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El Catoblepas, número 11, enero 2003
  El Catoblepasnúmero 11 • enero 2003 • página 7
La Buhardilla

Filosofía y ámbito

Fernando Rodríguez Genovés

Intervención del autor de esta sección en la presentación
en la ciudad de Valencia (España) de su libro Saber del ámbito.
Sobre dominios y esferas en el orbe de la filosofía
(Síntesis, Madrid)

Fernando Rodríguez Genovés, Saber del ámbitoAmigas y amigos:

¿Qué podría yo añadir a las amables y generosas palabras de los ilustres colegas que me han precedido con sus intervenciones y que han tenido la gentileza de acompañarme en la presentación del libro que aquí nos ha convocado? Supongo que limitarme a dar las gracias. Y eso hago. En primer lugar, deseo agradecer a todos ustedes su presencia en este acto amable, cultural y cívico por excelencia, como es la presentación de un libro, como es el hecho de reunirse un grupo de personas para hablar a propósito de un libro. Asimismo quiero agradecer las magnánimas y amistosas palabras de Román de la Calle y Hugo Aznar dedicadas al libro que aquí nos ha citado, a su generosidad por acompañarme en este encuentro, cuyo valor elevan con su sola presencia. Por otra parte, no puedo olvidarme de hacer extensiva mi gratitud al Ayuntamiento de Valencia, institución que patrocinó el Premio de Ensayo Juan Gil-Albert que se concedió en el año 1999 a Saber del ámbito, así como a la Editorial Síntesis que con tanto amor y... verdor ha editado el libro. Por último, pero no por ello menos importante, quiero agradecer a José Luis Villacañas, director de la Biblioteca Valenciana, la hospitalidad que ha mostrado al acogernos en este espacio magnífico para celebrar esta reunión, así como a Charo Tamarit por oficiar de eficiente introductora y amable anfitriona en este imponente escenario.

Este sí es un ámbito de saber... Que este entorno magnífico haya pasado de ser antaño monasterio, después prisión, para erigirse hoy en sede de la Biblioteca Valenciana y en foro permanente de encuentros culturales, literarios y artísticos, es un buen ejemplo y un fundado motivo de esperanza con los que poder seguir confiando en el progreso de las ciencias y las artes, y no claudicar ante las tentaciones de escepticismo, nihilismo o cinismo intelectual que siempre nos acechan.

¿Qué puedo decir más? Soy de los que opinan que en este tipo de reuniones, el autor del libro presentado es quien menos debe de intervenir. Su tiempo de palabra, su turno, su oportunidad, ya los ha tenido en el acto mismo de la escritura. Si con su texto no ha logrado hacerse entender, poco conseguirá ahora pretendiendo explicarse mejor, o perpetrando un resumen de lo ya dicho, o decir las cosas de otro modo. Lo hecho, hecho está. A lo hecho, pecho. Lo escrito, a disposición está del lector en las páginas del libro, quien no tiene más que adquirirlo y leerlo, si le place.

Pero, ya que están ustedes aquí... todavía, hablemos del ámbito.

Que las creencias y las ideas del hombre, su obrar, resultan del peculiar trato que mantienen con el tiempo que las alberga, aunque no por ello les pertenezca, es afirmación que puede fácilmente asumirse, sin tener por ello que abrazar necesariamente las tesis del historicismo, pues ecos de remoto pasado ya nos acostumbraron a emparejar en la humanidad los trabajos y los días. Sin embargo, tengo la impresión de que no se ha investigado lo suficiente la vinculación entre personas y lugares, entre espacios y saberes, al objeto de evaluar los productos resultantes, la importancia y el valor de la obra emanada. Este ensayo estudia la relación entre el ámbito y el saber filosófico, pero creo que su examen y el balance que ofrece, pueden perfectamente extenderse a la práctica del saber en su conjunto, del pensamiento y del quehacer cultural, en el sentido más general.

Partimos de un hecho, no de un juicio de valor; éste vendrá, si cabe, luego. Desde mediados del siglo XIX, la filosofía se ha visto reducida y limitada al ámbito de la Escuela, de la Academia, de la Universidad, de modo que en el momento presente –en especial, en la cultura española– es prácticamente imposible encontrar filósofos que no oficien de profesores y percibir actividad filosófica que no provenga de –o se dirija a– tales destinos, casi con exclusividad. Mientras tanto, gran parte de la sociedad, el gran público, es decir, la esfera pública, se mantiene al margen de estos dominios y de sus particulares jergas y disputas, hasta el punto de que ni siquiera observa con inapetencia dicho escenario, ya que, en verdad, ni se fija en él: no lo entiende y por ello se desentiende.

