mundo, y que esa cósmica soledad quisiera encontrar más allá de sí «un Dios, un Padre, un Amigo para el Hombre»... Almas puras sometidas a la constricción espacio-temporal del cuerpo, de la materia que oscurece el paso de la luz prístina y somete a la conciencia a las enfermedades, a los desgarros y desvaríos que su sensibilidad, su existencia y su finitud le causan. Pero además, y por si todo esto no fuera poco, pagando el precio de mezclarse, de reflejarse en esos otros, los muchos, que rebosan superstición, indigencia y miseria. Materia oscura de las almas multitudinarias que farfullan, alborotan, claman y se dejan mover por los vientos que los poderosos mueven a su antojo y conveniencia. ¿Cómo nosotros, al fin impuros, mortales individuos, sometidos a la opinión y al deseo, podemos empero configurar, ser parte activa de este «nosotros», los hombres? ¿Será que realmente el 'Hombre' no existe? ¿Será que solo existen bultos semovientes que, por causa de la vitalidad pura, sin embargo hablan y tejen una red intersubjetiva, urden un dialógico entramado cuyas figuras históricas sin embargo se ven, se leen, se rastrean, permanecen, duran y sobrepasan a esos mismos extraños cuerpos reducidos a momentáneos receptáculos de la Voluntad del Mundo?

Es cierto, ya no se lee a Neruda como ya no se lee a Kant o a Schopenhauer. Pero se sigue leyendo y escribiendo, y se conducen automóviles, se viaja en avión y «la red» se extiende por el mundo globalizante. Y además se llora aún por el amor perdido, aunque también por el santo que la lluvia impide lucir. Es cierto, es el mundo de lo inmediato, del ahora mismo, de los fenómenos sensibles, de las mezclas, de la repetición sin diferencia, de las contradicciones y los desvaríos. Se ve que siempre es este ahora que, entonces, nosotros creíamos sería mejor, al fin luminoso. Pero como Neruda, nosotros también sentimos la decepción del instante, del ahora y su confusión y de las miserias que nos descubre, de aquellos que, siendo pocos y siendo los mejores, debieran comportarse como tales, aquellos que con su astucia e inteligencia, con todas sus artes, no han hecho sino envolver y acrecentar este ahora en falsas apariencias que discurren como verdaderas, solventes y únicas.

¿Es que acaso será verdad, como quieren algunos de ellos, que este ahora es el final del Hombre y de su Historia? ¿O será verdad, como pretendieron antaño, que el Hombre en verdad nunca existió?

Pero el hombre, en cualquier caso, no es sino la forma histórica de ese a priori de la sensibilidad cuyos cuerpos se configuran en el campo mismo de su evolución. Reducir la negación del hombre a un materialismo empírico, biologicista, incapaz con su epistemología de explicar a la Biología misma en la que se sustenta, así pues la Antropología y la Historia, no puede conducir sino a la justificación de un Dios creador, vínculo entre esos cuerpos y su saber, o una Voluntad de Poder que engulléndolos y sobrepasándolos, cual Saturno, los niega. Nihilismo que enmascara una teología que se niega a sí misma al negar al Hombre. La gnoseología no puede admitir estas dicotomías reductoras, formalistas o nihilistas. Su dialéctica se teje mediante la symploké de las Ideas y entre las mismas, es la del Hombre una síntesis irreductible aunque las formas de la Idea cambien en su transformación evolutiva misma. Y este movimiento del pensar exige esa vuelta a la caverna, esa mirada impura, ese mezclarse y moverse con la dinámica de lo múltiple para que precisamente sean ellas, las Ideas, las que oriente el movimiento desquiciado por los poderosos de la tierra, aquellos ante los cuales Platón sintió la mordedura del desasosiego, de la desilusión, motivo por el que escribió su célebre Carta VII, aviso para navegantes e ideólogos de todos los tiempos.

Pero entonces, ¿tanto 'como si'...? Como si no existiendo el Hombre no existieran los seres vivos humanizados, sino la abstracción del Género humano como espacio de los seres que con ellos, conmigo, somos este Nosotros que a través de su proceso genético sensible alcanzan la inteligibilidad que, sin embargo, algunos niegan olvidándose de su 'nosotros, los de entonces'. Pero nosotros, los de entonces, debiéramos ahora trazar un discurso crítico, orientador, aunque no por ello fuera edificante, aunque solo fuera por combatir esta sordera, este «consenso de mediocridad», este desvarío de los pocos que tienen algo que decir. Algo que decir que bien parece tener como único fin acallar el diálogo posible, el debate verdadero, la polémica inexistente.

