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El Catoblepas, número 11, enero 2003
  El Catoblepasnúmero 11 • enero 2003 • página 21
Libros

Paradojas a medianoche

Fernando Rodríguez Genovés

Sobre el libro de Miguel Catalán, El sol de medianoche.
111 paradojas,
Edicions del Ponent, Alicante 2001

El hecho de referirse al trabajo intelectual –o artístico– de un autor bajo la rúbrica de «obra» exige indudablemente prudencia y discreción. En un clásico del pasado, no suele haber disputas ni especiales reservas, acaso por tratarse de una descripción redundante. Pero aplicada a un autor contemporáneo, en activo –y si para más señas es persona joven–, el empleo del vocablo se la juega, probablemente por entender que se trata de un gesto ampuloso, grandilocuente, exagerado. Con todo, hablar de la obra de un escritor remite con legitimidad y justeza a aquella producción que, incluso en su diversidad, contiene una preocupación común, el desarrollo coherente de unas ideas rectoras, un aire de familia que permite reconocer la traza de quien dirige y maneja los hilos de la creación.

Se ha dicho –y pocos lo niegan– que, en realidad, lo que permite distinguir la obra de un autor de la mera manufactura, del arte y la confección, es que en el fondo sus partes, sus escritos, se suman, no se apilan sino que dan como resultado un todo en movimiento. En este caso, es decir, cuando se da el caso, los textos particulares se construyen como capítulos de un solo libro. No siempre esta circunstancia se hace patente, o salta a la vista, y, desde luego, no surge provechosamente de la voluntad explícita del autor de crear un sistema, porque cuando se pretende tal cosa o se fuerza intencionalmente el propósito hasta convertirlo en plan, lo mismo que cuando se aspira a conseguir un estilo propio, entonces, el fin se malogra, el artificio gana el protagonismo y se llega justo a lo contrario que se ambicionaba.

He aquí un ejemplo de hecho paradójico, es decir, de circunstancia sorpresiva o acto del hombre que nos da que pensar. Es sabido que si el pensamiento brota del asombro, es porque el hombre tiene la capacidad de maravillarse, pero también, como decía Sófocles, porque de todas las maravillas que se encuentran en la Naturaleza, el Hombre es la mayor de todas: un ser maravilloso que se maravilla de las cosas, y por ello no puede ser cosa. Pues bien, de paradojas y otras maravillas trata el libro de Miguel Catalán, El sol de medianoche, que aquí reseñamos, texto autónomo y soberano, pero que forma parte de una «obra» ya notoria y notable, en el sentido del que hemos hablado.

Miguel Catalán ha reunido, en un breve pero intenso libro, 111 paradojas en forma de aforismos, de pensamientos concentrados, de partículas de saber, que expresan con ingenio, gran capacidad de observación y mucho humor, la naturaleza del pensar en estado naciente, casi conduciéndonos hasta el origen de la meditación, a la cuna de las ideas, allí donde se incuban las cogitaciones del hombre al objeto de invitar al lector a su posterior desarrollo. Nos hallamos, entonces, ante una amable invitación a la meditación, porque ésta nace de la constatación de las cosas que nos pasan, pero que, atiéndase a esto, sólo nos pasan de veras en el momento en que indagamos sobre su verdad íntima, la cual, como sabemos al menos desde Heráclito, gusta de ocultarse, o de presentarse bajo disfraz engañoso, o de entreverse como la sombra de una ilusión.

Al mismo tiempo, esta compilación de hechos paradójicos puede leerse como colección de breves relatos que anuncian una historia prometedora, narraciones embrionarias que Miguel Catalán, muy juiciosamente, deja abiertos, insinuados, sólo apuntados, para que el lector los complete, si así lo desea. En la mejor tradición del ensayismo, El sol de medianoche, ofrece un listado de pensamientos compuestos con una escritura elegante. Tradición ésta que goza en la historia de las letras de manifestaciones excelentes: meditaciones, epigramas, aforismos, adagios, máximas, primores y pecios; y de autores magníficos, antiguos, modernos y contemporáneos: Marco Aurelio, Marcial, Erasmo, Gracián, La Rochefoucauld, Lichtenberg, Oscar Wilde, Sánchez Ferlosio. Una herencia que, por desgracia, no siempre ha conocido la atención y la continuidad que se merece.

Miguel Catalán, profesor de Ética de la Comunicación de la Universidad Cardenal Herrera-CEU de Valencia, lleva tras de sí una destacada producción literaria y filosófica en la que puede observarse un claro hilo conductor, una cadena de tentativas de la que El sol de medianoche representa una de sus últimos eslabones, esto es: la indagación sobre la faz huidiza, simulada, ilusoria de las cosas y de la misma vida humana. La novela Te morirás sin saberlo (1996), el libro de relatos Sólo por si acaso (1999), el Manuscrit cremat (2000), revelan, ya en los mismos títulos, el interés del autor por la geografía y la historia, la física y la química, de los desvelamientos y las ocultaciones, de los encantamientos. En sus trabajos de pulso filosófico, el interés se une a la búsqueda de conocimiento y al tratamiento sosegado de esa dualidad profunda e inmensa que ha turbado y espoleado desde antiguo la inteligencia de los filósofos: la apariencia y la realidad. Alrededor de este asunto gira su Diccionario de falsas creencias (2000) y su programa de investigación en marcha denominado Seudología, encarnado por el momento en dos volúmenes de próxima aparición: El prestigio de la lejanía y la Genealogía del engaño, textos galardonados, respectivamente, con los premios Juan Gil-Albert de Ensayo (1998) y Alfons El Magnànim de Ensayo (2001). Por lo que se ve y se lee, una fecunda labor ésta que se permitirá o no tildar de «obra», pero que, sin duda, habla por sí misma y con voz propia.

 

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