Hablamos de un escenario –de una circunstancia– que a muchos se les antojará obvio, como lo más natural del mundo. Según esto, la filosofía se situaría allí en su lugar natural, y, como diría Aristóteles, una vez en él se alcanza la quietud, cesando a continuación el movimiento y el cambio. Puede que no pocos hasta se sientan muy satisfechos de encontrarse en tal situación y estado, y tiemblen o se subleven o se ofendan ante la mínima revisión del caso, su cuestionamiento o simple constatación.

Habría que advertir, empero, que esta circunstancia no siempre ha ofrecido el mismo fondo y la misma forma. La filosofía nació en Occidente en el marco de la ciudad griega y maduró bajo el sol del ágora y del jardín, de los paseos y las alamedas. Es, como ya he dicho, desde el siglo XIX hasta hoy, cuando su actividad ha quedado circunscrita a lugares de encierro y lección aprendida, al aula, en fin, bajo el dictado de la lectio.

Pero también ha sabido la filosofía acomodarse, con resultados muy distintos, a otros espacios. Por ejemplo, a determinadas demarcaciones de la vivienda, como la torre-biblioteca, la habitación, el gabinete, la cama o la buhardilla, desde donde ha tejido primorosos ensayos, profundos pensamientos, razonadas críticas, discursos del método o silogismos de la amargura con un ánimo unas veces sereno, otras, exaltado, pero casi siempre excelso. O bien se ha dedicado a componer una sugestiva filosofía en el tocador..., registros e indicadores todos ellos de un gran refuerzo de subjetividad y de intimidad.

Y todo ello sin menospreciar los ámbitos de la civilidad. De esta manera, se ha paseado por academias renacentistas y salones barrocos, ha frecuentado tertulias, clubes, redacciones de periódico y cafés, recintos todos ellos que derraman gentilidad y promueven la publicidad. Igualmente, se ha vestido de calle –el porte de flâneur– y ha conocido así las delicias de la ciudad y sus rincones, desde las avenidas a los pasajes. En ocasiones, se ha calzado las botas para caminar, abandonándose a la ensoñación de un paseante solitario o escalando montañas en busca de aire puro. Pues resulta que no siempre el ámbito filosófico ha quedado delimitado por una circunscripción definida y estricta, sino que en ocasiones se ha extendido y desplegado a través de un itinerario expedito, animado por una cabeza despierta y unos pies inquietos, que nos habla de una estirpe de sabios erráticos y vagamundos, pensadores sin oficio fijo ni patria patrona, a la intemperie, filósofos de un ámbito expandido bajo la sola protección del cielo abierto.

Si nos aventuramos en esta exploración, y queremos saber más sobre el ámbito de la filosofía, entonces estaremos en mejores condiciones para advertir el impacto que ejercen sobre el pensamiento el ámbito de la escritura y el ámbito social. Dentro del primero, encontramos buenas razones para afirmar que el ensayo, en competencia con otros géneros literarios, se revela como un medio especialmente fructífero para la transmisión y la comunicación de ideas y muy apropiado para acercar el pensamiento al hombre moderno e influir sobre las inquietudes y urgencias que sazonan su vida. Esta persuasión es especialmente relevante en la cultura española, que arrastra desde antiguo una doble ofuscación que ha dificultado el progreso del saber entre nosotros, hasta casi convertirse en Leyenda, a saber: uno, el prejuicio contra el ensayo como vehículo de conocimiento y, dos, la identificación entre Literatura y Filosofía, entre el Narrar y el Pensar. La Leyenda, en suma, que sostiene la sugestión según la cual nuestro carácter y lengua están hechos para las letras y las artes, pero se avienen mal con la ciencia y el pensamiento.