Malos tiempos para la poesía, decía el romántico ilustrado Hölderlin y peores para la filosofía a lo que parece, para esa filosofía que, desde el mismo Platón, algunos consideran primera en cuanto no es sino filosofía moral, práctica, política. Filosofía de la libertad, del sentido de la vida, es decir, de los cuerpos vivientes sobre la Tierra.

Pero nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Somos estos que se debaten en este Mundo del aquí y del ahora donde el 'nosotros' cada día más y más se nos aparece como una nostalgia, como cosa del 'entonces', de la historia mundana de los hombres que viven y mueren, como nosotros mismos mañana.

2

El monoteísmo, a lo que se ve, sigue socavando subrepticiamente el pensar de los hombres. La muerte de Dios, del Hombre y del Sujeto, nos hace caer en una mistificación de corte nihilista que afecta a la conciencias, la cuales no serían sino el reducto perceptual de un Entendimiento Agente transcendental a las mismas, ámbito y espacio sensible de la Objetividad ab-soluta.

Pero este ab-soluto, si transcendental y por tanto vinculado a los fenómenos materiales, que las criticadas conciencias ejercitan como función operatoria y cognoscente, se mostrarían en contradicción con ese mismo desvinculamiento que se postula, el que el propio ab-soluto implica. Momento culminante del monoteísmo que ha construido como Sujeto histórico el Mundo, cuyo centro ha sido y es aún Europa. Hebreos, Católicos, Protestantes y Mahometanos, continúan debatiendo por el Objeto que esa Objetividad transcendente en este caso promete: la recuperación de la Unidad perdida, el Paraíso.

Este monoteísmo reduce el pensamiento, lo encadena a la unidad metafísica de un Sí Mismo que se Piensa a Sí mismo mediante su Otro, alteridad enajenada de la cual nosotros seríamos, los Hombres y el Mundo, expresiones, fenómenos, exhalaciones...

El cristianismo ha vacunado a los europeos del paganismo griego, y el Dios que acaso vuelva, de Hölderlin-Heidegger, parece construirse en la espalda de la misma Europa: los EEUU, ese espacio a-histórico que denunciaba no sin desprecio, el demasiado moderno Lacan, en esto como en tantas cosas demasiado aferrado a la influencia elitista de Heidegger.

Pero ahora nos encontramos en este «ahora», no ya en aquel, que el joven Neruda que todos fuimos «entonces», llegó a vivir mientras duró su «residencia en la Tierra», incluyendo sus decepciones, su aislamiento último. Este ahora nuestro parece revivir la «moral del resentimiento» nietzscheano, sobre todo entre los defensores del Imperio, los nostálgicos de un «Entonces» que esa misma realidad dinámica y evolutiva ha sobrepasado y encaminado hacia formas reticulares, tecnológicas, morfológicas que en su misma horizontalidad acaso provocan reacciones extemporáneas, propias del absolutismo, de una moral política rencorosa que quisiera con estos movimientos telúricos ejercer su dominio y señorío: señores feudales estos que rigen Estados dependientes de la fidelidad al Monarca, señores que restablecen la oligarquía del grupo de los escogidos, de los pocos y que no pueden ver sino es con recelo y agresiva defensa los movimientos del cuerpo social, las propias tentativas y conformaciones que ese «sujeto múltiple» está iniciando, llevando a cabo más allá de su entendimiento y de su voluntad individual o de grupo. Movimientos holóticos, moleculares, que están construyendo Mundo.

¿No será entonces que aquellos, los de «entonces» se resisten y enfrentan ante esta «voluntad de poder» que desde abajo se mueve como un oleaje que los medios técnicos actuales permiten y realimentan en una insospechada sinergia mundial, de tal suerte que son los centros de poder reaccionarios, crecidos bajo la égida de los bloques, los que viven una perplejidad que el rótulo del nuevo milenio inscribe en sus carnes más allá de la meras y superficiales celebraciones 'fin de siglo'? ¿No será que este fin de siglo y de milenio comporta una radical transformación en marcha, un work in progress, del cual acaso ni siquiera ninguno de nosotros veremos el «cierre», la figura más o menos completa...?

Si la Modernidad parecía hastiada tras un siglo que la sometió a las estridencias de una violencia masiva y sin medida, ¿no será acaso este el momento y la ocasión de recuperar al Hombre? Este sujeto revolucionario, este sujeto miserable, este sujeto de Auschtwiz y el Gulag, este sujeto que ha navegado hasta el «corazón de las tinieblas» e intenta salir, volver de nuevo al Océano límpido de la Historia?