Al abordar el segundo nivel de ámbito, el ámbito social, y en una línea lógica de conexión con lo expuesto hasta ahora, el libro del que hablamos apuesta por una perspectiva del quehacer filosófico abocada a la civilidad, a los espacios abiertos de la cultura y la sociedad. La filosofía actual se halla –sobre todo, en España– en una encrucijada de indefinición y indeterminación, presionada, por un lado, por el exclusivo círculo académico que fosiliza su verbo –reducido muchas veces a una simple jerga distante o una prosa ajena para todo el que no pertenezca a su gremio–, y cautivada y cautiva, por el otro, por el fárrago de la sociedad de masas, donde llega a confundirse a menudo con la ficción y la simulación, categorías propias de la literatura y el arte, y por la rabiosa actualidad que impone la ley de los medios de comunicación, con un desenlace que fluctúa entre la servidumbre y la trivialidad.

El pensamiento se ve así presionado por un dilema dramático que expresaré en términos inconfundiblemente orteguianos: persistir en el estado de ensimismamiento, consagrarse con dedicación exclusiva a la filosofía para filósofos, a la lección, a la cátedra, al manual, a la dependencia de la programación escolar y a la vigilancia angustiosa sobre el número de matrícula y los planes de estudio, lo cual conduce irremisiblemente a la parálisis y a la auto-referencia, o entregarse sin más a la alteración, al territorio de los medios, allí donde la reflexión se muda fácilmente en ruido y en furia, donde el conversar se traduce en chatear, la divulgación se vuelve vulgarización, allí donde el discurso filosófico se tritura y, hecho papilla, se convierte en cuentos con mensaje, «novela filosófica», manual de auto-ayuda o en productos fácilmente digeribles para espíritus juveniles y corazones solitarios. Ensimismamiento o alteración: ¿no cabe otra alternativa?

El filósofo ha pasado a lo largo de la Historia por las fases de sabio, maestro, doctor, intelectual y profesor. ¿Cuál es su estatuto hoy? Después de Leibniz, y acaso Hegel, resulta temerario hablar de sabios en filosofía. Maestro lo fue Eckhart, y usurpar hoy su buen nombre o generalizarlo, sólo puede traernos complicaciones. También el filósofo puede ser tomado por doctor, o incluso por docto, pero lo primero conduce fácilmente a ser tomado por médico (con cartera pero sin consulta, por más que se apresure a recetar Platón en lugar de Prozac), y lo segundo, lo de docto, suena, con franqueza, bastante pedante. Y, en fin, doctores..., doctores tiene la Iglesia. Los llamados «intelectuales», por su parte, se han visto irrevocablemente desacreditados desde el final de la utopía y el fin de la historia. Conclusión: los profesores presiden, en el presente, el ámbito de la filosofía, desde que la vocación desembocó en profesión, y se consolidó en ella. Ahora bien –habrá necesariamente que añadir–, aquí vislumbro una anomalía, pues la sociedad moderna no puede ni debe contemplarse como si fuese un aula magna ni dirigirse a los ciudadanos como si fuesen alumnos. ¿No hay otra posibilidad de entender la condición de filósofo?

Queda, a mi modo de ver, la veterana tarea de pensar y el noble nombre de pensador, proyectados en busca del ámbito más fértil y venturoso para la filosofía. Se trata de un concepto, éste de pensador, sobre el que valdría la pena volver a pensar, así como buscarle un ámbito adecuado y propicio. Pero, eso será en otra ocasión.

Recordaré, en consecuencia y para concluir, que la filosofía se ha entendido desde su origen como el saber que se busca. Sigamos, pues, buscando. Qué será de ella, no lo sé con certeza. Pero sí creo estar en condiciones de asegurar que allí donde se manifieste, allí encontraremos un ámbito específico que nos informará sobre su traza y su talante, si abierto o cerrado, si ensimismado o alterado, si clausurado o civilizado. Y es que saber acerca de la filosofía seguirá siendo saber acerca de sus lugares y espacios. Seguiremos, pues, preguntándonos por el saber del ámbito. Gracias.

Biblioteca Valenciana, 21 de febrero de 2002, acto de presentación del libro de Fernando Rodríguez Genovés, Saber del ámbito

El acto tuvo lugar el día 21 de febrero de 2002 en la Biblioteca Valenciana, ubicada en el antiguo convento de San Miguel de los Reyes en la ciudad de Valencia (España). En el mismo intervinieron, además del autor, Rosa Mª Tamarit Rius, Román de la Calle y Hugo Aznar.

 

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