Si la Postmodernidad fue y sigue siendo la ocasión de los retóricos y los débiles, la Modernidad, aquel Entonces, ¿no deberá alcanzar su cumbre Ahora, en este Ahora que comienza con el siglo milenario y nos rescata de la enajenación del Otro, de su Imperio, para devolvernos acaso aquel «sí mismo» que siempre somos y desconocemos siempre?

y 3

Estas líneas se saben deudoras del «entonces» aquel, de la literatura y la estética que abrió surcos inexcusables y orilló muchas veces la crítica desalmada y cínica cuanto aquella que, milenaria, surte como producto de una dialéctica que excede necesariamente a tales formas del espíritu pero que al hacerlo las incorpora, o eso debe hacer. Siendo conscientes de este retorno a la sensibilidad y, por tanto de sus límite determinantes, no pretendemos que el texto que surge de su movimiento alcance ese estatuto gnoseológico que, por definición, ni posee ni pretende. Pero en medio de esta actual desmesura de las opiniones, en medio de las basuras ensayísticas programadas, en medio y por medio de los instantáneos medios de comunicación y de distorsión de la conciencia pública, en medio del «consenso de mediocridad» donde el Mundo parece instalado al tiempo que desde su interioridad agotada parece surgir su propia novedad, la cual quisieran dominar y enmascarar los señores de la Tierra en un intento de perpetuar ese sistema productivo que agotándose vuelve la mirada a la fuente perpetua de la riqueza y el beneficio, es decir, la necesidad y el trabajo de la mayoría, imponiéndoles la prepotencia del control de esos mismos medios de la intersubjetividad, de los Parlamentos y de los gobiernos, de las máquinas de guerra y de las mismísimas leyes de la convivencia y la paz, en medio de este imperialismo agotado que tiene su Claudio y sus corifeos, en medio de esta confusión en fin tan programada, tan dirigida, tan vulgar... ¿cómo no mirar hacia atrás, hacia el entonces aquel donde éramos ilusos, cuando éramos aprendices, poetas, amantes de una democracia inexistente que, ahora, ya instalada, nos demuestra su inmadurez y su desidia, su fraudulenta articulación y su intempestiva soberbia?

Pero en este agotamiento posmodernista, esos mismos medios, esa co-presencia de los hombres ante sí mismos por mor de la instantaneidad técnica, de los veloces viajes, del nomadismo mundial, del multiculturalismo, las mezclas y fagotización de los productos triunfantes del siglo, toda esa retícula extendida como dominio ha mostrado, a su vez, una capacidad simbiótica, plasmática, por donde los sujetos de este mundo, los diversos grupos y las nuevas formas sociales del pensamiento en acto, impulsan la novedad que se hace en la cotidianeidad que se nos hurta mediante el terror y el miedo como contrafigura milenaria del ejercicio de la libertad. En este agotamiento digo, vuelven las fuerzas soberanas a imponernos diques y fronteras por la fuerza de su poder que no permiten que cristalice esa renovación de las fuerzas reflexivas y políticas que, por causa del anticomunismo de antaño, se permitieron y se alimentaron, queriendo así chantajear nuestro «bienestar», jibarizado y mostrenco, encarrilado al consumo y el ocio tipo grandes superficies, de tal suerte que acabaremos por ser culpables de no apoyar la mano del amo que nos defiende, del amo que frente al bárbaro esclavo arriesga su vida y se expone a la muerte para que calientes y felices sigamos veraneando en Benidorm.

Ante esta mediocridad oligofrénica ¿no es hora de que los hombres sensatos apoyen la sensatez de la mayoría por ingenua y egoísta que esta sea, abriendo un surco democrático, crítico y equilibrado por donde nosotros, los europeos de mañana podamos construir el espacio de convivencia y desarrollo que uniendo, y separando acaso, no combata ni arrase, no «cabalgue a lomos de bárbaros atilas», como parece ser nuestra única e impuesta condición?

Es cierto, la filosofía crítica, la dialéctica de la razón exige otras razones, argumentos que trituren estos meandros de la emoción, del pensamiento subjetivo. Pero no es menos cierto que esa trituración exige una orientación ética para volver al suelo de partida, al entonces que ya es un ahora y desde el que entonces hablemos ahora con prudencia y sensatez en medio de tanta imprudencia insensata.

 

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